Heráclito 75

“Posiblemente, el nuevo orden mundial no necesite adultos, sino solamente niños soberbios en su sometimiento”

Los nuevos bárbaros *

Guillermo Jaim Etcheverry

Días atrás, al aceptar el premio príncipe de Asturias para las Letras, la escritora británica Doris Lessing pronunció un discurso notable. Entre otras cosas, dijo: “Érase una vez un tiempo –y parece ya muy lejano- en el que existía una figura respetada, la persona culta. Hoy hay un nuevo tipo de persona culta, que pasa por el colegio y la Universidad durante veinte, veinticinco años, que sabe todo sobre una materia –la informática, el derecho, la economía, la política-, pero que no sabe nada de otras cosas; nada de literatura, arte, historia, y quizá se le oiga preguntar: Pero, entonces, ¿qué fue el Renacimiento?, o ¿qué fue la Revolución Francesa? Hasta hace cincuenta años, a alguien así se lo habría considerado un bárbaro. Haber recibido una educación sin nada de la antigua base humanista: imposible. Llamarse culto sin un fondo de lectura: imposible”. Y prosigue: “Representa una pequeña ironía de la situación actual que gran parte de la crítica a la cultura antigua se haga en nombre del elitismo. Sin embargo, lo que ocurre es que en todas partes existen cotos, pequeños grupos de lectores de antaño, y resulta fácil imaginar a uno de los nuevos bárbaros entrando por casualidad en una biblioteca de las de antes, con toda su riqueza y variedad, y dándose cuenta de pronto de todo lo que ha perdido, de todo lo que –él o ella- ha sido privado”.

Ese es el problema central de nuestra cultura: el haber ido olvidando la responsabilidad de transmitir a las jóvenes generaciones el rico patrimonio de ideas y de obras que el hombre ha concebido durante su turbulenta historia. El habitar el instante y vivir en un presente sin raíces es uno de los rasgos centrales de nuestro tiempo.

En realidad, privamos a los jóvenes de esa herencia a la que tienen un derecho ganado por el simple hecho de ser humanos.

El escritor estadounidense Philip Roth describe esta situación en un tramo de su novela Me he casado con un comunista. Se refiere a la posibilidad, a la felicidad, a la seguridad que proponen los libros, que son los que contribuyen a constituir lo que él denomina la genealogía no genética de cada uno de nosotros.

El protagonista de la historia, Nathan Zuckermann –un doble del autor-, rinde homenaje a su profesor de inglés en estos términos: “Bajo su guía, me transformé rápidamente en un descendiente no ya de mi propia familia sino del pasado, heredero de una cultura que iba mucho más allá de la del medio que me rodeaba”. Porque, ¿qué es en realidad la adolescencia? Es el momento en que uno se separa de la familia para elegir “nuevas alianzas, nuevas afiliaciones, los padres de la edad adulta, esos a quienes uno ama o no, de acuerdo con su propia conveniencia, porque uno no está obligado a reconocerlos en el amor”.

Al reflexionar sobre todos los padres de la edad adulta que ha necesitado y que ha ido descartando, Nathan se pregunta: “¿Cuál es esa genealogía no genética? Las personas que me educaron, aquellas de las que provengo. Son quienes personificaron para mí las grandes ideas y quienes primero me enseñaron a navegar el mundo, esos padres adoptivos que luego debieron ser rechazados para dar paso a la orfandad total, que es la que define la adultez”.

En el rechazo por compartir con los jóvenes nuestra cultura, en la decisión de dejarlos a merced de las fuerzas del mercado que, día tras día, construyen su interior banal y empobrecido, se esconde la grave decisión de privarlos de la genealogía no genética de la que habla Roth. Esa que se encuentra en los libros que, desde los estantes de las bibliotecas a las que se refiere Lessing, gritan calladamente su disposición a ayudarlos a integrarse a una genealogía que es la suya.

Posiblemente, el nuevo orden mundial no necesite adultos, sino solamente niños, soberbios en su sometimiento, displicentes en su grosera vulgaridad, preocupados sólo por sí mismos. No hacen sino imitar a los nuevos héroes televisivos, que son quienes están pasando a constituir la pobre genealogía no genética de no pocos jóvenes de hoy.

Fuente: Revista dominical del diario La Nación, 2.12.01
H 87 – 25.01.2002



Democracia e Internet

Max Lameiro

En sus escasos diez años de existencia, la Internet ya ha generado innumerables debates acerca de su valor y significación social. Más allá de las diferencias de enfoque y criterio, todos los estudiosos del fenómeno Internet coinciden en atribuirle una función verdaderamente histórica, pues, se pronostica que la "red de redes" está llamada a afectar el curso de la evolución social humana, de un modo tan drástico como el que le cupo, por ejemplo, a la invención de la imprenta en el Renacimiento. Incluso no ha faltado quien comparara la invención de la Internet con la de la escritura (1), la cual -como se sabe- dejó sumida en la "prehistoria" a toda la larga trayectoria humana anterior.

De las muchas cuestiones debatidas, una especialmente polémica es la que da título a esta nota: "Democracia e Internet". Ahora bien, antes de examinar las dos principales posiciones que existen sobre el tema, repasemos rápidamente a santo de qué se plantea la relación entre Internet y democracia:

Al lector no familiarizado con este campo puede parecerle que la relación entre democracia e Internet es algo puramente especulativo, cosa de sociólogos e intelectuales como cuando se habla de "televisión y valores sociales" o "medios de comunicación y pautas sexuales en la sociedad" u otros tópicos por el estilo. Sin embargo, la relación entre la Internet y la democracia no es teórica sino concreta y muy directa; tan directa que, por ejemplo, el gobierno de Corea del Norte ha prohibido la implementación y utilización de la Internet en ese estado, autorizando una única conexión -con fines exclusivamente académicos- en la universidad norcoreana de Kimchek.

Sucede que la Internet configura un espacio -el "ciberespacio" como se lo suele llamar- en el cual las personas pueden interactuar entre sí y realizar todo tipo de transacciones (desde vivir un romance hasta conformar una nueva agrupación política u ofrecer un producto o servicio comercial, y mucho más..) sin ningún tipo de control central (estatal u otro) y sin que autoridad establecida ni ley formal alguna pueda interceder en sus acciones e intercambios. Y todo ello a escala mundial, es decir más allá de las barreras físicas y jurídicas que ordinariamente separan a las personas en pueblos, ciudades, naciones, federaciones internacionales, etc. Frente a un fenómeno como éste es legítimo preguntarse, como se viene haciendo, acerca de cuál será la incidencia de la Internet sobre los sistemas democráticos actuales a medida que el uso de la misma se masifique.

Las posturas asumidas por los estudiosos del tema pueden agruparse en dos grandes extremos a los que llamaremos "optimista" y "crítico" de acuerdo con la orientación principal de sus planteos:

Dentro del bando optimista hay posturas radicales y posturas moderadas. Los primeros plantean que la Internet hará posible, en un futuro cercano, el establecimiento de una verdadera democracia directa al estilo de las antiguas ciudades-estado griegas. Dicen que las democracias representativas actuales están debilitadas por el escepticismo que reina entre los ciudadanos respecto de los políticos que los representan, y pronostican que la Internet permitirá crear una democracia sin delegaciones donde la participación de la comunidad en la vida pública se ejercerá de modo directo, sin esas mediaciones que hoy-según ellos- alteran y corrompen el verdadero espíritu democrático.

Los optimistas moderados, en cambio, no creen que la democracia directa y mundial de la Internet llegue a reemplazar íntegramente a las democracias representativas y nacionales de hoy, pero consideran que su incidencia sobre el pensamiento y la vida social será tan fuerte, que ayudará a mejorar el sistema democrático actual hasta que éste alcance un nivel de igualdad, justicia y libertad muy superior al existente. Esos valores que guiaron a la democracia moderna desde sus inicios y que actualmente parecen sólo viejos e ilusorios ideales, podrían realizarse progresivamente -dicen- a partir de la Internet puesto que ésta posibilita su materialización efectiva, como lo demostraría el ciberespacio actual, donde millones de personas interactúan sin control exterior, y donde los grupos y comunidades libremente formados se autogestionan en todos los aspectos funcionales, organizativos y éticos que hacen a su existencia.

Por otro lado, tenemos al bando que hemos llamado "crítico" el cual califica de ingenuas y románticas a las profecías de los optimistas (2).

El argumento básico de los "críticos" es que la tecnología per se no puede instalar ni mejorar la democracia, puesto que las fuerzas y factores antidemocráticos (ambición, autoritarismo, discriminación, indiferencia social, etc.) que hacen de las democracias actuales algo sumamente imperfecto, se hallan en el interior mismo de los hombres y no dependen de la técnica ni otras condiciones externas. Según este criterio, son las disposiciones, actitudes, intereses, valores y modos de pensar efectivos de los individuos y los grupos sociales, los hacen que haya sistemas dictatoriales y democracias imperfectas. Y todo ese conjunto de factores "internos" no se modifica por la sola existencia de un medio técnico por más revolucionario que éste sea.

Pues bien, esas son a grandes rasgos las posiciones en que se polariza actualmente la opinión de los expertos. En lo personal, no tomaremos partido por ninguna de las dos posiciones puesto que -a nuestro juicio- ambas adolecen de limitaciones e imparcialidad. Los "optimistas" desconocen o pretenden desconocer la cruda verdad que tan acertadamente nos recuerdan los "críticos". Pero, de estos últimos puede decirse que en su argumentación tratan al "hombre" y a "la tecnología" como si fueran realidades autónomas y separadas entre sí.

Razonan como si la Internet hubiera llegado al mundo como un meteorito caído del cielo sin relación alguna con el "interior" de los hombres y sin relación con las necesidades e intereses de la sociedad.

Pues, si bien la Internet no fue concebida para resolver los problemas de la democracia, sí cabe pensar razonablemente que expresa las tendencias y necesidades del mundo actual, y que esas tendencias y necesidades involucran una transformación de nuestro concepto de la democracia. Por el momento, y hasta que los hechos mismos contesten a las cuestiones debatidas, podemos asumir la siguiente hipótesis:

Ya que la Internet posibilita concretamente una interacción social libre de control exterior; es de esperar que, a medida que su uso se generalice y amplíe, esta tenga una incidencia directa sobre nuestras instituciones y sistemas jurídicos; y que (a menos que la Internet sucumba a la presión de poderes externos a ella misma) esa incidencia se manifieste en dirección a una mayor flexibilidad, libertad, participación e igualdad social. ¿Nos pone esto en el bando de los ingenuos optimistas? Quizás. Ahora bien, una cosa es segura: La Internet -y su papel en el mundo- será lo que hagamos con ella y será lo que permitamos que se haga con ella. Así que, para quienes participamos activamente de la Internet, no se trata tanto de pronosticar el futuro como de elegirlo.....

1) Por ejemplo P. Lévy en ¿Qué es lo virtual?, Ed. Paidós. Un libro, en definitiva, bastante bueno si el lector tolerasu excesiva retórica.

2) Por ejemplo T. Maldonado en Crítica de la razón informática, Ed. Paidós.
H 87 – 25.01.2002



Democracia, Internet y Ciberpolítica

La digitalización de la Aldea Global

Margarita Romero Velazco
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Érase una vez una galaxia Gutenberg convertida en constelación multimedia; un orden atómico transformado en binario, y un homo sapiens convertido en homo digitalis. Érase una vez un mundo cambiante en que la velocidad tecnológica supera la velocidad de adaptación y comprensión del ser humano, que inmerso en el centro del huracán digitalizador no es capaz de ver con suficiente perspectiva este cambio revolucionario que estamos viviendo.

Fruto del desconcierto y de la necesidad humana de categorizar y nombrar este nuevo orden, surgen conceptos como el de Sociedad de la información o el término Globalización para designar el proceso que explica esta convergencia básicamente económica (...)

Los aspirantes a gurús no se cansan de repetir a los espectadores cuán contentos debemos estar que Internet llegue a unir a todas las personas del planeta, que se superen las barreras del espacio y el tiempo y que esta nueva tecnología llegue a superar el estado de la burocracia del vuelva-usted-mañana por un supraestado más allá de los límites territoriales: sin duda, el sueño neoliberalista plenamente realizado.

Pero, para sorpresa de todos estos conglomerados empresariales y de los gobiernos que los apoyan, surgen entre este asfixiante pensamiento único algunas voces discordantes. Y es en este punto donde podemos situar las protestas de Seattle del año pasado, un rechazo al sistema que el sociólogo Edgar Morin considera de tal importancia que sitúa en ésta fecha el principio del siglo XXI. En definitiva, no más que unas voces discordantes frente a un tanque que no piensa frenar en su camino hacia la Globalización, la utopía de todo Bill Gates que espera ver el despertar de un orden plenamente digital tras una ventana/windows estándar mundial.

Ante el desconcierto que provocan todos estos cambios, los agentes "analógicos" del orden todavía hoy imperante (gobiernos, partidos políticos, instituciones, etc.) han sentido la necesidad de subirse al carro de las nuevas tecnologías sin cuestionarse, en ningún momento, el orden implícito que éstas comportan.

Déficit democrático y escepticismo político

La estructura socioeconómica del mundo se organiza cada vez más en redes globales. Si bien las empresas se están empezando a adaptar a esta nueva estructura con bastante rapidez y eficacia por medio de las megafusiones (...), el sistema político presenta un grado de adaptabilidad mucho menor y justo ahora empiezan a replantearse las necesidades de informatizar las administraciones.

Ante esta interconexión mundial las personas se basan cada vez más en su identidad, mostrando una tendencia creciente hacia el individualismo, que en política puede entenderse como un idiotismo en el sentido etimológico de la palabra (...)

Podemos constatar cómo la idílica definición de democracia no es sino un concepto utópico, en nombre del que se lleva a término un reparto de poder que sólo tiene en cuenta al ciudadano en el momento de pedirle su voto y al que se escucha como una voz integrada en la masa, una voz difusa que los políticos escuchan como quien oye el tiempo meteorológico (para saber que chaqueta ponerse), una voz que algunos han llamado opinión pública.

Esta democracia de procedimiento o representativa que actualmente encontramos en la mayoría de países desarrollados no es la única forma de llevar a cabo la democracia, aunque muchos analistas consideren que es la única forma factible de gobernar democráticamente.

La democracia, en su sentido más estricto, consiste en que los ciudadanos gobiernen el Estado, entendiendo que todos somos iguales y que por tanto nuestras deliberaciones son igualmente válidas. En su origen, en la Grecia clásica, la democracia era participativa y permitía que todos aquellos que fuesen ciudadanos participasen de forma activa en la actividad política... ¿suena utópico, verdad?

Muchas de las razones que se han dado para justificar la democracia representativa argumentan que el proceder de la democracia griega es logísticamente imposible teniendo en cuenta el enorme número de ciudadanos que componen hoy en día un Estado, cosa que no pasaba en las pequeñas ciudades-estado griegas. Si el problema logístico desapareciese ¿Cuál sería entonces la excusa para mantener una democracia tan indirecta? Seguramente se argumentaría sobre la incapacidad de la mayoría de los ciudadanos para tomar decisiones de tipo político. Y en el caso hipotético que se considerase la posibilidad de la democracia directa gracias al uso de las nuevas tecnologías nos encontraríamos otra vez ante nuevas barreras: por un lado, que los únicos con posibilidad de participar serían los ciudadanos con conexión a la red, con lo que se crearía un abismo entre la gente on-line y la off-line, como los grandes gurús ya auguran que pasará no tan sólo en ámbitos de participación pública sino en todos los ámbitos de la e-person.

Potencial político de la red vs. usos en la actualidad

El sistema político actual ofrece al ciudadano medio pocas posibilidades de participación, de manera que éste busca canalizar su necesidad de acción cívica por medio de asociaciones y colectivos, en torno a sus intereses más específicos. En Cataluña podemos observar cómo este tejido asociativo es de una densidad y variedad enorme, lo que nos lleva a pensar que realmente hay ganas de participar y que el escepticismo hacia la política no se debe tanto a un idiotismo ciudadano sino a una frustración en las expectativas de participación en el actual sistema político (...)

Y es que este nuevo medio de comunicación que es Internet permite la reagrupación de las personas por afinidad, a partir de listas de discusión, forums y otras iniciativas que intentan reunir personas con intereses comunes, superando todo tipo de barreras territoriales, institucionales y de tiempo. Los grupos de presión encuentran en Internet la tecnología aliada para estructurarse y tener más poder. Las comunidades se vertebran ya no bajo parámetros territoriales sino según afinidades. El conjunto de comunidades forman en su conjunto una macrosociedad virtual que tiene en común un mismo espacio de comunicación: la world wide web (...)

Aunque los políticos se van adaptando poco a poco a estos cambios, ven con bastante recelo este nuevo orden digital que surge sin su regulación. Y es que no hay ningún organismo mundial que regule Internet en lo que se refiere a contenidos o en su manera de ser, sino que lo más que se ha llegado a crear son organismos que regulan los estándares tecnológicos. Muchos ven en Internet un caos peligroso para la integridad del orden analógico, un espacio sin ley ni orden en el que cuesta mucho perseguir el delito, un metaespacio más allá de las barreras de cualquier país que puede acabar reduciendo el papel de los diferentes aparatos de estado a mínimos. El mundo cambiará, pero dudan que lo haga en la dirección que les conviene.

Casi nadie pone en duda que el mundo cambiará con la implantación de las nuevas tecnologías, pero el grado de cambio y la naturaleza de éste es lo que nos queda por averiguar. Innis y su alumno McLuhan, ya señalaron que con cada nuevo medio de comunicación se habían precipitado unos determinados cambios políticos a lo largo de la historia. La radio fue el medio de Roosvelt, la televisión fue el medio de comunicación de Kennedy e Internet el de una becaria arrodillada en la entrepierna de Clinton.

Los políticos reaccionan a los ataques de muy diferentes manera, desde la prohibición al acceso a la "red de las diez mil dimensiones en el cielo y en la tierra" de muchos países orientales a un intento paternalista de regulación de contenidos y de acceso a la infraestructura en países más 'democráticos'. Intentando en todo momento regular y crear barreras en lo que en su naturaleza algo inestable, anárquico y caótico: el ciberespacio. Pese a las dificultades de los que intentan perpetuar caiga quien caiga su poder analógico, la red se expande cada vez más llegando a más personas y permitiendo la difusión y recepción de información muy diversa. Y es aquí donde encontramos la gran diferencia con el resto de medios de comunicación. Las imprentas, las radios o las televisiones son fácilmente censurables ya que son muy pocos los productores de unas informaciones que se dirigen a muchos; en cambio en Internet no es posible la revisión de todos los contenidos publicados; y en el caso que fuese posible, tendríamos que pensar quien tiene la autoridad moral de hacerlo (...)

Entre las conclusiones a las que llegamos tras analizar las webs políticas podemos afirmar que aunque empiecen a surgir propuestas de innovación política por medio del uso de las nuevas tecnologías, la tendencia mayoritaria es el uso funcional de la informática y las redes para agilizar un proceso electoral que sigue siendo esencialmente igual. Es decir, que el hecho que los partidos políticos hagan propaganda a través de Internet e intenten captar más votos (y en el caso americano, más $), la función principal de la informática en las elecciones es realizar las listas censales y el recuento de votos de la forma más automatizada posible, haciendo posible conocer los resultados de las elecciones en el mismo momento en que están siendo escrutados los votos.

Otra de las argumentaciones en contra de la democracia electrónica y que ya hemos comentado al principio de nuestra reflexión es el grado de madurez política de los ciudadanos; una madurez que ponen en duda todos aquellos que prefieren la existencia de unos políticos "profesionales". Podríamos preguntarnos si esta incompetencia política que supuestamente no les permitiría gobernar convenientemente ya les permite hoy en día votar con suficiente madurez... lo que nos llevaría a una teoría muy peligrosa que considera la gran masa inmadura políticamente, por lo cual se proponen gobiernos que dan la espalda a los ciudadanos y se erigen en tiranías camufladas de democracia (...)

Una última reflexión que viene a condensar las anteriores, aunque no surja con la voluntad de resumen, es la preocupación por la escasa difusión ciudadana que tienen tanto los proyectos de consulta electrónica on-line como teorías tan sugerentes como la de la democracia electrónica. La mayoría de ciudadanos no conocen estas propuestas porque no forman parte de la agenda de los medios de comunicación de masas, y dudamos que lleguen a formar parte de ella, ya que una de las características más paradójicas de la democracia en la que vivimos es que nunca se pone en duda el mismo concepto de democracia, palabra que se asocia por defecto a libertad, a ciudadanía y todo un campo de palabras que hacen referencia a un armónico sistema político que, si lo consideramos en su aplicación actual, ni de lejos ha explotado sus posibilidades democráticas. Una ciudadanía que padece una alfabetización informática muy baja, pero sobretodo, unos ciudadanos que han perdido la conciencia que nuestra opinión es igualmente válida y que no hace falta aceptar todo lo que nos llega del medio (entendido de manera mcluhiana como la esfera pública creada por los medios).

Y un último deseo: ¡Pensemos más allá del discurso de los medios de masa, y planteémonos las posibilidades democratizadoras de
Internet!

Fuente: Red Humana http://www.redhumana.com/doc/doc200106100002.html
H 87 – 25.01.2002



“Tal vez sea cierto que Internet tendrá sobre nuestra civilización un impacto similar al que tuvo la introducción de la imprenta con tipos movibles por Guttemberg. Pero no fueron las impresoras las que produjeron la democracia. Fueron los escritores y periodistas que las utilizaron”

Internet y la comunicación democrática

Roberto Bissio *

Internet y democracia, al igual que sexo y mentira, son conceptos que casi siempre vienen asociados. Ambos son temas de conversación popular y ambos objeto de interminables discusiones: la democracia está vinculada a la idea de Internet desde sus orígenes, así como la mentira está vinculada al sexo también desde sus orígenes, por lo menos de acuerdo a la tradición bíblica. En todo caso, si bien es un gran honor para mí integrar este panel, también me resulta un poco embarazoso hablar de un tema tan vasto en Finlandia, el país con la mayor densidad per capita de conexión a Internet del mundo.

El triángulo tecnología-economía-sociedad

¿Por qué es que hablamos tanto sobre Internet y democracia cuando, que yo recuerde, nunca hubo un seminario sobre "fax y democracia"? La diferencia es que el fax, con toda su importancia económica, es tan solo una tecnología, mientras que Internet es el resultado de un triángulo en el que ciencia y tecnología están en un ángulo, economía en el otro y sociedad en el tercero.

Lo que hace de Internet la fuerza dinámica que es hoy día es 1) la capacidad cada vez mayor de computadoras cada vez más baratas, lo que multiplica y democratiza el acceso a la información digitalizada, 2) el costo cada vez menor de las comunicaciones y 3) un protocolo abierto (conocido en la jerga como TCP/IP) accesible a todo el mundo sin costo alguno y sin necesidad de permisos o autorizaciones. Lo que es básicamente lo mismo que el viejo sueño de tener un lenguaje universal y abierto para que la gente se comunique.

Un lenguaje, aun cuando sea libre y abierto, muere si la gente no puede o no quiere usarlo: es lo que pasó con el esperanto. Las personas que quieren comunicarse y la disponibilidad de máquinas y líneas llevará a un sistema centralizado controlado por el Estado de no existir un lenguaje común que pueda ser utilizado gratuitamente: ocurrió con Minitel en Francia.

El fin de la larga distancia... pero no todavía

La capacidad de las computadoras, el espacio de disco y el ancho de banda se han abaratado y abundan de forma creciente. Ya se anuncia "el fin de la larga distancia" (o, mejor dicho, del costo creciente de las comunicaciones en función de la distancia). Y esta tendencia va a beneficiar indudablemente a los que están lejos. Lejos de las capitales, lejos de los centros de poder. En la "periferia" que deja de existir a medida que se reduce la distancia al "centro". Pero los costos de comunicación y las líneas de mala calidad siguen siendo las barreras más importantes para el acceso en gran escala a Internet. La información destinada al Sur debe tomar en cuenta esto y explotar todas las posibilidades del mínimo común denominador: el correo electrónico.

Muchos con muchos

La promesa democrática de Internet está en la relación entre los tres componentes: no se trata de una comunicación interactiva entre dos personas, como el teléfono o el fax, o una comunicación unidireccional entre una persona y varias, como la radio, la televisión o los periódicos. Es una comunicación interactiva entre muchos por un lado y muchos por el otro, como en el ágora. La Internet ha resucitado la utopía de la democracia directa y participativa.

La masificación de la computadora destruye la posibilidad de cualquier monopolio del conocimiento, la caída de los precios de las telecomunicaciones beneficia más a los que están lejos. Estas fuerzas combinadas están erosionando la organización de las corrientes de información que van de un centro a una periferia. La red no tiene centro. Cada nodo es jerárquicamente igual a otro. Ningún nodo es indispensable para la existencia de la red Internet.

Los ciudadanos y las negociaciones mundiales

Internet ha sido usada por grupos de ciudadanos para obtener información eludiendo la censura, para expresar preocupaciones y luchar contra la represión, y ha sido particularmente efectiva para organizar movimientos internacionales e incluso mundiales. La Cumbre de la Tierra en 1992 fue el primer gran debate internacional oficial en el que se empleó masivamente la comunicación por computadora. Pero, en gran medida, esas posibilidades pasaron desapercibidas en tanto si bien las ONG se entusiasmaron mucho con esta tecnología y sus posibilidades, no así los gobiernos y tampoco los medios de difusión. (La "explosión" de Internet fue en 1994) (...)

Las ondas

¿Y qué pasa con los medios de difusión convencionales? Como siempre ocurrió cuando aparecieron medios nuevos, los viejos no desaparecen pero tienen que hacer ciertos ajustes. La digitalización está produciendo una "sopa" con los medios de difusión: en lugar de concentrarse en lo que hacen mejor, en sus "nichos de mercado", como dirían los economistas, los periódicos se comportan en la Red como canales de televisión, los directorios y herramientas de búsqueda se convierten en vendedores de libros y distribuidores de noticias.

La palabra hablada se vuelve escrita. La imagen se vuelve palabra. Digitalizados los contenidos, se vuelve irrelevante cuál es el "medio" que los contiene.

"Portales" es la nueva palabra mágica, aunque nadie sabe si la seguiremos nombrando dentro de seis meses. Hace un año el tema hot ("de onda") en la Red era la tecnología push: se enviaba material de entretenimiento e información por la Red a los suscriptores, muy parecido a como hace años se enviaban las noticias a las terminales de teletipos. Pero los usuarios no quisieron que sus computadoras se comportaran como aparatos de televisión. Querían tener el control. Se aferraron a las tecnologías pull que les dan el poder de "jalar" lo que les interesa de la red. La tecnología push murió.

Los editores han muerto. ¡Vivan los editores!

(...) ¿Cómo aprovechar al máximo la naturaleza interactiva de la red? Esta es la gran pregunta para la cual todavía no existe una respuesta definitiva. Las "conferencias" (lugares de discusión virtual) de la Asociación para el Progreso de las Comunicaciones (APC) son un buen ejemplo. Se iniciaron en torno al ideal democrático de que la gente pudiera participar en las discusiones mundiales al costo de una llamada local. Con el tiempo, la contribución de los lectores en esas conferencias se convirtió en un valor de información en sí mismo.

La mayoría de los medios de difusión convencionales no se desempeñan bien en la red porque es difícil modificar viejos hábitos y porque la interactividad con los lectores/espectadores/ciudadanos no es el lado fuerte de los medios de difusión. Amazon.com, la librería de Internet, por el contrario, entendió ese aspecto y está haciendo millones con un sitio que ofrece a los compradores de libros la oportunidad de publicar sus comentarios sobre los mismos.

El consumidor como proveedor de información

En esos ejemplos los usuarios ofrecen la información gratuitamente. ¿Qué ocurre con la información realizada de manera profesional? ¿Quién la va a pagar? "La información quiere ser libre", es la conocida consigna de los hackers ("piratas" de Internet). Muy bien para cuando hablamos de la censura o del abuso del poder por los poderosos. Muy mal si planeamos hacer de la producción y entrega de información una actividad económicamente viable (...)

Un pensamiento final: tal vez sea cierto que Internet tendrá sobre nuestra civilización un impacto similar al que tuvo la introducción de la imprenta con tipos movibles por Guttemberg. Pero no fueron las impresoras las que produjeron la democracia. Fueron los escritores y periodistas que las utilizaron.

Fragmento de su intervención en la Conferencia Internacional sobre Internet y Desarrollo, octubre de 2001, Helsinki, Finlandia.
H 87 – 25.01.2002



¿Hacia dónde nos llevan?

José Carlos García Fajardo *

Parece como si todo fuera a estallarnos entre las manos. Como si nos pusiéramos un sombrero lleno de lluvia y nos amenazara el resplandor que precede a la ceguera. Vivimos abrumados por las noticias sobre guerras, violencia e incertidumbre y no somos capaces de asimilarlo.

Intento explicar a futuros periodistas la Historia Universal: cómo se originaron la Primera Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique, el crack de Wall Street o cómo se afirmaron fascismo y nazismo; intento que comprendan la dominación de los pueblos del Sur por las potencias colonizadoras mientras el mundo asistía a la Segunda Guerra Mundial; o las guerras de Corea o de Vietnam, la ocupación soviética de pueblos libres y las andaduras de China, India y los Estados del sudeste asiático; nos abismamos con las injusticias cometidas en Africa, en las repúblicas bananeras de América o en la lucha por controlar las reservas de petróleo y de materias primas mediante guerras inhumanas y el destrozo del medio ambiente; les explico cómo se originó la deuda externa a costa de la libertad de los pueblos, cómo nació la OTAN con la paradoja de hacerla más fuerte con la caída el Muro de Berlín.

Tenemos la sensación de que lo que estamos viviendo ya lo habíamos vivido y nos aterra la extrapolación de los datos que manejamos.

Sensación de impotencia y de terror que se enmarca sumiéndonos en el consumismo o en una vida sin sentido. No es posible vivir como si fueran inevitables la guerra, la carrera de armamentos, la violencia, la explotación de los pueblos y el imperio del crimen. No es posible.

Denunciamos la injusticia social, proponiendo alternativas contra la dictadura del pensamiento único, contra un porvenir que amenaza con reducirnos a comparsas en un nuevo orden que conculca el derecho, la justicia, la solidaridad y el respeto a los seres humanos.

Si los valores que representa la democracia no se apoyan en la participación de los ciudadanos, en la búsqueda del bien común, en la primacía de la ley y en la seguridad jurídica en un ambiente general de libertad para ejercitar los derechos fundamentales, es que alguien nos está engañando.

¿Quién dijo que vivíamos el ocaso de las ideologías? Tratan de imponer la ideología del pensamiento único, del orden garantizado por las leyes del mercado, del poder de las armas, del dinero que se hace magma en las sentinas de los paraísos fiscales. Todo vale con tal de que produzca beneficios.

Pretender el control de las conciencias es otra forma de terrorismo. Produce vértigo asomarse al siglo XX, con sus totalitarismos estalinistas, fascistas e imperialistas de toda laya. Rezuman las heridas de los pueblos explotados de Latinoamérica, de Africa y de Asia. El colonialismo no ha terminado. Corruptos dirigentes sangran a sus países mediante fugas de capitales, compra de excedentes inútiles y la imposición de monocultivos para el mayor beneficio del Norte.

El mundo se ha vuelto abarcable. Gracias a la globalidad aportada por las nuevas tecnologías, nos sabemos vecinos en un planeta en el que somos responsables solidarios unos de otros. Nadie puede vivir sin el apoyo de los demás, estamos interrelacionados: ningún país es autosuficiente, todos necesitan importar o exportar bienes o servicios.

No podemos permitir un sistema que ha abdicado del respeto a los derechos fundamentales del hombre y de la sociedad. Cuando Hitler ascendió democráticamente al poder fue celebrado por todas las cancillerías. Al igual que Mussolini o los Imperios japonés, británico o chino.

Como Galileo decía a sus jueces: "No les pido que me crean, me basta con que miren por el telescopio"; nosotros tenemos el derecho y el deber de rebelarnos contra la tiranía que padecen los más débiles, los pobres, los excluidos. Albert Camus advirtió en plena locura del nazismo: "Actuemos para que nuestros hijos no se avergüencen de nosotros ya que, habiendo podido tanto, nos atrevimos a tan poco". Es preciso gritar nuestro dolor y nuestra angustia para no convertirnos en cómplices de un sistema inhumano. Es preciso luchar por la paz como fruto de la justicia. Juntos podremos, si creemos que podemos.

* Presidente de la ONG Solidarios y profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid
H 87 – 25.01.2002

Heráclito 74

Recuperar el sentido de las palabras

Marta Caravantes *

Solidaridad, justicia, democracia, libertad. Las grandes palabras que han marcado la conquista de los derechos humanos ya no son lo que eran. Su carga de insurgencia se ha debilitado; su uso por parte de las organizaciones sociales ha quedado desvirtuado. Suenan tan vacías, tan mundanas, que al pronunciarlas uno se siente replicante de la misma manipulación que nos rodea. Mensajes publicitarios, institucionales, gubernamentales, financieros, han dejado a las palabras desnudas, vulnerables, como frágiles acordes perdidos en el estruendo de la propaganda.

"Libertad duradera" y "Justicia infinita" han sido los apellidos con los que se bautizó la guerra en Afganistán. Los discursos políticos se nutren de conceptos que hablan de libertad y solidaridad, aunque lleven en su doblez la evidencia de la tergiversación. Incluso a las ONG les cuesta diferenciar su labor, pues "humanitarios" son también las guerras y los bombardeos. La "democracia" es también otra de las palabras huérfanas de estos tiempos, envuelta en un nihilismo semántico que apenas se purifica a través de la filosofía griega. Se atribuyen democracia dictadores y señores de la guerra, élites corruptas de Primer y Tercer Mundo y monopolios financieros cuyos líderes dirigen los destinos del planeta. Ya se jactó el director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Mike Moore, de que la OMC era "la organización más democrática del mundo", aunque imponga sus dictámenes económicos a golpe de decreto y tenga que reunirse en lugares remotos para huir de las movilizaciones sociales que, precisamente, son uno de los sustentos de la democracia. También los representantes políticos se muestran partidarios de escindir el mundo entre "demócratas" y "no demócratas", como si esa barrera fuera nítida y clara, y no un confuso mosaico de grises y ficciones.

Peor aún le ha ido a la palabra "utopía", desprestigiada y desterrada al fin por el pragmatismo intolerante de los que están convencidos de que el mundo no es mejorable en lo sustancial. Se utiliza el término "utópico" como descalificativo: ¡qué paradoja cuando tenemos sequía de esperanzas y horizontes que anuncien otras formas de convivencia!

Las palabras van de boca en boca, no pueden elegir usuario ni destino. La "libertad" viaja desde George Bush hasta Bin Laden, desde el último premio de la Paz, Kofi Annan, hasta la modesta voz de las mujeres afganas. Las palabras no discriminan lo bueno de lo malo; no distinguen al legítimo reivindicador de derechos humanos, del embaucador sofisticado. Viajan desde la impudicia de un comercio que se autocalifica de "libre", hasta las poéticas metáforas de los indígenas de Chiapas en cuya voz se han rehabilitado conceptos como "dignidad" o "insurgencia".

Hemos dejado que destruyan las palabras, que las desvirtúen, que las disfracen de terribles crímenes, farsas y mentiras. Y lo peor es que no hemos sabido inventar otras nuevas que ofrezcan parámetros en los que confiar aún, en los que sostenerse aunque sea de puntillas y no caer en la trampa del escéptico que ya no se cree nada.

El poder está ganando esta batalla y ha despojado a las organizaciones sociales de armas lingüísticas esenciales para la reivindicación de los derechos fundamentales. "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", escribía el filósofo Wittgestein, y esos límites nos cercan cada vez más, comprimen nuestro espacio imaginativo y delimitan nuestros sueños de progreso.

Hace poco, el escritor José Saramago afirmaba que habría que poner en cuarentena la palabra "Dios" para que no fuera utilizada en nombre de fanatismos, violencias y guerras dispares. De la misma forma, habría que poner en cuarentena un listado inmenso de hermosas palabras que son imprescindibles si queremos seguir apostando por un futuro habitable. No podemos seguir en silencio mientras hacen de los grandes conceptos escombros de miseria. Habrá que edificar nuevos lenguajes, como esperanzas, como océanos ilimitados, que no puedan ser abarcados por la propaganda del poder.

* Periodista, corresponsal de Heráclito en España
H 86 – 18.01.2002



El Servicio Paz y Justicia muestra en Internet un trabajo del mexicano Rafael Landerreche, titulado Gandhi en América Latina ¿Hay un lugar para él? Reproducimos un fragmento de ese estudio, referido a los paralelos y diferencias habidas entre el pensamiento del líder indio y el de Karl Marx, escrito a propósito de la insurrección no-violenta que en el año 1992 realizaron los indígenas ecuatorianos de la Costa, el Altiplano Andino y la Amazonia. (N de la R).

Gandhi y Marx, convergencias y diferencias

Unos meses después tuve la oportunidad de conversar con uno de los líderes del movimiento: un indígena quichua que vivía en las faldas del volcán Chimborazo (...) Le comenté la gran semejanza de todo su movimiento, y de este hecho particular, con el movimiento de Gandhi en la India. Para mi enorme sorpresa resultó que el líder indígena no sabía prácticamente nada de Gandhi (...) Se había leído a fondo y conocía bastante bien las obras de Marx, Lenin y Mao. ¿Por qué entonces esta ignorancia de Gandhi? (...).

Una respuesta en apariencia muy superficial podría ser que el caso del indígena ecuatoriano que había leído a Marx pero no a Gandhi (que más que aislado es un caso típico) se dio por la simple y sencilla razón de que quienes le prestaron los libros le dieron a leer a Marx y no a Gandhi. Pero esto nos lleva a reubicar y re-contextualizar la pregunta: ¿quiénes y qué papel jugaban quienes prestaron los libros? y ¿por qué ellos habían leído más a Marx que a Gandhi? (...).

Ahora bien, tanto Marx como Gandhi hacen una crítica radical al sistema social vigente y hacen una propuesta para la liberación de los oprimidos. Igualmente podemos decir que ambos están claramente concientes de que no se trata meramente de una propuesta nacional, sino que tiene una dimensión mundial. Ciertamente Gandhi no organizó una Internacional ni formuló una
consigna tan conocida como Proletarios de todos los países ¡uníos!, pero tenía clara conciencia, y así lo dijo en más de una ocasión, de que la lucha de la India debería convertirse en una antorcha para todos los oprimidos de la tierra.

Antes de pasar a las diferencias, conviene señalar, aunque sea de paso, otra coincidencia crucial entre Marx y Gandhi. Para el primero, la cuestión del trabajo era la clave esencial para comprender el sistema económico (y con ello la marcha de la historia). Por su parte Lanza del Vasto, un discípulo europeo de Gandhi, afirmaba que el origen de todos los males sociales es que unos hombres obliguen a otros a trabajar para sí. Más allá de las diferencias que habría que analizar en otra ocasión y del pretendido carácter científico del análisis de Marx (con perdón de mis amigos marxistas, a estas alturas no me creo mucho las pretensiones científicas de ninguna propuesta social, sea marxista o de los economistas neoliberales que en cuestión de cientificismo no tienen par), el comentario de Lanza del Vasto sobre la apropiación del trabajo ajeno no puede sino recordarnos los análisis de Marx sobre la apropiación de la plusvalía.

Las diferencias comienzan cuando preguntamos cómo se entiende a ese sistema imperante que se critica. Para Marx es el capitalismo. Para Gandhi en lo inmediato es el Imperio Británico. Pero más allá, también es el capitalismo y el industrialismo y el maquinismo y la avaricia, la injusticia, la discriminación. Ciertamente, según la concepción de Marx, el proletariado, siendo la clase universalmente explotada concentra en sí todas las formas de opresión. Pero aquí hay algo más que una diferencia de estilo para decir las mismas cosas y donde se ve más claramente es en el caso del industrialismo.

Gandhi critica al industrialismo y al maquinismo (y ahí están implícitas las posturas que décadas después van a asumir muchos de los ecologistas occidentales). Pero Marx no solo no lo critica sino que cree que el camino al socialismo pasa necesariamente por el desarrollo de las fuerzas productivas. Gandhi se pone en oposición directa a una tendencia dominante de la época. Marx critica el sistema vigente en su momento pero asume esa tendencia dominante y afirma que de ahí mismo saldrá la nueva sociedad. Quizá ahí está parte de la explicación de por qué la intelligentsia occidental aceptó más fácilmente a Marx que a Gandhi. Este sector se declara en contra de la sociedad capitalista, pero en realidad es producto de ella y, más allá de su aparente rechazo radical, acepta buena parte de sus características, tanto materiales como culturales (...).

Toda la postura de Gandhi gira de un modo o de otro alrededor de la autoimposición de límites (lo cual más bien repugna al mundo occidental moderno): frenar la propia violencia, limitar los deseos, poner un tope tanto al consumismo como al productivismo. En Marx, el desarrollo de las fuerzas productivas es virtualmente infinito. Encontrarán un tope en las restricciones que les impone el modo de producción capitalista, pero ese mismo choque les hará engendrar otro modo de producción que (hasta donde lo permiten adivinar las palabras de Marx) les permitirá desarrollarse indefinidamente. La diferencia es de dimensiones míticas. Atrás de Marx está el mismo mito burgués del progreso indefinido, el sueño de un Prometeo rebelde que, habiendo roto sus cadenas, se convierte en amo y señor del universo. Si quisiéramos buscar un paralelo para el caso de Gandhi, nos tendríamos que remontar, quizás, al Jardín del Edén, donde el hombre y la mujer conviven con los animales, trabajan con sus propias manos, se alimentan de los frutos que les da la tierra y reconocen que no son nada más que (pero también nada menos que) pobladores en tránsito hacia la Casa de quien plantó el jardín.

El otro punto de la diferencia consiste en que para Marx la nueva sociedad surgirá, dialécticamente, del choque de los contrarios. En cambio Gandhi, no es que ignore el conflicto y sus potencialidades creativas, pero pocas cosas tiene más claras que el axioma de que el árbol malo no da frutos buenos ni el árbol bueno da frutos malos. Para Gandhi, si alguna tendencia social es deshumanizante, hay que combatirla ya. En cambio Marx, después de un análisis en verdad profundo y desenmascarador de la enajenación del trabajo obrero en la fábrica capitalista, concluye que hay que dejar que las contradicciones se desarrollen al máximo, porque ya después el comunismo será la síntesis y solución de todas las antinomias. Ciertamente la mayoría de los marxistas hace tiempo que ya superó esta visión tan peligrosamente simplista; si algo se ha aprendido con dolor es que de la mera agudización de las contradicciones no necesariamente surge la nueva sociedad. Un agravamiento de la miseria, la opresión y la injusticia, pueden ser la ocasión propicia para que la humanidad tome conciencia y se decida a transformar la realidad. Pero más miseria y opresión de por sí, no traen más que más violencia y sufrimiento. Y no es necesario ir muy lejos para comprobarlo.

Independientemente de cómo se las arreglen las diversas corrientes marxistas para hacer compatible con los postulados de su teoría este descubrimiento hecho en la práctica, lo que me interesa señalar aquí es una diferencia esencial, entre el núcleo del pensamiento marxista original y el núcleo del pensamiento de Gandhi: para Marx la nueva sociedad saldrá de la dialéctica inmanente de la historia, a partir del choque y superación de los contrarios. Para Gandhi, la nueva sociedad no surgirá sin que intervenga la fuerza de la verdad, la satyagraha, que ciertamente tiene que encarnarse en la historia, pero que definitivamente nos ubica en la dimensión de lo trascendente. Me parece que habría mucho que profundizar sobre este tema, pero en relación con lo que aquí hemos visto, quizá pueda arrojar alguna luz la observación de que buena parte de la intelligentsia revolucionaria sintió más afinidad con una postura de inmanencia, mientras que la gran mayoría del pueblo latinoamericano respira la trascendencia como el aire nuestro de cada día.

Si las consideraciones que anteceden son correctas, podríamos sacar un par de conclusiones por demás relevantes para nuestra realidad actual: Primero (y esto, más que conclusión ya está dicho desde el principio), los planteamientos de Gandhi resultan mucho más afines a las aspiraciones y luchas del pueblo latinoamericano de lo que han sido las de Marx. Segundo, asumir los planteamientos de Gandhi implica una postura de crítica al capitalismo, no menos sino más radical, que la surgida del marxismo, pues aquel llega a la raíz misma, a los mitos ocultos del mundo moderno que Marx no pudo denunciar porque de hecho también los compartió. En verdad, la magnitud de la transformación que necesitamos en América Latina (y bien se puede añadir en el mundo entero) es mucho mayor que la que podían imaginar aquellos que pensaban en términos de una revolución socialista. Y el esfuerzo, por lo tanto, no puede ser menor.

Y aunque sea como un mero apéndice para terminar, Gandhi también nos puede servir para dar un mentís rotundo al neoliberalismo que, ensoberbecido por la caída del mundo soviético, afirma con arrogancia que ya no hay más paradigmas que el suyo.

Fuente: http://www.nonviolence.org/serpaj/art/gandhi.htm
H 86 – 18.01.2002



Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington el 28 de agosto de 1963.

Yo tengo un sueño

Martin Luther King Jr.

Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la constitución y la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, sí, tanto a negros como a blancos, les serían garantizados los inalienables derechos a la libertad y la búsqueda de la felicidad...

Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino llano y elevado de la dignidad y la disciplina. No permitamos que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas en que tiene lugar el encuentro de la fuerza física con la fuerza del alma; y la maravillosa nueva militancia, que ha hundido a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca. Porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí en este día, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro. Y también han llegado a comprender que su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos mirar atrás...

Hoy digo a vosotros, amigos míos, que aunque nos enfrentemos a las dificultades de hoy y mañana, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño que tiene profundas raíces en el sueño estadounidense. Sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales...". Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, habrán de sentarse unidos en la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Mississippi, un estado que se sofoca con el sudor de la injusticia, que se ahoga con el sudor de la opresión, habrá de convertirse en un oasis de libertad y de justicia. Yo sueño que mis cuatro pequeños hijos vivirán un día en un país en el que no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad...

Cuando permitamos que la libertad resuene en cada poblado y en cada aldea, en cada estado y en cada ciudad, podremos celebrar la llegada del día en que todos los hijos de Dios, blancos y negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, podamos estrecharnos las manos y cantar los versos del viejo canto espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! ¡Gracias al Dios Todopoderoso! ¡Al fin somos libres!"

Fuente: http://usembassy.state.gov/colombia/wwwhmlks.html
H 86 – 18.01.2002



¿Por qué socialismo?

Albert Einstein

¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana —como es bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y —si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos— son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?»

Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto «sociedad» significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra «sociedad».

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos -que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción -aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de «contrato de trabajo libre» para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo «puro». La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un «ejército de parados». El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante?

Fuente: http://www.analitica.com/bitblioteca/einstein/socialismo.aspH 86 – 18.01.2002