Heráclito 45

A nuestros lectores

Sesenta y cuatro entregas* de Heráclito distribuidas durante otras tantas semanas han llegado a nuestros suscriptores, de quienes recibimos el halago y el aliento. No para alimentar vanidades ni para alentar otros propósitos que los ya anunciados. Que nuestros lectores nos contacten escribiéndonos para decir sus pareceres -unas veces coincidentes y otras diferentes de los textos que damos a luz-, nos hace pensar que hemos logrado suscitar el interés en ellos por los temas de la filosofía y del arte. Y esto sí nos halaga.

Con frecuencia los lectores nos han enviado sus textos para ser publicados en estas columnas; unas veces esos textos han visto la luz, otras veces no. No creemos merecer el agradecimiento de unos ni el reproche de otros. Tomamos nuestras decisiones según criterios propios y, seguramente, falibles. Pero algo más debemos decir: en todos los casos contestamos el correo y las notas que nos son enviados. Y con ese intercambio hemos logrado edificar relaciones que, trascendiendo los fríos monitores, poblaron con amigos nuestras oficinas y las mesas en los bares.

Son muchos los suscriptos que tienen el buen hábito de reenviar este medio a otras personas para que lo lean a su vez. Bien hecho. No obstante, si ellos lo desean, podemos suscribir a esas personas también para que reciban los envíos semanalmente y sin cargo.

Por fin, quienes hacemos Heráclito –los miembros de su staff, columnistas y colaboradores de diversos países, como así también los medios colegas que nos aportan su material y reproducen el nuestro- saludamos a nuestros lectores, que por estos días alcanzan el número de tres mil, y les agradecemos su compañía. También saludamos al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y al Centro Cultural Borges, que nos brindan su apoyo institucional.

La Dirección

* Recuerde el lector que esta es una reedición, de ahí la diferente numeración.
H 64 – 17.08.2001


Memorias argentinas del 2002

Consulta popular

Eduardo Dermardirossian

Se ha dicho que Argentina transita un tiempo pre-anárquico*. También que la inestabilidad institucional y la paz social están en riesgo, que la soberanía puede sufrir menoscabo a causa del desbarajuste económico, que el país está pronto a caer del mapa y quedar excluido del concierto mundial. Y para conjurar estos males se prescriben multitud de remedios: desde elecciones anticipadas hasta restricciones que importen un mero gobierno transicional a la espera de diciembre de 2003, desde el regreso a una nueva convertibilidad o un régimen de dolarización hasta una emisión monetaria e inflación controladas. “Que se vayan todos” recitan unos en la plaza pública, mientras otros, instalados en los estamentos del poder, juegan ajedrez con la ventura de los argentinos. A los poderosos del mundo y a los organismos multilaterales de crédito se les asignan diferentes grados de responsabilidad en la megacrisis, dependiendo la naturaleza y el peso de los cargos de quiénes levanten el dedo acusador.

Hace poco tiempo publiqué un artículo bajo el título En efecto, son prolíficos los tiempos argentinos, donde repasé rápidamente los cambios que mostró el país en corto tiempo. Y bien, siguen siendo prolíficos nuestros tiempos, preñados de hechos nuevos, de sorpresas algunas veces, de desventuras las más. Pero esa misma preñez me alienta a creer que hay arreglo para este tiempo argentino.

Las naciones no se suicidan. Buscan siempre, algunas veces sin percibirlo, mecanismos de recuperación, de sensatez, de equilibrio para emerger finalmente. En qué momento hallarán esos mecanismos, si será antes o después de transitar por estas o aquellas vicisitudes, es difícil de predecir. Pero es deseable que la puerta de salida se encuentre antes de transitar por episodios de dolor extremo.

He aquí algunas reflexiones que quiero dar a la consideración pública. Ojalá merezcan ser miradas con ojo crítico y con voluntad benevolente pero firme.

Deseo examinar la viabilidad jurídica y política de convocar a unas elecciones generales en el ámbito de todo el territorio de la Nación, para que la ciudadanía diga a las autoridades que surgirán de los comicios del año 2003 qué políticas han de aplicarse en el futuro.

En primer lugar, corresponde revisar sin tardanza los mecanismos jurídicos que autoriza la Constitución Nacional. Su artículo 40, párrafo primero, consagra el instituto de la consulta popular vinculante. Dice ahí que “el Congreso, a iniciativa de la Cámara de Diputados, podrá someter a consulta popular un proyecto de ley. La ley de convocatoria no podrá ser vetada. El voto afirmativo del proyecto por el pueblo de la Nación lo convertirá en ley y su promulgación será automática”. Está claro que los reformadores, que incorporaron esta disposición en la sesión del 26 de julio de 1994 por 213 votos afirmativos y 38 en contra, quisieron evitar que la suerte de la consulta quedara a merced del poder ejecutivo.

La ley 25.432, reglamentaria de esta disposición constitucional, dispone que la ley que convoque a esta clase de consulta “deberá tratarse en una sesión especial y ser aprobada por el voto de la mayoría absoluta de los miembros presentes en cada una de las Cámaras”. (Aquí se plantea una vieja cuestión del derecho argentino, referido a si se trata de la “mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara”, como lo quiere el texto constitucional, o de “la mayoría absoluta de los miembros presentes”, como pretende el artículo 2° de la ley citada. Aún cuando la cuestión resulta substantiva por sus implicaciones institucionales, no la abordaré en este lugar.) El voto de la ciudadanía será obligatorio (art. 3, ley cit..) y para que la consulta sea válida deberá sufragar “no menos del treinta y cinco por ciento de los ciudadanos inscriptos en el padrón electoral nacional” (art. 4).

En su artículo 9, la misma norma dispone que la ley que convoque a la consulta popular “deberá contener el texto íntegro del proyecto de ley (...) y señalar claramente la o las preguntas a contestar por el cuerpo electoral”, respondiendo por sí o por no, sin admitir más alternativa. Los artículos 13 y 14 mandan que “no serán computados los votos en blanco” y que “el día fijado para una consulta popular, no podrá coincidir con otro acto eleccionario”, respectivamente. Asimismo, la consulta deberá hacerse en un plazo no menor a 60 ni mayor a 120 días corridos desde la fecha de publicación de la ley de convocatoria en el Boletín Oficial (art. 12, ley cit.).

Asociado al examen anterior, se presenta el asunto de la viabilidad política de la consulta. Porque no se trata de levantar estructuras jurídicas, aún de rango constitucional, si ellas no han de tener andamiento en la realidad, como acontece con otros derechos consagrados por nuestra Constitución, que luego se ven desvirtuados por el peso de los acontecimientos o por la violación impune y sistemática por parte de quienes debieran velar por su cumplimiento. He ahí el derecho de propiedad, consagrado en nuestro sistema jurídico, que recurrentemente ha sido desconocido y aún violentado.

Pero el pilar institucional fundante de nuestro sistema político es su estructura republicana y representativa, conforme a la cual la voluntad soberana de la Nación en su conjunto determina quiénes nos gobernarán en cada turno electoral y qué cosa harán durante su gestión pública. Vale repetir el concepto: quiénes nos gobernarán y qué harán. Y es aquí donde se plantea la dificultad, porque la participación democrática de la ciudadanía alcanza su primer propósito pero no el segundo, no garantiza el cómo, no le ofrece al sufragante un mecanismo eficaz para exigirle a su mandatario que cumpla con el contrato político que suscribió antes y durante el comicio. He aquí, entonces, la necesidad de examinar no sólo la viabilidad jurídica de la consulta, sino también su andamiento político. En suma, habrá que asegurarse que las autoridades por venir en 2003 cumplan efectivamente la voluntad de la Nación, la cual deberá ser dicha antes del comicio, antes aún de que los partidos políticos instalen a sus candidatos en las arenas del comicio.

Algo quiero advertir en este punto. Los gobernantes argentinos, sobre todo los de la última década, han escamoteado su compromiso con quienes les invistieron de autoridad y de poder, y parecida cosa ha ocurrido en otras naciones. Si estamos atentos a este hecho, si de verdad aspiramos a que los gobernantes ajusten su gestión a la voluntad del conjunto social, entonces tenemos que aplicar el mecanismo de reaseguro que nos ofrece nuestro orden jurídico a partir de la reforma constitucional de 1994.

En la presente circunstancia es del todo necesario plebiscitar las políticas que han de seguirse, y hacerlo antes de los comicios de 2003, de suerte que las autoridades que gobiernen en el futuro se vean compelidas, por imperio constitucional y por la voluntad ciudadana expresada en el comicio, a hacer lo que el pueblo les manda. Porque la ley que se sancione mediante el plebiscito será de cumplimiento imperativo y, además, tendrá la virtualidad de que, al debatirse, los partidos políticos y las otras fuerzas que gravitan en el escenario nacional, dirán su opinión al respecto. Ello importará un mejor conocimiento del sufragante respecto de las posturas de cada aspirante; impondrá a quienes resulten elegidos el compromiso de ajustar su gestión a la voluntad de la ciudadanía; también generará una actualización del pensamiento y de la gestión política que hoy deambula entre propuestas y presiones, sin encontrar un cauce institucional ordenado.

Total: que las autoridades que arribarán en 2003 tendrán un corset de legitimidad, tan necesario para gobernar la Argentina de este tiempo. Corset que al mismo tiempo será una herramienta vigorosa para utilizar dentro y fuera del país a la hora de hacer valer la voluntad soberana de la Nación.

Y bien. ¿Cuáles serán los asuntos a consultar? ¿Sobre qué temas, exactamente, se pronunciará la ciudadanía?

La naturaleza y profundidad de la actual crisis argentina plantea un problema a resolver. El de la extensión de la consulta, la pluralidad de los asuntos a plebiscitar y el de su complejidad. Porque no es saludable soslayar este tema si es que de verdad se va a hacer lo que quiere el pueblo y, a un tiempo, se pretende que la consulta sirva de herramienta que legitime la acción de los gobiernos que vendrán. Se tratará de votar por sí o por no, como lo manda la norma; por eso el texto de la ley que convoque a la consulta deberá ser preciso y puntual, sí, pero también acordado en un debate plural que se dará en el ámbito de cada Cámara del Congreso Nacional y en otros sitios donde ahora mismo los argentinos discuten qué rumbo debe seguirse. Lograr un proyecto de ley que importe al mismo tiempo un proyecto de país: de eso se trata.

Y es aquí donde los diferentes actores sociales podrán validar sus títulos, exponerse ante la ciudadanía para que sea ésta la que les diga sí a unos y no a otros. Los políticos tienen este débito frente a la sociedad que los cuestiona. Pues bien: es ahora el momento de ponerse de cara a ella. Habrá que proyectar una ley plebiscitaria que sea el resultado de un gran consenso tejido a la luz del día, un consenso que procure interpretar con fidelidad y sin subterfugios ni titubeos la voluntad de la sociedad. Se trata de pergeñar desde ahora qué nuevo contrato social vinculará a los hombres y a las instituciones del país argentino. En este momento nada es más imperativo que establecer certezas y anudar compromisos de convivencia que resguarden la paz social en el marco de unas reglas que sean claras y de cumplimiento imperativo para todos los actores.

Argentina es uno de los países de mayor endeudamiento externo. Esto es así en términos absolutos y también en relación al número de sus habitantes y a la cuantía de su producto bruto interno. Es también uno de los países que no aplicó ese endeudamiento a capitalizarse y mejorar sus recursos productivos, sino al consumo indiscriminado, a la especulación ociosa y a alentar la corrupción vernácula y extranjera. Es el país cuyo endeudamiento devenga los más altos intereses en el mercado mundial de capitales. Por tanto, Argentina es el país que soporta la mayor coerción no bélica en el mundo entero. Uno de los países más dependientes: eso es Argentina.

Dicho esto, hay que agregar sin demora que desde mediados del siglo que acaba de abandonarnos, y sobre todo durante las dos últimas décadas, el endeudamiento externo de los países de menor nivel de desarrollo económico es la herramienta de dominación que ha substituido a los ejércitos de ocupación de los países imperialistas. Liberarse de este condicionante equivale a expulsar al invasor del territorio propio, a cortar las cadenas que le aprisionan a uno y le impiden desenvolverse en la historia con determinación propia. He aquí la situación que nos embarga como Estado y como Nación. También como personas, que nos vemos sumidos en una sociedad que nos canibaliza a fuer de carencias.

Es por eso que el tratamiento que los futuros gobiernos han de dar al endeudamiento externo, la eventual suspensión sine die del pago de capital e intereses, el congelamiento de la deuda consolidada sin que corran intereses en lo sucesivo y, finalmente, la interrupción de toda negociación referida a la deuda y sus accesorios mientras dure la suspensión, deberán ser objeto de análisis cesudo y decidido para someterlo luego a plebiscito.

Las relaciones de Argentina con los países y organismos multilaterales de crédito que tengan acreencias en las condiciones predichas, se mantendrán y se alentarán en la medida que no impliquen un condicionamiento para la recuperación económica que se pretende alcanzar.

Se explorarán nuevos mercados para la producción vernácula y se preferirán los mismos para el abastecimiento de insumos y tecnología ausentes en el territorio nacional. A ese efecto se operará con la intermediación de terceros países para el abastecimiento interno, aún con costes adicionales.

Se preferirá el intercambio mercantil con los países del Mercosur y sus asociados, como así también con aquellos que no pretendan condicionar las decisiones autónomas del Estado.
La ley que convoque a la consulta alentará la recuperación de la capacidad productiva del país y el estímulo del mercado interno, mediante políticas fiscales de retenciones y subsidios que aseguren rentabilidad y equidad y, al mismo tiempo, reconstruyan la industria nacional y generen empleo.

Se crearán vías de financiamiento alternativo interno y externo y se preverá el salvataje de toda aquella actividad que dentro del territorio nacional se considere viable y necesaria. En este orden, se flexibilizará el pago de importaciones y de materias primas mediante desgravaciones impositivas y asistencia del Estado Nacional, que a ese fin podrá emitir empréstitos en moneda argentina por plazos que en ningún caso excederán de un año. Se facultará al Congreso Nacional a extender este plazo hasta cinco años, a partir del tercer año de vigencia de la ley plebiscitaria.

He dicho mis reflexiones acerca de cuál puede ser un camino posible para salir de la crisis que agobia al país argentino. Diría, más bien, que he osado decir de viva voz lo que aún es objeto de deliberación en mis adentros. La ausencia de tecnicismos económicos –que no he necesitado eludir porque no existen en mi haber- no representa, a mi parecer, una desventaja. Antes bien, diría que me favorecen y que favorecen al lector. Porque es mediante esos galimatías numerales y estadísticos de dudosa fiabilidad que nos enredan los conocidos popes de la economía. Porque desde tamañas distancias no se advierten sino los rasgos generales del problema, y se pierde de vista al hombre concreto con su desventura a cuestas. Recuerdo ahora que en cierto congreso de los países más ricos del planeta, realizado durante el 2001, se decidió que en el 2015 ya no habría más hambre humana... No se preguntaron esos señores congresales y sus respectivos gobiernos cómo harían los hambrientos para esperar catorce años, nada menos, para satisfacer esa necesidad tan perentoria.

Creo que parecida cosa le ocurre a la Argentina de este tiempo. No puede esta Nación aguardar la escurridiza bendición de sus acreedores para emerger finalmente de la crisis, para dar de comer a millones de sus habitantes, para sanarlos, educarlos. No puede Argentina depositar la esperanza de sus habitantes en las arcas de los poderosos. De ahí la necesidad de actuar sin tardanza. Pero también con valentía.

Una consulta popular vinculante de las características arriba descriptas es viable jurídica, política y económicamente. Dará legitimidad al gobierno que surja de los comicios de 2003 y aventará, en buena medida, las presiones internas y externas que suelen ejercerse sobre los gobernantes en estos difíciles tiempos de crisis.

* Este artículo fue escrito en junio de 2002, cuando Argentina se discurría por la más severa crisis económica de su historia.
H 112 – 19.07.2002


Frente a la maquinaria tecno-económica, el autor de esta nota propone subvertir mediante el pensamiento crítico y la creación artística el núcleo tecno-economicista que ocupa un lugar central en la cultura de comienzos del siglo XXI, para hacer de la cultura un factor de acercamiento entre las personas.

Resistir mediante la creación cultural *

Roger Lesgards **

El ingreso en el nuevo siglo se produce bajo el imperio de la eficacia, el rendimiento y la lógica financiera y consumista. La maquinaria tecno-económica tiende, en una gestión totalizadora, a absorberlo todo -también la cultura-, a imponer sus códigos, sus signos y sus lenguajes, a conformar el imaginario individual y colectivo, a movilizar inteligencias y sensibilidades y a conquistar cuerpos y espíritus para reclutarlos mejor y deshacerse de ellos según su antojo. Se trata de una máquina voraz que trasciende el terreno de lo económico y lo técnico.

Esta máquina toma su impulso a partir de tres resortes permanentemente tensos: el deseo, por definición nunca satisfecho, que se extiende por mimetismo; el rendimiento, es decir la acción en el estado más intenso, que le permite, a la vez, compararse, singularizarse y "trascender", como dicen los deportistas; y la libertad, palabra con la que juega presentándose como movimiento liberador, desregulador al máximo, que hace saltar las trabas de todo tipo...

Esta ideología seductora pretende constituir un humanismo. Pero en realidad se basa en la concepción de un hombre mediocre, conformista y dócil, de un hombre segmentado también al que pide que sea, a la vez, un productor eficaz, un celoso consumidor, un animal comunicador y un conjunto de órganos manipulables a su antojo. Se basa asimismo en la reducción de la sociedad a un mero agregado de individuos que para crecer y mejorar debe ser, estructuralmente, una sociedad desigual y excluyente. Su acción se ejerce por la mediación de las tecnologías de la información y la comunicación -de la televisión a Internet- que actúan sobre los tres registros mencionados y que supuestamente preparan una sociedad ideal, nec plus ultra del acceso al saber, la transparencia y la democracia.

Frente a esta invasión ha llegado el momento de volver a dar un contenido vigoroso a la noción de cultura en cinco o seis dimensiones por lo menos:

- Aprendizaje y ejercicio del pensamiento crítico, así como de la razón emancipadora que efectúa un trabajo permanente sobre las certidumbres apresuradas, las ideas recibidas, los pensamientos y creencias hechos que ofrecen los gurús del momento;

- Creación de soportes simbólicos (lenguaje, obras de arte) donde se ejercen el imaginario, la sensación, la sensibilidad, la emoción, la pasión; siempre con la vista puesta en una interpretación del mundo, de la vida, de la muerte, del pasado, para conseguir constituir una representación lo más coherente posible del tiempo y del espacio;

- Adquisición e intercambio de saberes -o sea, de algo que tiene relación con la verdad, con la búsqueda de la verdad- como experiencia humana acumulada;

- Relación con lo otro, lo diferente, lo diverso; comunicación (en el sentido de puesta en común), de construcción permanente por sí, por y con el otro pero también frente a ese otro;

- Relación con lo bello, que es expresión de una subjetividad (de un sujeto lo suficientemente libre como para entregarse a un juicio, un placer, una consciencia), al tiempo que tensión hacia un universal. Lo bello como reinvención permanente de la relación entre lo sensible y lo inteligible.

Frente al desencadenamiento de un tecno-economicismo a punto de constituirse en componente central de la cultura ¿cómo permitir que la cultura recupere autonomía e iniciativa? Y sobre todo ¿qué política cultural para un Estado-nación situado en Europa y abierto a los cuatro vientos del mundo? Cabe considerar dos ideas fundadoras; la primera sería intentar forzar lo tecno-económico hasta un punto crítico y subvertirlo a través de lo poético, es decir, de la creación artística. ¿De qué se trata? En primer lugar de ocupar este campo para explotarlo y sustraerle lo que pueda tener de favorable a una renovación de la creación. Es decir, casi siempre, desviarlo, subvertirlo, "izquierdizarlo". Pero también resistirlo de frente, oponerse a su desviación de explotación y de embrujo: la técnica como una nueva magia. Ocupar, desviar, resistir: tres verbos activos cuyos sujetos son, en este caso, crítica y creación.

¿Crítica? La palabra debe tomarse en el sentido de un análisis de los discursos y las prácticas, incluidos los usos razonables, en especial cuando la razón se convierte en técnica e instrumental. Se trata de separar las técnicas galopantes de una ganga ideológica que quiere hacer creer que son portadoras de una revolución y que, irresistiblemente, dirigen el movimiento de las cosas. El pensamiento crítico debe provocar una ruptura, una discontinuidad, una posibilidad de reconfiguración. En resumen, la esperanza en que se componga un nuevo perfil del mundo que no parta de un punto de vista tecnológico.Y en esta ruptura juega (y se juega) la creación artística. ¿No anuncia y proporciona objetos únicos, originales, en ruptura con la tradición; objetos que hacen que se abran nuevos horizontes, participando así en la creación del mundo? Arquitectura, poesía, teatro, literatura, música, danza, artes plásticas, cine, todas las disciplinas, y sus cruzamientos, tienen su sitio allí. Claro que junto con la investigación científica, siempre que ésta quiera recordar que su vocación original no es ponerse al servicio del economicismo o erigirse en moral, sino aportar nuevos conocimientos, compartirlos y desarrollar una de las vías hacia la búsqueda de la verdad. Apoyo a la creación en toda su diversidad: este sería el primer fundamento.

La segunda idea fundadora sería tomar la cultura como factor de acercamiento entre los hombres, con miras a la igualdad, la fraternidad, la comprensión mutua, y por consiguiente como instrumento de lucha contra el repliegue étnico, el repliegue sobre sí, el rechazo del otro, la segregación social, la discriminación. Francia (no solamente en suburbios) y Europa (no únicamente en los Balcanes) tienen una gran necesidad de ideas, de momentos, de lugares que unan. Pero en la actualidad la que gana terreno es precisamente la tentación opuesta: bajo la forma del etnocentrismo (mi cultura es superior a la tuya y te la voy a imponer); o bajo la de la purificación, la segregación, la discriminación, el nacional populismo y el racismo. Ni Coca-Cola, ni los pantalones vaqueros, ni Nike, ni Microsoft, ni siquiera Internet y las redes de ondas y de satélites aspersores de imágenes y sonidos, conseguirán invertir la corriente; será nuestra capacidad de codearnos con el otro, de abrirnos a él, de reconocerle como una parte de nosotros mismos. En otras palabras, de responder lo más positivamente posible a la cuestión que planteaba Cornelius Castoriadis: "Un hombre y una sociedad ¿pueden construirse sin oponerse al Otro, sin rechazarlo, y finalmente sin odiarlo?".

* Fuente: Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur. Servicio Info-Dipló 11/06/2001, www.eldiplo.org
** El autor es presidente de la Liga de la Enseñanza, París.
H 64 – 17.08.2001


El desafío *

Mensaje enviado por Eduardo Galeano al Segundo Diálogo de la Sociedad Civil, México, junio de 1995.

En Chiapas, los enmascarados desenmascaran al poder. Y no solamente al poder local, que está en manos de los devastadores de bosques y los exprimidores de gentes. La rebelión zapatista viene desnudando también, desde hace un año y medio, al poder que reina sobre todo México, un poder cuyas peores costumbres enseñan que las urnas y las mujeres están para ser violadas y que hacer política consiste en robar hasta las herraduras de los caballos en pleno galope.

Pero los ecos de Chiapas llegan más allá de la comarca y el reino. Marcos, el portavoz, ha dicho que él es zapatista en México y también es gay en San Francisco, negro en Africa del Sur, musulmán en Europa, chicano en Estados Unidos, palestino en Israel, judió en Alemania, pacifista en Bosnia, mujer sola en cualquier metro a las diez de la noche, campesino sin tierra en cualquier país, obrero sin trabajo en cualquier ciudad. Y en una carta entrañable, el sub ha evocado a su amigo, el viejo Antonio, y ha contado que el viejo Antonio opina que cada cual tiene el tamaño del enemigo que elige. Ahí esta, creo, la clave de la grandeza de este pequeño movimiento campesino, que ha brotado en un lugar que nunca había sido noticia para los fabricantes de opinión pública: su grito tiene resonancia universal, porque expresa una pasión de justicia y una vocación solidaria que desafían al todopoderoso sistema que impunemente se ha apoderado del planeta entero. Y el desafío se formula con bravura en los hechos y con sentido del humor en las palabras, con coraje y con alegría, que nos den cosas que buena falta nos hacen.

Está el mundo sometido a una vasta dictadura invisible. En ella, la injusticia no existe. La pobreza, pongamos por caso, que a tantos atormenta y que tanto se multiplica, no es un resultado de la injusticia, sino el justo castigo que la ineficiencia merece. Y si la injusticia no existe, la pasión de justicia se condena como terrorismo o se descalifica como mera nostalgia. ¿Y la solidaridad? Lo que no tiene precio, no tiene valor: jamás la solidaridad se ha cotizado tan bajo en el mercado mundial. La caridad está mejor vista, pero hasta ahora, que yo sepa, el supergobierno del mundo no ha ofrecido ningún Ministerio de Economía a la Madre Teresa de Calcuta.

El supergobierno: los gobiernos están gobernados por un puñado de piratas, elegidos en ninguna elección. Ellos deciden la suerte de la humanidad y le dictan el código moral. En vez de un gancho, tienen en el puño una computadora, y al hombro llevan un tecnócrata en lugar de un papagayo. Ellos dominan los siete mares de las altas finanzas y del comercio internacional, donde navegan los que especulan y se ahogan los que producen. Desde allí, distribuyen el hambre y la indigestión en escala mundial, y en escala mundial manejan a los mandones y vigilan a los mandados. La televisión, que trasmite sus órdenes, llama paz mundial o equilibrio internacional a la resignación universal.

Pero la condición humana tiene una porfiada tendencia a la mala conducta. Donde menos se espera, salta la rebelión y ocurre la dignidad. En las montañas de Chiapas, por ejemplo. Largo tiempo callaron los indígenas mayas. La cultura maya es una cultura de la paciencia, que sabe esperar. Ahora, ¿cuánta gente habla por esas bocas? Los zapatistas están en Chiapas, pero están en todas partes. Son pocos, pero tienen muchos embajadores espontáneos. Como nadie nombra a esos embajadores, nadie puede destituirlos. Como nadie les paga, nadie puede contarlos. Ni comprarlos.

* Fuente: http://muldia.com/cultura/galeano/desafio.htm
H 64 – 17.08.2001


Ser uno mismo

José Carlos García Fajardo*

La creatividad es una rebelión para liberarse de tantos condicionamientos que nos encadenan e impiden nuestro vuelo. La persona creadora no puede seguir un camino trillado. Se trata de actuar por convicción, aunque exija asumir riesgos.

Una persona creativa puede ver cosas que no ha visto nadie, oír cosas que los demás no perciben, alumbrar el mundo cada mañana.

El hombre nuevo se caracteriza por las tres ces: conciencia, compasión y creatividad. La conciencia es saberse y ser consecuente, la compasión es el sentimiento de convivir con los demás y la creatividad es la acción, más que la actividad rutinaria o impuesta. Contra el exceso de lógica está la plenitud movida por el sentimiento y regida por la intuición, que es la gran perdedora en lo que llaman desarrollo.

La acción creadora nace del silencio, de una mente contemplativa que ha hecho de la vida una celebración: por el agua que corre, por el cielo azul, por las nubes, por el sol y por las lluvias. La plenitud es el único fin de la existencia: ni tener, ni poder, ni acumular, ni mandar, ni los honores, ni las penas. Es locura sostener que vale más lo que más cuesta. Y es absurdo proscribir el ocio como fuente de peligros. Nos han inculcado la obsesión por una actividad que se ha convertido en compulsiva. Hay gente que vive para trabajar, para ganar dinero, para cuidar la salud. No se puede vivir para nadie, familia, amigos o institución alguna: se vive con ellos. Desde niños nos preparan para producir; producimos durante unos años y nos aparcan cuando dejamos de producir.

Es posible actuar sin buscar mérito alguno: la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer. No es preciso llegar a Itaca ni a Jerusalén ni a Tombuctú: basta saberse en camino hasta que se cae en la cuenta de que uno es el camino.

Cuenta el sabio Tilapa que es bueno descansar como un bambú seco, a gusto con tu cuerpo. Un bambú hueco se convierte en flauta de la que arrancan inéditas melodías.

Dicen que Bodidharma, el primer patriarca budista que llegó a China, se echó a reir cuando cayó en la cuenta de que ya era aquello que estaba tratando de llegar a ser. De eso se trata, de estar cada vez más a gusto, cada vez más aquí y ahora, cada vez más hueco y más receptivo. Escuchar es acoger. Es necesario permitir que las cosas sucedan a través de uno. Y disfrutar, celebrar, crear, gozar cada instante: de la ducha, de la naranja, del café, del sol de la mañana, de la brisa, del color de las hojas, de la rugosidad de los árboles... pensar que hay gente que no percibe el paso de las estaciones, los rumores y los sabores, los olores y el tacto de las cosas y de una piel amiga. Nos han atrofiado los sentidos y nos hemos convertido en cómplices de este expolio. Nos estamos olvidando de vivir. Esa es la esencia de la sabiduría: actuar en armonía con la naturaleza, con el ritmo natural del universo, permitir que la vida fluya; y celebrarlo.

Es preciso descubrir la creatividad en nosotros, en el silencio y en la cooperación con cuanto sucede. La expansión de la conciencia sucede cuando caes en la cuenta de que ésta no es un objeto sino un proceso. Por eso, la vida real es creatividad; pase lo que pase siempre es bueno porque todo es lícito, aunque no todo convenga en cada momento.

La creatividad es un estado paradójico, como la belleza, la bondad, la verdad y la armonía. Cuando se descubre el sabor de la creatividad, todo se vuelve original e inédito y uno está sin saberlo donde siempre quería haber estado.

* Presidente de la ONG Solidarios y Profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid.
H 64 – 17.08.2001


Desde luego, otro fue el tiempo en que José Ortega y Gasset escribió su ensayo sobre La rebelión de las masas (su publicación inicial se hizo en La revista de Occidente entre los años 1926 y 1930). Ello no obstante –y más allá de la particular visión que este filósofo español tenía de la vida gregaria y de las relaciones económicas- merece tomarse en cuenta este párrafo recogido de págs. 251 a 254, de la edición Planeta, hecha en Barcelona en 1984.

Los escaparates mandan

Se dice que el dinero es el único poder que actúa sobre la vida social. Si miramos la realidad con una óptica de retícula fina, la proposición es más bien falsa que verídica. Pero tiene también sus derechos la visión de retícula gruesa, y entonces no hay inconveniente en aceptar esa terrible sentencia.

Sin embargo, habría que quitarle y que ponerle algunos ingredientes para que la idea fuese luminosa. Pues acaece que en muchas épocas históricas se ha dicho lo mismo que ahora, y esto invita a sospechar o que no ha sido verdad nunca o que lo ha sido en sentidos muy diversos. Porque es raro que tiempos sobremanera distintos coincidan en punto tan principal. En general, no hay que hacer mucho caso de lo que las épocas pasadas han dicho de sí mismas, porque –es forzoso declararlo- eran muy poco inteligentes respecto de sí. Esta perspicacia sobre el propio modo de ser, esta clarividencia para el propio destino es cosa relativamente nueva en la historia.

En el siglo VII antes de Cristo corría ya por todo el Oriente del Mediterráneo el apotegma famoso: Khrémata, khrémata aner! “Su dinero, su dinero es el hombre!”. En tiempo de César se decía lo mismo; en el siglo XIV lo pone en cuaderna vía nuestro turbulento tonsurado de Hita, y en el XVII, Góngora hace de ello letrillas. ¿Qué consecuencia sacamos de esta monótona insistencia? ¡Que el dinero, desde que se inventó, es una gran fuerza? Esto no era menester subrayarlo: sería una perogrullada. En todas estas lamentaciones se insinúa algo más. El que las usa expresa con ellas, cuando menos, su sorpresa de que el dinero tenga más fuerza que la que debía tener. Y ¿de dónde nos viene esa convicción según la cual el dinero debería tener menos influencia de la que efectivamente posee? ¿Cómo no nos hemos habituado al hecho constante después de tantos, tantos siglos, y siempre nos coge de nuevas?

Es, tal vez, el único poder social que al ser reconocido nos asquea. La misma fuerza bruta que suele indignarnos halla en nosotros un eco último se simpatía y estimación. Nos incita a repelerla creando una fuerza pareja, pero no nos da asco. Diríase que nos sublevan éstos o los otros efectos de la violencia; pero ella misma nos parece un síntoma de salud, un magnífico atributo del ser viviente, y comprendemos que el griego la divinizase en Hércules.

Yo creo que esta sorpresa, siempre renovada, ante el poder del dinero enciende una porción de problemas curiosos aún no aclarados. Las épocas en que más auténticamente y con más dolientes gritos se ha lamentado ese poderío son, entre sí, muy distintas. Sin embargo, puede descubrirse en ellas una nota común: son siempre épocas de crisis moral, tiempos muy transitorios entre dos etapas. Los principios sociales que rigieron una edad han perdido su vigor y aún no han madurado los que van a imperar en la siguiente. ¿Cómo? ¿Será que el dinero no posee, en rigor, el poder que, deplorándolo, se le atribuye y que su influjo sólo es decisivo cuando los demás poderes organizadores de la sociedad se han retirado? Si así fuese entenderíamos un poco mejor la extraña mezcla de sumisión y de asco que ante él siente la humanidad, esa sorpresa y esa insinuación perenne de que el poder ejercido no le corresponde. Por lo visto, no lo debe tener porque no es suyo, sino usurpado a las otras fuerzas ausentes.

La cuestión es sobremanera complicada y no es cosa de resolverla con cuatro palabras. Sólo como una posibilidad de interpretación va todo esto que digo. Lo importante es evitar la concepción económica de la historia, que allana toda la gracia del problema, haciendo de la historia entera una monótona consecuencia del dinero. Porque es demasiado evidente que en muchas épocas humanas el poder social de éste fue muy reducido y otras energías ajenas a lo económico informaron la convivencia humana (...)

Nadie, ni el más idealista, puede dudar de la importancia que el dinero tiene en la historia, pero tal vez pueda dudarse de que sea un poder primario y sustantivo. Tal vez el poder social no depende normalmente del dinero, sino, viceversa, se reparte según se halla repartido el poder social, y va al guerrero en la sociedad belicosa, pero va al sacerdote en la teocrática. El síntoma de un poder social auténtico es que crea jerarquías, que sea él quien destaca al individuo en el cuerpo público (...)

Parece lo más verosímil que sea el dinero un factor social secundario, incapaz por sí mismo de inspirar la gran arquitectura de la sociedad. Es una de las fuerzas principales que actúan en el equilibrio de todo edificio colectivo, pero no es la musa de su estilo tectónico. En cambio, si ceden los verdaderos y normales poderes históricos –raza, religión, política, ideas-, toda la energía social vacante es absorbida por él. Diríamos, pues, que cuando se volatilizan los demás prestigios queda siempre el dinero, que, a fuer de elemento material (1), no puede volatilizarse. O de otro modo: el dinero no manda más que cuando no hay otro principio que mande (2).

(1) Disentimos con el autor. El dinero es, por su propia naturaleza, un bien inmaterial y simbólico. La materialidad de su ‘soporte’ no desautoriza este aserto (N de la R).
(2) Nuevamente disentimos, porque la simple observación de la realidad nos impide subestimar la importancia que el dinero tiene. Esta opinión, lo sabemos, nos sitúa entre quienes Ortega cataloga “de retícula gruesa” (N de la R).
H 64 – 17.08.2001


Sobre Mahoma, hijo de Isa

Mahoma, que era uno de los afortunados compañeros del Comendador de los Creyentes, sobrepasaba a todos por la agilidad de su pensamiento. Un día cabalgaba por las calles de Bagdad acompañado de una multitud de sirvientes. La gente se preguntaba:
"¿Quién es este hombre, con vestidos tan deslumbrantes, tan bien montado, tan rico?"

Y una vieja mujer que pasaba cojeando les contestó:

"Es un hombre pobre. Pues si Alá no le hubiese negado su gracia, su vanidad no sería tan grande".

Al oírla Mahoma, hijo de Isa, desmontó inmediatamente de su cabalgadura preciosamente enjaezada y admitió que ciertamente ésa era su condición. Y desde entonces abandonó toda demostración de boato.

Heráclito 44

“Después de todo, ¿qué son las palabras? Las palabras son símbolos para recuerdos compartidos”

Jorge Luis Borges, Fragmento de una conferencia dictada en la Universidad de Harvard en 1968. Traducción de Justo Navarro.


Cuando escribo intento ser leal a los sueños y no a las circunstancias. Evidentemente, en mis relatos (la gente me dice que debo hablar de ellos) hay circunstancias verdaderas, pero, por alguna razón, he creído que esas circunstancias deben siempre contarse con cierta dosis de mentira. No hay placer en contar una historia como sucedió realmente. Tenemos que cambiar alguna cosa, aunque nos parezca insignificante; si no es así, no nos consideramos artistas sino, quizá, meros periodistas o historiadores. Aunque imagino que los verdaderos historiadores siempre han sabido que pueden ser tan imaginativos como los novelistas. Por ejemplo, cuando leemos a Gibbon, el placer que nos causa es equiparable al de leer a un gran novelista. Después de todo, sabe muy poco sobre sus personajes. Me figuro que hubo de imaginar las circunstancias. Debió de pensar que había creado, en cierto sentido, la decadencia y caída del Imperio Romano. Y lo hizo tan maravillosamente que no necesito otra explicación.

Si tuviera que aconsejar a algún escritor (y no creo que nadie lo necesite, pues cada uno debe aprender por sí mismo), yo le diría simplemente lo siguiente: lo invitaría a manosear lo menos posible su propia obra. No creo que retocar y retocar haga ningún bien. Llega un momento en que uno descubre sus posibilidades: su voz natural, su ritmo. No creo que ninguna corrección superficial resulte útil entonces.

Cuando escribo, no pienso en el lector (porque el lector es un personaje imaginario), sino que pienso en lo que quiero transmitir y hago cuanto puedo para no malograrlo. Cuando yo era joven creía en la expresión. Había leído a Croce, y la lectura de Croce no me hizo ningún bien. Yo quería expresarlo todo. Pensaba, por ejemplo, que, si necesitaba un atardecer, podía encontrar la palabra exacta para un atardecer; o, mejor, la metáfora más sorprendente. Ahora he llegado a la conclusión (y esta conclusión puede parecer triste) de que ya no creo en la expresión. Sólo creo en la alusión. Después de todo, ¿qué son las palabras? Las palabras son símbolos para recuerdos compartidos. Si yo uso una palabra, ustedes deben tener alguna experiencia de lo que representa esa palabra. Si no, la palabra no representará nada para ustedes. Pienso que sólo podemos aludir, sólo podemos intentar que el lector imagine. Al lector, si es lo bastante despierto, puede bastarle nuestra simple alusión.

Es algo que favorece la eficacia, y en mi caso también la pereza. Me han preguntado por qué nunca he intentado escribir una novela. La pereza, por supuesto, es la primera explicación. Pero hay otra. Nunca he leído una novela sin cierta sensación de aburrimiento. Las novelas incluyen material de relleno; creo, por lo que sé, que el material de relleno puede ser una parte esencial de la novela. Pero he leído y vuelto a leer una y otra vez muchos relatos breves. Entiendo que en un relato breve de, por ejemplo, Henry James o Rudyard Kipling podemos encontrar tanta complejidad –y de un modo más agradable- como en una larga novela.

Pienso que mi credo se reduce a esto. Cuando prometí un “credo de poeta”* yo pensaba, demasiado crédulo, que, después de dar cinco conferencias desarrollaría en el proceso alguna clase de credo. Pero entiendo que debo decirles que no tengo ningún credo en particular, excepto las pocas precauciones y dudas sobre las que les he venido hablando.

Cuando escribo algo, procuro no comprenderlo. No creo que la inteligencia tenga demasiada relación con el trabajo del escritor. Pienso que uno de los pecados de la literatura moderna es que tiene demasiada conciencia de sí misma. Por ejemplo, considero a la literatura francesa una de las mayores literaturas del mundo (y supongo que nadie lo pone en duda). Pero me he visto obligado a pensar que los autores franceses son, por lo general, demasiado conscientes de sí mismos. Lo primero que hace un escritor francés es definirse a sí mismo, antes, incluso, de saber lo que va a escribir. Dice: “Qué escribiría, por ejemplo, un católico nacido en tal o cual provincia, y socialista hasta cierto punto?” O: “Cómo deberíamos escribir después de la Segunda Guerra Mundial?” Supongo que hay mucha gente en el mundo que se agobia con estos problemas ilusorios.

Cuando escribo (pero quizá yo no sea un buen ejemplo, sino sólo una terrible advertencia), intento olvidarlo todo sobre mí. Me olvido de mis circunstancias personales. No intento, como alguna vez lo intenté, ser un “escritor suramenricano”. Sólo intento transmitir el sueño. Y si el sueño es confuso (en mi caso, suele serlo), no intento embellecerlo, ni siquiera comprenderlo. Quizá haya hecho bien, pues cada vez que leo un artículo sobre mí –y, no sé por qué, parece haber muchísima gente dedicándose precisamente a eso-, generalmente quedo sorprendido y muy agradecido por los profundos significados que descifran en esos más bien azarosos apuntes míos. Evidentemente, les estoy agradecido, pues considero la literatura como una especie de colaboración. Es decir, el lector contribuye a la obra, enriquece el libro. Y sucede lo mismo cuando se da una conferencia.

* En efecto, tal fue el título bajo el cual Borges habló durante esas conferencias (N. de la R.).

H 63 – 10.08.2001


Desde el diván

Reproche a su terapeuta de un paciente que quiere refugiarse en el anonimato

Si es variable la verdad, eso me preguntas. Nada menos que de la verdad me hablas. ¿No era de psicología y de cómo estoy de mi mollera que íbamos a hablar? Y ahora me llevas por los dominios de la filosofía, nada menos. Mira: si este camino que ahora pones bajo mis pies puede ayudar a aligerar los padecimientos que puse sobre tu camilla de doctora, soy un tipo dichoso. Y una cosa te pido: jamás me des el alta, déjame seguir probando tu medicina cada día.

A los ojos, al entendimiento llano, sin duda la verdad se ve variable. Sólo que otro es mi problema. Siempre creí que la realidad no puede ser asida por el hombre, nunca, no es de su condición verla; sólo Dios puede ver la realidad. Y la verdad ¡nada menos que la verdad (¿no debiéramos ponerla con mayúsculas?)!, eso no sé siquiera si es del territorio de Dios.

Yo no sé hablar de la verdad. Es un tema que quisiera eludir en mi sala de terapia, es un tema que quisiera remontar en torno a una mesa de café rodeada de filósofos de pacotilla.

Mira doctora, no me juzgues mal, que otro se rasque por mí.

H 63 – 10.08.2001


El roedor

Entre vanidades y dudas

Fernando Savater, El jardín de las dudas

"En cuanto le veía con un libro entre las manos; se lo quitaba y arrojaba al fuego; si el príncipe ensayaba con su flauta, se la arrebataba y la rompía furiosamente".
No sé por qué Aristóteles, cuando clasificó las categorías filosóficas, dejó fuera la "duda", pues su contribución al perfil cognoscitivo del mundo no es menos valiosa que otras que forman parte de eso que se llama ‘el aparato categorial de la filosofía’ o de cualesquiera otras ciencias. Renato Descartes, George Berkeley, Hermann Hesse, Karl Popper, Ludwig Witgenstein, E. M. Cioran, sólo han encontrado en este mundo un montón de incertidumbres y ninguna certeza; de ahí, pues, que la incertidumbre, la duda, sea la bujía que no sólo inspira los lances oscuros de nuestra intuición, sino a la ciencia misma, o la claridad mística que conduce a algunos elegidos hacia ese haz de luz que al fin de cuentas es Dios. Excúsenme, queridos lectores, siempre, siempre, porque a veces me vuelvo abstracto, oscuro adrede –no como Heráclito, que era hermético—. El mismo Sócrates decía que nuestros sentidos no nos daban ‘calidad’ para ‘conocer’ lo que estaba más allá, fuera de nosotros mismos, razón por la que el esfuerzo mayor debería ser ‘conocerse a sí mismo’; lo posible, lo realizable desde la mismidad. De ahí que he hecho un esfuerzo enorme en ese sentido, y sin caer en solipsismo, sin considerarme ‘el centro del Universo’, ‘el último culpé’, ‘la rosa de los vientos’, el anti-Judas, ni el anti-Cristo ( tampoco los extremos llegan a ninguna parte), uno se rebosa de dicha, de plenitud, con saberse una brizna de viento, pero una brizna que sabe lo quiere, lo que busca; y sobre todo, lo que no quiere, lo que no haría aunque no se lo pidan; soy –como digo a mis alumnos— un ridículo mortal, vulgar repetidor de cosas requetesabidas; ‘saltapatrás’ de Vicente Noble, en fin. En medio de la incertidumbre de todos, creo que los que somos así, vivimos mejor, somos más auténticos. ¡Y eso sí que lo digo, aunque luzca arrogante!

Debo hacerles una anécdota –ya que todo esto viene, para los que me siguen, de los artículos publicados anteayer y ayer, con las cartas del ingeniero García Frómeta y Todesmo— para que vean más o menos cómo veo las cosas: mi amigo Máximo Jiménez, un periodista excelentemente bien dotado -que no le gusta la literatura criolla- y que con el correr del tiempo viene aborreciendo hasta ‘El Roedor’, insistió para que enviase estos garabatos a los Premios Pellerano en la versión "Columnista del Año". Me negué muerto de risa bajo varios argumentos: 1ro. Esos ‘genios’ –digo, el jurado- jamás me darán un premio a mí, no sólo porque premiarían todo lo que les niega a ellos: una visión del mundo contestataria, desenfadada, burlesca, iconoclasta; 2do. Jamás el autor lo ‘cabildearía’ aunque necesitase los 200 mil pesos para una operación de vida o muerte, ya que no me arrastro ante nada ni ante nadie (es asunto de dignidad); 3ro. No creo en ‘premios’ de ningún tipo –ni representan nada para mí- porque son el oropel del espectáculo, las candilejas, lo ‘light’ del arte, de la escritura; la farsa y la falsía. ¡Nunca en la vida se ha premiado un talento que no sea coqueto!

Es un mundo de águilas de cartón y de pasarelas; el mío es ‘roer’, mirar a contraluz, desde claroscuro, y lanzar, cual "Jorobado de Nuestra Señora de París" -¡qué buena descripción me hizo el Pacoredo!- al aire mi risa sin tapujos, de guacamayo: me burlo de mí mismo, de los pájaros, los gordos, los bajos, de los enanos, de los que tienen las narices y las orejas grandes, de los pasos húsar de Federico, de las manos temblorosas de Fermín Arias Belliard, de los flacos a más no poder; de los hipocondríacos; de la risa de Manuel Núñez y de las canillas más gordas de la cuenta de Miguelito de Mena; de los chistes tartamudos de Mario Emilio; del humor corrosivo de José Cuello, de la calva de Hipólito, de la falsa solemnidad de Roberto Salcedo, de la boquita de Cuquín Victoria, del parecido a Mike Tyson de Terrero, el periodista, del aspecto buitresco que adquiere cada día la figura de Andrés Luciano Mateo; de la cara infeliz de Woody Allen y de los ojos de Rosario, el rector de la UASD; de los ‘calorazos’ que coge César Medina; me río de la lengua gruesa de Peynado, de Freddy y de sus chistes, más no de los de Carlos Alfredo y me río de los muertos y las canillas de mi madre, la filósofa Emperatriz y de mi hermana Caperuza. Y me río de mi ‘pancita’ de cerdo vitalicio. ¿O no es esto una comedia humana?

H 63 – 10.08.2001


Cuentos del Antiguo Egipto, versión, introducción y notas de Emma Brunner-Traut, Edaf, Madrid 2000, págs. 294 y 295. Traducción de Pablo Villadangos.

Enigma de la reina de Saba al rey Salomón

Hay un árbol que crece en mi país,
oh rey Salomón,
es extraordinario y hermoso.

Por la tarde lo talan,
por la mañana vuelve a brotar.
Tan hermoso como él es no he visto nada más sobre la tierra.

A su derecha hay un campo,
plantado de piedras preciosas,
adonde todo el mundo desea ir.

Un emisario viene todos los años
cargado de buenos regalos
que ofrece a todos los habitantes.

Luego regresa a su casa.
Si eres capaz, Salomón, de resolverme este enigma,
entonces divulgaré tu gloria.

El que allí crece, el árbol, en tu país,
oh Saba, reina de los etíopes,
es una metáfora del sol.

Todas las tardes se pone,
todas las mañanas se ilumina.
Tan hermoso como él es no he visto nada más sobre la tierra.

El campo junto al árbol
es una metáfora del cielo,
las piedras preciosas son estrellas

que brillan por la noche.
Pero se oscurecen nada más salir el sol,
debido a la luz que rodea al sol.

El emisario que viene a tu país
es el agua del río de Egipto,
que todos los años empapa la tierra.*

* Esta poesía copta está publicada en H. Junker, Koptische Poesie des 10. Jahrhunderts en Oriens Christianus 7, p. 148 y ss. Es una de las muchas adivinanzas que se les atribuyen a ambos soberanos y está escrita en el papiro Berlín 9287, el “manuscrito de canciones de Berlín”. En un principio, se había planteado como una adaptación métrica sistemática de los proverbios de Salomón, del Eclesiastés y del Cantar de los Cantares, pero el texto está incompleto y su orden es incorrecto; además, está deformado por los añadidos y los errores. El arte poético copto, una verdadera poesía popular, alcanzó en el siglo X su época de mayor esplendor. La melodía de esta canción se indica siguiendo las palabras iniciales de un cantar popular.

H 63 – 10.08.2001


Eduardo Dermardirossian entrevista al artista plástico

Leopoldo Presas

“Todos los niños nacen con los genes de Altamira”. A pocos minutos de comenzar el diálogo en su estudio de la Avenida de Mayo al 800, en pleno centro de Buenos Aires, el maestro Presas disparó la frase. Y por nuestra parte, ya mismo encendimos el grabador, porque tempranamente advertimos que la charla había de ser substanciosa. En efecto, él cree que la condición de artista no deviene de la cultura o de la erudición de las personas, sino, de una condición nata en ellas que las hace ser creativas, tener sentido estético y también sensibilidad para aprehender el afuera y el adentro del ser humano. “Fíjese -nos decía- en tantas personas sin una versación notable y aún escasa, pero que sin embargo son capaces de dar a luz obras de exquisita sensibilidad y belleza”.

En orden con este modo de reflexionar, también nos decía que la enseñanza académica y formal no siempre procura el pulimento de un verdadero artista. “Ingresé a la academia y permanecí sólo dos meses en ella en calidad de alumno, porque creo que el arte se ejercita en los talleres con la guía de los maestros. Y así fue como abandoné mis restudios regulares para ingresar a la Escuela de Artes Gráficas, donde por entonces Lino Enea Spilimbergo dictaba cursos de taller libre, pero con la condición de que solamente ingresaran quienes no concurrieran a cursos formales u oficiales de arte”.

Formó parte del Grupo Orión, primer bastión de la pintura surrealista en Argentina.

Respecto de Leopoldo Presas escribe Rafael Squirru: “nuestra amistad se intensificó a partir de los murales de las Galerías Santa Fe, que con generosa extensión métrica, pintara en una de las paredes, mientras en la de enfrente hacía lo propio Leopoldo Torres Agûero, manteniendo ambos la misma gama de azules y verdes transparentes”. Luego agrega: “Los años sesenta fueron muy ricos en la creatividad de Presas. A esa década pertenece la serie de los Cerdos que nos dice del aspecto iracundo del gran maestro. Pocas veces en la historia de nuestro arte se han atacado los aspectos negativos de la existencia con vehemencia parecida. La denuncia recorre una amplia gama de falsos ídolos. El becerro se ha trocado en cerdo de oro. Conozco el tema por haberlo conversado con el artista lo que me condujo años después a una serie de poemas sobre La Edad del Cerdo, de parecida fuente de inspiración. Esta serie se extendió hasta mi libro siguiente Quincunce americano en que aparece este poema”:

Como Jonás
Desde la entraña,
Hágase tu voluntad,
hasta que el cerdo
Se pare en dos patas.

“Pero no es hombre Presas para quedar atrapado en una sola estética. Cumplida su vocación de justicia, volverían a asomar las magníficas pinturas celebratorias de su principal fuente inspiratoria: la mujer. El Retrato de Elsa en 1962 es un claro ejemplo de que la vena de armónica belleza jamás lo abandonó. En cada instancia Presas nos demuestra su solvencia y la hondura de su penetración lírica”.

Y el hombre al que conocimos en medio de sus obras, de sinuosa armonía las más de las veces; aquel con quien dialogamos amigablemente, con su voz siempre tenue pero cálida, nos dió muestras de su bonhomía y de su humildad, virtud y atributo escaso en nuestros tiempos.

Tardía pero deliberadamente hemos de decir que nació el artista el 21 de febrero de 1915 en Buenos Aires y que a los 17 años de edad comenzó a realizar estudios regulares de dibujo y grabado. Un año después de fundar el ya nombrado Grupo Orión, en 1940 Presas abandona la pintura para procurar su sustento. Es en ésta época que contrae matrimonio, del que nacen tres hijos y establece su vivienda en el bajo de Fores, donde ha de vivir casi tres décadas.

Quizás motivado por la realidad que lo circunda, allí alza nuevamente su pincel para pintar “la quema”, baldíos adonde se depositaban, humeantes, restos de basura aún no incinerada. En ese medio retoma su camino el artista, con un paisaje, con un Viejo, y siempre la mujer como fuente para nutrir su inspiración, Y, claro, con su alma a cuestas.

Y continúa Rafael Squirru: “Desnudos, paisajes y naturalezas muertas se disputan un lugar de preferencia que el artista procura distribuir con la máxima equidad.

“En cada instancia Presas nos muestra su solvencia y la hondura de su penetración lírica. Insensiblemente se desliza el maestro a imágenes de fuerte erotismo que nunca caen en lo obsceno o en lo pornográfico. Muy por el contrario se trata de himnos celebratorios de la pareja entonados con la misma alegría con que se despliegan estas Imágenes en los templos hindúes, que proclaman desde sus muros exteriores las fuerzas generadoras de la naturaleza, sin excluir de ese panorama a la pareja humana.

“...Si bien podría extenderme sobre la enorme riqueza de matices de la obra y su creador, prefiero terminar con el poema que le dediqué en el libro de poesías, Amor 33:

Para trasmutar tu pintura en canto
Contaré sirenas
Aunque depares destinos celestes.
Si la tragedia es menos trágica
En atemperados rojos y carmines,
El azul es más azul
Dorado el amarillo
Y campean verdes
De un imposible sueño.
Piadoso pincel
Amortiguó la estridencia del mundo
Con acuáticos reflejos,
Allí crecen habitantes sin aristas
Armoniosos,
En la suavidad de sus contornos.
A la mujer, liturgo generoso
Diste dignidad a la par del gran Piero,
Pueden manipular las tuyas vinajeras
Sin sacrilegio
Aún cuando la túnica descanse sobre el brazo.
Retratando
Has remontado el mundo de la idea
Y desde allí
Mágica vara
Fijó de cada cual lo que no muere.
Puesto a cantar tu arte, Presas,
Dejé a un lado tu humanidad
Más alta que una torre.

“Dejé a un lado tu humanidad / Más alta que una torre”, concluye su poesía Squirru. Conmovedor epílogo para un poema, injusta omisión para un artista e ingrata paga para un esteta. Porque al cabo de tanto mirar con los ojos de su alma, después de plasmar con tamaña maestría sus adentros, ocurre que nos olvidamos nada menos que del hombre, de su humanidad, de lo que tiene de sagrado.

Ingrato el arte, entonces, porque devora al artista y lo aniquila a los ojos de su igual, que es el hombre. Artista o no, poeta o artesano y quizás holgazán.

En anteriores oportunidades, también Antonio Pujía y Celia Adler dijeron a Heráclito que, una vez echada a rodar, la obra de arte buscará por sí misma su rumbo y su destino. Pero no supuse al oír aquello que tal destino pudiera volverse contra el progenitor de la obra. Sospecho que Squirru concordará con ésto.

H 63 – 10.08.2001


Ignacio Gutiérrez Zaldívar escribe sobre

Presas

Hace veinte años, veraneando en Quequén, conocí a Paco y Marta Virasoro, amigos de la familia de mi futura mujer, Marga, quienes me contagiaron su admiración y cariño por Leopoldo Presas.

Cuando en 1976 inauguramos Zurbarán, los primeros dos cuadros que cambiaron de manos fueron dos obras de Toto* de la década del 40, y que representaban sus modelos predilectos, el primero de ellos eran tres desnudos de Elsa, y el otro, el Viejo que tenía como domicilio la quema del bajo de Flores. Años después lo visité en París con intenciones de incorporarlo a nuestra Galería, que necesitaba de una figura consagrada para poder desarrollarse. Mi deseo se cumplió, y hoy Presas es el artista decano de Zurbarán, el amigo y el ejemplo para todos nosotros...

A Toto le gusta el orden y respeta las jerarquías, le molesta la sensación del desorden que genialmente nos describiera Discépolo en “Cambalache”. No le interesa ni la fama ni el éxito, le encanta la música, el ajedrez y por supuesto la pintura. Hace un culto del dibujo y el grabado, y sueña con que alguna vez los coleccionistas respetemos más la línea.

Es un hombre bondadoso, respetado y querido por todos los que lo conocemos, un hombre que no quiere homenajes, pero como ninguno, se los merece.

* Apodo con que sus íntimos nombran a Leopoldo Presas.

H 63 – 10.08.2001


Zen

Un día de viento dos monjes discutían sobre un árbol.

El primero decía: "Te digo que lo que se mueve es el árbol no el viento".

El segundo decía: "Y yo te digo que lo que se mueve es el viento no el árbol"

Un tercer monje paso por allí y dijo: "No se mueve el viento y tampoco el árbol. Son vuestras mentes las que se mueven".

Heráclito 43

Con este lúcido ejercicio de memoria periodística, publicado en el matutino Clarín de Buenos Aires el 6 de agosto de 2000, Jorge Göttling recordaba el primer holocausto nuclear.

Hiroshima

En el frontispicio del Memorial de la Paz, en los arrabales de Hiroshima, se alza una plaqueta blanca con una leyenda sin retórica: “Para que el horror no se repita”. Cada 6 de agosto, miles de japoneses recuerdan, allí, en silencio, el primer holocausto nuclear, del cual se cumplen 55 (ahora, 56) años. Algunos han perdonado, otros han apelado al olvido, que es un calmante pero no un curativo del dolor de la Historia. Cerca, arde una llama bajo la promesa de no apagarla hasta que se acaben los conflictos armados en el mundo.

Desde el Parque de la Paz, donde un museo desnuda los recuerdos patéticos de aquella bomba, se vislumbran las ruinas de lo que fue, hasta esa mañana, el Centro para Exposiciones Industriales: es uno de los edificios cuya estructura resistió, parcialmente, los efectos de la explosión. Esa particular geografía de Hiroshima está considerada el epicentro del estrago. Como que ahí cayó la “genbaku” (bomba), lanzada en paracaídas y detonada a 600 metros del suelo.

El estallido originó una bola de fuego blanco con temperaturas de más de 100.000 grados en el cielo, a la que sobrevino el hongo nuclear, seguido de una hora y media de lluvia radiactiva.

Las alarmas no sonaron y todavía hoy los japoneses se preguntan por qué. Un comunicado del ejército imperial, lacónico y hasta rutinario, no llegó hasta sus destinatarios: “Tres aviones enemigos, de gran porte, se dirigen hacia el oeste sobre el área de Saijo. Se deben tomar precauciones extremas”. Del B-29 bautizado “Enola Gay” en homenaje a la madre de su piloto Paul Tibbets, cayó el arma más mortal frabricada hasta entonces por la raza humana. Los relojes se detuvieron a las 8.16 de esa tibia mañana de verano.

En segundos, también detonó el apocalipsis: la explosión produjo inicialmente 50.000 muertos y sus secuelas duplicaron en pocos minutos esa cifra de espanto. Quienes fueron sorprendidos en un radio de 10 kilómetros cuadrados quedaron virtualmente estampados, se convirtieron en un decorado siniestro, una mancha en la pared.

Los que estaban más lejos fueron vívtimas de quemaduras múltiples, sus kimonos estamparon sus dibujos en la piel, el tatuado derivó de la furia del fogonazo infrarrojo. Hiroshima, una ciudad con prevalentes construcciones de madera, se incendió en miles de lugares. La temperatura se elevó hasta nociones de horno industrial. La onda expansiva abatió toda edificación.

La transparencia del aire en aquella mañana estival maximizó los efectos del flash infrarrojo. Por la tarde comenzó la “lluvia negra”, inodora y aceitosa, que bañó a los sobrevivientes en desechos radiactivos, en tanto polvo y hollín eran “levantados” hasta 10.000 metros por el hongo atómico. La ducha siguió cobrando víctimas durante días, semanas, meses, e hizo imposible, con una aproximación mínima, el conteo del número de bajas.

Tres días después, como si se tratara de un carbónico, otra bomba diezmó a Nagasaki
La paz lograda a este precio movilizó silencios forzosos, justificaciones necesarias y épocas que tocaron fondo. Durante años, Hiroshima fue una ciudad convulsa y caótica, rodeada de asentamientos marginales cuya miseria arrojó sobre el asfalto a un gran número de desposeídos de todo, excepto de un rencor tibio y expedito. En ese marco y en aquel lapso, el daño psicológico mostrado por los sobrevivientes se mostró con una culpa difusa, paralizante, la culpa de estar vivo cuando los demás han muerto.

El comandante Tibbets, con los años, llegó a ser general de cuatro estrellas. Fue el actor principal de una pesadilla que, al finalizar, dejó el piso de toda una generación repleto de cadáveres.

Cincuenta años después, al ser entrevistado por el aniversario redondo del ataque, no mostró culpa ni remordimiento, amparado por la férrea cultura castrense del cumplimiento de órdenes. “La bomba cumplió el objetivo que se suponía que tenía: acabar con la guerra”, sijo el piloto del Enola Gay.

Tampoco los foros internacionales explicitaron condena manifiesta. La Organización de las Naciones Unidas, cuyos éxitos más espectaculares se dieron siempre en el terreno ligüístico, consiguieron dotar al apocalipsis atómico de cierta levedad, como un producto de inexorable necesidad, intentando poner fin a este severo conflicto ético de la Historia.

H 62 – 03.08.2001


Científicos para la Paz *

Desde 1934, con el Manifiesto de Russell y Einstein por el desarme nuclear, han germinado los movimientos pacifistas fundados por científicos que se encargan de informar a los gobiernos sobre el peligro de la carrera armamentística, vigilan el cumplimiento de los tratados internacionales e incluso actúan como los diplomáticos del desarme, gracias a su acceso a las cúpulas del poder internacional.

Yechiel Becker es uno de estos científicos. Dirige la Escuela Internacional de Biología Molecular y Ciencia para la Paz abierta desde 1995 conjuntamente con la Unesco y la Universidad Hebrea de Jerusalén. Ningún sitio mejor para una academia internacional para la paz que el histórico epicentro de los conflictos en Medio Oriente. La escuela que Becker dirige tiene como objetivo formar microbiólogos equipados con un bagaje ético. "A la escuela ya ha asistido por lo menos un estudiante palestino", señala ufano.

Él piensa que una educación formal es el elemento que puede cambiar las condiciones de odio entre los hombres y redirigir a los investigadores que erraron el camino, pues "los científicos compartimos todos un lenguaje común que trasciende las fronteras de los países, y la lógica de la razón puede y debe contribuir a la paz en el mundo". Para lograrlo, el científico israelita ha publicado y difundido manifiestos (El Manifiesto de Jerusalén sobre Ciencia para la Paz de 1997); convocado congresos internacionales sobre las posibles consecuencias del mal uso de las ciencias biológicas; y participa en programas de radio (en hebreo y árabe) promocionando la transparencia en las investigaciones científicas, la movilidad de ideas y de personas y la necesidad de reintroducir la ética en el quehacer de la ciencia.

Becker indica entonces que "nunca antes en la historia, los científicos habían esgrimido tanto poder con sus conocimientos y es una pena que las armas sean el más avanzado resultado de sus investigaciones, cuando es obvio que deberían dedicarse a otras cosas". Añade que "en 1995, las infecciones como la tuberculosis, malaria o la lepra entre otras, fueron causantes del 33% de las muertes en el planeta, nos queda mucho por hacer". Argumentar a favor de la ética científica no es el único frente posible contra la guerra.

Martín Ramírez ha elegido otra estrategia. Miembro de la Sociedad Internacional de Investigación de la Agresión (ISRA), consultor no gubernamental de las Naciones Unidas y activista del prestigioso grupo Pugwash, lleva estudiando más de 25 años la agresión. Su estrategia es el análisis y la búsqueda de las raíces psicológicas y biológicas de nuestra conducta violenta. Sentado en su casa de Madrid, sonríe tranquilamente mientras explica las bases científicas que hacen posible pensar, como lo ha hecho Becker, que la educación puede ser un remedio para la guerra.

Hace más de 15 años, en una reunión de la que Martín fue anfitrión, expertos de distintas disciplinas unieron los resultados de sus investigaciones en Sevilla, España, para borrar de una vez por todas cualquier justificación determinista para hacer la guerra. "Básicamente, lo que establecimos en Sevilla fue que la paz es posible porque la guerra no es una fatalidad biológica, no estamos determinados para ella, es una invención social. Por lo tanto -subraya con un suave pero definitivo gesto de la mano- podemos inventar también la paz." Si vis pacem, para bellum. Quienes inventan la guerra llevan ventaja.

En el renglón de armas nucleares, unos 30 países han buscado obtenerlas insistentemente y se sabe que por lo menos nueve lo han logrado: Gran Bretaña, Francia, China, India, Israel, Pakistán, Rusia, Estados Unidos y Sudáfrica. En cuanto a los arsenales nucleares, su amenaza es hoy día más inmediata, aguda y atrincherada que hace cincuenta años: en 1985 había 22.000 cabezas nucleares que sumaban una capacidad explosiva de un millón de veces la bomba arrojada en Hiroshima.

La distribución era tal, que a cada pueblo del mundo con 5.500 habitantes le toca una bomba atómica. ¿Cuál es la función real de los arsenales si con sólo unas pocas bombas se podría acabar con todos nosotros? La única utilidad es que por su mera existencia, los países que pudieran representar una amenaza (Corea del Norte, Irak o Libia, por ejemplo) no se atrevan a dar un paso en falso. La tímida mejoría implicada por los tratados de desarme nuclear llamados Start I y II (Strategic Arms Limitation Talks, o Conversaciones para la Limitación de Armas Estratégicas), firmados en 1991 y 1993, respectivamente, se ven nuevamente amenazados por el perfil armamentista del presidente norteamericano George W. Bush.

En el improbable caso de que se cumplan, podremos celebrar que para el año 2003 en el mundo haya sólo un tercio del armamento que existía a mediados de los años ochenta, es decir, una bomba como la de Hiroshima para cada población de 17.000 habitantes. El apartado de las armas biológicas se inició con buenas noticias que se disolvieron pronto, como un terrón de azúcar en agua caliente. La Convención sobre Armas Biológicas se firmó en abril de 1972 por Estados Unidos, Gran Bretaña y la antigua Unión Soviética. Éste fue el primer, y durante mucho tiempo el único, tratado sobre desarme en el que una clase entera de armas de destrucción masiva era erradicada.

"Es ahí donde han intervenido los científicos en una faceta más política" recuerda el microbiólogo israelita. "Han cambiado el rumbo de los acontecimientos usando sus accesos privilegiados al poder, como ocurrió con Nixon. Biólogos destacados fueron a convencerle diciendo: '¿para qué quieres armas biológicas que pueden volverse contra tus soldados y eventualmente contra tu misma población civil?' Y además: '¿para qué quieres armas biológicas si ya tienes armas nucleares?". Sin embargo, las cosas cambiaron rápidamente.

La cantidad de países en posesión de armas biológicas aumentó de 4 en 1972 a 12 en 1995, y peor aún, muchos de los nuevos poseedores de armas biológicas eran también firmantes del aquel tratado. Según un estudio reciente, los países que actualmente tienen armas biológicas son EE UU, Rusia, India, China, Israel, Corea del Norte, Sudáfrica, Siria, Libia, Irán, Irak, Taiwan, Bielorusia y Pakistán. Pero resulta obvio que cualquier país con una capacidad básica para la biotecnología es potencialmente capaz de desarrollar estas armas. Podemos inventar la paz a pesar de los datos, Martín piensa que la paz es posible. Explica que las causas de la agresión son muchísimas, son biológicas, psicológicas, sociales, sin que haya ninguna que sea más importante.

"Prefiero explicarlo como que las causas son 100% biológicas y un 100% culturales o ambientales a la vez. Esto quiere decir que no toda la información genética tiene por qué desarrollarse, como en el caso de la agresión, uno puede educarse para crear una sociedad tolerante, solidaria y pacífica sin necesidad de desarrollar la guerra, eso está claramente expresado en el Manifiesto de Sevilla".

El Manifiesto fue lanzado en forma independiente en 1985 por científicos y adoptado por la Unesco cuatro años más tarde.

A partir de su establecimiento no hay justificaciones deterministas (al menos científicas) para la violencia o la guerra: científicamente es incorrecto decir que no se podrá suprimir nunca la guerra ya sea porque (falsamente también) es parte natural de los animales de los cuales provenimos, o porque es parte integral de nuestra naturaleza humana; es incorrecto decir que no se puede poner fin a la violencia porque los animales violentos viven mejor y se reproducen más; es falso decir que nuestro cerebro nos conduce a la violencia; y es mentira decir que la guerra es un fenómeno "instintivo", pues no existe un solo aspecto de nuestro comportamiento que no pueda ser modificado por el aprendizaje.

Es por lo anterior que una educación adecuada, como aquella que promueve Becker o la Unesco con la década de la Cultura para la Paz iniciada en el año 2000, tiene posibilidades reales de generar cambios en la actual cultura de la guerra. ¿Pero se puede evitar la guerra?, "Pues... hay quienes piensan que es parte necesaria de las cosas. Karel von Mander decía ya en 1604 que los caminos del mundo eran circulares y pasaban siempre por la guerra: la paz lleva a la subsistencia, ésta al bienestar y al orgullo, el orgullo lleva al castigo y el castigo a la guerra, la guerra a la pobreza, ésta a la humildad y la humildad lleva a la paz... -con su dedo Martín ha ido marcando puntos invisibles en el aire- pero siendo la guerra un producto cultural, resulta claramente evitable, o así lo creo yo. Por supuesto, lograr la paz no será cosa fácil, pero hay que tener en cuenta que depende de nuestra elección".

Fuente: Mestizaje, Suplemento de Solidaridad y Ecología del matutino madrileño Diario 16. Publicado en su edición del 14 de junio de 2001.

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Antropomorfismo y “hormicomorfismo”

Pierre Jaisson, La hormiga y el sociobiólogo, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 2000, pags. 13 y 14. La traducción es de J. A. Castell.

El hombre posee indiscutiblemente el monopolio de lo cultural, es decir, de esa forma de conocimiento adquirido que se acumula sin cesar, se transmite en el interior de las generaciones y pasa a las generaciones siguientes mediante un derroche de medios de comunicación. Pero sería una ilusión creer que lo mismo ocurre con lo social, como se cree tantas veces. El antropomorfismo nos es familiar; tiñe inevitablemente la mirada que dirigimos a los animales: de esa manera se atribuyen intenciones a las hormigas, se las representa arrastrando carretas, conduciendo vehículos o navegando sobre balsas, etc. En cambio, invertir la situación, imaginar algunos de nuestros comportamientos a partir del modelo de las hormigas, se nos antoja insoportable. Con todo, a menudo estamos más cerca de ello de lo que creemos... Cuando en el libro del Génesis el patriarca Isaac, ciego y confiado en su olfato, es engañado por Jacob, su hijo menor, que se pone las ropas del mayor para usurpar una bendición, la situación es muy análoga a la que se da entre las hormigas*. En efecto, es olfateando como reconoce a sus parientes en las profundidades oscuras del hormiguero. Los descubrimientos recientes sobre el papel de la olfacción en el reconocimiento interindividual en el Hombre permiten apoyar más aún la analogía, por más que nos cueste admitirla...

Las sociedades animales se fundan en comportamientos de ayuda mutua. Pero, ¿cómo explicar tales comportamientos de ayuda, y aún de sacrificio a la colectividad, que suponen que algunos animales laboran por el éxito de la sociedad a la cual pertenecen, antes que asegurar su propia supervivencia? Podría esperarse que el estudio de los insectos, relativamente menos complicados que nos vertebrados, ofreciese a la sociobiología sus más espectaculares progresos. También se han producido adelantos significativos en la comprensión de la vida social de las aves y de los mamíferos. Pese a algunos triunfos estimulantes en los últimos años, la superposición de lo cultural y lo social, así como la limitación (necesaria) de las posibilidades experimentales han limitado el saber en la sociología humana.

* “Él se acercó y le besó, y al aspirar Isaac el aroma de sus ropas, le bendijo diciendo: ‘mira, el aroma de mi hijo como el aroma de un campo, que ha bendecido Yahveh’.” Biblia de Jerusalén, Gén. 27 : 27, Porrúa, México, 1988.

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Cuatro frases que hacen crecer la nariz de Pinocho

Eduardo Galeano

1 Somos todos culpables de la ruina del planeta

La salud del mundo está hecha un asco. 'Somos todos responsables', claman las voces de la alarma universal, y la generalización absuelve: si somos todos responsables, nadie lo es. Como conejos se reproducen los nuevos tecnócratas del medio ambiente. Es la tasa de natalidad más alta del mundo: los expertos generan expertos y más expertos que se ocupan de envolver el tema en el papel celofán de la ambigüedad. Ellos fabrican el brumoso lenguaje de las exhortaciones al 'sacrificio de todos' en las declaraciones de los gobiernos y en los solemnes acuerdos internacionales que nadie cumple. Estas cataratas de palabras -inundación que amenaza convertirse en una catástrofe ecológica comparable al agujero del ozono- no se desencadenan gratuitamente. El lenguaje oficial ahoga la realidad para otorgar impunidad a la sociedad de consumo, a quienes la imponen por modelo en nombre del desarrollo y a las grandes empresas que le sacan el jugo. Pero las estadísticas confiesan. Los datos ocultos bajo el palabrerío revelan que el 20 por ciento de la humanidad comete el 80 por ciento de las agresiones contra la naturaleza, crimen que los asesinos llaman suicidio y es la humanidad entera quien paga las consecuencias de la degradación de la tierra, la intoxicación del aire, el envenenamiento del agua, el enloquecimiento del clima y la dilapidación de los recursos naturales no renovables. La señora Harlem Bruntland, quien encabeza el gobierno de Noruega, comprobó recientemente que si los 7 mil millones de pobladores del planeta consumieran lo mismo que los países desarrollados de Occidente, "harían falta 10 planetas como el nuestro para satisfacer todas sus necesidades". Una experiencia imposible. Pero los gobernantes de los países del Sur que prometen el ingreso al Primer Mundo, mágico pasaporte que nos hará a todos ricos y felices, no sólo deberían ser procesados por estafa. No sólo nos están tomando el pelo, no: además, esos gobernantes están cometiendo el delito de apología del crimen. Porque este sistema de vida que se ofrece como paraíso, fundado en la explotación del prójimo y en la aniquilación de la naturaleza, es el que nos está enfermando el cuerpo, nos está envenenando el alma y nos está dejando sin mundo.

2 Es verde lo que se pinta de verde

Ahora, los gigantes de la industria química hace su publicidad en color verde, y el Banco Mundial lava su imagen repitiendo la palabra ecología en cada página de sus informes y tiñendo de verde sus préstamos. "En las condiciones de nuestros préstamos hay normas ambientales estrictas", aclara el presidente de la suprema banquería del mundo. Somos todos ecologistas, hasta que alguna medida concreta limita la libertad de contaminación. Cuando se aprobó en el Parlamento del Uruguay una tímida ley de defensa del medio ambiente, las empresas que echan veneno al aire y pudren las aguas se sacaron súbitamente la recién comprada careta verde y gritaron su verdad en términos que podrían ser resumidos así: "los defensores de la naturaleza son abogados de la pobreza, dedicados a sabotear el desarrollo económico y a espantar la inversión extranjera". El Banco Mundial, en cambio, es el principal promotor de la riqueza, el desarrollo y la inversión extranjera. Quizás por reunir tantas virtudes, el Banco manejará, junto a la ONU, el recién creado Fondo para el Medio Ambiente Mundial. Este impuesto a la mala conciencia dispondrá de poco dinero, 100 veces menos de lo que habían pedido los ecologistas, para financiar proyectos que no destruyan la naturaleza. Intención irreprochable, conclusión inevitable: si esos proyectos requieren un fondo especial, el Banco Mundial está admitiendo, de hecho, que todos sus demás proyectos hacen un flaco favor al medio ambiente. El Banco se llama Mundial, como el Fondo Monetario se llama Internacional, pero estos hermanos gemelos viven, cobran y deciden en Washington. Quien paga, manda, y la numerosa tecnocracia jamás escupe el plato donde come. Siendo, como es, el principal acreedor del llamado Tercer Mundo, el Banco Mundial gobierna a nuestros países cautivos que por servicio de deuda pagan a sus acreedores externos 250 mil dólares por minuto, y les impone su política económica en función del dinero que concede o promete. La divinización del mercado, que compra cada vez menos y paga cada vez peor, permite atiborrar de mágicas chucherías a las grandes ciudades del sur del mundo, drogadas por la religión del consumo, mientras los campos se agotan, se pudren las aguas que los alimentan y una costra seca cubre los desiertos que antes fueron bosques.

3 Entre el capital y el trabajo, la ecología es neutral

Se podrá decir cualquier cosa de Al Capone, pero él era un caballero: el bueno de Al siempre enviaba flores a los velorios de sus víctimas... Las empresas gigantes de la industria química, petrolera y automovilística pagaron buena parte de los gastos de la Eco 92. La conferencia internacional que en Río de Janeiro se ocupó de la agonía del planeta. Y esa conferencia, llamada Cumbre de la Tierra, no condenó a las transnacionales que producen contaminación y viven de ella, y ni siquiera pronunció una palabra contra la ilimitada libertad de comercio que hace posible la venta de veneno. En el gran baile de máscaras del fin de milenio, hasta la industria química se viste de verde. La angustia ecológica perturba el sueño de los mayores laboratorios del mundo, que para ayudar a la naturaleza están inventando nuevos cultivos biotecnológicos. Pero estos desvelos científicos no se proponen encontrar plantas más resistentes a las plagas sin ayuda química, sino que buscan nuevas plantas capaces de resistir los plaguicidas y herbicidas que esos mismos laboratorios producen. De las 10 empresas productoras de semillas más grandes del mundo, seis fabrican pesticidas (Sandoz, Ciba-Geigy, Dekalb, Pfiezer, Upjohn, Shell, ICI). La industria química no tiene tendencias masoquistas. La recuperación del planeta o lo que nos quede de él implica la denuncia de la impunidad del dinero y la libertad humana. La ecología neutral, que más bien se parece a la jardinería, se hace cómplice de la injusticia de un mundo donde la comida sana, el agua limpia, el aire puro y el silencio no son derechos de todos sino privilegios de los pocos que pueden pagarlos. Chico Mendes, obrero del caucho, cayó asesinado a fines del 1988, en la Amazonía brasileña, por creer lo que creía: que la militancia ecológica no puede divorciarse de la lucha social. Chico creía que la floresta amazónica no será salvada mientras no se haga la reforma agraria en Brasil. Cinco años después del crimen, los obispos brasileños denunciaron que más de 100 trabajadores rurales mueren asesinados cada año en la lucha por la tierra, y calcularon que cuatro millones de campesinos sin trabajo van a las ciudades desde las plantaciones del interior.Adaptando las cifras de cada país, la declaración de los obispos retrata a toda América Latina. Las grandes ciudades latinoamericanas, hinchadas a reventar por la incesante invasión de exiliados del campo, son una catástrofe ecológica: una catástrofe que no se puede entender ni cambiar dentro de los límites de la ecología, sorda ante el clamor social y ciega ante el compromiso político.

4 La naturaleza está fuera de nosotros

En sus 10 mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso: "Honrarás a la naturaleza de la que formas parte". Pero no se le ocurrió. Hace cinco siglos, cuando América fue apresada por el mercado mundial, la civilización invasora confundió a la ecología con la idolatría. La comunión con la naturaleza era pecado. Y merecía castigo. Según las crónicas de la Conquista., los indios nómadas que usaban cortezas para vestirse jamás desollaban el tronco entero, para no aniquilar el árbol, y los indios sedentarios plantaban cultivos diversos y con períodos de descanso, para no cansar a la tierra. La civilización que venía a imponer los devastadores monocultivos de exportación no podía entender a las culturas integradas a la naturaleza, y las confundió con la vocación demoníaca o la ignorancia. Para la civilización que dice ser occidental y cristiana, la naturaleza era una bestia feroz que había que domar y castigar para que funcionara como una máquina, puesta a nuestro servicio desde siempre y para siempre. La naturaleza, que era eterna, nos debía esclavitud. Muy recientemente nos hemos enterado de que la naturaleza se cansa, como nosotros, sus hijos, y hemos sabido que, como nosotros, puede morir asesinada. Ya no se habla de someter a la naturaleza, ahora hasta sus verdugos dicen que hay que protegerla. Pero en uno u otro caso, naturaleza sometida y naturaleza protegida, ella está fuera de nosotros. La civilización que confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a lo grandote con la grandeza, también confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, laberinto sin centro, se dedica a romper su propio cielo.

* Fuente: http://www.muldia.com/cultura/eduardo_galeano.htm

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Un cuento sufí

Salomón y Azrael *

Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

Salomón le preguntó:

“Por qué estás en ese estado?”

Y el hombre respondió:

“Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!”.

Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:

“Por qué has echado una mirada tan inquietante a este hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.”

Azrael respondió:

“Ha interpretado mal esa mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India y me dije: ‘¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?’”

* Mawlana Yalal al-Din Rumi, 150 cuentos sufíes extraidos del Matnawi y seleccionados por Ahmed Kudsi-Erguner y Pierre Maniez, Paidós, Barcelona 1996, págs. 32 y 33. Traducción de Antonio López Ruiz.

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