Heráclito 83

El "regresus in infinitum" puede ilustrarse, creo que del modo más vívido posible, mediante las paradojas de Zenón de Elea, que dijo que si creíamos en la realidad del tiempo como hecho de instantes y la del espacio como hecho de puntos, el transcurso del tiempo y el movimiento son imposibles.

Jorge Luis Borges habla sobre el mundo de Kafka

Habla un discípulo de Kafka, un tardío discípulo de Kafka, pero que sigue sintiéndolo y agradeciendo lo mucho que él le ha dado y lo poco que él ha podido hacer con ese espléndido regalo de su obra.

Quiero examinar aquí dos temas de Kafka, el "laberinto" y la "empresa imposible", pero antes quiero decir unas palabras sobre el modus operandi de Kafka, sobre lo que los escolásticos llamaron el "regregresus in infinitum" y que es un proceso intelectual bastante común tratándose de etiología o metafísica, pero raro tratándose de literatura y podríamos decir que fuera de algunos precursores, que de algún modo fueron inventados por él, fue inaugurado por Kafka.

Y quiero recordar a mi amigo Carlos Mastronardi, el gran poeta de Entre Ríos, ¿por qué de Entre Ríos? El gran poeta de la patria y del mundo. Yo recuerdo que él había iniciado la lectura de El proceso y me dijo lacónicamente: "Franz Kafka, Zenón de Elea". Y ahora se preguntarán ustedes qué es el "regresus in infinitum", para mí una de las grandes innovaciones de Kafka: es un proceso lógico, conocido por los escolásticos. Comenzaré por uno de los ejemplos más amenos de este método y tema de Kafka. El "regresus in infinitum" puede ilustrarse, creo que del modo más vívido posible, mediante las paradojas de Zenón de Elea, que dijo que si creíamos en la realidad del tiempo como hecho de instantes y la del espacio como hecho de puntos, el transcurso del tiempo y el movimiento son imposibles, e ilustra esto mediante varias paradojas que fueron refutadas por Aristóteles y comentadas por toda la filosofía después, pero recordaré dos simplemente, ya que en ellas se ve claramente cuál es el modo de Kafka y me permite recordar a mi padre.

Mi padre -yo tendría 9 o 10 años entonces-, en una casa por las orillas de Palermo una noche después de comer me mostró el tablero de ajedrez y me dijo, señalándome las casillas: Vamos a poner a una persona que está en esta casilla -y me señaló la casilla de la torre, la de la izquierda- y quiere ir a la casilla de la derecha. Pues bien, tendría que pasar antes por la casilla de la reina. Yo dije, naturalmente, que sí. Y él me dijo: Pero antes tendrá que pasar por la casilla del caballo. Yo afirmé nuevamente. Y él me dijo: Bueno, aquí tenemos 8 casillas, ya que se trata de 64 casillas, que forman el tablero. Supongamos un tablero más largo, con un número indefinido de casillas. Para llegar de la primera a la última habrá que pasar por todas las casillas intermedias. Dije que sí y él me dijo: Muy bien, pero entonces, antes de llegar a la meta habrá que pasar por la casilla del medio, antes por la del medio del medio, antes por la del medio del medio del medio y así sucesivamente, es decir, que no se llegará nunca de una casilla a otra. Y no mencionó el nombre de Zenón de Elea, no me dijo que estaba exponiendo la ilustre paradoja de la filosofía griega, porque mi padre era profesor de psicología y sabía que son más importantes los hechos que las fechas y los nombres de quienes los inventaron. De modo que me dejó con esa perplejidad y luego de unas noches me preguntó si había oído la historia de la carrera de Aquiles y la tortuga. Dije que no, y me divirtió la idea de una carrera entre Aquiles, el de los pies ligeros, símbolo de rapidez y la tortuga, la morosa tortuga, símbolo de lentitud, y dije que me gustaría oír eso. Bueno, dijo, una vez corrieron una carrera Aquiles y la tortuga. Aquiles le dio a la tortuga 100 metros de ventaja, lo cual es justo, dado lo moroso de la tortuga y lo lento de sus hábitos. Muy bien, Aquiles recorre los 100 metros mientras la tortuga recorre 1 metro. Me preguntó si la cuenta estaba bien sacada, él sabía que lo estaba y le dije que sí. Muy bien, me dijo, recorre ese metro en tanto que la tortuga recorre 1 centímetro. Yo dije que sí, si Aquiles corre cien veces más ligero que la tortuga. Desde luego, me dijo, Aquiles recorre entonces ese centímetro, y la tortuga mientras tanto ha recorrido un milímetro. Y así siguen, de modo que Aquiles nunca podrá alcanzar a la tortuga. Pues bien, esto ha sido discutido después por Poincaré, por Bergson, por Bertrand Russell, por Stuart Mill, antes por Aristóteles, antes quizás por todos los filósofos y es realmente un argumento serio contra el hecho de que si el tiempo se compone de instantes y el espacio está hecho de puntos, una cantidad cualquiera no puede agotarse. Ese argumento lo aplicó William James. En sus Elementos de Psicología James dice: Vamos a suponer un cuarto de hora. Pero antes de que un cuarto de hora pase, tienen que pasar siete minutos y medio, pero antes tienen que pasar tres minutos y una fracción, y antes de que pase la fracción tiene que pasar otra, pero como el número de fracciones es infinito resulta que se saca como consecuencia que no puede pasar nunca un cuarto de hora. Pero curiosamente, cuando Zenón de Elea formulaba esas paradojas en Grecia cinco siglos antes de la era cristiana, un pensador chino, Lie Tsu la formulaba en China bajo la forma de una leyenda, una forma que hubiera complacido más a Kafka. Lie Tsu habla del cetro de los reyes de Liang y supone que ese cetro es heredado por cada sucesor de la dinastía. Cada uno tiene que cortar la mitad del cetro, que no es excesivamente largo, pero como nunca se llegará a la mitad de la mitad de la mitad de algo la dinastía es infinita, es decir, exactamente el mismo procedimiento de Aquiles y la tortuga y de aquella otra del tablero, que muestra la imposibilidad de que un móvil llegue a la meta. Ahora bien, ese procedimiento que se llama "regresus in infinitum" fue aplicado para refutar pensamientos, muchas veces lógicamente, pero Kafka fue el primero, o uno de los primeros, que lo aplicó a la literatura.

Fuente: http://www.galeon.com/kafka/borges3.htm
H 93 – 08 Marzo 2002



El fenómeno humano

“Para descubrirse a sí mismo hasta el fin, el Hombre tenía necesidad de toda una serie de sentidos”

Teilhard de Chardin, Orbis, Buenos Aires, 1984, págs. 43 y 44, en el proemio que el autor titula Ver. Traducción de M. Crusafont Pairó.


Desde que existe el Hombre se ofrece como espectáculo a sí mismo. De hecho, desde hace algunas decenas de siglos, no hace otra cosa que autocontemplarse. Y ello no obstante, apenas si empieza a adquirir con ello una visión científica de su propia significación en la Física del Mundo. No debemos extrañarnos demasiado de este lento despertar. Nada resulta tan difícil a menudo de percibir como aquello que debería “saltarnos a la vista”. ¿No le es necesaria al niño una educación especial para aislar las imágenes que asaltan su retina recién abierta al mundo que le rodea? Para descubrirse a sí mismo hasta el fin, el Hombre tenía necesidad de toda una serie de “sentidos” cuya gradual adquisición, según diremos, llena y marca los hitos de la historia misma de las luchas del Espíritu.

Sentido de la inmensidad espacial, tanto en lo grande como en lo pequeño, que desarticule y espacie, en el interior de una esfera de radio indefinido, los círculos de objetos que se comprimen a nuestro alrededor.

Sentido de la profundidad, que relegue de una manera laboriosa, a lo largo de series ilimitadas, sobre unas distancias temporalmente desmesuradas, los acontecimientos que una especie de gravedad tiende de manera continua a comprimir para nosotros en una fina hoja de Pasado.

Sentido del número, que descubra y aprecie sin pestañear la multitud enloquecedora de elementos materiales o vivientes que se hallan comprometidos en la más pequeña de las transformaciones del Universo.

Sentido de la proporción, que establezca en lo posible la diferencia de escala física que separa, tanto en dimensiones como en ritmos, el átomo de la nebulosa, lo ínfimo de lo inmenso.

Sentido de la cualidad o de la novedad, que puede llegar, sin romper la unidad física del Mundo, a distinguir en la Naturaleza unos estadios absolutos de perfección y de Crecimiento.

Sentido del movimiento, capaz de percibir los irresistibles desarrollos ocultos en las mayores lentitudes –la agitación externa disimulada bajo un velo de reposo-, lo completamente novedoso, deslizándose hacia el centro mismo de la repetición monótona de las mismas cosas.

Sentido de lo orgánico, finalmente, que descubra las interrelaciones físicas y la unidad estructural bajo la superficial yuxtaposición de las sucesiones y de las colectividades.

A falta de estas cualidades en su escrutar, el Hombre continuará siendo indefinidamente para nosotros, hágase lo que se haga para que podamos ver, lo que aún resulta ser para tantas inteligencias: un objeto errático dentro de un Mundo dislocado. Que se desvanezca, por el contrario, en nuestra óptica la triple ilusión de la pequenez, de la pluralidad y de la inmovilidad, y el Hombre vendrá a adquirir la situación central que habíamos anunciado: cima momentánea de una Antropogénesis que corona a su vez una Cosmogénesis.

El Hombre no sería capaz de verse a sí mismo de manera completa fuera de la Humanidad, ni la Humanidad fuera de la Vida, ni la Vida fuera del Universo.

* Hagamos hincapié en lo que dice del P. Teilhard mi ilustre amigo y colega, el Rdo. P. D’Armagnac, director de los Archives de Philosophie. El propio P. Teilhard estuvo convencido de que una obra “nunca puede ser terminada”, como no está terminada tampoco la obra creadora de Dios, como no lo está la misma Cosmogénesis, ni la Antropogénesis. La obra del P. Teilhard es, además, dialéctica. Enciende la poderosa llama de la lucha por la Verdad. No tiene la pretensión de haberla hallado, ni mucho menos. Pero nos impulsa a todos, con su inveterado optimismo, a ser luchadores por esa Verdad, algo que no puede presentar mejores infusiones evangélicas.

H 93 – 08 Marzo 2002



Entrevista de Julio Oliva García a Rigoberta Menchú Tum, Premio Nobel de la Paz 1992.

La doble moral de Estados Unidos

¿Qué opinión tiene sobre los atentados terroristas cometidos en Estados Unidos y sobre el marco mundial en el que ocurren?

Desde el primer momento he condenado enérgicamente esos actos criminales. Nadie puede justificar, por ningún motivo, la matanza indiscriminada de civiles indefensos. Ninguna causa o bandera puede validar el uso del terror asesino en contra de mujeres, hombres y niños. Por ello expresé inmediatamente mi solidaridad con las víctimas e hice mío el dolor de sus familiares. Yo no soy una observadora imparcial, soy sobreviviente del terrorismo y por eso mismo mi actitud de condena es tan categórica. También por ello exijo que los Estados y las sociedades civiles en el mundo nos opongamos definitivamente a cualquier forma de terrorismo, ya sea que provenga de grupos particulares o de los propios Estados. Lo que no vale es la hipocresía y la doble moral de quienes condenan una forma de terrorismo, al mismo tiempo que tratan de justificar el terror de los Estados. Me duelen en el alma las más de 6 mil víctimas civiles de Nueva York, porque son tan dignas e inocentes como las más de 300 mil víctimas del terrorismo de Estado en América Latina. Tanta solidaridad merecen esos miles de ciudadanos estadounidenses como las decenas de miles de hombres y mujeres latinoamericanos que un día fueron detenidos arbitrariamente por fuerzas estatales y que nunca jamás regresaron a sus casas con sus familias. El terrorismo ejercido por los gobiernos militares en mi país me arrebató a mi padre, mi madre, mis hermanos Víctor y Patrocinio y a mi cuñada María. Y ellos son tan sólo una parte de las más de 200 mil víctimas del genocidio cometido en Guatemala. Por eso ofende nuestra dignidad que quien se cree el presidente del planeta, nos diga: "Están con nosotros o están con los terroristas". Las altas autoridades de los EE.UU. pretenden ignorar que ellos mismos entrenaron, armaron, financiaron y alentaron las mentes enfermas que hoy se les revierten; intentan ocultar que los genocidios cometidos en la segunda mitad del siglo XX en América Latina y en otras regiones del mundo, contaron en la mayoría de los casos con la aprobación, el respaldo y la asesoría de Washington. Por esas razones, junto a miles de mujeres y hombres en el mundo, exijo con firmeza que los responsables de esos crímenes contra la humanidad sean identificados, perseguidos judicialmente y juzgados de acuerdo con las leyes nacionales e internacionales. No importa que se llamen Osama Bin Laden o Henry Kissinger. Lo más importante es que esos delitos de lesa humanidad no queden en la impunidad; que se imponga el camino de las leyes, el camino del Derecho. Una y otra vez he rechazado y condenado la pretensión de que la venganza prevalezca sobre la justicia. No puedo aceptar que el Gobierno de los EE.UU. y los otros gobiernos que se someten a sus dictados, pretendan hacer retroceder a la humanidad a la ley del ojo por ojo. Hasta el día anterior a los atentados terroristas en Nueva York y Washington, varios gobiernos y algunos de los grandes medios de comunicación en el mundo nos criticaban por buscar juicio y castigo contra los responsables del genocidio y el terror desde los Estados; nos acusaban de estar buscando venganza y nos exigían optar por el perdón y el olvido. Ahora, ellos invocan un supuesto derecho a la venganza, pasando por encima de cualquier principio o mecanismo jurídico.

¿Cuál es su posición frente a lo que está ocurriendo hoy en Afganistán?

Con toda la fuerza de nuestro espíritu, desde los cuatro puntos cardinales del planeta, miles de personas que amamos profundamente la paz intentamos evitar esa guerra. Nos dirigimos al Presidente Bush y a los demás líderes para llamarlos a la cordura. Pero todo fue en vano. La agresión más absurda y criminal se ha desatado contra un pueblo inocente que durante décadas, sin calma, sin tregua, ha sufrido las peores agresiones, las intervenciones extranjeras y la represión. Un pueblo campesino azotado por la guerra impuesta, el hambre y las catástrofes naturales. Estamos ahora frente a la injusticia incalificable de que las naciones más ricas y poderosas del mundo han unido su más alta tecnología y su maquinaria de muerte para atacar a uno de los pueblos más pobres de la tierra. Ofende la inteligencia de quienes en el mundo pensamos con nuestra propia cabeza, que EE.UU. y las grandes potencias pretendan hacernos creer que, para perseguir a un grupo de terroristas, se justifica arrasar aldeas completas, atacar a la población civil en las ciudades y destruir edificios como el de las Naciones Unidas o la Cruz Roja Internacional en Kabul. Al pretender responder al terror de grupos fanáticos con el gigantesco terror institucional de los Estados más poderosos, se le está imponiendo a la humanidad una lógica perversa. La brutal agresión contra el pueblo de Afganistán, que viola toda legalidad internacional, no la justifica nada. Nadie, absolutamente nadie que actúe con cordura y sensatez puede defender la agresión militar contra este pueblo como un acto de justicia. Menos aún se puede pretender que con esos actos de guerra se estén creando las condiciones para que surja ahí un régimen democrático.

¿Qué acciones ha desarrollado para llevar adelante esta postura contraria a la guerra?

Ya me referí a la postura que hice pública el mismo día de los atentados en los EE.UU. y a la carta que dirigí al Presidente Bush. El lunes 8 de octubre, unas horas después de iniciados los bombardeos sobre Afganistán, una delegación integrada por la Premio Nobel irlandesa Mairead Coorigan Maguire, el Premio Nobel argentino Adolfo Pérez Esquivel y mi persona, nos hicimos presentes en Nueva York para entrevistarnos en la ONU con el actual Presidente de la Asamblea General, el Presidente del Consejo de Seguridad y el Secretario General Kofi Annan. En cada una de esas reuniones expresamos nuestro rechazo a la agresión militar que se había iniciado, con la convicción de que la violencia no se combatirá con más violencia. Demandamos la defensa y el respeto al orden jurídico internacional establecido para garantizar la convivencia entre las naciones. Junto a varios Premios Nobel de la Paz, estamos preparando un encuentro de personalidades con representación y reconocimiento a nivel mundial para reiterar y reforzar la exigencia a favor de la paz. Buscamos que nuestro llamado a la cordura encuentre eco en los parlamentos y en otras esferas de decisión política, que sean capaces de oponerse a quienes se han subordinado incondicionalmente a los grandes intereses económicos, políticos y militares que están arrastrando al mundo a la locura de la guerra. Este encuentro probablemente se realizará en la Ciudad de Madrid, España, en los primeros días de diciembre. En estos días he estado recorriendo varias ciudades de los EE.UU. para reunirme con universitarios, gente de iglesia y otros grupos ciudadanos, acompañándolos en sus esfuerzos por la paz y estimulando su determinación de oponerse a la guerra. Estoy convencida de que del seno del propio pueblo estadounidense saldrán las mejores contribuciones a favor de la paz y emergerán los movimientos más efectivos contra el guerrerismo que hoy se ha impuesto en el mundo.

¿Cuál es en estos momentos su relación con Chile?

He tenido pendiente estar presente en Chile para expresar mi solidaridad e identificación con los miles de mujeres y hombres que en ese querido país luchan por la justicia y en contra de la impunidad. He seguido con sumo interés y admiración la perseverancia y la tenacidad de quienes se negaron y se niegan a dejar en la indignidad del olvido a las miles de víctimas del terrorismo de Estado. A mucha gente en todo el mundo nos inspiró la valentía y la determinación de quienes, a pesar de las amenazas y los peligros, se atrevieron a presentar las primeras querellas judiciales en contra de Pinochet y otros responsables de los más graves crímenes contra la humanidad. Admiro a los sobrevivientes y a los familiares de las víctimas que escogieron el camino de la justicia y se convirtieron en acusadores ante los tribunales; valoro a los abogados que se pusieron al frente de esas causas y las han conducido de manera ejemplar; respeto enormemente a los jueces que no han cedido a las presiones y están cumpliendo con la ley para devolvernos, poco a poco, la confianza en el sistema de justicia. He dicho muchas veces que el día que Pinochet fue detenido en Londres y se inició el proceso para extraditarlo a España, nació una esperanza de justicia para mí y para miles de víctimas del terror de los Estados. Por primera vez vi, de manera concreta, la posibilidad de llevar ante cualquier tribunal del mundo a los responsables de la muerte de más de 200 mil de mis hermanos guatemaltecos, de ver juzgados de conformidad con el Derecho a los autores de los delitos de lesa humanidad cometidos en Guatemala, a los grandes responsables de más de 45 mil casos de desaparición forzada, de haber ordenado más de 600 masacres en comunidades indígenas, de haber borrado del mapa más de 400 aldeas campesinas, en fin, de haber cometido genocidio en contra del pueblo Maya. Esa opción por el camino de la justicia y la vía del Derecho, me llevó a iniciar en diciembre de 1999 una querella ante los tribunales de la Audiencia Nacional de España en contra de los altos jefes militares y civiles responsables de los delitos de genocidio, terrorismo de Estado y tortura cometidos en mi Guatemala. Ese mismo voto de confianza en que algún día terminará la impunidad y funcionarán libremente los sistemas de justicia, nos llevó, a la Fundación que presido y a mí, a constituirnos como querellantes ante los tribunales chilenos en contra de los principales responsables de la "Operación Cóndor". Al participar dentro de esa querella estamos documentando lo ocurrido en Guatemala desde 1966 como antecedentes directos de lo que después aconteció con las dictaduras militares en el Cono Sur. En ese año urgieron en Guatemala, por primera vez en América Latina, los escuadrones de la muerte, el secuestro masivo de opositores al régimen, la tortura de los prisioneros hasta la muerte y su desaparición definitiva. Incluso se inauguró la práctica terrible de lanzar al mar, desde aviones de la Fuerza Aérea, los cuerpos torturados de los secuestrados. Esos crímenes de terrorismo de Estado comenzaron en mi país siete años antes del cuartelazo de Pinochet y diez años antes del inicio de la dictadura argentina. Y el círculo se cerró a principios de los años ochenta, con el envío de asesores militares chilenos y argentinos a Guatemala. Esos "embajadores del terror" llevaron a mi país las experiencias más sofisticadas en técnicas de control de ciudadanos, secuestro y tortura de opositores; en todas esas artes del horror a las que elegantemente les llaman "inteligencia militar". En todo ese proceso, de principio a fin, está presente la asesoría, el entrenamiento, el financiamiento y el equipamiento por parte del gobierno de los Estados Unidos. El papel directo y personal que jugaron personajes como Henry Kissinger o Vernon Walters está claramente documentado. Eso es lo que denunciamos, junto a otros acusadores chilenos, uruguayos, argentinos y paraguayos, en la querella recientemente presentada en Santiago ante el Juez Juan Guzmán Tapia. Ahí está depositado este nuevo voto por la justicia y en contra de la impunidad. Hay que volver a inventar la esperanza con el optimismo de que, a pesar de los tiempos adversos que hoy vivimos, cada día somos más las mujeres y los hombres que compartimos ese sueño. Para empezar a cumplir ese compromiso con el pueblo chileno y en particular con quienes han empeñado sus esfuerzos en la lucha contra la impunidad, estaré en Santiago el próximo martes 30 de octubre para participar en el gran evento que los organizadores de la Caravana por la Vida han preparado en el Estadio Nacional. Con gran emoción uniré mi corazón al de los miles de enamorados por la vida, que tercamente nos negamos a claudicar ante el olvido.

Fuente: El Siglo, 4 de noviembre del 2001
H 93 – 08 Marzo 2002



Paul Valéry y sus

Notas sobre poesía

Poesía es alcanzar el estado de invención perpetua.

Los versos no son sino eso, un estado de invención establecido por ellos mismos y la regla del juego consiste en que lo inventado no tenga ningún valor.

Aquel que danza no tiene por objeto marchar. Su fin no está en el espacio y, por lo tanto, espacio y aparatos de desplazamiento son sólo los medios. Las piernas entonces ya no sirven para franquear y alcanzar. Lo mismo ocurre con las palabras, que no sirven más que para informar e informarse.

La sintaxis y las palabras en un poema deben ser tan precisas como sea posible, pero el sentido debe permanecer impreciso, múltiple, jamás totalmente identificable con una "función limitada" de los términos.

Esta no-equiparación es esencial en poesía.

La prosa, la verdadera prosa (no todo lo que no esté escrito en verso) debe identificarse como una proposición geométrica, es decir, debe anularse en el momento mismo de su comprensión.

Se pueden combinar estos dos tipos mediante alternancias.

El verdadero poeta nunca sabe exactamente el sentido de aquello que tuvo la felicidad de escribir, pues desde ese punto de vista él se convierte en un simple lector, un instante después.

Acaba de escribir un sinsentido: es decir algo que debe recibir un sentido y no ofrecerlo (lo cual es muy diferente).

¿Cómo concebir ese trabajo paradojal? Escribir algo que restituya aquello que no ha sido dado. El verso aguarda un sentido -el verso escucha a su lector-. Y aun cuando yo diga que observo mis ideas, mis imágenes, igualmente podría decir que soy observado por ellas. ¿Dónde ubicar el yo?, ¿por qué esta relación será asimétrica?

Aquella parte de las ideas que no es posible poner en prosa se pone en verso. Si se la encuentra en prosa, demanda el verso, y parece un verso que no ha podido conformarse todavía. ¿Cuáles son estas ideas?

Son aquellas que se hacen posibles únicamente en un movimiento muy vivo o rítmico o irreflexivo del pensamiento.

La metáfora, por ejemplo, manifiesta desde su comienzo ingenuo un tanteo, una hesitación entre varias expresiones de un pensamiento, una impotencia explosiva que va más allá de la potencia necesaria y suficiente. Cuando el pensamiento haya sido retomado y precisado hasta su máximo rigor, hasta su único objeto, entonces la metáfora será borrada. Aparecerá la prosa.

Estos desplazamientos, observados y cultivados por sí mismos, se han convertido en el objeto de un estudio y de un empleo: la poesía. De este análisis resulta que la poesía tiene por objeto especial, por dominio verdaderamente propio, la expresión de lo que es inexpresable en las funciones finitas de la palabra. El objeto propio de la poesía sería entonces aquello que no tiene un único nombre, lo que en sí mismo demanda y provoca más de una expresión. Lo que suscita, por su unidad antes de ser expresada, una pluralidad de expresiones. Es prosa el escrito que tiene un fin expresable.

La poesía no tiene que exponer ideas. Las ideas (en el sentido común de la palabra) son expresiones o fórmulas. La poesía no está en ese momento. Está en un tiempo anterior, aquel en el que las cosas mismas están como preñadas de ideas. Ella debe, por lo tanto, formar o comunicar el estado sub-intelectual, o pre-ideal, y reconstituirlo como función espontánea, mediante todos los artificios necesarios.

Un poema debe ser una fiesta del Intelecto. No puede ser otra cosa. La Fiesta es un juego, pero solemne; una imagen de lo que ya no existe, del estado en que los esfuerzos son solamente ritmados, rescatados. Se celebra algo, realizándolo o representándolo en su situación más bella y pura.

Aquí surge la facultad del lenguaje y su fenómeno inverso, la comprensión, la identidad de las cosas que él separa. Se desechan sus miserias, sus debilidades, su cotidianidad.
Cuando la fiesta termina nada debe permanecer. Sólo cenizas y guirnaldas pisoteadas.

H 93 – 08 Marzo 2002



Hermann Hesse: poesía y reflexión

Vida de una flor
14-VIII-1934

Por la verde ronda de hojas ya se asoma
con temor infantil, y apenas mirar osa;
siente las ondas de luz que la cobijan,
y el azul incomprensible del cielo y del verano.

Luz, viento y mariposas la cortejan; abre,
con la primera sonrisa, su ansioso corazón
hacia la vida, y aprende a entregarse,
como todo ser joven, a los sueños.

Más ahora ríe toda, arden sus colores
y su cáliz abulta ya el dorado polen;
aprende a sentir el calor del mediodía
y, agotada, se inclina al lecho de hojas por la tarde.

Labios de mujer madura con sus bordes,
donde las líneas tiemblan por la edad ya presentida.
Cálida florece al fin su risa, en cuyo fondo
amarga caducidad y hastío anidan.

Pero ya se ajan y reducen los pétalos,
ya cuelgan pesadamente sobre las semillas.
Palidecen los colores como espectros: el gran
secreto envuelve ya a la moribunda.


El caminante disfruta del mejor y más delicado de los placeres, porque además de saborear sabe de lo pasajero de todas las alegrías. No se queda largo tiempo mirando lo ya perdido, ni ansía echar raíces en el lugar donde una vez estuvo a gusto. Hay viajeros por placer que van año tras año al mismo lugar, y muchos que no pueden despedirse de un bello paisaje sin antes tomar la decisión de volver muy pronto. Buena gente podrán ser, pero no buenos caminantes. Tienen algo de la roma embriaguez de los amantes y algo de ese afán coleccionista de las muchachas que recogen la flor de tilo. Pero afán de caminante no tienen, ese afán callado, serio y alegre al mismo tiempo, siempre diciendo adiós.

H 93 – 08 Marzo 2002

Heráclito 82

Ser gobernado, según Proudhon

Ser gobernado es ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, jurídicamente conducido, numerado, regulado, enrolado, adoctrinado, predicado, controlado, vigliado, ponderado, evaluado, censurado, ordenado, por criaturas que no tienen el derecho, la sabiduría ni la virtud para hacerlo. Ser gobernado significa estar en toda operación, en toda transacción, anotado, registrado, contabilizado, tasado, timbrado, medido, numerado, valorado, licenciado, autorizado, amonestado, advertido, prohibido, reformado, corregido, castigado. Con el pretexto de la utilidad pública y en el nombre del interés general se es puesto bajo contribución, se es reclutado, despojado, explotado, monopolizado, oprimido, exprimido, mofado, robado; entonces, ante la más leve resistencia, a la primera palabra de queja, se es reprimido, multado, difamado, masacrado, casado, abusado, aporreado, desarmado, atado, traumado, hecho prisionero, juzgado, condenado, fusilado, deportado, sacrificado, vendido, y para coronar todo esto, burlado, ridiculizado, afrentado, ultrajado, deshonrado. Éste es el gobierno; ésta es su justicia; ésta es su moral.

P J Proudhon, General Idea of the Revolution in the Nineteenth Century, traducción de John Beverly Robinson, Londres, Freedom Press, 1923, pp 293-294. Con algunas modificaciones provenientes de la traducción de Benjamin Tucker en Instead of a Book, Nueva York, 1893, p 26.

H 92 – 01 Marzo 2002



Segunda parte de la entrevista que David Barsamian le hizo al intelectual norteamericano Noam Chomsky en diciembre de 2000. Traducida por Guillermo Calderón y revisada por Germán Leyens.

Superando las ortodoxias

Quisiera volver a la idea de lo que pueden hacer los individuos para superar las ortodoxias. Steve Biko, el activista sudafricano que fue asesinado por el régimen del apartheid mientras estaba detenido, dijo una vez: El arma más poderosa en manos del opresor es la mente del oprimido.

Tiene mucha razón. La mayor parte de la opresión resulta exitosa porque su legitimidad está interiorizada. Esto se cumple en los casos más extremos. Tomemos, por ejemplo, la esclavitud. No era fácil rebelarse si uno era un esclavo, de ninguna manera. Pero si se observa la historia de la esclavitud, ésta era en cierto sentido reconocida como simplemente la forma de ser de las cosas. Haremos lo mejor que se pueda bajo este régimen. Otro ejemplo, también contemporáneo (se estima que hay unos 26 millones de esclavos en el mundo), son los derechos de la mujer. Allí la opresión está extensamente interiorizada y aceptada como apropiada y legítima. Esto es cierto hoy en día, y lo ha sido a lo largo de la historia. Se cumple en un caso tras otro. Consideremos a los trabajadores. En cierta época, a mediados del siglo XIX en los EE.UU., hace ciento cincuenta años, el trabajar a cambio de un salario no era algo considerado muy diferente de la esclavitud tradicional. Esto no era una postura inusual al respecto. Fue el slogan del Partido Republicano, la bandera bajo la cual los trabajadores del Norte fueron a combatir en la Guerra Civil. "Estamos contra la esclavitud explícita y la esclavitud asalariada". La gente libre no se alquila a otros. Tal vez tengas que hacerlo temporalmente, pero sólo en camino a convertirte en una persona libre, un hombre libre, para ponerlo en la retórica de esos días. Se llega a ser un hombre libre cuando no se está obligado a cumplir las órdenes de otros. Esto es un ideal de la Ilustración. Incidentalmente, no provenía del radicalismo europeo. Había trabajadores en Lowell, Massachussets, a un par de millas de aquí donde estamos. Se puede incluso leer editoriales del New York Times diciendo estas cosas por esa época. Tomó mucho tiempo meter en la cabeza de las gentes la idea de que era legítimo alquilarse a sí mismo. Hoy, desafortunadamente, eso está muy aceptado. Esto es interiorización de la opresión. Cualquiera que piense que es legítimo ser un trabajador asalariado está interiorizando la opresión de una manera que hubiera parecido intolerable a la gente de las fábricas, digamos, hace ciento cincuenta años. Entonces, de nuevo, esto es interiorizar la opresión, y es un logro.

Consideremos las manifestaciones que están teniendo lugar ahora mismo en Wáshington, buenas manifestaciones, por la cancelación de la deuda. Están bien. Debería cancelarse la deuda. Pero también vale la pena reconocer – mucha gente lo sabe – que la forma de las protestas y las objeciones de parte de los países pobres internalizan una forma de opresión que no deberían de estar aceptando. Porque están diciendo que la deuda existe. No se la puede cancelar a menos que exista. ¿Existe? Bueno, no como un hecho económico. Existe como un constructo ideológico. Pues bien, eso es interiorizar opresión. Así se puede seguir por un buen rato. Como dijo Biko, es un tremendo logro de los opresores inculcar sus supuestos como la perspectiva desde la cual se debe mirar el mundo. Algunas veces esto se hace de manera extremadamente consciente, como en la industria de las relaciones públicas. Algunas veces no es más que un tipo de rutina, la forma en que uno vive. Liberarse de estas preconcepciones y perspectivas es dar un gran paso hacia la superación de la opresión.

Discuta el rol de los intelectuales en esta ecuación. Hoy se habla mucho sobre los intelectuales públicos. ¿Ese término significa algo para usted?

Es una vieja idea. Los intelectuales públicos son aquellos que se supone deben presentar los valores y principios y la comprensión. Son aquellos que se enorgullecieron de haber conducido a los EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial. Esos eran intelectuales públicos. Nótese quienes eran. Walter Lippmann fue un intelectual público. Por otro lado, Eugene Debs no fue un intelectual público. De hecho, fue un preso. Un Woodrow Wilson muy vindicativo se negó a concederle amnistía cuando cualquier otro obtenía su amnistía de Navidad. ¿Por qué no fue Eugene Debs un intelectual público? La razón es, porque fue un intelectual que resultó estando del lado de los pobres y de los trabajadores. Fue la figura principal del movimiento laboral de los EE.UU. Fue candidato presidencial, obtuvo abundantes votos a pesar de que se lanzó fuera del sistema político dominante. Dijo la verdad sobre la Primera Guerra Mundial, y este es el porqué fue arrojado a la cárcel. Revísese lo que dijo, fue notablemente preciso. Entonces se le arrojó en prisión y no fue un intelectual público. Por otra parte, Walter Lippmann, quien fue parte de la agencia de propaganda, la Comisión Creel, y quien después estaba explicando en sus ensayos progresistas sobre la democracia cómo la horda salvaje tiene que ser de espectadores, no de participantes, y así, él fue un intelectual público, de hecho, uno de los principales intelectuales públicos de EE.UU. en el siglo veinte. Esto es más bien general. Intelectuales públicos son aquellos que resultan aceptables dentro de un cierto espectro de opinión dominante, como aquellos encargados de presentar las ideas, de dar la cara por los valores. Algunas veces lo que hacen no es malo, puede incluso ser muy bueno. Pero una vez más, consideremos la intervención humanitaria, echemos una mirada. Quienes no aceptan los principios, los supuestos, rara vez califican como intelectuales públicos, sin importar cuan famosos sean. Tomemos a Bertrand Russell, quien bajo cualquier estándar es una de las principales figuras intelectuales del siglo veinte. Él fue uno de los contados intelectuales reconocidos que se opuso a la Primera Guerra Mundial. Fue vilipendiado, y de hecho terminó en la cárcel, al igual que sus contrapartes en Alemania. De los años cincuenta para acá, particularmente en EE.UU., fue agriamente denunciado y atacado como un viejo loco que era "anti-americano". ¿Por qué? La razón era que daba la cara por los principios que otros intelectuales también aceptaban, pero él estaba haciendo algo al respecto. Por ejemplo, él y Einstein, para tomar a otro intelectual de primer rango, coincidían esencialmente en asuntos como las armas nucleares. Pensaban que bien podían destruir a la especie. Firmaron declaraciones similares, creo que incluso declaraciones conjuntas. Pero luego reaccionaron de manera muy diferente. Einstein regresó a su oficina en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y trabajó en las teorías de campo unificado. Russell, por otro lado, salió a las calles. Participó en las manifestaciones contra las armas nucleares. Se volvió un activo opositor a la guerra de Vietnam tempranamente, en momentos en que ésta no tenía virtualmente ninguna oposición pública. También intentó hacer algo a ese respecto, manifestaciones, organizó un tribunal. Y entonces fue agriamente denunciado. Por otra parte, Einstein fue una figura santa. Ambos tuvieron en esencia las mismas posiciones, pero Einstein no hizo demasiado escándalo. Eso es bastante común. Russell fue viciosamente atacado en el New York Times y por Dean Rusk y otros en los sesentas. No contaba como intelectual público, sino como viejo loco. Hay un buen libro sobre esto, publicado por South End Press, llamado Bertrand Rusell´s America (Los EE.UU. de Bertrand Russell).

Usted colabora con varios grupos por todo el país, desde la East Timor Action Network (Red de Acción sobre Timor Oriental) hasta una conferencia que dará pronto para la Boston Movilization for Survival (Movilización Bostoniana por la Supervivencia). Usted tomó esa decisión bien prontamente. ¿Por qué otros intelectuales no se involucran políticamente?

Los individuos tienen sus propias razones. Presumiblemente la razón por la que la mayoría no lo hace es porque piensan que están haciendo lo correcto. O sea, estoy seguro de que abrumadoramente quienes apoyan actos atroces del poder y el privilegio de hecho creen y se convencen de que eso es lo correcto, lo cual es extremadamente fácil. De hecho, una técnica estándar de formación de creencias es hacer algo para el interés propio y luego construir un marco del cual se derive que eso era lo correcto. Todos conocemos esto por nuestra propia experiencia. Nadie es tan santo que no haya hecho esto ilegítimamente algunas veces, desde cuando le robó un juguete al hermano menor a los siete años hasta el presente. Siempre conseguimos construir nuestro marco que diga: Sí, eso era lo correcto por hacer y va a ser bueno. Algunas veces las conclusiones son correctas. No siempre es un auto-engaño. Pero es muy fácil caer en el auto-engaño cuando resulta ventajoso para uno el hacerlo. No es nada sorprendente.

Y cuando uno tiene a la cultura y a los medios celebrándolo.

Eso es ventajoso. Si uno se convence, o tal vez tan sólo decide cínicamente jugar el juego según las reglas oficiales, uno se beneficia mucho. Por otra parte, si uno no juega el juego con esas reglas y, digamos, sigue el camino de Bertrand Russell, uno es un blanco. En algunos estados lo pueden matar. Si estamos en un estado cliente de EE.UU., lo matan. Acabamos de pasar el vigésimo aniversario del asesinato del Arzobispo Óscar Romero de El Salvador. Era un arzobispo conservador que intentó ser una voz para los privados de voz. Luego fue asesinado por fuerzas controladas por EE.UU. El aniversario acaba de pasar, incidentalmente. David Peterson, quien es una fuente de información invaluable, realizó un análisis de bases de datos bastante interesante. No hubo virtualmente nada en la prensa nacional dominante. Prácticamente el único lugar en donde fue reportado el asesinato fue en Los Ángeles. Los Ángeles Times publicó informaciones. Resulta que Los Ángeles tiene la mayor comunidad salvadoreña del país, y que el Arzobispo Romero es algo así como un santo, por lo que hicieron un par de artículos. Pero básicamente hubo silencio.

Unos meses antes, el pasado noviembre, fue el décimo aniversario de la matanza de seis intelectuales jesuitas latinoamericanos de primer rango por fuerzas controladas por EE.UU., armadas y entrenadas por los EE.UU., en El Salvador. Esto fue parte de una masacre a gran escala, pero ellos resultaron asesinados con particular brutalidad. Si, digamos, Vaclav Havel y una media docena de otros intelectuales checos hubieran sido descerebrados a golpes por fuerzas dirigidas por los rusos hace diez años, el aniversario hubiera sido recordado, y alguien sabría sus nombres. En este caso, David Peterson hizo un análisis de los medios, y no hubo esencialmente nada. Literalmente sus nombres no fueron mencionados en la prensa estadounidense. Además de los seis intelectuales jesuitas, su casera y la hija de quince años de ésta fueron masacradas.

Y cientos más de otras personas fueron asesinadas cuyos nombres usted nunca ha escuchado. Es intrigante, instructivo, que nadie sepa los nombres de los intelectuales salvadoreños asesinados. Si le pregunta a los bien educados intelectuales públicos, o a sus amigos bien educados, ¿puede nombrar a alguno de los intelectuales salvadoreños que fueron asesinados por fuerzas dirigidas por EE.UU.?, es muy raro que alguien sepa un nombre. Y fueron gente distinguida, uno era el rector de la principal universidad. Alguna gente sabe. Quienes estuvieron involucrados en la solidaridad con América Central saben. Pero ellos no son bien conocidos. Nada como lo que sabemos sobre los disidentes de Europa Oriental. Ellos son bien conocidos. Todo el mundo conoce sus nombres y lee sus libros y los alaba. De hecho ellos sufrieron represión. Pero en el período post-stalinista nada remotamente comparable al tratamiento que se administra regularmente a los disidentes en los dominios de Occidente. Se trata de una reacción muy iluminadora.

De hecho, la historia se pone peor. Justo después de que fueron asesinados, Vaclav Havel vino a Washington e hizo una excitante proclama en una sesión conjunta del Congreso, en la cual alabó a los defensores de la libertad, son sus palabras, quienes eran de hecho responsables de acabar de asesinar a seis contrapartes suyas. Esto condujo a una reacción eufórica, con arrebato en los EE.UU. y editoriales en el Washington Post sobre, ¿por qué no podemos tener magníficos intelectuales como estos que vienen y nos alaban como defensores de la libertad? Anthony Lewis escribió sobre cómo vivimos en una era romántica. Eso es bien interesante. Ahora pasamos el décimo aniversario y por supuesto está olvidado. El vigésimo aniversario del arzobispo Romero, olvidado.

¿Qué pasa si es usted un intelectual disidente en nuestros dominios? En las sociedades ricas, EE.UU. e Inglaterra, no lo asesinan. Si es un líder negro, puede que lo asesinen, pero para gente relativamente privilegiada hay seguridad contra la represión violenta. Por otro lado, se dan otras reacciones que a mucha gente no le gustan. De hecho, tal vez la única manera de continuar haciéndolo es no darle importancia. Por ejemplo, si usted desdeña a la comunidad intelectual dominante y en realidad no le importa, entonces está seguro. Por otra parte, si desea que ellos lo acepten, si quiere que lo alaben y hagan comentarios de sus libros y le digan cuan brillante es y quiere prosperar y conseguir trabajos grandiosos, no es recomendable ser un disidente. No es imposible, y de hecho el sistema tiene suficiente laxitud como para que pueda conseguirse, pero no es fácil. Usted y yo podemos nombrar abundantes personas que fueron simplemente sacadas del sistema porque su trabajo era demasiado honesto. Eso bloquea accesos. No es lo mismo que ser descerebrado a golpes o arrojado a la cárcel, pero no es agradable.

Fuente: http://www.galeon.com/bvchomsky/textos/ort.html
H 92 – 01 Marzo 2002



“Por mucho que pretendamos olvidarlo, existe el peligro simple e indudable de que a aquellos a los que oprimimos se les agote la paciencia”

Fragmento del libro ¿Qué hacer? de León Tolstoy (1829-1910), en versión castellana de José Fernández Sánchez.

La desdicha de nuestra vida. Por más que los ricos adecentemos, apuntalemos con nuestra ciencia y nuestro arte nuestra vida falsa, esa vida cada año es más débil, morbosa y penosa; cada año aumenta el número de suicidios y la renuencia a engendrar; cada año sentimos la creciente angustia de nuestra vida, cada año se debilitan más las generaciones de nuestra clase. Está claro que por ese camino de crecientes comodidades y goces mundanos, con todo tipo de tratamientos y aparatos artificiales para mejorar la vista, el oído, el apetito, las dentaduras postizas, las pelucas, la respiración, los masajes, etcétera, no habrá salvación. Los que no utilizan esos perfeccionamientos son más fuertes y sanos, es ya una perogrullada; a tal punto, que la prensa anuncia unos polvos estomacales llamados “Blessings for the poor” (la felicidad del pobre), porque, se dice, sólo los pobres tienen una digestión normal; los ricos necesitan un aliciente, concretamente esos polvos. La cosa no se arregla con goces, comodidades ni polvos; sólo se arregla con un cambio de vida.

Discordancia entre nuestra vida y nuestra conciencia. Por mucho que nos empeñemos en justificar nuestra traición a la humanidad, todas nuestras justificaciones se vienen abajo ante la realidad: alrededor la gente se muere por realizar un trabajo superior a sus fuerzas y por desnutrición; destruimos el trabajo ajeno, el alimento y el vestido que otros necesitan, en distracciones y placeres para acabar con el tedio. Por eso la conciencia del hombre de nuestro medio, aunque tenga una pizca, no le deja dormir, le envenena el placer de las comodidades y los goces de la vida, que nos proporcionan esos hermanos nuestros que sufren y perecen en el trabajo. Cada hombre con vergüenza siente eso, quisiera olvidarlo y no puede: en nuestra época el mejor sector de la ciencia y del arte, el que siente la responsabilidad de su misión, es un recuerdo constante de nuestra crueldad y de nuestra situación ilegítima. Las viejas y firmes razones se han derrumbado todas; las nuevas y efímeras justificaciones de la ciencia por la ciencia y del arte por el arte no resisten la luz de la lógica simple y sana. La conciencia del hombre no puede serenarse con nuevas invenciones, sino únicamente con un cambio de vida, en la cual no tengamos por qué justificarnos de nada.

El peligro de nuestra vida. Por mucho que pretendamos olvidarlo, existe el peligro simple e indudable de que a aquellos a los que oprimimos se les agote la paciencia. Aunque intentemos conjurar ese peligro con engaños, presiones y halagos, ese peligro crece cada día, cada hora, y su ya vieja amenaza ha legado a tal punto que es un mar embravecido que inunda nuestra barquita y que de un momento a otro nos tragará iracundo. Nos amenaza la revolución trabajadora con el horror de las destrucciones y de las matanzas; llevamos viviendo sobre ella hace treinta años y sólo con añagazas aplazamos temporalmente su estallido. Tal es la situación de Europa; tal es nuestra situación, aunque la nuestra es peor: carece de válvulas de seguridad. Las clases que oprimen al pueblo, excluido el zar, no tienen ninguna justificación a los ojos de nuestro pueblo; todas mantienen su situación por la fuerza, la astucia y el oportunismo, o sea, con la habilidad, pero cada año es mayor el odio hacia nosotros de los peores representantes del pueblo y el desprecio de los mejores.

H 92 – 01 Marzo 2002



Un poema de Fernando Pessoa

Si yo muriera joven

Si yo muriera joven,

sin poder publicar libro alguno,
sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
no se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.
Aunque mis versos nunca sean impresos

tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
porque las raíces pueden estar bajo la tierra
pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera muy joven, oigan esto:
nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
de una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
ni procuré hallar nada,
ni hallé que hubiese más explicación
que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.
No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
al sol cuando había sol
y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(y nunca la otra cosa).
Sentir calor y frío y viento, y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
pero no fui amado.
Pero no fui amado por la única gran razón:
porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.

Traducción de Rodolfo Alonso

H 92 – 01 Marzo 2002



Hermann Hesse en verso

Lamento (1929-1941)

El ser no nos ha sido dado. Somos un río sólo

y dócilmente en toda forma confluimos:
tanto la noche como el día, catedral o caverna,
todo lo atravesamos, pues nos arrastra la sed por existir.
Así llenamos forma tras forma sin descanso,

y ninguna llega a ser patria, ni dicha, ni necesidad,
siempre de viaje, huéspedes para siempre,
no nos llama el campo ni el arado, tampoco crece el pan para nosotros.
Desconocemos lo que Dios piensa de los hombres.

El juega con nosotros, somos arcilla entre sus manos,
enmudecida y maleable, ni ríe ni solloza,
es realmente dúctil, pero tampoco se calcinará.
¡Ser convertido en piedra alguna vez, durar!

Siempre viva por ello está nuestra nostalgia,
mas también queda siempre un temeroso escalofrío
y nunca se hace pausa para nuestro sendero.
Yo, lobo estepario, troto y troto,

la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul,
pero una liebre nunca, nunca un ciervo.
¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.
Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi rabo tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.
Ahora troto y sueño con los ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.

H 92 – 01 Marzo 2002