Heráclito 2

El trabajo, como acción del hombre que procura su subsistencia, es retribuido con dinero. Se trata de establecer si puede ser concebida una forma de trabajo humano donde esa relación no exista y si tal concepción puede ser llevada a la práctica en lo personal y en lo colectivo. De ser ello posible, al valorarse el trabajo humano con independencia de su resultado dinerario, se habrá abolido la explotación de unos hombres por otros, se habrá desacralizado el dinero y el hombre habrá iniciado el camino de su redención.

El hombre y el dinero

Eduardo Dermardirossian

1 – Lo dicho: se trata de establecer cuál es la naturaleza del dinero y también se trata de establecer cuál es la naturaleza del trabajo humano. Y se trata de establecer, finalmente, si es necesario que el trabajo humano, en su sentido propio, sea retribuido con dinero. Inquirir sobre estos asuntos requiere una actitud despojada de condicionantes dogmáticos. Y requiere, también, de esa particular pasión que sólo deviene del deseo de conocer la verdad. Sean los lectores, a partir de ahora, quienes digan si he emprendido el camino adecuado para alcanzar tan inmodesto propósito.

1.1 - El dinero es el símbolo del valor. En la antigüedad las cosas valían según la necesidad que el hombre tenía de ellas. Luego las cosas adquirieron un valor relativo o de cambio, esto es, valieron en relación a otras cosas. Una cabra por diez alforjas de trigo. Finalmente sobrevino el metal acuñado o el documento emanado del mercader o del soberano, al que le fue asignado un valor con el cual se relacionaron todas las cosas: había nacido el dinero. A partir de entonces el dinero fue la medida de todas las cosas y también el instrumento apto para poseerlas. Quien tenía el dinero podía tener las cosas y podía, también, tener el trabajo ajeno. Y con el dinero había nacido, así, el poder.

1.2 – Puede mirarse el asunto desde otro ángulo: el dinero es el símbolo del valor y el valor es el justiprecio del trabajo humano. El hombre participa de una condición diferente a la de los otros seres, una condición superior por estar dotado de inteligencia y de alma espiritual. La humana es la única especie que tiene noción de lo sobrenatural y que se propone un futuro, procurando edificarlo según sus anhelos. Esto le da al hombre la conciencia de su sacralidad. El hombre es sagrado, lo es para las religiones y lo es más allá de las religiones. Y al ser sagrado es también sagrado su trabajo. De ello deviene para algunos –para muchos- la consecuencia obvia de que entonces es sagrado asimismo el símbolo de ese trabajo: el dinero. La íntima convicción de la sacralidad del dinero no necesita ser demostrada. Ahí está, a ojos vista. Y toda discusión a su respecto es ociosa.

2 – Así entendido el trabajo humano, carecen de sustento las otras teorías sobre el valor. Rareza, oferta y demanda, necesidad, convención social, etcétera. Nada le asigna valor a las cosas sino el trabajo humano, entendido éste en su sentido lato. Y ya es tiempo de preguntarse qué es el trabajo humano. No intentaré aquí definir el concepto porque puedo incurrir en malformaciones dogmáticas. Diré, sí, que el trabajo participa de la naturaleza humana por ser su manifestación más conspicua. Diré, también, que dos modos tiene el hombre de preservarse como especie: su reproducción y su trabajo. El hombre ha de reproducirse y ha de trabajar para durar sobre la faz de la tierra. Quizás esa, y sólo esa, sea la inmortalidad que alguna vez le fue prometida al hombre. En tal sentido digo que el hombre es sagrado. Y que también es sagrado su trabajo.

3 – Desconozco que alguna vez haya sido escrita una historia del trabajo humano que no responda a particulares intereses ideológicos. Entretanto me ocupo de indagarlo, vale la pena recorrer someramente las distintas etapas vividas por la especie humana en relación a su trabajo.

3.1 – Se dice que en el principio el hombre procuró su alimento mediante la recolección de frutos y la caza de animales. Este hombre recolector fue necesariamente nómada y por entonces eran inexistentes la propiedad de la tierra y las relaciones de producción. Los bienes susceptibles de posesión se limitaban a los rudimentos para la caza, a las pieles para abrigo y a los alimentos colectados. Los estudios antropológicos han establecido que aquellos hombres primeros conocieron la posesión de sus abrigos y de sus armas, pero compartieron los alimentos.

3.2 – No poca fue la evolución que significó para el hombre el transformarse en sedentario por el cultivo del suelo, porque entonces aparecieron los instrumentos de labranza y la posesión de la tierra. Pero esa primera posesión fue de carácter colectivo: era el grupo, el clan el poseedor de la tierra, que desde entonces se aplicó a la agricultura y a apacentar el ganado. Y ya estamos hablando de una sociedad colectivista.

3.3 – Ulteriormente el hombre manufacturó sus utensilios y sus ropas a partir de fibras animales y vegetales y trabajó el cuero y otros insumos. Así es como devino artesano y manufacturero. Es en esta etapa de su evolución que el hombre se apropió de los bienes muebles e inmuebles y comenzó el desarrollo del individuo propiamente dicho. Individuo que al apropiarse de los bienes excluyó a todo otro de la apropiación y disfrute de los mismos. Habían nacido, sí, los rudimentos del Estado y también del dinero. Y progresivamente irá asomando la sociedad feudal. La esclavitud irá dando paso a la servidumbre y algunos derechos inherentes a la personalidad irán reconociéndosele a los estamentos bajos de la sociedad. Para entonces la humanidad ya conocía la concentración de riquezas a manos de algunos de sus integrantes y del Estado.

3.4 – Desde luego es más reciente la invención y aplicación de las máquinas a la producción de bienes, y su consecuencia la pronunciada concentración de la riqueza en menoscabo de las grandes mayorías. En esta instancia todo el trabajo humano se concentró en su símbolo, el dinero, que produjo el fenómeno de la identificación del poder real con el poder formal. El principio liberal de la igualdad ante la ley no morigeró la despareja distribución del dinero sino, antes bien, la acentuó. Es la madurez del capitalismo post revolución industrial.

3.5 – Pero los procesos de producción han de sufrir todavía una nueva revolución. Será ahora el turno de la revolución tecnológica, que mediante la robotización expulsará mano de obra con sus obvias consecuencias de ociosidad y devaluación del trabajo humano. Las riquezas ya concentradas en la etapa capitalista volverán a reconcentrarse, las relaciones económicas se desarrollarán en el ámbito planetario y por momentos resultará arduo decir si determinados procesos serán el resultado de la voluntad de los Estados o de las hiperconcentraciones de riquezas. El dinero, que según vimos es trabajo humano acumulado, es sacralizado en esta etapa como nunca antes.

3.6 – Si bien los sistemas políticos han prometido un futuro esperanzador para el hombre, no han dicho aún cuál sea el destino del trabajo humano. Las teorías liberales y sobre todo su praxis en las sociedades capitalistas, muestran una continua mutación en desmedro del trabajo. Por su parte el socialismo científico, llevado a la práctica en las sociedades comunistas del siglo pasado, no ha podido sostenerse sobre sus pies y el reconocimiento mas o menos igualitario del trabajo humano no ha dejado resultados que morigeren los rigores del mundo unipolar de nuestros días. Pareciera ser, pues, que las experiencias habidas no han logrado dar respuestas al hombre en punto a la valoración de su trabajo.

4 – Ya fue dicho que el trabajo participa de la condición humana y que, por lo tanto, está consagrado a la subsistencia de la especie. Trascendencia biológica o metafísica, no lo sé. Pero es cierto que el trabajo del hombre participa de una condición bien diferente, infinitamente más relevante que otras actividades suyas. Podemos divergir acerca de la importancia que la cultura tiene en la vida humana, pero no podemos cuestionar seriamente la importancia que tiene el trabajo en la preservación del hombre.

4.1 – En tal sentido, es obvio que no existe una relación necesaria entre trabajo humano y dinero. El trabajo –lo dije- participa de la condición humana. El dinero no. El dinero es aquella invención que, simbolizando el valor del trabajo humano, permite acopiarlo sin que se degrade por causa del tiempo o de su propia naturaleza. Puede, conceptualmente, considerarse el trabajo con entera independencia del dinero. Huelgan los ejemplos.

4.2 – Utopía: ¿puede ser concebido un mundo habitado por hombres adonde no exista el dinero?*. Porque de ser ello posible quedaría abolida la explotación de unos hombres por otros, al tiempo que la humanidad en su conjunto aplicaría toda su energía a los menesteres propios de su condición, aproximándose así a la meta de su felicidad. Quizás por ahí transite el camino hacia una nueva sociedad humana.

* En cierta oportunidad, entre filosofadas y chanzas que gastábamos entre amigos, dije que estaba a punto de hacer un anuncio tan relevante como establecer las diferencias habidas entre el Paraíso y la tierra. Dije entonces que ahí, como aquí, todo era del modo que conocemos, pero con una única diferencia: ahí no existe el dinero. Tan importante es esa diferencia –dije- que no ha menester otro requisito para que la humanidad sea feliz. Luego, ésta idea la incorporé en algunas de mis fantasías y reflexiones. Mero divertimento. Pero es mi opinión que aun en ese carácter puede ser ilustrativo. Sabemos los hombres que moriremos inevitablemente. Pero, paradójicamente, es porque resistimos a esa muerte inevitable que impulsamos el motor de nuestra vida. Similarmente, la conciencia que podamos tomar de que sólo el trabajo humano es sagrado y de que el dinero no participa de esa condición, podrá redimirnos a los hombres de la más feroz esclavitud que la especie humana ha conocido. Y que es la esclavitud del dinero.
Especial para Heráclito.
H 4 – 23.06.2000


Sobre "El hombre y el dinero"

Carta de lector 1

Señor Director:

Leí con particular interés la nota titulada El hombre y el dinero, de la que usted es autor. En la misma se desarrolla toda una teoría acerca del bien y del mal y de lo que, a su entender, debería ocurrir para remediar los padecimientos de los hombres. Se propone la abolición del dinero, tal como lo hizo Tomas Moro en su libro “Utopía” y se postula que el trabajo humano es sagrado.

Comparto sus aspiraciones y me parece correcto el análisis que hace del trabajo humano. El estudio acierta al decir que sólo éste le asigna valor a las cosas y que el dinero simboliza ese valor, permitiendo apropiarse así del esfuerzo del otro. Pero aquí pregunto: ¿Qué debe hacerse en la práctica para que esa situación sea remediada? El liberalismo nos propone la propiedad privada y el libre juego del mercado, hoy globalizado y sin control, el socialismo propone la propiedad colectiva y la planificación de toda actividad económica. Uno y otro tienen fallos y aciertos, la URSS y el comunismo europeo se desmoronaron sin dejar resultados favorables y el neoliberalismo globalizado hace estragos entre los menos favorecidos por la distribución de la riqueza sobre el planeta. Y en medio de esta situación usted propone la abolición del dinero. Me gusta su propuesta, pero díganos también cómo se hace eso.

Lo felicito por la calidad del material que publican y por la original propuesta de llegar con un tema de reflexión cada semana.

Mariano Oteiza Villamil
México D.F.

H 5 – 30.06.2000


Sobre "El hombre y el dinero"

Carta de lector 2

Amigo Dermardirossian:

Creo que el día que podamos hacer desaparecer el dinero como modalidad de pago, enseguida y automáticamente aparecería una nueva forma de retribución. Porque desde tiempos inmemoriales llevamos dentro nuestro la necesidad de pagar de alguna manera la cosa obtenida. La idea y práctica del sacrificio en la antigüedad tiene relación directa con esto: inmolar a un ser querido para obtener lo deseado. También la naturaleza nos enseña lo mismo: sembrar para cosechar; alimentar a los animales para que trabajen para nuestro beneficio; ir al mar para pescar, ¡que los peces no vienen solos! Dondequiera que miremos, reina -prosaica y banal- la ley del “tome y traiga”. Hasta los dioses que hemos concebido nos prometen -a cambio de nuestra devoción- ovejas, tierras, reinos, montañas de pilav, ríos de miel, huríes o el kit completo del Paraíso.

Sintetizando: el ser humano también obedece a las leyes electromagnéticas, eligiendo siempre el camino más corto, el de menor esfuerzo posible para obtener el mayor provecho. Justamente, ésta característica lo hace esclavo de sus creaciones. Tal el tema de nuestra charla, el dinero, que sin dejar de ser un medio, se ha transformado en objetivo, siervo y soberano a la vez.

Querido amigo: quise saludarlo y felicitarlo por la edición de Heráclito y me perdí en este tema laberíntico del dinero. Tema que no agotarían miles de libros o, en nuestro caso, billones de bits.

Un saludo afectuoso.

Antranik Mouratian
Buenos Aires, Argentina

H 12 – 18.08.2000


Sobre "El hombre y el dinero"

Carta de lector 3

Estimado Eduardo Dermardirossian:

El otro día entré al Café Filosófico Heráclito y vi que en una de las "mesas" aún se hablaba sobre el dinero y sobre la posibilidad que usted imaginó de que el hombre pudiera prescindir de él.
Acerqué mi silla a esa mesa y me quedé pensando nuevamente. Dice usted que el hombre es sagrado y también lo es su trabajo. Agrega que quizá esa, y sólo esa, sea la inmortalidad que alguna vez le fue prometida al hombre. Creo que la inmortalidad prometida al hombre va más allá de su trabajo y no sólo se relaciona con él, y creo que el trabajo fortalece el espíritu humano. Estoy totalmente de acuerdo con usted en que el dinero es sacralizado en esta etapa como nunca antes y, como apunta el lector Mouratian, ha dejado de ser un medio para convertirse en un objetivo y esta característica hace no sólo que sea casi imposible en este momento de la civilización eliminarlo, sino que parecería que su conversión a objetivo ha cambiado los valores y la forma de vida.

Recuerdo, no sin emoción, la historia de familias enteras que se dedicaban a un mismo oficio, que fabricaban y vendían productos perdurables que los enorgullecían, y que luego, juntamente con el buen nombre, dejarían a sus hijos. O aquel que realizaba su trabajo a conciencia, pues esa era su vocación, su fin y también su honor. Algunos quedarán, pero por lo general hoy vemos cómo se trabaja, se fabrica y se prestan servicios para obtener dinero; no tiene tanta importancia que el producto creado o el servicio prestado sean buenos, como que reditúen.

Es así como se ha perdido la calidad y la perdurabilidad. Es así como llegamos a una época de productos descartables que ya no reflejan en sí mismos el trabajo involucrado; el dinero manda y manda mal y es así como se hace difícil eliminar el "fin en si mismo".

No pierdo las esperanzas en un cambio de valores y en una vuelta al trabajo como fin, en un cambio de visión de las empresas para que busquen no sólo captar una clientela que les dé beneficios, sino que su fin también sea perseguir la excelencia en el servicio y, de esa manera, lograr el favor del cliente. Recién en ese momento podremos volver a considerar al dinero como un medio y quizás sí podremos cumplir con su utopía.

Lo saluda atentamente.

Amy Estevez
Buenos Aires, Argentina

H 13 – 25.08.2000



Para que los asuntos sometidos a la Justicia no sean objeto de pre-juzgamiento por parte de los medios de prensa y de la opinión pública.

La lógica de los problemas humanos

Luis Recaséns Siches*

[...] 2 + 2 suman 4. Ésta es la verdad válida. La única verdad válida. Si alguien dice que 2 + 2 suman 3 y medio, eso es rotundamente falso. Como es igualmente el decir que 2 + 2 suman 4 y cuarto.

Ahora bien, imagínese el lector un problema jurídico o un problema político. Veamos primero un ejemplo en el campo del Derecho: supongamos que ha tenido lugar un proceso penal, que se llevó a cabo un juicio, y que el tribunal condenó al acusado a una pena de cuatro años y cinco meses de prisión. Examinamos el proceso en todo su desarrollo, en todos sus detalles, en todas sus etapas y, especialmente el fallo, a la luz del Derecho positivo vigente; y después de tal análisis nos sentimos satisfechos, creemos sinceramente que el fallo dictado por el tribunal se acomoda a las reglas jurídicas en vigor, y que el juicio fue sustanciado impecablemente de acuerdo con los preceptos procesales. Imaginemos además que examinamos el mismo caso a la luz de unos criterios de axiología jurídica, y que, desde el punto de vista de éstos, el fallo nos parece igualmente correcto. Pero ahora formulo la siguiente pregunta: ¿y si el tribunal hubiese condenado al acusado a una pena de prisión de cuatro años y cuatro meses y medio, reputaríamos la sentencia contraria a derecho u opuesta a la justicia? ¿Y si el tribunal lo hubiera condenado a cuatro años y cinco meses y medio de prisión, rechazaríamos por contraria a derecho o por injusta esa sentencia? Este ejemplo aclara elocuentemente que en materia jurídica –lo mismo que en problemas políticos, domésticos, etc.- no hay “una” verdad, y que cualquier otro intento de aserto haya de ser necesariamente falso. No se trata de verdad y falsedad. Lo que hay, lo único que puede haber, son soluciones relativamente mejores que otras, más prudentes que otras, más adecuadas que otras, más justas que otras.

Pensemos además que la inmensa mayoría de las controversias jurídicas –así como de las discusiones políticas y de las que versan sobre problemas económicos, o de otro tipo de relaciones interhumanas- no hay “una” verdad que salte a primera vista. En primer lugar, hay que rectificar el empleo de la palabra “verdad”, porque tal vocablo es por entero inadecuado en relación con esos problemas. Tales problemas no son jamás problemas de verdad o de falsedad: son problemas que deben ser juzgados a la luz de otros valores: morales, políticos, jurídicos, de decoro, de conveniencia, de utilidad, etc. Y en las áreas cubiertas o regidas por tales valores no hay “exactitud”, no hay “univocidad”, no hay divisiones tajantes. Si los términos de una controversia jurídica apareciesen a primera vista, o pudiesen ser demostrados mediante deducciones, con la evidencia que caracteriza al pensamiento matemático, no habría pleitos. Sólo un demente podría promover un pleito con la pretensión de que se declarase de que 2 + 2 suman 5.

Lo mismo acontece respecto de los problemas políticos. En los Estados civilizados, no habría la necesidad de que existiese un parlamento en el que se deliberase, en el que se discutiera en busca de la solución mejor; y en los Estados dictatoriales, el mandamás no necesitaría consejeros. A este respecto, recuerdo que el jusfilósofo francés Michel Villey escribía, precisamente en 1961, respecto del Derecho natural –pero lo mismo cabría decir en lo que atañe a otros muchos asuntos relativos a la conducta humana: uno de los axiomas capitales del Derecho natural... es que el derecho no puede jamás adquirir la forma deductiva ni la necesidad de una ciencia; in negotiis humanis non potest haberi demonstrativa probatio; se trata de un asunto de la prudencia, de esa investigación flexible que se ejerce en el reino de lo contingente.

* Fragmento del ensayo que bajo el mismo título fue publicado en Dianoia anuario de filosofía, 1964, pp 31 y 32, del Fondo de Cultura Económica, México D.F.
H 7 – 14.07.2000



Fragmento de una entrevista a Giovanni Arrighi

David Calzado

Arrighi es profesor de Sociolgía de la John Hopkins University de Baltimore y director del Global Studies in Culture. Es autor y coautor de numerosos libros, entre los cuales destacan “Movimientos antisistémicos”, “La geometría del imperialismo” y “Dinámica de la crisis global”. En su último libro, “El largo siglo XX” (Editorial Akal), premiado por la American Sociological Association, sintetiza teoría social, historia comparativa y narración histórica en el análisis de las estructuras y de los protagonistas que han conformado el curso de la historia mundial durante el último milenio. Arrighi analiza los puntos hegemónicos de poder financiero en los últimos siglos y concluye que las desigualdades entre los pueblos van unidas siempre a las preponderancias de unos países sobre otros.

Entrevistador: Para usted la tecnología es más un problema que una solución. ¿Se está mintiendo a los países del sur a los que se les vende Internet y la globalización como las panaceas para salir de la pobreza?

Arrighi: Las soluciones son siempre sociológicas y no tecnológicas. El teléfono o el telégrafo fueron innovaciones mucho más revolucionarias que Internet, incluso desde el punto de vista financiero, pero no resolvieron ninguno de los problemas humanos del momento. Cuando pusieron el cable trasatlántico las bolsas de Chicago, New York, Londres y Melburne estaban conectadas en tiempo prácticamente real. Internet sólo es una forma tecnológica que permite mayores intercambios que antes y a gran velocidad. El problema es que algunas de las nuevas tecnologías se convierten incluso en tecnologías de destrucción. Hay que afrontar problemas tecnológicos fundamentales para la construcción de la paz y el bienestar para todos a nivel mundial.

Entrevistador: Usted ha afirmado que la estupidez humana no tiene límites a pesar de vivir en la sociedad de la información.

Arrighi: Con esta nueva economía de las tecnologías, que predica que todo es nuevo y que lo pasado no hay necesidad de conocerlo, se desarrolla una gran ignorancia. La sociedad de la información en la que vivimos es una de las más ignorantes de la historia donde se confunde información y conocimiento. Está demostrado que se puede tener una gran cantidad de información y ser un ignorante. Demasiada información lleva a la indigestión. De ahí la confusión y la idiotez. El conocimiento es un proceso sobre cómo se transforma la información en una mejor comprensión del mundo. Es un problema de miopía. Los países ricos no saben contemplar el mundo a largo plazo como unidad.

H 11 – 11.08.2000



Brevísimo cuento sufi
El Maestro Nasreddin cargó trabajosamente una pesada bolsa de arroz sobre su hombro, luego montó en su burro y partió.

Con algunas variantes escuché este relato de mis mayores. En el sufismo el rigor racional es infrecuente: allí donde los occidentales hacen un cálculo de suma y resta, ellos descubren escondrijos y sutilezas que nos son ajenos.

Atrévase el lector a la cosmovisión de Oriente. Atrévase a visitar las fábulas de este místico y humorista y de seguro obtendrá provecho.


H 11 – 11.08.2000