Heráclito 42

La cultura del “copia y pega”

Marcelo Colussi*


Para un porcentaje creciente de personas en el mundo es ya un lugar común en su cultura cotidiana el “copia y pega” (o “copy and paste”, como suele decírsele con frecuencia, evidenciando así la presencia anglosajona que rige buena parte de nuestra vida actual en cualquier punto del planeta).

Esto es algo reciente, de apenas unos años para acá, yendo de la mano de la explosión de la era informática. En las generaciones inmediatamente anteriores a las actuales, aquellas que no conocieron aún la computadora ni el internet, las que aún utilizaban la máquina de escribir (si tenían la dicha de ser alfabetizadas, claro está), no era siquiera remotamente pensable el fenómeno.

Y sin dudas, se trata de un “fenómeno social”, de una formación cultural que va más allá de una práctica puntual determinada, de una moda o de un hábito irrelevante condenado a pasar sin pena ni gloria. No, nada de eso: todo indica que estamos ante una nueva matriz cultural. Sin ánimo de ridiculizarlo, podría decirse que el “copia y pega” llegó para quedarse.

Pero, entonces: ¿qué es este dichoso “corta y pega”? ¿Este “control c control v” que aparece por todos lados?

La incorporación de las nuevas tecnologías cibernéticas en espacios crecientes de nuestra vida cotidiana tiene un valor tremendo, quizá similar a la aparición del fuego, de la agricultura, de los metales, la rueda o la máquina de vapor, esos elementos que sin lugar a duda son hitos definitorios de nuestra historia como especie. Al igual que pasó con todos estos grandes eventos, la aparición de la computación y su uso cada vez más masivo en la cotidianeidad, a lo que se agrega el internet como su complemento obligado, definen un nuevo perfil de sociedad, de modo de relacionarnos, y sin dudas también, de sujeto.

Las llamadas TIC’s –tecnologías de la información y la comunicación– tienen hoy una fuerza creciente y son las que marcan el camino en lo que cada vez más se conoce e impone como “sociedad de la información”. Sociedad, por cierto, que sigue siendo profundamente asimétrica, desbalanceada, y por tanto injusta, donde muy buena parte de la población planetaria aún no tiene resueltos problemas ancestrales (el hambre, la vivienda, el acceso a satisfactores básicos) y donde estas innovaciones no llegan: mientras la informática define cada vez más la marcha de los grupos que fijan la vanguardia de la especie humana, mucha gente aún no dispone de energía eléctrica, no tiene acceso a un teléfono, y más aún, sigue estando analfabetizada. Hoy por hoy, no más de un 10% de la población planetaria usa internet, pero no obstante esas profundas asimetrías, estas tecnologías crecen a velocidades vertiginosas y, como dioses omnipotentes, fuerzan a seguirles no importa a qué precio. El mito del progreso se ha impuesto y no tiene marcha atrás.

El ámbito de la informática, por tanto, va definiendo nuestro mundo, nuestra vida, nuestra forma de movernos en ese mundo. Cada vez más la computadora y una conexión a internet moldean nuestra humana existencia; para infinidad de cosas (informarnos, divertirnos, producir, realizar compras, buscar amigos, hacer el amor, calcular la trayectoria de una nave espacial o separar la basura orgánica de la inorgánica, etc., etc.…) dependemos de su uso. Tal como parece indicar esa tendencia, dentro de no muchas generaciones habremos asistido a cambios profundos, seguramente irreversibles, en las características generales de nuestra cultura teniendo a estas tecnologías como eje definitorio de lo que hacemos y dejamos de hacer. Por ejemplo, según estimaciones de la UNESCO, dentro de no muchos años lo que entendemos por educación formal tradicional basada en la institución escolar presencial habrá cambiado perdiendo protagonismo frente a estas nuevas modalidades virtuales, no siendo nada improbable que la escuela, en todos sus niveles, vaya tendiendo a su desaparición. Así como sucederá –o ya está sucediendo– con los documentos impresos. El periódico y el libro están condenados a su desaparición en un tiempo no muy lejano. De hecho, la prensa escrita y la correspondiente industria gráfica que la soporta no crecen; por el contrario, grandes diarios del mundo van extinguiéndose. Y el libro virtual, de momento lentamente, ya comienza a perfilarse como la nueva modalidad. ¿En cuántos años más pasará a ser pieza de museo, como ya lo son hoy grandes inventos de la modernidad: el telégrafo, la máquina de escribir, el diskette?

La pantalla de una computadora, tal como van las cosas, será nuestro marco de referencia total, donde miraremos todo, donde nos educaremos desde nivel preescolar hasta los doctorados, y de la que dependeremos en forma creciente para todo. Y aunque mucha gente en el mundo aún no tiene siquiera energía eléctrica, mucho menos acceso a una computadora e internet, de todos modos también pasa a depender de esa cultura global asentada en los chips y en lo multimediático.

Una rápida conclusión que puede extraerse de esto último es que, merced a esa primacía de lo audiovisual, cada vez leemos menos. En cierta forma, así es. Leemos menos o, quizá, leemos de otra manera. La erudición intelectual ya no se expresará a partir de cuántos libros se llevan leídos sino de la cantidad de información que se maneja. La cultura de lo virtual, de la pantalla de los multimedia, marca el camino (hoy día: pantalla plana de plasma líquido de alta definición, tanto de una computadora personal como de una portátil, o de un televisor, o de un teléfono móvil ya más cercano a una central de procesamiento de datos que a un aparato para hablar a distancia, sin contar con las nuevas modalidades que el mercado irá ofreciendo –obligando a consumir, mejor dicho–).

En ese clima audiovisual dominante es que se inscribe la cultura del “copia y pega”.

Con las nuevas tecnologías informáticas, definitivamente leemos menos. O al menos, leemos menos libros. Si a mediados del siglo XX, cuando nacía la televisión, Groucho Marx pudo decir sarcásticamente de ella que “sin dudas es muy instructiva… porque cada vez que la prenden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, hoy día el peso de la cultura audiovisual es inconmensurable y, quizá parafraseando al humorista, podríamos decir que nos la pasamos “copiando y pegando”, pues ya no nos vamos al cuarto contiguo a leer.

Hay que reconocer que la cultura que traen estas nuevas tecnologías de la información y la comunicación sin dudas agradan, son muy amigables, entran muy fácilmente en el público. Más, quizá, que la lectura. La universalización del documento impreso que posibilitó la imprenta moderna disparó la alfabetización por todo el mundo. Fue en ese marco que Cervantes hizo decir a don Quijote que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Verdad incontrastable, sin dudas. Verdad de la época en que era impensable un “copia y pega”. Pero más aún se divulgó, se impuso y cambió la manera de relacionarse con el mundo el ámbito de lo audiovisual. La lectura se popularizó y se universalizó en estos últimos siglos, pero mucho más lo hizo la cultura derivada de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Y la tendencia dominante indica que es más fácil que una cultura ágrafa, de las que todavía existen algunas pocas en el mundo confinadas en algún paraje remoto, pueda pasar con mayor comodidad a la computación y al internet que a la cultura del libro.

Ante el primado del “copia y pega” que se va imponiendo, una primera reacción –no de las generaciones jóvenes, hay que recalcar– es un grito de alarma: “¡se lee cada vez menos! ¡Sólo se copia y se pega! ¿Dónde iremos a parar?” A un joven, a alguien nacido y criado en la cultura informática de estos últimos años, a alguien que se le hace más común buscar una palabra desconocida en una enciclopedia virtual con algún motor de búsqueda que consultar un diccionario de papel yendo a una biblioteca, seguramente no le parece nada descabellado copiar y pegar lo que vio en una pantalla. En definitiva: ¿por qué habría de parecerle así?

No puede decirse, de ningún modo, que las sociedades basadas en estos nuevos soportes de las llamadas tecnologías de punta, tecnologías de la información y la comunicación, sean menos educadas que las que se formaron en la cultura libresca. Esa visión no es sino la expresión de un concepto bastante restringido, que toma como referente la modernidad europea, capitalista, donde la imprenta y la alfabetización marcaron una época, pero que no son el único modelo posible. Sin dudas la popularización de la lectura representó un avance fenomenal en la historia de la humanidad, en tanto universalizó los saberes, pero es un poco limitado pensar que sólo la cultura basada en la lectura de papeles es válida, o incluso: “la mejor”. Existen muchas posibilidades para desarrollar los saberes. La computadora y el internet son instrumentos válidos, interesantes, prometedores, por lo que sería tonto pensar que sólo producen “copiadores” y “pegadores” vacíos. Plantearlo así es, como menos, ingenuo –por no decir equivocado–.

Aunque ello es un riesgo posible, sin dudas. Y no debe dejar de considerárselo. Por el solo hecho de ser novedosa, una tecnología no forzosamente es buena, mejor que la anterior. Hoy, en el medio de una ya más que impuesta cultura consumista ávida de novedades, existe la tendencia a endiosar los productos nuevos, el último grito del mercado. Sabemos que eso no necesariamente significa mejoramiento. Significa, ante todo –y muchas veces sólo– buenas ventas para el fabricante. De todos modos, más allá de la moda que pueda haber en juego (las multinacionales que manejan los mercados imponen el consumo voraz de nuevos equipos de computación, nuevos programas, nuevas tecnologías “exitosas”, con una velocidad cada vez más vertiginosa), en sí mismo estos avances no son, para decirlo de un modo quizá demasiado simplificado, ni buenos ni malos. Son instrumentos. Lo cierto es que la profundidad y masividad de las nuevas técnicas informáticas y comunicacionales son tan grandes que, sin lugar a dudas, marcan caminos difíciles de evitar.

Poner el grito en el cielo porque ahora, por ejemplo, los alumnos “sólo copian y pegan” es, como mínimo, discutible. ¿Acaso antes de la aparición de estas tecnologías cibernéticas todo el mundo producía teoría? ¿Acaso la erudición era el pan nuestro de cada día en cada estudiante o en cada graduado en cuanta aula había en el planeta? La existencia de libros, ¿asegura que todo el mundo tiene acceso a ellos? Sabemos que el analfabetismo sigue siendo una cruda realidad en el mundo, y sabemos también que pese a que existan cantidades de libros dando vueltas por el planeta, aunque tengamos la posibilidad de leerlos, no todos leemos (se prefiere quizá hablar, o hacer deporte, o mirar televisión pese a la crítica de Groucho Marx), o leemos mal, o leemos lo mínimo indispensable. No está de más recordar que los libros que más se venden hoy día a nivel mundial son los de autoayuda. Algo así como, valga la comparación jocosa,… horóscopos. ¿Somos tan falibles, débiles y mediocres que necesitamos esos apoyos? Bueno… pareciera que sí, a estar con las ventas reales constatables. La cultura del libro, o del papel (también se leen diarios, pero no olvidar que en muy buena medida se leen las páginas deportivas, las policiales, y también los horóscopos) no asegura una excelencia académica. Leyendo papeles no hay “copia y pega”, pero también puede haber mucha mediocridad.

En definitiva: esta tendencia actual del “copy and paste” que han instaurado las nuevas diosas tecnológicas no es sino un aspecto instrumental. Las tecnologías, en sí mismas, no son sino eso: herramientas, ayudas para la vida. La cultura virtual que se va imponiendo a pasos agigantados no es éticamente valorable como positiva o negativa. Es un ámbito que se abre. Puede dar lugar a la más mediocre masificación manipulada desde los centros de poder –¿no es eso lo que instauró la escuela moderna masificada con el uso del libro acaso, una institución productora y reproductora del sistema capitalista?– o puede dar lugar también a una instancia liberadora, como la página electrónica donde ahora aparece este material. Ojalá, en todo caso, copiemos y peguemos todo lo que pueda ayudar a abrir los ojos, a fomentar pensamiento crítico. Como dijo alguien a quien más bien leemos en libros que encontramos en la red (pero a quien podríamos también –¡ojalá nos acostumbráramos a hacerlo!– copiar y pegar), el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel: “el límite sólo se conoce yendo más allá”. Por tanto, andemos, caminemos. De eso se trata en definitiva. Una pantalla de plasma líquido es sólo un medio. Que los árboles no nos impidan ver el bosque.

* Actual columnista de Argenpress, el autor de esta nota fue corresponsal de Heráclito en Centroamérica y activo panelista de nuestro Café Filosófico.


Sobre la Igualdad

Fernando Savater, Diccionario filosófico, Planeta, Barcelona 1997, págs. 174/177.

Confieso que me avergüenzo de haber olvidado tantas cosas importantes que he leído o escuchado y de recordar en cambio de forma indeleble pequeñas trivialidades que sin duda habrían merecido ir a parar al basurero de la amnesia. Por ejemplo, siempre que oigo mencionar la palabra “igualdad”, con todo su noble cortejo de esforzados proyectos políticos y dignísimas intenciones morales, me zascandilea por la memoria una maliciosa coplilla de Dios sabe cuándo que solía recitarme mi abuela en mi primera niñez:

¡Igualdad!, oigo gritar
al jorobado Torroba.
¿Quiere verse sin joroba
o nos quiere jorobar?

Sin embargo, incluso esta cuarteta poco memorable se presta a reflexiones de más alto vuelo. En efecto, ¿en qué consiste realmente la igualdad humana? ¿Por qué nos resulta deseable... si es que la consideramos deseable? ¿Proviene su anhelo de un afán liberador o del resentimiento punitivo? ¿Se trata de una aspiración muy antigua, casi originaria en nuestra tradición cultural, o es uno de esos proyectos brotados de la revolucionaria modernidad? ¿Sigue siendo ahora, cuando casi seis mil millones de personas habitamos el planeta, un ideal tan aconsejable como pudo serlo hace siglos?

Quizá la única forma razonable de intentar responder a estas preguntas u otras semejantes sea acudir a nuestra tradición filosófica. También se puede, desde luego, comenzar por definir de forma taxativa qué se entiende por igualdad y cuáles son los tipos de ella que conocemos, algunos diferentes y aún incompatibles entre sí. Pero prefiero atenerme en este caso a la observación ya mencionada por Nietzsche cuando señaló que los conceptos tienen o definición o historia. Sin duda es muy importante tratar de precisar qué es hoy para nosotros la igualdad, en qué medida y modo resulta deseable y cuáles son las mejores vías prácticas para intentar hacerla efectiva. Pero también resulta seductor rastrear la genealogía de esa noción e intentar recordar cómo y por qué fue propugnada en el pasado, así como las diversas caracterizaciones que ha tenido a lo largo de nuestra historia intelectual...

H 61 – 27.07.2001


Sobre la tolerancia

Voltaire, Diccionario Filosófico, al abordar el artículo Alma (VIII), imagina el siguiente diálogo entre dos filósofos. RBA, Barcelona 2002, págs. 132/134.

«Hemos leído que en la antigüedad había tanta tolerancia como en nuestra época, que en ella se encuentran grandes virtudes, y que por sus opiniones no perseguían a los filósofos. ¿Por qué, pues, pretendéis que nos condenen al fuego por las opiniones que profesamos? Creyeron en la antigüedad que la materia era eterna; pero los que suponían que era creada, no persiguieron a los que no lo creían. Díjose entonces que Pitágoras, en una vida anterior, había sido gallo, que sus padres habían sido cerdos, y sin embargo de esto, su secta fue querida y respetada en todo el mundo, menos por los pasteleros y por los que tenían habas que vender. Los estoicos reconocían a un Dios poco más o menos semejante al que admitió después temerariamente Espinosa; el estoicismo, sin embargo, fue la secta más acreditada y la más fecunda en virtudes heroicas. Para los epicúreos, los dioses eran semejantes a nuestros canónigos y su indolente gordura sostenía su divinidad, y tomaban en paz el néctar y la ambrosía sin inmiscuirse en nada. Los epicúreos enseñaban la materialidad y la mortalidad del alma, pero no por eso dejaron de tenerles consideraciones, y eran admitidos a desempeñar todos los empleos.

»Los platónicos no creían que Dios se hubiera dignado crear al hombre por sí mismo; decían que había confiado este encargo a los genios, que al desempeñar su tarea cometieron muchas tonterías. El Dios de los platónicos era un obrero inmejorable, pero que empleó para crear al hombre discípulos muy medianos. No por eso la antigüedad dejó de apreciar la escuela de Platón. En una palabra, cuantas sectas conocieron los griegos y los romanos, tenían distintos modos de opinar sobre Dios, sobre el alma, sobre el pasado y sobre el porvenir; y ninguna de esas sectas fue perseguida. Todas esas sectas se equivocaban, pero vivieron en amistosa paz, y esto es lo que no alcanzamos a comprender, porque hoy vemos que la mayor parte de los discutidores son monstruos y los de la antigüedad eran verdaderos hombres.

»Si desde los griegos y los romanos queremos remontarnos a las naciones más antiguas, podemos fijar la atención en los judíos. Ese pueblo que fue supersticioso, cruel, ignorante y miserable; sabía, sin embargo, honrar a los fariseos, que creían en la fatalidad del destino y en la metempsicosis. Respetaba también a los saduceos, que negaban en absoluto la inmortalidad del alma y la existencia de los espíritus, fundándose en la ley de Moisés, que no habló nunca de penas ni de recompensas después de la muerte. Los esenios, que creían también en la fatalidad, y nunca sacrificaban víctimas en el templo, eran más [107] respetados todavía que los fariseos y saduceos. Ninguna de esas opiniones perturbó nunca el gobierno del Estado; y quizás hubieran tenido motivo para degollarse y para exterminarse recíprocamente unos a otros, si en tenerlo se hubiesen empeñado. Debemos, pues, imitar esos loables ejemplos; debemos pensar en alta voz, y dejar que piensen lo que quieran los demás. Seréis capaz de recibir cortésmente a un turco que crea que Mahoma viajó por la luna, ¿y deseáis descuartizar a un hermano vuestro porque cree que Dios puede dotar de inteligencia a todas las criaturas?»

Así habló uno de los filósofos; y otro añadió: –«Creedme; no ha habido ejemplo de que ninguna opinión filosófica perjudique a la religión de ningún pueblo. Los misterios pueden contradecir las demostraciones científicas; no por eso dejan de respetarlos los filósofos cristianos, que saben que los asuntos de la razón y de la fe son de diferente naturaleza. ¿Sabéis por qué los filósofos no lograrán nunca formar una secta religiosa? Pues no la formarán porque carecen de entusiasmo. Si dividimos el género humano en veinte parte, componen las diecinueve los hombrea que se dedican a trabajos manuales, y quizá éstos ignorarán siempre que existió Locke. En la otra veintava parte, se encuentran pocos hombres que sepan leer, y entre los que leen hay veinte que sólo leen novelas por cada uno que estudia filosofía. Es muy exiguo el número de los que piensan; y estos no se ocupan en perturbar el mundo. No encendieron la tea de la discordia en su patria Montaigne, Descartes, Gassendi, Bayle, Espinosa, Hobbes, Pascal, Montesquieu, ni ninguno de los hombres que han honrado la filosofía y la literatura. La mayor parte de los que perturbaron a su país fueron teólogos, que ambicionaron ser jefes de secta o ser jefes de partido. Todos los libros de filosofía moderna juntos no produjeron en el mundo tanto ruido como produjo en otro tiempo la disputa que tuvieron los franciscanos respecto a la forma que debía dárseles a sus mangas y a sus capuchones».

Este texto no ha sido publicado en Heráclito Filosofía y Arte.


Fedón

De la presentación

Luis Gil, traductor y prologuista, catedrático de Filología griega de la Universidad de Madrid. Ed. Orbis, Buenos Aires 1983, pág. 115.

Tan rico es el contenido del Fedón, que el subtítulo de “sobre el alma”, que le diera la Antigüedad, parece quedársele estrecho. No se puede negar, es cierto, que la parte fundamental del diálogo se destina a la discusión de los argumentos que se dan en pro y en contra de la inmortalidad del alma. Pero el Fedón no es solamente eso; hay en él muchas otras cosas de capital importancia: el esbozo de la doctrina de las ideas, toda una teoría del conocimiento, la formulación de un ideal de vida, y, dando unidad a todo ello, el maravilloso relato de los últimos momentos de Sócrates.

Del texto de Platón
Ibídem, págs. 229/231.

Pues bien, amigos –prosiguió Sócrates-, justo es pensar también en que, si el alma es inmortal, requiere cuidado no en atención a ese tiempo en que transcurre lo que llamamos vida, sino en atención a todo el tiempo. Y ahora sí que el peligro tiene las trazas de ser terrible, si alguien se descuidara de ella. Pues si la muerte fuera la liberación de todo, sería una gran suerte para los malos cuando mueren el liberarse a la vez del cuerpo y de su propia maldad juntamente con el alma. Pero desde el momento en que se muestra inmortal, no le queda otra salvación y escape de males que el hacerse lo mejor y más sensata posible. Pues vase el alma al Hades sin llevar consigo otro equipaje que su educación y crianza, cosas que, según se dice, son las que más ayudan o dañan al finado desde el comienzo mismo de su viaje hacia allá. Y he aquí lo que se cuenta: a cada cual, una vez muerto, le intenta llevar su propio genio, el mismo que le había tocado en vida, a cierto lugar, donde los que allí han sido reunidos han de someterse a juicio, para emprender después la marcha al Hades en compañía del guía a quien está encomendado el conducir allá a los que llegan de aquí. Y tras de haber obtenido allí lo que debían obtener y cuando han permanecido en el Hades el tiempo debido, de nuevo otro guía los conduce aquí, una vez transcurridos muchos y largos períodos de tiempo. Y no es ciertamente el camino, como dice Télefo de Esquilo*. Afirma éste que es simple el camino que conduce al Hades, pero el tal camino no se me muestra a mí ni simple, ni único, que en tal caso no habría necesidad de guías, pues no lo erraría nadie en ninguna dirección, por no haber más que uno. Antes bien, parece que tiene bifurcaciones y encrucijadas en gran número. Y lo digo tomando como indicios los sacrificios y los cultos de aquí. Así, pues, el alma comedida y sensata le sigue y no desconoce su presente situación, mientras que la que tiene un vehemente apego hacia el cuerpo, como dije anteriormente, y por mucho tiempo ha sentido impulsos hacia éste y el lugar visible, tras mucho resistirse y sufrir, a duras penas y a la fuerza se deja conducir por el genio a quien se le ha encomendado esto. Y una vez que llega adonde están los demás, el alma impura y que ha cometido un crimen tal como un homicidio injusto, u otros delitos de este tipo, que son hermanos de éstos y obra de almas hermanas, a esa la rehúye todo el mundo y se aparta de ella, y nadie quiere ser ni su compañero de camino ni su guía, sino que anda errante, sumida en la mayor indigencia hasta que pasa cierto tiempo, transcurrido el cual es llevada por la necesidad a la residencia que le corresponde. Y, al contrario, el alma que ha pasado su vida pura y comedidamente alcanza como compañeros de viaje y guías a los dioses, y habita en el lugar que merece. Y tiene la tierra muchos lugares maravillosos, y no es, ni en su forma ni en su tamaño, tal y como piensan los que están acostumbrados a hablar sobre ella, según me ha convencido alguien.

* Obra actualmente perdida.
H 61 – 27.07.2001


Divertimento sintáctico de Eduardo Dermardirossian

Fuga y regreso

Se enrolló sobre la rama verde como si lo hiciera sobre sí misma y fue uno con ella. Las estrellas comenzaron a estallar aquí y allá; unas veces se apagaban éstas para que estallaran aquellas, otras, estallaban todas a un tiempo. En un acto múltiple se manifestaba toda la vida, toda la energía de ese cosmos que quería ser caos.

Pronto las estrellas fueron chispas que saltaron desde el centro hacia afuera, y también perlas que nacieron porque sí y describieron espirales hasta girar en órbitas.

Más tarde se ocultaron las estrellas y se apagaron las chispas, las perlas abandonaron sus órbitas y lentamente se congregaron en el centro.

Ella permaneció ahí, enrollada sobre su rama, sobre sí misma, sobre la quietud infinita y laxa del sueño. Y el universo lentamente recobró su orden y las esferas celestes volvieron a su derrota.

H 61 . 27.07.2001

Heráclito 41 Jacinto Azul

Poema de Sylvia Maclagan

Peregrinaje

'¡Qué dientes grandes tienes, abuelita!',
exclamó Caperucita Roja.

Seré sombra
que serpentea por el bosque
invisible a la mirada de la fiera.
Apagaré el fuego en sus orbes
con mi mirada gélida
y con dedos ligeros tocaré los colmillos.
Pasaré a través del monstruo
como silueta sutil
vestida de transparencias.
En aquel lugar
habitado por espíritus de criaturas fantásticas,
de alimañas y lobos y cazadores,
de ancianas voraces con gorros de dormir,
entre la esencia y la forma de seres emblemáticos,
de vidas irreales,
de leyendas escritas en memorias imaginadas,
renaceré.
Con invencibles garras
destrozaré a la fiera que habita en mí.
Del laberinto de fábulas
que tejí en mi infancia
anticipando la aurora de mis noches
volveré.
Libre de mi caperuza roja
volveré desnuda a la fuente
para ofrecer los frutos
–prodigio de la Madre Tierra–
que llevaba en mi canasta dorada
cuando inicié el peregrinaje por espacios míticos.

Suplemento de H 132 – Dic. 2002


Un cuento sufí

La olla tuvo cría

Versión y nota de Eduardo Dermardirossian

Fue para cocinar pilav* que cierta vez Nasreddín pidió a su vecina que le prestara una olla grande, a lo que ésta accedió, entregándosela prestamente.

Transcurrido un breve tiempo, Nasreddín le devolvió la olla a su vecina, quien al destaparla comprobó que dentro tenía otra olla, pero más pequeña. Sorprendida, inquirió al Maestro por ello, a lo que éste contestó: "Es que... tuvo cría". Complacida, la mujer guardó para sí ambas ollas.

Transcurrido un mes, Nasreddín volvió a pedir a su vecina la misma olla en préstamo, accediendo feliz la señora, quizá con la secreta esperanza de una nueva parición. Pero no fue así, porque corrían las semanas y la olla no era devuelta.

Ya ansiosa por la tardanza, la vecina se apersonó en la casa del Maestro y le recordó que aún no le había devuelto lo prestado.

"La olla..., ah sí -recordó Nasreddín-, se murió".

Indignadísima, la mujer reprochó al que eso había dicho, advirtiéndole que no le tomara por tonta. "¿Cómo puede morir una olla?", preguntó con indisimulado fastidio.

Con la serenidad que le era propia, Nasreddín contestó: "Si pudiste creer que esa olla tuvo cría, ¿qué te impide creer también que ahora ha muerto?”

Mediante la sátira el cuento reprocha la fragmentación del conocimiento y la experiencia, sazonando el relato con un dejo de animismo malicioso. Los diálogos y las reflexiones en el sufismo no tienen rigor alguno, como acontece entre los griegos antiguos o entre los racionalistas modernos. Pero las consecuencias que devienen de ellos no son menos relevantes. Las ollas no nacen ni mueren, lo sabemos. Pero ignoramos la verdadera relación del hombre con su entorno.

* Plato típico del Medio Oriente elaborado a base de arroz.
Suplemento de H 132 – Dic. 2002


Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista [...], debes empezar por saber que ya has llegado

Richard Bach, Juan Salvador Gaviota, Pomaire, Buenos Aires 1973, pags 55/59. Traducción de Carol y Frederick Howell.

Una noche, las gaviotas que no estaban precticando vuelos nocturnos se quedaron de pie sobre la arena, pensando. Juan echó mano de todo su coraje y se acercó a la Gaviota Mayor, de quien, se decía, iba pronto a trasladarse más allá de este mundo.

–Chiang... –dijo, un poco nervioso.

La vieja gaviota le miró tiernamente.

–¿Sí, hijo mío?

En lugar de perder fuerza con la edad, el Mayor la había aumentado; podía volar más y mejor que cualquiera gaviota de la Bandada, y había aprendido habilidades que las otras sólo empezaban a conocer.

–Chiang, este mundo no es el verdadero cielo, ¿verdad?

El mayor sonrió a la luz de la Luna.

–Veo que sigues aprendiendo, Juan –dijo.

–Bueno, ¿qué pasará ahora? ¿A dónde iremos? ¿Es que no hay un lugar que sea como el cielo?

–No, Juan, no hay tal lugar. El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfecto.
–Se quedó callado un momento–. Eres muy rápido para volar, ¿verdad?

–Me... encanta la velocidad –dijo Juan, sorprendido, pero orgulloso de que el Mayor se hubiese dado cuenta.

–Empezarás a palpar el cielo, Juan, en el momento en que palpes la perfecta velocidad. Y eso no es volar a mil kilómetros por hora, ni a un millón, ni a la velocidad de la luz.
Porque cualquier número ya es un límite, y la perfección no tiene límites. La perfecta velocidad, hijo mío, es estar ahí.

Sin aviso, en un abrir y cerrar de ojos, Chiang desapareció y apareció al borde del agua, veinte metros más allá. Entonces desapareció de nuevo y volvió en una milésima de segundo, junto al hombro de Juan.

–Es bastante divertido –dijo.

Juan estaba maravillado. Se olvidó de preguntar por el cielo.

–¿Cómo lo haces? ¿Qué se siente al hacerlo? ¿A qué distancia puedes llegar?

–Puedes ir al lugar y al tiempo que desees –dijo el Mayor–. Yo he ido dónde y cuándo he querido. –Miró hacia el mar–. Es extraño. Las gaviotas que desprecian la perfección por el gusto de viajar, no llegan a ninguna parte, y lo hacen lentamente. Las que se olvidan de viajar por alcanzar la perfección, llegan a todas partes, y al instante. Recuerda, Juan, el cielo no es un lugar ni un tiempo, porque el lugar y el tiempo poco significan. El cielo es...

–¿Me puedes enseñar a volar así? –Juan Gaviota temblaba ante la conquista de otro desafío.

–Por supuesto, si es que quieres aprender.

–Quiero. ¿Cuándo podemos empezar?

–Podríamos empezar ahora, si lo deseas.

–Quiero aprender a volar de esa manera –dijo Juan, y una luz extraña brilló en sus ojos–. Dime qué hay que hacer. Chiang habló con lentitud, observando a la joven gaviota muy cuidadosamente.

–Para volar tan rápido como el pensamiento y a cualquier sitio que exista –dijo–, debes empezar por saber que ya has llegado...

El secreto, según Chiang, consistía en que Juan dejase de verse a sí mismo como prisionero de un cuerpo limitado, con una envergadura de ciento cuatro centímetros y un rendimiento susceptible de programación. El secreto era saber que su verdadera naturaleza vivía, con la perfección de un número no escrito, simultáneamente en cualquier lugar del espacio y del tiempo.

Suplemento de H 132 – Dic. 2002


Sean los lectores quienes digan si hemos emprendido el camino correcto para encontrar niños grandes que nos ayuden a mirar lo que la vida nos muestra cada día.

Con estos términos finalizamos nuestro mensaje inaugural en junio de 2002, cuando dimos a luz este suplemento mensual de Heráclito. Y con estos términos queremos presentar el cuento de Ray Respall Rojas que ocupa las columnas de esta entrega. Nacido hace quince años en La Habana, Cuba, nuestro juvencísimo autor ha merecido varios premios dentro y fuera de su país. Su pluma ligera, su temática aleccionadora y el vuelo de su imaginación hacen de él una promesa cierta para la literatura de lengua hispana. Sin embargo, la creatividad de Ray no se limita a las letras. Él muestra el fruto de su talento también con líneas y colores, con formas y volúmenes, con luces y sombras. Los talleres de artes plásticas de su ciudad lo cuentan entre sus artistas noveles.

Nos gusta mostrar a nuestros lectores un cuento de este escritor que ha recorrido una buena parte del camino de la niñez, que se apresta a iniciar el de la juventud y que aún no ha ingresado en el territorio lleno de condicionamientos de la adultez. Nos gusta estimular a quienes buscan el premio de la vida en la creación artística, antes que en los fulgurantes estímulos de nuestra sociedad mercantilista. Y nos gusta imaginar que alguna vez las sociedades humanas se construirán con las herramientas que provee el espíritu.

“Ilusos”, nos señalarán los pragmáticos; “utópicos”, nos acusarán quienes ocupan su tiempo en sumas y restas numerales. “Bienvenidos”, nos recibirán los que aún pueden lucir -como queríamos- la conciencia blanca.

La dirección

Suplemento de H 136 – Enero 2003


La epopeya de los morlos

Cuento de Ray Respall Rojas

Esta epopeya comenzó en el pueblo de los morlos, seres que poblaron nuestro planeta hace millones de años, mucho antes de que llegaran los primeros dinosaurios. Su punto débil estaba en que se dejaban arrastrar por su imaginación, confundiendo a menudo fantasía con realidad. En los primeros momentos esto no era nada anormal, porque el mundo era aún muy nuevo y todo empezaba a cobrar vida a partir de los sueños, pero en la medida en que el universo fue tomando consistencia, este poder comenzó a desvanecerse y quedó solo como una aspiración interior, que aún sobrevive en nosotros, sus herederos.

Un morlo joven llamado Teri soñó que descubría un talismán a través del cual alcanzaba la inmortalidad. Cuando despertó, contó lo sucedido a sus amigos Ibbi y Trolki. Curiosamente, ellos habían soñado algo parecido. Ese mismo día partieron a perseguir sus anhelos.

Caminaron incansables hasta llegar a una cueva tenebrosa, en cuyo interior penetraron sin temor. Era el Templo de los Moltarks, malévolos hermanos dotados de poderes místicos, que al momento percibieron la presencia de los morlos y se hicieron invisibles. De este modo atraparon a nuestros protagonistas y los encerraron en una celda en la que sólo había un libro. Trolki, enojado, tiró el libro a un rincón diciendo:

-¡Tanto soñar para terminar en una mazmorra con un libro por compañía!

Para su sorpresa, el libro habló:

-¿No has oído, soñador, que un libro puede ser tu mejor compañero? Además, no soy un libro común, soy el espíritu de un guerrero, atrapado en esta forma por un encantamiento. Hace un siglo vine a luchar con los Moltarks, contaba con la ayuda del Diamante Enolk, que tiene el poder de desintegrar a los malvados cuando se coloca frente a ellos, pero fui sorprendido por la espalda. Conservé el diamante entre mis manos, por eso no pudieron destruirme, pues éste siempre ha de tener un dueño digno de poseerlo. Veo que ha llegado el momento de entregar Enolk y pasar a otro plano de existencia, donde los valientes que me antecedieron aguardan mi llegada.

Y diciendo esto comenzó a desmoronarse como un castillo de arena. Al final quedó un montón de polvo, en cuyo centro relucía un diamante azul en forma de pirámide. Trolki lo recogió y se encaró a los Moltarks, llamándolos cobardes.

Estos se enfurecieron tanto que se volvieron al unísono, momento que aprovechó el morlo para enseñarles la gema. Se esfumaron al instante, junto con su magia. Los barrotes de la celda se desintegraron. La caverna se transformó en una cueva llena de estalactitas que relucían como piedras preciosas. Al atravesar sus túneles, alumbrados por la luz del diamante, salieron de nuevo al mundo exterior.

Habían llegado, sin saberlo, al Desierto del Cansancio. Al tratar de cruzarlo, sintieron que los pies les pesaban más a cada paso y que los ojos se les cerraban, presos de un agotamiento como nunca antes habían sentido. Aún así, caminaron hasta más allá del límite de sus fuerzas, ayudándose mutuamente, por espacio de dos días con sus noches, al cabo de los cuales cayeron rendidos, justo en el borde del desierto.

Los despertó el calor del sol, anunciando la llegada de un nuevo día. Teri había empezado a comprender que el talismán de la vida eterna no había sido más que un sueño, pero a pesar de eso le parecía hermoso buscar algo que sabía que nunca iba a encontrar –desde entonces ese es el principio que rige las grandes aventuras-. Sus compañeros pensaban lo mismo, así que decidieron proseguir su viaje.

Al mediodía, encontraron una choza de techo muy alto que parecía habitada. Ibbi entró y no vio a nadie, a pesar de que la mesa estaba servida. Probaron los alimentos, un poco insípidos comparados con las imaginativas recetas de las morlas, pero que alcanzaron para satisfacer su hambre. Horas más tarde, mientras conversaban sentados alrededor de la mesa, esperando la llegada del dueño de la casa para disculparse por haberse comido su almuerzo, los sorprendió el sueño.

Comenzaba a caer la noche cuando Teri sintió unos pasos que retumbaban como truenos. Asustado, despertó a sus amigos. Ya no les daba tiempo de salir, así que salta­ron al techo, agarrándose de las vigas -había olvidado decirles que los morlos se distinguían por su enorme agilidad-. Sin sospecharlo, habían dormido y comido en la Cabaña de los Ogros de Tres Ojos, un matrimonio con dos hijos gigantescos y de muy mal carácter. Comprendieron que los descubrirían y harían con ellos la nueva cena si no hacían algo pronto.

El padre Ogro entró quejándose de hambre, seguido por sus hijos, que reclamaban la comida a gritos, pero la Ogresa, que todo el tiempo estuvo durmiendo en el cuarto del fondo, despertó malhumorada y los echó a escobazos, diciendo que primero había que lavarse las manos. Abrió la ventana para que entrara aire fresco y sólo alcanzó a ver tres figuritas que cruzaron por delante de sus ojos como relámpagos, perdiéndose en la oscuridad. Lo que pasó cuando vio la mesa vacía es motivo de otra historia...

Los tres aventureros se alejaron lo más que pudieron y se echaron a dormir en la hierba. Al despertar, vieron que se hallaban en un prado de colores fantásticos, cubierto de flores de tamaño y aromas inusuales. Habían llegado a la Pradera del Olvido, cuya belleza hacía que aquel que arribara se quedara fascinado, olvidando su pasado y su presente. Atrapados en el olvido, sin recordar su nombre ni su destino, estuvieron por espacio de tres meses. Se sentían bien, en un estado de extraña felicidad, pues todo allí era hermoso, pero cuando dormían no soñaban, pues los sueños están hechos de recuerdos. Esto hacía que despertaran asustados, pen­sando que les faltaba algo. Y es que no se puede concebir a un morlo sin sueños.

Un atardecer se sentaron a descansar a la sombra de un árbol gigantesco. Teri descubrió un hueco entre las raíces y allí encontró un rubí que parecía un colmillo. Al tomarlo entre sus manos recordó su pasado, incluso el sueño que lo llevó hasta allí. Asombrado y algo aturdido aún, tocó con la joya la frente de sus amigos y estos también despertaron del encanto. Al ver el rubí, Trolki pensó que se trataba del talismán tanto tiempo buscado, pero Ibbi evocó una antigua leyenda que había escuchado de sus padres:

"Los morlos fueron los primeros en surgir cuando comen­zaron a materializarse los pensamientos de los Antiguos Sabios. En sus inicios tenían el poder de hacer realidad sus sueños por medio de un rubí mágico que les había entregado Sarlon, soberano del Reino de la Muerte. Lo único que tenían prohibido era atravesar las barreras que sólo los espíritus podían cruzar para llegar al Otro Mundo. Mientras no lo hicieran, mantendrían ese don. Pero uno de entre ellos ambicionó demasiado, tomó el rubí y deseó lo que le había sido prohibido. Pasó al Reino gobernado por Sarlon, el que no nació ni está destinado a morir y quiso enfrentársele. Fue fácilmente vencido, el soberano del inframundo lo maldijo, convirtiéndolo en una roca negra. Desde ese día, ningún morlo pudo hacer sus sueños realidad y no se supo el destino del rubí, que quedó sepultado en las raíces del olvido".

Teri comprendió que tenía en sus manos el rubí de la leyenda y propuso ir a conocer aquel reino misterioso, conocido como El Otro Mundo. Al instante se abrió ante ellos un agujero oscuro que los arrastró hacia su interior. Cayeron por un túnel interminable, sin saber qué sería de ellos. Al fin aterrizaron, confusos y mareados, en una estancia cuyas pa­redes eran de bronce. El aire era una bruma gris, que le daba a todo lo visto un aspecto irreal y lóbrego. En ese momento oyeron gritar a sus espaldas:

-¡Alerta! ¡Intrusos!

Apenas giraron el rostro para alcanzar a ver unos lagartos enormes con armaduras de plata, que se lanzaron sobre ellos y los condujeron ante Sarlon, que se encontraba sentado en su enorme trono, tallado directamente en la roca de la Eternidad. Éste los condenó a sufrir el mismo castigo que el morlo de la historia, a no ser que tuvieran una explicación que lo convenciese de su intrusión.

-Gran Rey, hemos oído hablar de tu sabiduría y tu poder desde pequeños- fue la respuesta de Trolki-. No tenemos intenciones de enfrentarte. Sólo pretendíamos conocerte y comprobar si la leyenda del Rubí era parte de nuestra historia o simplemente un sueño más de los muchos que guían nuestros pasos.

Sarlon admiró su valor y su prudencia. Les perdonó la vida, pero les explicó que según las Leyes de la Antigüedad, el que entrara a sus dominios no podía regresar al mundo de los vivos. Aún así les daría una oportunidad: les estaba permitido recorrer su reino, si los atrapaban de nuevo sus soldados, debían quedarse para siempre, pero si encontraban la salida, los liberaría.

Los tres valientes salieron dispuestos a todo con tal de escapar de ese mundo de sombras. Buscaron la salida por espacio de un tiempo incontable, pues no se cuenta el tiempo después de la muerte. A veces tenían que esconderse para no volver a ser atrapados por los lagartos armados, que eran los guardianes del reino.

En una ocasión casi tropezaron en la niebla con un monstruo muy arruga­do, casi oculto bajo una capa, que estaba sentado en una mesa con patas de elefante, construida con un enorme caparazón de tortuga. El tintero, en lugar de tinta, contenía rayos de luz. Con estos rayos, el monstruo escribía en papeles blancos o rojos. Teri y Trolki retrocedieron asustados ante su presencia pero Ibbi, sin inmutarse, lo saludó amablemente y le preguntó qué estaba haciendo. El extraño escribiente respondió:

-Estoy muy ocupado, si no firmo alguno de estos papeles pudiera suceder cualquier catástrofe. Cada papel equivale a un ser, los blancos son para los que van a nacer, los rojos para los que van a morir. No puedo hablar más contigo, pero ya que has llegado hasta aquí te entrego, si puedes con su peso, el Escudo de Oro que Sarlon dejó bajo mi cuidado hace miles de años, cuando lo vi por última vez. Tiene el poder de ahuyentar a los enemigos pero, te advierto una vez más, su peso podría aplastarte.

Diciendo esto, echó atrás su capa y le señaló un bellísimo escudo dorado que colgaba de su espalda. Ibbi lo tomó, sorprendiéndose de encontrarlo muy liviano; pensó que el monstruo había querido hacerle una broma, le dio las gracias y volvió con sus compañeros, que admiraron alegres su nueva adquisición.

Con la ayuda del escudo, prosiguieron su camino en busca del final del reino, al menos ahora los feroces guardianes se aparta­ban a su paso.

Cierta vez en que reponían sus fuerzas, evocaron entre otros recuerdos que ahora parecían tan lejanos, el sueño que los llevó a esa aventura: encontrar un tesoro único en su clase, un verdadero talismán que les otorgara la gloria, que es una forma de alcanzar la inmortalidad. Ya todos tenían uno: Trolki, el Diamante Enolk, que destruía el mal; Ibbi, el Escudo dorado que protegía contra los enemigos y Teri, el Rubí que hacía los sueños realidad.

Al mencionar este último, Teri comprendió la profecía de su sueño: el Rubí era la clave para salir del reino de Sarlon, pues la Muerte no tiene fin, solamente se puede soñar con la Inmortalidad. Con un simple deseo suyo, regresarían a casa utilizando el poder de la gema. Al escucharle, sus compañeros saltaron de alegría, ¡al fin serían libres! El morlo tomó entre sus manos la piedra encantada, pero cuando se disponía a concentrarse, se materializó ante ellos la imponente figura de Sarlon, cuyo rostro era imposible de describir, y les dijo:

-Tal vez nunca sospecharon que sus sueños fueran algo más de lo que parecían, o que realmente no les pertenecieran. Sus pasos han sido vigilados desde el comienzo por los Sabios de la Antigüedad, yo mismo me he prestado para seguir el juego. Se les han puesto pruebas y las han vencido, han demostrado ser los merecedores de los tres tesoros con los que soñaron. Trolki, sólo un ser de bondad impecable puede sostener en su mano el Diamante Enolk sin quedar destruido por su poder. Ibbi, el monstruo a quien hablaste es nada menos que El Tiempo, encargado del nacimiento y la muerte de todas las criaturas, él te entregó el Escudo de Oro, cuyo peso sólo aquel cuyo valor no tenga mancha puede soportar. En cuanto a ti, Teri, sólo un verdadero soñador, de fantasía sin límites, podía rescatar el Talismán de los Sueños de las raíces del Olvido. Me gustaría que se quedaran conmigo, este mundo parecerá aburrido después de su partida; pero sé que el destino de los morlos es fabricar historias para otros seres que aún no han sido imaginados. Les deseo buena suerte. ¡Adiós!-. Al pronunciar esta última palabra se esfumó con la misma velocidad con que había aparecido.

Teri apretó nuevamente el rubí entre sus manos y cerró sus ojos para formular el deseo, sus amigos lo imitaron.

Al abrirlos se vieron a las puertas del pueblo que los había visto nacer y corrieron a sus casas, para contarles a sus padres, abuelos, hermanos, novias y amigos lo sucedido... sumado a todo lo que fueran inventando para enriquecer la narración.

Como corrió cada cual por su lado a contar la historia de un modo diferente y cada uno de los que la oyó -morlo en fin de cuentas- la contó y coloreó a su manera, añadiendo los detalles que le parecía que faltaban, al final hubo tantas versiones como morlos la escucharon y transmitieron a sus hijos; pero eso, lejos de molestar, agradó sobremanera a los valientes que la vivieron.

Los tres amigos vivieron muchos años, más que cualquier otro de su raza, esto se debió a que conocían la fórmula para abandonar el reino de la Muerte y entraban o salían de él a voluntad.

Finalmente decidieron que era hora de partir definitivamente al mundo de Sarlon para dejar lugar a nuevos héroes, forjadores de futuras leyendas. Escondieron sus tesoros en diferentes puntos del planeta y cruzaron por última vez, contentos como quien marcha a una aventura, la barrera que sólo los espíritus pueden atravesar.

Esta epopeya pudo haber sido destruida por el paso del tiempo, o haber caído en las raíces del olvido, pero ese no era su destino. Fue resca­tada hace unos años por unos exploradores amigos de mis padres, que encontraron un cofrecillo oculto en una caverna. Lo abrieron, esperando encontrar algún objeto de valor, pero sólo hallaron un pergamino, sin nada escrito. Al no encontrarle utilidad, me lo obsequiaron como recuerdo de su viaje.

Yo descubrí que, si se creía intensamente en algo bello, sin importar qué fuera, el pergamino se llenaba de letras de luz que contaban esta historia que ahora te regalo.

Tal vez tú puedas encontrar los tesoros que ocultaron los tres morlos, tal vez tú seas el nuevo elegido.

Basta con que salgas a perseguir tus sueños.

© 2003 Especial para Heráclito.
Suplemento de H 136 – Enero 2003

Heráclito 40 Café Filosófico

Café Filosófico

Chuang Tzu y la mariposa

En la cuarta mesa del Café Filosófico Heráclito, un filósofo, un poeta y un psicólogo discurrirán sobre la fábula de Chuang Tzu (período Chan Kuo, siglo IV a. C.) que, traducida por Octavio Paz, dice así:

"Cierta vez soñé que era una mariposa, revoloteaba como los pétalos en el aire, me sentía feliz de hacer lo que quería y ya no me preocupaba de mí mismo. Pero hete aquí que no tardo en despertar, me palpo sin perder un instante, ¡y yo era Chuang Tzu! Y me pregunté: ¿soñaba Chuang Tzu que era la mariposa o la mariposa soñaba que era Chuang Tzu?"

A propósito de la versión española, comenta el traductor: “En 1957 hice algunas traducciones de breves textos de clásicos chinos. El formidable obstáculo de la lengua no me detuvo y, sin respeto por la filología, traduje del inglés y del francés. Me pareció que esos textos debían traducirse al español no sólo por su belleza ¾construcciones a un tiempo geométricas y aéreas, fantasías templadas siempre por una sonrisa irónica¾ sino también porque cada uno de ellos destila, por decirlo así, sabiduría. Me movió un impulso muy natural: compartir el placer que había experimentado al leerlos... Creo que Chuang-Tzu [...] no sólo es un filósofo notable sino un gran poeta. Es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras”.

Serán panelistas: Marcello Colussi, para discurrir como psicólogo, Eduardo Dermardirossian, que dirá la visión poética del texto, y Premlata Verma reflexionará como filósofa. Sylvia Maclagan será la moderadora del debate.

La dirección

CFH – 4° mesa, mayo 2003



Café Filosófico

Reglas del debate

Los panelistas se ajustarán a las siguientes reglas:

1 – Intervendrán en el orden alfabético de sus apellidos y en dos rondas.

2 – En la primera ronda ninguno de los panelistas conocerá el texto de los restantes.

3 – Cada panelista hará sus reflexiones desde la disciplina que le concierne, pero, además, podrá abordar el asunto desde las otras áreas.

4 – Previo a la segunda ronda, el moderador hará conocer a cada panelista el texto de los otros.

5 – El texto que cada panelista presente en cada ronda no excederá de ochocientos vocablos.

6 – El moderador dirimirá las diferencias procedimentales que pudieran suscitarse.

CFH - 4° mesa, mayo 2003


Café Filosófico
Primera ronda sobre Chuang Tzu y la mariposa

Dijo Marcello Colussi

Se me ha pedido que escriba como psicólogo acerca de este cautivante fragmento de Chuang Tzu, que es, sin más, el relato de un sueño.

Aclaro esto rápidamente porque, en realidad, considero más afortunados a mis compañeros en este debate -un poeta y un filósofo- dado que el texto en cuestión pertenece al registro de la más sublime creación artística, siendo así las "especialidades" de aquéllos más pertinentes para abordarlo, no sabiendo entonces hasta qué punto admite una lectura psicológica (¿terminaremos hablando del sueño de Chuang Tzu o de nuestras propias asociaciones sobre él?). Lo aclaro, igualmente, porque me resulta algo arriesgado leer con herramientas conceptuales occidentales contemporáneas una producción oriental milenaria.

Desde siempre ha sido conocida la relación entre literatura y producción onírica. Este vínculo ha sido intuido por distintas culturas y en diferentes momentos históricos: de hecho ocupa un lugar prominente, privilegiado incluso, en la forma en que se expresa y puede ser aprehendido el ámbito espiritual. "Mientras el ser humano sueñe habrá también literatura", dijo el reciente Premio Nobel de Literatura, el húngaro Imre Kertész.

En la modernidad occidental, y más aún con el impulso arrollador del discurso positivista que transformó todo en ecuación matematizable, el sueño ha pasado a ser expresión físico-química de la actividad neuronal, acto pretendidamente medible de nuestro cerebro.

Es Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis, quien encuentra en los sueños algo más que neurofisiología: su opera princeps, justamente, vía principal para el acceso al inconsciente, es La interpretación de los sueños. Son ellos, y no las mediciones de laboratorio, los que permiten conocer la otra escena de lo humano, lo no dicho, la dimensión trágica de la vida.

Chuang Tzu, como dice nuestro traductor Octavio Paz, "no sólo es un filósofo notable sino un gran poeta. Es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras". El relato de marras es una muestra maravillosa en el manejo de las aporías, y ¿por qué no?, también del humor: ¿dónde está el límite entre la realidad y la fantasía? ¿Quién es quién: la mariposa es Chuang Tzu, o es al revés? ¿O ambos se interpenetran siendo uno y el otro?

Los sueños nos confrontan con un universo de sentido que escapa a la lógica formal, aquella de los principios aristotélicos: identidad, contradicción, tercero excluido. Los sueños se rigen por otro orden: la lógica del inconsciente, ¾condensación y desplazamiento dirá Freud; metáfora y metonimia ampliará luego Lacan¾ estructurada con procesos y articulaciones paradojales que puede definir con toda precisión este otro fragmento de Chuang Tzu: "Lo que es uno, es uno. Lo que es no-uno, es también uno".

Aprehender el significado de los sueños implica interpretarlos. ¿Qué quiso decir Chuang Tzu con su sueño? O, mejor expresado aún: ¿qué le es dicho a Chuang Tzu a través de su sueño?
La interpretación constituye el núcleo de la teoría y la práctica psicoanalítica; se podría caracterizar al psicoanálisis por la interpretación misma, o sea, por la puesta en evidencia del sentido latente que hay tras el material manifiesto. El objetivo final de la interpretación es presentificar el deseo inconsciente y el fantasma que lo encarna.

Habría que pedirle a Chuang Tzu que nos hable de su sueño, que asocie, para buscar las pistas que nos puedan llevar al deseo -inconsciente- que lo alienta.

¿Pero se trata de un sueño o es una producción literaria? ¿Quizá una creación artística donde se recrea, con maestría, la urdimbre de un sueño? Ahí está el juego genial de los poetas: decir, con la más inigualable belleza, lo que la lógica del inconsciente puede presentar como paradoja. Los sueños, o dicho de otro modo: los deseos ocultos, son la materia de la que se nutren los creadores, presentándolos bellamente. Y sin dudas, también con humor.

¿Podemos interpretar a Chuang Tzu? ¿Qué deseaba el maestro?

Tal vez eso tiene el sueño que nos relata, o el relato que sueña: nos atrapa, nos cautiva, en tanto -paradoja humorística- nos remite a un espacio donde se pierden las diferencias entre fantasía y realidad, entre hombre y mariposa.

Pero un psicólogo, desgraciadamente, sólo puede analizar a Chuang Tzu, porque es él quien habla. Hasta donde sabemos, ninguna mariposa pudo ser analizada, no podemos saber sobre sus sueños. Eso nos recorta la perspectiva, en tanto que "ser una mariposa" es un sueño de Chuang Tzu, y eso nos remite a la fantasía de libertad repetidamente expresada por los seres humanos. Ahí es donde, al intentar hacer (¿forzar?) una lectura psicológica, corremos el riesgo de perder toda la riqueza poética y filosófica que encierra el texto.

CFH - 4° mesa, mayo 2003


Café Filosófico
Primera ronda sobre Chuang Tzu y la mariposa

Dijo Eduardo Dermardirossian

Participar en este encuentro para mirar con ojos de poeta la fábula de Chuang Tzu, en mi caso es, por lo menos, una audacia. Quizá, también, una irreverencia hacia el lector. Pero puedo excusarme: decir que el azar lo quiso; que poesía y filosofía ocupan territorios lindantes y que el linde mismo es incierto, difuso; también argüir que uno y otro hacer discurren frecuentemente sobre las mismas cosas, y que mientras la poesía elige la estética para manifestarse, la filosofía suele preferir la razón. Otras excusas pueden todavía abogar en mi beneficio, pero es del chino y de su invención que hemos de ocuparnos. Vayamos, entonces, a ellos.

Lo que buscamos. ¿Qué cosa es la realidad? ¿Su substancia es de una naturaleza diferente a las otras cosas? ¿O no hay tal diferencia, tan sólo hay observatorios varios desde los cuales las cosas son percibidas? Y aún, ¿es atinado que los hombres -efímeros en la eternidad del tiempo, ínfimos en la sospecha de la infinitud- hablemos de realidad? He aquí el marco en el que elijo poner la fábula de Chuang Tzu.

Hace pocos días la casualidad quiso situarme frente al televisor en el momento en que uno de los personajes del filme Fitzcarraldo, de Werner Herzog, conjeturaba que, acaso, la vida sea una ilusión detrás de la cual subyace la realidad de los sueños. Ese dicho me remitió a un cuento mío, aún inédito, en el que un padre le refiere una fábula a su hija y ésta interrumpe la narración para viajar a la historia narrada, y, una vez ahí, no puede discernir de qué lado del gran espejo de la vida ocurren los hechos, de qué lado discurre, digamos, la realidad. La realidad y la ilusión, el soñador y lo soñado, el narrador y lo narrado en mi cuento inédito, Chuang Tzu y la mariposa en la historia que ahora nos convoca alrededor de esta mesa de café, no son, quizá, cosas distintas. No lo sé de cierto, pero sospecho que la respuesta al dilema que nos ofrece el chino puede estar en la unidad de las cosas. Si el ebrio y el loco no logran saltar sobre su propia sombra por mucho que lo intentan, es porque en su embriaguez y extravío no comprenden la unidad de las cosas.

Análisis o síntesis. La bella paradoja que ahora estamos considerando se muestra ardua, de difícil resolución a los ojos de los hombres de este lado del mundo, del Occidente racional y pragmático, acostumbrado a descomponer las cosas en tantas partes como sea posible, a analizarlas para hallar lo múltiple en lo que substancialmente es uno. No así, los hombres del otro hemisferio, los orientales en general, seguramente se hallarán más cómodos frente al mismo texto, porque ellos recorren el camino inverso: en su misticismo procuran hallar la unidad en lo que a los ojos y a la razón se muestra plural.

La identidad sospechosa. Si nos atenemos a la versión de Octavio Paz, el propio Chuang Tzu denuncia la fragmentación de la conciencia del soñador-soñado: en efecto, hablando de sus sensaciones durante el sueño, dice que mientras “revoloteaba como los pétalos en el aire (...) ya no me preocupaba de mí mismo”. Ciertamente, es difícil traducir de una lengua exótica y remota unos términos y unas figuras tan particulares. La brevedad del texto, además, hace peligrar la empresa de verter a otra lengua lo dicho hace ya dos milenios y medio. Por otra parte, hay versiones que no traducen la fábula en iguales términos. Pero si se nos ha convocado para discurrir en torno a esta versión, es preciso no apartarnos de ella y, entonces, decir que el propio fabulista parece resistir su industria y eludir la siempre incómoda sospecha sobre su yo. Creo que el “mí mismo” denuncia esta circunstancia.

La misma matriz. “Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real” nos dice Borges desde El inmortal (Narraciones, Salvat, Buenos Aires 1982, pág. 42): he aquí el hallazgo del genial argentino, el dibujo casi fantasmal que se interpone entre el terreno cómodo de la convención y la república extendida y azarosa de la ilusión.

Pero sabe Chuang Tzu, sabe Borges, saben los poetas (yo no lo soy y creo saberlo también), que nunca el hombre podrá discernir sin duda cuál es el linde de la realidad y el sueño, de los hechos y la ilusión. Aún más: creo que una y otra cosa no son diversas, que la fábrica de la realidad y del sueño, del soñador y de lo soñado, la cuna y la matriz de Chuang Tzu y de la mariposa, son una sola.

CFH - 4° mesa, mayo 2003

Café Filosófico
Primera ronda sobre Chuang Tzu y la mariposa

Dijo Premlata Verma

El drama bidimensional de un sueño ideológico.

Son escasos los datos acerca del célebre místico, metafísico y poeta chino Zhuāng Zhūo (369-286 a.C.). Ha sido clasificado como taoísta, gran antagonista de las ideas confucianas, anarquista que fantaseaba con una libertad sin compromiso “para vivir a su gusto personal”. Parece haber sido un solitario, un alma vagabunda, romántico egocéntrico que consideraba que “el universo es ilusorio” (para evadirse de la responsabilidad social). No creía en la discriminación entre el bien y el mal e inventó una rara teoría de que la vida y la muerte son inexistentes. De este personaje, pobre y ermitaño, debo analizar un fabuloso poema que tuvo impacto sobre Jorge Luis Borges en su cuento Las ruinas circulares.

El poema de Zhuāng Zhūo contempla un sueño en el cual el poeta se había transformado en mariposa “que revoloteaba como los pétalos en el aire y me sentí feliz de hacer lo que quería...”. Pero al despertar, el feliz hechizo se desmorona; aparece la punzante pesadilla en su mente aturdida de tremenda confusión. ¿Dudaba Zhuāng Zhūo que era mariposa o la mariposa soñaba que era Zhuāng Zhūo? O sea, emana una crisis de identidad: una imagen lujosa, frívola y alegre lo sumerge en una dolorosa experiencia fatídica. ¡Cruel! Sucede que la aglomeración de fantasía y realidad no tuvo equilibrio. El conflicto entre mundo real y fantasía del sueño quizás esté simbolizada, sin respuesta, sin salida, sin acuerdo.

La idea conduce al nihilismo, no al positivismo. Hay dos perfiles para pensar: aparte de su concepto del mundo ilusorio, supongo que la frustración, inseguridad y rechazo de Zhuāng Zhūo fueron originados por el poderoso sistema monárquico reinante, sostenido por una oligarquía ritualista y fortalecido por los grandes consejeros intelectuales que incuestionablemente beneficiaban los intereses de ese régimen. Mientras tanto, las leyes eran para asustar al pueblo, para censurar la libre expresión u opinión, manteniéndolo ignorante y sometido a ciega obediencia. Todo esto lo llevó al sensible poeta a tal dicotomía: al posible escapismo romántico, a un espejismo; en fin de cuentas, a una magia tejida por el sueño donde todo lo deseado se concreta. ¡Pero al despertar reaparece un drama feroz!

El soñador se ha crucificado en una imagen que para él era una libertad sin lucha, sin compromiso, pero que ahora no tiene trascendencia, sino angustia multiplicada. El hombre se vuelve contra sí mismo a causa de una ideología tatuada de misteriosa y compleja psicología. ¿Acaso en aquel remolino bidimensional del juego fantasmagórico hay sólo el simulacro de dobles presencias opuestas, atribuladas ambas de dudas? ¿A qué verdad apunta aquí la metamorfosis?

No veo un propósito sólido. Veo una torturada intelectualidad, la de no asumir la cruda realidad exterior. Su despertar es una ruptura del mito creado por ese mismo soñador. No realiza la síntesis de su genio con el sentimiento que representa Quatza-coatl (serpiente emplumada) de los aztecas, que mantiene el equilibrio de esencia de dualidad en oposición, sino que, en esta instancia, para Zhuāng Zhūo parece ser que la duda y la confusión son reales, mas no la existencia esencial. Una bella y sensible extorsión psicológica y paradoja de la ideología.

El hombre primitivo adquiere su vínculo (donde hay ruptura) entre la naturaleza y sí mismo para asegurar y prolongar su existencia y bienestar. Deposita las mejores potencialidades sentimentales y virtudes humanas en la fuerza natural (convirtiéndola en sobrenatural). Elige el animal poderoso. Hay un dicho indígena: ‘debajo de un hombre hay un animal y debajo de un animal hay un hombre’; así se sostiene la armonía original. Por lo tanto, el mito azteca facilita que, succionando la pluma, el hombre se convierta en pájaro, pero una vez cumplida la misión vuelve a su aspecto original de hombre. En los países asiáticos las figuras antropomórficas destinadas a esa protección y bienestar manifiestan el valor y sentido de la unión hombre-animal-dios. Acto inofensivo, es claro. Pero el sueño de nuestro poeta, con todo respeto, no es ingenuo ni inofensivo. No hay una misión positiva. Es un paraíso fingido que finaliza en un infierno.

Otro ejemplo no estaría fuera de contexto. En el Popol Vuh, los gemelos humanos asumen formas de diversos danzarines, consecuentemente, para crear un mundo de los vivos, eliminando Xibalba (el país de los muertos). Lo hacen imitando los gestos y movimientos de los artesanos, campesinos, etc. Esto es, para crear la cultura maya, con el propósito de terminar con la barbarie e ingresar en un mundo civilizado.

La transformación en mariposa en el sueño de Zhuāng Zhūo es ajena a la índole de este fin.
En la leyenda de Baital Pachisi (“25 cuentos de un espíritu fantasma”) de la India, el baital se introduce en un cadáver humano para experimentar lo que él no pudo cuando era hombre vivo. Junta las historias de las vidas privadas-sociales y le formula muchas preguntas a un dotado de inteligencia, el Rey Vikram. Si el rey no puede contestar, “su cabeza se partirá en mil pedazos”... ¡una insinuación metafórica patente! El sabio siempre debe encontrar la respuesta. En el archivo de la conciencia y del inconsciente, la tiene.

Pero Zhuāng Zhūo no formula semejantes preguntas y es inerte para la respuesta. La única pregunta carece de respuesta. La dualidad es sospechosa y no integral. Tampoco hay explosión, sino detención. Contradice además su propia idea de que “el bien del hombre es armonía y la libertad alcanzable, si se sigue con espontaneidad a la propia naturaleza”.

Su postura no crea la posibilidad, que es la única verdad alcanzable para el hombre. La función mágica del arte ha desaparecido.

Hay un punto, sí, que puede ser aplicable en el contexto sociopolítico y económico moderno, con su decadencia de valores, cuando la democracia es un disfraz de la monarquía. La crisis de identidad es inevitable, dolorosamente. Pero claro, no hay lugar para transformarse en mariposa como refugio placentero. La realidad de hoy no es ningún permiso. Es más tiránica que la época de Zhuāng Zhūo.

Aquí no hay puerta que golpear, como la de La Metamorfosis de Franz Kafka, con desesperación. El romanticismo nihilista resulta peligroso, porque es virtualmente indispensable para que la clase dominante perdure en el tiempo. Le es más útil, en realidad.... ésta es la paradoja de Zhuāng Zhūo.

CFH - 4° mesa, mayo 2003



Café Filosófico
Segunda ronda sobre Chuang Tzu y la mariposa

Dijo Marcello Colussi

De lo que no tenemos dudas es que el fragmento en cuestión no nos viene de la mariposa.

Tal como lo dicen acertadamente Eduardo Dermardirossian y Premlata Verma en sus escritos de la primera ronda: el interrogante en juego en la fábula de Chuang Tzu remite al tema de la realidad.

He ahí la pregunta filosófica por excelencia. Y si se quiere, también la cuestión básica sobre la que se despliega la literatura. Dicho en otros términos: "reflexión" o "juego" en torno a la realidad.

En el campo de la psicología las cosas van por otro lado. No se trata tanto de la realidad, entendida como realidad material, sino de este ámbito que, desde Freud en adelante, podemos llamar realidad psíquica. Dirá el fundador del psicoanálisis en la Interpretación de los sueños, en el 1900: "cuando nos hallamos en presencia de los deseos inconscientes llevados a su expresión última y más verdadera, nos vemos obligados a decir que la realidad psíquica constituye una forma particular de existencia que no debe ser confundida con la realidad material".

La coherencia, la consistencia de la realidad psíquica está dada por la lógica del deseo. La realidad a la que allí nos estamos refiriendo no es la filosófica o la literaria. O lo es, en cierta forma. Lo es, en tanto constituye un campo de sentido inaprensible en términos de "cosa", pero sobre la que se puede meditar o tejer poesía. No importa, no tiene sentido plantearse si el sueño -el del maestro chino, o cualquier sueño- es real o no. En tanto está expresado, es real. Pero real como expresión de una realidad con sus reglas propias, realidad del inconsciente. De ella podemos filosofar, poetizar, y a veces interpretar su sentido.

Las mariposas no hablan, por lo que puede colegirse que no sueñan. De ahí que no importe distinguir si es Chuang Tzu o la mariposa quien sueña. Eso no cuenta. No podríamos menos que decir que hablamos de lo que el pensador taoísta nos legó. De lo que no tenemos dudas es que el fragmento en cuestión no nos viene de la mariposa.

CFH - 4° mesa, mayo 2003


Café Filosófico
Segunda ronda sobre Chuang Tzu y la mariposa

Dijo Eduardo Dermardirossian

La paradoja se resuelve si comprendemos la unidad esencial de las cosas

En la primera ronda la fábula de Chuang Tzu fue mirada desde tres ópticas: la psicológica, la estética y la filosófica, en este orden. De ello no podían resultar sino tres exámenes paralelos que no confluyen y que, por eso, dificultan la confrontación y el debate. No obstante, atengámonos a las reglas y digamos nuestros respectivos pareceres después de revisar atentamente las reflexiones de nuestros contertulios.

En su momento me pregunté qué cosa es la realidad, si su substancia es de una naturaleza diferente de las otras cosas. Y no di respuesta. Tampoco la daré ahora, no podría. Aquella pregunta tenía el propósito de delimitar un territorio para la búsqueda, trazar un marco en el cual situar mis disquisiciones alrededor de la fábula del filósofo, poeta y humorista chino. En ese marco, entonces, dije mi sospecha de que la paradoja se resuelve si comprendemos la unidad esencial de las cosas.

En tal sentido, creo encontrar alguna correspondencia en Colussi cuando se pregunta: “¿Dónde está el límite entre la realidad y la fantasía? ¿Quién es quién: la mariposa es Chuang Tzu, o es al revés? ¿O ambos se interpenetran siendo uno y el otro?”. Bien sé que en este orden de ideas el psicólogo puede embestir con éxito sobre toda construcción esteticista: no es inocente el uso del vocablo ambos en su interrogatorio; significa duplicidad, confrontación y, quizá también, conflicto.

Verma, la panelista filósofa, abona la tesis controversial y descree de la resolución estética de la paradoja al decir que “el conflicto entre mundo real y fantasía del sueño quizás esté simbolizado, sin respuesta, sin salida, sin acuerdo”. Y a renglón seguido: “la idea conduce al nihilismo”. Esta dama se teme que “la función mágica del arte ha desaparecido” a partir de la construcción onírica que estamos examinando.

Dije que los tres contertulios hemos recorrido caminos que no confluyen. ¿Cómo disentir, entonces, sin forzar los términos, sin invadir irreverentemente el territorio del otro, sin derramar, digamos, este café que estamos compartiendo? Sin embargo, voy a intentarlo bajo la invocación del hombre, sujeto y objeto de todo quehacer filosófico, psicológico y estético, observador y observado, río y cauce, soñador y soñado: he aquí la excusa de mi irrupción.

La construcción del chino no quiere subvertir el orden social y político de su lugar y tiempo, no busca escapar de la existencia escurriéndose por los entresijos de la ilusión, no pretende cumplir una función. Quizá esa fábula ya no quiere lo que en su momento quiso su autor. Porque la creación artística (me lo dijo un exquisito escultor mientras domeñaba el mármol, me lo confirmó luego mi propia observación), una vez desprendida de las manos de su hacedor, adquiere vida propia y busca su particular destino, si es que tiene alguno. La obra ignorada o desdeñada en los tiempos de su creación, la que no fue apreciada al nacer, puede, a lo largo del tiempo, ser merecedora de reconocimiento y portadora de significados variados. La historia del arte es pródiga en ejemplos.

Por eso, Chuang Tzu y la mariposa, el soñador y el soñado, lo que tenemos por realidad y lo que consideramos sueño, son una sola cosa inescindible, una manifestación inequívoca de la existencia. "Cierta vez soñé que era una mariposa, revoloteaba como los pétalos en el aire, me sentía feliz de hacer lo que quería y ya no me preocupaba de mí mismo. Pero hete aquí que no tardo en despertar, me palpo sin perder un instante, ¡y yo era Chuang Tzu! Y me pregunté: ¿soñaba Chuang Tzu que era la mariposa o la mariposa soñaba que era Chuang Tzu?" Creo que el lector atento advierte que este texto anuncia más que una identidad entre el soñador y el soñado: anuncia su unicidad. Mil años después, Yalal al-Din Rumi, hermosamente, inquirió: “El aliento del flautista... ¿pertenece a la flauta?”.

Y si se me permite apartarme por un momento del territorio de la poesía, puedo aún preguntarme, ¿qué propósito persigue la fábula, si no he de examinar quién es quién de uno y otro lado de la línea que separa la vigilia del sueño? Y si ahora se me permite regresar al territorio que había abandonado, respondo sin hesitar: no hay un propósito separado de la acción misma, no hay una teleología, porque el arte no precisa justificación, no levanta banderas, no obedece a la razón, tampoco resiste el análisis. (La licencia de entrar y salir de los dominios del arte no puede serme reprochada. Ella es inherente a la poesía).

Cierro estas reflexiones con las mismas palabras con que finalicé la primera ronda: sabe Chuang Tzu (...) que nunca el hombre podrá discernir sin duda cuál es el linde de la realidad y el sueño, de los hechos y la ilusión. Aún más: creo que una y otra cosa no son diversas, que la fábrica de la realidad y del sueño, del soñador y de lo soñado, la cuna y la matriz de Chuang Tzu y de la mariposa, son una sola.

CFH - 4° mesa, mayo 2003



Café Filosófico
Segunda ronda sobre Chuang Tzu y la mariposa

Dijo Premlata Verma

Creando se libera, no sólo una vez, sino todas las veces.

Al reflexionar sobre la exposición de Marcelo Colussi, solamente debo remarcar que no me interesa tanto “la paradoja humorística” en este poema de Zhuāng Zhūo, sino que, antes bien, advierto las contradicciones de su personalidad y de su filosofía.

En una obra de arte la realidad no se pierde en la fantasía, sino que se transforma dentro de la estética, de tal manera que, por el efecto de la fantasía, se aprehende mejor la realidad. Se fantasea la experiencia vivida de la realidad y si la fantasía está tejida por la mano o la mente de un genio, la más bella posible, dará una noción real de las experiencias y de la vida en todo su esplendor.

En este proceso de creación, es como si el autor se despegara momentáneamente de las propias emociones para observar objetivamente, con justa medida, lo que él crea. No me parece que “nos remite a un espacio donde se pierden las diferencias entre fantasía y realidad”, sino que la fantasía sólo se manifiesta, vívida, sin pérdida de la realidad objetiva (que es la base fundamental de la obra artística). Si el artista queda “atrapado” en el hechizo de su obra, nunca podrá iniciar otra nueva; podrá seguir trabajando, pero no creando. Se repetirá a sí mismo, estancado en las mismas ideas. En cambio, creando se libera, no sólo una vez, sino todas las veces. Es premio y castigo simultáneo para el artista, mas una bendición puesto que así se va abriendo a la emancipación del propio yo.

Y aunque es el “yo” que crea la fantasía, en la crisis de identidad es el mismo yo que está en peligro, paralizado por la confusión (¡claro que no sabremos si existe algún “yo” en la mariposa!). El poeta chino está atrapado en su obra, de manera que no hay ningún punto de liberación.

La metáfora toca un fondo surrealista sin salida. La mariposa, que representaría la materia, es, en realidad, una máscara de materia, no la materia-en-sí. La materia-en-sí cumple una función evolutiva y creadora, al ser transportadora de la espiritualidad. Al menos, éste es el concepto de materia considerada sagrada en mi país, la India.

En un parpadeo no cambia la sólida realidad (ni el “yo”). “El romanticismo da una apariencia misteriosa a todo lo ordinario”, dice el pensador alemán Novalis. Aquí lo tenemos. La “subjetividad orgullosa” engendra una sensación de terror y de abandono. En el entorno del poema, como trasfondo, surge una incomodidad espiritual hacia un mundo con el cual el poeta no puede identificarse. Se aísla mediante el juego irónico de disfrazar la supuesta libertad, proceso letal para el yo. La metamorfosis no elimina el conflicto ni la incomodidad espiritual, sino que los agudiza.

Siento que debo señalar, con todo respeto, una diferencia conceptual en relación a la idea oriental de unión, en lo que escribe Eduardo Dermardirossian sobre la unicidad. La palabra unión -al menos en la India, donde se expresa con la palabra yoga- tiene una connotación totalmente distinta de la palabra metamorfosis, que es lo que sucede en el poema en cuestión. En el término filosófico unión o yoga hay dos entidades o dos “yoes” (el yo común y el Yo Supremo) de una misma esencia, que se unen. El resultado de esta unión es la armonía, la dicha, la paz y una absoluta liberación. Pero para llegar a esa unión hay un largo proceso de desprendimiento de las pasiones y así del sufrimiento. Es el mukti: la culminación de la unión.

Pero esta unión está ausente en el sueño de Zhuāng Zhūo. El resultado es un anatema, no es la dicha. Su idea de libertad queda petrificada.

Ahora, acerca de la metamorfosis vale citar la frase del poeta alemán Goethe: “... la metamorfosis es un don, completamente respetable, pero extremadamente peligroso. Acaba conduciendo a la ausencia de forma, destruye la ciencia, la disuelve. Es como la vía centrífuga y se perderá en el infinito si no dispusiésemos de un contrapeso.”

La única verdad filosófica que puedo concluir aquí es que la ilusión es capaz de provocar confusión letal, dolor y muerte espiritual. Aquí, en este poema, no hay “una alineación entre la naturaleza y el hombre”, sino, antes bien, una fusión ficticia.

Notas:

Según las disciplinas o tradiciones hindúes, los sueños, que tienen sensación real pero son incoherentes, irreales, cumplen una función protectora importante.

Pero los maestros hindúes son firmes en el sentido de no confundir sueños, ensoñaciones, trances o fabulaciones con la auténtica experiencia trascendental, la cual se logra mediante la contemplación y la meditación, permaneciendo con la conciencia despierta.

Maya es una energía creadora que está adherida a la gran Fuerza Cósmica (Brahma). Maya opera con dirección espiritual: es energía transformadora, inicio e impulso de pasión a través de su magia. Y aunque la pasión suele ser un engaño, es necesaria para el proceso creativo.

Pero es importante señalar que maya tiene una doble faceta: puede ser una ilusión falsa, o bien puede ser creadora.

El concepto de maya es complejo, por lo tanto no cabe explicarlo en este espacio. Mi intención ha sido la de señalar la mera ilusión de unicidad en esta instancia, provocada por las circunstancias reales de Zhuāng Zhūo.

CFH - 4° mesa, mayo 2003



Para que él mismo nos hable

Dijo Sylvia MacLagan, moderadora del debate

Colussi, Dermardirossian y Verma incursionaron en el poema de Chuang-Tzu por distintos caminos, logrando de este modo un abanico de significaciones que se complementan entre sí. Este hecho quizás no sea evidente sin una lectura concienzuda de la obra del poeta chino, labor que obviamente no era requisito de la presente propuesta.

Mas si ahora develamos, pícaramente, un poco más de la cosmovisión de Chuang-Tzu, creo que los participantes y los lectores se asombrarán de cómo, a partir de la famosa aporía, cada cual razonó, intuyó o adivinó pensamientos y realidades velados antes por la delicada trama de las alas de una mariposa.

No me siento capacitada para evaluar las consideraciones de los panelistas, tratándose del legado de un legendario sabio chino. Pero sería gratificante motivar una continuación de este diálogo enriquecedor. Por eso me limito a ofrecer una selección de fragmentos de la obra de Chuang-Tzu, para que él mismo nos hable a través de los siglos con sus poemas, aforismos y su sátira. La selección es forzosamente reducida, pero echará luz sobre las valiosas disertaciones recibidas para la cuarta mesa del Café Filosófico Heráclito.

CFH - 4° mesa, mayo 2003



El camino de Chuang-Tzu

Interpretación de Thomas Merton, Lumen, 1996, Argentina. (Extractos)

Dejar las cosas como están (página 50)

Sé lo que es dejar el mundo tranquilo, no interferir. No sé nada acerca de cómo dirigir las cosas. Dejar las cosas como están ¡de manera que los hombres no hinchen su naturaleza hasta que pierde su forma! ¡No interferir, para que los hombres no se vean transformados en algo que no son! Cuando los hombres no se vean retorcidos y mutilados más allá de toda posibilidad de ser reconocidos, cuando se les permita vivir, habrá sido logrado el propósito del gobierno.

Ahora, ni el mundo entero es recompensa suficiente para los “buenos” ni hay castigo suficiente para los “malvados”. Desde ahora, el mundo entero no es suficientemente grande ni como premio ni como castigo. Desde los tiempos de las Tres Dinastías, los hombres han estado corriendo en todas las direcciones imaginables. ¿Cómo van a encontrar tiempo para ser humanos?

El hombre sabio, entonces, cuando ha de gobernar, sabe cómo no hacer nada. Al dejar las cosas estar, descansa en su naturaleza original. Aquel que gobierne respetará al gobernado ni más ni menos que en la medida en que se respete a sí mismo. Si ama su propia persona lo suficiente como para dejarla descansar en su verdad original, gobernará a los demás sin hacerles daño. Dejadlo que evite que los profundos impulsos de sus entrañas entren en acción. Dejadlo estar tranquilo, sin mirar, sin oír. Dejadlo estar sentado como un cadáver, con el poder del dragón vivo en torno de sí. En completo silencio, su voz será como el trueno. Sus movimientos serán invisibles, como los de un espíritu, pero los poderes del Cielo irán con ellos. Inalterado, sin hacer nada, verá todas las cosas madurar a su alrededor. ¿De dónde sacará tiempo para gobernar?
Violentando cajas fuertes (página 46)

El invento de los pesos y medidas hace más fácil el robo. La firma de contratos, la implantación de sellos, hacen más seguro el robo.

Enseñar amor y obligaciones suministra un lenguaje adecuado con el cual demostrar que el robo es en realidad para el bien de todos. Un hombre pobre ha de ser ahorcado por robar una hebilla de cinturón, pero si un hombre rico roba todo un Estado es aclamado como el estadista del año.

De modo que, si queréis escuchar los mejores discursos sobre el amor, el deber, la justicia, etc., escuchad a los hombres de Estado. Pero cuando el arroyo se seca, nada crece en el valle. Cuando el montículo se aplana, el hueco junto a él se llena. Y cuando los hombres de Estado y los abogados y los predicadores del deber desaparecen, no hay tampoco más robos y el mundo queda en paz.

Moraleja: cuanto más acumules principios éticos y deberes y obligaciones, para meter en cintura a todo el mundo, más botín acumulas para los ladrones como Khang (un usurpador del poder). Por medio de argumentos éticos y principios morales, se demuestra finalmente que los mayores crímenes eran necesarios, y que de hecho fueron un señalado beneficio para la humanidad.

El hombre de Tao (página 73)

El hombre en el cual el Tao actúa sin impedimento no daña a ningún otro ser con sus actos, y aun así no se considera “bondadoso”, “manso”.

El hombre en que el Tao actúa sin impedimento no se preocupa por sus propios intereses y no desprecia a aquellos que sí lo hacen. No lucha por ganar dinero y no convierte en virtud la pobreza. Sigue su camino sin apoyarse en los demás y no se enorgullece de andar solo. Aunque no sigue a la muchedumbre, no se queja de aquellos que lo hacen. El rango y la recompensa no lo atraen; la desgracia y la vergüenza no lo desaniman. No está buscando constantemente el bien y el mal, decidiendo continuamente “Sí” o “No”.

Los antiguos decían, por tanto:

“El hombre del Tao permanece en el anonimato. La virtud perfecta no produce nada. ‘No-ser’ es ‘Ser-de-verdad’, y el más grande entre los hombres es nadie.”

El gozo perfecto (página 81)

¿Existe sobre la Tierra una plenitud de gozo o, acaso no existe tal cosa?

Lo que el mundo valora es el dinero, la reputación, la larga vida, los logros. Lo que considera goce es la salud y el bienestar del cuerpo, la buena comida, la buena ropa, las cosas bellas de ver, música agradable que escuchar.

Los ricos hacen tolerable la vida, esforzándose por conseguir cada vez más dinero que, en realidad, no pueden usar. Al hacer esto, quedan alienados de sí mismos y se agotan a su propio servicio, como si fueran esclavos de alguna otra persona.

Los ambiciosos corren día y noche en persecución de honores, constantemente angustiados por el éxito de sus planes, temiendo el error de cálculo que lo puede echar todo a perder. Así, están alienados de sí mismos, agotando su vida real al servicio de una sombra creada por su insaciable esperanza.

El nacimiento de un hombre es el nacimiento de su dolor. Cuanto más tiempo vive, más estúpido se vuelve, porque su ansiedad por evitar la inevitable muerte se hace cada vez más aguda. ¡Vive para algo que está siempre fuera de su alcance! Mi opinión es que nunca se encuentra la felicidad hasta que se deja de buscarla.

He aquí cómo resumo todo esto:

El Cielo no hace nada: su no-hacer es su serenidad.
La Tierra no hace nada: su no-hacer es su reposo.
De la unión de estos dos no-haceres,
proceden todos los actos,
se componen todas las cosas.
¡Cuán vasto, qué invisible este llegar-a-ser!
¡Todas las cosas vienen de ninguna parte!
¡Cuán vasto, qué invisible....
no hay forma de explicarlo!
Todos los seres en su perfección nacen del no-hacer.
Es por esto por lo que se dice:
“El Cielo y la Tierra no hacen nada,
y aun así no hay nada que no hagan.”

¿Dónde estará el hombre capaz de alcanzar este no-hacer?

Chuang-Tzu, siglo II a.C. aprox.

CFH - 4° mesa, mayo 2003