Heràclito 87

“Aguardemos algún tiempo, algunos meses o semanas todavía. Los tiempos argentinos son prolíficos, vertiginosos; esperemos un tanto y quizás veamos pasar un cortejo delante de nuestros ojos. Pero no me preguntes, lector, qué clase de cortejo será ese ni qué dirección tomará, porque eso no lo sé”. Con estas palabras concluí un artículo que largamente titulé Hesíodo y el presente argentino - Pandora fue el regalo que todos los dioses ofrecieron a los hombres, para su desgracia, y que algunos medios de lengua hispana publicaron en la primavera de 2001.

En efecto, son prolíficos los tiempos argentinos


Eduardo Dermardirossian

Hace solamente tres meses los engranajes institucionales argentinos rotaban en el sentido de las agujas del reloj. Morosamente, pero rotaban en el sentido ordinario. Un presidente promediaba su mandato, las corporaciones transitaban dificultosamente el derrotero que las conducía a sus respectivos objetivos, los productores de bienes y servicios transitaban con suerte dispar el territorio de la economía y las finanzas y la ciudadanía habitaba sus hogares más o menos suficientes, más o menos carecientes. Hace solamente tres meses no se avizoraba el presente escenario argentino.

Durante la última primavera, Argentina vivía abrumada por la recesión, el desempleo, el endeudamiento, la pobreza creciente. La desventura económica y el desamparo social visitaban cada vez a más hogares. La sociedad sentía que su condición era cada vez más precaria, que era arduo remontar la pendiente que la llevaba a crecientes niveles de pobreza y desesperanza. Pero no sabía la sociedad argentina que en los días finales del último año se precipitaría al abismo en caída libre. La imaginación y las previsiones de las gentes se vieron superadas a partir del día 3 de diciembre.

Excusa

En estas líneas no me referiré a las renuncias presidenciales, a los dineros cautivos, a la forzosa bancarización de las gentes, a la flotación cambiaria, a la pesificación de activos y pasivos, a la licuación de deudas, a la acción de los lobbies ni a las presiones del FMI. Esos temas ya han sido abordados holgadamente por propios y extraños. Me ocuparé de las gentes, de la sociedad argentina que, airada, ha sacudido su modorra y su resignación de otrora para salir a las calles y manifestarse de diferentes maneras. De las nuevas modalidades de la protesta social y de los propósitos inherentes a las mismas: de esto me ocuparé en este día.

Piqueteros, caceroleros, asambleistas barriales, arengadores electrónicos y otros especímenes

Vemos diariamente en las calles y plazas de las ciudades a grupos más o menos numerosos, más o menos indignados de personas manifestando su descontento por las medidas económicas adoptadas por el gobierno nacional, por las decisiones tomadas por las administraciones provinciales y comunales, por las carencias de diferente clase que les agobian y que tornan inhabitables sus días. Los reproches a los hombres de la política y a sus partidos son también motivo de la protesta que alcanza a las instituciones y a las corporaciones económicas, sobre todo a las financieras, sin mirar si son nacionales o extranjeras, públicas o privadas.

Se pide la renuncia de todos los miembros del más alto tribunal del país, se cuestiona severamente a ambas cámaras del poder legislativo, cuyo recambio total también se pretende sin esperar el término de sus mandatos, múltiples reproches se le hace al poder ejecutivo que ahora encabeza un senador nacional, cuya renuncia también se demanda.

Presionan los piqueteros que diariamente cortan los caminos del país, los caceroleros que baten sus cacharros por las calles de las ciudades y frente a las sedes gubernamentales y legislativas federales y locales, los vecinos autoconvocados en asambleas permanentes que deliberan sobre asuntos de interés nacional y luego llevan sus pareceres a asambleas confederales, cuyas decisiones se pretenden legítimas y vinculantes. Presionan también los gremios que se dicen agraviados por los desaguisados de la administración o de las corporaciones: y así salen a la calle los abogados para forzar la renuncia o para acelerar la acción de la comisión de juicio político de la Cámara de Diputados, los médicos de éste o aquel hospital público para reclamar por su presupuesto o por la provisión de medicamentos e insumos que les permitan atender a sus pacientes, los maestros porque el presupuesto para el año 2002 no incluye fondos suficientes para el pago de sus salarios, los ahorristas para exigir que los bancos les devuelvan sus dineros o se abstengan de pesificarlos con menoscabo de su valor. Salen a la calle los deudores hipotecarios para pedir según sus derechos y sus intereses, pero salen también sus acreedores para exigir por derechos e intereses que, claro, no pueden ser los mismos, y, a un centener de metros unos de otros, reclaman airadamente. Palos, piedras, huevos y hortalizas se arrojaron sobre los frentes vidriados de los locales bancarios, y últimamente también se arrojaron deposiciones bovinas, porcinas y hasta humanas.

Otra especie de manifestantes recorre también las calles argentinas: es la de los escrachadores, que unas veces acuden a los domicilios de funcionarios y otras a los de dirigentes políticos para expresarles su repudio. También cuentan los pregoneros informáticos que difunden en tiempo real y por correo electrónico toda clase de textos: unos son portadores de noticias, más o menos veraces, más o menos creíbles, otros son mordaces, irónicos e ingeniosos; los hay que pretenden, con variado tino, examinar los asuntos argentinos, reprochar conductas y hasta proponer soluciones. Por este medio también se ha convocado a marchas y otra clase de movilizaciones. También menudean las agresiones físicas a los dirigentes políticos que ahora procuran no mostrarse sino por los medios masivos de comunicación.

Y más..., y más sectores contestatarios pueblan en estos tiempos las ciudades y los caminos argentinos.

Biblia y calefón


De las varias cosas que importa examinar en este punto me referiré solamente a dos: el desigual y hasta contradictorio interés de los diferentes actores de la protesta y la viabilidad de estas formas de acción y de reclamo. En lo referente al primer asunto, rápidamente hay que señalar que los intereses que movilizan a los diferentes sectores suelen contrapuestos. Los piqueteros, que han adoptado como método de lucha y de reclamo el corte de rutas y de accesos a los grandes centros urbanos, son el más antiguo de estos sectores contestatarios y que cuenta con una estructura operativa capaz de viabilizar más o menos eficazmente su reclamo. Integrado por desempleados, subocupados, gentes carentes de lo mínimo indispensable para la subsistencia, han logrado concitar la adhesión de ciertas organizaciones gremiales y sociales e insertarse en la escena política; no con candidaturas, sino con su activa participación en los medios masivos de comunicación, y también porque con frecuencia han visitado los despachos oficiales para poner sobre las mesas de ministros y secretarios de Estado los reclamos de sus representados.

Los caceroleros, por su parte, fieles a su origen en el Chile de 1973, son sectores de la clase media de la población, duramente golpeada con el cautiverio de sus ahorros. Acostumbrados al menoscabo lento y solapado de las políticas de concentración y polarización aplicadas desde 1975, que imperceptiblemente les empujaban hacia abajo en la escala social, no pudieron resistir el feroz simbronazo, cuando no la caída estrepitosa que significó para ellos el corralito financiero. De un día para el otro debieron ajustar drásticamente sus cuentas, adoptar hábitos austeros que no se corresponden con su estilo de vida y mirar cómo se les oscurecía el horizonte que ayer mismo era más o menos promisorio. Y entonces salieron a la calle como las señoras gordas que hace casi una treintena de años preanunciaron la caída de Salvador Allende en el país trasandino, no importa que otro sea el signo político de sus gobernantes de ahora en Buenos Aires. Entonces, contra todas las previsiones, rápidamente las calles y las inmediaciones de los despachos oficiales vieron nacer el fenómeno del cacerolazo, unas veces pacífico y otras no tanto, las sedes de los bancos debieron ser cercadas para no sufrir diariamente las roturas de sus frentes vidriados o la invasión de esta nueva clase de manifestantes que irrumpían ruidosamente en el interior de los locales otrora sacrosantos. Fue a instancias de estas gentes que los jueces extendieron sus mandatos para que los oficiales de la ley transitaran los pasillos que conducen a los tesoros donde descansan los dineros que se pretenden libres de toda mácula.

Las plazas de los barrios vieron nacer un fenómeno que ya se creía sepultado bajo los escombros de la historia: la pretensión vecinal de ejercer la democracia directa, sin mediación y sin la tutela de los viejos caudillos políticos. Aún más: se reivindica la voluntad del ciudadano al margen y con menoscabo de las instituciones democráticas y republicanas. Y en este escenario antes desconocido ejercitan sus primeros discursos y empuñan sus primeras armas los aspirantes a conducir de ahora en más los destinos del país, nada menos. El recambio de toda la clase política, tal como se pretende, dejaría un espacio vacante para que sea ocupado por los vecinos que todavía pueblan las plazas de los barrios urbanos, arengando a sus contertulios y llevando su representación aquí y allá, diciendo su descontento a cuanto notero tenga la generosidad de acercarle un micrófono.

El tamaño del descontento es de tal magnitud que, hoy por hoy, en él caben sectores de intereses dispares y contradictorios. Algunos, poco atentos a la realidad y proclives a juntar bronca con bronca, pretenden que un nuevo tiempo argentino se avecina, en el que una alianza de la antipolítica se hará cargo de la política argentina en el futuro. Razón de la sinrazón.

¿Qué debe hacer, entonces, el hombre argentino?

He aquí la cuestión. Porque en estas líneas no pretendo opinar acerca de cuáles senderos habrán de conducir a la Argentina hacia su recuperación económica, la creación de fuentes de trabajo, el reparto más equitativo de la renta nacional, la reconstrucción del tejido social, la consolidación de sus instituciones. Miro el paisaje social, sospecho un tiempo por venir con dificultades y carencias, lamento un mundo indiferente a nuestra desventura y, aún, presto a medrar con ella, y no dudo que la salida no vendrá de la mano de algún redentor que descienda desde la política ni desde las corporaciones empresariales o financieras. La solución –que la historia siempre la ofrece- será el fruto de la decantación del actual estado de las cosas. No podrá construirse un futuro habitable para los hombres que pueblan este suelo sino desde su hoy y desde su desventura presente.
Y es mi parecer que piqueteros, caceroleros, escrachadores, asambleístas barriales, todos ellos y toda la población deberán ver de una buena vez que no es mirando a los organismos multilaterales de crédito que sortearemos nuestras dificultades presentes. Porque, bien visto, ¿cuándo han coincidido los intereses del acreedor con los del deudor imposibilitado de pagar sus deudas? ¿Por qué habíamos de creer que la salida de la crisis en Argentina se logrará con mayor endeudamiento, lo que a su vez implica mayor ajuste, mayor transferencia de dinero y de recursos al exterior? ¿Quién es capaz de escribir la fábula del banquero piadoso?

En la comprensión de estos y otros asuntos, hallarán los sectores que hoy protestan la señal que conduce a la salida del atolladero. No ha menester de alianzas de clases que mañana descubriremos ilusorias, tampoco es sensato pretender la abolición de la política o la defenestración de los actuales políticos de un solo plumazo. La democracia tiene sus falencias, sí, pero también ofrece sus remedios. Son esos remedios que debemos procurar. El hombre argentino, el piquetero y el cacerolero, el asambleísta barrial y el escrachador, el arengador y el reflexivo, el político, el intelectual, el que sólo cuenta con sus brazos para procurarse el pan, aún el que sufre la desventura del desempleo, todos, han de ser atentos observadores de la realidad, militantes al servicio de sus respectivas causas e intereses, devotos custodios de la democracia y de la paz social.

Porque si nos detenemos un momento a mirar a las naciones que transitan más o menos sosegadamente sus respectivas realidades, veremos que en ellas el conflicto social está siempre irresuelto, pero en equilibrio. Equilibrio inestable que bien sabe administrar la democracia.

H 97 – 05 Abril 2002



Un distinto enfoque sobre el tema de la protesta social es el que da este periodista y profesor de derecho político. Producto de otra concepción del hombre, de la sociedad y del Estado, su opinión fue publicada en el matutino La Naciòn de Buenos Aires, Argentina, el 24 de marzo de 2001.

En lugar de las instituciones, la "acción directa"

Mariano Grondona

La acción política puede ser de dos clases: institucional y directa . En una sociedad bien ordenada, la acción política se canaliza a través de las instituciones. Las principales instituciones nacionales de nuestra democracia son cinco: la Presidencia y sus ministerios, el Congreso, el Poder Judicial, el Banco Central, las Fuerzas Armadas y de seguridad.

Pero la acción política puede derivarse a través de cursos no previstos en la organización constitucional de la democracia. En tal caso, grupos de personas de la más diversa índole buscan atajos para gravitar sobre el poder o, incluso, para tomarlo por asalto. Aquí se abre el inquietante paisaje de la "acción directa". Acciones tales como las manifestaciones callejeras improvisadas o violentas, la huelga general revolucionaria, la guerrilla, el terrorismo y los golpes militares son políticas. Pero no son institucionales.

Cuando los canales institucionales se bloquean o desbordan, la acción directa inunda el sistema. En la medida que la acción directa invade a la sociedad, pone en riesgo el orden democrático. En lugar de correr a través de las arterias, el torrente sanguíneo de un pueblo discurre en tal caso por las vías anormales de la circulación periférica. Cuando a una persona la invade la circulación periférica, los médicos saben que esa persona es "cardíaca" y que, a menos que hagan algo pronto, sufrirá un ataque. La Argentina del taponamiento institucional y la acción directa es, hoy, una nación cardíaca al borde del ataque.

El nuevo paisaje


Si recorremos la lista de nuestros canales institucionales, queda a la vista su precariedad. La Presidencia es débil por no provenir del voto popular sino de la Asamblea Legislativa que eligió a Eduardo Duhalde el 1° de enero, después de cuatro presidentes fallidos en doce días. Pero el Congreso que lo consagró también está debilitado porque el 14 de octubre, cuando el pueblo renovó a sus representantes, cuatro de cada diez argentinos se negaron a votarlos. La Corte Suprema, cumbre del Poder Judicial, está entre paréntesis hasta que la absuelva o la condene el Congreso.

El Banco Central perdió la autonomía de la que gozaba en tiempos de Pedro Pou: como se vio anteayer, ya no tiene moneda a la que defender. Las Fuerzas Armadas, disminuidas a su mínima expresión por severas restricciones presupuestarias, todavía lamen sus heridas después del catastrófico régimen militar nacido hace hoy 26 años, que violó como ninguno los derechos humanos y que perdió la Guerra de las Malvinas. Las fuerzas de seguridad están "achicadas" no sólo porque el actual gobierno les impone un papel pasivo frente a los disturbios para evitar males mayores sino también porque tanto el secretario de Seguridad como el jefe de policía del anterior gobierno están presos por la represión del 20 de diciembre sin que ningún agitador violento haya sufrido una suerte comparable.

Ante este panorama de atrofia institucional, ¿puede asombrar que la acción directa haya pasado a dominar la escena? Las manifestaciones que le fueron propias durante los años setenta, sin embargo, brillan por su ausencia. Ni la guerrilla y el terrorismo ni el golpismo militar se han hecho presentes.

Los dos grandes enemigos de los años setenta eran al mismo tiempo minoritarios y extremadamente violentos. Durante la guerra civil de los setenta, algunos miles peleaban a muerte entre ellos sin afectar a los millones que ignoraban los terribles detalles de su confrontación.

Hoy, la situación es menos peligrosa en cuanto el grado de violencia de los protagonistas del escenario actual es incomparablemente menor. Pero también es más peligrosa en cuanto los protagonistas del desasosiego ya no son unos pocos miles sino millones de argentinos que descalifican a los políticos a cargo de las instituciones.

A la inversa de las conmociones del pasado, que siempre habían encontrado una expresión militar, los acontecimientos del 20 de diciembre configuraron, por primera vez en nuestra historia, un golpe enteramente civil (hasta la Semana de Mayo incluyó a Cornelio Saavedra y su regimiento de Patricios). Pero De la Rúa no renunció por los miles de personas que, sin French ni Beruti, deambulaban por la Plaza de Mayo. Lo hizo porque percibió que millones de personas las respaldaban desde sus casas.

El malestar colectivo de los argentinos ha dado lugar a novedosas expresiones de acción directa como los "cacerolazos" y los "escraches". Los primeros son, por definición, pacíficos. Su novedad reside en que no levantan nuevas consignas ni siguen a nuevos líderes, limitándose a decirles un ruidoso "no" a los actuales ocupantes de las instituciones. En los "escraches", en cambio, laten semillas de violencia. Violencia verbal, por lo pronto, cuando se injuria o calumnia de viva voz a figuras públicas. Violencia física cuando se pasa del dicho al hecho como en los casos de Roberto Alemann y Jorge Asís. Lo cual no puede asombrar: la violencia no empieza en las manos, sino en la lengua.

Son de notar las dos definiciones que ofrece el Diccionario de la Lengua Española del verbo escrachar : "1. Romper, destruir, aplastar; 2. Fotografiar a una persona". Las dos definiciones están vinculadas: el escrache "fotografía" a una persona. ¿Para qué? Para romperla, destruirla, aplastarla real o simbólicamente. La palabra "escrachar", según el Diccionario, es un argentinismo.

Magia y democracia


El anarquista francés Georges Sorel publicó en 1908 Reflexiones sobre la violencia. En él, destacó la importancia del mito en la vida política. Cuando analizó el mito de la huelga revolucionaria, por ejemplo, observó que, si bien ella nunca alcanzaría para derrotar al Estado según cualquier análisis racional, si la gente creía lo contrario porque la había elevado a la categoría de un mito, esa creencia errónea terminaría por tumbar, efectivamente, al Estado. "Cuando todo el mundo se equivoca -dijo resignado alguna vez el general Mitre ante la furia de las multitudes- todo el mundo termina por tener razón". Pero es otra razón: la de la fuerza.

El mito es, en la concepción de Sorel, la hendidura por donde la irracionalidad entra en la vida política. Analizados desde la razón, los cacerolazos no tienen sentido. ¿Qué significación práctica tiene gritar "que se vayan todos"? En cuanto a los escraches, está claro que, cuando pasen el límite de ser una molestia para algunas personas y se vuelvan verdaderamente violentos, esa misma clase media que los miraba con simpatía se asustará.
Si por "racional" se entiende aquella acción que busca un objetivo realizable a través de los medios idóneos para realizarlo, los cacerolazos y los escraches son irracionales. Sorel, sin embargo, no los desestimaría porque expresan la fuerza de un nuevo mito: que, si gritamos y gritamos, la Argentina, milagrosamente, cambiará. En la medida que millones de personas se equivoquen de esta manera, "terminarán por tener razón", pero no la razón de la racionalidad sino la razón de la fuerza, un huracán que, cuando pase y se agote dejando tras de sí las ruinas de lo que fue alguna vez la orgullosa Argentina, nos obligará a reconstruir trabajosamente, otra vez, la civilización de las instituciones.

H 97 – 05 Abril 2002



La principal esperanza de armonía no reposa en la uniformidad sino en el mutuo enriquecimiento. Pretender imponer nuestra civilización a otros pueblos es una agresión a la pluralidad para perpetuar situaciones de poder.

El derecho a la diferencia

José Carlos García Fajardo *

Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998 y profesor en el Trinity College de Cambridge, se queja en un artículo publicado en The New York Times, del abuso contenido en la expresión "choque de las civilizaciones" vulgarizado por el profesor norteamericano Huntington.

Para Amartya Sen, nacido en India, es absurdo catalogar así a los pueblos porque supone negar la pluralidad de las señas de identidad en el seno de cada sociedad. Cualquier civilización puede contener diversas sociedades y hasta varias culturas. En una civilización conviven diferentes pueblos, con lenguas y religiones plurales y hasta con sistemas políticos y económicos antagónicos.

Sin constituir una civilización sino un Imperio que no duró más de dos siglos, el Británico no tuvo ni unidad territorial pues se extendía por cuatro continentes; unidad de lengua, se hablaban varias docenas; unidad religiosa, iban desde el protestantismo hasta el budismo, el islamismo o el hinduismo; unidad de moneda, ni siquiera del patrón oro; ni una única forma política, había desde monarquías hasta repúblicas pasando por principados, dictaduras militares y teocracias; ni unidad racial, pues entre sus fronteras se podían encontrar eurásicos, negros, chinos, mongoles, malayos o polinesios. Les mantenía unidos el sometimiento a la autoridad política británica como vínculo para que la soberanía fuera efectiva.

Por eso, ni la Sociedad de Naciones ni la ONU pudieron ser soberanas, por su incapacidad para "hacer cumplir lo mandado".

Amartya Sen parte de un mundo que conoce bien y ante el que los occidentales manifestamos una ignorancia altiva y peligrosa. Decir que la India es una civilización hindú supone olvidar que en ese subcontinente existen más musulmanes que en ningún otro país de la tierra, exceptuando Indonesia.

Es imposible comprender la riqueza cultural de India sin tener en cuenta las profundas interacciones en arte, música, literatura o cocina a través de las concepciones religiosas budistas, jaïnistas, sikhs, parsis, cristianas, musulmanas, hindúes, judías, ateas y agnósticas.

Igual simplificación abusiva se encuentra en la categorización "mundo islámico". El premio Nobel hindú aporta los ejemplos de dos emperadores musulmanes de la dinastía mongol: Aurangzeb y Akbar que reinaron en India. El primero era un musulmán tan intransigente que pretendió convertir al Islam a todos los hindúes y gravar con impuestos a todos los no musulmanes. Por el contrario, Akbar fue modelo de comprensión y de pluralismo. Su corte era multiétnica y había proclamado que "nadie podría ser perseguido por razones religiosas" ya que, en la variedad religiosa y cultural, reposaba la vitalidad y riqueza del Imperio.

Igual podríamos decir de la "civilización occidental" con su pretendido espíritu de tolerancia y de libertades individuales. En pleno reinado del emperador Akbar, cuando éste defendía la libertad religiosa en Agra, hacia 1590, en Europa, la Inquisición hacía estragos en nombre de la religión católica contra los reos de pensamiento protestante, judaizante o humanista.

En 1600, Giordano Bruno era quemado vivo en el Campo dei Fiori, en la Roma de los Papas, por haberse atrevido a sostener ideas copernicanas que ponían en entredicho la versión bíblica de la Creación. Miguel Servet fue quemado por sus ideas en Ginebra por orden de Calvino . En 1591, una mujer escocesa fue quemada viva por usar un analgésico para el parto contraviniendo el mandato bíblico "parirás con dolor". En 1847, cuando James Young Simpson recomendó la analgesia para los dolores del parto fue condenado por los clérigos. Hasta 1956 el papa Pío XII no admitió que la Iglesia ya no se oponía al parto sin dolor.

La principal esperanza de armonía no reposa en la uniformidad sino en el mutuo enriquecimiento. Pretender imponer nuestra civilización a otros pueblos es una agresión a la pluralidad para perpetuar situaciones de poder.

Lo más triste y empobrecedor es que algunos invocan a la divinidad en una imaginaria decisión de "pueblo escogido" (Israel) o de "hija predilecta de la Iglesia" (Castilla, Francia, Inglaterra o Portugal) para en su nombre bendecir agresiones, conquistas, cruzadas y toda suerte de violaciones del derecho de los pueblos a vivir conforme a sus creencias, a sus normas y a sus variadas concepciones de la vida.

Donde no hay libertad no puede florecer la justicia ni una vida en dignidad que merezca la pena ser vivida.

* Presidente de la ONG Solidarios y profesor universitario
H 97 – 05 Abril 2002

Heràclito 86

Activista por la Paz y los Derechos Humanos
Premio Nobel de la Paz 1992


Sobre Rigoberta Menchù Tum


Descendiente de la antigua cultura Maya-Quiché, nació esta mujer en Chimel, Guatemala, en 1959. De niña trabajó en los campos, y más tarde fue empleada doméstica en la ciudad, donde conoció la injusticia, la discriminación y la miseria que aflige a los indígenas de su país.


Nunca recibió educación formal, pero mostró siempre una aptitud especial para liderar con inteligencia a sus hermanos indígenas, lo que le valió la persecución de las fuerzas represivas guatemaltecas y el exilio en Mexico a partir de 1980. Antes de partir, muchos miembros de su propia familia, incluida su madre, fueron torturados, violados y asesinados.


Desde el exilio dedicó su vida a la defensa y promoción de los derechos y los valores de los pueblos indígenas de América. En su libro “Yo, Rigoberta Menchú” narró su lucha, y en 1992 recibió el Premio Nobel de la Paz por sus continuados esfuerzos en pro de sus hermanos sometidos. Rigoberta Menchú es la primera mujer indígena que recibe este lauro.


Las Naciones Unidas la nombraron Embajadora de Buena Voluntad en el Año Internacional de los Pueblos Indígenas (1993), y es asesora del Director General de la Unesco y Presidente de la Iniciativa Indígena para la Paz.


H 96 – 29 Marzo 2002






Carta de Rigoberta Menchú Tum al Presidente de los Estados Unidos


30 de setiembre 2001


Al señor George W. Bush
Presidente de los Estados Unidos de América
Washington, D.C. - E.U.A.
Excelentísimo señor presidente:


Deseo, en primer lugar, reiterar a Ud. la solidaridad y condolencia que expresé a todo su pueblo el martes 11 pasado, luego de conocer los dolorosos sucesos ocurridos en su país, así como compartir mi indignación y condena a las amenazas que entrañan esos actos de terrorismo.


En los últimos días he estado pendiente de la evolución de los acontecimientos, empeñando mis mejores oficios en que la respuesta a dichos sucesos sea la reflexión, no la obsecación; la cordura, no la ira; la búsqueda de justicia, no la revancha. He invocado la conciencia de los pueblos del mundo, a los medios de comunicación, a las personalidades eminentes con las que comparto un compromiso ético con la paz, a los jefes de Estado y los líderes de los organismos internacionales, para que la cordura ilumine nuestros actos. Sin embargo, señor presidente, al escuchar anoche el mensaje que dirigió al Congreso de su país, no he podido reprimir una sensación de temor por lo que puede desprenderse de sus palabras. Llama Ud. a su pueblo a prepararse para "una larga campaña como no hemos visto ninguna otra jamás", y a sus militares a salvar su orgullo, marchando a una guerra de la que pretende hacernos parte a todos los pueblos del mundo.


A nombre del progreso, el pluralismo, la tolerancia y la libertad, usted no deja ninguna opción a quienes no contamos con la dicha de compartir la sensación de libertad y los frutos de la civilización que desea Ud. defender para su pueblo, y a quienes nunca tuvimos simpatía alguna con el terrorismo ya que fuimos sus víctimas. Quienes somos expresiones orgullosas de otras civilizaciones; quienes vivimos día a día con la esperanza de convertir la discriminación y el despojo en reconocimiento y respeto; quienes llevamos en el alma el dolor del genocidio perpetrado en contra de nuestros pueblos; quienes, en fin, estamos hartos de poner los muertos en guerras ajenas, no podemos compartir la arrogancia de su infalibilidad ni el camino unívoco al que Ud. desea empujarnos cuando afirma que "todas las naciones en todas las regiones deben tomar ahora una decisión: o están con nosotros o están con los terroristas".


Al empezar este año, invité a los hombres y mujeres del planeta a compartir un Código de Ética para un Milenio de Paz reclamando que: No habrá Paz si no hay Justicia No habrá Justicia si no hay Equidad. No habrá Equidad si no hay Desarrollo No habrá Desarrollo si no hay Democracia No habrá Democracia si no hay respeto por la Identidad y la Dignidad de los Pueblos y las Culturas.


En el mundo de hoy, todos estos son valores y prácticas muy escasas, sin embargo, la desigual manera en que están distribuidos no hace más que alimentar la impotencia, la desesperanza y el odio. El papel de su país en el actual orden mundial está lejos de ser neutral. Anoche esperábamos un mensaje sensato, reflexivo y autocrítico pero lo que escuchamos fue una amenaza inaceptable. Comparto con Ud. que "el curso de este conflicto no se conoce", pero cuando sentencia que "su resultado es cierto", la única certeza que me invade es la de un nuevo y gigantesco sacrificio inútil, la de una nueva mentira colosal.


Antes de que dé Ud. la voz de "fuego", me gustaría invitarlo a pensar en un liderazgo mundial diferente, en el que no necesite vencer sino convencer; en el que la especie humana pueda demostrar que en los últimos mil años hemos superado el sentido de "ojo por ojo" que tenía la justicia para los bárbaros que sumieron a la humanidad en el oscurantismo medieval; en el que no hagan falta nuevas cruzadas para aprender a respetar a quienes tienen una idea distinta de Dios y la obra de su creación; en el que compartamos solidariamente los frutos del progreso, cuidemos mejor los recursos que aún quedan en el planeta y a ningún niño le falte un pan y una escuela.


Con la esperanza en un hilo, lo saluda atentamente


Rigoberta Menchú Tum
Premio Nobel de la Paz
Embajadora de Buena Voluntad de la Cultura de Paz


Fuente: http://globalresearch.ca/articles/MEN109B.html
H 96 – 29 Marzo 2002




Es el momento de emprender responsable y conscientemente las acciones que nos encaminen a la construcción de naciones verdaderamente pluriétnicas, multiculturales y plurilingues cuyas relaciones interculturales estén basadas en la tolerancia y el respeto absoluto de los derechos culturales de los pueblos indígenas y no indígenas; naciones en las que haya justicia y opciones de desarrollo para todos, de libertad y democracia real para todos, de respeto a la cultura de todos y vigencia plena de los derechos humanos.


Mensaje de Rigoberta Menchú Tum con motivo del día internacional de los Pueblos Indígenas


El 9 de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, declarado por la Organización de las Naciones Unidas en su resolución A/49 del 12 de diciembre de 1994. El Día Internacional tiene un significado profundo, pues es producto de las largas luchas de los pueblos originarios por recuperar su memoria histórica, romper el silencio, mejorar sus condiciones de vida y afirmar sus derechos económicos, políticos, sociales y culturales.


A las puertas del tercer milenio, cuando la incertidumbre cunde por todas partes, los pueblos indígenas se presentan florecientes de vida y de esperanza. En numerosos países han pasado a constituirse en actores centrales de nuevos procesos que están sembrando la semilla de un futuro multiétnico, pluricultural y plurilingue, que será la garantía de una convivencia pacífica y armoniosa de esas sociedad plurales. A través de una multiplicidad de iniciativas y propuestas innovadoras, se viene gestando y consolidando una plena y digna participación de los pueblos indígenas en diversos aspectos de la vida interna de sus países. Particular mención merece el creciente protagonismo que están alcanzando en el escenario político, sobre la base de un accionar fundamentado en el rescate de valores éticos y la dignidad ciudadana, con alternativas y propuestas que buscan solucionar tanto los problemas locales como nacionales. Estos logros están siendo posibles gracias a que los pueblos originarios se han empeñado en buscar la unidad ante objetivos y metas comunes. No obstante que se persiste en la idea de dividirnos y de fomentar la confrontación entre indígenas, cada día que pasa conseguimos ganarle a la desunión y consolidar nuestra unidad. Es cierto que falta mucho camino por recorrer, pero estamos avanzando con paso firme.


El Dia Internacional es también una ocasión para condenar enérgicamente las graves y sistemáticas violaciones de los derechos inalienables de los pueblos indígenas, que afectan incluso el derecho a la vida. En algunos países, los pueblos indígenas se encuentran amenazados de extinción, mientras en otros padecen de hambruna; y en general no se han logrado eliminar las condiciones de marginación, segregación, opresión y racismo de las cuales son víctimas.


Esta situación no puede continuar. Hoy que se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas hago un llamado a la opinión pública internacional a condenar y sancionar todo tipo de atropello contra los pueblos indígenas, toda violación a sus derechos humanos, todo atentado contra su dignidad. No debemos permitir que el silencio siga rodeando las agresiones de que siguen siendo objeto.


Asimismo, llamo a todos los gobiernos y exijo pasar de las declaraciones de intenciones a los hechos para que den cabal cumplimiento a los compromisos adquiridos con el Decenio Internacional de los Pueblos Indígenas, que fue proclamado por las Naciones Unidas en diciembre de 1994, con el propósito de encontrar soluciones viables a los problemas ancestrales de dichos pueblos. En este sentido los gobiernos tienen la impostergable responsabilidad de impulsar proyectos que fortalezcan y fomenten las acciones e iniciativas de los pueblos indígenas e instituciones para resolver los problemas que enfrentan. Para ello es también urgente que los Estados ratifiquen y cumplan los diversos instrumentos internacionales sobre los derechos de estos pueblos.


Es el momento de emprender responsable y conscientemente las acciones que nos encaminen a la construcción de naciones verdaderamente pluriétnicas, multiculturales y plurilingues cuyas relaciones interculturales estén basadas en la tolerancia y el respeto absoluto de los derechos culturales de los pueblos indígenas y no indígenas; naciones en las que haya justicia y opciones de desarrollo para todos, de libertad y democracial real para todos, de respeto a la cultura de todos y vigencia plena de los derechos humanos.


Aprovecho la celebración del Día Internacional para saludar los esfuerzos e iniciativas de los pueblos indígenas por resolver sus problemas locales, así como sus aportes para la solución de los problemas nacionales, y los exorto a continuar por la senda de la unidad y en el empeño por heredar a las futuras generaciones un mundo en el que la paz no sea sólo un sueño.


Rigoberta Menchú Tum
Premio Nobel de la Paz
Embajadora de la Buena Voluntad de la UNESCO.
Quito, Ecuador, 9 de agosto de 1996.


H 96 – 29 Marzo 2002






Carta de Rigoberta Menchú


¿Quién escucha a los indígenas?


En los últimos veinte años he recorrido todos los países con pueblos indígenas. Y por doquier encontré la misma realidad: nadie quiere darnos voz. Entre los indios hay técnicos, funcionarios, científicos y todos son marginados en sus países.


Hay un pueblo disperso en el mundo que no tiene voz en ninguna parte. Sin embargo, son muchos los que quieren hablar por nosotros; son, quizás, antropólogos y por eso creen saberlo todo sobre los pueblos indígenas. Pero no sólo no es cierto lo que dicen, sino que también esa es una forma de racismo. Desde hace veinte años se discute en la ONU una declaración común de los pueblos indígenas: todavía no se llegó a nada. Y muchas veces, mientras en Nueva York se discutía, en esos países, como en mi Guatemala, se consumaba el genocidio, la deportación y la destrucción del pueblo. También Europa tiene sus indígenas y tampoco ellos tienen voz. Conozco a los sami, conozco a los inuit: luchan por su identidad pero, ¿quién los escucha? Herri Maga es un sami que vive en Noruega, trata de defender la identidad del pueblo lapón: ¿lo escuchó alguien alguna vez?


Respeto. Lo que nosotros pedimos es sobre todo respeto. Respeto por los y las dirigentes de los movimientos indígenas, personas que lograron vencer las dificultades que encontraron, que lograron sobrevivir al genocidio y al éxodo. Hace poco estuve en Canadá: los cree, indígenas de esas tierras, fueron despojados de todo por las empresas multinacionales que talan los bosques. Actualmente hay ocho de estas firmas en plena actividad. Allí pudimos ver lo que está haciendo nada más que una de esas compañías: en un año talaron bosques por una extensión que supera el millón doscientos mil metros cuadrados, por lo que serán necesarios doscientos o trescientos años para que esa tierra recupere su ritmo natural.


Por eso nuestro pedido de respeto incluye a la naturaleza, que para los pueblos indígenas es un lugar sagrado: toda la naturaleza es sagrada, para nosotros y para nuestra identidad. Pedimos respeto por los derechos humanos. Porque la globalización nunca llegó a ocuparse de ellos.


Yo vengo de un continente profundamente rico, pero donde la mayor parte de la población nunca recibirá nada del aprovechamiento de las materias primas que en él se producen. Y donde hay pobreza, siempre es fuerte el riesgo de las dictaduras. Por eso pedimos espacios de democracia y de diálogo. Porque se debe pensar en el peligro de no dar voz a los problemas de quienes viven en esas tierras.


H 96 – 29 Marzo 2002






Heredera de un pueblo milenario


Rigoberta Menchú


Creo que existe una profunda diferencia entre lo que son los pueblos indígenas, las minorías como tales y los sectores vulnerables. Cuando hablamos de minorías étnicas, estamos hablando de un concepto muy amplio. Empezando por la diversidad religiosa y cultural que puede existir en los países asiáticos, en los países africanos y también en los países del este de Europa. Se trata de pueblos que, en realidad, tienen origen distinto y otras características que los pueblos indígenas. Naturalmente, hay que escuchar y conocer a estos pueblos para responder a sus demandas. Pero muchos Gobiernos creen que polemizar o tergiversar la discusión sobre la cuestión indígena y mezclarla con el tema de las minorías étnicas es una manera de atrasar los avances legislativos en los derechos de los pueblos indígenas, en las Naciones Unidas o en las instancias regionales gubernamentales, como la Unión Europea o en la misma Organización de los Estados Americanos. De esa manera, evitan el avance del reconocimiento y respeto de los derechos de los pueblos indígenas, así como los derechos de las minorías.


En América, hemos entendido por pueblos indígenas a aquellos que Cristóbal Colón confundió con los habitantes de la India hace más de quinientos años. También son indígenas aquellos pueblos donde se acentuó la colonización de una manera precisa o aquéllos donde la colonización no ha terminado. Por ejemplo, los hermanos del Pacífico viven todavía la colonización, por lo que podríamos considerarlos como pueblos originarios o pueblos indígenas. Aquí, en este gran continente nuestro, no se necesita mucho estudio para saber quién es indígena y cómo es un pueblo indígena.


Pienso que el derecho de las minorías va mucho más allá de una reivindicación coyuntural, económica o política. Tiene un aspecto de reivindicación religiosa. Tiene características propias que han ido creando algunos rasgos de su identidad también. Pero para abordar el tema de las minorías hay que tomar en cuenta un conjunto de valoraciones sobre realidades muy concretas. Se necesita tener la capacidad de reconocer que es un tema amplio, serio, profundo y complejo. No se trata de una simple definición académica. En los últimos tiempos, las minorías crecen porque la sociedad capitalista en que vivimos es una sociedad que fragmenta la unidad a nivel nacional. La sociedad es cada vez más marginadora. Entonces llega un momento en que ya no sólo tiene contenido étnico-religioso sino de resistencia y de sobrevivencia frente a una sociedad excluyente. Me refiero a que en muchas partes del mundo se incrementa la proliferación de nuevas corrientes religiosas, ideológicas y políticas para tratar de dividir a grandes poblaciones en pequeñas sectas y pequeñas castas. Convierten a la población en un arma de diversidad que se enfrenta al proceso natural de relaciones armoniosas entre diversidad y la unidad nacional. Es una realidad que conocemos muy de cerca en América, en donde se experimentan nuevas corrientes religiosas que se imponen el objetivo preciso de fragmentar a la sociedad, de dividirla entre sí. Las minorías en el poder implementan toda una serie de mecanismos de represión institucionalizada para lograr el dominio sobre la mayoría.


Cuando hablamos de minorías en Guatemala tendríamos que ubicar justamente quiénes son los sectores minoritarios. Ya no sólo podemos hablar de minorías que para unos ya son comunes, es decir, los sectores vulnerables: los niños de la calle, los discapacitados, los ciegos y sordomudos, los lisiados de guerra, las viudas, las víctimas, los más pobres entre los pobres, las sectas religiosas, los afectados por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (Sida) y otros. Estas minorías pertenecen a los distintos grupos étnicos. Podrían ser minorías en relación a una población mayoritaria afectada por la guerra, por los profundos problemas económicos, políticos, culturales y sociales.


Cuando hablamos de pueblos indígenas no estamos hablando de la fragmentación de la sociedad. Estamos hablando de las culturas milenarias que nacieron como parte de las grandes civilizaciones que dieron origen a nuestra humanidad y hoy, finalizando el siglo XX, son parte integral de la esencia de Guatemala. La diversidad étnica y cultural es la naturaleza de Guatemala. Los sectores más vulnerables que forman parte de las minorías tienen muchas luchas comunes con los pueblos indígenas. Son incomprendidos. son marginados, son subestimados, son reprimidos. Tienen un acercamiento mucho más válido que cualquier otro sector, porque la discriminación que viven los pueblos indígenas también la viven los sectores vulnerables o las minorías, porque el desprecio que viven los pueblos indígenas también lo viven todos los sectores marginados en la sociedad, y el anhelo de conseguir un nuevo orden legal también es una demanda de los sectores discriminados. Pienso que las luchas son comunes. Las mujeres, los indígenas y las minorías en el mundo deberíamos estar absolutamente próximos en la lucha por intereses comunes. Deberíamos ser actores que abrazamos esas luchas porque vivimos las mismas consecuencias del racismo, la discriminación, la explotación y la tergiversación de nuestra propia realidad.


Yo me niego a hablar del tema de los pueblos indígenas dentro del marco de las minorías étnicas. Hay una gran diferencia entre una minoría y un pueblo originario o milenario que tiene una cultura antigua, que tiene una cosmovisión, que tiene una filosofía de la vida, que se radica en la historia. Una minoría religiosa puede tener una filosofía de creencia pero no necesariamente posee la raíz de un pueblo milenario y de una cultura milenaria. Sobre todo cuando en buena medida las minorías son producto de los profundos problemas que atraviesa la humanidad. Los mayas somos parte de las grandes civilizaciones antiguas del planeta. Somos parte de las primeras naciones. No somos una minoría étnica o religiosa. En buena medida es el sistema capitalista quien produce a las minorías. Cada vez surgen más minorías sobre la Tierra, pero muchas de ellas no tienen raíces históricas. Muchas veces es una manera común de resistir, de defenderse, de sobrevivir juntos, de luchar juntos por un ideal común. Los problemas han ido lejos y los humanos necesitamos trazar metas para alcanzar nuestros ideales. Sería injusto no hablar aquí de los emigrados, por ejemplo, que constituyen una minoría con derechos específicos. Los pueblos originarios tienen otras leyes y otras normas que les permiten su existencia. Conscientes de que no son la misma cosa, los pueblos originarios y las minorías deben luchar juntos, sobre todo en este fin de siglo marcado por una crisis económica que favorece el repunte de actitudes y de organizaciones racistas y neofascistas.


Una de las peculiaridades que distinguen a los pueblos indígenas de las minorías étnicas es la elaboración de un pensamiento respecto de la Tierra. Una minoría étnica puede estar concentrada en áreas urbanas o en cualquier lugar sin necesariamente ser miembro de un colectivo o una comunidad como tal, mientras un pueblo antiguo construye su pensamiento en relación con el universo: la Tierra, el mar, el cielo, el cosmos. Necesita una comunidad para su existencia y es la comunidad quien garantiza la continuidad de la transmisión de su pensamiento a las generaciones. La madre Tierra no es simplemente una expansión simbólica. Es fuente. Es raíz. Es origen de nuestra cultura y nuestra existencia. El ser humano necesita de la Tierra y la Tierra necesita del ser humano. La convivencia equilibrada sobre la Tierra es lo que se ha ido minando. Según los testimonios de nuestros ancianos, las antiguas civilizaciones, las primeras naciones poseían esos valores. En todos los aspectos de la vida debe existir siempre un equilibrio y una de las fuentes más importantes del equilibrio es la comunidad.


Es justamente lo que se ha perido hoy. Las personas sobre la Tierra ya no se acuerdan de que la Tierra es su madre. La mayoría de los humanos ya sólo piensan en su cuerpo y no piensan en su alma. Ya no se acuerdan de que se deben a la comunidad. Ya no se acuerdan de que la Tierra es la fuente de tantas energías y de tanta riqueza. Entonces se ha dado un distanciamiento. Somos seres humanos prepotentes que creemos no necesitar la Tierra. Se piensa que no se necesita de los demás y solamente de los propios talentos. O simple y sencillamente nos olvidamos de que la Tierra existe y no nos acordamos de que la Tierra es un patrimonio colectivo. La comunidad no tiene que ser necesariamente una aldea o un pueblo grande, pues la comunidad nace entre un grupo de gente que se necesita mutuamente para vivir. Entonces yo creo que esto puede generar un debate muy importante. Si hay desequilibrio, es natural que de produzcan consecuencias tan graves como la existencia del individualismo, las guerras, la crueldad, la intolerancia, el racismo, la ignorancia. Todas las guerras tienen una causa: los desequilibrios y desajustes que vive nuestra humanidad. Actualmente, la Tierra tiene un sentido exclusivamente material. En nuestra América, en Guatemala en particular, la Tierra tiene un sentido lucrativo para quienes la han acaparado. Han despojado de ella a sus pueblos. El desalojo y la intimidación hicieron que la Tierra quedara en pocas manos y que la Tierra entonces se explotara sólo en sentido comercial. En Guatemala hay dos tipos de relación con la Tierra: la de quienes la monopolizan con fines puramente materiales y la de quienes vemos en ella a nuestra madre, al origen de la vida y la fuente de nuestro pensamiento.


Nuestros abuelos fueron muy sabios al descubrir hace muchos años que también la Tierra corría un grave riesgo con los experimentos químicos. Lo que estaban haciendo era producir una alteración del orden natural que, de alguna manera, tendría que ser dolorosa para las generaciones venideras. Se necesitan acuerdos que trasciendan más allá de los gobernantes, más allá de las potencias. Se necesitan acuerdos y soluciones que sean aplicables con urgencia y sean viables para salvar la Tierra de la destrucción. Un compromiso concreto para que la Tierra sea salvada de la ambición del hombre y de la mujer. Que, entonces, se ponga al servicio del ritmo natural de nuestra humanidad. No sólo los indígenas nacieron de la Tierra. Toda la humanidad tuvo origen en la Tierra. Nació de ella. A medida que la humanidad se subordina a sus propios avances, también atenta contra la integridad del conocimiento de la Tierra. También olvida por completo la seguridad de sus generaciones. La mayoría de los científicos no indígenas conocen la dimensión de los problemas y riesgos que padece la Tierra, pero no lo dicen con energía; por eso la gente no se preocupa y no lucha por recuperar el equilibrio.


Fuente: http://www.cord.edu/faculty/gargurev/menchu.htm
H 96 – 29 Marzo 2002






Carta de Rigoberta Menchú Tum a la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos


Apreciada Señora Mary Robinson:


Hace algunos días, recibí de Ud. una cordial invitación para integrar un grupo de personas eminentes bajo el patrocinio del Excmo. Señor Nelson Mandela, con el fin de promover y crear conciencia sobre la importancia de alcanzar un progreso real en la lucha contra el racismo en la Conferencia de Durban y de elaborar un programa de acción que incluya medidas prácticas para promover la tolerancia y el respeto por la diversidad. Razones ajenas a mi voluntad me impiden acompañar a Ud. y a este selecto grupo de personalidades en las actividades programadas en el marco de la 3ª PrepCom que se inicia el día de hoy en Ginebra. Sin embargo, no quiero dejar de expresarle mi punto de vista personal en torno a las dificultades que enfrenta la Conferencia y los temas que la motivan, agradeciéndole quiera Ud. compartir estas reflexiones con los colegas que tengan ocasión de concurrir a esta cita.


Tal como le expresé en nuestra conversación de hace hoy un año, vi en la 3ª Conferencia contra el Racismo una oportunidad de retornar al escenario de las Naciones Unidas, buscando reanimar la esperanza que durante tantos años me llevó a buscar en sus diversos mecanismos oídos receptivos, reconocimiento y respeto a los pueblos indígenas y a nuestros derechos.


No soy ajena a los avances que la lucha de nuestros pueblos y la presencia sostenida de un selecto grupo de líderes y representantes indígenas han sido capaces de concretar en diversas esferas del quehacer internacional. Sin embargo, tales avances parecen perder significación ante la persistente negativa de algunos Estados y otros actores internacionales a reconocer a los Pueblos Indígenas como lo que han sido por milenios y son hoy: pueblos, con plena capacidad de determinarse libremente, con un bagaje cultural y valórico que aportar a una humanidad cada vez más confundida sobre su destino común, cada vez menos solidaria y consciente de su responsabilidad en la preservación del equilibrio natural, y cada vez más impotente frente una minoría que cree poder imponer sus designios a costa del bienestar y la dignidad generales.


En el mundo de hoy nuestra presencia desafía la incumplida promesa del sistema de Naciones Unidas de poner fin a los regímenes coloniales que sojuzgaron a nuestros pueblos y crearon oprobiosas instituciones de esclavitud y servidumbre. Se ha creado un Foro Permanente sobre cuestiones indígenas sobre cuya constitución existen hoy más temores y dudas que certezas y esperanzas. A estas alturas parece claro que no será el Foro de los Pueblos Indígenas que habíamos demandado al inaugurarse el Decenio Internacional proclamado en nuestro nombre, como sujetos de los derechos que se nos niegan en cualesquiera otros ámbitos y como una plataforma desde la cual podamos constituirnos en el interlocutor colectivo de la construcción de un mundo intercultural respetuoso y digno. El sistema de Naciones Unidas no ha sido capaz siquiera de organizar un proceso de consultas idóneo y transparente que nos permita confiar en el pluralismo, la representatividad e independencia de dicho Foro. Si no existen recursos ni para organizar una reunión de consulta, ¿qué podemos esperar para el funcionamiento de este espacio sobre el que pesan tantas expectativas?


Más recientemente, se ha creado una Relatoría Especial sobre las violaciones de los derechos humanos y libertades fundamentales de nuestros pueblos; sin embargo, se continúa presumiendo la incapacidad intrínseca de los indígenas para ejercer una responsabilidad semejante como si no fuéramos capaces siquiera de reconocer y defender nuestros derechos.


Y ahora se trata de reconocer nuestra significación en la agenda contemporánea del racismo, la discriminación y la intolerancia. Por un lado, se continúa mezquinando el reconocimiento de las responsabilidades del proceso colonial y la persistencia de una herencia que continúa perpetuando las formas de exclusión y desprecio que nos sometieron al exterminio, la minorización y la explotación que han determinado nuestra actual invisibilización, la negación de nuestra existencia y, consiguientemente, de la discriminación que aún padecemos. Por otro, se nos continúa victimizando y considerando como un actor vulnerable y minusválido, que sin la tutela de los estados neocoloniales pareceríamos condenados a la desaparición. En los documentos que discute este último Comité Preparatorio no se recoge la esencia de las reivindicaciones que nuestros pueblos han reiterado en todos los eventos preparatorios y que pueden resumirse en el respeto a nuestra existencia como Pueblos, el reconocimiento de nuestra contribución histórica al desarrollo de la humanidad y nuestro derecho a un desarrollo sostenible, digno y equitativo, con pleno acceso y control de nuestros territorios y recursos.


Reconocemos que, mientras la humanidad está hoy en situación de enfrentar sus problemas reales y sus traumas socio-históricos como nunca antes en el pasado, son muchas las causas que reclaman una atención urgente y que amenazan la paz global. Sin embargo, estamos ante la amenaza de que la riqueza de esta Conferencia que reside en la diversidad de su agenda sea subordinada por la necesidad de un acuerdo político sobre los asuntos candentes de la coyuntura.


Los Pueblos Indígenas no estamos dispuestos a que nuestras demandas históricas sean, una vez más, deformadas y subastadas. No nos prestaremos a cohonestar un acuerdo que viabilice la Conferencia a expensas de nuestra dignidad y nuestros derechos. No reconocemos a nadie el derecho a recortar o condicionar nuestras exigencias y, junto a ellas, las de movimientos sociales y de millones de hombres y mujeres que padecen la discriminación por múltiples causales y que esperan de esta Conferencia una palabra clara y contundente en contra del inmovilismo y la impunidad.


Los Pueblos Indígenas no podemos quedar indiferentes frente a recientes manifestaciones de racismo ambiental como la negativa a ratificar el Protocolo de Kyoto por parte de la principal potencia contaminante del mundo, mientras se impone a la humanidad un paradigma de producción y consumo absolutamente insostenible, y a los Pueblos Indígenas que convirtamos nuestros territorios en sumideros de los desperdicios de una forma de vida de la que no somos responsables y que nunca compartiremos.


En otros asuntos, siendo ésta la primera Conferencia de la era post Apartheid, resulta incomprensible no sólo la reticencia a reconocer los fenómenos históricos del pasado sino los que hoy se tornan en las nuevas formas de esclavitud y arrasamiento de la dignidad humana. Como ejemplo de ello, menciono el injusto orden internacional impuesto a más de cuatro quintas partes de la población mundial que está ocasionando una movilidad transfronteriza nunca antes vista en la historia de las civilizaciones. El desconocimiento de la dimensión cultural de este fenómeno, que representa ya el segundo rubro en las trasferencias internacionales de divisas, después del petróleo, es sencillamente inaceptable. Los migrantes -documentados o no- son seres humanos con derechos, y éstos están siendo desconocidos y avasallados cotidianamente tanto por las políticas institucionales de los estados receptores cuanto por las mafias transnacionales que están convirtiendo la desesperación originada en la ausencia de oportunidades para millones de personas en todos los continentes y, en muchas ocasiones, su propia vida, en un negocio multimillonario tan sucio e inhumano como cualquiera de los oprobiosos regímenes de la antigüedad, con el agravante de que en este caso son las víctimas de este tráfico quienes pagan por su esclavitud.


Sra. Robinson, nos ha instado Ud. a promover una enérgica Declaración y un programa de acción práctico y mensurable que incluya un mecanismo de evaluación del cumplimiento de las metas por parte de los Gobiernos. Por lo que puedo observar en los documentos que se negocian en este último evento preparatorio, estamos ante el riesgo de un nuevo fracaso si los responsables de asumir en esta Conferencia un compromiso con la humanización del futuro no son siquiera capaces de llamar a las cosas por su nombre.


Con mis mejores deseos, saludo a Ud. afectuosamente.


H 96 – 29 Marzo 2002