Heráclito 71 Jacinto Azul

Caperucita de los pinceles

Eduardo Dermardirossian*

La llamaban con este nombre porque frecuentemente estaba con sus pinceles, pintando con diferentes colores cuanto venía a su imaginación. Lo hacía sobre una pared blanca de su cuarto. Siempre, siempre sobre la misma pared, sin que ninguna de sus pinturas malograra la anterior. Ya verás porqué, lector, sabrás la causa de ello y guardarás secreto, porque es preciso conservar el orden en el mundo y si revelas lo que te diré puede que se altere. ¿Prometido? Bien, escucha ahora atentamente.

Cierta vez un caminante, de aquellos que andan por el mundo en busca de algo desconocido por los demás, cayó sobre el camino, extenuado por el cansancio y el hambre. Quizás muriera de no haberlo encontrado Caperucita en uno de sus paseos. Lo ayudó a levantarse y apoyado un poco en ella y otro poco en una vara que ofició de bastón, llegó el caminante a la casa de Caperucita, donde ésta le prodigó toda clase de auxilios dándole alimento y ofreciéndole su propia cama para descansar. Encendió leña la pequeña para que el enfermo no sintiera frío durante la noche y fue ella a dormir al granero, junto a los cabritos.

Esa noche transcurrió y todo el día siguiente y su noche. Y cuando el hombre se hubo repuesto lo bastante quiso expresar su gratitud a la buena niña. Pero ¿cómo hacerlo en medio de su pobreza? Meditando en ello halló la solución. Sacó de su alforja unos pinceles y algunos colores que aún conservaba de mejores tiempos y le enseño a Caperucita a pintar. Niñas correteando, labradores sembrando sus mieses, madres amamantando a sus hijos, ancianos relatando historias a sus nietos. Todo esto y aún más le enseñó el caminante a pintar a la niña, tal como animales abrevando en el arroyo, flores multicolores esparcidas sobre los prados y más, mucho más. Le enseñó también a preparar diferentes colores con las plantas y tierras del lugar; y cuando ella hubo aprendido ya tanto como él mismo, partió para seguir su derrotero por la cintura del mundo, no sin antes advertirle: “Caperucita, has aprendido a pintar y he visto que es muy hermoso cuanto logras con las líneas y los colores. Debes saber también que todo lo que pintes dejará de ser tuyo apenas lo hayas terminado, saldrá de su soporte y recorrerá los valles y las montañas, los campos y los mares y poblará el mundo. Estos pinceles que te obsequié llegaron a mis manos durante un sueño. Sí, soñaba yo cierta vez, más tiempo ha que tu edad, que un anciano de cabellos y barba blancos como la nieve los ponía en mis manos, y cuando desperté aún conservaba los pinceles conmigo. Es con estos pinceles que has pintado y seguirás pintando después de mi partida”.Apenas hubo partido el caminante Caperucita advirtió que todo cuanto había pintado hasta entonces ya no estaba. Blancas las telas, las láminas y los muros, las pinturas se habían esfumado...

Sobre la pared enteramente blanca de su cuarto, pintó la pequeña una escena con tres niños jugando con un potrillito azul. De vivos colores, era muy hermoso el cuadro. Y cuando lo hubo terminado, vio con indecible sorpresa que los personajes del cuadro comenzaban a moverse hasta cobrar vida y alejarse trasponiendo la puerta. Increíblemente la pared volvía a estar blanca, sin rastros de pintura, como antes. Al siguiente día pintó sobre la misma pared a una anciana durmiendo serenamente, con un tejido inconcluso caído a su lado. Apenas dio el último retoque que concluía la obra, despertó la ancianita pintada, se incorporó tomando el tejido inconcluso y se retiró tejiéndolo.

Hombres, mujeres y niños, como así también animales, ríos y aves pintó Caperucita desde entonces en el muro blanco de su cuarto. Y al cabo de terminarlos siempre, siempre los personajes cobraron vida y se fueron, cada quien en una diferente dirección. También del río fluyó abundante agua que finalmente confluyó en otro río mayor y, con él, en el infinito mar.

Al cabo de algún tiempo se acostumbró Caperucita de los Pinceles a que siempre ocurriera así con sus pinturas. Y como en ocasiones, durante sus paseos por el bosque y por el pueblo cercano, vio a los personajes nacidos de sus pinceles, comprendió las palabras del caminante y supo que cuanto pintara sobre el muro blanco de su cuarto debía ser bueno y bello, pues que sus pinturas poblarían esas tierras o, quizás, el país entero. Y hasta el mundo. No sabía.

Ocurrió que después de la época de siembra no llovió en aquella comarca, corriendo riesgo los labradores de perder sus cosechas y quedar sin alimento los animales. Fue aquella vez que Caperucita recogió sus pinceles y sus colores y pintó sobre el muro blanco los campos sembrados cubiertos por oscuros nubarrones desde los que descendía una abundante lluvia. Y retirándose todo ello del cuarto, cubrió los campos y los aldeanos vieron con alegría caer del cielo el agua salvadora.

Estos y otros prodigios fueron el fruto de los pinceles de nuestra Caperucita. Sabía ella que pintando tenía la facultad de cambiar los hechos adversos. Y lo hizo, mas con prudencia. Porque comprendió que de excederse en estos prodigios conduciría a las personas a la pereza y al abandono de sí mismas. ¡Pesada carga para una pequeña niña que como todas las otras de su edad quería jugar y correr y vivir sin la carga de tamaña responsabilidad. Y fue así como cierta noche la niña soñó que obsequiaba sus pinceles a un muchachito desconocido de un poblado lejano. Y hete aquí que cuando despertó corrió Caperucita a ver sus pinceles, pero en vano, porque ellos ya no estaban en la caja donde solía guardarlos. Y los colores tampoco estaban.

Pero aún así los pobladores de aquel lugar, ignorantes de lo ocurrido, siguieron nombrándola como de costumbre, Caperucita de los Pinceles.
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Anotación del autor

Ya despidiéndome, lector, quiero decirte algo que aprendí de Mariel. Fue unos diez años después de relatarle estos cuentos que ahora escribí para que tú los vieras. Me dijo: “Papá, si te gusta, hazlo”. Pregunté porqué y ella me contestó: “Porque si no lo haces te pondrás triste”. Y esta enseñanza me ha guiado desde entonces y me ha ayudado a vivir.

Hoy, transcurridos ya muchos años desde entonces, comprendo la importancia de hacer lo que gustamos. Pero..., hay un pero. Hacerlo nos dará felicidad, sí, a condición de que sea bueno. De otro modo no seremos felices, porque serán censores nuestra propia conciencia y las leyes y las reglas divinas y los mandatos de la naturaleza y la sociedad toda y nuestros padres e hijos y... Querer lo justo, gustar lo bueno, en eso hay virtud. Y si alguna vez temo no ser virtuoso en mi obrar, me detendré y, como Caperucita, dejaré los pinceles para que alguien con el alma más joven, alguien no fatigado todavía los recoja y continúe la faena.

De la serie Cuentos de Caperucita para Mariel
Suplemento de H 149 – Abril 2003


La poesía de Sylvia Maclagan

Mi planeta soñado *

Te he soñado en tus praderas,
en tus ríos, en tus lagos.
He soñado tus noches de búho y de felinos,
el amanecer pintado de arco iris
y la rana que le da la bienvenida a la lluvia.
Mediodías de girasol en el campo
iluminaron imaginarios despertares,
los aromas de la huerta de mi madre
acariciaron mi rostro dormido
tras sonoras enredaderas de jazmines.
Anoche soñé los peces en la pantalla de mi PC,
la poesía que nadie escribió
y la que duerme en la memoria del que murió.
Yo sé que alguna vez soñaré catedrales góticas,
el Taj Mahal,
el puente romano que atraviesa olivares itálicos,
la biblioteca de Alejandría en el fondo del mar.
¿Te he contado que soñé el bar de la esquina,
el Café Tortoni, el futbol y los raperos en la
Bombonera?
¿Los bosques de Palermo?
¿Les Champs Elyseés? Pues sí,
y te sueño ahora, planeta prodigioso,
en mi habitación oscura y silente (que también sueño).
Habrá ensoñación de escarnio, mentira y envidia,
pero también del amor y las manos de un niño,
de la pureza de esa flor en medio del camino,
de barquitos a vela, jugando en la bahía.
¿Por qué se entremezclan pesadillas
de submarinos hundidos en mares bravíos?
Hoy sueño soldados soñando la vida,
sueño los sueños de toda alma libre,
la ilusión de paz, de amor, de armonía.
Imagino la aurora austral, el imponente glaciar
y el cubito de hielo en mi copa de brindis.
La levanto y brindo por mi planeta soñado,
por tí ¡mi Planeta Tierra!
por tu misterio, tu sinrazón, tu pregunta...
la paradoja de tu existencia y la mía.
Pues hoy vivo la realidad de una Guerra anunciada
y vislumbro el daño que te habré causado
cuando el fuego, la aniquilación y el terror
siembren tus bellos parajes con danzas de muerte.
Mas la muerte no será tu muerte,
La Muerte... será la mía.

* Este poema de nuestra colaboradora y activa participante del Café Filosófico Heráclito, fue publicado en el diario La Nación de Buenos Aires, el 3 de marzo de 2003.
Suplemento de H 149 – Abril 2003


Mensaje navideño de Michael Ende

Tuvimos que esperar hasta que nuestras almas nos dieran alcance

Hace algunos años un equipo de científicos emprendió una expedición a un país centroamericano para realizar excavaciones. Para el transporte de la logística contrataron un grupo de indios. Los primeros cuatro días se avanzó más de lo previsto, los nativos eran hombres fuertes y voluntariosos, sin embargo el quinto día los indígenas se negaron de pronto a continuar la marcha. Silenciosos permanecían sentados en círculo en el suelo y no había manera de que volvieran a coger los bagajes. Los expedicionarios les ofrecieron más dinero; cuando eso no sirvió de nada los insultaron y al final hasta los amenazaron con sus armas. Los indios permanecían mudos y sentados en círculo; los científicos ya no supieron que hacer y al final se resignaron. Dos días más tarde los indígenas se levantaron todos a la vez, cogieron su cargamento y continuaron por la ruta prevista sin exigir más salario y sin haber recibido órdenes especiales.

Los científicos no podían explicarse en lo absoluto tan extraño comportamiento. Sólo mucho más tarde, cuando llegó a existir una relación de confianza entre algunos de los expedicionarios y los indios, uno de estos dio la siguiente respuesta:

-Habíamos ido demasiado aprisa -dijo-, por eso tuvimos que esperar hasta que nuestras almas nos dieran alcance.

Los hombres y mujeres “civilizados” de la sociedad industrial tenemos mucho que aprender de estos indios “primitivos”. Cumplimos nuestros horarios externos, pero la sensibilidad para el tiempo interior la hemos eliminado hace mucho. El individuo no tiene opción, no puede escapar, hemos creado un sistema, un orden económico y social de despiadada competencia, quien no se adapta a él se queda relegado en el camino. Lo que ayer era moderno hoy ya se tiene por anticuado, con la lengua afuera corremos unos tras otros, es una danza colectiva que se ha vuelto demencial: si uno marcha más deprisa, todos tienen que marchar más deprisa, a eso le damos el nombre de adelanto ¿Pero a qué nos adelantamos? ¿A nuestra alma? Hace tiempo que la hemos dejado atrás, sin embargo; por el vacío surgido los cuerpos enferman. Con drogas y ruido se intenta sustituir lo que se ha perdido, clínicas y sanatorios psiquiátricos están llenos a rebosar.

¿Era esa nuestra meta? ¿Un mundo sin alma?

¿Es realmente imposible que todos juntos detengamos esta danza de locos, que nos sentemos en círculo y esperemos en silencio?

Suplemento de H 149 – Abril 2003


Ellos

Ray Respall Rojas *

Caminaban de un lado a otro... sin verme, a excepción de algunos que se inclinaban para recoger algo del piso. Otros incluso me pisaron, maldiciendo el que me encontrara en medio de su camino. De repente, uno de ellos me miró fijo a los ojos y me cogió entre sus manos. Se fijó en algunos detalles de mi cuerpo, sonrió y me guardó en su maleta.

Luego de un rato, volvió a abrir la valija, me sacó con mucho apuro mientras me mostraba emocionado a otras personas diciendo: "Su rostro, miren los detalles, les aseguro que no me equivoco"... “Algunos arreglos en la vestimenta bastarán"... "Tiene una pierna rota, habrá que arreglársela, pero eso no es problema".

Me mantuvieron durante un largo tiempo desnudo, diciendo que me iban a hacer una nueva ropa. Cuando me arreglaron la pierna el dolor fue intenso, pero sobreviví.

Ahora estoy en una exhibición, limpio y vestido con mi nuevo atuendo. La vidriera en que me encuentro tienen un cartel que dice: "Ejemplar único de la raza humana, varón y en edad de apareamiento".

Es probable que mañana alguno de ellos me compre; es realmente muy difícil encontrar un humano en estos días.

* Si bien nuestros lectores han leído otros textos de Ray, vale reiterar que este autor cubano residente en La Habana cuenta quince años de edad.
Suplemento de H 149 – Abril 2003


Cuentos desde Cuba

El niño

Marié Rojas Tamayo

El sonido insistente del despertador marcando las siete en punto de la mañana, obligó al niño a terminar de desperezarse.

-Buenos días -dijo al cuarto contiguo y siguió rumbo a la cocina.

Tomó el cartón de leche de la nevera, sirvió hasta llenar un jarro. Abrió la alacena, cogió el paquete de cereales de colores con formas de pelotitas, llenó con ellos un plato donde derramó un poco de leche. Luego de meditar un rato mientras se deleitaba con los sabores indefinidos de las pelotas infladas, decidió dejar el resto de la leche.

De regreso al cuarto, abrió el closet donde lo esperaban alineados los uniformes en sus perchas. Tras pasear la vista por las camisas blancas a juego con las corbatas oscuras, tomó una camiseta deportiva y un jean gastado, se calzó los zapatos sin medias y decidió que bien podía darse el lujo de hacer novillos.

Salió al garaje, donde lo esperaba su bicicleta. Silbando una tonada cabalgó toda la mañana en su lomo, circunvalando las calles. Podía, si ese hubiera sido su deseo, haber entrado en una cafetería a consumir lo que se le antojase, incluso pudo haber ido a algún gran almacén a renovar su ropero, a buscar baterías para su nueva reproductora portátil; pero una llamada desde su interior lo devolvió al hogar, a las bandejas de comida congelada para microondas que le dejaban sus padres por si llegaban tarde del trabajo -cosa que siempre sucedía-. Masticó lentamente mientras escuchaba el CD de cantos gregorianos, sabiendo que a su madre le molestaría que lo hubiese tomado de su oficina.

No saltaría el turno de la tarde. Era bueno mantener ciertas rutinas. Demasiada libertad puede hacer daño. Cambió el atuendo de juegos por un uniforme y caminó las escasas cuadras que lo separaban de la escuela. Subió los escalones de granito, pasó junto al busto de Palas Atenea y cruzó la puerta. Se sentó en el pupitre, mirando el pizarrón, llenando una vez más el espacio que le correspondía en el aula.

Aula vacía desde que una extraña epidemia había arrasado con la especie humana, exceptuándolo a él, único sobreviviente, poseedor de alguna misteriosa inmunidad genética producto quién sabe si de tantos cereales con colorantes artificiales y tantas bandejas de comida para microondas.

Sólo le preocupaba el momento en que llegara el corte de electricidad. Aunque, pensándolo bien, quedaban aún las conservas, y cuando éstas arribaran a su fecha de vencimiento, habría millones de árboles con frutos a su disposición. Incluso, si tomaba aquel arco que había visto en la vidriera antes de Navidad, podría vivir de la caza... Quién sabe si hasta entrar en la tienda de armas y regalarse una escopeta de perdigones, de esas que salen en las películas y sólo se pueden tener cuando se es mayor de edad.

El niño sonrió.

Suplemento de H 149 – Abril 2003


El vuelo del ave Fénix

Guillermo Badía Hernández

Marsilio se acomodo tras la gran roca. Habían pasado quinientos años desde el renacer del ave, y ya era tiempo de que la ceremonia volviera a realizarse, en aquel mismo templo. Los sacerdotes esparcían por el altar azufre y especias, al tiempo que murmuraban conjuros. Marsilio recordaba su infancia en lo Alpes, cuando todavía era una criatura del bosque. La carne, azotada por la lepra, le ardía bajo los andrajos de su vestimenta. Sabía que ningún santo ni médico lo sanaría, aquella era la única opción.

El ritual comenzó y una criatura, envuelta en un manto de llamas descendió sobre el altar, incendiándose. Uno de los monjes que presidía la celebración sagrada vio como una figura salía de la oscuridad, lanzándose contra la bola de fuego, la cual ardió con mucha más fuerza que antes, lo mismo que si hubiese sido avivada por la nafta.

Al fin, todo quedó resumido a cenizas y unas ropas muy maltratadas fueron halladas en el lugar donde yacían los restos del Fénix. Al día siguiente, un pequeño gusano se formó del polvo, luego se convirtió en un pajarillo, que el tercer amanecer elevó su vuelo.

Marsilio planeó sobre la ciudad, pavoneándose de sus colores: rojo, verde, carmesí, púrpura, dorado, y azul... Ah... se sentía joven y vivo, vigoroso y fuerte, inmortal y curado...

Pasó sus ojillos por aquella tierra que habíale visto surgir de la nada, como surge el alba, y que siglos después lo vería morir, porque los hombres ya habían perdido la fe...

Suplemento de H 149 – Abril 2003

Heráclito 70 Café Filosófico

Café Filosófico Heráclito

Este no es sólo un lugar de debate. Es, también y sobre todo, un lugar de pensamiento. Por eso en esta oportunidad publicamos la entrevista que R. Braceli le hizo al recientemente fallecido epistemólogo argentino.

Gregorio Klimovsky responde a la pregunta: ¿Por qué hay algo en lugar de haber nada?
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-Vamos por sus días, profesor Klimovsky.

-Nací en 1922, a dos cuadras del Obelisco, que entonces no existía. Porteñazo.

-Su padre, ¿qué hacía?

-Era relojero de relojes a cuerda. Se hubiera fundido ahora. Vivió oportunamente. Mi mujer, quiero decir, mi madre, fue maestra en Rusia; cuando vino a la Argentina empezó Biología... Éramos seis hermanos varones; el segundo, León, muy conocido, director de cine y jazzista. Un hombre muy inteligente que siento como mi primer padre espiritual.

-Su vocación científica, ¿cómo despunta?

-Mi madre tenía una biblioteca de divulgación científica muy buena y yo aprendí a leer a los 4 años. Mamá, Liuba, me daba sus horas para leerme libros. Fascinante, conservo los tomos de Astronomía Popular. Yo quería ser astrónomo, pero cambié cuando, a los 13 años, conocí la matemática, la fundamentación axiomática. Después, a la Universidad; allí trabajé con Julio Rey Pastor, el español que trajo la matemática moderna. Lo que yo tenía escondido era una mezcla de vocación matemática y filosófica.

-¿Hablamos de Dios, profesor?

-Me coloco en una posición agnóstica, que no es lo mismo que atea. El agnóstico toma ese problema como tema que no está resuelto y como algo que resulta casi imposible de resolver.

-Se suele asimilar agnóstico con ateo.

-Error frecuente. El ateo tiene resuelto el asunto: no cree. El agnóstico no cree, pero busca, no desecha la posibilidad. Es mi caso.

-Entonces dejó de ser ateo.

-Dejé de serlo de una manera cerrada. Crecí entre izquierdistas ateos. Materialista hasta mis 40 años, pensaba, como científico, que la ciencia lo podía resolver todo, pero ¿qué fue pasando?: me di cuenta de que no era tan fácil sacarse la idea de Dios de encima. Si uno quiere buscar explicaciones últimas en ciencia se encontrará con dificultades.

-¿Como cuáles?

-Como la famosa pregunta metafísica: ¿por que hay algo en lugar de haber nada? A eso uno podría agregar el problema de cómo comenzó la vida, y el de la psicología: ¿cómo algunos organismos vivos alcanzaron la conciencia sin actividad psicológica?

-Sigamos con su paso de ateo cerrado a agnóstico abierto.

-Hasta, digamos, mis 40 yo creía que la metafísica eran sólo conexiones, majaderías sin sentido, pero me fui dando cuenta de cuál es el fundamento de la existencia. Es otro y es el mismo: ¿quién creó a Dios?, ¿por qué hay Dios en lugar de no haber nada? Yo ya no digo que Dios no puede suceder. En fin, creo que ser materialista no es nada cómodo.

-En usted, profesor, advierto una tensión: no es manifiestamente religioso y le presta atención a lo místico.

-Las dos cosas son ciertas. Pero ocurre que, en general, los teólogos no son prudentes con respecto a los alcances del conocimiento. Así, han hecho un modelo del mundo, de la existencia y de Dios. Dogmáticos, creen que lo que creen no es un asunto que se pueda poner en duda.

-Los científicos a su modo también creen.

-Creemos, pero no de una manera estática. En este siglo empezamos a darnos cuenta de que los científicos también lo que hacen con sus datos es un modelo del mundo, pero aceptan que lo que han elaborado es una creencia hipotética, que siempre se puede venir al suelo. El científico hoy no es dogmático. Cuando yo era chico creía que la ciencia era la verdad absoluta. Me equivocaba.

-¿Ejemplo de teoría venida al suelo?

-La que se dio por absoluta es la de Newton, pero apareció Michelson Morley y mostró que no había una cosa tal como "el espacio absoluto". Así nació la Teoría de la Relatividad de Einstein. De modo que después de tres siglos una experiencia tiró al suelo la teoría newtoniana. Y vino una nueva visión del mundo, del tiempo, del espacio y de la energía de la naturaleza.

-¿Y ahora? ¿Y después?

-Esas son, precisamente, las preguntas que siempre deben habitar en un científico... Por ejemplo, en la teoría de Einstein se acepta que hay absolutos, la velocidad de la luz es constante a 300 mil km por segundo. ¿Pero ahora qué pasa?, hace poco se difundió la noticia: se habrían descubierto partículas que van a mayor velocidad.

-¿Y si eso resulta cierto?

-Habrá a su vez que descartar la Teoría de la Relatividad.

-Conclusión: el único absoluto es que nada es absoluto.

-No me atrevería a afirmar tampoco ese "único" absoluto. Aunque tengo una visión bastante pluralista, creo que hay una cosa absoluta en la lógica y es que, dicho de manera matemática, si al número 2 y al 4 en la operación de suma se les dan los significados habituales, 2 más 2 es igual 4. Este absoluto se da para todo el mundo. Newton creía en eso, Einstein creía en eso y los que vengan ahora no pueden negar eso.

-Entonces podríamos pensar que la lógica es un absoluto.

-Tampoco podemos decir que la lógica refleja un absoluto. Ni podemos negarlo. Esto forma parte del agnosticismo con el cual uno tiene que moverse en la ciencia. Nunca vamos a poder saber si una teoría científica es absolutamente verdadera.

-Como relámpago, ¿alguna vez creyó en Dios?

-No. Pero hay que distinguir diferentes períodos de la vida de uno. Ya dije: fui absolutamente negador de Dios. Era tan imprudente como ciertos teólogos, pero en sentido contrario... Después empezó a presentárseme el problema de su existencia y llegué a considerar, no con pruebas, pero sí con bastantes posibilidades, que muchas de las explicaciones que la ciencia no da podrían tener que ver con la existencia de un ser superior.

-¿Su agnosticismo es un posible puente hacia Dios?

-Posibilidad abierta. Agregaría que después de mis 40 empecé a tomarlo muy en cuenta como una posibilidad. También le digo: hoy la creencia en un Dios personal ya no me corre tanto... Por ahí tengo un libro sobre misticismo, con artículos de Huxley y otros. Hay uno de un tal doctor Burke que tuvo experiencias místicas pero de tipo ateo. Algo así como la visión de una energía universal. Yo voy más por ese lado. Pienso además que, si los místicos tienen razón, hay un fenómeno que trasciende nuestra vida terrena. Creo que nuestro espíritu va a tener cada vez más un adecuado conocimiento, con participación de la lógica. Eso no lo puedo abandonar en mi creencia porque mi vocación es la lógica.

-Si usted acepta, profesor, le propongo este ejercicio: seguir conversando, pero con las entradas sorpresivas de personajes muy distintos.

-¡Pero cómo no!, ¡lo acepto!

-Se abre esa puerta. Entra Dostoievsky. Y pone sobre la mesa su famosa frase: "Si Dios no existe todo está permitido". Usted, ¿qué le dice?

-Le digo que su frase no está ligada exclusivamente a la ética, a la parte valorativa, sino a la que se refiere al deber; a lo que está permitido, prohibido o es obligatorio.

-¿La ética es una obligación?

-Por lo menos es algo conveniente para producir valores positivos. Bertrand Russell opinaba que no podemos tener una ética que diga que hay que pegarle un tiro a cualquier semejante porque, suponiendo que alguien tenga esa idea, no podemos todos pegarles un tiro a todos. Alguno quedará para el final y a ése ya no habrán de matarlo. Pero la posición según la cual no hay que matar, ésa se puede sostener como una teoría ética satisfactoria. Yo le digo a Dostoievsky que él tenía, con respecto a la ética, algunos prejuicios absolutistas muy compatibles con los de teólogos y científicos de entonces... Se crea o no se crea en Dios, siempre hay criterios éticos; en todas las culturas. Creo que no hay ninguna que diga que éticamente está bien torturar o matar o robar un niño.

-El obispo Martini, de Milán, en su cruce con Umberto Eco preguntó si la ética en sí misma era suficiente como eje de todo.

-Pienso que la ética no es suficiente, porque el conocimiento en muchas de sus formas también es algo necesario.

-Fíjese, entró Galilei.

-¿Por qué puerta?

-Por ésa, la que da a la calle.

-A Galileo le digo: "Sumo gusto en conocerlo, le agradezco su introducción del método científico". Le cuento que la ciencia ha avanzado tanto que él hoy estaría en condiciones inferiores a un alumno del secundario. Le pregunto: "¿Le gusta el método hipotético deductivo, o cree en aspectos absolutos de la ciencia?"... Yo creo que me contestaría que sí.

-Sale Galileo. Entra Einstein.

-Para él no tengo muchas preguntas, porque conozco bastante, no sólo su pensamiento matemático y físico, sino además su pensamiento epistemológico. Me interesa hablar sobre cuestiones humanísticas; él fue un gran humanista. Le hago las preguntas que usted me hizo sobre materialismo, sobre la idea de Dios... Le pregunto cuál es su posición. Algunos sostienen que Einstein creía en la existencia de un ser supremo. El dijo muchas veces que si existiera ese ser supremo se parecería mucho más a un matemático o a un músico que a un geólogo.

-Se está por ir Einstein. Pregúntele cómo construiría al hombre perfecto.

-Seguramente me dice que él imagina al hombre perfecto como una combinación de Pitágoras y Bach. Einstein fue muy ponderado como filósofo.

-Será en otra ocasión profesor. Se va Einstein; antes nos pregunta dónde hay una peluquería por aquí. Como deja la puerta entreabierta, Jesús entra sin golpear?

-¡Otra interesante visita! Tengo unas cuantas cosas para preguntarle. "Jesús, ¿realmente vos exististe?"

-Klimovsky, lo está tuteando.

-Lo tuteo, sí. Porque ese individuo del que se habla tanto está personificado. Le pido pruebas de que él fue cierto, que me diga si las cosas son como se cuentan en el Nuevo Testamento. Porque por algunos escritos, como los rollos del Mar Muerto, se piensa en un Jesús caudillo político. Una especie de Castro o Che. Por eso parece que fue que lo liquidaron. ¿Sigue con nosotros Jesús?

-Ahí lo tiene, profesor.

-Muy bien, entonces le digo: "¿Te mataron por hereje?, ¿por denunciar como corruptos a los dirigentes, a Herodes? ¿O te hiciste revolucionario porque tu pueblo estaba tan comprimido en la miseria? Contame, Jesús, contame qué es lo que sostuviste, por qué te mataron". Más le pregunto: "¿Efectivamente vos pensaste que eras un hijo de Dios? Sí así fue, ¿en qué te basaste?, ¿harías otra vez lo que hiciste o harías otras cosas?". Amigo Rodolfo, muy interesante su ejercicio, esto de tenerlo a Jesús aquí para entrar en cordial discusión.

-Aproveche, profesor. Jesús no se va.

-Excelente. Le pregunto si existe la reencarnación. Los protestantes lo están considerando. En el catolicismo todavía casi no.

-¿Y qué piensa usted de la reencarnación?

-Yo no estoy seguro de nada, pero es algo que veo con simpatía.

-Su apertura me sorprende.

-Si yo creyera en la reencarnación la consideraría como algo justo. Porque, si uno sufrió en una de sus existencias estará compensado por estados posteriores. Y, además, la calidad espiritual del ser humano se iría acrecentando... Pero, aunque me parezca justa, no tengo la menor prueba de que la cosa vaya en esa dirección.

-Se fue Jesús. Entró Hitler... ¿Lo piensa tutear?

-Hitler... Mi opinión y mis deseos de venganza creo que son excesivamente antropomórficos. Pero dialogo; le digo: "¿Cómo es posible que hayas hecho todo eso? Explicame: por encima de la cualidad de alemán que sostenías, ¿cómo se puede justificar haber matado a un millón y medio de niños?" Trataría de ver hasta qué punto a este hombre se lo puede comprender o no. ¿O es una personalidad demoníaca? Habría que saberlo...

-Profesor, Hitler ahora le extiende la mano...

-No sé... después de haberle dicho yo todo lo que pensaba de él, sí, le daría la mano... Y más le diría: "Vos sos un semejante mío, y creo que vas a tener que pagar en sucesivas reencarnaciones o como sea por lo que hiciste".

-De pronto adhiere a la reencarnación, sin vueltas.

-Sí, en este caso prefiero creer en la ley del karma.

-Usted me dijo que no cree en esa ley, pero simpatiza con la posibilidad. Sea para compensar el mal o el bien de vidas anteriores, ¿de qué valdría si el sujeto no tiene recuerdo de lo anterior?

-Según el karma hay un recuerdo, pero es inconsciente. Se supone que cada vez que uno reencarna no tiene que ser prisionero de la vida anterior, tiene que construir su realidad en ese momento. Entonces, el olvido es una condición. Entre paréntesis: usted sabrá que hay relatos notables en estado hipnótico.

-A ver, cuénteme alguno.

-Sí, el de una chica que recordaba quién había sido su marido en su vida anterior. Viajó a un lugar y lo reconoció. Muy complicado desde la psicología; costó alejarla de la vida anterior para que hiciera su propia vida actual. Esto salió por la BBC de Londres, nada menos... Inducida por hipnotismo, una mujer recordaba haber sido una judía en York, donde, en el Renacimiento, hubo un terrible pogrom, y con su madre y una hermana se refugiaron en un depósito de jardinería. Las descubrieron y las mataron. La mujer después precisó el lugar. Fueron a investigar: había sólo un muro de piedras. Lo derribaron y encontraron un cuarto con tres esqueletos...

-¿Hay algún otro personaje que le gustaría que viniera a nuestra charla?

-Russell, alguien prioritario. Como matemático y como científico. Y por su visión de la política, de la ética y de la paz. Le añado su humor y su inteligencia descomunal.

-Qué casualidad: Russell ha entrado.

-Ah, entonces le pregunto de todo: "¿Qué piensa ahora usted de la ética?, ¿la ve como relativismo o como absoluto?, ¿acepta mi visión de que las teorías éticas son hipotético-deductivas?". Me gustaría preguntarle si sigue pensando en la construcción del conocimiento científico, que pone en su libro Misticismo y lógica, o si aceptaría las visiones actuales. Bueno, bueno, freno mi entusiasmo; lo que pasa es que si uno se mete a preguntar...

-A propósito, a usted le pregunto yo: ¿de dónde venimos? ¿A dónde vamos?

-Me gustaría saberlo. Estas preguntas están ligadas a cuestiones místicas para mí no resueltas.

-¿Puede responder obedeciendo a su percepción?

-A dónde vamos... Primero, no se puede saber cómo será la sociedad si no se sabe cuáles serán las técnicas disponibles. Segundo: en el sentido espiritual, creo que hacia el progreso ético. En la naturaleza humana hay algo trascendente, en esa dirección.

-Con esto del cambio de milenio mucho se habló de la autodestrucción del hombre, del fin de los tiempos.

-Yo no sé lo que va a pasar. A lo mejor incluso vamos hacia el perfeccionamiento del espíritu. Esto podría suceder, aunque no reencarnando en formas humanas. A fin de cuentas hay trillones de estrellas con planetas y, de la misma manera que aquí hay seres vivos, podría haber alguna forma de vida en otro lado... Quién sabe, a lo mejor uno reencarna en un tipo de sociedad bastante más movida espiritualmente... Es mi esperanza, si es que hay algo de verdad en ese lado de la cuestión.

-Queda pendiente "de dónde venimos".

-Yo contestaría que, como una posibilidad, la respuesta podría ser encontrada en las teorías de la evolución. Vendríamos, tal vez, de formas muy primitivas de vida que tienen que ver con la aparición de proteínas, aminoácidos y desoxirribonucleico por una deducción realizada en un tiempo inmenso. Pero, de todas maneras, fueron apareciendo seres de capacidades superiores, hasta que se dio el pensamiento. Hasta el Papa reconoció que la evolución como teoría científica podría ser posible.

-¿Vio, profesor? Darwin aquí.

-No me interesaría tanto. Su teoría está bastante perfeccionada, porque no conocía la genética y ahora las teorías neodarwinistas se hacen con auxilio de la genética. Más que discutir lo enteraría de muchas cosas. Por lo demás, él era un individuo que tenía muchos prejuicios teológicos, bastante reaccionario... Así que tal vez me interesaría preguntarle: "¿Usted realmente sigue sosteniendo las mismas posiciones malthusianas?"

-Profesor, ¿se anima a imaginar un hombre perfecto?

-Me animo a pensar en un hombre en estado de perfeccionamiento.

-¿Cómo se compatibiliza esto con un mundo sembrado de hambre y analfabetismo?

-No estoy convencido de tal cosa como tendencia irreversible. Yo creo que sabemos y gozamos de la vida cada vez más. A través de instrumentos vemos, oímos y registramos para el futuro cada vez más... Hasta hace poco, una ejecución musical extraordinaria se perdía para siempre... Yo creo que hemos progresado. Lo que pasa, como decíamos, es que eso no basta porque está pendiente la cuestión de la ética. No es que seamos cada vez más ciegos y estúpidos. Aunque podemos hacernos estúpidos si no ponemos atención en ciertas cosas. Reconozco que hay bastantes aspectos de la civilización que tienden a estupidizarnos. Pero no exageremos eh, como cuando se dice que la juventud actual está muy superficializada. No creo eso. Y lo fundamento: la feria del libro dedicada a las ciencias fue visitada por un millón cien mil personas; la mitad, jóvenes. Entonces, cuidado al juzgar: hay de todo.

-¿Qué piensa de las críticas que Ernesto Sábato le hace a la ciencia?

-Un disparate. Una serie de bellaquerías completamente negativas e insostenibles. Me parece lamentable que un hombre de su inteligencia pueda sostener que los males contemporáneos vienen de la ciencia... A Sábato, dada su dimensión, lo considero uno de los factores culturales más negativos de hoy en la Argentina. Somos amigos eh, pero él sabe que lo pienso así. Su actitud me parece reaccionaria, oscurantista.

-Con el cambio de milenio se han hecho infinidad de balances. En la lista negativa: ozono, lluvia ácida, migraciones glaciares, hambre, solidaridad aniquilada por la ley del "sálvese quien pueda"?

-Esto tiene dos contestaciones. Una viene acudiendo a aquella frase de un escritor de ciencia ficción, no recuerdo su nombre..., que dice que el ser humano es, en partes iguales, un ser semidivino y un gusano. Es evidente: hay muchos gusanos, especialmente en toda esa parte de civilización egoísta que tiene los medios de producción en su poder y que explota a los restantes y contamina el planeta... Ante eso, uno de los deberes de científicos, filósofos, humanos sensibles, artistas, políticos... es tratar de buscar los medios para neutralizarlo.

-¿Y la otra contestación al balance apocalíptico?

-Lo segundo es que, a pesar de todo, creo que hemos progresado. Las cosas se pueden ver de dos maneras. Por un lado, la técnica y el avance científico nos han liberado de un montón de esclavitudes; el ama de casa, en minutos, hoy puede hacer cosas que le llevaban días enteros. Eso no lo apreciamos. Pero en otro sentido coincido con aquellos que sostienen que no es totalmente cierto que la esclavitud haya desaparecido. Ninguna teoría teológica, sociológica o política podría hoy sostener que la esclavitud está bien, como lo hizo Aristóteles. Aunque nos falta mucho, en algún sentido el progreso en lo ético y conceptual existe.

-Entonces, el hombre actual es más libre.

-Adhiero. Me parece que la globalización lo que va a hacer es que las partes positivas estén más repartidas por el universo. Lo que sí reconozco también es que hay que tener respeto por las diversas tradiciones y culturas.

-A todo esto, ¿las religiones evolucionaron?

-Poco... las principales, enquistadas, son reaccionarias y fundamentalistas. Es a través de la filosofía, del progreso cultural, que se va produciendo una globalización positiva. En la Tierra hay unas cien mil religiones. En general, no han contribuido al progreso cultural.

-Usted es habitante de un país tan desasosegado como entretenido. ¿Cómo ve a esta Argentina que no cesa de tocar fondo?

-Mezcla de dos cosas lo que siento. Por un lado, me siento esperanzado: hemos salido de peores. Por otro, me siento medio infeliz viendo tanto sufrimiento entre la gente, tantos indigentes, tantos desocupados. Pero el país, como tal, me gusta muchísimo. Yo tuve diversas oportunidades de irme a vivir, y muy cómodamente, a otro lado, y decidí quedarme porque considero que éste es un país muy interesante, donde hay mucho pathos por parte de la gente. Hay un gran entusiasmo, admiro el material humano argentino. Ocurre que tenemos una especie de afición por tratarnos mal a nosotros mismos. Aquí hay mucha más inquietud constructiva que en muchos países europeos. Me siento feliz de vivir donde vivo.

-¿Cuántos libros tiene su biblioteca?

-Muchos menos de los que necesitaría leer... Unos 8 mil.

-Divertimentos como el fútbol, ¿los aprecia?

-Bueno, el fútbol lo considero uno de los aspectos sociológicos más negativos. Desde luego no lo prohibiría. Yo tengo algún hobby; el primero: me gusta mucho la naturaleza. El pequeño jardín que usted ve ahí me llena de alegría. Me gustan la montaña, el mar, la pampa argentina. Disfruto muchísimo de la naturaleza, cosa que se refleja también en mi curiosidad científica.

-¿Y comer?

-Ravioles, pastas italianas, alguna comida judía... pero espere, que sigo enumerando... Otra de mis diversiones y vocaciones es la música... Schumann, Bach. A Bach lo adoro. Me produce una emoción mística... En algún momento la música iba a ser una de mis especializaciones, pero no se puede hacer tantas cosas.

-¿Le quedó tiempo, digamos, para el amor?

-A eso iba, a mi vida privada... Siempre me ha parecido que el amor es una cosa muy importante y lo sigo manteniendo. Tengo cincuenta y dos años de casado con Tatiana Schneider, así que sé de lo que le estoy contando. Y ése es un punto que me hace feliz.


Fuente: Revista dominical del diario La Nación, 24 de mayo de 2009.
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