Heráclito 8

Antoine de Saint-Exupery editorializa para Heráclito*

-Buenos días –dijo el principito.

-Buenos días –dijo el mercader. Era un mercader de píldoras perfeccionadas que aplacan la sed. Se toma una por semana y no se siente más la necesidad de beber.

- ¿Porqué vendes eso? –dijo el principito.

-Es una gran economía de tiempo –dijo el mercader-. Los expertos han hecho cálculos. Se ahorran cincuenta y tres minutos por semana.

-Y, ¿qué se hace con esos cincuenta y tres minutos?

-Se hace lo que se quiere...

“Yo, se dijo el principito, si tuviera cincuenta y tres minutos para gastar, caminaría suavemente hacia una fuente...”.

* Fragmento de “El Principito”, cap. XXIII.
H 13 – 25.08.2000

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Los hombres y los muros 1

Hemos creído edificante compartir con los lectores este intercambio de notas que se ha suscitado entre una periodista española de la ONG Solidarios, y el director de Heráclito.

De Madrid a Baires

Estimado Eduardo Dermardirossian

Gracias por el envío de la entrega N° 19. No le envié e-mails de mis amigos con los que comparto tu revista porque ellos no tienen e-mail. Están en la cárcel. Coordino desde hace cinco años un aula de cultura en el Centro Penitenciario de Soto del Real, en Madrid. Es un módulo de presos universitarios y cada sábado hacemos tertulia con algún invitado del mundo de la cultura, periodistas, actores, músicos, profesores de la universidad, etc. Hay argentinos, colombianos y de otros países. Tenemos muchos sentimientos compartidos y una gran afinidad con los espacios del corazón de Heráclito. Así, cuando llega su revista, yo se la imprimo a ellos. Ya sabe, estáis presentes en una prisión, dando soplos de aire fresco y libertad a un centenar de seres humanos.

Un abrazo fuerte.

María José Atiénzar
Madrid, Octubre 06 de 2000

H 20 – 13.10.2000

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De Baires a Madrid

Estimada María José Atiénzar

Gracias por extender el territorio de la belleza. Más allá de los muros de Soto del Real, más allá de sus alambradas y de sus límites, ustedes, Solidarios, llevan los frescores de la libertad interior allende los muros carcelarios. Dígale a los lectores de Heráclito el pasaje del poema de Armando Tejada Gómez: “estamos prisioneros, carcelero”. Porque siempre, siempre seremos prisioneros ambos, unos y otros, mientras haya un muro que nos separe. Por eso, querida María José, de derribar muros se trata, muros interiores que separan al hombre del hombre, pero también los muros que fragmentan la conciencia de cada hombre haciéndolo prisionero de condicionamientos que cancelan el verdadero sentido de la vida.

Reciba mi afecto y hágale llegar a cada uno de sus amigos un fuerte abrazo de mi parte.

Eduardo Dermardirossian
Buenos Aires, Octubre 06 de 2000

H 20 – 13.10.2000
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Los hombres y los muros 2 *

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Territorios, culturas y lenguas diferentes han separado a unos hombres de otros. Dioses de una y otra clase los han enemistado; mares, ríos y montañas los distanciaron por siglos. Con frecuencia los hombres y los pueblos han transitado la historia recelándose, guerreando y cometiendo atrocidades, algunas de las cuales registra la memoria y otras cayeron para siempre en el saco del olvido. Y para conjurar estas cosas, desde antiguo los hombres han construido muros que los separan de los otros hombres, sin mirar que la humanidad es, precisamente, el conjunto de seres que se reconocen mutuamente.

El hombre no es hombre si no comparte el pan, la tierra, la cultura; en suma, si no comparte la vida con su semejante. “El individuo que rechaza el nexo social, la relación con el otro, dice Marc Augé, ya está simbólicamente muerto”. Igual ocurre con las sociedades cuando se encierran entre muros y rehuyen la relación y el intercambio con los otros. Y en tiempos de hipercomunicación y de migraciones frecuentes es grave que esto ocurra. Peligroso, además.

Los hombres

Lo dicho. El hombre no puede aislarse sin arriesgar su propia condición. Es hombre porque es relación, parte de ese conjunto que la lengua de los españoles ha dado en llamar sociedad. El obispo Berkeley lo enunció magníficamente: “Ser es ser percibido”, dijo. No voy a ensayar aquí unas filosofadas que quizá el lector no consienta. Ni voy a recorrer los caminos siempre sospechados de la metafísica. Voy a decir que así como el hombre no puede pensarse sin una referencia que sea otro hombre, las sociedades no pueden transitar la historia sin espejarse en otras sociedades, sin sentir la suave aspereza de las otras culturas.

Cuando Moisés le preguntó a Dios por su nombre, Él le respondió: “Yo Soy El Que Soy”. Dice Borges que Dios no quiso decir su nombre porque quien poseyera la palabra que lo designa también le poseería a Él. Quizá. Yo conjeturo que al guardar su nombre, Dios no condescendió a ser hombre, no se avino a una relación que por fuerza lo hominizaría. Una lucubración que no viene de la filosofía, quizá sí de la mitología, pero que en cualquier caso nos pone sobre aviso de que ningún hombre es sin ser pensado. Se trata de comprender que la condición humana viene de la sociabilidad, y también que cada grupo social no puede pensarse sin una referencia universal. Sobre todo hoy, cuando los hombres, tras sortear las barreras de la naturaleza, tras saltar sobre los muros que ellos mismos construyeron, están aboliendo las fronteras inmateriales, las únicas que restan para que la familia humana sea sólo una.

Los muros I

Una ligera alusión a las barreras de la naturaleza y a los muros que edificaron los hombres nos permitirá visualizar mejor el tema. De océanos y montañas, de desiertos y otras arideces poco hay que decir: la geografía nos ilustra con holgura y la historia nos dice cómo los hombres sortearon esos obstáculos y se aplicaron afanosamente a construir otros, fruto de su industria.

Ignoro cuáles fueron las primeras barreras que hizo el hombre, pero la más emblemática de la antigüedad es la Gran Muralla China. Construida durante 1000 años a partir del siglo III a.C., recorre 7.300 km. de Este a Oeste. Esta obra consta de una serie de muros que protegían al imperio de los nómadas xiongnu de Mongolia y Manchuria.

El Muro de Adriano, de 117 km. de longitud, construido entre los años 122 y 132 d.C. para defender al territorio britano de los pictos, resultó inútil y otra muralla, la de Antonino Pío, fue la que cumplió ese propósito. Y con el nombre de Danevirke se conoce la muralla danesa de 30 km. que en el año 808 empezó a construir el rey Godfredo para defenderse de los francos.

El llamado Muro de Berlín (o de protección antifacista, en la versión RDA), de unos 150 km. de longitud, separó a ambas Alemanias durante 27 años. Primero de alambre de púas, luego fue de concreto con tela metálica, alarmas, trincheras, trescientas torres de vigilancia y treinta bunkers.

En 1983 comenzó a construirse la Muralla Marroquí, un conjunto de ocho estructuras que suman 2500 km. con bunkers y campos minados, para proteger los territorios ocupados por aquel país. También en África, la Valla de Ceuta fue construida por España con alambre de dos filos a un costo de 30 millones de euros.

El muro que Estados Unidos construyó en su frontera con México, ornado con 3000 cruces que recuerdan a otras tantas personas que perdieron su vida al intentar cruzarlo, discurre a lo largo de la frontera Tijuana-San Diego con bardas de contención, iluminación, detectores electrónicos, sensores y equipos de visión nocturna. Un sistema de comunicaciones y una flota de helicópteros artillados completa la barrera.

Y el Muro de Cisjordania (barrera de seguridad, en la nomenclatura israelí) está haciéndose hoy mismo con vallas, alambradas y tramos de hormigón de hasta siete metros de altura. Un severo control militar y sofisticados sistemas de reaseguro completan el sistema.

Otros muros se han construido aquí y allá, pero en homenaje a la brevedad omito su mención.

Los muros II

Con parecidas justificaciones pero con recursos diferentes, las sociedades modernas levantan nuevas barreras para separar a unos hombres de otros. Son las barreras electromagnéticas, informáticas y arancelarias que no pueden derribarse con las armas de antaño. Son los escudos comunicacionales que travisten los acontecimientos, las espías informáticas que todo lo exponen ante los ojos del amo. Esta clase de muros es invisible a los ojos, pero al igual que los otros pretende parcelar el universo humano. Esta clase de muros, que en algunos casos coexiste con los otros, quiere abolir las libertades que la humanidad conquistó a partir de la Revolución Francesa, y los derechos sociales que con tanto esfuerzo se impusieron a lo largo del siglo XX.

Guerra de las galaxias, subsidios agroindustriales, embargos y bloqueos comerciales, operaciones de dumping y endeudamiento forzado, son algunas de las formas en que se manifiesta esta clase de amurallamiento posmoderno. Aún más: el desarrollo simultáneo de los medios de comunicación masiva y de las disciplinas vinculadas al psiquismo humano, hoy permiten inducir las conductas y forzar los hábitos de las sociedades, de manera de orientarlas en una dirección contraria a sus propios intereses. Sofisticaciones que permite el desarrollo de la tecnociencia y que, en último análisis, obran sobre las sociedades como los antiguos muros. Los más de siete mil kilómetros de la Gran Muralla China no rodean el mundo. Las barreras comunicacionales, sí.

Paradoja

¿Cómo puede una humanidad ilustrada edificar su morada y, al mismo tiempo, alentar el encono en los extramuros? ¿Cómo el tener se ha vuelto preeminente sobre el ser, la posesión más importante que la condición? ¿Qué nos hace pensar que las diferencias que quieren consagrar los muros priman sobre las semejanzas que nos anuncia nuestra naturaleza?

Quizá pueda argüirse que el universo humano (y, entonces, sobrehumano y subhumano) siempre fue categorizado, escalafonado. Sobre el hombre estaban los dioses y semidioses, los espíritus de los ancestros, los elementos de la naturaleza, los seres que creaba la cosmogonía; y por debajo estaban las otras especies y también los congéneres menos dotados para el trabajo, para la guerra, para el entendimiento. Quizá estas cosas le han llevado al hombre y a las sociedades a segregarse. No lo sé. Y porque no lo sé, sólo puedo mirarlo como una paradoja.

En cualquier caso, de todas las paradojas ninguna remeda la de los muros. Desde Zenón de Elea hasta Schrödinger, todos pueden explicar esta clase de proposiciones. Pero los hombres que levantan muros de una y otra clase, no. De las contradicciones que mueven la historia de la humanidad, ninguna es tan malévola como la de los muros. Los muros, esas cosas hechas con tanto afán, son, en efecto, la gran paradoja que la humanidad no ha podido resolver todavía.

* Si bien este trabajo no fue publicado en Heráclito Filosofía y Arte sino en otros medios de lengua hispana, creemos que puede ser de interés para los lectores.


Sócrates y la sabiduría

Fragmentos tomados de Platón, Apología de Sócrates, Ed. Espasa-Calpe, Buenos Aires 1947, pp. 26 a 29. La versión castellana es de Tomás Meabe.

Y bien, Sócrates –me dirá sin duda alguno de entre vosotros- entonces ¿qué es lo que tú haces? ¿De dónde vienen esas calumnias que se han difundido contra ti? Porque si no hicieras nada más ni de distinta manera que los otros, nunca se hubiera hablado tanto de tu persona ni se hubiera hecho tanto ruido. Dinos, pues, en qué consiste ésto, a fin de que no formemos un juicio temerario contra ti.

No puede haber lenguaje más justo, y voy a esforzarme en explicaros lo que me ha creado la reputación que tengo, levantando contra mí a la calumnia. Escuchad, pues: algunos se creerán quizás que no hablo en serio; pero estad seguros de que no he de deciros sino la verdad, la verdad lisa y llana. La reputación que he adquirido viene, en efecto, de cierta sabiduría que hay en mí. ¿Qué clase de sabiduría? Tal vez no sea sino puramente humana; y corro gran peligro de no ser sabio sino en esta sabiduría, mientras que la de los sabios que digo es mucho más que humana. No me es dado hablar de ella, pues que no la tengo; y si alguien me la atribuye, engaña y lo que busca es calumniarme. Pero, os lo suplico, atenienses, no os indigneis contra mí si lo que voy a deciros os parece de una arrogancia extrema. No son palabras mías las que vais a oir sino que las remitiré a quien las ha pronunciado y que merece toda vuestra confianza. Os daré por garante de mi sabiduría, si es que tengo alguna, fuera la que fuere, el dios que es adorado en Delfos. Creo que habréis conocido a Cherefón: era mi amigo de infancia y amigo de la mayoría de vosotros (...), un día que fue a Delfos se atrevió a preguntar al oráculo –y os pido una vez más, atenienses, que no prorrumpáis en murmullos-; le preguntó si había en el mundo algún hombre más sabio que yo. La pitia respondió que ninguno. Cherefón ha muerto; su hermano, aquí presente, os certificará lo que os digo.

(...) ¿Qué quiere decir el dios? ¿Cuál es el sentido que ocultan sus palabras? Porque sabiduría no la tengo ni pequeña ni grande. ¿Qué es entonces lo que quiere decir declarándome el más sabio de los hombres? Porque mentir, no miente; no puede mentir un dios.

Largo tiempo estuve lleno de perplejidad tocante al sentido del oráculo; hasta que por fin, después de muchas incertidumbres, el deseo que tenía de conocer la intención del dios me hizo adoptar el partido que vais a oir.

Me fui a casa de uno de nuestros conciudadanos, que pasa por sabio, a espera de que allí, mejor que en parte alguna, podría convencer de falsedad al oráculo y decirle:

Tú has declarado que soy el más sabio de los hombres y sin embargo, éste lo es más que yo.
Con que examinando a este hombre (...) encontré que pasaba por sabio a los ojos de casi todos los hombres, sobre todo a los suyos, y que no lo era. Me esforcé enseguida por demostrarle que se creía sabio, pero que se engañaba. Y he aquí lo que me hizo odioso a este hombre y a varios otros que allí había. Después de separarme de él, razoné dentro de mí de esta manera:

Yo soy más sabio que este hombre. Puede que ninguno de los dos sepa nada de bello ni de bueno; pero él cree que sabe algo. Paréceme, pues, que soy algo más sabio, cuando menos en que yo no creo saber lo que no sé.

De allí me fui a casa de otros de los que pasaban por ser todavía más sabios que el primero y me encontré con lo mismo, atrayéndome un rencor más, y el rencor de muchas otras personas.

H 20 – 13.10.2000
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Yo ciertamente no tengo cosa alguna por buena, menos la suavidad de los licores, los deleites de Venus, las dulzuras que percibe el oído y las bellezas que goza la vista”.

Epicuro

Filósofo griego nacido en Samos en –341 y muerto en Atenas en –271, fundó en –306 una escuela filosófica llamada Jardín de Epicuro. Prolífico escritor, sus volúmenes excedieron de 300.

Clasificó la filosofía en tres partes, a saber: canónica, física y ética, siendo la primera la que se ocupaba de la lógica y la teoría del conocimiento. Para Epicuro la base de todo conocimiento es la evidencia de la percepción a través de los sentidos, siendo verdaderas todas ellas. En física coincidía enteramente con la teoría atómica de Demócrito, y en ética era seguidor de los cirenaicos, que consideraban el placer como objetivo de la vida y la única fuente de felicidad.

En definitiva, es el de este filósofo un refinado egoísmo que procura el placer excento de todo dolor. Bueno es desdeñar algunas versiones que en nada honran al epicureísmo como escuela filosófica.

Fuente: Espasa Calpe, T. III, 1957.
H 20 – 13.10.2000
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Un cuento sufi

La olla tuvo cría

Fue para cocinar pilav* que cierta vez Nasreddín pidió a su vecina que le prestara una olla grande, a lo que ésta accedió, entregándosela prestamente.

Transcurrido un breve tiempo, Nasreddín le devolvió la olla a su vecina, quien al destaparla comprobó que dentro tenía otra olla, pero más pequeña. Sorprendida, inquirió al Maestro por ello, a lo que éste contestó: “Es que... tuvo cría”. Complacida, la mujer guardó para sí ambas ollas.

Transcurrido un mes, Nasreddín volvió a pedir a su vecina la misma olla en préstamo, accediendo feliz la señora, quizás con la secreta esperanza de una nueva parición. Pero no fue así, porque corrían las semanas y la olla no era devuelta.

Ya ansiosa por la tardanza, la vecina se apersonó en la casa del Maestro y le recordó que aún no le había devuelto lo prestado.

La olla..., ah sí –recordó Nasreddín- pues, murió”.

Indignadísima, la mujer reprochó al que eso había dicho, advirtiéndole que no le tomara por tonta. “¿Cómo puede morir una olla?”, preguntó con indisimulado fastidio.

Con la serenidad que le era propia, Nasreddín contestó: “Si pudiste creer que esa olla tuvo cría, ¿qué te impide creer también que ahora ha muerto?”

Mediante la sátira el cuento reprocha la fragmentación del conocimiento y la experiencia, sazonando el relato con un dejo de animismo malicioso. Los diálogos y las reflexiones en el sufismo no tienen rigor alguno, como acontece entre los griegos antiguos o entre los racionalistas modernos. Pero las consecuencias que devienen de ellos no son menos relevantes. Las ollas no nacen ni mueren, lo sabemos. Pero ignoramos la verdadera relación del hombre con su entorno. E. D.

* Plato típico del Medio Oriente elaborado a base de arroz.
H 18 – 29.09.2000