Heráclito 7

Reflexiones sobre la poesía y el arte *

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

Ensayaré algunas reflexiones acerca de la poesía y del arte, tal como los entiendo sin ser yo exactamente poeta. Y sin ser exactamente artista. Es decir que soy aproximadamente poeta y artista, como soy, también aproximadamente, otras múltiples cosas, algunas de las cuales puedo confesar y otras no. Hechas estas advertencias, lector, quedo en tus manos.

En su escrito a propósito del arte, Schopenhauer anota: “El poeta es el hombre universal. Todo lo que ha removido el corazón de un hombre, todo lo que la naturaleza humana ha podido experimentar y producir en todas circunstancias, todo lo que habita y fermenta en un ser mortal, ése es su dominio, que se extiende a toda la naturaleza. Por eso el poeta lo mismo puede cantar la voluptuosidad que el misticismo, ser Angelus Silesius o Anacreonte, escribir tragedias o comedia, representar los sentimientos nobles o vulgares, según su humor y su vocación. Nadie puede mandar al poeta que sea noble, elevado, moral, piadoso y cristiano, que sea o deje de ser esto o lo otro, porque es el espejo de la humanidad, y presenta a ésta la imagen clara y fiel de lo que siente”.

No escapa a mi entendimiento que estos conceptos del filósofo, de ser tomados en consideración por los poetas, les representarán un grande compromiso. Y también un compromiso doble. Primero, el de saberse libres, sin otro condicionamiento que el de los anhelos alojados en sus adentros y, entonces, desprovistos de tutores y de referentes que mutilen sus sueños alados.

¡Tan severo es el camino de la poesía! Y luego, el otro compromiso, es el de ser espejo de la humanidad, nada menos.

Digo también que tiene la poesía el raro privilegio de ser lugar de cruce, de encuentro y confluencia de diferentes artes. Es el sitio adonde concurren las artes plásticas, la música y, desde luego, las otras letras. Porque el poeta pinta con su pluma y describe en sus versos los colores del arco iris que orna sus adentros. Porque es en la poesía donde las palabras que desgrana el alma del autor mutan en acordes y tonos melodiosos. Sí, la poesía es la pluma, pero es también el pincel y el color, el arco y la lira. Estas palabras no son meros ornamentos discursivos. Pregúntesele al poeta acerca de ello y coincidirá. Dirá que cuando escribe sus poemas ve formas, colores y luces y también dirá que imagina acordes y ritmos. Estoy convencido de ello a tal punto que me atrevo a afirmar que quien escribe versos sin sentir estas pulsiones, sin experimentar estas sensaciones, ese no es poeta.

Y también quiero decir aquí que la poesía es lugar de encuentro con otros ámbitos del quehacer humano. Recuerdo haber leído de cierto pensador español que el filósofo se siente más cerca del poeta que de cualquier otro artífice de la cultura. Y en esto también estoy de acuerdo.

Así entonces, es mi parecer que quien elige mostrar su alma en versos, inicia, por eso mismo, un camino arduo, severo en sus exigencias, sí. Pero creo también que es el más bello sendero el del arte. Que la antes anunciada soledad del poeta se resarce compartiendo el lenguaje de los dioses. Porque, a no dudarlo, ellos se expresan en poesías, puesto que otra herramienta no es digna de su verbo. Poesía es el lenguaje de Brahma y de Yahvé, de Salomón, de Cristo y de Mahoma. También se han expresado en verso Hesíodo y Homero, Virgilio y el Dante. Y ya en tiempo y en lengua de nosotros, Machado, Lorca y el reciente viajero Rafael Alberti. La pluma del poeta es un pincel que pinta con palabras. Por eso su verbo es el verbo de los dioses.

Y los dioses, comoquiera que nos haya sido dado entenderlos, son poesía. Sin duda lo son, porque no pueden ser entendidos sino con palabras. Y de entre las palabras, con el verbo, motor de la vida. El verbo es la distancia que media entre las cosas y el hombre. Es el elemento distintivo que separa la materia de la conciencia. El verbo, que es poesía y por eso es arte, destruye el muro que separa al hombre del hombre. En suma, el muro que se interpone entre el hombre y sus dioses. Tal es entonces, a mi parecer, el quehacer artístico: derribar muros y rescatar para los hombres el imperio del espíritu. ¡Menuda faena! Que el pintor acometerá con los colores de la luz y con su pincel, el escultor con su sincel y su masa para desnudar la piedra y rescatar las formas que atesora en sus adentros. Y el poeta..., el poeta con su pluma y con el recurso sobrenatural del verbo, para horadar en el alma y en la conciencia de los hombres y traer a la luz lo que el adjetivo oculta. Parto, a veces, doloroso es el del poeta.

Y puesto que el hombre falto de poesía se exilia en sí mismo, es el poeta quien acude para rescatarlo de ese ostracismo. Despoja al hombre de hoy de su materialismo exacerbado, sacude las cenizas que estos tiempos de deshumanización depositaron sobre su testa, le toma de los hombros y agita sus músculos entumecidos de espectador remiso y lo induce a mirar con los ojos de su alma. El poeta pulsa de continuo la lira de la vida. Y no bastándose con eso, canta también la canción funeraria que a un tiempo es lazo de amor entre los que partieron y los que arriban.
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* Palabras con que el autor presentó el poemario Huellas de Silvia V. García, publicadas en el diario La Nación Line de Buenos Aires, el 7 de Abril de 2000.
H 10 – 04.08.2000


¿Cómo vencer al tiempo, cómo salir del tiempo, cómo jugar con él?

Jean-Claude Carriére *
Refiere esta historia del Mahabharata

Un maestro y su discípulo caminan por el campo y se detienen debajo de un árbol. Hace calor, se sientan. El maestro dice a su discípulo: “Veo un pozo allá abajo. ¿Puedes ir a traerme un poco de agua?” El joven discípulo va hasta el pozo, situado a quinientos metros de distancia. En él encuentra a una muchacha. Se gustan. Entablan conversación. La chica explica que vive en un pueblo vecino. El joven se brinda a cogerle el cántaro y a transportarlo. Van hasta el pueblo. A medida que el cuento avanza, se cae en la cuenta de que el tiempo comienza a aparecer. La chica presenta al joven a su familia. Le invita a compartir con ellos la comida. Es tarde. Le proponen que se quede a dormir. Pernocta allí. Le gusta mucho estar con la muchacha. Pasa con ella los días siguientes. Finalmente se casan. El joven trabaja en el pueblo. Tienen hijos. Luego los padres de la muchacha mueren: la vida discurre de una forma completamente normal y un día, de golpe, él se acuerda... ¡de que había ido a buscar agua! Su mujer tiene ya los cabellos blancos. Recuerda que tiene que llevar agua a su maestro, que aguarda al pie del árbol. Entonces abandona a toda prisa el pueblo, llena una escudilla de agua y llega al árbol bajoel cual encuentra a su maestro, quien le dice: “Bien... Casi me haces esperar.” En el relámpago de una mirada cruzada con la muchacha, tal vez ha pasado todo esto. Toda una vida. ¿Pero esa vida ha sido realmente vivida?

* El fin de los tiempos, J-C. Carriére, J. Delumeau, U. Eco y S. Jay Gould, Ed. Anagrama, Barcelona 1998)
H 18 – 29.09.2000



Fragmentos escogidos de

Umberto Eco

Sobre la necesidad de pensar el fin del mundo

Es una especie de ilusión óptica ligada con el hecho de que sabemos que todos los hombres son mortales, pero ¿por qué el mundo habría de serlo necesariamente? Los seres humanos son los únicos animales que saben que han de morir. No he encontrado nunca un perro capaz de decir que todos los perros son mortales. El hombre transfiere al universo esta idea fundamental. Si este hombre que es mi padre se ha extinguido, ¿no va a morir también el mundo en el que vivo? Es una reflexión intuitiva que la razón no puede entorpecer, por una razón muy sencilla. La experiencia nos ha enseñado que los hombres eran mortales y que íbamos a morir un día u otro. Pero no tenemos esa misma experiencia en lo que concierne al universo, porque nadie ha vivido el final de un universo. Aun cuando el mundo sea solamente el conjunto de los seres mortales, eso no quiere decir que también sea mortal.

Esta transposición de nuestra experiencia al universo es un error lógico que cometemos continuamente y sobre el que Kant ha hablado mucho: concebimos la idea del mundo, la idea de Dios o de la libertad como algo que va más allá de nuestra experiencia sensible, pero cometemos el error de aplicar a esas ideas las categorías válidas dentro de los límites de nuestra experiencia sensible.

H 18 – 29.09.2000


Siglo XX... y utopía

Nuestro siglo tiene miedo de las nuevas utopías. Sabe usted, soy un lector apasionado de los utopistas clásicos, desde Tomas Moro hasta Charles Fourier, y pienso que haber concebido esas utopías en una época en que eran irrealizables ha sido filosófica y políticamente interesante. La desgracia de nuestro siglo es haber querido realizarlas, y de la manera más científica posible. Las ciudades radiantes de los arquitectos han sido fiascos, las sociedades perfectas del comunismo han fracasado... Pero todo estaba ya en nuestros utopistas. Relea la Utopía de Tomas Moro y trate de imaginarla realizada: es el 1984 de Orwell. La idea de vivir en un mundo como ese es una pesadilla.

El siglo XX es el siglo de la industrialización de la utopía.

H 18 – 29.09.2000


De una ética de la negociación para pactar con la Tierra.

El proceso de destrucción del medio ambiente comenzó con la invención del fuego y, más lejos aún, con el primer golpe asestado sobre un sílex para modificar su forma. Desde que el hombre actúa sobre el mundo, lo deforma y, lentamente, lo destruye. Por eso me opongo a todo ecologismo radical, según el cual habría incluso que eliminar al hombre con tal de salvar a Gaia, la Tierra. La tierra es el planeta más las especies que la pueblan; tanto las abejas que construyen sus colmenas como los hombres que erigen sus rascacielos. Por supuesto, la diferencia entre ellas y nosotros es evidente: el planeta ha tenido millones de años para acostumbrarse a las construcciones de las abejas, mientras que nosotros cambiamos nuestras técnicas cada cierto tiempo y mostramos una tendencia fastidiosa a no detenernos nunca. Nuestro problema, pues, consiste en pactar con la tierra. Puesto que la necesitamos (no podemos cambiar de vehículo), tenemos que sondear hasta qúe punto puede soportarnos, En suma, hay que negociar.

H 18 – 29.09.2000


Una entrevista a Jean-Claude Carriére (1997)

El secreto de los relojeros

Peter Brook me contó lo siguiente: un viejo relojero le dijo que a finales del siglo XVII los relojeros decidieron reunirse regularmente para regular el ritmo del tictac y acelerarlo progresivamente, de siglo en siglo.

- Se diría que son las primeras líneas de un capítulo de El Péndulo de Foucault, de Umberto Eco...

J-C. C. - Y es cierto. Cuando yo era niño, teníamos un viejo reloj de pared en el campo que hacía lentamente "baaang, baaang..." Ahora tenemos tictac, tictac, tictac, como si la mecánica hubiese seguido también el ritmo de la vida moderna. Ustedes saben que no hay que poner nunca un despertador al lado del oído, en la mesilla de noche, cuando duermes, porque nuestro corazón, al parecer, tiende a regularse con arreglo al tictac del despertador. Si los latidos son cada vez más rápidos, ¡qué gimnasia cardíaca!

- ¿Por qué los relojeros querían acelerar el tictac de los relojes?

J-C. C. - Para armonizarlos, me figuro, con el tempo de la sociedad. Nos imaginamos a aquellos viejos relojeros que llegan a la reunión y dicen: “Es verdad que la historia rueda cada vez más deprisa. Tenemos que acelerar un poco el movimiento de nuestros relojes.” Una sociedad secreta que decide en la sombra, el ritmo de los tictac en el mundo... Se non e’vero...

- Nos han hecho creer que nuestra expectativa de vida ha aumentado, pero quizá no sea cierto... Quizá no seamos tan viejos como creemos. En realidad quizá usted no tenga más que treinta años...

J-C. C. - ¡Qué va! El tiempo en sí no cambia. Es el ritmo, nuestra lectura del tiempo lo que cambia. Puesto que ese tictac es arbitrario, ya sea lento o acelerado, no cambia en nada la duración de un segundo, ni nuestra edad. Entre el tic y el tac, antiguamente se contaba un segundo largo, mientras que nuestros tictac se suceden a un ritmo que parecería vertiginoso a nuestros bisabuelos.

- ¿Pero el tictac no señala la sucesión de los segundos?

J-C. C. - En absoluto. Es solamente una percepción sonora del tiempo. Una ilusión más. Hay que dar la impresión de que el tiempo transcurre más rápido, porque la sociedad va más deprisa. Después de aquella conversación con Peter Brook sobre los relojeros, encontré a un amigo indio, Moshe Agashi, un personaje complejo, a la vez psiquiatra de niños, actor de cine célebre y director de la escuela de cine de Poona, donde fui a trabajar. Nos conocemos desde hace diez o quince años. Vino a verme hace unos días y pasó dos horas aquí. Un hombre muy sutil. Naturalmente, comenzamos a hablar del tiempo. Le cuento mi historia de los relojeros, que le encanta, y me dice: “¿Te has fijado en que nuestros relojes, numéricos, digitales, tienen simplemente una cifra en un lado de la esfera?” Le digo que efectivamente he observado ese detalle. Él me dice: “¿Has notado otra cosa?” No respondí nada, esperaba la revelación.

- ¡Nosotros también!

J-C. C. - “En los relojes numérico” -me dice- un pequeño rectángulo indica la hora, pero la esfera misma es muda. Ves una cifra, un punto, y eso es todo. Tenemos relojes que nos dicen la hora que es.” Eso me pareció luminoso. Continuó: “En un reloj de esfera, la hora que lees se inscribe en el círculo del tiempo. Te acuerdas inmediatamente de lo que has hecho durante la jornada, dónde estabas esta mañana, qué hora era cuando te has cruzado con un amigo, te acuerdas de la hora en que el día ha empezado a declinar y ves el tiempo que te queda antes de irte a acostar, con la conciencia apaciguada por una jornada intensa, y con la certeza, también, de que el tiempo comenzará mañana su curso alrededor de tu reloj. Pero si no tienes más que un pequeño rectángulo, estás obligado a vivir en una serie de instantes y pierdes la verdadera medida del tiempo.” Me parece que ese tiempo perdido constituye la esencia de nuestro libro...

- En ese orden de ideas, hay también los grandes relojes de Beaubourg y de la torre Eiffel, que se detendrán en el año 2000.

J-C. C. - Es lo mismo: falta de referencias.

- Los sociólogos dicen que los jóvenes no tienen ninguna noción del pasado, que ya no conocen lo que constituía la memoria de las generaciones. Son adeptos a lo inmediato que, como por azar, rima con los media...*

J-C. C. -¡A causa del tictac!

- Vivir sin pasado es un poco como caminar sobre un alambre, sin red, encima del vacío. Si el presente no te conviene, no tienes escapatoria.

J-C. C. - Hemos conocido otras historias curiosas. En 1582, como recuerda Gould, el papa Gregorio decide la reforma del calendario. Pasamos al calendario llamado gregoriano. Para ello, se suprimen bruscamente diez días en la cuenta cotidiana. Pasamos del jueves 4 al viernes 15 de octubre. Un agujero más en el tiempo, ¡otro tiempo perdido!

* En efecto, l’inmediat, lo inmediato, tiene una fonética muy semejante a média, es decir, los medios de comunicación social. Para recoger esta semejanza he optado por el anglicismo media, muy extendido en español. (Nota del Traductor, cuyo nombre no está indicado en la fuente).
H 19 – 06.10.2000


El tiempo y J. W. Dunne (fragm.)

Jorge Luis Borges *

No sé qué opinará mi lector. No pretendo saber qué cosa es el tiempo (ni siquiera si es una “cosa”) pero adivino que el curso del tiempo y el tiempo son un solo misterio y no dos. Dunne, lo sospecho, comete un error parecido al de los distraídos poetas que hablan (digamos) de la luna que muestra su rojo disco, sustituyendo así a una indivisa imagen visual, un sujeto, un verbo y un complemento que no es otro que el mismo sujeto, ligeramente enmascarado... Dunne es una víctima ilustre de esa mala costumbre intelectual que Bergson denunció: concebir el tiempo como una cuarta dimensión del espacio. Postula que ya existe el porvenir y que debemos trasladarnos a él, pero ese postulado basta para convertirlo en espacio y para requerir un tiempo segundo (que también es concebido en forma espacial, en forma de línea o de río) y después un tercero y un millonésimo. Ninguno de los cuatro libros de Dunne deja de proponer infinitas dimensiones de tiempo**, pero esas dimensiones son espaciales. El tiempo verdadero, para Dunne, es el inalcanzable término último de una serie infinita.

¿Qué razones hay para postular que ya existe el futuro? Dunne suministra dos: una, los sueños premonitorios; otra, la relativa simplicidad que otorga esa hipótesis a los inextricables diagramas que son típicos de su estilo. También quiere eludir los problemas de una creación continua...

Los teólogos definen la eternidad como la simultánea y lúcida posesión de todos los instantes del tiempo y la declaran uno de los atributos divinos. Dunne, asombrosamente, supone que ya es nuestra la eternidad y que los sueños de cada noche lo corroboran. En ellos, según él, confluyen el pasado inmediato y el inmediato porvenir. En la vigilia recorremos a uniforme velocidad el tiempo sucesivo, en el sueño abarcamos una zona que puede ser vastísima. Soñar es coordinar los vistazos de esa contemplación y urdir con ellos una historia, o una serie de historias. Vemos la imagen de una esfinge y la de una botica e inventamos que una botica se convierte en esfinge. Al hombre que mañana conoceremos le ponemos la boca de una cara que nos miró anoche... (Ya Schopenhauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro y que leerlas en orden es vivir; hojearlas, soñar.)

Dunne asegura que en la muerte aprenderemos el manejo feliz de la eternidad. Recobraremos todos los instantes de nuestra vida y los combinaremos como nos plazca. Dios y nuestros amigos y Shakespeare colaborarán con nosotros.

Ante una tesis tan espléndida, cualquier falacia cometida por el autor resulta baladí.

* Obras Completas, T. II, pp. 26 y 27, Emecé, Barcelona 1996.
** La frase es reveladora. En el capítulo 21 del libro An Experiment with Time, habla de un tiempo que es perpendicular a otro (La nota es de Borges).
H 19 – 06.10.2000


El sufí y el tiempo

Siendo niño aún, a Nasreddín le preguntaron quién era mayor, él o su hermano. Y tras meditar, concluyó: hace un año mi madre me dijo que mi hermano era un año mayor que yo, de modo que ahora somos iguales.

Los occidentales entendemos la vida en el marco de la racionalidad y la medida, mutiladoras del espíritu oriental. Esta breve narración, que por tradición oral ha sido transmitida durante siglos, puede ser interpretada de muchas maneras, tal que cada quien obtenga de ella el estímulo que necesita para transitar la vida. He aquí, pues, la chanza, pero también el tábano. E. D.

H 19 – 06.10.2000