Heráclito 53

Mi esposa, mi mujer, mi compañera. Mi pareja

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@blogspot.com

Pongo el título con pluma de varón, no con vocación machista. Por eso, si mis lectoras quieren cambiar el género no me fastidiarán. Antes bien, me ahorrarán aclaraciones fatigosas. Y escribo lo que sigue como sociólogo, sin serlo, como psicólogo social, sin serlo, como antropólogo, sin serlo. O siendo, de todas estas cosas, un poco, sólo un poco. Como soy un poco economista, un poco médico y un poco moralista.

Creo sin hesitar que ninguna acción humana me es ajena, ningún discurso me está vedado ni puede impedírseme que escriba sobre las cosas que me atañen. Así, mi derecho viene de mi hechura humana, no de títulos o talentos ausentes. Y también viene de dos generosidades, la del editor y la del lector, que hasta hoy han consentido mis dislates.

Por otra parte, ¿siempre has de leer las mismas cosas, esos ardides de la política, esas austeridades de los credos, esas promesas de los mercaderes y las crónicas adonde tan pronto te enfrentas a un nuevo hallazgo de la ciencia como a un accidente de tránsito, al precio del crudo en la plaza de Nueva York o al resultado de un comicio?

Inicio, pues, mi excursión discursiva de este día. Quieran los dioses que mi razón prime sobre mi pasión, quiera descansar la tradición y el escrúpulo en su sitio para dar paso a los nuevos legisladores, a los jóvenes que, forzando vejestorios, vienen a decir cómo quieren que sea el mundo en sus días. Quiero ser como la uva nueva, no como la pasa que escamotea sus rugosidades en el amasijo de los panes dulces. Quédense otros con los dimes y diretes que yo elijo pasear mi humanidad en la primavera de las generaciones.

Se trata de revisar el viejo concepto de matrimonio, de ver cómo en un viaje de vértigo el siglo XX nos llevó de ese viejo instituto a la unión de nuestros días, sin ritos ni abalorios, cómo esa tradición multimilenaria cedió al embate de unas pocas generaciones. En el decurso de un siglo escaso la tradición depuso su soberbia, la moral desdobló su insinceridad, cayó con estrépito el estrado de la ley y en la antesala del templo se quemó el estandarte de la moralina.

De casados, concubinados, monógamos y polígamos


Todo esto debí decir para atreverme al asunto. Y como no es bastante todavía, pido el auxilio de David Hume, el escocés: “El mundo es tal vez el bosquejo rudimentario de algún dios infantil, que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente; es obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada, que ya se ha muerto”*. Quizá sea así y por eso el hombre, ese presuntuoso émulo del Creador, ahora quiere perfeccionar la obra y ensaya otra forma de organización familiar, más libre, más espontánea, más conforme a los vaivenes del espíritu que a las mandas divinas o terrenales. Quizá sean estos jóvenes de ahora los nuevos apóstoles de una humanidad que ha empezado a cambiar de golpe, cuestionando el valor y la sacramentalidad del matrimonio.
Cuando los de mi edad decíamos “mi esposa”, algunos, tibios todavía, se atrevieron a decir “mi mujer”. Poco después los osados nombraron a sus evas “mi compañera”. Y por fin vinieron los nuevos y, sueltos de huesos, consagraron el concepto y la voz que había de saldar todas las cuentas: “mi pareja”, dijeron. Y contentos se fueron los casados a compartir la cama, como los concubinados, como los monógamos y los polígamos, los étero y los homo. Cayeron las paredes del templo, naufragaron las leyes y los leguleyos debieron aceitar su imaginación para salvar los restos del naufragio.

Los de mi generación obedecimos mandatos y nos prosternamos ante la tradición, la religión, la ley; creímos en la virtud de una moral que no habíamos diseñado, fuimos (somos) súbditos del pasado. Los que llegaron a la vida después de nosotros, en cambio, abolieron aquellas reglas y legislaron para sí y para su tiempo. En otros términos, reivindicaron su libertad de ser y fueron construyendo sus relaciones maritales a medida que discurría su vida. Era su derecho.

Si estas reglas y hábitos son mejores o peores que los anteriores, es ocioso discutirlo ahora. Son y rigen las conductas de los jóvenes aquí y en buena parte del mundo, de suerte que deben mirarse como una realidad que va afirmándose más cada vez y que no cambiará en plazos previsibles.

Estas formas de unión entre el varón y la mujer conocen algunos antecedentes, sobre todo en el siglo pasado. Quizá el más ilustre sea el de Sartre y Simone de Beauvoir. Por eso, hoy no importa su forma, sí su extensión; hoy los jóvenes sortean las mandas religiosas y legales y estrechan alianzas maritales que otrora hubieran suscitado escándalos. Las familias, aún las más tradicionales, empiezan a ver con benevolencia este nuevo estilo de apareamiento y sólo aspiran a su consistencia y perduración cuando tienen hijos. Y en lo patrimonial el viejo régimen de los bienes gananciales tiende a ser reemplazado con otro régimen aún más viejo, el del condominio. Ellos compran por mitades indivisas y así sortean los engorros de las sociedades conyugales, sobre todo cuando deben disolverse. Y las obligaciones alimentarias entre los cónyuges, fruto del diferente lugar que otrora ocupaban el hombre y la mujer en la sociedad, van perdiendo significado a partir de la irrupción de ésta en las más variadas profesiones y cargos.

Ciertamente, no es igual un condominio que una sociedad conyugal, no son parejas las consecuencias patrimoniales si muere un condómino o un esposo, y la atribución de paternidad puede suscitar engorros judiciales si el varón no ha reconocido expresamente al hijo, cosa que no ocurre cuando la pareja se ha unido en matrimonio legal. Otras dificultades pueden señalarse todavía, pero los detractores del matrimonio las van sorteando con los recursos de la legislación civil.

Confrontando valores

Más allá de los preceptos religiosos y legales y de los mandatos sociales, más allá de los excesos de moralina y de las reputaciones olorosas, creo que las nuevas formas de unión plantean una vez más el viejo dilema de la seguridad y de la libertad. Otra vez la sociedad confronta esos dos valores: la seguridad de una unión duradera que cumpla el mandato divino y humano, y la libertad de soltar amarras cuando la unión no satisface las expectativas de una de las partes. Un planteo filosófico, una forma de organización familiar que naturalmente tendrá consecuencias en la organización social, un estilo de vida y una manera de relacionarse con el otro. En definitiva, una vida, dos vidas, la vida de toda una sociedad que se está reconstruyendo sobre valores nuevos.

Y están las otras uniones, aquellas en las que se quiere romper el molde biológico y alterar las funciones que la naturaleza le asigna a cada una de sus dos mitades. Se pretende (se ha logrado en muchos casos) consagrar las uniones de personas del mismo sexo y semejarlas al matrimonio legal. Hay países que han legislado el matrimonio homosexual, otros le han reconocido un estatuto legal que lo semeja al matrimonio convencional, y los hay que autorizan a las parejas homosexuales a tomar niños en adopción. En estos casos yo tengo algunos reparos: creo que las leyes no deben desdeñar la razón biológica; creo que la sexualidad garantiza la perduración de la especie y por eso no deben equipararse las uniones heterosexuales y las homosexuales; creo que las otras diferencias, las que están más allá de las funciones reproductivas, las que tienen que ver con el goce sexual, quieren que la sociedad se construya sobre el apareamiento del hombre con la mujer, del varón con la varona en la nomenclatura bíblica**. Y creo que quienes prefieren otra clase de uniones pueden tenerlas sin forzar la razón biológica. Nadie puede ser privado de lo que la ley no prohíbe, de lo que, a esta altura de los tiempos, hasta Perogrullo autoriza.

Por una parte el mundo parece encaminarse a la abolición del matrimonio; por la otra, consiente la regulación por ley de uniones que hasta ayer eran denostadas y anteayer merecían la hoguera. Y hoy mismo, en algunas partes del mundo, se castigan con la cárcel y los tormentos. Paradojas de nuestro tiempo.

* Debo esta cita a Borges, El idioma analítico de John Wilkins, en Otras Inquisiciones, Emecé, 17ª impresión, Buenos Aires 1996.
** Gén. 2.23
Este artículo no ha sido publicado en Heráclito Filosofía y Arte.


La enseñanza del abuelo

Ramiro Calle*

Era un apacible día luminoso, de esos que se suceden en la India. Estaban paseando por el bosque un abuelo y su nieto. El niño gozaba del espíritu del buscador, de aquel que quiere hallar respuesta a los grandes misterios de la existencia. De repente, dijo:

-Abuelo, ¿qué sucede cuando el cuerpo muere?

La voz cansada pero cariñosa del abuelo dijo:

-Mi querido nieto, el cuerpo muere, pero el Ser (sí mismo) nunca muere. Él está en ti y en mí y en todos los seres, pero es también el Ser de todo el Universo. Es la esencia sutil que todo lo anima.

-Abuelo, perdona, pero no termino de comprender lo que quieres decirme –replicó con respeto el jovencito.

En el perfecto silencio del bosque, el abuelo y el nieto siguieron paseando. De pronto, el abuelo dijo:

-Ve hasta aquel árbol y coge un fruto de sus ramas.

El niñito fue hasta el árbol y cogió uno de sus frutos. Luego volvió hasta su abuelo y se lo mostró. El anciano dijo:

-Ahora quita la cáscara a ese fruto y dime qué ves.

-El fruto, abuelo.

-Abre el fruto. ¿Qué ves?

-Granos, abuelo.

-Coge un grano y ábrelo. ¿Qué ves?

-Minúsculos granitos, abuelo.

-Abre uno. ¿Qué ves ahora?

-Abuelo, nada. No hay nada dentro.

Y el abuelo explicó:

-Esa esencia sutil que tus ojos no pueden ver, querido mío, esa esencia sutil es el Ser. Mantiene en pié al gran árbol. Nos mantiene vivos a ti y a mí, como hace que el fuego arda y el río fluya. No ves esa esencia sutil, pero está ahí.

El niño sonrió satisfecho agarrándose a la mano caliente de su abuelo. El anciano y el muchacho siguieron caminando por el bosque.

* Cuentos Hindúes, Sirio, Barcelona 1998.
H 69 – 21.09.2001


Imputación y libertad

“No hay un verdadero conflicto entre la necesidad y la libertad”

Hans Kelsen, Teoría pura del derecho, Eudeba, 2° ed, Buenos Aires, 1960, pags. 28/31. Traducción de Moisés Nilve y anotación de Eduardo Dermardirossian. Tras advertir que ha de referirse al “problema de la libertad atribuida al hombre en su calidad de miembro de una sociedad,de persona sometida a un orden moral, religioso o jurídico”, nuestro autor dice:

Por libertad se entiende generalmente el hecho de no estar sometido al principio de causalidad, ya que ésta ha sido concebida –en su origen al menos- como necesidad absoluta. Se suele decir que el hombre o que su voluntad es libre, puesto que su conducta no está sometida a las leyes causales y en consecuencia, por deducción, que puede ser hecho responsable de sus actos, que puede ser recompensado, hacer penitencia o sancionado. La libertad sería así la condición misma de la imputación moral, religiosa o jurídica.

Sin embargo, lo contrario es lo verdadero. El hombre no es libre sino en la medida en que su conducta, a pesar de las leyes causales que la determinan, se convierte en el punto final de una imputación, es decir, la condición de una consecuencia específica (recompensa, penitencia o pena) *.

A menudo se ha querido salvar el libre albedrío tratando de probar que la voluntad humana no está sometida al principio de causalidad, pero tales esfuerzos han sido siempre vanos. Se ha pretendido, por ejemplo, que cada hombre hace en sí mismo la experiencia del libre albedrío. Pero esta experiencia no es más que una ilusión. No es menos erróneo afirmar la imposibilidad lógica de someter la voluntad al principio de causalidad, en razón de que ella formaría parte del yo, y que el yo, sujeto del conocimiento, escaparía a todo conocimiento, incluyendo al conocimiento causal. En los hechos, la voluntad es un fenómeno psicológico que cada uno puede observar en su propia experiencia y en la de los otros recurriendo al principio de causalidad. Ahora bien, la afirmación de que existe el libre albedrío solamente puede tener un sentido si se la relaciona con la voluntad concebida como un fenómeno objetivo, referido al yo en tanto que objeto (y no sujeto) del conocimiento. Por el contrario, es bien evidente que el yo sujeto del conocimiento escapa como tal al conocimiento causal, dado que no puede ser simultáneamente sujeto y objeto del conocimiento.

Los físicos modernos pretenden que ciertos fenómenos –por ejemplo, la reflección de un electrón particular producida en el impacto contra un cristal- no están sometidos al principio de causalidad. Admitamos que su interpretación sea exacta. De aquí no cabe deducir, sin embargo, que la voluntad del hombre puede ser también sustraída del principio de causalidad. Los dos casos no tienen nada en común. En los hechos, la afirmación de que el libre albedrío existe no vale para el dominio de la realidad natural sino para el de la validez de un orden normativo (moral, religioso o jurídico). Dicha afirmación no tiene el sentido puramente negativo de que la voluntad del hombre no está sometida al principio de causalidad. Expresa la idea positiva de que el hombre es el punto final de una imputación.

Si la conducta de los hombres debiera ser sustraída a las leyes causales para poder ser sometida al principio de imputación, la causalidad, en el sentido de necesidad absoluta, sería naturalmente incompatible con la libertad, y un abismo infranqueable separaría a los partidarios del determinismo y a los del libre albedrío. En cambio, no hay contradicción entre ambos si la libertad de voluntad humana es entendida en el sentido que le hemos dado. Nada impide, en efecto, aplicar a la conducta de los hombres dos esquemas de interpretación diferentes.

Para las leyes causales las conductas humanas forman parte del dominio de la naturaleza; se encuentran enteramente determinadas por causas de las cuales son efectos. Como no puede escapar a la naturaleza y a sus leyes, el hombre no goza de ninguna libertad. Pero las mismas conductas pueden también ser interpretadas a la luz de normas sociales, ya se trate de leyes morales, religiosas o jurídicas, sin que haya que renunciar por eso al determinismo. No correspondería exigir, seriamente, que un criminal no fuera sancionado o que un héroe no fuera recompensado, en razón de que el crimen de uno o el acto heroico del otro son el efecto de ciertas causas. Inversamente, la imputación de una pena a un crimen o de una recompensa a un acto heroico no excluye la idea de una determinación causal de las conductas humanas (...)

Por consiguiente, si el hombre es libre en la medida en que puede ser el punto final de una imputación, esta libertad, que le es atriduída en el orden social, no es incompatible con la causalidad a la cual está sometido en el orden de la naturaleza. Además, el principio de imputación utilizado por las normas morales, religiosas y jurídicas para regular la conducta de los hombres presupone por sí mismo el determinismo de las leyes causales.

Ésta es la solución puramente racional y no metafísica que damos al problema de la libertad y con la cual mostramos que no hay verdadero conflicto entre la necesidad y la libertad. Allí donde se oponían dos filosofías pretendidamente inconciliables (la filosofía racionalista y empírica del determinismo y la filosofía metafísica de la libertad) vemos dos métodos paralelos de conocimiento, fundados sobre la causalidad y la imputación, respectivamente, pero ambos racionalistas y empíricos.

* He sido un fervoroso defensor de la teoría kelseniana. Su estructura lógica, su construcción cientista y su exposición impecable por parte de este filósofo del derecho ganaron mi adhesión durante mucho tiempo. Pero nuevas experiencias y reflexiones pueden mudar opiniones, sobre todo en las ciencias sociales, y tal me ha acontecido. De modo que a la arquitectura racionalista que levanta toda una ciencia en el laboratorio de la voluntad, hoy prefiero la sospecha, si no la convicción, que deviene de la observación de la realidad. Así, objeto la pretensión de Kelsen de adjudicar al hombre la libertad sólo porque su conducta es “el punto final de una imputación” querida por la norma o por el legislador y “a pesar de las leyes causales que determinan” su conducta. A esta altura de los tiempos y del desarrollo social habrá que prestar atención a las afanosas búsquedas y a algunos hallazgos de la medicina y de la psiquiatría, que tornan imperativo, cuando menos, un nuevo examen respecto de la libertad del hombre y de su responsabilidad. E.D.

H 69 – 21.09.2001


La cultura de la paz y los derechos humanos

Los deberes humanos

Ramón Acuña *

¿Quién habló del ocaso de las ideologías? Ahí están los 30 artículos de los Derechos Humanos.. Olvídense de utopías ilusorias y perversas, recuerden que hundieron al mundo en guerras, revoluciones y dictaduras estériles causantes de angustia y terror. Desconfíen del planteamiento "tragedia ahora, justicia más tarde", que se ha convertido en un cruel e histórico "hoy no se fía, mañana sí". Sigan al pie de la letra la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ahonden en ella, no hay mejor herramienta para hacer una sociedad justa. No necesitan cosmogonías, ni creencias trascendentes, ni teorías de salvación planetaria, ni visiones nacionalistas. Basta con estas "tablas de la ley" que nacieron auspiciadas por la Unesco el 10 de diciembre de 1948 y cuyo primer artículo ya plantea directamente la solución cuando dice que "todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos", una vibrante proclama debida a la pluma del gran jurista francés René Cassin. Derecho a la vida, derecho a la libertad de pensamiento y de opinión, derecho a la justicia, derecho a la propiedad, derecho al trabajo, derecho al descanso, derecho a la seguridad social, derecho a desplazarse libremente, derecho a la educación. Y la lista no es exhaustiva. Son los principios que nos quedan. Hay que defenderlos vigorosamente aunque tal ardor provoque "la sonrisa del infiel", el sarcasmo de los escépticos.

Sí, sarcasmo, sí. Que se lo pregunten al ex dictador chileno Augusto Pinochet, detenido en Londres a los 83 años por orden del juez español Baltasar Garzon en una de las iniciativas que mejor demuestran la vigencia y el arraigo de esta ideología de los derechos humanos que cambió el mundo. No constituyen sólo una expresión de la cultura occidental, como algunos denuncian, forman parte de una conciencia moral universal que los torturados o perseguidos en Asia o Africa entienden desgraciadamente sin esforzarse.

Ahora bien, no se aplican como debieran.

En estos últimos cincuenta años el planeta asistió, impotente, a las purgas, deportaciones y represión de disidentes por parte de Stalin y de sus sucesores en la Unión Soviética, al genocidio reincidente perpetrado por Pol Pot en Camboya, a los asesinatos sistemáticos y caprichosos de los "tonton macoute" de los Duvalier en Haití por no citar más que tres casos en tres continentes del largo catálogo del horror político. Aún hoy en día, en millones de situaciones, los derechos humanos parecen haber sido promulgados sólo para ser transgredidos. Europa no se salva, Yugoslavia la acusa ¿Hay algo que celebrar? Sin duda: han desaparecido los regímenes totalitarios en la URSS y en sus países satélites, ya no existe el oprobioso régimen de apartheid racial en Africa del Sur, el Viejo Continente es enteramente democrático, ya no hay dictaduras en América Latina, salvo en Cuba. En lo que nos es más próximo, España pasó con éxito a la democracia a partir de un régimen como el franquista que conculcó todos y cada uno de los derechos humanos con mayor o menor ferocidad a lo largo de 36 años. Para hacerlos reales y efectivos, España se dotó de una Constitución que también celebra ahora aniversario.

El anterior director general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, propugnaba que se añadiera a los 30 artículos de la Declaración de 1948 "el derecho a la paz". Hay cerca de treinta guerras olvidadas hoy en día en el mundo, con su cohorte de muerte y desolación. No existe pues demanda más cabal. Las guerras arrasan los derechos humanos.

Es hora de pasar de los derechos humanos a los deberes humanos y proponer -como sostiene un grupo de intelectuales- una Declaración Universal de Responsabilidades y Deberes Humanos. Deber para los científicos de adoptar un código ético en investigaciones genéticas ;deber para las multinacionales de evitar daños y perjuicios ecológicos; deber para los gobiernos de poner fin a la fabricación de armas de destrucción masiva ( nucleares, químicas y biológicas); deber de injerencia de los estados para paliar situaciones de urgencia humanitaria o prevenir o detener agresiones; el deber de crear un Tribunal Penal Internacional. Hay que hacer un esfuerzo para pasar de una cultura de guerra a una cultura de paz.

* Corresponsal en España de Le Figaro y titular de la Cátedra UNESCO "Minorías, nacionalismos y culturas trasnacionales".
H 69 – 21.09.2001


Somos los últimos e irrefutables árbitros del valor

Bertrand Russell, Lo que creo, Escritos Básicos, Planeta, Barcelona 1964, t. 1, págs. 295 y 296. Traducción de Luis Escobar Bareño. Este trabajo se publicó como opúsculo en 1925. Russell decía en el prefacio: “He intentado decir lo que pienso acerca del puesto del hombre en el universo y de sus posibilidades para conseguir una vida mejor... En los asuntos humanos podemos ver que hay fuerzas que tienden a la felicidad y fuerzas que tienden a la miseria. No sabemos cuáles prevalecerán, mas para obrar prudentemente debemos ser conocedores de unas y otras.” En el proceso incoado en el tribunal de Nueva York, en 1940, Wath I Believe fue uno de los libros presentados como prueba de que Russell no era idóneo para enseñar en el City College. También se citaron ampliamente en la prensa extractos de él y, en general, de forma que dieran una impresión completamente falsa de las ideas de Russell (N de la R).

La filosofía de la naturaleza es una cosa y la filosofía del valor otra muy distinta. Sólo perjuicio puede acarrear confundir ambas. Lo que consideramos bueno, lo que nos gustaría, nada tiene que ver con lo que es, lo cual constituye el tema de la filosofía de la naturaleza. Por otra parte, no se nos puede vedar que valoremos esto o lo otro basándonos en que el mundo no humano no lo valora, ni se nos puede obligar a admirar nada porque sea una “ley de la naturaleza”. Indudablemente, somos parte de la naturaleza, la cual ha producido nuestros deseos, esperanzas y miedos, de acuerdo con leyes que los físicos comienzan a descubrir. En este sentido somos parte de la naturaleza, somos el producto de las leyes naturales y, a la larga, sus víctimas.

La filosofía de la naturaleza no debe ser indebidamente terrestre; para ella, la Tierra es simplemente uno de los planetas más pequeños de una de las estrellas menores de la Vía Láctea. Sería ridículo desviarla con el fin de obtener resultados que fueran gratos a los minúsculos parásitos de este insignificante planeta. El vitalismo, como filosofía, y el revolucionismo muestran, a este respecto, falta de sentido de proporción y de congruencia lógica. Observan los hechos de la vida, que personalmente nos interesan, como si tuvieran importancia cósmica, no una importancia limitada a la superficie de la Tierra. Optimismo y pesimismo, como filosofías cósmicas, muestran el mismo humanismo ingenuo; el amplio universo, tal como lo conocemos por la filosofía de la naturaleza, no es ni bueno ni malo y no le concierne hacernos felices o desgraciados. Tales filosofías surgen de la propia estimación y como mejor se corrigen es con algo de astronomía.

Pero, en la filosofía del valor la situación es inversa. La naturaleza es sólo una parte de lo que podemos imaginar; todo, sea real o imaginado, lo podemos valorar y no hay ninguna unidad de medida exterior que nos demuestre que nuestra valoración es errónea. Somos los últimos e irrefutables árbitros del valor y, en el mundo del valor, la naturaleza es sólo una parte. Así es que, en este mundo, somos mayores que la naturaleza. En el mundo de los valores, la naturaleza en sí misma, es neutral, ni buena ni mala, ni merece admiración ni censura. Somos nosotros los que creamos el valor y nuestros deseos los que conceden el valor. En ese reino somos reyes, y rebajamos nuestro reinado si nos inclinamos ante la naturaleza. A nosotros nos corresponde determinar la vida recta, no a la naturaleza, ni aún a la naturaleza personificada como Dios.

H 69 – 21.09.2001


De hormigas y de hombres también

¿Cómo se vuelve esclava una hormiga? (1)

Pierre Jaisson es autor del texto y del comentario que integran su obra La hormiga y el sociobiólogo, editada por el Fondo de Cultura Económica, México, 2000, pags. 128/129 y 131. La traducción es de J. A. Castell y las notas de Eduardo Dermardirossian.

Ésta era la pregunta que más me intrigaba cuando abordé el estudio del comportamiento de las hormigas, e hice de ella el tema de mi doctorado. Las respuestas que se presentaron no carecieron de consecuencias para la aplicación de la teoría de la parentela a las hormigas y otros himenópteros sociales.

El punto de partida fue la observación de las sociedades mixtas formadas por una hormiga esclavista difundida por Europa occidental, en particular en los bosques de abedules y las malezas de la región parisiense: Raptiformica sanguinea, u hormiga “sanguínea”, esclavista facultativa cuyo tórax y cabeza tienen un bello color rojo ladrillo. Sus hormigas esclavas pueden pertenecer a varias especies, generalmente pardas o negruzcas (2), las Serviformica. Los nidos puros de Serviformica son generalmente mucho más numerosos que los de Raptiformica y pueden pulular en las zonas donde están ausentes estas últimas (3). Las colonias de Raptiformica se estancan, aunque no desaparecen ni decaen si son capaces de proveerse de esclavas (4). La ausencia de esclavas es tanto más sensible cuanto que éstas se hallan sometidas a un régimen severo. La disección lo muestra: en efecto, es muy difícil encontrar tejido adiposo en una Serviformica tomada del nido de la esclavista, en tanto que la misma hormiga, tomada en un nido de su propia especie, es a menudo regordeta (5). Ahí se ve el beneficio que obtienen las esclavistas de la estrategia de confianza absoluta de las Serviformica desviada en provecho suyo, aunque no las ligue ningún parentesco. Si se hace un nido de Raptiformica, inmediatamente las Serviformica se precipitan por su cuenta y riesgo sobre la progenitura de las esclavistas, a fin de recogerla delicadamente con las mandíbulas y dejarla a buen resguardo en las profundidades protegidas del nido, tan empeñosas como hubiesen debido serlo hacia sus cohermanas emparentadas (6)...

(1) ¿Cómo se vuelve esclavo un hombre? Esta pregunta tiene respuesta cierta. Mirar en derredor, ver a los hombres y a las naciones, y establecer las diferencias habidas entre unos y otras, es bastante para concluir que un hombre se vuelve esclavo cuando otro usufructúa su trabajo y le somete a condiciones que le hacen pesarosa su vida. De parecida manera ocurre entre las naciones.
(2) Puede considerarse el comentario como una ironía, pero es cierto que los hombres esclavos (utilizo el concepto en su sentido lato) suelen “pertenecer a varias especies, generalmente pardas o negruzcas”.
(3) Ciertamente, también los hombres que malvenden su trabajo “son generalmente mucho más numerosos”; mas, a diferencia de las hormigas, suelen asentarse en las proximidades de las zonas donde viven los poderosos, para nutrirse con sus deposiciones domiciliarias.
(4) “No desaparecen ni decaen” las corporaciones económicas de los hombres “si son capaces de proveerse de esclavos” (léase: de mercados que consumen compulsivamente sus productos, de privilegios fiscales y crediticios y de mano de obra barata y susceptible de ser descartada cuando deja de ser rentable).
(5) Similarmente, es muy difícil encontrar bienestar (“tejido adiposo” le llama el autor cuando se refiere a las hormigas) en hombres que trabajan al servicio de otros, o de naciones que tributan su esfuerzo en beneficio de su metrópoli; en tanto que, tomados esos hombre o esas naciones “en un nido de su propia especie, son a menudo regordetas”.
(6) He aquí una observación enteramente aplicable a los hombres. Porque es cierto que aquellos que tributan su esfuerzo en beneficio de sus patrones, debieran ser no menos empeñosos a la hora de reivindicar el trabajo del que han sido despojados. Parece ser que el afán por gustar al opresor es a menudo más fuerte que el de construír una sociedad más justa y solidaria.

Algo más de Pierre Jaisson

No seamos esclavos de las palabras; aprovechemos la comodidad de su sentido descriptivo, reservando gustosamente a la especie humana su connotación subjetiva e intencional.

Es cierto que las hormigas esclavistas no tienen ninguna doctrina, puesto que ni siquiera saben que son hormigas... Su esclavismo no es en modo alguno intencional: no es el homólogo del esclavismo humano y por ello no puede ser objeto de ningún juicio moral. Pero sí es su análogo desde el punto de vista de las consecuencias sobre la economía de los hormigueros. Millones de hormigas se han vuelto objetivamente esclavistas sin saberlo. ¡Y el Hombre, por desgracia, no ha necesitado sospechar la existencia, a sus pies, de esta forma de vida social para tomarla por modelo! Él sólo ha descubierto la fórmula con su cultura, en unos cuantos breves milenios.

H 69 – 21.09.2001


“No había llegado aún a la verdad, pero ya había salido del error”

San Agustín, Las Confesiones, Juventud, Barcelona, 1968. Fragmento del libro VI, cap. 1, págs. 111/112. Trad. del latín de Agustín Esclasans.


Oh Vos, mi esperanza desde mi juventud, ¿adónde estabais para mí, y adónde os habíais retirado? ¿No erais Vos quien me había creado, que me habiais hecho diferente de los cuadrúpedos, y más sabio que los pájaros del cielo? Y yo caminaba en tinieblas, por un camino resbaladizo, y os buscaba fuera de mí, y no encontraba al Dios de mi corazón; me hundía en los abismos del mar, y perdía la confianza, la esperanza de volver a encontrar la verdad.

Ya mi madre había venido a mi encuentro; firme en su piedad, me seguía a través de tierras y mares, recibiendo de Vos la seguridad en medio de todos los peligros. En los momentos críticos de la travesía, ella animaba a los mismos marineros, de los cuales, en alta mar, los pájaros novicios esperan, habitualmente, que les animen cuando sienten miedo; y ella les prometía que llegarían a puerto sanos y salvos. Ella misma había recibido de Vos, por medio de una visión, esta seguridad.

Me encontró en grave peligro; ¡yo desesperaba de encontrar la verdad! Pero cuando le dije que ya no era maniqueo, sin ser todavía cristiano católico, no saltó de júbilo como si acabase de oir una noticia inesperada. Encontraba en ello seguridad sobre un punto de mi miseria, que la obligaba a llorar ante Vos, como un muerto, pero un muerto a resucitar, y a presentarme a Vos sobre las parihuelas de su pensamiento, para que dijerais al hijo de la viuda: “Joven, te lo ordeno: ¡levántate!, y éste, recuperando la vida, comenzaba a hablar, y Vos lo devolvisteis a su madre. Su corazón, por consiguiente, no vibró con ninguna alegría intemperante, cuando se enteró que ya me había convertido, en gran parte, en aquello que sus ruegos os pedían cada día. No había llegado aún a la verdad, pero ya había salido del error. Todavía mejor: como ella estaba segura de que no dejaríais de ejercer a medias el don que le habíais prometido por entero, me contestó, con gran serenidad y un corazón lleno de confianza, que tenía la certeza en Jesucristo de que, antes de salir de esta vida, me vería católico practicante. Esto es lo que ella me dijo. Pero, ante Vos, oh fuente de misericordias, ella redoblaba sus plegarias y sus lágrimas para que acelerarais vuestro socorro e iluminarais mis tinieblas. ¡Con qué celo corría a la iglesia, para suspenderse de los labios de Ambrosio, como “de la fuente que mana para la vida eterna”! (...)

H 69 – 21.09.2001

Heráclito 52

Esta entrega está dedicada al diálogo de Rodolfo Braceli con el filósofo y epistemólogo argentino Gregorio Klimovsky, fallecido en abril de 2009. Fue publicado en La Nación Revista el 24 de mayo.


"¿Por qué hay algo en lugar de haber nada?"

Lo conocí a través de una conversación que se prolongó cinco tardes. Están gastados los adjetivos; cuesta encontrar los que merece aquel Gregorio Klimovsky que, a los 86 de su edad se fue a respirar de otra manera. Estamos hablando de una de las dos o tres mayores cabezas (pensantes) de la Argentina del siglo XX y lo que sigue. Colosal estudioso, gran maestro: un sabio. Por la diversidad y hondura de su buceo: matemática, filosofía de la ciencia, psicología y lógica, epistemología, ética médica, investigación musical. Más su tarea como miembro destacado de la Conadep. Súmense los numerosos premios que recibió; entre tantos, el de la Internacional Psicoanalítica. Todo esto alumbrado por una alegría inaudita en un intelectual. Alegría sin caspa, que doblegó a la comodidad del cinismo. Pasemos a su departamento, modestísimo, con un fervoroso jardín inventado en un espacio somero.

-Vamos por sus días, profesor Klimovsky.

-Nací en 1922, a dos cuadras del Obelisco, que entonces no existía. Porteñazo.

-Su padre, ¿qué hacía?

-Era relojero de relojes a cuerda. Se hubiera fundido ahora. Vivió oportunamente. Mi mujer, quiero decir, mi madre, fue maestra en Rusia; cuando vino a la Argentina empezó Biología... Éramos seis hermanos varones; el segundo, León, muy conocido, director de cine y jazzista. Un hombre muy inteligente que siento como mi primer padre espiritual.

-Su vocación científica, ¿cómo despunta?

-Mi madre tenía una biblioteca de divulgación científica muy buena y yo aprendí a leer a los 4 años. Mamá, Liuba, me daba sus horas para leerme libros. Fascinante, conservo los tomos de Astronomía Popular. Yo quería ser astrónomo, pero cambié cuando, a los 13 años, conocí la matemática, la fundamentación axiomática. Después, a la Universidad; allí trabajé con Julio Rey Pastor, el español que trajo la matemática moderna. Lo que yo tenía escondido era una mezcla de vocación matemática y filosófica.

-¿Hablamos de Dios, profesor?

-Me coloco en una posición agnóstica, que no es lo mismo que atea. El agnóstico toma ese problema como tema que no está resuelto y como algo que resulta casi imposible de resolver.

-Se suele asimilar agnóstico con ateo.

-Error frecuente. El ateo tiene resuelto el asunto: no cree. El agnóstico no cree, pero busca, no desecha la posibilidad. Es mi caso.

-Entonces dejó de ser ateo.

-Dejé de serlo de una manera cerrada. Crecí entre izquierdistas ateos. Materialista hasta mis 40 años, pensaba, como científico, que la ciencia lo podía resolver todo, pero ¿qué fue pasando?: me di cuenta de que no era tan fácil sacarse la idea de Dios de encima. Si uno quiere buscar explicaciones últimas en ciencia se encontrará con dificultades.

-¿Como cuáles?

-Como la famosa pregunta metafísica: ¿por que hay algo en lugar de haber nada? A eso uno podría agregar el problema de cómo comenzó la vida, y el de la psicología: ¿cómo algunos organismos vivos alcanzaron la conciencia sin actividad psicológica?

-Sigamos con su paso de ateo cerrado a agnóstico abierto.

-Hasta, digamos, mis 40 yo creía que la metafísica eran sólo conexiones, majaderías sin sentido, pero me fui dando cuenta de cuál es el fundamento de la existencia. Es otro y es el mismo: ¿quién creó a Dios?, ¿por qué hay Dios en lugar de no haber nada? Yo ya no digo que Dios no puede suceder. En fin, creo que ser materialista no es nada cómodo.

-En usted, profesor, advierto una tensión: no es manifiestamente religioso y le presta atención a lo místico.

-Las dos cosas son ciertas. Pero ocurre que, en general, los teólogos no son prudentes con respecto a los alcances del conocimiento. Así, han hecho un modelo del mundo, de la existencia y de Dios. Dogmáticos, creen que lo que creen no es un asunto que se pueda poner en duda.

-Los científicos a su modo también creen.

-Creemos, pero no de una manera estática. En este siglo empezamos a darnos cuenta de que los científicos también lo que hacen con sus datos es un modelo del mundo, pero aceptan que lo que han elaborado es una creencia hipotética, que siempre se puede venir al suelo. El científico hoy no es dogmático. Cuando yo era chico creía que la ciencia era la verdad absoluta. Me equivocaba.

-¿Ejemplo de teoría venida al suelo?

-La que se dio por absoluta es la de Newton, pero apareció Michelson Morley y mostró que no había una cosa tal como "el espacio absoluto". Así nació la Teoría de la Relatividad de Einstein. De modo que después de tres siglos una experiencia tiró al suelo la teoría newtoniana. Y vino una nueva visión del mundo, del tiempo, del espacio y de la energía de la naturaleza.

-¿Y ahora? ¿Y después?

-Esas son, precisamente, las preguntas que siempre deben habitar en un científico... Por ejemplo, en la teoría de Einstein se acepta que hay absolutos, la velocidad de la luz es constante a 300 mil km por segundo. ¿Pero ahora qué pasa?, hace poco se difundió la noticia: se habrían descubierto partículas que van a mayor velocidad.

-¿Y si eso resulta cierto?

-Habrá a su vez que descartar la Teoría de la Relatividad.

-Conclusión: el único absoluto es que nada es absoluto.


-No me atrevería a afirmar tampoco ese "único" absoluto. Aunque tengo una visión bastante pluralista, creo que hay una cosa absoluta en la lógica y es que, dicho de manera matemática, si al número 2 y al 4 en la operación de suma se les dan los significados habituales, 2 más 2 es igual 4. Este absoluto se da para todo el mundo. Newton creía en eso, Einstein creía en eso y los que vengan ahora no pueden negar eso.

-Entonces podríamos pensar que la lógica es un absoluto.

-Tampoco podemos decir que la lógica refleja un absoluto. Ni podemos negarlo. Esto forma parte del agnosticismo con el cual uno tiene que moverse en la ciencia. Nunca vamos a poder saber si una teoría científica es absolutamente verdadera.

-Como relámpago, ¿alguna vez creyó en Dios?

-No. Pero hay que distinguir diferentes períodos de la vida de uno. Ya dije: fui absolutamente negador de Dios. Era tan imprudente como ciertos teólogos, pero en sentido contrario... Después empezó a presentárseme el problema de su existencia y llegué a considerar, no con pruebas, pero sí con bastantes posibilidades, que muchas de las explicaciones que la ciencia no da podrían tener que ver con la existencia de un ser superior.

-¿Su agnosticismo es un posible puente hacia Dios?

-Posibilidad abierta. Agregaría que después de mis 40 empecé a tomarlo muy en cuenta como una posibilidad. También le digo: hoy la creencia en un Dios personal ya no me corre tanto... Por ahí tengo un libro sobre misticismo, con artículos de Huxley y otros. Hay uno de un tal doctor Burke que tuvo experiencias místicas pero de tipo ateo. Algo así como la visión de una energía universal. Yo voy más por ese lado. Pienso además que, si los místicos tienen razón, hay un fenómeno que trasciende nuestra vida terrena. Creo que nuestro espíritu va a tener cada vez más un adecuado conocimiento, con participación de la lógica. Eso no lo puedo abandonar en mi creencia porque mi vocación es la lógica.

-Si usted acepta, profesor, le propongo este ejercicio: seguir conversando, pero con las entradas sorpresivas de personajes muy distintos.

-¡Pero cómo no!, ¡lo acepto!

-Se abre esa puerta. Entra Dostoievsky. Y pone sobre la mesa su famosa frase: "Si Dios no existe todo está permitido". Usted, ¿qué le dice?

-Le digo que su frase no está ligada exclusivamente a la ética, a la parte valorativa, sino a la que se refiere al deber; a lo que está permitido, prohibido o es obligatorio.

-¿La ética es una obligación?

-Por lo menos es algo conveniente para producir valores positivos. Bertrand Russell opinaba que no podemos tener una ética que diga que hay que pegarle un tiro a cualquier semejante porque, suponiendo que alguien tenga esa idea, no podemos todos pegarles un tiro a todos. Alguno quedará para el final y a ése ya no habrán de matarlo. Pero la posición según la cual no hay que matar, ésa se puede sostener como una teoría ética satisfactoria. Yo le digo a Dostoievsky que él tenía, con respecto a la ética, algunos prejuicios absolutistas muy compatibles con los de teólogos y científicos de entonces... Se crea o no se crea en Dios, siempre hay criterios éticos; en todas las culturas. Creo que no hay ninguna que diga que éticamente está bien torturar o matar o robar un niño.

-El obispo Martini, de Milán, en su cruce con Umberto Eco preguntó si la ética en sí misma era suficiente como eje de todo.

-Pienso que la ética no es suficiente, porque el conocimiento en muchas de sus formas también es algo necesario.

-Fíjese, entró Galilei.

-¿Por qué puerta?

-Por ésa, la que da a la calle.

-A Galileo le digo: "Sumo gusto en conocerlo, le agradezco su introducción del método científico". Le cuento que la ciencia ha avanzado tanto que él hoy estaría en condiciones inferiores a un alumno del secundario. Le pregunto: "¿Le gusta el método hipotético deductivo, o cree en aspectos absolutos de la ciencia?"... Yo creo que me contestaría que sí.

-Sale Galileo. Entra Einstein.

-Para él no tengo muchas preguntas, porque conozco bastante, no sólo su pensamiento matemático y físico, sino además su pensamiento epistemológico. Me interesa hablar sobre cuestiones humanísticas; él fue un gran humanista. Le hago las preguntas que usted me hizo sobre materialismo, sobre la idea de Dios... Le pregunto cuál es su posición. Algunos sostienen que Einstein creía en la existencia de un ser supremo. El dijo muchas veces que si existiera ese ser supremo se parecería mucho más a un matemático o a un músico que a un geólogo.

-Se está por ir Einstein. Pregúntele cómo construiría al hombre perfecto.

-Seguramente me dice que él imagina al hombre perfecto como una combinación de Pitágoras y Bach. Einstein fue muy ponderado como filósofo.

-Será en otra ocasión profesor. Se va Einstein; antes nos pregunta dónde hay una peluquería por aquí. Como deja la puerta entreabierta, Jesús entra sin golpear?


-¡Otra interesante visita! Tengo unas cuantas cosas para preguntarle. "Jesús, ¿realmente vos exististe?"

-Klimovsky, lo está tuteando.

-Lo tuteo, sí. Porque ese individuo del que se habla tanto está personificado. Le pido pruebas de que él fue cierto, que me diga si las cosas son como se cuentan en el Nuevo Testamento. Porque por algunos escritos, como los rollos del Mar Muerto, se piensa en un Jesús caudillo político. Una especie de Castro o Che. Por eso parece que fue que lo liquidaron. ¿Sigue con nosotros Jesús?

-Ahí lo tiene, profesor.

-Muy bien, entonces le digo: "¿Te mataron por hereje?, ¿por denunciar como corruptos a los dirigentes, a Herodes? ¿O te hiciste revolucionario porque tu pueblo estaba tan comprimido en la miseria? Contame, Jesús, contame qué es lo que sostuviste, por qué te mataron". Más le pregunto: "¿Efectivamente vos pensaste que eras un hijo de Dios? Sí así fue, ¿en qué te basaste?, ¿harías otra vez lo que hiciste o harías otras cosas?". Amigo Rodolfo, muy interesante su ejercicio, esto de tenerlo a Jesús aquí para entrar en cordial discusión.

-Aproveche, profesor. Jesús no se va.

-Excelente. Le pregunto si existe la reencarnación. Los protestantes lo están considerando. En el catolicismo todavía casi no.

-¿Y qué piensa usted de la reencarnación?

-Yo no estoy seguro de nada, pero es algo que veo con simpatía.

-Su apertura me sorprende.

-Si yo creyera en la reencarnación la consideraría como algo justo. Porque, si uno sufrió en una de sus existencias estará compensado por estados posteriores. Y, además, la calidad espiritual del ser humano se iría acrecentando... Pero, aunque me parezca justa, no tengo la menor prueba de que la cosa vaya en esa dirección.

-Se fue Jesús. Entró Hitler... ¿Lo piensa tutear?

-Hitler... Mi opinión y mis deseos de venganza creo que son excesivamente antropomórficos. Pero dialogo; le digo: "¿Cómo es posible que hayas hecho todo eso? Explicame: por encima de la cualidad de alemán que sostenías, ¿cómo se puede justificar haber matado a un millón y medio de niños?" Trataría de ver hasta qué punto a este hombre se lo puede comprender o no. ¿O es una personalidad demoníaca? Habría que saberlo...

-Profesor, Hitler ahora le extiende la mano...

-No sé... después de haberle dicho yo todo lo que pensaba de él, sí le daría la mano... Y más le diría: "Vos sos un semejante mío, y creo que vas a tener que pagar en sucesivas reencarnaciones o como sea por lo que hiciste".

-De pronto adhiere a la reencarnación, sin vueltas.

-Sí, en este caso prefiero creer en la ley del karma.

-Usted me dijo que no cree en esa ley, pero simpatiza con la posibilidad. Sea para compensar el mal o el bien de vidas anteriores, ¿de qué valdría si el sujeto no tiene recuerdo de lo anterior?

-Según el karma hay un recuerdo, pero es inconsciente. Se supone que cada vez que uno reencarna no tiene que ser prisionero de la vida anterior, tiene que construir su realidad en ese momento. Entonces, el olvido es una condición. Entre paréntesis: usted sabrá que hay relatos notables en estado hipnótico.

-A ver, cuénteme alguno.

-Sí, el de una chica que recordaba quién había sido su marido en su vida anterior. Viajó a un lugar y lo reconoció. Muy complicado desde la psicología; costó alejarla de la vida anterior para que hiciera su propia vida actual. Esto salió por la BBC de Londres, nada menos... Inducida por hipnotismo, una mujer recordaba haber sido una judía en York, donde, en el Renacimiento, hubo un terrible pogrom, y con su madre y una hermana se refugiaron en un depósito de jardinería. Las descubrieron y las mataron. La mujer después precisó el lugar. Fueron a investigar: había sólo un muro de piedras. Lo derribaron y encontraron un cuarto con tres esqueletos...

-¿Hay algún otro personaje que le gustaría que viniera a nuestra charla?

-Russell, alguien prioritario. Como matemático y como científico. Y por su visión de la política, de la ética y de la paz. Le añado su humor y su inteligencia descomunal.

-Qué casualidad: Russell ha entrado.

-Ah, entonces le pregunto de todo: "¿Qué piensa ahora usted de la ética?, ¿la ve como relativismo o como absoluto?, ¿acepta mi visión de que las teorías éticas son hipotético-deductivas?". Me gustaría preguntarle si sigue pensando en la construcción del conocimiento científico, que pone en su libro Misticismo y lógica, o si aceptaría las visiones actuales. Bueno, bueno, freno mi entusiasmo; lo que pasa es que si uno se mete a preguntar...

-A propósito, a usted le pregunto yo: ¿de dónde venimos? ¿A dónde vamos?

-Me gustaría saberlo. Estas preguntas están ligadas a cuestiones místicas para mí no resueltas.

-¿Puede responder obedeciendo a su percepción?

-A dónde vamos... Primero, no se puede saber cómo será la sociedad si no se sabe cuáles serán las técnicas disponibles. Segundo: en el sentido espiritual, creo que hacia el progreso ético. En la naturaleza humana hay algo trascendente, en esa dirección.

-Con esto del cambio de milenio mucho se habló de la autodestrucción del hombre, del fin de los tiempos.

-Yo no sé lo que va a pasar. A lo mejor incluso vamos hacia el perfeccionamiento del espíritu. Esto podría suceder, aunque no reencarnando en formas humanas. A fin de cuentas hay trillones de estrellas con planetas y, de la misma manera que aquí hay seres vivos, podría haber alguna forma de vida en otro lado... Quién sabe, a lo mejor uno reencarna en un tipo de sociedad bastante más movida espiritualmente... Es mi esperanza, si es que hay algo de verdad en ese lado de la cuestión.

-Queda pendiente "de dónde venimos".

-Yo contestaría que, como una posibilidad, la respuesta podría ser encontrada en las teorías de la evolución. Vendríamos, tal vez, de formas muy primitivas de vida que tienen que ver con la aparición de proteínas, aminoácidos y desoxirribonucleico por una deducción realizada en un tiempo inmenso. Pero, de todas maneras, fueron apareciendo seres de capacidades superiores, hasta que se dio el pensamiento. Hasta el Papa reconoció que la evolución como teoría científica podría ser posible.

-¿Vio, profesor? Darwin aquí.

-No me interesaría tanto. Su teoría está bastante perfeccionada, porque no conocía la genética y ahora las teorías neodarwinistas se hacen con auxilio de la genética. Más que discutir lo enteraría de muchas cosas. Por lo demás, él era un individuo que tenía muchos prejuicios teológicos, bastante reaccionario... Así que tal vez me interesaría preguntarle: "¿Usted realmente sigue sosteniendo las mismas posiciones malthusianas?"

-Profesor, ¿se anima a imaginar un hombre perfecto?

-Me animo a pensar en un hombre en estado de perfeccionamiento.

-¿Cómo se compatibiliza esto con un mundo sembrado de hambre y analfabetismo?

-No estoy convencido de tal cosa como tendencia irreversible. Yo creo que sabemos y gozamos de la vida cada vez más. A través de instrumentos vemos, oímos y registramos para el futuro cada vez más... Hasta hace poco, una ejecución musical extraordinaria se perdía para siempre... Yo creo que hemos progresado. Lo que pasa, como decíamos, es que eso no basta porque está pendiente la cuestión de la ética. No es que seamos cada vez más ciegos y estúpidos. Aunque podemos hacernos estúpidos si no ponemos atención en ciertas cosas. Reconozco que hay bastantes aspectos de la civilización que tienden a estupidizarnos. Pero no exageremos eh, como cuando se dice que la juventud actual está muy superficializada. No creo eso. Y lo fundamento: la feria del libro dedicada a las ciencias fue visitada por un millón cien mil personas; la mitad, jóvenes. Entonces, cuidado al juzgar: hay de todo.

-¿Qué piensa de las críticas que Ernesto Sábato le hace a la ciencia?

-Un disparate. Una serie de bellaquerías completamente negativas e insostenibles. Me parece lamentable que un hombre de su inteligencia pueda sostener que los males contemporáneos vienen de la ciencia... A Sabato, dada su dimensión, lo considero uno de los factores culturales más negativos de hoy en la Argentina. Somos amigos eh, pero él sabe que lo pienso así. Su actitud me parece reaccionaria, oscurantista.

-Con el cambio de milenio se han hecho infinidad de balances. En la lista negativa: ozono, lluvia ácida, migraciones glaciares, hambre, solidaridad aniquilada por la ley del "sálvese quien pueda".

-Esto tiene dos contestaciones. Una viene acudiendo a aquella frase de un escritor de ciencia ficción, no recuerdo su nombre..., que dice que el ser humano es, en partes iguales, un ser semidivino y un gusano. Es evidente: hay muchos gusanos, especialmente en toda esa parte de civilización egoísta que tiene los medios de producción en su poder y que explota a los restantes y contamina el planeta... Ante eso, uno de los deberes de científicos, filósofos, humanos sensibles, artistas, políticos... es tratar de buscar los medios para neutralizarlo.

-¿Y la otra contestación al balance apocalíptico?

-Lo segundo es que, a pesar de todo, creo que hemos progresado. Las cosas se pueden ver de dos maneras. Por un lado, la técnica y el avance científico nos han liberado de un montón de esclavitudes; el ama de casa, en minutos, hoy puede hacer cosas que le llevaban días enteros. Eso no lo apreciamos. Pero en otro sentido coincido con aquellos que sostienen que no es totalmente cierto que la esclavitud haya desaparecido. Ninguna teoría teológica, sociológica o política podría hoy sostener que la esclavitud está bien, como lo hizo Aristóteles. Aunque nos falta mucho, en algún sentido el progreso en lo ético y conceptual existe.

-Entonces, el hombre actual es más libre.

-Adhiero. Me parece que la globalización lo que va a hacer es que las partes positivas estén más repartidas por el universo. Lo que sí reconozco también es que hay que tener respeto por las diversas tradiciones y culturas.

-A todo esto, ¿las religiones evolucionaron?

-Poco... las principales, enquistadas, son reaccionarias y fundamentalistas. Es a través de la filosofía, del progreso cultural, que se va produciendo una globalización positiva. En la Tierra hay unas cien mil religiones. En general, no han contribuido al progreso cultural.

-Usted es habitante de un país tan desasosegado como entretenido. ¿Cómo ve a esta Argentina que no cesa de tocar fondo?

-Mezcla de dos cosas lo que siento. Por un lado, me siento esperanzado: hemos salido de peores. Por otro, me siento medio infeliz viendo tanto sufrimiento entre la gente, tantos indigentes, tantos desocupados. Pero el país, como tal, me gusta muchísimo. Yo tuve diversas oportunidades de irme a vivir, y muy cómodamente, a otro lado, y decidí quedarme porque considero que éste es un país muy interesante, donde hay mucho pathos por parte de la gente. Hay un gran entusiasmo, admiro el material humano argentino. Ocurre que tenemos una especie de afición por tratarnos mal a nosotros mismos. Aquí hay mucha más inquietud constructiva que en muchos países europeos. Me siento feliz de vivir donde vivo.

-¿Cuántos libros tiene su biblioteca?

-Muchos menos de los que necesitaría leer... Unos ocho mil.

-Divertimentos como el fútbol, ¿los aprecia?

-Bueno, el fútbol lo considero uno de los aspectos sociológicos más negativos. Desde luego no lo prohibiría. Yo tengo algún hobby; el primero: me gusta mucho la naturaleza. El pequeño jardín que usted ve ahí me llena de alegría. Me gustan la montaña, el mar, la pampa argentina. Disfruto muchísimo de la naturaleza, cosa que se refleja también en mi curiosidad científica.

-¿Y comer?

-Ravioles, pastas italianas, alguna comida judía... pero espere, que sigo enumerando... Otra de mis diversiones y vocaciones es la música... Schumann, Bach. A Bach lo adoro. Me produce una emoción mística... En algún momento la música iba a ser una de mis especializaciones, pero no se puede hacer tantas cosas.

-¿Le quedó tiempo, digamos, para el amor?

-A eso iba, a mi vida privada... Siempre me ha parecido que el amor es una cosa muy importante y lo sigo manteniendo. Tengo cincuenta y dos años de casado con Tatiana Schneider, así que sé de lo que le estoy contando. Y ése es un punto que me hace feliz.

Fuente: La Nación Revista, 24.05.2009