Heráclito 20 Café Filosófico

Café Filosófico
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Sobre la guerra y la paz
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El 11 de marzo de 2003, antes de que se iniciara la guerra sobre Irak, Heráclito distribuyó un Mensaje entre sus suscriptores. En él se decía que mientras volvemos sobre nuestras viejas inquisiciones y nos preguntamos si el afán guerrero forma parte de nuestra naturaleza, nos apresuramos a repudiar toda acción que pretenda dirimir con la violencia las diferencias habidas entre los hombres y las naciones.
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También se decía que mientras unos hombres discurrimos sobre la guerra esgrimiendo la pluma, compartiendo mesas reales o virtuales de café o manifestándonos en las calles de las grandes urbes, otros hombres están prestos a iniciarla con completo desdén por la vida de sus iguales. Los unos constuyendo utopías con el auxilio de la razón y del corazón, los otros sosteniendo imperios en cuyos símbolos dinerarios se invoca impúdicamente el nombre de Dios.
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Hoy, cuando la guerra viene a mostrarnos una vez más el rostro trágico de la historia humana, queremos llegar otra vez a nuestros lectores para invitarles a reflexionar sobre el tema. Lo hacemos con las opiniones que en la segunda mesa del Café Filosófico Heráclito dijeron nuestros panelistas Orlando Barbieri, Marcello Colussi y Mario Villar, con la intervención postrera de Néstor Zanardo y con sendos artículos que Julia Kristeva y Umberto Eco publicaron en medios colegas. También con las meditaciones de la moderadora del debate, Sylvia Maclagan, y con alguna intervención circunstancial del suscripto.
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Eduardo Dermardirossian
Director
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Presentación de la moderadora Sylvia Maclagan

¿Por qué hay guerra y no, más bien, paz?
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En este Café Filosófico pedimos reflexiones sobre la naturaleza del hombre. El Siglo XX registró guerras, genocidios y hambrunas en franco aumento. El comienzo del presente siglo no es nada auspicioso.
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Lo común es señalar con el dedo a “los otros”: líderes poderosos, terroristas, corporaciones. ¿Mas no pertenecemos, acaso, a un solo género humano, responsable de lo que acontece? ¿Qué preguntas deberíamos plantearnos? Develar lo oculto tiene su costado trágico. Las confrontaciones sangrientas y el peligro de aniquilación masiva nos invitan a la introspección, pero también a urgentes acciones remediadoras que de ella resultasen.
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Elegimos conceptos extraídos de la obra Leviatán, de Tomás Hobbes (1588-1679), como trampolín para iniciar este segundo debate filosófico.
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El estado de guerra
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Tomás Hobbes postula la perduración en el tiempo del estado llamado Guerra. La naturaleza de la guerra no es el combatir (como en una batalla), sino la disposición guerrera en sí, que se extiende en el tiempo mientras no haya garantías que aseguren lo contrario; es decir: la Paz.
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Durante el estado de guerra -natural y latente, tanto en el individuo cuanto en la humanidad toda- no son posibles los viajes, el comercio, la cultura, el arte, la vivienda cómoda, la sociedad ni el conocimiento. Reina el miedo y la vida del hombre se vuelve solitaria, brutal y corta.
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Hobbes descubre tres causas principales de violencia: a) la competitividad; b) la desconfianza o la inseguridad; c) la búsqueda de la gloria.
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Pregúntese cada hombre qué hace cuando emprende un viaje, cuando sale de noche, cuando duerme. ¿Acaso no se arma, va bien acompañado, cierra con llave las puertas y hasta esconde sus tesoros de la propia familia, sirvientes o amigos? ¿No delata su proceder la opinión que tiene de la humanidad, aun existiendo leyes y organismos públicos para protegerlo?
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Las pasiones humanas no son pecaminosas en sí, ni tampoco las acciones que de ellas resultaren, en tanto no conozcan una Ley que las prohíba. Para Hobbes no hay una ley moral objetiva y trascendente. No niega la existencia de Dios, simplemente afirma que Dios no puede ser objeto de estudio de la Filosofía. El estudio de las leyes de la naturaleza humana -la fisiología- es la verdadera Filosofía Moral, la ciencia de lo bueno y lo malo para la vida en sociedad. ¿Pero cómo habremos de aplicar esa ciencia para que cesen las guerras? -se pregunta Hobbes.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico
Primera ronda sobre La guerra y la paz
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Dijo Orlando Barbieri
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Comienzo hablando de Hobbes. Él concebía al hombre "primitivo" como un ente sin cultura ni lazos sociales. Imperaba la ley de la selva o el "todos contra todos". Por eso, según él, el contrato social tácito entre los hombres, con el Estado como garante, es la razón por la cual actualmente no vivimos matándonos. Como sabrán, Rousseau no lo vio así, ya que consideró que ese hombre "primitivo" quizá fuera más bondadoso que en su situación actual.
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Sin embargo, tanto Rousseau como Hobbes se equivocan en suponer que hubiera habido un momento en el cual el hombre no tuviera cultura. Es una especie de abstracción propia de la edad moderna (desde el cogito cartesiano, ese ideal de conocer sin preconceptos, prejuicios o supuestos, hasta el sujeto trascendental kantiano).
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Yo pienso, como sucede a partir de Hegel, que desde que hay hombre hay cultura. Quizá haya algo más, tácito, en los planteos de Hobbes y Rousseau, que hasta sugiere la raíz de sus diferencias. Ellos entienden el contrato social y el Estado como el conjunto de lo que protege la propiedad privada. El hombre "primitivo" podía ser poseedor de lo que, con sus propias fuerzas, lograse custodiar.
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A partir de las leyes de propiedad sucede algo muy curioso (aunque ya estemos acostumbrados): si alguien se adueña por la fuerza de una propiedad ajena es considerado ladrón, pero si alguien se queda con la propiedad ajena por ser más habilidoso en los negocios, no.
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Sin embargo, creo que algo hay de acertado en el diagnóstico de Hobbes, porque me parece un hecho observable que el hombre tiende a la agresividad, a la violencia, a la guerra. Esto no se observa en los tratos individuales (salvo excepciones); se observa en la tendencia social a saturar todas las posibilidades de bien y de mal. Cualquier fuerza liberada, cualquier descubrimiento científico, es explotado para que produzca todo el bien, tanto como todo el mal posible.
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Ya lo dice Sófocles (Antígona, 1er estásimo). Los griegos eran trágicos y sabían que los logros humanos se inclinan hacia el bien y hacia el mal. Leído bajo la perspectiva del libre albedrío, parece que todo está en el hombre y en cómo libremente decida aplicar los conocimientos adquiridos. Pero esto es sólo cierto en el hombre "atomizado". La sociedad en sí va a producir hombres que deseen el bien, que deseen la paz, así como hombres que deseen el mal, deseen la guerra.
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No interesa quiénes son mayoría (yo creo que los primeros), porque no hacen falta muchos para producir mucho daño. Por eso, aunque disiento con las categorías y presupuestos de Hobbes y Rousseau, ajustándome a ellos diría que "por naturaleza" (en realidad quiero decir, el hombre en su fuero íntimo) el hombre puede ser deliberadamente pacífico o belicoso y, en sociedad es pacífico y belicoso.
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Esto no debe ser una excusa para liberarse del compromiso de ser un luchador por la paz y el bien en general.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico
Primera ronda sobre La guerra y la paz
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Dijo Marcello Colussi
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Las preguntas de Hobbes son tan viejas como la humanidad, pero siempre vigentes. El fenómeno de la guerra perdura en el tiempo, y según van las cosas nada indica que vaya a desaparecer pronto.
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En la actualidad, si bien concluyó la Guerra Fría, -escenario monstruoso que nos acercó a una posible eliminación de la especie humana en su conjunto- continúan en curso no menos de veinte procesos bélicos, suficientes para producir muerte, destrucción y dolor en millones de personas a nivel mundial. Próximamente quizá también se sumen otros frentes, con Estados Unidos en su centro.
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¿Por qué la guerra? ¿Es posible evitarla?
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Esta perpetua "disposición guerrera" que encontramos podría hacer pensar que la recurrencia de los conflictos armados es connatural a nuestra especie, genética. De hecho, el ser humano es el único espécimen que hace la guerra; ningún animal, por sanguinario que sea, tiene un comportamiento similar. Sin embargo, como toda manifestación humana, también la violencia, y la guerra en tanto su expresión más descarnada, están moldeadas por lo social, por el proceso simbólico. En su dinámica hay otras causas, otras búsquedas en juego. Diríamos incluso que esa disposición puede dar como uno de sus resultados el enfrentamiento armado, pero la vida es una sucesión de conflictos, de "guerras" no declaradas.
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La forma en que nos vinculamos con el otro "delata la opinión que tenemos de la humanidad ". La presuposición ahí presente nos confronta entonces con la violencia; o, como intuye Hobbes, con "la competitividad, la desconfianza, la inseguridad, [la búsqueda de] la gloria". En otros términos: con la lucha por el poder.
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La violencia, la guerra, en tanto vinculadas con el poder son, finalmente, construcciones sociales. A partir de esto se ha dicho entonces que si la guerra es una "creación" humana, si su génesis anida en las mentes, perfectamente se podría evitar.
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Para pensar su posible evitabilidad, un grupo de intelectuales y científicos sociales, bajo el patrocinio de la UNESCO, se reunió en España en 1989, obteniendo como resultado del esfuerzo emprendido el Manifiesto de Sevilla. Se dice ahí que "la guerra es posible pero no tiene carácter ineluctable como lo demuestran las variaciones de lugar y de naturaleza que ha sufrido en el tiempo y en el espacio". Inmediatamente se reconoce que "la misma especie que ha inventado la guerra también es capaz de inventar la paz. La responsabilidad incumbe a cada uno de nosotros". De ahí rápidamente se pasa al llamado a una "Educación para la Paz".
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Si lo arriba expresado es cierto, ¿por qué el fenómeno de la guerra no decae sino, por el contrario, aumenta? ¿Por qué sigue en ascenso la inversión en armamentos a nivel global? (780.000 millones de dólares anuales) –armas que, indefectiblemente, son usadas. ¿Hay "remedio" para esto? Siguiendo a Hobbes: "La Filosofía Moral, la ciencia de lo bueno y lo malo para la vida en sociedad, ¿cómo habremos de aplicarla para que cesen las guerras?"
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Es curioso: nunca antes en la historia se habían destinado tantos esfuerzos a educar para la paz, para la no-violencia. Y nunca antes se habían visto tantas guerras, tan violentas, crueles y brutales. La actual tecnología militar nos hace ver las hachas, las flechas o las bombardas como inocentes juegos de niños, no sólo por el poder letal de las actuales armas de destrucción masiva, sino por la criminalidad de la doctrina bélica en juego: golpear poblaciones civiles, desaparición forzada de personas, concepto de guerra sucia, grupos élites preparados como "máquinas de matar", y como un ingrediente descomunalmente importante: guerra psicológica.
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Para conseguir la paz no alcanza solamente "educar" en ella. Todo indica que no se pueden cambiar relaciones de poder apelando sólo a una transformación moral, aplicando la ciencia de lo bueno y lo malo. ¿Cómo conseguir efectivamente reducir la violencia si no se distribuye más equitativamente el poder?
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Obviamente están planteados ahí enormes desafíos: está claro que no hay un destino genético en juego que nos lleva a la guerra como nuestro sino inexorable. Pero quizá la educación no termina de modificar la realidad. Una transformación real implica también cambios en las relaciones de poder (en todas: económicas, de género, étnicas). Y esto último nos lleva –círculo vicioso– a un cambio que se resiste a ser operativizado si no es desde una acción violenta, como han sido hasta ahora todos los cambios en las relaciones de poder habidos en la historia. ¿Más guerra entonces?
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Esta disposición guerrera es, al menos en la condición humana conocida hasta ahora, una consecuencia necesaria de la forma en que nos construimos, en que nos hacemos sujetos, nos humanizamos. Es probable que otra construcción en torno a los poderes –más horizontal, más equilibrada– dé como resultado un sujeto y una sociedad no tan violentos, más dispuestos a compartir, que no vean un peligro en el otro distinto.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico
Primera ronda sobre La guerra y la paz
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Dijo Mario Villar
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Ius ad bellum o Ius in bello.
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El tema me resulta problemático a partir de que debe ser analizado desde dos ámbitos diferentes. El primero, abarca la sensación de “guerra” interna, referida a la sociedad civil en la que interactuamos; el segundo, guarda relación con el estado de guerra real en que se enfrentan naciones concretas, aun cuando se tratare en realidad del enfrentamiento de perspectivas ideológicas acerca del “mundo” o de la debida o adecuada configuración del mundo.
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La sensación de guerra interna es debida a la pérdida de confianza en el mantenimiento del orden o paz social que debe garantizar el Estado. Esta función del estado es propia del mismo aún en concepciones que proponen un estado ultra-mínimo (Robert Nozik).
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El Estado que pierde su capacidad para sustentar la base cognitiva de su ordenamiento de conductas (leyes), termina perdiendo la base de confianza en las normas y acude en su reemplazo por conductas que tienden a restablecer la sensación de seguridad, aun cuando sea a costa de un elevado grado de libertad personal. Las rejas, los alambrados, los muros, los vidrios polarizados, blindados, los countries, etc., no sólo nos aseguran contra ataques externos sino que nos aislan de la interacción social. Generan la violencia de la mirada, aquella que es la sospecha del otro como enemigo, pensamiento propio del estado de guerra, pero sin la contrapartida de que en este último, como hay un enemigo, hay, también, un amigo reconocible, tangible.
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Aquí el enemigo es difuso y por ello completo. El tiempo mental dedicado a la autopreservación nos aliena con relación al que se dedica a la proyección de autonomía, al desarrollo de los planes de vida característica propia de la personalidad.
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Levi-Strauss indica ciertas diferencias entre el pensamiento “salvaje” y el no salvaje (¿civilizado?), tales como la necesidad de una taxonomía del mundo de la naturaleza para poder manejarse dentro de un orden asequible (el caos no permite operar con sentido). La sensación de violencia nos lleva a esa forma de pensamiento; clasificamos a los demás a partir de nuestros prejuicios (Labeling Approach) porque es la única forma de ordenación que puede espontáneamente guiarnos en la sociedad de inseguridad. Eso no está bien ni mal, es; es una reacción, instintiva y cultural, de supervivencia, abonada por los medios masivos de comunicación y por la política propia del estado de guerra con su ideología amigo/enemigo.
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Pero en este estado de inseguridad, propio del conflicto, perdemos todos, pues los lazos sociales de solidaridad, que son tan difíciles de generar, se resienten hasta desaparecer.
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Distinta a la solidaridad es la contención. La ayuda social pasa a tener este último carácter; se contiene con dádivas a los peligrosos para que no pasen del estado de latencia al de actividad, con el efecto de profundización de las diferencias. Esto responde a la lógica de la guerra; los mercenarios debían ser contratados para evitar que el otro bando lo hiciera.
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Pero el problema no es la guerra exterior o interior, pues si es pasajera genera un cambio, permite una nueva configuración social. La guerra de por sí se confronta como opuesta a la paz, por lo tanto no puede, por definición, ser permanente. El problema es la permanencia de la espera en inseguridad, la falta de un horizonte para la paz. El horizonte único de guerra hace que las conductas en la interacción social conlleven un pronóstico de acentuación del mismo problema.
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La sociedad está generando en forma “metódica” un ejército de conflicto en su propio seno. El sistema social -todo sistema social- tiende a autoconfirmarse y a autoreproducirse (autopoiesis), pero cuando el sistema no puede dar solución convierte a aquello que no es comunicativo, en entorno, algo externo e irrelevante para el sistema social. Esta tendencia hace que siga empujando en el mismo sentido de excluir y el excluido está en otro territorio, pero quiere retornar al de puertas adentro. La consecuencia es la guerra que, por definición, nunca termina.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico
Segunda ronda sobre La guerra y la paz
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Nuevamente Orlando Barbieri
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He leído los comentarios de Marcelo Colussi y Mario Villar, suscitados por el texto de Hobbes. Comparto la mayoría de las ideas, por lo menos no me han suscitado ningún conflicto interno. Con el primero sólo añadiría sutilezas a su enfoque de lo que fue durante y después de la guerra fría y a sus datos sobre la inversión en armamentos. Además soy trágico (ni pesimista ni optimista) con respecto a evitar la guerra e inventar la paz.
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No sé si entendí todo lo que escribió Mario Villar, pero me sugirió un nivel de reflexiones que yo creo paralelo al suyo. Su diagnóstico de la sociedad en la cual se daría continuamente un estado de guerra no manifiesta me hace pensar en cómo actúan otros sentimientos humanos en el conjunto. Parece claro que la mayoría desea la paz. Me recuerda a ciertos argumentos de Hume acerca de que no es la racionalidad humana sino sus sentimientos los que lo llevan a evitar el mal. Una catástrofe (supongamos natural, como una inundación o un sismo) que produce la muerte de millares de personas, friamente analizado, podría llevarnos a la conclusión de que mejora al planeta y a la humanidad, ya que disminuye la superpoblación y a veces hasta modifica para bien la tierra. Esto a menudo es literalmente sentido, como, que yo recuerde, el caso de las erupciones del volcán Hudson en nuestra Patagonia. Murieron ovejas (bicho no autóctono, predador de suelos, introducido por los intereses económicos de ciertos terratenientes) y algunos humanos se vieron seriamente afectados. Pasado el momento agudo, esas tierras desertificadas se volvieron tierras fértiles, gracias a la ceniza volcánica y a la disminución de ovejas.
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En otros casos, la mayoría, no acompañamos tan lejos a nuestra razón. Por sentimientos, detestamos las catástrofes, especialmente las provocadas por el hombre y particularmente las guerras. Los desastres ecológicos producidos por el hombre son considerados "no naturales". Resurge una vieja pregunta ¿Lo producido por el hombre, que es a su vez un producto de la naturaleza, es o no natural? En este contexto, hay que preguntarse luego también si la guerra es o no natural. No para caer en el engaño iluminista de Hobbes. La sospecha de fondo es más radical. La naturaleza quizá se está defendiendo contra su más terrible predador: el hombre.
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Hubo épocas en las cuales el hombre era más optimista con respecto a la naturaleza porque era más optimista con respecto a sí mismo. El universo era concebido como un cosmos (orden) eterno porque las teorías físicas reproducían la antropovisión optimista entonces vigente. Hoy las teorías nos muestran la entropía y nos hacen sospechar que, en el mejor de los casos, el hombre es el más eficaz aparato autodestructivo que la naturaleza ha pergeñado para llegar a la entropía total.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico
Segunda ronda sobre La guerra y la paz
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Nuevamente Marcello Colussi
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Muy atinada la observación de Orlando Barbieri en relación a que "si alguien se adueña por la fuerza de una propiedad ajena es considerado ladrón, pero si alguien se queda con la propiedad ajena por ser más habilidoso en los negocios, no". Es decir: existe una tendencia humana que no nos conduce a la solidaridad precisamente. Lo cual abrió la pregunta a toda la filosofía moderna –sobre un mundo concebido en torno al ser humano y no tanto en relación a dios como su centro– por la condición humana misma, sobre sus potencialidades y sus límites. ¿Qué tan buenos, o despiadados, podemos ser? Mundo en el que aparecen las leyes (el contrato social) como garantía que torna posible la vida humana.
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Como dice Barbieri leyendo a Hobbes: "Es un hecho observable que el hombre tiende a la agresividad". O al menos: no hay dudas que la agresividad hace parte sustancial del fenómeno humano. Luego, también se puede ser "bueno", a veces. La vida cotidiana, la rutina de la vida social se edifica sobre este último supuesto; pero cada tanto -o continuamente- ahí están las explosiones violentas (guerras, enfrentamientos de los más diversos, insultos, chantajes, etc.) recordándonos el talante originario, la "disposición guerrera".
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"Las rejas, los alambrados, los muros, los vidrios polarizados, blindados, (...) generan la violencia de la mirada, aquella que es la sospecha del otro como enemigo, pensamiento propio del estado de guerra", nos dice acertadamente Mario Villar. Agregaría: que es "propio del estado de guerra", pero no privativo de él. La violencia está estructuralmente presente; la guerra abierta y declarada es una posibilidad, una manifestación entre tantas de esta situación originaria. El otro aparece, en principio, como enemigo.
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Clasificamos a los demás a partir de nuestros prejuicios", agrega el mismo autor. "Eso no está bien ni mal, es; es una reacción, instintiva y cultural, de supervivencia, abonada por los medios masivos de comunicación y por la política propia del estado de guerra con su ideología amigo/enemigo".
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El ser humano individual sólo puede convertirse en lo que es a través de otro individuo, de otro semejante; su esencia misma consiste justamente en la modalidad de su existencia fundada en el otro, en su original apertura, en su "ser-para-otro". Sin embargo esta relación fundacional del fenómeno humano no es en absoluto una vinculación armónica de cooperación entre individuos igualmente libres que promueven el interés común en persecución de la propia conveniencia. Es -según lo que nos permite ver la experiencia constatable, la lectura de la historia- una "lucha a vida o muerte" entre individuos esencialmente desiguales, en la que uno es el "amo" y el otro es el "esclavo", para decirlo en términos hegelianos. Desigualdades que remiten a distintas diferencias: de género, de etnias, de clases, generacionales.
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La pregunta -de orden filosófico, pero igualmente de orden práctico, cotidiano, político- nos remite a ¿cómo manejar esas diferencias? ¿Es nuestro destino ineluctable la autodestrucción?
Quizá. Ciertos datos nos podrían indicar que nuestra tendencia agresiva nos lleva inexorablemente hacia la muerte (y ahí están las guerras recordándonoslo). Esa fue la conclusión a que llegara Freud cuando al formular su mitología conceptual de un más allá del principio del placer, de una compulsión a la repetición que lleva a toda materia viva a la búsqueda de su primitivo estado inorgánico.
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Pero fuera de este nivel de especulación, el compromiso ético del día a día nos convoca a defender la vida, y fundamentalmente su calidad, su dignidad. Defensa, entonces, que nos obliga a achicarle espacio a la violencia; lo cual, en otros términos, nos emplaza a trabajar por la justicia.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico
Segunda ronda sobre La Guerra y la paz
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Nuevamente Mario Villar
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De la guerra (o acerca de la civilización perdida).
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Considero que las opiniones expresadas en el debate tienen una nota común en la idea de que el poder es el motor de las situaciones de guerra exterior, a las que se refirieron los restantes partícipes del mismo. Mi opción por la guerra interior me pareció mucho más influenciada por nuestra realidad cercana y quizás dejé en la “sombra del farol” lo que estaba más lejos.
Luego de esta separación de enfoques, que hace casi inconmensurables nuestros puntos de vista acerca del texto disparador del debate, quisiera reflexionar sobre el estado de guerra exterior.
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La guerra ya no depende de las necesidades o pretensiones de expansión, ni de la búsqueda de recursos valiosos. Hasta hace poco trataba de cómo se regulaba el funcionamiento del mundo, las superpotencias debían manejar sus patios traseros de forma ordenada a sus intereses. Ahora, la guerra parece haberse polarizado, un único enemigo está a la vista: “el terrorismo”. Los medios para combatirlo están más allá de la Ley del Talión más burdamente interpretada, pues el enemigo no es parte del mundo civilizado, no es persona, pertenece al mundo del mal moral y debe ser combatido con exceso.
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La guerra moral sólo conoce como forma de lucha al exceso.
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Estados Unidos de América, por el ataque a las Torres Gemelas, ha emprendido una guerra, no contra el autor o autores del atentado, sino contra un enemigo construido a imagen y semejanza de los prejuicios que tiene acerca de la cultura islámica. Este enemigo sin rostro refleja los más atávicos sentimientos de venganza ilimitada. El problema es que la violencia tiende a autoreproducirse y no hay nada que corte esa mecánica. En la antigüedad el castigo sustitutivo (por medios simbólicos) rompía con esa reproducción de violencia. El esquema de la venganza sólo se interrumpe cuando quien detenta el poder se siente satisfecho, es decir, la irracionalidad de la venganza sólo termina cuando se da la irracionalidad de satisfacción del vengador. El mundo actual no puede depender del cortafuegos de la irracionalidad, que se disfraza bajo el nombre de “racionalidad del poder”; de ser así, los derechos humanos serían derechos de algunos humanos. Tal como decía burlonamente Anatole France: “La ley en su mayestática igualdad prohibe tanto a los ricos como a los pobres el mendigar en las calles, dormir bajo los puentes y robar pan”.
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La pregunta central es si estamos dispuestos a condonar la violencia descarnada sólo porque es respuesta a otra violencia. ¿Importa la raza o religión de quien sufra injustamente?

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Sería paradójico que una de las naciones que propició los juicios de Nüremberg sea el creador de un nuevo holocausto.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico
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Reflexiones finales de la moderadora Sylvia Maclagan
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Cuando se me propuso lanzar la segunda mesa del Café Filosófico Heráclito y elegir el tema del debate, morían 200 jóvenes turistas en la isla de Bali; a los pocos días se inició el terrible asedio a un teatro en Moscú, donde 700 personas asistían a una función cultural. En Argentina se ha desatado el horror del hambre de los niños, víctimas inocentes en una guerra despiadada entre poderes nefastos. Mientras tanto, el Estado norteamericano se prepara para una guerra contra Irak, cuando queda claro que el bombardeo de Afganistán ni detuvo el terrorismo ni eliminó a su cabecilla.
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Estamos involucrados en una guerra en expansión, no demarcada, que incluye la devastación de nuestro patrimonio natural. Paradójicamente, somos el eslabón más inteligente pero menos necesario en la cadena biológica. Nada indica que la Naturaleza no pueda prescindir del hombre.
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Creo que Barbieri, Colussi y Villar están de acuerdo en que estos acontecimientos responden a algún tipo de poder. En el mejor de los casos, señala Colussi, “Es probable que otra construcción en torno a los poderes -más horizontal, más equilibrada- dé como resultado un sujeto y una sociedad no tan violentos, más dispuestos a compartir, que no vean un peligro en el otro distinto.”
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Pero existen poderes no siempre sospechados. Observa Barbieri: “Una catástrofe (supongamos natural, como una inundación o un sismo) que produce la muerte de millares de personas, friamente analizado, podría llevarnos a la conclusión de que mejora al planeta y a la humanidad, ya que disminuye la superpoblación y a veces hasta modifica para bien la tierra.”
Por intereses creados, se suele afirmar que el poder destructor del hombre es mínimo comparado con los cataclismos naturales: terremotos, maremotos, errupciones volcánicas, pestes, etc. Esta tesis es insostenible, salvo en el caso de que nuestro planeta recibiera el impacto de un gran asteroide. El hombre puede desatar guerras biológicas incomparablemente peores que las pestes de antaño. Continúa Barbieri: “Hoy las teorías nos muestran la entropía y nos hacen sospechar que, en el mejor de los casos, el hombre es el más eficaz aparato autodestructivo que la naturaleza ha pergeñado para llegar a la entropía total.”

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Villar distingue otro aspecto: “Aquí el enemigo es difuso y por ello completo. El tiempo mental dedicado a la autopreservación nos aliena con relación al que se dedica a la proyección de autonomía, al desarrollo de planes de vida, característica propia de la personalidad.”
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Las dificultades para definir el tipo de poder que atenta contra la paz me remiten a la tapa del libro de Hobbes. “Super Terram quae Comparetur"... ¿qué cosa? Para Hobbes, quien anhelaba la paz civil ante todo, la solución era la monarquía absoluta, elegida en un principio por asambleas populares pero que, forzosamente, se perpetraría en el tiempo por herencia. La gente rechazó su propuesta, inclinándose hacia las nacientes ideas republicanas.
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Sin embargo, observamos dentro de la figura del mítico “leviatán” que comparece sobre la tierra, una multitud infinita de seres humanos que la conforman. Hecho el pacto -o la elección en nuestro sistema sociopolítico- la multitud se une en un solo cuerpo. Hobbes quizo decir que somos todos leviatán y leviatán es todos nosotros. Y si bien los individuos deberían obedecer al poder a que ellos mismos se entregaren, Hobbes postula la igualdad entre los hombres, además de su libertad: si el soberano ya no puede protegerlos, quedarán libres de su obligación para con éste. No hay pacto o elección que quite al hombre su derecho natural de autopreservación.
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Hobbes se vio obligado a recurrir a la figura de un monstruo marino mítico para ilustrar sus teorías políticas “científicas”. Leviatán es arquetipo de lo bajo, un monstruo vinculado con el sacrificio cosmogónico. Pero también representa a las fuerzas que preservan y vivifican el mundo. En esta combinación de luces y sombras que conforman nuestro ser, se entiende que debemos perseverar en la lucha por la paz, como han destacado con claridad Barbieri, Colussi y Villar:
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La pregunta central es si estamos dispuestos a condonar la violencia descarnada sólo porque es respuesta a otra violencia. ¿Importa la raza o religión de quien sufra injustamente?”, pregunta Villar, mientras que Barbieri afirma: “Esto no debe ser una excusa para liberarse del compromiso de ser un luchador por la paz y el bien en general.”
Colussi, aún más enfático, aclara: “...el compromiso ético del día a día nos convoca a defender la vida, y fundamentalmente su calidad, su dignidad. Defensa, entonces, que nos obliga a achicarle espacio a la violencia; lo cual, en otros términos, nos emplaza a trabajar por la justicia".
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Café Filosófico sobre La Guerra y la paz
Reflexionando en torno a las opiniones de Barbieri, Colussi y Villar.
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Dijo Néstor Zanardo
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Sylvia Maclagan nos dice: “Tomás Hobbes descubre tres causas principales de violencia: a) la competitividad; b) la desconfianza o la inseguridad; c) la búsqueda de la gloria. Pregúntese cada hombre qué hace cuando emprende un viaje, cuando sale de noche, cuando duerme. ¿Acaso no se arma, va bien acompañado, cierra con llave las puertas y hasta esconde sus tesoros de la propia familia, sirvientes o amigos? ¿No delata su proceder la opinión que tiene de la humanidad, aun existiendo leyes y organismos públicos para protegerlo?”.
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Reflexiono: En el mundo material, en el cual vivimos, las palabras de Hobbes resuenan como si fueran eternas…, en el mundo espiritual todo eso tiende a desaparecer porque no se compite, no hay inseguridad, y se carece del deseo de alcanzar la gloria o de ser un vencedor. Pareciera que la inseguridad histórica del ser humano, su necesidad de defenderse de la naturaleza y en particular de los otros seres humanos, ha sido una constante vital. De todas las formas de vida, la humana es la que más daño ha hecho a la naturaleza y al hombre mismo, que es parte de ella. El miedo a lo desconocido del mundo exterior se ha propagado a su interior y asentado en él. En los últimos 500 años, se ha dedicado a desentrañar el misterio de esos mundos materiales, relegando el mundo de lo inmaterial, que habita fuera y dentro de él.

Agrega Maclagan que según Hobbes, "las pasiones humanas no son pecaminosas en sí, ni tampoco las acciones que de ellas resultaren, en tanto no conozcan una Ley que las prohíba.” Para Hobbes no hay una ley moral objetiva y trascendente. No niega la existencia de Dios, simplemente afirma que Dios no puede ser objeto de estudio de la Filosofía. El estudio de las leyes de la naturaleza humana -la fisiología- es la verdadera Filosofía Moral, la ciencia de lo bueno y lo malo para la vida en sociedad. ¿Pero cómo habremos de aplicar esa ciencia para que cesen las guerras?- se pregunta Hobbes.
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Las cosas no han cambiado de Hobbes para acá... difícil lema el de las pasiones... dependen de las circunstancias... con ley o sin ella debieran cumplir con aquello de ser "en su medida y armoniosamente" o, como diría Leibnitz, poderse poner como arquetipo universal.
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Orlando Barbieri observa: “Sin embargo creo que hay algo acertado en el diagnóstico de Hobbes, porque me parece un hecho observable que el hombre tiende a la agresividad, a la violencia, a la Guerra (...) Los griegos eran trágicos y sabían que los logros humanos se inclinan hacia el bien y hacia el mal."
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Mientras vivamos exclusivamente en el mundo material, habrá contrarios y habrá tragedia. Unamuno estaba de acuerdo con eso de la tragedia. La guerra es un crimen a escala regional o planetaria, es la culminación de la violencia individual y colectiva, es la canalización de lo peor del ser humano, para dominar, para esclavizar, para triunfar… donde se borronean creencias, políticas, ideologías, moral, palabras, para ponerlas al servicio de la destrucción y del odio a los otros… en búsqueda de un "triunfo" y una "gloria" que luego se inmortaliza en estatuas y museos.
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Dijo Mario Villar que "la sensación de violencia nos lleva a esa forma de pensamiento, clasificamos a los demás a partir de nuestros prejuicios (labeling approach) porque es la única forma de ordenación que puede espontáneamente guiarnos en la sociedad de la inseguridad. Eso no está bien ni mal; es una reacción, instintiva y cultural, de supervivencia, abonada por los medios masivos de comunicación y por la política propia del estado de Guerra con su ideología amigo/enemigo."
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Es cierto que cuando nos ponen un uniforme y nos envían a la guerra debemos "defendernos" de otros que están en la misma situación… La sociedad, los estados y nosotros mismos, como individuos, hemos ido incrementando la atmósfera de miedo y agresividad que hoy recorre el planeta.
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Clasificar es siempre juzgar con el pasado el presente o mejor, con los restos del pasado que se hacen presente. Para la ciencia esto es altamente útil, pero para la vida pareciera carecer de sentido. Nombrar, poner etiquetas, es nuestra forma racional de proceder y vivir pero tiene sus desventajas. Nos retrotrae a lo conocido y el presente es siempre un desconocido que, por comodidad, disolvemos en forma de ideas pasadas y estereotipos que nos hacen sentir cómodos. El árbol cambió de las 5:00 PM a las 5:05 PM, y eso lo sabían los pintores que querían "atrapar" la realidad y pintaban, en un momento, un cuadro. Para las personas que no han "despertado" o, dicho de otro modo, que viven una vida inexaminada, el árbol está petrificado con el nombre roble… es un roble y ahí empieza y termina lo conocido y desconocido del árbol.
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Barbieri dijo que "hubo épocas en las cuales el hombre era más optimista con respecto a la naturaleza porque era más optimista con respecto a si mismo. El universo era concebido como un cosmos (orden) eterno porque las teorías físicas reproducían la antropovisión optimista entonces vigente. Hoy las teorías nos muestran la entropía y nos hacen sospechar que, en el mejor de los casos, el hombre es el más eficaz aparato autodestructivo que la naturaleza ha pergeñado para llegar a la entropía total."
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Hemos pasado, psicológica y físicamente, del cosmos al caos y volveremos a ellos, si llegamos a sobrevivir como humanidad; nos iremos golpeando contra los extremos tratando de vivir en el justo medio... es el sino del mundo material. La vida es un proceso antientrópico-entrópico: vamos viviendo-muriendo o sea que al tiempo que crecemos desde dos insignificantes células en el seno materno van naciendo células y muriendo células hasta que un día la vida deja de regenerarse.
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Para Colussi "el ser humano individual sólo puede convertirse en lo que es a través de otro individuo, su esencia misma consiste justamente en la modalidad de su existencia fundada en el otro, en su ser-para-otro (...) Esta relación fundacional no es en absoluto una vinculación armónica de cooperación entre individuos igualmente libres que promueven el interés común en persecución de la propia conveniencia. Según la lectura de la Historia es una 'lucha a vida o muerte' entre individuos esencialmente desiguales, en la que uno es el 'amo' y el otro el 'esclavo', para decirlo en términos hegelianos. Desigualdades que remiten a distintas diferencias : de género, de etnias, de clases, generacionales…"
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Se crece o decrece en la interrelación con los otros, con el mundo exterior, con nuestro mundo interior. Tema de toda la vida de Krishnamurti y su lucha por evitar las desigualdades de cualquier tipo, así como las identificaciones… Si me identifico con un equipo de futbol, por ejemplo, y pierde o lo perjudican, siento como si me atacaran a mi, y debo defenderlo y entonces agrego más violencia a la humanidad. También es cierto que la esclavitud no ha cesado ni un momento, solo ha tomado diferentes formas asimilables a las épocas.
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Más adelante Colussi agrega: "Esa fue la conclusión a la que llegó Freud cuando, al formular su mitología conceptual de un más allá del principio del placer, de una compulsión a la repetición que lleva a toda materia viva a la búsqueda de su primitivo estado inorgánico." La vida-muerte es un fluir que nos atraviesa, como el río de Heráclito, pero con dos sentidos de la corriente: uno, cumbre-valle y otro, valle-cumbre.
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Sigue Colussi: "Pero fuera de este nivel de especulación, el compromiso ético del día nos convoca a defender la vida , y fundamentalmente su calidad, su dignidad. Defensa, entonces, que nos obliga a achicarle espacio a la violencia; lo cual, en otros térmimos , nos emplaza a trabajar por la justicia."
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En la búsqueda de salir de la violencia, aparece solitaria, como el lucero matutino, la esperanza…de una justicia que pareciera pertenecer a otro mundo... no a este. Quizás lo que decía Hobbes sobre Dios nos pasa con todo y todos no pueden estudiarse desde la filosofía, o mejor, no se puede llegar al fondo de todo desde la filosofía, aunque quizás sea la forma de aproximarse cada vez más sin llegar, o sea que la vida es un camino a recorrer sin mapa.
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Volviendo a Mario Villar: "Ahora, la Guerra parece haberse polarizado , un único enemigo está a la vista : "el terrorismo. Los medios para combatirlo están más allá de la Ley del Talión más burdamente interpretada, pues el enemigo no es parte del mundo civilizado, no es persona, pertenece al mundo del mal moral y debe ser combatido con exceso (...) La Guerra moral sólo conoce como forma de lucha el exceso."
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Los raros transformadores espirituales, como Sócrates, Cristo, Gandhi, Martin Luther King, etcétera, eran hombres-humanidad, avatares que hemos asesinado y luego sacralizado. Hoy se los recuerda en forma condicionada, como en lugares cerrados, no se los puede mencionar en público; eso está bien para los Santa Claus… y poner los diez mandamientos en un recinto de la justicia, ha sido considerado, en USA, discutible, violentador de la privacidad pública y no acorde con las leyes de los hombres. Pareciera que robar y matar pertenecen a un ordenamiento universal, no escrito pero vigente a lo largo de la historia*.
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Y más adelante dijo Mario Villar: "La irracionalidad de la venganza solo termina cuando se da la irracionalidad de satisfacción del vengador. El mundo actual no puede depender del cortafuegos de la irracionalidad, que se disfraza bajo el nombre de la racionalidad del poder; de ser así, los derechos humanos serían derechos de algunos humanos. Tal como decía burlonamente Anatole France: La ley, en su mayestática igualdad, prohíbe tanto a los ricos como a los pobres el mendigar por las calles, dormir bajo los puentes y robar pan (...) La pregunta central es si estamos dispuestos a condonar la violencia descarnada solo porque es respuesta a otra violencia. Importa la raza o la religión de quien sufre injustamente?"

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Como Albert Camus, estoy con las víctimas sin ningún tipo de división o pertenencia a un grupo. No siento como contrarios a nosotros-ellos. Claro que no es una posición "práctica" desde el punto de vista del mundo material, porque es ponerse del lado de los "perdedores…"
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Finalmente cito los dichos de Sylvia Maclagan: "Paradójicamente, somos el eslabón más inteligente pero menos necesario de la cadena biológica. Nada indica que la Naturaleza no pueda prescindir del hombre. Hobbes postula la igualdad entre los hombres, además de su libertad: si el soberano ya no puede protegerlos, quedarán libres de su obligación para con éste. No hay pacto ni elección que quite al hombre su derecho natural de autopreservación."
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Todo indica, desde siempre, y así lo mencionan los libros sagrados y la mitología prometeica, que tratar de llegar al final del camino no trae buenos resultados. Adan, Eva, Prometeo son ejemplos de la caída del ser humano cuando quiere ser Dios, a los cuales acaba de agregarse una inocente Eva, la de la clonación, que puede ser un hito más en este andar hacia el final que está a punto de emprender la humanidad.

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* "Dantón robó, Mirabeau se vendió. Napoleón robó millones en Italia sin que sacara provecho apenas... Solamente Lafayette no robó nunca. ¿Se debe robar? ¿Debe uno venderse?", Henri Beyle Stendhal, Le rouge et le noire.
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CFH – 2° mesa, dic. 2002
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Cerrando el Café Filosófico sobre La guerra y la paz y el texto de Hobbes
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Anotación del director
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Los artículos que siguen, de Julia Kristeva y Umberto Eco, fueron publicados en Le Monde de París y Clarín de Buenos Aires el primero, y en The New York Times y La Nación el segundo. Nuestras fuentes fueron los matutinos argentinos.
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Ciertamente, la psicoanalista y el semiólogo abordan el asunto desde sus respectivos miradores, menos filosóficos, si se quiere, que el de nuestros panelistas. Pero no dudamos que ambos pueden arrojar luz sobre el asunto.
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Estas visiones particulares son oportunas porque no hace mucho tiempo la formidable máquina bélica de los Estados Unidos de Norteamérica emprendió una guerra en el Asia Central, y también porque en estos días se apresta a repetir esa experiencia en Irak (de hecho, esa guerra está en curso).

E. D.


CFH – 2° mesa, dic. 2002
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La paz está en crisis (...) porque en el comienzo de este tercer milenio el discurso sobre la vida está ausente.
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En el siglo XXI, la paz ha muerto

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Por Julia Kristeva

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Ellos curan a la ligera el quebranto de la hija de mi pueblo diciendo: "paz, paz, ¡y no hay paz!" (Jeremías, 8, 11). Así hablaba Jeremías, "el profeta de la desdicha", que comenzó a profetizar hacia 627-626 a.C. Jeremías, el perdonavidas de las mentiras, de los falsos profetas y los idólatras.
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Aún hoy me preguntan si se puede alcanzar la paz que no existe. Pienso en el famoso "proceso de paz" de Oriente Medio, del que no quedan más que desastrosos oropeles en una cohorte de "impedimentos", "sabotajes", "atascamientos", "interrupciones" y otras "muertes". Pienso en el estado de guerra latente, denominado situación de "inseguridad", en el cual el terrorismo hundió al mundo desde el 11 de setiembre de 2001.
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Por supuesto, no ignoro que "la paz se logra" en París e incluso en Nueva York. Lo que digo solamente es que, aun para los más afortunados, la paz se revela hoy más que amenazada: una visión de la mente, quizás una alucinación incluso, como una película translúcida, un perfume volátil, el ala de una abeja, el sueño de un sabio que se imagina mariposa o de una mariposa viéndose como sabio. Me pregunto si en algún otro momento la paz estuvo rodeada de tantos "principios de precaución", cuando no de incredulidad. Y me interrogo.
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¿Y si acaso la paz sólo existiera como objeto de creencia, de fe y de amor? En otras palabras, ¿si la paz sólo existiera como un discurso imaginario? Lo cual significaría que posee cierta realidad y hasta una realidad cierta.
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Basta leer una novela, mirar una película, escuchar un disco o participar en un rito religioso para que esa realidad imaginaria se apodere de nosotros, aunque más no sea como proyecto o promesa: "La paz esté con ustedes y con tu espíritu", "Amén", "Nos separamos en paz respetando la ley del silencio".
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El apaciguamiento es un proceso imaginario; lleva a las pasiones destructivas a expresarse en palabras, sonidos y colores; las escenificaciones simbólicas reemplazan entonces los combates y las guerras cotidianas, para constituir una neorrealidad que es un ideal, muchas veces un idilio incluso, siempre una sublimación de la violencia, que recibimos como una belleza, un fragmento de serenidad o de paz.
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El proceso analítico es también, a su modo, una manera de lograr la paz; pero altera esa lógica de elaboración-sublimación de la agresividad que abrieron las religiones antes que nosotros, precisamente por medio del pavor, jugando con el terror y prometiendo a la vez la purificación.
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En el principio existe el odio, dice en sustancia Sigmund Freud (1856-1939), como contrapunto a la declaración, cuánto más tranquilizadora, según la cual "En el principio existía la Palabra". No obstante, aunque parezca más pesimista, la afirmación de Freud no lo es totalmente, pues al mismo tiempo que reconoce su lugar a la "pulsión de muerte", que exalta a los kamikazes de todos los tiempos, el fundador del psicoanálisis propone no obstante un apaciguamiento imaginario posible, definido como un análisis, "interminable" por cierto, pero que da una posibilidad de disolver obstinada, continuamente, la influencia de la muerte: así, el analizando puede alcanzar la paz en sí mismo y con los otros, indefinidamente.
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¿Cómo se llega a ese milagro? La invención del inconsciente fue el primer paso hacia la creación de esta quimera que es, como se ha dicho, la sesión analítica: lugar imaginario, simbólico y, si se da bien, real, donde el analista y el analizando regresan hasta sus pulsiones más inconfesables para llegar, a partir de esos estados de despersonalización recíprocos, a derivar recorridos nuevos. Los asesinatos, las culpas y las venganzas se transforman así en renacimientos psíquicos, en vidas nuevas.
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Tanto en religión como en arte o psicoanálisis, estas alquimias del apaciguamiento comportan riesgos mayores, y sólo llegan a desbaratar el fuego de la pulsión de muerte con el que juegan creando artificios: sólo se logra la paz sustrayéndose de la realidad social e histórica, protegiendo el proceso imaginario en el recinto de lo sagrado y lo estético de la escena terapéutica propiamente dicha.
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Conocemos sobradamente los desbordes frecuentes de estos "espacios delimitados" que, no contentos con atizar los conflictos fratricidas dentro de sus propios campos, desatan en el mundo "profano" guerras de todo tipo, si es que no se vuelven sus cómplices.
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Más que las otras religiones y creencias, los monoteísmos que movilizan las iniciativas de sus súbditos, lejos de limitarse al espacio sagrado y a su extratemporalidad, se integran o se insinúan en el curso de la historia, y más o menos brutalmente la dirigen. Hay que reconocer, no obstante, que gracias al cristianismo, y sobre todo a sus descendencias laicas, el discurso de paz abandonó el ámbito del imaginario privado o colectivo para pretender concretarse en la realidad social de los hombres y las mujeres.
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Cuando la razón práctica de Kant proclamó "La paz eterna", en su célebre texto de 1795, no fue solamente una reacción al Terror revolucionario, sino una traducción política del mensaje evangélico, fundado con toda lógica en el universalismo y el amor a la vida humana. Esta fuente que yo considero "imaginaria" de la moral moderna -entiendo la palabra "imaginaria" en la gravedad de su real intrapsíquico e intersubjetivo- funda los derechos del hombre actuales y se revela ya en el texto fundador de "La paz eterna".
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Los detractores modernos de los derechos del hombre se equivocan al pensar que el fundamento de la paz imaginaria que aquellos representan revela su fragilidad por el simple hecho de que el universalismo no logró extender la justicia social. Es cierto que no todos los hombres son "hermanos, iguales y universales" si la exclusión económica, racial, religiosa puede dejarlos al margen de la sociedad o si los priva aun de esperar integrarla. Pero el que a mi entender sufre más gravemente hoy es el soporte del imaginario de la paz: no comprendemos el amor a la vida. Ya ni siquiera tiene discurso.
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Lo que digo, entonces, es que la paz está en crisis -en Gaza, en Jerusalén, en París, en Nueva York, de manera diferente y conjunta- porque en el comienzo de este tercer milenio el discurso sobre la vida está ausente.
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Y sin embargo, ¿quién no se siente profundamente apegado a uno solo de esos "valores", aun en crisis: es decir, a la vida? Pero apenas sabemos lo que estamos poniendo en esa palabra, más allá quizá, de la necesidad de hacerla durar con el menor sufrimiento posible. Si bien no faltan las pulsiones suicidas o sadomasoquistas en ciertas exaltaciones de la vida, mucho más que en el "choque de las civilizaciones", el déficit de la civilización moderna radica en nuestra falta de respuestas a las preguntas qué es una vida, qué quiere decir amar la vida.
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Si las democracias, científicas y racionales, no disponen de un discurso para este interrogante ligado al destino, ¿debe asombrarnos ver que las religiones se convierten en desencadenantes de la pulsión de muerte? De esa pulsión de muerte que precisamente tuvieron la vocación de frecuentar, que se jactan de frenar y prohibir y cuya violencia dicen sublimar.
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Al confrontar los dos totalitarismos, hitleriano y staliniano, Hannah Arendt los asoció en el mismo mal que establece la "banalidad de la vida humana" arrogándose el derecho de eliminar de la superficie de la tierra a determinado grupo humano: judíos, gitanos, enfermos mentales. Sobre la marcha, la filósofa distingue entre "zoé", o vida biológica y "bios" o vida contada (biografía), compartida en la memoria de la ciudad con otros vivos: no necesariamente con los más heroicos, los más brillantes o los más eficientes, sino con los cualquiera, con quienquiera que sea, siempre y cuando sea respetado como un sujeto emergente.
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Una reflexión sobre la relativa concordia lograda en el centro del Imperio, al precio de sangrientas contiendas desatadas en la periferia. Este artículo ha sido publicado en Argentina bajo el título “La gran guerra, la pequeña paz”.
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Heráclito advirtió que la lucha es la ley del mundo y la guerra es la generadora y ama y señora de todas las cosas
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Por Umberto Eco
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A fines de diciembre, la Academia Universal de las Culturas debatió en París cómo se puede imaginar la paz actualmente. El tema del debate no era cómo definirla o cómo alcanzarla, sino cómo imaginarla. Es que la paz ya no parece ser una meta, sino un objeto desconocido.
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Los teólogos han definido la paz como tranquilitas ordinis, en latín, la tranquilidad del orden. ¿La tranquilidad de cuál orden? Todos somos víctimas de un mito original: en el principio reinaba una condición edénica, luego esa tranquilidad fue transgredida por el primer acto de violencia.
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Pero Heráclito advirtió que la lucha es la ley del mundo y la guerra es la generadora y ama y señora de todas las cosas. En el principio está la guerra, el hombre es el lobo del hombre y la evolución comporta una lucha por la vida.
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Todos las variantes de paz que hemos conocido a lo largo de la historia, como la Pax Romana o, en nuestros días, la Pax Americana (aunque también existió una Pax Soviética, una Pax Otomana, una Pax China), han sido resultado de la conquista y la constante presión militar, por medio de la cual se mantenía un cierto orden y se reducía el grado de conflicto en el centro, pero al precio de muchas pequeñas y sangrientas guerras periféricas. Este estado de cosas puede complacer a los que se encuentran en el ojo del huracán, pero los que están en los márgenes padecen la violencia que sirve para mantener el equilibrio del sistema. Nuestra paz se obtiene siempre al precio de una guerra sufrida por otros.
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Esto nos lleva a extraer una conclusión cínica pero realista: si quieres la paz (para ti), debes prepararte para la guerra (contra los otros). Pero de alguna manera, durante las últimas décadas, la guerra se ha vuelto tan compleja que ya no termina con una situación -ni siquiera provisional- de paz. A lo largo de los siglos, el fin de una guerra era invadir el territorio del enemigo, manteniéndolo en la ignorancia con respecto a nuestros movimientos para poder tomarlo por sorpresa y conservando un frente interno solidario y unificado.
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Ahora, después del Golfo y de Kosovo, vimos en nuestras pantallas de TV no sólo a periodistas occidentales que hablan desde las ciudades enemigas bombardeadas, sino también a representantes de esos países que se expresaban libremente. Los medios informaban al enemigo sobre las posiciones y los movimientos de los nuestros, como si Mata-Hari se hubiera convertido en la directora de las redes de televisión local.
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Ver y escuchar al enemigo en casa, y la evidencia insoportable de la destrucción de la guerra, nos decía que no debíamos matar al enemigo (o mostrar que sólo lo matábamos por error) y al mismo tiempo hacía insostenible la idea de que muriese uno de los nuestros. ¿Se puede hacer una guerra en estas condiciones? Y es peor aún luego del 11 de septiembre.
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El enemigo está en casa, pero los medios ya no pueden ponerlo en pantalla, porque es clandestino. Cada acto terrorista es magnificado por los medios, que de ese modo le siguen el juego al adversario. (...) Se le quitan a Saddam las armas que le ha proporcionado Occidente pero el verdadero enemigo no tiene necesidad de armas y tecnología propias, usa aquellas de las naciones que procura destruir. Para bombardear Londres, los alemanes tuvieron que fabricarse sus propias bombas, pero para destruir dos torres estadounidenses se usaron dos aviones estadounidenses.
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Se establece así una división clara entre dos frentes: los fabricantes de armamentos están a favor de la guerra, mientras que las compañías aéreas, la industria del turismo y toda la red del comercio global se oponen con firmeza.
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Así, la nueva forma de la guerra es un estado permanente por la elusividad del adversario, y porque cada uno de los contrincantes teme llevar el combate a sus últimas consecuencias. Numerosos intereses multinacionales tienden a hacerla endémica, pero no decisiva.
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Por último, si antes la guerra garantizaba la paz en el centro del Imperio, ahora es exactamente allí donde el enemigo ataca con mayor facilidad (y allí es donde tiene sus propios recursos financieros, en los bancos del adversario). Ahora la guerra en otra parte ya no garantiza la paz en casa. En la era de la globalización, la paz global se torna imposible.
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Queda sólo la posibilidad de trabajar por una paz caso por caso, creando cada vez que se puede una situación pacífica en la inmensa periferia de las guerras que se suceden una tras otra.
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Se establece una paz local cuando, ante el agotamiento de los combatientes, una agencia negociadora se propone como mediadora en una zona determinada del mundo, y produce la interrupción de las hostilidades. Una serie de estas pequeñas paces podría, a largo plazo, disminuir las tensiones producidas por la guerra permanente. Una pequeña paz establecida hoy en Jerusalén contribuiría a reducir las tensiones en todo el epicentro de la guerra global.
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La paz universal es como el deseo de inmortalidad, algo terriblemente difícil de lograr. Y tanto que las religiones prometen la inmortalidad, pero sólo después de la muerte. Una pequeña paz es como el gesto que hace un médico al curar una herida: no es una promesa de inmortalidad, pero sí al menos una manera de retrasar la muerte.

Heráclito 19

La dama y las acuarelas
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Lola Frexas
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Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com
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El Pasaje Rivarola tiene una sola cuadra de extensión que comunica las calles Bartolomé Mitre con Tte. Gral. Perón, equidistante entre las avenidas Callao y 9 de Julio. De arquitectura ininterrumpida en ambas aceras, crea un microclima casi parisino en medio del caos ordenado de la ciudad de Buenos Aires. Allí, en uno de sus pisos vive y tiene su taller Lola Frexas, que desde el óleo a la acuarela ha recorrido las diferentes técnicas con las que gratificó el sentido estético de argentinos y extranjeros. Y allí recibió a Heráclito en la cordialidad de su hogar, sí, pero también en medio de multitud de trabajos, unos enmarcados y listos para ser enviados a su próxima muestra, otros situados más o menos ordenadamente en los muros ya escamoteados tras tanto arte. Aquellos sobre una mesa, estos sobre la biblioteca o adelantándose a otro mueble, todos sin enmarcar, son acuarelas que denuncian la pasión de la artista por los colores y las formas, puestos con la soltura de quien tiene belleza en su espíritu y conoce la docilidad de su mano y de su pincel para expresarla.
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Supimos de su pasión por la poesía y por las otras letras y acerca de ello conversamos. Lola nos recitó extensos poemas que iban viniendo a su memoria a medida que discurríamos sentados a uno y otro lado de su mesa de trabajo. "Puedo recitarle todo el Quijote de memoria", exageró. Ocurrente y vivaz, hizo algunas reflexiones acerca del tiempo. “Es inacabable cuando padecemos, pero fugaz cuando somos felices; hay un tiempo para medir y otro tiempo diferente para vivir”. Recordó su infancia y la casa paterna, próxima a la estación ferroviaria de Villa Luro, recordó sus juegos y sus relaciones. Es una mujer particular, con un sentido del humor que va y viene de la solemnidad al histrionismo. Inquisitiva, sabe de ti antes de que se lo digas. Y en eso hace interesante la charla.
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Todo parece desaparecer ante la felicidad. Pero la felicidad, así como es fuerte, es también efímera. Es un estallido el de la felicidad. Por ejemplo, cuando yo era chica fui muy feliz, no porque fuéramos pudientes, que no lo éramos. Vivíamos en aquella casa de la calle Virgilio y conocimos la dicha de verdad. Fíjese que éramos tres hermanas y juntas vivimos tiempos de maravilla..., en realidad, nadie podía con nosotras…” La interrumpimos para decirle que hoy mismo con ella no se puede muy fácilmente. Y ahí nomás, la curiosidad de mujer: “¿Por qué?”. Le recordamos que durante la charla telefónica al encuentro nos sorprendió con un torrente inacabable de ocurrencias, citas, reflexiones, ironías de variada clase; y por eso supimos que nuestra ulterior entrevista no habría de tener desperdicio. Y ella interrumpió ésta vez: “Bueno..., yo no quisiera ser una de esas horribles personas normales, vió...?” Al conversar con Lola uno percibe varias aristas del carácter y de la conducta humanos, todos juntos y superpuestos, al revés del Aleph borgeano, pero también ve la particular relación que ésta artista tiene con su entorno y consigo misma. Comprende la preocupación humanista que oculta cada una de sus reflexiones y de sus ocurrencias. Es como hablar con un adelantado del espíritu o con un sufí, pero hecho a la manera de occidente. Tan es así que "yo –nos dijo- no expreso en mis pinturas mis momentos de angustia o de tristeza. Sólo expreso estados de dicha y de sosiego". Y esto es un regalo, el más generoso que puede hacernos un artista. Su obra da fe de ello.
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No bastándole a esta mujer con pintar como lo hace, esgrime el lápiz para decir con palabras sus impresiones y sus sentires. A propósito del asunto, le preguntamos si siente más libertad al pintar o al escribir, habida cuenta que las palabras tienen un significado asignado al que ha de ceñirse el escritor; no así, la forma y el color son creados en cada momento por el pintor. "No lo creo así –nos contestó-, tanta libertad tienen el uno como el otro. La creación trasciende las convenciones".
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Si es cierto que el artista tiene sus particularidades, en Lola Frexas tenemos el paradigma de esto. Concluyamos con sus palabras: “Yo no quisiera ser una de esas horribles personas normales, vio...?”
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H 35 – 26.01.2001
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La dama y las acuarelas
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Lola y las acuarelas
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Eduardo Baliari
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Para la acuarela, el privilegio de dialogar con las nubes, de tutearse con el viento, de modelar el aire. Si el óleo tiene la fuerza de la convicción real, de la demostración concluyente de la razón, la acuarela modula temblorosamente en el pentagrama de la poesía. No en vano su esencia es el agua y su procedimiento la impronta. Y es en ese terreno donde se asiste a este despliegue pocas veces superado de un registro tan extenso y variado como el que posee Lola Frexas. Su forma es fiesta; su color es luz. Es la alegría eufórica de descubrir el mundo y es por ello que los frutos, las flores y aún los objetos, se reencuentran en sus cuadros con un destino que se daba por extraviado. Porque innegablemente en sus cuadros el mundo vuelve a reintegrarnos la capacidad de asombro. Y comienza de nuevo: el color es anterior a las formas, la luz nace de las sombras ahuyentándolas. Y como en el caso de las rosas: si intentáramos llegar al corazón de su misterio, del misterio de su belleza, nos quedaríamos con los pétalos sin posibilidad de recomposición. Por eso el idioma de los colores de sus cuadros puede ser el lenguaje de los poetas.
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Por momentos, ese vértigo de color que distribuye en diminutas partículas, se convierte en impresión alucinante y el cuadro debido a ello, no admite la vivisección de la ortodoxia académica. Al igual que en los paisajes, en las impresiones al aire libre, su dialéctica plástica es el discurso vivificante, sin afectación, buscando solamente la continuidad en el tiempo. Quizá allí esté el secreto de su actividad vital: el encuentro que se produce entre el tiempo y el espacio para felicidad –acaso última felicidad-, de los que todavía permanecemos esperanzados aquí abajo.
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H 35 – 26.01.2001
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Serie Creencias del mundo
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El Zen, una actitud existencial
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José Carlos García Fajardo*
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En China se inventó el papel, la brújula, la pólvora, el té, la seda, la porcelana; es la cuna de seres únicos como Lao-Tsé y Chuang-Tzú, poetas Tang, como Li Po y Tu-Fu; paisajistas de la pintura Sung, Wang-Wei y Wu Tao-Tzú; o esa explosión armoniosa contenida en la porcelana Ming.
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Es la patria del arte del Bushi-do "para detener la flecha en el aire", de donde proceden "caminos" (Do) de la mano, Judo; de la espada, Kendo; del arco, Kyudo; de todo el cuerpo, Aikido. Todo arranca del Jiu-jitsu o arte de aprovechar la fuerza del contrario, para restablecer la armonía cuyo equilibrio se ha visto amenazado que después inspiraría el Taekwondo.
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Así como la ceremonia del té, Chado y la sinfonía de la danza Tai Chi Chuang, no se pueden expresar con palabras. "¿Cómo te voy a explicar el sabor de una taza de té?"; té de colores sepia, ámbar, rojo o negro, con sabor a humedad, a humo, a bayas o a magnolias. El té que degustaban "el anfitrión, el huésped y el crisantemo... sin decir palabra" ¿Qué habrían de decir si el colmo de la amistad es estar juntos en silencio?
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"Desde hace poco conozco una profunda quietud. Mi espíritu no se inquieta por nada del mundo. La brisa que viene del bosque de pinos. Hace volar mi bufanda. La luna de la montaña brilla sobre el arpa. ¿Me preguntáis la razón del éxito o fracaso? La canción del pescador se hunde en el río", escribía Wang-Wei.
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En Occidente, se construyen palacios y templos macizos y cerrados, para afirmar la fijeza y enraizarse como la piedra; en Oriente, los templos y los palacios tienen la ligereza del cerezo y del bambú y son abiertos para gozar de la naturaleza hasta el punto de que no se podría determinar donde terminan los pabellones y comienzan los jardines, para expresar la entrega al fluir de las mutaciones. Nada permanece, todo fluye y todo pasa, como refleja el I Ching.
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El gran poeta del siglo XVII, Basho, padre de los haikú de 17 sílabas, subraya el gusto chino por plantar flores sobre el agua para afirmar su gusto por lo impermanente. El haikú es como un relámpago que ilumina la realidad, como si penetrara hasta el fondo de las cosas; ese relámpago entre dos oscuridades que queda aprehendido como signo de un paso. Como aquellos "pasos" de la pastora Marcela que recuerda el Quijote: "Contemplar... el cielo, pasos con que camina el alma a su morada primera." No pensar, dejar de lado palabras y conceptos. "Los ánades no pretenden dejar su reflejo, ni el agua piensa recibir su imagen".
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Emblemático de la sabiduría oriental es el loto que necesita hundir sus raíces en el cieno, extiende sus hojas sobre el agua para subir y descender al ritmo de las mareas y abre sus flores al sol sin permitir una mota de polvo sobre sus pétalos. Así el discípulo camina en la senda de la sabiduría con los pies firmemente apoyados en el suelo pero sin que el polvo le impida ver la luna reflejada sobre el agua del estanque. Los monos, como los ignorantes, se quedan mirando el dedo que les señala la luna o pretenden coger la imagen reflejada sobre la superficie del lago.
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Una de las más ricas aportaciones de Oriente a la sabiduría universal es el Zendo, el Camino del Zen. Educa para estar plenamente en lo que se hace: "Pasar el río sin mojarse los pies significa hacer las cosas sin ser prisionero de ellas", aconseja Liang Chieh. Es una manera de ver el mundo y de vivir estando aquí y ahora, trascendiendo la propia personalidad y las ataduras del ego, como se apaga una luz para mirar a través de los cristales.
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"Mañana" no es una realidad, sino una hipótesis; "ayer" tampoco existe, si acaso memoria que puede activar el recuerdo (pasar otra vez por el corazón); tan sólo son reales "aquí" y "ahora". No hay mañana, y hoy puede ser siempre, todavía.
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El discípulo, cuando tiene hambre, come; cuando tiene sed, bebe; cuando tiene sueño, duerme; cuando está cansado, se sienta. El Maestro Zen, cuando come, come; cuando bebe, bebe; cuando duerme, duerme; cuando descansa, descansa. Como Miguel de Unamuno apuntó, las cosas fueron primero, su para qué, después.
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Al despertar y adquirir la mentalidad Zen, se exclama "¡Qué maravilla, qué misterioso! Llevo leña, subo agua". Y, en otro lugar, "Sentado tranquilamente, la primavera viene, la hierba crece".
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Po Chu I, un poeta tang, explica el comportamiento adecuado a través de la sabiduría natural de los pinos: "En otoño susurran un canto sedante, en verano esparcen fresca sombra, en primavera, la suave lluvia crepuscular llena sus agujas de perlas pequeñas y brillantes, al acabar el año, pesada nieve adorna sus ramas con jade inmaculado. Porque saben derivar de cada estación. Un encanto particular. No tienen par entre los árboles".
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El Zen se originó en China, hacia el siglo VI, al encuentro del budismo Mahayana, originario de India, con el Taoísmo. Se tradujeron las obras budistas al chino, su implantación duró unos tres siglos y dio lugar al Ch’ang que corresponde al concepto sánscrito de Dhyana, contemplación. Los signos chinos para nombrarlo significan "a solas con el Cielo". Siglos más tarde, al llegar a Japón con el patriarca Dogen, los mismos signos o kanyis se pronunciarán Zen. Después de años de peregrinar por monasterios de China, practicando el Zen, resumió lo que había aprendido: "Los ojos son horizontales, la nariz es recta".
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El fundador del Zen en China es el legendario Bodhidarma, representado con ojos saltones, de tanto mantenerlos abiertos para no dormirse durante la meditación.
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El Zen no es ni una religión ni una filosofía, es una actitud existencial de concentración en lo que está pasando, y de asombro ante las cosas corrientes de la vida. Por medio de la meditación, con la postura correcta y la respiración adecuada, se alcanza la experiencia del despertar, o satori. Sin pensar en nada, dejando circular los pensamientos "como las nubes que acarician la montaña". Sin acogerlos ni rechazarlos, dejarlos ir. El satori es la percepción inmediata de la realidad, que ilumina la naturaleza de las cosas y supera todo dualismo. Es la realización de la visión advaita, no dualista aportada por India.
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Todas las cosas son unidad "empty oneness", unidad vacía.
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La meditación ni cierra ni atrofia los sentidos sino que los agudiza y hace más sutiles y delicados. Pero, una vez más, el que sabe no habla, el que habla no sabe.
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"Espacio abierto, nada de sagrado", respondió Bodhidarma al emperador a quien censuró por buscar el mérito de las acciones. Las cosas son como son... e mais nada.
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* Profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid y Presidente de la ONG Solidarios para el Desarrollo.
H 37 – 09.02.2001
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Terremoto con remezones literarios*
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Osvaldo Mitchell

. Se cumplieron 230 años del gran terremoto que sacudió a la capital de Portugal en 1755. Emplazada sobre una cuenca geológica de formación terciaria, la ciudad cedió en aquellos barrios edificados sobre sectores que descansan sobre lechos de arcilla azul, rica en residuos orgánicos, mientras que las construcciones asentadas en piedra caliza y basalto no sufrieron mayores daños. Con todo, al sismo se añadió una violentísima oleada que rompió sobre los muelles del Tajo y hundió muchas embarcaciones y un incendio sobreviniente completó la obra destructora. La pérdida de vidas se calculó en alrededor de las 40.000 y el valor de la propiedad destruida ascendió a unos 45 millones de escudos, o sea, mil quinientos millones de dólares, según el actual valor del oro.
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No se trataba, por cierto, del primer movimiento sísmico de importancia registrado en Europa; 1698, 1268 y 836 se produjeron otros igualmente graves y el que afectó las costas del Mediterráneo en el año 526 fue mucho peor, pero el de Lisboa se singularizó por ocasionar, de rebote, una tormenta literaria que afectó las relaciones de dos hombres pensantes de la época. Voltaire, que así se llamó a partir de l718 Francisco María Arouet, tuvo la idea de aprovechar esta catástrofe, que había impresionado profundamente a la opinión del continente, para publicar en 1756 su “Poéme sur le désartre de Lisbonne”, que trasuntaba la posición antirreligiosa del autor. Rousseau, cuyo deísmo y temperamento sentimental contrastaban con el racionalismo de Voltaire, dirigió a éste una célebre carta el 18 de agosto del mismo año, 1756, en la que reivindicaba la idea religiosa y se quejaba de que el “poema” acentuaba las penas y lo sumía en la desesperación. La polémica así entablada sustituyó la amistad que hasta entonces unía a ambos pensadores; la respuesta de Voltaire fue el “Cándido o el optimismo” (1758), cuento filosófico en el que, a partir de las desventuras del protagonista en sus viajes por el viejo y el nuevo mundo, se desvirtúa la intervención de la Divina Providencia en los acontecimientos terrenales, plenos de catástrofes, sinsabores e injusticias, y se satiriza el optimismo creyente de Leibniz, resumido en el principio tout est pour le mieux, dans le meilleur des mondes que se repite, con volteriana ironía, a través del relato. A ese optimismo a ultranza no opone Voltaire una desesperanza total; ante las innúmeras calamidades de que el joven Cándido y su preceptor Pangloss son testigos, entre las que el terremoto de Lisboa es un ejemplo, el autor brinda una receta práctica, aunque de un conformismo que no intenta curas radicales. “Cultivemos nuestro jardín”, nos aconseja, es decir, luchemos por el bien en el reducido campo reservado a nuestra iniciativa. Tal es el corolario del pequeño libro que, no obstante su brevedad, ha perdurado como una inmortal creación del Voltaire dentro de la vastedad de su obra.
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Cualquiera sea el partido que se asuma en la famosa polémica, el gran mérito que se reconoce al Candide, brillante legado intelectual al par que producto indirecto de una gran catástrofe, sugiere que, si todo no está perfectamente bien en el mejor de los mundos posibles, como quería Leibniz, al menos no hay mal que por bien no venga, según nos consuela la sabiduría popular.
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* Publicado en el diario La Prensa de Buenos Aires en su edición del 3 de noviembre de 1985.
H 34 – 19.01.2001
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Las cosas del tiempo
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Heriberto Gallo Machado *
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Ese fantasma que recorre el Universo se burla de nosotros. Ríe a carcajadas con las estupideces que inventamos para trazarle límites, cuando él se regodea libre por confines infinitos, imponiendo reglas que después cambiará abruptamente, en el momento e instante que no espera el Hombre. Y éste, iluso, cree aprisionarlo en un reloj o en las hojas del calendario en el que se delimita el año. El tiempo es un niño inquieto, juguetón, amigo de las bromas, que canta y baila con nuestra angustia por asirlo.
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Se suceden los días, las noches, el Universo palpita vital y trepidante, impregnado por el cambio constante en su estructura. Mientras, los hombres aquí nos cansamos de sandeces y hablamos de nuevo milenio o nuevo siglo, tonterías de esas que se convierten en polémicas vacías, inútiles y estériles, como cuando en la Edad Media se quebraban los pensadores la cabeza averiguando el sexo de los ángeles. Me aburre esta discusión inútil, que si hubo año cero o no lo hubo, que cómo fue el comienzo.
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Cuál comienzo si la eternidad con su caudal de tiempo estuvo siempre y si un año le debemos a la Vida, tenemos otra eternidad para pagarlo.
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* El autor integra un grupo de estudios de postgrado en Ciencias Políticas de la Universidad de Medellín, Colombia.
H 34 – 19.01.2001
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Juan Matías Loiseau, “Tute”
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Conocido como dibujante y humorista gráfico, este argentino es quien en entregas anteriores de Heráclito respondió a la pregunta “Los filósofos ¿ríen?”. Lo hizo titulando su respuesta así: “El humor es síntesis y asociación, la poesía, duda; la filosofía quizás ambas, ¿no?”. Y con ello ganó estimación también en los territorios del pensamiento y de la reflexión.
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Nos gusta este encuentro de dos quehaceres que, ciertamente, han recorrido caminos diferentes en la historia del hombre pero que si bien se los mira no pueden ser definitivamente delimitados, porque uno y otro hacen vivir. Y ahora, para nuestro regocijo y el de nuestros lectores, vamos a mostrar a Tute poeta. En efecto, dos poemarios publicados dan cuenta de sus cualidades como tal, pero de eso hablaremos en una próxima ocasión. Ahora regalémonos con unos versos suyos que integrarán un volumen de próxima publicación. Con su anticipación nos privilegió el amigo, hoy, poeta.
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IV
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Lo mataron por la espalda.
Confundido, vio la muerte.
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III
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No gritó. Ni siquiera dejó una lágrima.
No por valor, sino por ignorancia.
Murió sin saber lo que pasaba.
La máscara está en el suelo.
El cuerpo es un recuerdo del presente, que se apaga.
Y hay que ver qué ridículo se vuelve un bolsillo.
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II
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Caminaba y se miraba caminar
en las vidrieras.
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I
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Esta mañana,
Darío amaneció inmortal.
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El truco
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El anciano me hablaba mientras jugaba..

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Pintó los naipes, alzó los arrugados párpados, y dijo como sin querer, “tanto ha venido a visitarme la amistad que no he logrado suicidarme”. Y el compañero deslizó el “Envido…”
“¡Truco!” le grité.

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Quiero ver su truco; yo le enseño el milagro”.


Siete oros tiré en la mesa. Él, fingiendo que la carta era pesada, dejó caer el as de espada. Cruzó la última línea del cuadrado y, sonriendo, dijo: “Pero un día me haré negar para todos”.
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El río de Heráclito
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Un poema puede ser todas las cosas.
Un poema quiere ser todas las cosas.
Sus aguas son aguas de río,
el río de Heráclito, espejo furtivo.
El laberinto está perdido.
El trágico centro se ha vuelto ridículo.
La asida espada yace en la hierba,
y la tinta negra continúa fresca.
Sur, norte, este y oeste se confunden;
el antes, el después y el todavía son
la misma cosa.
El círculo nunca se cierra.
En Ginebra, Borges sólo perdió la ceguera.
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H 36 – 02.02.2001
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Ariel Petroccelli y su “Cancionero del ejedrez”*
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Peón de ajedrez
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Trabajé en el mar
en el salitral
y en las cataratas.
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Hice la pared
soy el albañil
y no tengo casa.
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Pero soy un peón
el cuerpo y el alma
y en la sociedad
y en el ajedrez
soy el que trabaja.
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Trabajé en el box
en el mostrador
y en el tren fantasma.
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Traje el algodón
hilo en el telar
y no tengo manta.
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Pero soy un peón
el trabajo puro
y en el esplendor
del amanecer
hago andar al mundo.
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En el ajedrez
trabajé de alfil
trabajé de torre
morí por la dama.
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Después del final
volví a ser un peón
dendro de una caja.
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Subo al trampolín
visto al maniquí
lleno las acequias.
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Carpintero al fin
pulso el garlopín
y no tengo mesa.
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Pero soy el peón
el brazo del tiempo
y allá en el taller
me vuelvo a nacer
Y origino el viento.
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Sudo en el jardín
cuido del delfín
corto los racimos.
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Voy por el carbón
y en el corralón
me muero de frío.
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Pero soy un peón
el cristal y el barro
y en ese crisol
de la humanidad
hierve mi cansancio.
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* Musicalizado por Isamara.
H 39 – 23.02.2001