Heráclito 14

Parménides editorializa para Heráclito *

Proclo, In Timaeum, I, 345, 18-20; Simplicio, Physica, 116, 28-32 a 117, I

Ea, pues, yo te diré, y tú acoge mi palabra
tras haberla escuchado, cuáles son los únicos caminos
de investigación que se pueden pensar.
El uno, que es y que no es posible que no sea
es el camino de la persuasión (pues acompaña a la verdad),
y el otro, que no es y que es necesario que no sea,
camino que te digo está totalmente repleto de ignorancia.
Pues ni podrías conocer lo que no es (ya que no es posible)
ni podrías expresarlo.

Ciertamente, es osado aguardar de Parménides que diga la nota editorial de esta entrega. Como también lo es de su parte expresarse como lo hizo, controvirtiendo sin más la filosofía de Heráclito en su propio territorio. A los lectores les resta pesar, sopesar y tomar partido.

H 22 – 27.10.2000
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Dos sentencias de Heráclito de Éfeso


Este mundo, que es el mismo para todos, no lo hizo ningún dios o ningún hombre; sino que fue siempre, es ahora y será. Fuego siempre viviente que se prende y se apaga medidamente.

En este párrafo, traído por Clemente Alejandrino (Stromata, V, 105), el filósofo identifica el fuego con el logos y con el alma y, creo, también con Dios. El fuego, dice Johannes Lotz en su interpretación, es la materia prima de que está conformado el mundo. Representa el devenir tanto como el agua del río. Sobre la base de este texto se ha pretendido atribuir la ausencia de la idea de Dios en el espíritu de nuestro filósofo. Error. Antes bien, podría conjeturarse un panteísmo idealista, como lo quiere Luigi Stefanini y se corresponde con la sentencia que dice:

Lo uno, el único sabio, quiere y no quiere llamarse con el nombre de Zeus.

Misma fuente (V, 116)

* Las sentencias, numeradas 30 y 32, corresponden a la clasificación de Diles. Las anotaciones son nuestras. E. D.
H 20 – 13.10.2000

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Cartas ejemplares

Del Rey Darío a Heráclito

El rey Darío, hijo de Histaspis, a Heráclito de Éfeso, hombre sabio, salud.

Tú eres el autor del tratado De la Naturaleza, difícil de comprender y duro de interpretar. En algunas partes, tu estilo, parece contener un cierto poder de especulación sobre todo el universo y las cosas que en él suceden, que dependen de un movimiento completamente divino. Pero la mayor parte de las afirmaciones me producen dudas, de modo que incluso los más entendidos en las letras no podrían dar una recta interpretación de tu trabajo. Así, pues, el rey Darío de Histaspis quiere participar de tu instrucción directa y de la educación griega, Ven sin tardanza conmigo a mi palacio. Pues los griegos, duros en general como son para reconocer abiertamente a sus hombres sabios, descuidan las buenas demostraciones que ellos hacen destinadas a un oído atento a aprender. Conmigo te esperan todo tipo de privilegios y una bella y elevada conversación cada día, unida a una vida honrada según tus consejos.
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De Heráclito al Rey Darío

Heráclito de Éfeso al rey Darío, hijo de Histaspis, salud.

Cuantos hombres hay sobre la tierra se apartan de la verdad y de la justicia, y por causa de una malvada locura se dedican a la avaricia y deseo de fama. Yo, habiendo logrado el olvido de todo tipo de maldad y tratando de escapar de la saciedad que acompaña a la envidia, y también porque tengo horror del esplendor, no puedo ir al país de los persas, bastándome con unas pocas cosas, buenas para mi propósitos.

H 20 – 13.10.2000
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Entrevista con el actor

Norman Brisky
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Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com
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"Yo, sinceramente, pienso ¿cómo no me asaltaron hoy? Hoy tenían que haberme asaltado, porque es miércoles. O son los martes y jueves que me asaltan a mí. ¡Es divertido...!, si el asaltador es el único movilizador social. ¡Todo es tan alienado...!, van al laburo, vienen del laburo; van en el coche, vienen en el coche... Lo único raro que le puede pasar a uno es que le roben el pasacassete, que le entren en la casa... ¡qué se yo! Sartre –tal vez deberíamos terminar con una frase de él- decía más o menos así: El almuerzo de una familia no tendría sentido si no entra un ladrón por la ventana. ¿No es lindo?". .
Así culminó la entrevista que el actor y maestro teatral concedió a Heráclito. Fue un remate muy propio de él y por eso quisimos encabezar la nota de este modo. Para invertir el orden, para poner las cosas patas arriba, que es un modo de desdramatizarlas. Quizá el entrevistado nos lo perdone.
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Antes de encender el grabador, reunidos en la cálida cocina de su casa de Barracas, departimos como amigos. Sobre diferentes asuntos hablamos con Norman Briski. De “La fiaca” (mirá vos, me decía, aquel personaje, en ese tiempo, dejó de trabajar porque tenía fiaca; en cambio hoy la gente no consigue trabajo por mucho que lo busque), de “La guita” y de otros trabajos suyos que bien le conoce la gente. Y a medida que escuchábamos sus reflexiones, dichas en tono intimista y casi confidencial, como quien tiene la osadía –y él la tiene- de pensar en alta voz, iba revelándose el hombre mesurado, prudente, ilustrado también. Bien diferente de la imagen que uno podría formarse de él si lo asocia en demasía con sus representaciones consagradas. Entonces, sin más, encendimos el grabador.
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Le complace que hasta ahora no haya sido escrita una buena historia del teatro. Considera que así es como el teatro puede preservar el espacio de libertad que le es propio, a la vez que puede, también, cambiar con las circunstancias. Opinión que permite definir a Briski como un animal teatral. Paradigma del hombre nacido para palpitar la vida desde el escenario. Encarnar el personaje y su circunstancia desde la libertad creadora que es el acto artístico.
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Heráclito: Una reflexión sobre el tiempo. El tiempo no como espacio secuencial que puede ser cronometrado, sino como disposición psicológica y espiritual para comprender el entorno.
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Norman Brisky: Yo creo que importa más el tiempo de los acontecimientos que el tiempo del reloj. Cuando aparece el tiempo del reloj aparece el tiempo del sometimiento, de las obligaciones, etcétera. En cambio, es verdadero el tiempo de los acontecimientos, del amor. Y aunque cada día eso se vuelve más difícil, creo que el hombre va a querer buscar de otra manera la modernidad ¿no?, la buena modernidad. Creo que hay muchos síntomas, en los jóvenes sobre todo, que buscan su tiempo para el recreo, para el amor, para el encuentro, para la lectura; y que no quieren respetar tantas obligaciones y tantas exigencias. Yo doy clases en la escuela a los jóvenes y advierto que ellos tienen una alta visión sobre el romanticismo y quieren vivirlo y no quieren que los molesten. Y el gran enemigo sería, entonces, la post-modernidad como cultura, como colage... Pero al mismo tiempo aparecen pensadores, poetas... Cierto que todavía no aparece una dramaturgia, pero también hay síntomas de que va a aparecer. En un momento yo sentí que no había muchas esperanzas de tener lucidez sobre los acontecimientos...
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H: Ese es el sentimiento que impera todavía en la generalidad de la gente, ¿no?
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N B: Y claro, porque todavía no tienen “instrucciones” de las últimas cosas que están pasando. Creo que un rasgo, un pequeño rasgo sería la declaración de Shroeder, el ex canciller alemán, que dijo que lo de Cuba no era una dictadura, más allá de la micropolítica alemana en términos de establecer una confrontación con los Estados Unidos por razones económicas. Se va entendiendo y algunas cosas se van viendo. Y otras no, como la de creer que la alternativa puede ser la socialdemocracia. Pero eso corre por un lado superestructural; y por otra parte se ven pensadores franceses, brasileros, argentinos, de una filosofía renovada y sumamente lúcida.
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Acerca de la democracia, dijo que es una aspiración extremadamente importante, si bien enfatizó que al hablar de ella deberíamos aclarar a qué clase de democracia nos referimos, puesto que desde los griegos hasta nuestros días han habido múltiples formas de democracia. “Las hay, nos dijo, muy diversas en nuestros días. Y algunas de ellas yo no las quisiera para mi país.” Reflexionó desde su particular punto de vista acerca de la realidad argentina y lo hizo exhibiendo un vivo interés acerca del tema. Es –se sabe- un hombre interesado en la realidad, en la cual escudriña sin demasiado orden pero, sí, en tono sumamente reflexivo. Es claro que la charla en su casa, su informalidad y el tono intimista que sostuvo durante todo el tiempo, inducían a ese decir aparentemente desordenado. Sólo aparentemente. “Yo creo que hay que hablar de las cosas. No para decir que el pueblo alemán votó a Hitler, no. Sino para meditar..., para meditar. Porque es fácil hablar mal de los gobiernos, dado que los gobiernos suelen estar disociados de lo que le pasa a la gente. Y qué pasa con nuestra gente, ¿por qué no se dice lo que le está pasando a la gente? ¿Por qué los intereses sectoriales no se articulan? Hay mucho que reflexionar hoy”.
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H: Quiero hacerte una pregunta que me expone a tu enojo: se dice que sos un tipo muy jodido. ¿Qué hay de verdad en eso?
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N B: Seguramente que hay personas que piensan eso...
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H: Incluso como maestro de arte dramático...
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N B: Bueno, yo tengo más alumnos que cualquier otro maestro y supongo que eso tiene un significado. Es muy probable que con algunas personas yo haya tenido un carácter duro. Por ejemplo, me enojo mucho cuando un alumno no respeta los horarios de sus compañeros, cuando no avisa que no va a llegar a tiempo. Y hay algunas otras cosas que me enojan y probablemente tendrían que enojarme menos. De todas maneras no es mi característica la de ser un tipo..., digamos que yo también soy un tipo jodido. Sí, a veces soy de enojarme..., y me gusta enojarme, me gusta acalorarme. Eso, finalmente, significa que estoy vivo.
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H: En una entrevista que nos concedió Leopoldo Presas, dijo que todos los chicos nacen con los genes de Altamira. Eso lo dijo el artista plástico. Pero ahora le pregunto a quien muestra su arte desde la escena: ¿es esto así? ¿Hay una propensión nata en algunas personas que las hace particularmente aptas para la dramatización teatral?
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N B: No sabría decirte con certeza si tal predisposición genética existe. Francamente no lo sé, siendo que es ésta una de las cosas que conozco, desde luego. Diría que quizás esa predisposición deba ser considerada entre otras circunstancias que conducen a una persona al escenario. Otro ingrediente sería la familia, o si tenés un modelo artístico cerca o, también, el anhelo frustrado de los padres que hubieran querido pero no han podido. Porque es bastante común que los hijos salgan lo que sus padres quieren. Sí, creo que eso es bastante común. Pero yo le adjudico una particular importancia a los acontecimientos. Un ingrediente decisivo puede ser el social-histórico. Imaginemos, por ejemplo, que si uno nace en el Renacimiento tendría inclinaciones distintas que si nace en este tiempo. Y así son múltiples los ingredientes que pueden llevar a una persona en determinada dirección; aún el amor, porque si vos te enamorás profundamente de una mujer que gusta mucho de la pintura, eso puede influir en tu conducta y determinar tu vocación. Así, entonces, creo que son múltiples los factores. Como ves, no estoy simplificando el por qué uno es artista, dado que no me gustan las simplificaciones. Y creo que una de las grandes razones por las cuales la Argentina no encuentra caminos es porque simplifica, porque los asuntos sociales son complejos..., complejos. Hoy uno de los grandes problemas de la filosofía es, precisamente, ese, el la complejidad. No puede tomarse a un filósofo determinado y creer que él ha dicho toda la verdad. Nooo...! Tampoco existe una historia del hombre, existen muchas versiones. Hay complejidad en las cosas de la vida y por eso también la hay en el arte. Finalmente, una aproximación estética a las cosas es más valedera que la pretensión de definirlas de manera absoluta.
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Briski cuestiona impiadosamente toda concepción fatalista de la vida y de las conductas humanas. Las descalifica por considerarlas robotistas y cibernéticas. “Porque yo todavía canto en las mañanas, y no lo hago porque alguien me ponga un compact en el estómago”.
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H: Por fin, ¿tiene el teatro un mensaje y una acción política, social? A lo largo de la historia se ha visto a quienes firmaban sus textos con nombre supuesto o pseudónimo para eludir las persecuciones y los reproches del poder. Otros, como Erasmo, pusieron sus opiniones en boca de la locura. Quizá el teatro mismo haya sido una manera de expresar como mera ficción lo que sus autores e intérpretes consideraron verdadero. Y así sirvió a un fin que trascendió el acto puramente teatral. Tu reflexión, por favor.
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N B: Esto sí es filosofía pura. Yo creo que la civilización es un árbol que nos han plantado en la cabeza. Se creyó que los mitos en algún momento iban a dominar las conductas humanas. Así, el cristianismo, el judaísmo y otras religiones le han atribuido al hombre pecados de alguna clase, tal que ha sido muy pesada la carga de ese árbol plantado en su cabeza. Que es duro de sacar y, además, ¿qué vas a poner a cambio? Ahora, cuestionar la civilización es el gran deber de las artes y, entre ellas, del teatro. Es un trabajo de esclarecimiento que para hacerlo el teatro tiene que estar vivo, lo que hoy, lamentablemente, no ocurre. Ocurre, con alguna frecuencia, que los artistas no aguantan más y quieren decir algo; y bien, es el teatro el que se tiene que encargar de eso.
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Puede el lector volver a la cabeza de esta nota y entonces habrá puesto del derecho lo que nosotros quisimos poner del revés.
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H 23 – 03.11.2000
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El hombre y el tiempo

Jorge L. García Venturini

Curiosa ha sido la relación entre el hombre y el tiempo, y estimamos que no se ha meditado suficientemente acerca de ella. Parece cierto que el hombre tuvo desde el principio una clara conciencia de su condición espacial: emerge de un espacio determinado (tanto paraíso como edén hacen referencia a un lugar), y se sintió siempre como instalado en una suerte de gran receptáculo que podía recorrer o en todo caso imaginar en sus tres dimensiones. Y hemos visto en el curso de la historia vivir a pueblos y civilizaciones el drama del espacio, ya como aliado o como enemigo, ya como solución o como problema, ya como apertura o como clausura de sus aspiraciones y posiblidades. En tanto, el tiempo, la otra magnitud fundamental, parecería haberse querido ocultar a la vista de los hombres y su descubrmiento fue lento, costoso, demorado.

No decimos nada nuevo, pero no está demás reiterar que la noción de tiempo entre los griegos fue bastante imperfecta o incompleta, incluído aquel párrafo del Timero (37 D) de que el tiempo (krónos) es la imagen móvil de la eternidad (aión). Aristóteles supo mucho acerca del tiempo (“la medida del movimiento”), pero, de todos modos, desde Heráclito hasta los estoicos, la relativa meditación acerca del tiempo estuvo siempre referida al tiempo cósmico o al tiempo matemático, y practicamente nada hallamos relacionado con el tiempo histórico, el tiempo humano.

No es nuestra intención historiar el descubrimiento del tiempo. Esta breve alusión a los griegos, que podría prolongarse a los siglos medievales (con alguna excepción), la hacemos sólo como obligada referencia ilustrativa acerca de lo que realmente queremos decir. Que la cultura griega (y también la medieval y del Oriente en general) es una cultura fundamentalmente espacio-visual, que es la concepción que con mayor o menor exclusividad predominó en el mundo hasta hoy. Todos los pueblos fueron puestos en el espacio. Sólo Israel –el pueblo que supo oír- parece puesto en el tiempo, sólo en aquel punto del desierto –donde retumbó la Palabra- puede advertirse una cultura audio-temporal. Por algo el oído es el sentido del tiempo. Sólo allí, y esto fue cosa de los profetas, nació una concepción lineal de la historia contra toda ciclicidad.

Primero, pues, surgió y predominó el espacio. Más tarde, a partir, aproximadamente, de la época barroca, el tiempo ganó identidad y se apareó al espacio, y ambas dimensiones funcionaron –como gemelas, diríamos- durante tres centurias, tal como las vemos por ejemplo, en Kant o en Newton. Pero en nuestro siglo el tiempo comenzó a separarse y a crecer tanto en la preocupación filosófico-científica como en la conciencia de los hombres.

En tanto crecía el tiempo se opacaba el espacio, que fue dejando de ser verdadero problema. Decimos esto prescindiendo de las actuales dificultades de orden geopolítico o demográfico, que no vienen al caso, y que, en rigor, no son sino seudoproblemas o, en todo caso, problemas de otro nivel. El espacio fue perdiendo entidad, y el centro de gravitación de los grandes problemas que afectan al mundo al hombre fue sufriendo un notorio desplazamiento del espacio al tiempo. El progreso de las comunicaciones (fenómeno a veces trivialmente exaltado y otras no suficientemente analizado) ha ido terminando con las distancias físicas y haciendo posible una suerte de multilocación o ubicuidad del ser humano (que puede llegar a un registro casi absoluto) con la consiguiente disolución del espacio. En cambio, el tiempo es cada día más patente y problemático, no sólo en el ámbito terrestre –y también en el orden microfísico- sino especialmente en el cosmos, donde curiosamente las cuestiones se plantean en términos de tiempo y no de espacio, no porque éste no exista, sino porque queda absorbido por aquel, como aquel, en otras escalas, fue antes subsumido por éste. Como sabemos, las formidables distancias de los espacios siderales se miden no en kilómetros sino en una unidad de tiempo: el año-luz.


La meditación metafísico-cosmológica del siglo veinte es fundamentalmente una meditación sobre el tiempo. Entre los múltiples significados e implicaciones de la teoría de la relatividad einsteiniana, el más notorio es, sin duda, el que hace a la vertebración temporal del mundo. Y típicos de este siglo son los afinados análisis del tiempo en un Bergson y en un Heidegger, aunque en rigor casi no hay filósofo de nuestra época que no haya incursionado en el tiempo y en la temporalidad. Si un libro pudiera servir de signo y síntesis, parece indudable que ese sería Sein und Zeit (1927), cuyo título bastaría para expresar todo lo que queremos decir.

En fin, el hombre ha ido descubriendo trabajosamente el tiempo y de épocas signadas por el espacio pasó luego por lo espacio-temporal para desembocar finalmente en un tiempo signado por el tiempo. Recién en esta época el hombre ha alcanzado una clara conciencia no sólo de la decisividad del tiempo en la realidad cósmica (al punto que podría decirse que el tiempo es la verdadera realidad), sino que ha ido madurando en él (¡qué lento este proceso!) la conciencia del tiempo histórico, es decir, el tiempo verdaderamente humano, ese tiempo que no pasa por fuera sino por dentro, por la interioridad del hombre...

No sólo el hombre (entiéndase: el hombre maduro y lúcido) ha descubierto que había y que él mismo tenía una cuarta dimensión, sino que ésta se ha constituido en la fundamental. Y el punto del hombre –como el “punto del Universo” de Minkowski- ya carece en absoluto de significado sin la coordenada temporal que le otorga sentido y puntual ubicación. Pero esto debe entenderse en su más profunda radicalidad. Porque en definitiva el espacio está fuera del hombre, mientras el tiempo lo envuelve por fuera y lo penetra por adentro. Y al tomar conciencia de ésta circunstancia, el hombre se ha deshecho espacio y se ha hecho tiempo, se ha constituido en tiempo. ¿Será ésta la profunda razón por la cual, en nuestra época, nadie tiene tiempo?

El hombre del Renacimiento amplió el espacio respecto del tiempo gótico. Lo amplió sobre la tierra con sus viajes y descubrimientos y lo amplió en el cosmos al conocer la realidad del sistema solar y planetario. De un modo u otro, siempre era una cuestión espacial.


Al hombre del siglo veinte le tocó, en cambio, la ampliación temporal. Logró saber que su antigüedad como especie no tenía unos pocos miles de años, que no provenían del cercano espacio originario y que, además, no coincidían con el hacer creativo de la humanidad, esto es, con la cultura, sino que detrás suyo se abría un abismo de tiempo (centenares de miles o quizá de millones de años), un abismo que no sabe, de momento, cómo llenar. ¿Qué hizo el hombre en ese tiempo? ¿Nada?...

La historia se ha hecho tiempo, el cosmos se ha hecho tiempo, la vida cotidiana se ha hecho tiempo, el hombre se ha hecho tiempo y hacedor del tiempo. Hacedor y, a la vez, hechura. Todo esto, nos parece, se acentuará hacia el futuro, marcado por el signo ineludible de la aceleración del movimiento histórico. El enigmático tiempo (siempre el misterio estuvo ligado al tiempo y el tiempo al misterio) acentuará el patetismo de su incidencia en todas las vertientes de la vida del hombre.

La relación, pues, del hombre con el tiempo ha cambiado en el transcurso de su larga biografía. ¿Larga o corta? Bueno, es cuestión de tiempo. El tiempo, esa cosa tan fugitiva e inasible que somos nosotrsos mismos.

H 24 – 10.11.2000
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Es interesante ver cómo una artista plástica describe con palabras lo que ve a su alrededor. Esta vez la herramienta será la pluma, no el pincel, la palabra, no el color.

El juguete

Lola Frexas

Constaba aquel conventillo de dos cuerpos de habitaciones (de madera, naturalmente) con sus clásicas escaleras empinadas al aire libre, separados por un ancho patio con macetas. Ambos se contemplaban, como también los habitantes... Contemplar, espiar, escudriñar...

Al principio, no pude comprender porqué la mujer joven del piso delantero de arriba, aparentemente sin motivo, prorrumpía en gritos, insultos y amenazas contra cuatro viejecitas que habitaban los cuartuchos de la parte de atrás. Sentadas, inmóviles, sin responder palabra, entre los grupos de macetones y latas con plantas (las plantas dicen con su aspecto si su dueño las cuida o es indiferente con ellas), cada viejecita rodeada de sus propias macetas, integrada con ellas y tomando un pequeño y sólido territorio casi consagrado.

Mientras iba realizando mi primer apunte de aquel lugar (el patio me fue brindando luego muchos otros motivos de inspiración) no podía comprender porqué la fiera basilística joven trataba de arpías, de brujas a las ancianas. Amenazaba con partirles la cabeza a macetazos. A veces bajaba los peldaños furiosa, como para pegarles, pero giraba sobre sus talones a iba a la farmacia por un calmante.

-¡Me van a enterrar!..., murmuraba al alejarse.

Los días pasaron y mi oído se fue afinando. Descubrí el secreto, el porqué de aquella conducta inexplicable. Podría calificarlo de satánico juego. La mujer joven tenía un hijito saltarín, alegre como todos los niños de su edad. Ni bien sus piecitos traviesos, inocentes, trasponían la línea imaginaria que dividía el patio, alguna de las señoras le decía: ¡Andá para allá, che, vos, que rompés las plantas! Al decir esto echaban una rápida ojeada a la verdadera destinataria de la acusación: la madre del chico, cuyo lastimado oído casi siempre las recogía.

Ella vivía tensa, en estado de crisis.

Si por casualidad no las hubiesen escuchado, las viejecitas levantaban algo el tono, diciendo: ¡Andate que te pego! Allí era el acabóse. Ni bien la madre amantísima oía que le podían tocar a su hijo, rompía en gritos, que más se parecían a bramidos, se sacaba la zapatilla y dándole en las valientes posaderas le decía al niño: ¡Tomá, tomá y ahora bajá! ¡Vamos, bajá que quiero ver si es verdad que se atreven a tocarte un pelo! El chico lloraba y no quería bajar. Pero si no lo hacía, lo surtiría de nuevo la madre y si bajaba lo cascarían –pensaba él- las viejas.

Llorando, tembloroso, bajaba los peldaños como quien va a la silla eléctrica. Pero no había qué temer, Cosa que no sabía el asustado niño.

Sólo lo usaban como recurso. Como uno de los tantos recursos que tan bien manejaban para ver explotar a la mujer de arriba.

Sus vidas eran tan aburridas..., tan carentes de estímulo, que cuando ésta estallaba se sentían vivir. Sacaban sus sillas, que ocupaban tranquilamente como si fueran butacas de teatro. No importa que la función fuera repetida. Para ellas era un best-seller. ¡Qué espectáculo! A veces comentaban: Hoy no estuvo tan bien, gritó mejor ayer.

Sentí conmiseración por la fiera, la furiosa mujer de arriba, la que no caía en cuenta de lo útil que era para sus enemigas. Tuve ganas de decirle: “Señora, ¿no ve que la están usando?” Pero no lo hice. Ella estaba tan metida en su oído inconsciente que sería incapaz de verse a sí misma como lo que realmente era: un juguete, la razón de vivir de las otras, el show. ¡Si pudiera capitalizar ese furor interno! ¡Cómo se vería en el teatro interpretando a alguna heroína como Fedra o Medea! Los espectadores quedarían shockeados por sus tremendos arrestos de cólera. Pero...¡imposible, ella no era actriz! Ella era, ni más ni menos, ni podía ser ninguna otra cosa, que el personaje mismo.
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H 22 - 27-10.2000
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La vida buena

En memoria de Florita y Enrique
ciudadanos de honor de YerbaBuena

Humo gris que juega
en un horno de barro con chimenea.
Hora de teatro. La tarde es fiesta.
Doña Florita viste sabores.
Dos manos, pequeñas y urgentes
colocan en blanco lienzo
los panecillos calientes.
Don Enrique alisa prolija su cabellera
y viste camisa blanca con sol y luz de pobreza.
Por la tarde, despaciosa, la tarde galana entra.
Una bombilla tenue enciende,
ilumina bibliotecas
que guardan libros y libros,
heredades modestas de hombres rústicos.
Trabajadores, labradores de mil tierras.
Ellos leían, estudiaban, creían
en el poder de la letra.

Y aquí están sus últimos bastiones,
un puñado de anarquistas
con corazón de paloma que aún vuela.
Las sillas se acomodan en ronda perfecta.
Cada uno toma su letra.
Comienza Don Vitorio con voz alta y gruesa:
A Fuente Ovejuna fui
de la suerte que has mandado,
y con especial ciudado
y diligencia asistí
”.
La noche está hecha.
Los panes se multiplican
amasando calor
en los espíritus artistas
que la vida recrean.
La voz de “Laurencia” se oye
en toda la biblioteca:
Por muchas razones,
y sean las principales,
porque dejas que me roben,
tiranos sin que me vengues,
traidores sin que me cobres
”.

Sus rostros avejentados reflejan
en luz mágica y completa,
duras luchas compartidas, ganadas firmes ideas.
Ya, noche cerrada.
La velada termina y en el aire queda
una cita esperanzada:
hasta el próximo domingo
de teatro y panecillos con sabor a vida sembrada.

Olga Montoya

H 24 – 10.11.2000
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Un cuento sufi

No soy de aquí

Estando de visita en un pueblo que no era el suyo, alguien le preguntó qué día era, a lo que Nasreddín contestó:
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Lo ignoro, porque no soy de aquí.
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La ocurrencia -comoquiera sea entendida- aquí está puesta en boca de un niño. Porque ¿de qué otro modo puede entenderse el devenir y el tiempo? ¿Puede el hombre aprehender la noción del tiempo? Si lo intenta sucumbe irremediablemente a la angustia o se refugia en la ignorancia de creer que sabe. Nasreddín, con sabiduría, eligió el sendero del absurdo. E. D.
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H 24 - 10.11.2000