Heráclito 1

Gracias

Nuestra primera palabra es de agradecimiento a la Secretaría de Cultura del Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires que nos dio su auspicio institucional y luego su aliento moral. También al Centro Cultural Borges por su auspicio y acogida.

Procuraremos merecer su confianza. Y también procuraremos merecer el favor de los lectores.

Desde ahora aquí estaremos. Nuevamente.

El Director

H 1 – 02.06.2000



Carta a un nonato

Señor Director:

He sido sorprendido por usted. Invitado a escribir una carta de lector prenatal, lo he aceptado como un privilegio. Como quien acude impensadamente al advenimiento de un niño en el vagón de un ferrocarril en marcha.

Esta publicación, que paradójicamente ve la luz con el nombre del oscuro Heráclito, sin lectores todavía, claro, necesita de alguien que le escriba cuando apenas ha sido concebida. Y tal parece que me ha tocado hacerlo dada mi afición por la filosofía, a la que usted, Señor Director, malamente llama filosofada.

Bien está la publicación de un medio interactivo que a un tiempo se proponga la reflexión filosófica y la gustación estética. Porque filosofía y estética son, justamente, aquellos quehaceres cuyo desdén conduce al hombre por los tortuosos caminos que hoy transita. Y es esperanzador saber que hay quienes, como los progenitores de Heráclito, salen de los cenáculos a las calles recorrer el camino de la belleza y del pensamiento como utopía-carne de su propia existencia.

No he sido llamado para adular, bien lo sé. Permítaseme, entonces, congratularme por la iniciativa que han tenido y dar por descontado el interés de los lectores.

Roberto E. Amatruda
Buenos Aires, Argentina

H 1 – 02.06.2000



Café Filosófico

Unos cincuenta cafés filosóficos funcionan en la capital francesa y el gusto por ellos está extendiéndose a otras ciudades europeas. Ahí acuden las gentes para departir sobre filosofía y sobre las otras cosas centrales del hombre.

Es sabido que hasta los años ’50 y ’60 los cafés de las grandes ciudades reunían en sus mesas a los noctámbulos buscadores de la última ratio, oficio reemplazado ahora por el conocimiento libresco. Y no es que desdeñemos el saber que está impreso en letras negras sobre papel blanco. Nada de eso. Se trata –y por eso el ejemplo parisino- de sacudirnos el sedimento que tanto marketing ha depositado sobre nuestras testas y nuestros corazones para despertar nuevamente a aquella vieja pasión por la filosofía. Porque cada hombre y mujer es, por mitades, biología y filosofía, a no dudarlo.

Es por esto que desde Heráclito llamamos a reinaugurar la costumbre de filosofar en los bares, aún cuando en nuestro caso se trate de un bar virtual. Sin estridencias que no se corresponden con nuestro propósito, los aguardamos para iniciar este intercambio. Todos podrán participar de los debates y exponer temas de interés filosófico.

Café Filosófico Heráclito es el propósito de recuperar para el hombre moderno la saludable costumbre de filosofar. Quizás, ¿porqué no?, alguna vez nos miremos a los ojos y nos estrechemos las manos quienes ahora meditamos en la soledad de un teclado o frente a la insolente luminiscencia de un monitor.

H 1 – 02.06.2000



El imperio contraataca

Mario A. Villar*

Y si se le forzara a mirar hacia la luz misma ¿no le dolerían los ojos y trataría de eludirla, volviéndose hacia aquellas cosas que podía percibir, por considerar que éstas son realmente más claras que las que se le muestran?” Platón.

El Partenón, construido entre los años 447 y 432 a.C. por los arquitectos Ictino y Calícrates bajo la supervisión de Fidias, fue, en realidad, obra de Pericles, quien tuvo no pocas dificultades y disputas para convencer al pueblo ateniense de que debía realizarse, especialmente por el vasto presupuesto previsto para su ejecución. Sin embargo, gracias a su tenacidad dejó a la humanidad el más importante legado arquitectónico y artístico de la Antigua Grecia.

El monumento nuevamente es objeto de polémica debido a la negativa del gobierno inglés de restituir los mármoles que posee el Museo Británico. Estos son conocidos como mármoles de Elgin porque el personaje que se los apropió a principios del siglo XIX fue Thomas Bruce, séptimo Lord Elgin.

Lord Elgin era embajador británico ante el Imperio Otomano, en Constantinopla. Desde el año 1800 tuvo acceso a la Acrópolis y en 1802 comenzó a remover los mármoles que luego transportó por mar a Escocia, para usarlos como decoración en su nueva casa de campo. Giovanni Battista Lusieri, artista napolitano comisionado por el Rey de Nápoles para restaurar las antigüedades griegas en Agrigento, Sicilia, colaboró con el funcionario británico en la empresa de llevarse las obras escultóricas a Inglaterra, tarea que se desarrolló con algunas interrupciones hasta el año 1821, en que Lusieri murió y estalló la guerra de independencia de Grecia. También debe darse mérito en la empresa a William Richard Hamilton, secretario privado de Elgin, quien contrató a Lusieri.

Lord Elgin era un personaje muy apegado al arte griego. Lo demostró durante una visita a Delos en 1802, en que se llevó consigo un altar del templo que se encuentra actualmente en su casa familiar de Escocia. A su vez, parte de las obras colectadas por Elgin, que serían unas 253, fueron cortadas para facilitar su transporte.

La colección fue comprada por el Museo Británico en 1816. Hoy el museo se ampara en una legislación que data de 1753, la cual prohíbe que se desprenda de las obras originales, y también dice que en su momento se habrían obtenido los permisos legales para su exportación. Sin perjuicio de que la autoridad administrativa que intervino dependía del Imperio Otomano, es decir un gobierno de ocupación.

A su vez, existen serias dudas acerca de los alcances de la autorización. Según constancias documentales el permiso obtenido por Elgin no abarcaría la extracción de los mármoles; sólo habría logrado una autorización para circular libremente por la Acrópolis, que era usada como fortaleza militar, a fin de hacer moldes y copias de las esculturas. El documento, firmado por el sultán turco, ha desaparecido. Sólo se conserva una versión en italiano supuestamente hecha por el secretario de Elgin, cuya correspondencia con el original es dudosa.

Lord Elgin pagó su sacrilegio con una enfermedad degenerativa que le desfiguró la cara, al igual que los rostros de las figuras de los frisos griegos, perdió su honor debido a la infidelidad de su esposa, su ascendente carrera diplomática resultó trunca, perdió su asiento en la Cámara de los Lores y quedó casi en la bancarrota. Estas vicisitudes personales del autor del despojo no empecen que la controversia por los mármoles del Partenón constituye un hito en la historia de saqueos que sufrieron los países con gran patrimonio cultural, pero no favorecidos por la distribución de poder político y militar en el esquema mundial.

En un mundo en el que se pretende un estado de derecho sin fronteras territoriales, las irregularidades de la caza de tesoros no pueden soslayarse. Es de destacar que el simple hecho de llamarlos mármoles de Elgin es una forma de alterar su valor cultural, es como si lo que importase fuera quién lo tiene y no quién lo hizo. La marca del poder o del capital sobre la del arte.

Esta situación lleva a reflexionar sobre los llamados derechos humanos. Si un juez, como poder del Estado, puede defender los derechos humanos de ciudadanos de otros estados ¿no puede, acaso, defender el patrimonio cultural de la humanidad? ¿No es también un acto de lesa humanidad destruir un monumento histórico o no permitir su restauración pudiéndolo hacer? Los argumentos de la mejor conservación y del mayor acceso de público, esgrimidos por el Ministro de Cultura Británico, Chris Smith, en una declaración recogida por el diario El País de España del día 23 de noviembre de 1999, ¿son acaso suficientes como para reparar el hecho de que los mármoles fueron extraídos de su lugar de origen y del ámbito territorial, étnico y cultural que los creó? Es evidente que la posesión y la propiedad no son vocablos de idéntico significado.

Las declaraciones de arrepentimiento por eventos del pasado no son sino palabras a destiempo, un vano sonido en la marcha de la historia. No puede devolverse la vida de quienes sufrieron persecuciones religiosas, culturales o étnicas. Pero sí puede restaurarse un símbolo material de una cultura y deponer el de otra basada en la fuerza de los hechos. Sencillamente se trata de piezas de arte que integran una obra mayor, que fueron desgarradas de ella por personas que no poseían ningún título para hacerlo, al amparo de una supuesta autorización de un gobierno que carecía de legitimación, y luego vendidas al mejor postor por esa misma persona. El centro del debate no pasa por los títulos para explicar la posesión de los mármoles, aun cuando ellos fueran inobjetables; lo que debe analizarse es el significado de la falta de disposición del Reino Unido a reconocer un título superior, a reconocer que la época del imperio de la fuerza llegó a su término.

Tal como la cita de Platón que encabeza estas líneas, el gobierno inglés mira hacia la caverna. ¿Nosotros podemos hacer lo mismo?

El imperio contraataca con los mustios recuerdos de cuando sus cañones eran una verdad irrefutable, apegado a los despojos del naufragio en busca de una identidad perdida.

Bibliografía:
Biography of Lord Elgin, tomado del libro Loot The Heritage of Plunder de Russell Chamberlin,
http://www/.electroasylum.com/elgin/bio.html
Montanelli, Indro, Historia de los griegos, Plaza & Janes, Barcelona, 1995.
Stamatudi, Irini A. , LLM, The Law and ethics deriving from the Parthenon Marbles case, Web JCLI, 1997.
The Strange Case of Lord Elgin Nose; or, a study in the patology of Hellenism,
http://prometheus.cc.emory.edu/panels/5E/G.Woos.html)
Vranopoulus, Epaminondas, The Parthenon and The Elgin Marbles, Atenas, 1980.

* El autor es Fiscal General del Tribunal Oral en lo Penal Económico y profesor adjunto de Derecho Penal en la Universidad de Buenos Aires. Especial para Heráclito.
H 2 – 09.06.2000



A Heráclito, aún niño*

Son las artes y la ciencia
Las hijas que, predilectas,
El espíritu proyecta
Y al alma dan transparencia.
Heráclito es la vivencia
De quienes con hidalguía
Exponen en su utopía
Sus innatos pensamientos
En obras que son portento
En Arte y Filosofía

Manuel Ángel Luzardo
Venezuela

* El amable envío data de mediados del año 2000. Quizá hoy, cuando Heráclito es, además de adulto, redivivo, habría que cambiar el título. Gracias otra vez al poeta-lector (N. del E.).

H 2 – 09.06.2000



Entrevista a Rogelio Blanco Martínez

"La utopía sería aquel lugar donde nada ni nadie sea humillado”

Marta Caravantes
Madrid, España.

"Un mapa del mundo en el que no esté incluida la utopía no merece la pena ni mirarlo", decía Oscar Wilde. Sin embargo, denostada en los últimos tiempos por la primacía económica y científica, la utopía sobrevive con precariedad entre la difamación de los pragmáticos y la reivindicación de los idealistas. Rogelio Blanco Martínez, uno de los mayores estudiosos del pensamiento utópico en la cultura occidental, reivindica la imprescindible presencia de la utopía en la sociedad como motor del progreso humano. Doctor en Ciencias de la Educación, profesor de filosofía, escritor y ensayista, acaba de publicar La ciudad ausente (Akal) donde se analizan las definiciones y propuestas utópicas a lo largo de la historia. Para Rogelio Blanco, si el poeta griego Odiseo Elytis decía, "no compadezco al poeta sin público, sino al público sin poeta", hoy, más que a la utopía sin pueblo, deberíamos compadecer al pueblo sin utopías.

¿Cuál es la esencia del pensamiento utópico?

La utopía supone una ley de cambio, un planteamiento de rebeldía y de revolución, pero no es un fármaco remediador de todo. La utopía nunca es una visión edénica o paradisíaca, como se ha querido desvirtuar. La utopía es un viaje duro, un viaje a alguna parte y para emprenderlo es necesario que en el hombre se produzca una catarsis. Necesita despojarse de los ídolos que crea el poder y de todo aquello que le impide ser persona. Y, aunque la utopía casi siempre es obra de un autor o intelectual de clase acomodada, sólo refleja su esencia cuando es proyecto que cala en una colectividad. La utopía nunca puede ser individual.

¿Es una estrategia sutil del poder en los diversos periodos históricos desmontar las utopías del pensamiento humano?

Sí. Desde el poder se desprecia a la utopía y se intenta desvirtuar el anhelo radical inevitable del hombre de ser utópico, el ideal de progreso que siempre está presente en nuestras esperanzas. La utopía, como crítica a una realidad injusta, se convierte en molestia porque altera el statu quo. Para ello los organismos de dominación unifican poder y saber y utilizar los conocimientos a su favor. Intentan manipular al hombre al situarlo en un puente delimitado por las imágenes idílicas del pasado y un futuro irreal que no existe. Todo para alejarlo del análisis crítico de la realidad. En esa confusión premeditada unas veces se le dice "esto es lo mejor de lo posible; no aspires a más" y, otras veces, "seréis como dioses" en un paraíso futuro que no existe.

Algunos intelectuales hablan de la globalización como una utopía hecha realidad

Todo lo que el hombre quiere antes lo ensueña, decía María Zambrano. Pero, cuidado, porque como nos advirtió Goya, a veces "los sueños de la razón producen monstruos". Globalización y utopía no se corresponden, ya que la globalización exporta uniformidad y no responde al hombre escindido y a su diversidad. El mundo debe convertirse en un cruce de caminos, en un mestizaje continuo. Cada día tocamos toda la humanidad y todos los continentes. Desde la comida que consumimos, la ropa que llevamos o la música que escuchamos. Somos mestizos en todo y deudores de todas las culturas. Por eso, más que globalización, prefiero el concepto universalización, porque admite la pluralidad y la extensión del progreso humano.

¿No cree que las propuestas que ofrece la globalización despojan al hombre de su dimensión utópica?

Es cierto que nos alejamos del hombre utópico. En esta sociedad tecnológica se aspira a crear el hombre digital o cibernético, pero yo reivindico al homo quaerens, es decir, al hombre que interroga, porque de ahí nace la verdadera dimensión utópica. La sociedad y la filosofía deben recuperar el sentido inicial y primigenio de hacer preguntas.

¿Cuál cree que es el mayor perjuicio que el sistema neoliberal está causando a la sociedad?

El mayor crimen, el mayor homicidio contra el hombre es matar la esperanza, fagocitar su dimensión utópica y esperanzadora. Al fin y al cabo el hombre desde que nace empieza anhelar espacios de libertad y felicidad. Siempre que esos espacios se intenten coartar se estará eliminando la mayor dimensión de progreso de la sociedad.

¿Cuál es en su criterio la utopía más importante que el hombre ha logrado materializar?

La gran utopía en occidente es la democratización de la sociedad, aún con los sesgos e imperfecciones que conocemos. Retomar y llevar a la práctica los planteamientos teóricos griegos de intentar que el individuo sea persona.

¿Qué apuestas utópicas destacaría en este momento?

Las ONG en su conjunto están haciendo una labor importante, ya que demuestran como los grupos humanos tienen capacidad para organizarse y dar respuestas y alternativas a necesidades concretas. Pienso que la intelectualidad no está dando muestras de rebeldía, lo hacen más bien los grupos sociales, los ecologistas, los pacifistas y las ONG. Por ejemplo Europa, desde la muerte de los existencialistas franceses, tiene carencias en el ámbito intelectual. Esto es debido a que se ha centrado en dar respuestas, haciendo una mala copia de las ciencias aplicadas, y ha olvidado su carácter primigenio de cuestionar y plantear preguntas.

¿Cuál es la asignatura pendiente en la búsqueda de esa sociedad perfecta?

La modernidad arranca de la Revolución Francesa con un lema que abarca tres palabras: igualdad, libertad y fraternidad. De este trípode se han desarrollado dos elementos y uno siempre se ha olvidado. La libertad la han explicado los diversos liberalismos, aunque no con mucha fortuna; la igualdad la abanderaron los socialismos; pero a la fraternidad nunca se le ha dejado espacio; esa es la gran asignatura pendiente.

En su libro La ciudad ausente sostiene que el debate utópico debe ser fundamental dentro del debate político, sin embargo ¿no cree que por el contrario hay un exceso de pragmatismo?

Desde luego. Además en los debates políticos actuales se emplea la palabra utopía en un tono peyorativo y descalificatorio. Toda propuesta política debe tener una dimensión de tiempo y espacio, pero los políticos funcionan mediatizados, a corto plazo, con escasas aspiraciones. La utopía exige tiempo.

Después de la fecundidad utópica de los siglos XVIII y XIX, ¿por qué el siglo XX se convierte en el siglo de las utopías negativas o distopías?

Después de la revolución industrial, después del ingenuismo de los ilustrados racionalistas, que creían que con el hombre industrial se llegaría a un nuevo orden de justicia, después del triunfo del liberalismo y de algunos socialismos, se generalizó la convicción de que se estaba llegando a la sociedad ideal. La tragedia de las guerras mundiales y el terror de los fascismos provocó un gran desencanto que se manifiesta en las distopías representativas del siglo como Fahrenheit 451 de Bradbury, Un mundo feliz de Huxley o 1984 de Orwell.

Si el siglo XX es el de las distopías, ¿qué podemos esperar para el siglo XXI?

Creo que va a ser un momento histórico en el que el movimiento utópico va a tener mucha presencia, especialmente en los países del Sur. Al hombre no se le puede olvidar la capacidad de soñar. El gran anhelo del ser humano es ser feliz. Por eso creo que en esta época de crisis, cargada de desigualdades, de injusticia social, se generarán grandes utopías, grupos humanos e intelectuales que cuestionen el sistema y presenten alternativas.

¿Cómo sería esa "ciudad ausente" que materialice los anhelos utópicos del hombre?

La utopía, como decía María Zambrano, sería aquel lugar donde nada ni nadie sea humillado.

H 3 – 16.06.2000



Lecturas escogidas

Bertrand Russell

Ingresando en “El conocimiento humano *

Las páginas siguientes no están dirigidas sólo o principalmente a los filósofos profesionales, sino al público mucho más vasto que se interesa por cuestiones filosóficas, pero no desea o no puede dedicar más que un tiempo limitado a su consideración. Descartes, Leibniz, Locke y Hume escribieron para un público de esta clase, y juzgo infortunado que en los últimos ciento sesenta años, aproximadamente, se haya llegado a considerar la filosofía algo de carácter casi tan técnico como la matemática. Debe admitirse que la lógica es tan técnica como la matemática, pero sostengo que ella no forma parte de la filosofía. La filosofía propiamente dicha trata asuntos de interés para el público culto en general, y pierde mucho de su valor si sólo unos pocos profesionales pueden comprender lo que dicen los filósofos.

En este sentido he intentado abordar, lo más inteligiblemente que he podido, un tema de vasto alcance: ¿cómo es que los seres humanos, cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, logran, sin embargo, conocer tanto como conocen? ¿Es parcialmente ilusoria la creencia en nuestro conocimiento? Y si no es así, ¿qué conocemos de otra manera que por los sentidos? Puesto que en libros anteriores he abordado algunos aspectos de este problema, me veo obligado a repetir, en un contexto más amplio, el análisis de ciertos asuntos que ya he considerado en otras obras, pero he reducido tal repetición al mínimo compatible con mi propósito.

Una de las dificultades del tema que examino es que debemos emplear palabras comunes del lenguaje ordinario, tales como “creencia”, “verdad”, “conocimiento” y “percepción”. Puesto que estas palabras son vagas e imprecisas en su uso cotidiano, y puesto que no disponemos de palabras precisas para reemplazarlas, es inevitable que todo lo dicho en las primeras etapas de nuestra indagación resulte insatisfactorio desde el punto de vista al que esperamos llegar finalmente. El avance de nuestro conocimiento, suponiendo que tenga mos éxito, es como el de un viajero que se aproxima a una montaña en medio de la bruma: al principio, sólo distingue ciertos caracteres generales, y aún éstos tienen límites borrosos, pero gradualmente se hacen visibles más detalles, y los contornos se vuelven más nítidos. Del mismo modo, en nuestro examen, es imposible aclarar primero un problema para luego pasar a otro, pues la bruma circundante envuelve a todo por igual. En cada etapa, aunque concentremos la atención en un aspecto del problema, todas las partes tienen importancia, en mayor o menor medida. Las distintas palabras fundamentales que debemos usar se hallan todas conectadas unas con otras, y en tanto algunas sigan siendo vagas, las otras compartirán ese defecto, en mayor o menor grado. Se desprende de esto que lo dicho al comienzo puede requerir enmienda posterior. El Profeta declaró que, cuando dos textos del Corán parezcan incompatibles, debe considerarse como autorizado el más reciente, y quisiera que el lector aplicase un concepto similar a la interpretación de lo que en este libro se dice...

El propósito central de este libro es examinar la relación entre la experiencia individial y el cuerpo general del conocimiento científico. Se da por sentado que debe aceptarse el conocimiento científico, en sus líneas generales. El escepticismo, aunque lógicamente impecable, es psicológicamente imposible, y hay un elemento de frívola incinceridad en toda filosofía que finja aceptarlo. Además, para que el escepticismo sea teóricamente defendible, debe rechazar toda inferencia a partir de lo experimentado; un escepticismo parcial, como la negación de sucesos físicos no experimentados por nadie, o un solipsismo que admita sucesos de mi futuro o mi pasado no recordado, carece de justificación lógica, pues debe admitir principios de inferencia que conducen a creencias que rechaza...

* Creímos útil reproducir este fragmento de la introducción a la edición española (Orbis 1983, pp. 7 a 9) porque su anunciado anhelo de una filosofía para todos coincide con el propósito que perseguimos desde Heráclito. Además, su visión de una comprensión global de los asuntos filosóficos (véase su parábola del viajero, las montañas y la bruma), puede favorecer a quienes se inicien en este quehacer (N. del E.).
H 7 – 14.07.2000