Heráclito 79

Sobre el discurso inaugural pronunciado por Paul Valéry en el Congreso de Cirugía de París

Luis Mario Vivanco


El lunes 17 de octubre de 1938, en el Anfiteatro de la Facultad de Medicina de París, Paul Valéry pronunció el discurso inaugural del Congreso de Cirugía. Sin lugar a dudas, en aquel momento influyeron diversos factores para que pudiera darse eso que, aún ahora, nos resulta un dato curioso: un poeta exponiendo sus ideas ante un grupo de cirujanos, entre los cuales seguramente se encontraban algunos de los más destacados de aquella época. Miembros de dos universos diferentes en los que, si bien es cierto que cada una de las partes era una autoridad en su materia, también es indiscutible que ambos conocían muy poco uno del otro. Por tal motivo, Valéry descartó de antemano la posibilidad de hablar de su trabajo personal, dudó y admitió finalmente su ignorancia. Dijo, "Lo que el ignorante en algún campo ignora más es, necesariamente, su propia ignorancia, ya que no posee los medios para medir su extensión y sondear su profundidad".

Paul Valéry contaba entonces con 67 años de edad, de los cuales había dedicado casi cincuenta a trabajar en sus cahiers, todos los días, de las cuatro a las siete de la mañana. Un hombre riguroso y metódico hasta el extremo, un poeta impecable y un gran observador de sí mismo; pero quizá sean rasgos más distintivos de él su aguda y firme inteligencia y la manera en que la empleaba, su brillante lucidez y su tacto para utilizar en una frase, en un poema, en un ensayo o en un tratado completo, las palabras exactas tanto en cantidad como en calidad; ni una más ni una menos. Quizá por eso aquel día, expuesto a la mirada acuciosa de los cirujanos, el poeta acostumbrado a la exactitud y a la seguridad de sus actos, se mostraba un tanto abrumado. Este discurso podría en buena parte juzgarse incluso como la excepción que confirma la regla en lo escrito por Valéry. El principio está lleno de disculpas, excusas y pretextos para justificar su estancia en ese lugar y en ese momento.

Pongámonos un poco en el sitio de los cirujanos que asistieron a un congreso para reforzar y actualizar sus conocimientos profesionales. Seguramente todos ellos, al consultar su programa de actividades, descubrieron, reconocieron y apreciaron de algún modo la presencia de Paul Valéry, distinguido poeta. Algunos, quizá los menos, vieron ese hecho como algo curioso, "un sencillo atrevimiento de las autoridades", o una actividad complementaria. Los más excepcionales todavía, los cirujanos que disfrutaban, sabían y comprendían el trabajo de Valéry, debieron considerar aquella situación como un abrazo afortunado entre la medicina y la poesía. Pensemos en estos últimos y en la desilusión y el fastidio que sintieron a cinco minutos de iniciado el discurso; pues bien, justo en el momento en que éstos estuvieron a punto de empezar a distraerse y voltear a otra parte, cabecear de sueño u ocupar la mente en otras cosas (como es la costumbre que se sigue en muchos eventos por el estilo), asoma la nariz del Valéry de siempre.

Recurre a su imaginación para lanzarse a los orígenes de la cirugía. La imaginación es libre, quién podría refutarla. Explica cómo la cirugía puede ser el más refinado producto de un instinto; acaso aquel que aún permanece en nosotros y nos impulsa a rechazar un mal que afecta nuestro cuerpo. Cuestiona quién, en momentos de desesperación, no ha sentido el impulso de amputar de golpe alguno de sus miembros que experimenta dolor. Elabora entonces una imagen maravillosa en la que un hombre es todos los hombres y todos los hombres la representación de la vida misma. Dice, "Quién sabe si la primera noción de biología que el hombre pudo formularse no es la siguiente: es posible dar la muerte. Primera definición de la vida: la vida es una propiedad que puede abolirse mediante ciertos actos. Además, no se conserva normalmente sino devorándose a sí misma en forma vegetal o animal. Todo un torrente de vida está perpetuamente sumergido en un abismo de otra vida". Si bien la muerte es un acto natural que la vida practica para conservarse, el hombre ha inventado la cirugía, acto mediante el cual enfrenta a la muerte y, en algunas ocasiones, logra vencerla. Curiosa y evidentemente, la cirugía resulta en estas condiciones un acto que atenta también contra la vida, o si se prefiere, contra la naturaleza. El crimen de Caín, por ejemplo, podría parecernos muy poco humano, pero para él acaso Abel no representaba un mal intolerable, al cual pudo extirpar de su vida mediante el uso de sus propios recursos. Habría que considerar en todo caso si eso que llamamos la ley del fuerte no es otra cosa que "la ley del vivo", en la que desde luego se impone el que tiene más vida. Y, si como afirma Spinoza, "nada se da fuera del orden natural de las cosas", entonces el hombre se debe, antes que a su sensibilidad y a su inteligencia, a su instinto de vida; y los cirujanos representan -volviendo a Valéry- su ejército más fuerte y más preparado para defenderlo de las adversidades.
Más adelante, hace algunos comentarios sobre el ritual de los cirujanos y, así como Borges dijo que el espejo es un objeto monstruoso al que nos hemos acostumbrado, Valéry nos hace conscientes de un hecho tan cotidiano como extraordinario: "Alguien que volviese de los infiernos, que os viese en vuestra grave tarea, revestidos y enmascarados de blanco, con una lámpara maravillosa fija en la frente, rodeados de levitas, atentos, actuando según un ritual minucioso sobre un ser entreabierto bajo vuestras manos enguantadas, y sumergido en su sueño mágico, creería que asiste a no sé qué sacrificio de esos que se celebran entre iniciados, en los misterios de las sectas antiguas. Pero ¿no es el sacrificio del mal y de la muerte lo que celebráis en esa extraña pompa, tan sabiamente ordenada". En la actualidad, es probable esa imagen sea igualmente aterradora e inquietante para el miembro de una tribu que no ha tenido contacto alguno con "la civilización". Basta con sacar una imagen de su contexto habitual para provocar incertidumbre, risa o interés. Valéry lo hace con esta imagen y en este contexto para despertar en los cirujanos la conciencia de su origen. Pueden variar los tiempos, los lugares, las estrategias, las costumbres, los rituales y las disciplinas, pero lo humano persiste en sus formas esenciales.


Finalmente, Valéry hace algunas referencias a la combinación exacta que deben hacer los cirujanos entre la teoría y la práctica. "Toda la ciencia del mundo no produce a un cirujano. El hacer lo consagra". Y como ejecutante de una obra determinada, lo ubica como a un artista, dado que -explica- "hay más de una manera de cortar y de recoser, y cada una pertenece a cada quien". Cada hombre se caracteriza y se distingue de los demás hombres por su hacer, "y hacer es lo propio de la mano", asegura. Es a partir de este momento cuando se convierte en amo y señor de su auditorio; cuando se percibe lo que quiso, lo que quiere y lo que siempre ha querido decir. Empieza por hablar de las manos del cirujano, no sólo como expertas en cortes y en suturas, sino hábiles también en la lectura de las diferentes partes de los cuerpos que examina. Explica cómo "cirugía, manuópera, maniobra, obra de mano... se ha especializado desde el siglo XII hasta el punto de ya no designar más que el trabajo de una mano aplicada en curar..." Real o metafóricamente, una mano podría describir los pasos que han marcado la evolución del hombre. "Diré que debe existir una relación recíproca de las más importantes entre nuestro pensamiento y esta maravillosa asociación de propiedades siempre presentes que la mano nos anexa." Es ése el punto central, Valéry descubre que al hablar de la mano del hombre habla del hombre en sí, y que al hacerlo puede además colocar a sus oyentes justo en el centro. "La mano vincula a nuestros instintos, procura a nuestras necesidades, ofrece a nuestras ideas una colección de instrumentos y de medios notables. ¿Cómo encontrar una fórmula para este aparato que alternativamente bendice y golpea, recibe y da, alimenta, presta juramento, lleva el compás, lee para el ciego, habla para el mudo, se extiende hacia el amigo, se levanta contra el adversario, y puede hacer de martillo, alfabeto, tenaza... no podría calificársela de órgano de lo posible..?"

Por unos momentos la mano del cirujano ha sido la de todos los hombres, pero Valéry regresa con ellos, "La cirugía es el arte de las operaciones". Inicia la descripción de lo que para él es una operación: la transformación de un organismo. A esas alturas de la conferencia, admite abiertamente que él es un poeta y hablará como tal (aun cuando hace ya un buen rato que lo viene haciendo). Formula una última imagen. Esta vez la del terror que puede experimentar un cuerpo al ser invadido por las manos del cirujano; "imagino el asombro extremo, el estupor del organismo que violáis, cuyos tesoros palpitantes sacáis, al hacer que penetren súbitamente hasta sus profundidades más alejadas el aire, la luz, las fuerzas y el hierro, al producir en esta inconcebible sustancia viva que nos es tan ajena en sí misma, y que nos constituye..."

Sin embargo, los cirujanos triunfan las más de las veces. La ciencia y la entereza de los hombres han permitido que existan cirugías y cirujanos que tengan cada vez la exactitud de una operación matemática y el cuidado y la exclusividad de una obra de arte. No todo es belleza, desde luego. Valéry termina aclarando "...nos sentimos demasiado a menudo testigos de los últimos días de una civilización que parece que desea terminar en el mayor lujo de medios para destruir y destruirse, es benéfico volverse hacia los hombres que no conservan de los descubrimientos, de los métodos y de los progresos técnicos, sino lo que pueden aplicar al alivio y a la salvación de sus semejantes".

Fuente: http://www.francia.org.mx/debates/agosto/valery.htm
H 91 – 22.02.2002



Palabras dichas en 1952 por Jorge Luis Borges ante la tumba del escritor

Macedonio Fernández (1874-1952)


Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos, aplicados a él, recobran un sentido que no suelen tener en esta república.

Filósofo es, entre nosotros, el hombre versado en la historia de la filosofía, en la cronología de los debates y en las bifurcaciones de las escuelas; poeta es el hombre que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula, aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir, dormir, despertarse, almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas. A Macedonio, en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la filosofía no le importaron, pero si la filosofía. Fue filósofo, porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue poeta, porque sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad. Macedonio, pienso, pudo haber escrito un Quijote cuyo protagonista diera con aventuras reales más portentosas que las que le prometieron sus libros. Fue novelista, porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones metafísicas lo indujeron a negar el yo. Metafísicas o de índole emocional, porque he sospechado que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera inaccesible a la muerte.

Toda su vida, Macedonio, por amor de la vida, fue temeroso de la muerte, salvo (me dicen) en las últimas horas, en que halló su coraje y la esperó con tranquila curiosidad.

Íntimos amigos de Macedonio fueron José Ingenieros, Ignacio del Mazo, Carlos Mendiondo, Julio Molina Vedia, Arturo Múscari y mi padre, hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República Argentina me pareció un territorio insípido, que no era, ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí que ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera Tales de Mileto o Parménides, podía reemplazar infinitamente los siglos y los reinos de Europa. Yo pasaba los días leyendo a Mauthner o elaborando áridos y avaros poemas de la secta, de la equivocación ultraísta; la certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o qué ilusión es el yo, bastaba, lo recuerdo muy bien, para justificar las semanas. En el decurso de una vida ya larga, no hubo conversación que me impresionara como la de Macedonio Fernández, y he conocido a Alberto Gerchunoff y a Rafael Cansinos Assens. Se habla de la irreverencia de Macedonio. Este pensaba que la plenitud del ser esta aquí, ahora, en cada individuo, venerar lo lejano le parecía desdeñar o ignorar la divinidad inmediata; de ese recelo procedieron sus burlas contra viejas cosas ilustres.

Los historiadores de la mística judía hablan de un tipo de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la Ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la Ley. Algo de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una negligencia increíble.


Las mejores posibilidades de lo argentino -la lucidez, la modestia, la cortesía, la íntima pasión, la amistad genial- se realizaron en Macedonio Fernández, acaso con mayor plenitud que en otros contemporáneos famosos. Macedonio era criollo, con naturalidad y aun con inocencia, y precisamente por serlo, pudo bromear (como Estanislao del Campo, a quien tanto quería) sobre el gaucho y decir que éste era un entretenimiento para los caballos de las estancias.

Antes de ser escritas, las bromas y las especulaciones de Macedonio fueron orales. Yo he conocido la dicha de verlas surgir, al azar del diálogo, con una espontaneidad que acaso no guardan en la página escrita.

Definir a Macedonio Fernández parece una empresa imposible; es como definir el rojo en términos de otro color; entiendo que el epíteto genial, por lo que afirma y lo que excluye, es quizá el más preciso que puede hallarse. Macedonio perdurara en su obra y como centro de una cariñosa mitología. Una de las felicidades de mi vida es haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir.

H 91 – 22.02.2002



De cuando Mariel me pidió que le escribiera un cuento

Eduardo Dermardirossian

Hoy me telefoneó para pedirme que le escriba un cuento hoy. “Cuando nos encontremos para cenar me lo entregarás”. Sea, le dije.

A ella nunca pude negarle algo. Nunca, porque sentía que no complacerla sería justa causa de mortificación. Por eso estoy aquí, donde ahora me ves, frente al teclado, aligerando mi espíritu para escribirle algo.

Me pregunto: ¿por qué me pidió que le escribiera un cuento precisamente hoy? ¿qué particularidad tiene este día, si es que tiene alguna, para que hoy deba escribir un cuento para mi hija? Le he dado vueltas y más vueltas a la cosa, busqué aquí y allá, revisé fechas y aniversarios, suyos, míos, de todos cuantos vinieron a mi memoria. Nada, pues nada. Tomé entonces una de las calculadoras que gobiernan mi vida y hallé algo, sólo una cosa hallé. No sé cuánto importe. Hallé que hoy se cumplen 22.645 días de mi advenimiento a la vida. Hoy es mi cumpledías. Por eso Mariel me pidió que le escriba un cuento. Porque si miras bien, mañana cumpliré 22.646 días y será entonces que mi cumpledías coincidirá, precisamente, con mi cumpleaños. He aquí lo extraordinario de la ocasión y, entonces, del pedido. Nunca más tendría ella oportunidad de pedirle a su padre de 22.645 días que le escriba un cuento.

Pero aún subsiste una dificultad. ¿De dónde sacaría yo un cuento? Dime, lector, ¿de dónde? ¿Acaso son inagotables los cuentos?, las invenciones y las ensoñaciones ¿no tienen un límite?; aún más, ¿no dije cierta vez que yo había asesinado a mis musas? Mira: volar, ya he volado mucho; viajar a otros mundos, he ido y regresado mil veces; cantar y decir poesías, lo hice también y vi que mi lira no estaba afinada; del cielo y del infierno conozco todos sus sitios, todos sus escondrijos, y a las profundidades del mar y al abismo del espacio jamás me he atrevido. ¿De dónde obtengo ahora un cuento para Mariel?

¡Oh, no..!, hoy no podré escribir un cuento. No podré hacerlo hoy ni aun para Mariel. Pero otra cosa haré que quizá le plazca. Creo que ella no sabe el por qué de su nombre... Le preguntaré, entonces, si sabe por qué se llama Mariel, y cuando me responda que no, que no lo sabe, le diré que es porque tiene los ojos del color de la miel.

(Tú ignoras, lector, lo que yo sé, e ignoras también lo que sabe Mariel; por eso no puedes sospechar el tamaño de su alegría cuando me oiga decir la respuesta.)

Buenos Aires, diciembre 15 de 2001

H 91 – 22.02.2002



Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, Planeta-De Agostini, Barcelona 1985, fragmento del apéndice del doctor Otto Rank, págs. 512 a 514. Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres.

El sueño y la poesía

"Aquello que, ignorado o desatinado por los hombres, vaga durante la noche a través del laberinto de nuestro pecho." Goethe

Desde muy antiguo han advertido los hombres que sus productos oníricos nocturnos delataban ciertas analogías con las creaciones de la poesía, y muchos poetas y pensadores han dedicado preferente atención al examen de las relaciones de forma, contenido y efecto, fácilmente visibles entre los dos fenómenos comparados. Los datos e hipótesis productos de esta labor, aunque no han llegado a concretarse en un conocimiento, caracterizan tan precisamente la esencia de dichos dos fenómenos, que la investigación propiamente científica no pierde nada con hacerse cargo de ellos. Ante todo, interesará al investigador de los sueños comprobar la estimación y comprensión que el enigma onírico ha hallado en los psicólogos intuitivos, la forma en que los poetas han sabido utilizar en sus obras su conocimiento de la vida onírica, y, por último, qué conexiones resultan quizá visibles entre las singulares facultades del alma “durmiente” y el alma “inspirada”.

El investigador psicoanalítico verá en primer lugar, con agrado, que los juicios intuitivos de los hombres de genio han atribuido siempre al sueño una significación, hipótesis que si bien es opuesta a las opiniones de la ciencia oficial y de la mayoría intelectual, puede aducir en su apoyo un antiquísimo prejuicio popular, finalmente sancionado por la psicología. En muy diversos textos hallamos expresada la convicción de que la vida onírica encierra la clave del conocimiento del alma humana, o sea del hombre en general. Así, en el Diario de Hebbel (6 agosto 1838): “El alma humana es una maravillosa esencia, y el sueño constituye el punto central de todos sus secretos.” Y el poeta Jean Paul, que dedicó a sus sueños especial atención y cuidadoso estudio, escribe: “Realmente, algunos cerebros nos instruirían más con sus sueños que con sus ideas, y algunos poetas nos regocijarían más con sus sueños verdaderos que con los que imaginan, del mismo modo que la inteligencia más árida llega a dar quince y raya en materia de profecías a todos los sabios del mundo en cuanto es encerrada en un manicomio.” Luego, en otro lugar, completa este pensamiento, añadiendo: “Me admira sobre todo, cómo no es utilizado el sueño para estudiar en él el proceso de representación involuntario de los niños, de los animales, de los locos, y hasta de los poetas, de los músicos y de las mujeres..”

De un modo análogo estima F. Kuernberger el sueño: “Realmente, si los hombres estuvieran más atentos a observar e interpretar los sutiles signos de la Naturaleza, habría de atraer su atención a esta vida onírica y hallarían que la Naturaleza les murmura en ella la primera sílaba del gran enigma, de cuya solución están sedientos.”

Lichtenberg, el espiritual filósofo, al que debemos finas observaciones sobre este tema, escribió una vez: “Recomiendo nuevamente el examen de los sueños. Tanto en el sueño como en la vigilia, vivimos y sentimos, y ambos estados forman igualmente parte de nuestra existencia. Una de las prerrogativas del hombre es el soñar y el saber que sueña. Pero aún no se ha aprovechado acertadamente de ella. El sueño es una vida que unida a la nuestra constituye aquello que denominamos existencia humana. Los sueños penetran en la vigilia y no puede decirse dónde acaban y empieza ésta.”

Nietzsche, al que también en este sector hemos de reconocer como precursor directo del psicoanálisis, descubre análogas relaciones del sueño con la vida despierta: “Aquello que vivimos en sueños, siempre que lo vivamos con frecuencia, pertenece, al fin y al cabo, a la totalidad de nuestra alma, como cualquier otra cosa realmente vivida: por ello somos más ricos o más pobres, tenemos una necesidad más o menos, y en pleno día, incluso en los más serenos instantes de nuestro espíritu despierto, somos llevados un poco de la mano por los hábitos de nuestros sueños.”

Los siguientes párrafos de Aurora muestran que Nietzsche no retrocedía ante las consecuencias de su juicio sobre los sueños: “¡De todo queréis ser responsables! ¡Sólo de vuestros sueños, no! ¡Qué miserable debilidad y qué falta de lógica! ¡Nada es más propiamente vuestro que vuestros sueños! ¡Nada hay que más sea vuestra obra! ¡Todo lo sois en tales comedias: materia, forma, duración, actores y espectadores! Pero es aquí donde os espantáis y avergonzáis de vosotros mismos. Ya Edipo, el sabio Edipo, supo consolarse con la idea de que no somos responsables de nuestros sueños. De esto deduzco que la mayoría de los hombres tiene que reprocharse sueños execrables. Si así no fuera, ¡cómo se hubiera explotado su poesía nocturna a favor del orgullo del hombre!”

Análogamente valora Tolstoi el sueño: “Despierto puedo engañarme sobre mí mismo; en cambio, el sueño me proporciona una justa medida del grado de perfección moral que he conseguido alcanzar.”

Lichtenberg opina: “Si relatáramos sinceramente nuestros sueños, revelarían éstos nuestro carácter más claramente que nuestra fisonomía.”

En el mismo sentido se ha expresado hace poco Gerhart Hauptmann: “Haber investigado todos los grados y clases del sueño significaría conocer el alma humana mucho más profundamente que ningún psicólogo actual” (Inmanuel Quint).

H 91 – 22.02.2002



El gigante norteamericano será el centro de gravedad del mundo hispánico en unas décadas. Aumenta la población hispanohablante, su acceso a la educación y su sentimiento de constituir una sola comunidad.

Seis tesis sobre el español en Estados Unidos

Eduardo Lago

La publicación de la Enciclopedia del español en Estados Unidos, proyecto conjunto del Instituto Cervantes y la editorial Santillana, ha despertado asombro por lo apabullante de las cifras que dan cuenta de la fuerza de nuestro idioma en aquel país, aunque no han faltado quienes se han mostrado escépticos a la hora de valorar lo que realmente puedan significar los datos aportados. Más de uno ha señalado que la Enciclopedia peca de triunfalismo; que por depender directamente de la inmigración, el español hablado en Norteamérica es una lengua carente de prestigio cultural; que la fuerza del español en Estados Unidos es efímera, siendo una lengua condenada a desaparecer no bien los hijos de los recién llegados se escolaricen y abracen el idioma y la cultura dominantes. Para quienes ven las cosas de este modo las manifestaciones culturales que tienen como vehículo de expresión el español (periódicos, emisoras de radio y televisión) se caracterizan por moverse dentro de unos parámetros de calidad ínfimos. En las líneas que siguen esbozaré de manera sucinta seis tesis cuya formulación tiene por fin contextualizar la situación que vive hoy el español en Estados Unidos.

1. Lengua materna a la vez que extranjera. Como pone de relieve la topografía, con nombres tan resonantemente hispánicos como Florida, San Francisco, Los Ángeles, Colorado o Nevada, en Estados Unidos el español no ha sido nunca una lengua extranjera. Tras la cesión de más de la mitad del territorio mexicano cuando tuvo lugar la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, un número ingente de hispanohablantes pasaron a ser estadounidenses de la noche a la mañana. El siglo y medio largo transcurrido desde entonces ha estado marcado por una sucesión de flujos migratorios que han reforzado de manera ininterrumpida la condición de lengua materna que tiene en aquel país el español. Esta circunstancia es la razón directa de la imperiosa necesidad que tienen los norteamericanos de estudiar nuestro idioma. Con gran diferencia sobre todas las demás, el español es la lengua extranjera con mayor demanda. Por otra parte, la fuerza de la inmigración hispana es la causante de un hecho que no se da en ningún otro país del mundo. En Estados Unidos el español goza de un estatus doble: es, a la vez que un idioma materno, una lengua extranjera. Esta insólita circunstancia es uno de los rasgos que singularizan a Estados Unidos como país hispanohablante. Hay otros, como se verá.

2. País bilingüe y bicultural. En torno al año 2050, los hispanos constituirán la cuarta parte de la población estadounidense, lo cual equivale a decir que, en la proporción que refleja este dato, el país está destinado a convertirse en una sociedad bilingüe y bicultural. Esta tendencia viene subrayada por un giro que ha empezado a experimentar recientemente la inmigración hispanohablante, que de estar circunscrita a enclaves perfectamente localizados, en su mayoría urbanos, ha pasado a repartirse por la totalidad del territorio nacional, incluidas amplias áreas rurales. En una zona tan remota como el Estado de Washington, en la costa del Pacífico, al extremo noroccidental de la frontera con Canadá, la población hispana, no hace mucho inexistente, ronda ya el 10%. Esta dispersión demográfica conlleva una expansión sin precedentes del español y de las culturas de que es vehículo, fenómeno que está transformando de manera dramática el mapa estadounidense, confiriéndole un rostro cada vez más latino.

3. La segunda 'latinitas'. En mi opinión, en Estados Unidos se está fraguando hoy una latinitas de signo opuesto a la primera, cuando el latín se disgregó dando lugar al nacimiento de las diversas lenguas romance. Al converger en territorio estadounidense, las distintas identidades latinoamericanas tienden a acortar distancias entre sí, produciéndose un tropismo de signo transnacional que hace que, trascendiendo su origen y sin renunciar a él, mexicanos, puertorriqueños, dominicanos, salvadoreños, colombianos y otros, se sientan hispanos de los Estados Unidos o, si se quiere ser políticamente correcto, latinos (vocablo despojado de connotaciones colonialistas). El término ha pasado a ser la seña de identidad de una latinidad que aglutina en sí a un gran número de comunidades. Este fenómeno de aglutinamiento cultural tiene su correlato en el plano lingüístico, como se verá.

4. Desplazamientos del centro de gravedad. La lengua española adquirió la plenitud de su ser cuando se trasladó al otro lado del Atlántico y se hizo americana. Tras el nacimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, el español se convirtió en la lengua común de una veintena de países. Con el advenimiento del modernismo, al desplazamiento del centro de gravedad lingüístico se sumó el literario, con Rubén Darío desempeñando el papel de piloto del idioma. El fenómeno alcanzó el clímax en los años sesenta del siglo pasado, con el surgimiento de la extraordinaria generación de narradores conocida como el boom latinoamericano. Según las estadísticas, en algún momento del siglo XXI, Estados Unidos será el país con mayor número de hispanohablantes. En mi opinión, ello comportará el desplazamiento del centro de gravedad hacia Norteamérica, no sólo de la lengua, sino también de una cultura de signo pan-hispánico. El fenómeno de hecho ha comenzado y con el tiempo Estados Unidos no hará sino afianzarse como un potente productor de cultura latina, con la singularidad de que lo hará en inglés y en español.

5. El español como territorio de afirmación y resistencia. El fenómeno más revelador en torno a la relación que mantienen entre sí las culturas hispánica y anglosajona en Estados Unidos es el cambio de actitud por parte de los latinos hacia la lengua y la cultura dominantes, algo cada vez más patente. Antes había urgencia por asimilarse, lo cual implicaba dejar atrás, junto a la cultura, la lengua de que ésta era vehículo. Hoy día, aunque a nadie se le pasa por la cabeza el despropósito que supondría dejar de lado el inglés, se observa entre los latinos, sobre todo en los que tienen acceso a la educación superior, un claro orgullo por la cultura originaria, y un afán por preservar el uso del español, que se desea mantener vivo, especialmente en las siguientes generaciones. De manera inequívoca, el español se ha convertido en un territorio de afirmación y resistencia que busca preservar la vinculación con la cultura latinoamericana.

6. Cristalización de una nueva lengua: el español de Estados Unidos. En último lugar postulo que de manera semejante a como se está forjando una identidad latina, resultante de un proceso de aglutinación cultural, en Estados Unidos se está forjando una nueva variedad lingüística, resultante del amalgamamiento de las distintas hablas nacionales que se dan cita en aquel país. El proceso será largo y nosotros no veremos su cristalización, pero la necesidad de dar con una modalidad de español con la que se sientan cómodos todos los hispanohablantes es ya patente. Un buen ejemplo son las emisiones de CNN en español, en las que se recurre a un habla despojada de marcas de identidad regionales. Otro tanto ocurre con el lenguaje de la prensa escrita o en el de las traducciones literarias al español publicadas por las editoriales estadounidenses.

Y a modo de conclusión, aunque es cierto que la batalla de la calidad está aún lejos de ganarse, son muchos los síntomas que permiten constatar que nos encontramos en un proceso en el que el español está adquiriendo cada vez más prestigio cultural. La población hispanohablante no hace sino aumentar y los miembros de las comunidades latinas tienen cada vez más acceso a la educación y menos prisa por desprenderse de las señas de identidad cultural de los países que dejan atrás. Nos encontramos en los umbrales de un proceso histórico que en el plazo de unas décadas convertirá a Estados Unidos en el centro de gravedad del mundo hispánico. Como parte de ese proceso, el español, un español con un nuevo rostro, está llamado a desempeñar un papel crucial.

Fuente: www.elpais.com 28 de nov 2008.



Correo electrónico del soñador y su terapeuta (segundo desatino)

Diciembre 16 de 2001


Mi sueño del 14 al 15 no fue más que un estorbo. Tengo rastros miserables de él, jirones de mí. Son sueños de cama pequeña, de cama de guardia pequeña en el ámbito de la sinrazón.

Fue así: me bañaba sumergida en espuma y al ver la planta de mi pie izquierdo vislumbré una erosión que no dolía, parecía antigua, redonda, profunda, con sus bordes que luchaban por curar. Por haber visto tantas heridas, comprendí que ese afán era innecesario porque los tejidos estaban vivos, rosados, irrigados, no sentí lastimadura alguna. Y tomé la peor de las decisiones: lo rellené con miga de pan hasta esculpir así mi falso dedo. Me quedé tranquila y... fin, no hubo más sueño.


Sin poder interpretar yo misma nada, mi sueño me arrastra a la reflexión: ¿no estaré haciendo lo mismo con las cosas de mi vida, esculpiendo con materiales efímeros e impropios partes de mí que ni siquiera duelen? No es mala idea que juguemos a ejercitar nuestra capacidad no psicoanalítica, para dar a nuestros sueños algún sentido mundano, como aprendices de pitonisas; darles algún valor agregado más allá de la función que sabemos cumplen. Te invito a jugar contándonos los sueños, el espejo mejorará su calidad y nos veremos mejor; vale pelear, defender, abogar por el sentido dado, discutirlo incluso y usar el azar y la arbitrariedad también. Mañana te contaré lo que soñé anoche.

¿Nos encontraremos en nuestros sueños?

Tu terapeuta


Diciembre 17 de 2001


Poblado de reflexiones, sugestiones e ironías, así es tu mensaje de ayer. Si me propongo abordar todos los asuntos tengo que gastar una jornada en la respuesta, corriendo el riesgo de extraviar la línea que separa mis dos sentaderas. Sólo de algunas cosas voy a ocuparme ahora, de las restantes hablaremos de cuerpo presente.

Está bien, juguemos a contarnos mutuamente nuestros sueños. Está bien. Pero quiero confesarte que a ese juego le tengo un poco de miedo. Juguemos sin embargo. Es claro que no me siento tentado a hacer interpretaciones (Mr. Freud y tú se enfadarían conmigo, me mandarían primero al CBC, luego a cursar la carrera de medicina, más tarde a completar una residencia en psiquiatría y a ejercitarme por algunos años para no pifiarle a las muchas boludeces que solemos soñar los hombres y mujeres, y, por fin, me reprobarían por inepto para ese menester). Tampoco voy a cometer la memez de creer que los sueños son preanunciativos. Quizá lo más atinado sea jugar con ellos, tal como lo quisiste, con un dejo de sentido estético y algo de humor si me es dado ese talento.

Tu sueño me resulta curioso, quizá porque no recuerdo haber soñado yo con mis propios pies (parte de mi cuerpo que incomprensiblemente deploro). Los pies son, según he leído u oído alguna vez, porciones deformadas de nuestra anatomía, partes que fueron manos y que malogramos a fuer de erguirnos sobre ellas. Los pies son aquella parte del cuerpo que detesto porque siempre quieren estar pisando la mísera tierra, quieren resignarse a la triste realidad. Son lo menos noble que tenemos, por lo que son besados y honrados solamente por aquellos que por su rango no merecen besar el rostro o las manos de sus señores. Entonces ¿por qué habías de restaurar tal adefesio, aun cuando fuera con miga de pan? ¿o es otro tu concepto y tu ponderación de los pies? La reflexión que intentas en el sentido de que tu pié izquierdo simboliza tu propia vida y que haces con él lo que tal vez estés haciendo con tu existencia, me parece, cuando menos, un disparate. Y no me disculpo nada: ¡dije un disparate! Porque es un acto de interpretación velada ¿verdad? Pareciera que con tu ojo quieres mirar tu ojo; y si para ese fin creíste que yo podía ser el espejo, te equivocaste fiero. Así que vamos, mujer, juguemos si es que quieres jugar, con espejitos también, pero a soñar otras cosas, que éstas le enredarían las entenderas al mismísimo Sigmund Freud.

Tu paciente

H 91 – 22.02.2002



Los versos de Hermann Hesse

Esbozo


Frío crepita el viento otoñal entre los secos juncos
agrisados por la tarde;
aleteando, las cornejas vuelan del sauce a tierra adentro.
Solo, un anciano se detiene un instante en la orilla,
siente el viento en sus cabellos, la noche y la nieve
inminente; eleva su mirada de los bordes de sombra hasta la
luz, allí donde, entre mar y nube, cálida sonreía aún,
iluminada, la cinta de una orilla lejana:
áureo más allá, dichoso como el sueño y la poesía.
Firmemente retiene en sus ojos la fulgurante imagen,
piensa en la patria, recuerda sus buenas épocas,
ve empalidecer el oro, lo ve extinguirse,
se vuelve y, lentamente, se dirige
del sauce a tierra adentro.

Reflexión

Divino es y eterno el Espíritu.
Hacia Él, cuya imagen e instrumento somos,
conduce nuestro camino, y es nuestro entrañable anhelo
llegar a ser como Él, fulgurar con su luz.
Mas del barro y mortales nacimos
e inerte pesa en nosotros, criaturas, la gravedad.

Aunque amor y cuidados maternales nos brinde Natura,
y la tierra nos nutra y sea cuna y tumba,
la paz no nos otorga;
paternal y próvida, deshace
la chispa del Espíritu inmortal
de Natura el amoroso encanto:
hace hombre al niño, diluye la inocencia
y nos despierta a la lucha y la conciencia.

Así, entre padre y madre,
así, entre cuerpo y espíritu,
vacila el hijo más frágil de la Creación:
el hombre de alma temerosa, pero capaz de los más
sublime: un amor más fiel y esperanzado.

Arduo es su camino, la muerte y el pecado lo alimentan,
se extravía con frecuencia en las tinieblas
y más le valdría a veces no haber sido creado.
Eternamente fulge, sin embargo,
sobre él su misión y su destino: la Luz, el Espíritu.
Y sentimos que es a él, desamparado,
a quien ama el Eterno especialmente.
Por ello no es posible amar,
erráticos hermanos, aun en la discordia.

Y ni condenas ni odios,
sino amor resignado
y amorosa paciencia
nos acercan a la meta sagrada.

H 91 – 22.02.2002

Heráclito 78

Nuestros lectores, nuestros colaboradores

Las columnas de Heráclito también se nutren con el aporte de los lectores, que suman sus reflexiones y sus versos a los de nuestros columnistas habituales y a las transcripciones que hacemos de autores que ornaron las letras en diferentes tiempos y latitudes.

En ocasiones ocurre que omitimos publicar las colaboraciones que buenamente nos envían los lectores. Ello merece una explicación que nos apresuramos a dar desde este lugar.

Razones de sintaxis, de valor literario o del interés particular de algunos de los textos que nos son enviados nos aconsejan obrar de este modo, que no es descalificatorio en absoluto. En estos últimos casos se trata de resguardar la independencia con que nos hemos propuesto obrar, procurando no suscribir a partidismos filosóficos ni políticos.

Pero digamos también que en todas las circunstancias respondemos a quienes tienen a bien enviarnos sus trabajos, expresándoles los motivos por los que tomamos una u otra decisión. Ellos entienden nuestras razones y buenamente siguen siendo nuestros lectores, entusiastas a veces. Saben que las columnas de este medio siguen abiertas para recibir sus aportes y que no discriminamos a la hora de publicar opiniones. Porque mantener cierta prescindencia ideológica no nos impide ser abarcativos y mirar en todas las direcciones.

A todos ellos, gracias.

La dirección

H 90 – 15.02.2002



Los niños también nos leen

Caperucita Amarilla

Eduardo Dermardirossian, Cuentos de Caperucita para Mariel, de próxima edición.

Nació en una modesta casita de paredes de adobe con techo de paja y fue su primera cuna un canasto, de los llamados moisés, que antes de ella otros niños habían ocupado. Su padre, leñador, hachaba los troncos durante el día entero para procurar el sustento de su familia. Su madre realizaba las tareas hogareñas, atendía el huerto que había al lado de la casa y se ocupaba de ordeñar las pocas cabras que tenían consigo. Esforzados y laboriosos, sin tregua en los quehaceres diarios, sí, pero felices de amarse y de tener por hija a Caperucita, los padres y la niña se reunían cada noche frente al fuego que ardía en el hogar y contaban historias. Aquí relataré una de ellas. Que no le ocurrió a esta Caperucita, sino a otra. Porque ha de saberse que son varias las niñas que así se llaman por usar capucha. La historia que relataré le ocurrió a otra niña que, al igual que ésta, usaba capucha amarilla. “Me contarás mi historia, papá”, se apresuró la niña. Y el padre: “En la vida, hijita, hay un gran espejo que como todos los espejos refleja lo que ocurre frente a él. Y bien, ignoro yo de qué lado del espejo ocurrió lo que ahora voy a relatarte, pero es preciso que si después de oírlo tú llegas a saberlo, guardes silencio a su respecto y ese será tu secreto que no revelarás a nadie”. Y a ti, lector, niño o adulto, te hago parecida advertencia: cuanto relate de ahora en más será para ti y a nadie lo contarás. Ni siquiera a mí mismo, porque al fin de la historia yo la habré olvidado.

Es asunto serio el del espejo. Y misterioso también. Frente a él ocurren las cosas y en él se reproducen fielmente, tal que no sabes en verdad cuál territorio es el de la realidad y cuál está duplicado. No hay modo de averiguarlo. Es más: los pensamientos, los sentimientos, las emociones y tantas otras cosas por el estilo, no se sabe de qué lado ocurren. Ignoro si importa saber esto pero es verdad que Caperucita Amarilla sentía una enorme curiosidad. Tanta, que con sus abundantes inquisiciones sobre el asunto le impedía al padre continuar con el relato. “Mira hija, ese es un misterio que no podrás esclarecer en las conversaciones, porque siendo uno de los grandes secretos de la vida es inconveniente que si algo descubres se cuentes a otros. Dios así lo ha querido. De modo que sola develarás ese misterio si es que esa gracia te ha sido concedida”. Pero la pequeña no podía dejar de preguntarse acerca del asunto y cuanto más hurgaba en su entendimiento tanto más le inquietaba el misterio. “¿Cuál seré yo en el relato que oiré de mi padre? ¿La Caperucita de cuál lado del espejo será la relatada? Una de ellas seré yo, la real, y la otra solamente un reflejo, y no podré discernir una de otra porque ambas somos iguales, las dos usamos capucha amarilla y mi propio padre ignora la verdad”. No salía la niña de sus cavilaciones cuando su padre inició el relato.

Caperucita Amarilla gustaba llevar a pastar sus cabras. Y mientras comían, ella contaba el número de aves que atravesaban el cielo en dirección al norte. Eran tantas, pero tantas aves que la pequeña solía perder su cuenta al cabo del día y regresaba a casa sin poder informar a su mamá al respecto. Sabía la mamá a qué era debida esa dificultad: Caperucita aún no sabía contar más allá de un número dado, diez, o quizá cien. Pero qué podía reprochársele a la niña que apenas excedía los dos años y medio de edad... Ya aprendería ella a contar sin límites. Y cuando transcurrió un año más aprendió a contar hasta mil, que era más que las aves que volaban diariamente de sur a norte. Entonces sí, cada día decía el número de pájaros que habían surcado el cielo en esa dirección.

Todo esto –ya lo sabemos- era relatado por su padre a Caperucita, que escuchaba con particular atención. Porque dudaba la niña si la que contaba las aves del cielo era la Caperucita real o la del espejo que en medio de la vida duplica todo lo que acontece. Aguardaba una señal, un dato, un fallo en el relato para establecer la verdad. “Porque –se decía- ha de saberse quién es quién en cada momento. ¿Cómo puedo dudar si yo soy la que ahora escucha lo narrado o si soy, siendo lo narrado, la espejada? ¡Qué lío! ¿Por qué a mi padre se le habrá ocurrido contarme esta historia precisamente? ¿Porqué así, papá?”.

Y un día -continuó el padre- ocurrió que el prado donde la niña pastaba sus cabras estaba enteramente cubierto de niebla, tal que si extendías la mano apenas podías verla. “Detente, detente ahí, papá, y por un momento no sigas con el cuento. Detente porque siendo que la niebla lo cubría todo, el espejo que está en medio de la vida no podrá reflejar a la verdadera Caperucita. Ahora mismo viajaré hasta el cuento y podré saber la verdad. Pero tú, papito, no sigas relatando la historia porque si avanzas en ella luego no sabré cómo regresar contigo. Detén la historia hasta que vuelva. Adiós...” Y desapareció la niña.

En medio de la pradera, rodeada de blanca y apretada niebla, se encontró Caperucita con su capucha amarilla rodeada de unas pocas cabras. Miró aquí y allá. Tanteó en la blancura del aire y no vio a nadie. “A quien buscas –se dijo- eres tú misma, Caperucita Amarilla, la del cuento, la del espejo y también la que escucha el relato”. Y encontrose con que el sol aún débil de la mañana despejaba la niebla y poco a poco se hacían visibles las cabras y los árboles, el prado y las montañas. Miró con sus ojos y también con todo su corazón y creyó que todo cuanto veía era el reflejo de un gran espejo. Eso vio Caperucita. Que un gran espejo le mostraba cómo era su derredor. Recordando lo dicho por su padre miró y miró, buscó y buscó dentro del espejo en procura de hallar su imagen. Y no la encontró. Presa ya de cierto desencanto caminó la pequeña con sus brazos extendidos hacia delante para tocar el espejo. Y cuando hubo andado un breve trecho vio a su mamá y a su papá y sus cosas que había dejado y se sentó junto a ellos. Papá continuó el relato a partir del punto mismo en que se había detenido, pero lo que le fue dicho a la niña ya no recuerdo, lector.

Si tú quieres, cuando la hallemos en otro cuento, le preguntaremos a Caperucita el final.


¿Cómo puedo dudar si soy yo la que escucha lo narrado o si soy, siendo lo narrado, la del espejo o la espejada? Sólo una niña o el sabio Platón pueden inquirir de este modo acerca del ahora y del yo. Porque quienes por no ser sabios hemos abolido la duda, quienes en busca de certezas para suplir nuestra ignorancia hemos edificado códigos y diccionarios, tenemos por virtud lo que no es tal. Fue la conciencia de su ignorancia lo que arrojó a la niña en busca de la verdad. Y a su regreso fue buena, más aún de lo que había sido hasta entonces, que en eso hay virtud y no en la presuntuosidad del que cree que sabe. Mas es preciso decir que, aún cuando virtuosa, en su viaje osado no halló la niña la verdad, no pudo tocar el espejo. No sabía Caperucita que antes que ella ya Sócrates sabía que no sabía. Y en premio a su osadía un mendrugo, sólo un mendrugo le había sido dado en el banquete de la verdad: “a quien buscas es a tí misma, Caperucita Amarilla, a la del cuento, a la del espejo y también a la que escucha el relato”.

H 90 – 15.02.2002



Edgar Allan Poe

Jorge Luis Borges *

Detrás de Poe, (como detrás de Swift, de Carlyle, de Almafuerte) hay una neurosis. Interpretar su obra en función de esa anomalía puede ser abusivo o legítimo. Es abusivo cuando se alega la neurosis para invalidar o negar la obra; es legítimo cuando se busca en la neurosis un medio para entender su génesis. Arthur Schopenhauer ha escrito que no hay circunstancia de nuestra vida que no sea voluntaria; en la neurosis, como en otras desdichas, podemos ver un artificio del individuo para lograr un fin. La neurosis de Poe le habría servido para renovar el cuento fantástico, para multiplicar las formas literarias del horror. También cabría decir que Poe sacrificó la vida a la obra, el destino mortal al destino póstumo.

Nuestro siglo es más desventurado que el XIX; a ese triste privilegio se debe que los infiernos elaborados ulteriormente (por Henry James, por Kafka) sean más complejos y más íntimos que el de Poe. La muerte y la locura fueron los símbolos de que éste se valió para comunicar su horror de la vida; en sus libros tuvo que simular que vivir es hermoso y que lo atroz es la destrucción de la vida, por obra de la muerte y de la locura. Tales símbolos atenúan su sentimiento; para el pobre Poe el mero hecho de existir era atroz. Acusado de imitar la literatura alemana, pudo responder con verdad: El terror no es de Alemania, es del alma.

Harto más firme y duradera que las poesías de Poe es la figura de Poe como poeta, legada a la imaginación de los hombres. (Lo mismo ocurre con Lord Byron, tal vez con Goethe). Algún verso inmemorable -Was it not Fate, that, on this July midnight - honra y acaso justifica sus páginas, lo demás es mera trivialidad, sensiblería, mal gusto, débiles remedos de Thomas Moore.

Aldous Huxley se ha distraído vertiendo al singular dialecto de Poe alguna estrofa sentenciosa de Milton; el resultado es lamentable, sin bien cabría objetar que un párrafo de El escarabajo de oro o de Berenice, traducido a la inextricable prosa del Tetrachordon, lo sería aún más. Nuestra imagen de Poe, la de un artífice que premedita y ejecuta su obra con lenta lucidez, al margen del favor popular, procede menos de las piezas de Poe que de la doctrina que enuncia en el ensayo The philosophy of composition. De esa doctrina, no de Dreamland o de Israfel, se derivan Mallarmé y Paul Valéry.

Poe se creía poeta, sólo poeta, pero las circunstancias lo llevaron a escribir cuentos, y esos cuentos a cuya escritura se resignó y que debió encarar como tareas ocasionales, son su inmortalidad. En algunos (La verdad sobre el caso del señor Valdemar, Un descenso al Maelström) brilla la invención circunstancial; otros (Ligeia, La máscara de la Muerte Roja, Eleonora) prescinden de ella con soberbia y con inexplicable eficacia. De otros (Los crímenes de la Rue Morgue, La carta robada) procede el caudaloso género policial que hoy fatiga las prensas y que no morirá del todo, porque también lo ilustran Wilkie Collins y Stevenson y Chesterton. Detrás de todos, animándolos, dándoles fantástica vida, están la angustia y el terror de Edgar Allan Poe.

Espejo de las arduas escuelas que ejercen el arte solitario y que no quieren ser voz de los muchos, padre de Baudelaire, que engendró a Mallarmé, que engendró a Valery, Poe indisolublemente pertenece a la historia de las letras occidentales, que no se comprende sin él. También, y esto es más importante y más íntimo, pertenece a lo intemporal y a lo eterno, por algún verso y por muchas páginas incomparables. De éstas yo destacaría las últimas del Relato de Arthur Gordon Pym de Nantucket, que es una sistemática pesadilla cuyo tema secreto es el color blanco.

Shakespeare ha escrito que son dulces los empleos de la adversidad; sin la neurosis, el alcohol, la pobreza, la soledad irreparable, no existiría la obra de Poe. Esto creó un mundo imaginario para eludir un mundo real; el mundo que soñó perdurará, el otro es casi un sueño.

Inaugurada por Baudelaire, y no desdeñada por Shaw, hay la costumbre pérfida de admirar a Poe contra los Estados Unidos, de juzgar al poeta como un ángel extraviado, para su mal, en ese frío y ávido infierno. La verdad es que Poe hubiera padecido en cualquier país. Nadie, por lo demás, admira a Baudelaire contra Francia o a Coleridge contra Inglaterra.

Fuente: diario La Nación (Buenos Aires), 2.10.49
H 90 – 15.02.2002



Correo electrónico del soñador y su terapeuta (primer desatino)
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Diciembre 15 de 2001

Durante la noche que me transportaba del 14 al 15 de diciembre tuve este sueño, que me apresuré a escribir para no extraviarlo en el basurero de la amnesia. Ahora te lo envío, terapeuta amiga, no con fines diagnósticos ni para sanar mi alma; te lo envío para mostrarte un poco más de mis adentros, para que mires la estatura de mis experiencias no buscadas. Después de todo ¿a quién sino a ti le mostraría yo estas cosas?

Era un lugar abierto, con pocas construcciones y grandes superficies destinadas al esparcimiento de las gentes que deambulaban de un sitio a otro, ora reuniéndose aquí, ora más allá, según fueran sus variables propósitos. Habían acudido en número crecido al punto de incomodarse unos a otros a causa de su proximidad. Las actividades se sucedían unas a otras y los paseantes mudaban continuamente de lugar, hasta que en un sitio apartado se congregó un grupo. Ignoro exactamente qué era lo que ocurría, pero ahí estábamos muchos hombres y mujeres. Entre tantos, había una muchacha de la que yo estaba enamorado y que otrora había correspondido a mis sentimientos, pero ya no; ahora ella cortejaba a otro hombre y yo estaba acongojado por eso. Sufría la indiferencia y el desdén de aquella muchacha que en un tiempo todavía cercano había sabido quererme y alegrar mis días. Ella hablaba entusiastamente con su nuevo amor y desdeñaba mi presencia, que sabía próxima, desdeñaba mi dolor que sabía grande. Y yo padecía ese desdén que era casi una burla impiadosa, injusta. Mientras transcurría el suceso que concitaba la atención pública y ella se regodeaba en abrazos y arrumacos con el otro, yo penaba y cada pena se materializaba en una espina sobre el grande y convexo tronco de un palo borracho que había en ese lugar. Eran tantas las espinas del árbol cuantas eran mis penas y lamentaciones. Y así es como el tronco del árbol se pobló de espinas, a cuál más grande y aguda. Y hete aquí que ese tronco, curiosamente, era también un asiento, un banco que, cubierto, como te digo, por tantas espinas, podía acomodar a dos o tres personas. Pero una particularidad más tenía el árbol-banco espinoso: por alguna circunstancia que desconozco, la disposición de las espinas permitía ver cuál era mi pesar, la razón de mi desdicha, el tamaño de mi padecimiento, tal que la mujer que ahora me desdeñaba, su nuevo hombre y otros del público podían conocer mis intimidades. Fue por esa causa que antes de retirarme del lugar arrojé sobre el tronco un puñado de espinas, para que adhiriéndose a él pudieran disimular mi pena y así resguardar mi pudor. Y luego, cuando ya todo había concluido y me retiraba del lugar, oía tras de mí la voz de ella que le decía palabras de amor a él, con lo que acrecía mi dolor. Luego el sueño se fue desdibujando y ya no recuerdo más de él; sólo sé que otro sueño vino a ocupar su lugar. De este último no recuerdo nada.

Tu paciente

Diciembre 16 de 2001
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¿Qué hacían los astros esa noche en su infinita vagancia? Seguramente por alguna misteriosa razón conjuraron ese adentro fugaz como una visión estelar.

Lo onírico, mi señor, ese territorio que no advierte temporalidad porque le es simplemente innecesaria, te inventó una nueva trampa. Tu sueño semeja pesadilla; vaya a saber qué "realización alucinatoria de deseos sexuales infantiles reprimidos", como Mr. Freud afirma técnicamente, se jugaron... Desprecio hoy su significado en ese plano (los domingos no trabajo). Pero así nomás, de calle, de onda, confirmo que posees la masculina cualidad de amar a lo femenino (no te ofendas mi porteñito-irlandés). No cualquier hombre goza y sufre ese privilegio: la esperanza, la espera, la ilusión, el recuerdo, la desrealización de un sueño amoroso, de un plan sentimental. Te envidio sanamente esa virtud de alquimista: la cotidianeidad no te rompió los raros caminos del deseo. Digo: Deseo y Muerte son términos a mi gusto opuestos y antagónicos. Lo bueno de esto es que lo nocturno deviene y advierte de lo diurno. Esas escenas no son ajenas a tu yo despierto, vivito y coleando para asir a "la mujer esquiva", seduciéndola con las artes que la palabra encierra.

Tu terapeuta

H 90 – 15.02.2002



Oxígeno para el sistema democrático

Xavier Caño Tamayo *

El año 2001 pasará a la crónica general también como aquel en el que la libertad de expresión y el derecho a la información sufrieron serios reveses. El atentado contra las Torres Gemelas no sólo fue un ataque feroz contra la vida: también se ha convertido en el catalizador de un acoso contra la libertad de expresión y el derecho a la información; un hecho que ha servido a los criptoautoritarios para amordazar, recortar y controlar el ejercicio de esos derechos esenciales.

Durante la Guerra del Golfo, sólo se publicó la información del conflicto que quisieron las fuerzas armadas de EEUU; la guerra se convirtió en un videojuego facilitado por el Pentágono o en una imagen difusa y verde de bombardeos inconcretos por la entusiasta colaboración de la CNN. Pero nada se dijo de la suerte del ejército enemigo ni de los errores de los ejércitos aliados ni de las bajas humanas de unos y otros. En esos días más que nunca se olvidó que el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

En nuestros días, en la llamada guerra de Afganistán, se ha continuado en esa línea; se ha mentido tal como declaró un portavoz del Pentágono que afirmó que “quizás sea necesario difundir noticias inexactas”. El propio Bush dijo que “esta es una guerra secreta con muchas operaciones secretas que no se pondrán a la vista”. Incluso el Gobierno de los EEUU pidió claramente a las cadenas de televisión y a los grandes diarios que no emitieran o publicaran declaraciones de Osama Bin Laden o de la organización Al Qaeda porque, dijeron, podrían contener mensajes cifrados para sus seguidores en Estados Unidos. Siendo preocupante que el Gobierno de un país democrático solicite a medios informativos que censuren la información, más grave fue que las grandes cadenas televisivas accedieran a la petición. En Europa las televisiones se negaron a dejar de emitir lo que consideraran noticia, pero no hubo el ánimo denunciador que ha caracterizado a la prensa libre durante décadas; se ha echado en falta la independencia crítica ante el anuncio de mandatarios europeos de promulgar leyes que recortan libertades ciudadanas con el pretexto de la lucha contra el terrorismo.

Sin embargo, esta situación no se ha dado sólo por el conflicto y tensión de los últimos meses. Desde hace años, se ha ido sustituyendo la verdad informativa por una concepción mercantil y propagandística de la noticia. Ya no interesa explicar las cosas que ocurren, cómo ocurren, por qué ocurren, quiénes son responsables, y a quién benefician o perjudican. La mayoría de los medios -y sobre todo las televisiones- han renunciado a revelar y denunciar las disfunciones y desajustes de la política, de la economía y de la sociedad: han apostado por la comercialidad y la búsqueda de beneficios, cuando no por la propaganda del injusto sistema económico vigente, sin el menor atisbo de crítica ni de distanciamiento.

El establecimiento de este nuevo concepto de noticia mercantilizada e interesada es evidente a través de los últimos años. Podemos recordar la crisis de Indonesia que acabó con la dictadura de Suharto: no se informó, en general, de que Suharto era un político al servicio de las potencias occidentales ni tampoco de que las duras medidas del Fondo Monetario Internacional causaron el empobrecimiento y la desesperación de grandes sectores de población indonesia que se lanzó a la calle. Tampoco se explicaron las trampas y engaños del Gobierno mexicano en el conflicto de Chiapas y al presidente Zedillo se le presentó como un apóstol de la paz. O no se explicó que el elogiado Perú de Fujimori por sus resultados macroeconómicos era en realidad una dictadura corrupta; tuvo que estallar el escándalo Montesinos para que se informara con algo más de honradez.

La lista de desinformaciones y ocultaciones sistemáticas es larga y sigue en nuestros días. No se ha informado de que Arabia Saudí es un régimen que conculca los derechos humanos y donde la mujer no pinta nada; ni de que, según el derecho internacional más aceptado, EEUU no puede bombardear a quien quiera, cuando quiera y como quiera; ni de que el asesinato de dirigentes sospechosos de terrorismo sin mediar juicio ni garantías procesales, es tan terrorismo como el que practican los seguidores de Bin Laden o los extremistas suicidas palestinos...

La relación de desinformaciones y ocultaciones es mucho más larga y no por casualidad. En los últimos años los medios informativos han sufrido un intenso proceso de concentración empresarial y, a inicios de 2002, una minoría de empresas controlan el 75% del producto mundial bruto del sector de la información; es decir, un reducido número de personas decide sobre qué se informa y cómo se informa en grandes agencias de noticias y corporaciones de prensa, radio, televisión e internet. La libertad informativa, en su doble vertiente de libertad de expresión y derecho a la información, es el oxígeno con el que respira el sistema de libertades. Si falta ese oxígeno, todo el cuerpo democrático peligra.

* Periodista
H 90 – 15.02.2002



Un poema de Rigoberta Menchú Tum

Patria abnegada

Crucé la frontera amor
no sé cuando volveré.
Tal vez cuando sea verano,
cuando abuelita luna y padre sol
se saluden otra vez,
en una madrugada esclareciente,
festejados por todas las estrellas.
Anunciarán las primeras lluvias,
retoñarán los ayotes que sembró Víctor
en esa tarde que fue mutilado por militares,
florecerán los duraznales y florecerán nuestros campos.
Sembraremos mucho maíz.
Maíz para todos los hijos de nuestra tierra.
Regresarán los enjambres de abejas que huyeron
por tantas masacres y tanto terror.
Saldrán de nuevo de las manos callosas tinajas,
y más tinajas para cosechar la miel.
Crucé la frontera empapada de tristeza.
Siento inmenso dolor de esa madrugada
lluviosa y oscura, que va más allá de mi existencia.
Lloran los mapaches, lloran los saraguates,
los coyotes y sensontles totalmente silenciosos,
los caracoles y los jutes desean hablar.
La tierra madre está de luto, empañada de sangre.
Llora día y noche de tanta tristeza.
Le faltarán los arrullos de los azadones,
los arrullos de los machetes,
los arrullos de las piedras de moler.
En cada amanecer estará ansiosa de escuchar
risas y cantos de sus gloriosos hijos.
Crucé la frontera cargada de dignidad.
Llevo el costal lleno de tantas cosas de esta tierra lluviosa,
llevo los recuerdos milenarios de Patrocinio,
los caites que nacieron conmigo, el olor de la
primavera, olor de los musgos, las caricias de la milpa
y los gloriosos callos de la infancia.
Llevo el güipil colorial para la fiesta cuando regrese.
Llevo los huesos y el resto del maiz. ¡Pues si!
Este costal volverá a donde salió, pase lo que pase.
Crucé la frontera amor.
Volveré mañana, cuando mamá torturada
teja otro güipil multicolor,
cuando papá quemado vivo madrugue otra vez,
para saludar el sol desde las cuatro esquinas
de nuestro ranchito.
Entonces habrá cuxa para todos, habrá pom,
la risa de los patojos, habrá marimbas alegres.
Harán lumbres en cada ranchito, en cada río para
lavar el nixtamal en la madrugada.
Se encenderán los ocotes, alumbrarán las veredas,
los barrancos, las rocas y los campos.

H 90 – 15.02.2002



Poema de Jorge Orozco

Herida abierta
.
Herida abierta
de salvaje tajo,
de dorado alfanje
que las entrañas cala,
en faena diestra
y frenesí villano,
para morir feliz
todas las muertes,
de las vidas todas
donde fui tu víctima.
.
Vamos
herida abierta,
de cicatrices reñida
mátame ya,
con saña fiera
no esperes tanto,
pues
si me dejas vivo,
con embriagada ansia
te seguiré amando.

H 90 – 15.02.2002