Heráclito 47

El imperio de la imagen

Arancha Desojo*

En la era en que vivimos, la era de la imagen, la eterna juventud se ha impuesto en la estética como el ejemplo a seguir. La belleza rozagante de los años jóvenes, la figura firme, la fuerza vital intacta y el resto de la vida para cumplir los sueños son valores que quedan reservados en exclusiva para los que no han cumplido aún la treintena. Pero los maduros pretenden no perder su momento, y, sin dejar de aprovecharse de la experiencia que dan los años, se aprestan a disimular como pueden los estragos de la edad en cara y cuerpo, con el consiguiente desgaste psicológico y el gasto económico que remediar un deterioro físico imparable conllevan.

Existen estudios que aseguran que una imagen joven y una figura esbelta dan más y mejores oportunidades en el terreno laboral y amoroso, mayor seguridad en uno mismo y mejor calidad de vida. Permiten vestir mejor, dar impresión de un aspecto más sano y trasmitir sensación de triunfo. Lo que, parece, aumenta las perspectivas de mejorar en los aspectos más importantes de la vida. Conseguir un trabajo mejor, una pareja más deseada y la distinción y consideración social que todos anhelamos.

Estas suposiciones han disparado en los últimos años los casos de trastornos alimenticios (anorexia y bulimia), y nerviosos (depresión, ansiedad, frustración) como consecuencia del "querer y no poder" al que lleva pretender conservar un estado pasajero de juventud que degenera cada minuto. El dinero que se despilfarra en consultas de falsos dietistas, el sacrificio para dejar de comer, el peligro de tomar medicamentos innecesarios, el esfuerzo que se empeña en el ejercicio físico por mantener la imagen y no por mejorar la salud, y la exposición al peligro inherente a las operaciones estéticas, no se pueden justificar. La dictadura de la imagen está sostenida por la industria de la moda y por el cine. En ambas se basa la publicidad, que nos inunda de manera más o menos velada con el mensaje de que lo bello, lo delgado y lo joven son valores eternos. Y es ese valor de eternidad el que hay que poner en duda. Más salud, más sabiduría, más conocimiento, más amor, son valores que aumentan conforme al tiempo. La belleza, la juventud y la delgadez se resienten inevitablemente. Y parte de la enseñanza de la vida es asumirlo. Estar cada vez mejor con nosotros mismos es una aspiración natural. El desacierto es poner el objetivo en aspectos secundarios y difíciles de controlar.

Quienes han sido sometidos por su médico a un suave régimen terapéutico para reducir la presión arterial, el colesterol o los daños en las vértebras conocen la dificultad de adelgazar, incluso por obligación. Si cuesta dejar de comer féculas, azúcares y grasas en exceso con fines saludables, ¿no debería costar aún más hacerlo para alcanzar una hipotética y falsa figura perfecta? Si se hace cuesta arriba hacer ejercicio físico moderado para mantenernos en forma y beneficiar con ello la salud, ¿no nos será más costoso gastar tiempo y dinero en esculpir los músculos para parecernos a los modelos que se nos ofrecen como dignos de ser copiados? Pues hay personas que sacrifican para siempre el disfrute de la buena mesa y la natural tendencia a la pereza para adaptarse a los dictados de la moda. Una moda que es, por propia naturaleza, volátil y cambiante, que arrumba o resucita patrones de temporada en temporada. Y hay otros que pasan por el quirófano para intentar aparentar una edad o constitución física que ya no tienen. Todos consumen tiempo, dinero e inteligencia en convertir en aspectos vitales algunos que deben ser sólo auxiliares, haciendo buena la suposición de que todos los guapos son tontos.

Gran parte de las afectadas por este síndrome de la obsesión por la belleza son las mujeres. En la lucha por sus derechos, se intentaron disminuir las antaño valoradas capacidades femeninas de pasividad y ornamentación conforme se reafirmaban sus conquistas en el terreno social y laboral. Pero la tiranía de la moda las ha sometido de nuevo. Aunque los hombres están cayendo también en la trampa, y los casos de enfermos por trastornos de la alimentación y los sometidos a operaciones estéticas son cada vez más.

La naturaleza tiene sus propias leyes, inasequibles a la mano humana. Ella misma invita y enseña a la humanidad a alargar la vida y mejorar su calidad. Lo que parece dudable es que alargar la vida pase por acortar la vejez, aun contando con la participación de la ciencia.

* Farmacéutica y experta en cooperación sanitaria residente en Madrid.
H 66 – 31.08.2001


El cierre del universo del discurso

Herbert Marcuse*

En el estado actual de la historia todo escrito político sólo puede confirmar un universo policíaco, del mismo modo que todo escrito intelectual sólo puede instituir una para-literatura, que ya no se atreve a decir su nombre. Roland Barthes.

La conciencia feliz –o sea, la creencia de que lo real es racional y el sistema social establecido produce los bienes- refleja un nuevo conformismo que se presenta como una faceta de la racionalidad tecnológica y se traduce en una forma de conducta social. Esto es nuevo en tanto que es racional hasta un grado sin precedentes. Sostiene a una sociedad que ha reducido –y en sus zonas más avanzadas eliminado- la irracionalidad más primitiva de los estadios anteriores, y que prolonga y mejora la vida con mayor regularidad que antes. Todavía no se llega a la guerra de aniquilación; los campos nazis de exterminio han sido abolidos. La conciencia feliz rechaza toda conexión. Es cierto que se ha vuelto a introducir la tortura como un hecho normal; pero esto ocurre en una guerra colonial que tiene lugar al margen del mundo civilizado. Y ahí puede realizarse con absoluta buena conciencia, porque, después de todo, la guerra es la guerra. Y esta guerra también está al margen; sólo azota a los países “subdesarrollados”. Por lo demás, reina la paz.

El poder sobre el hombre adquirido por esta sociedad se olvida sin cesar gracias a la eficacia y productividad de ésta. Al asimilar todo lo que toca, al absorber la oposición, al jugar con la contradicción, demuestra su superioridad cultural. Del mismo modo, la destrucción de los recursos naturales y la proliferación del despilfarro es una prueba de su opulencia y de “los altos niveles de bienestar. ¡La comunidad está demasiado satisfecha para preocuparse” **.

* El hombre unidimensional, Planeta, Barcelona 1985, pág. 114. La descripción de la realidad y un dejo de ironía le dan marco a este fragmento monográfico (N de la R).
** John K. Galbraith, American Capitalism, Houghton Miffin, Boston 1956, pág 96 (Nota del autor).
H 66 – 31.08.2001


Cuentos del Antiguo Egipto

La golondrina y el mar

Versión, introducción y notas de Emma Brunner-Traut. Ed. Edaf, Buenos Aires 2000, págs. 174/5. Traducción de Pablo Villadangos.

Uski, el príncipe del país de Arabia, dijo ante el faraón: ¡Escúchame! ¡Que Ra te sea favorable! Voy a regresar ahora al país de Arabia. Pero (antes de ello) ten a bien, mi gran señor, escuchar (y tomar en consideración) la historia de la golondrina.

Una vez que hubo empollado a sus polluelos en una playa a orillas del mar, la golondrina entraba y salía volando del nido para buscar alimento para sus crías, y le dijo al mar: “Cuida de mis crías hasta que regrese”. Eso era lo que solía hacer diariamente.

Un día, cuando la golondrina iba a emprender el vuelo para buscar alimento para sus crías, le dijo al mar: “Cuida de mis hijos gasta que regrese, como hago diariamente”. Entonces sucedió que el mar se encrespó con gran estruendo y arrastró a las crías de la golondrina.

Luego volvió la golondrina, con el pico lleno, los ojos brillantes y el corazón muy alegre. Pero entonces ya no pudo encontrar allí a sus crías.

Le dijo al mar: “¡Devuelve(me) mis crías, que puse a tu cuidado! ¡Si no me devuelves mis crías, que puse a tu cuidado, te vaciaré hoy mismo y te llevaré a otro lugar. Te recogeré con el pico y te verteré sobre la arena. ¡Que no se te olvide! ¡Será como te digo!”.

Y del mismo modo que lo había venido haciendo diariamente, continuó (volando siempre de un lado a otro): la golondrina iba y llenaba su pico de arena y la soltaba en el mar; después llenaba su pico de agua de mar y la soltaba sobre la arena.

Esto hacía la golondrina diariamente ante el faraón, mi gran señor. Cuando la golondrina hubo vaciado el mar, regresó con el corazón alegre al país de Arabia”.

Comentarios: La fábula de la golondrina y el mar está revestida de un significado especial, ya que disponemos de un texto comparable que se encuentra en la colección de fábulas hindúes “Pantschatantra” escrita en el siglo II a. de C.

Es cierto que la fábula hindú es más antigua, pero Egipto no sólo conoce por el mito del ojo solar este tema, cuyo argumento es que dos animales que se habían comprometido a cuidar mutuamente de sus cachorros rompen su palabra, sino que también conoce la exageración. Finalmente, habría que pensar también en el faraón del “Banquete de los siete sabios” de Plutarco, que se ve obligado a beberse el mar. El encuentro con el mar sólo se convirtió en una fuerte vivencia para los antiguos egipcios a partir de la época tolomaica, en la cual fue fundada la ciudad portuaria de Alejandría, pero el poder devastador del mar fue una de las fuentes de inspiración para crear las leyendas sobre la creación. Su “codicia” queda reflejada en la imagen de las enseñanzas para Merikare (alrededor del 2000 a. de C.), mucho antes de que se escribiera el mito del mar insaciable. Vénse también las golondrinas constructoras de diques de Egipto en Trásilo de Mendes, Pseudo-Plutarco, De. Fluv. 16, 2, y Plinio X, 33.

En lo que se refiere a la forma adoptada por el texto, que hasta ahora ha sido interpretada como una carta, no encuentro ningún fundamento para esta teoría. Me parece más bien que se trata de una historia contada por un notable árabe al término de su conversación con el faraón, y que por lo tanto tiene una intención política. El árabe quiere darle a entender al faraón que los pequeños, si se lo proponen con tesón y decisión, también pueden hacer mella en los poderosos. En la consonancia entre “regresó con el corazón alegre al país de Arabia”, al final de la fábula, y entre: “Voy a regresar ahora al país de Arabia” de la introducción de la conversación subyace una clara indicación de que el interlocutor árabe, con esta historia como trasfondo, podría regresar a su tierra con el corazón alegre, aún cuando el faraón hiciera uso de su poder y no lo reciba amigablemente.

Arabia ejerció siempre un poder sobre Egipto, aunque fuese solamente por el hecho de que sus habitantes del desierto, los beduinos, incordiasen continuamente al rico país del Nilo atacándolo en pequeñas hordas que se dedicaban al pillaje y al robo.

H 66 – 31.08.2001


Sobre el oficio de escribir *

Jonathan Rosen, de The New York Times. Traducción de Zoraida J. Valcárcel.

Los místicos judíos creían que Dios tuvo que empequeñecerse para crear el mundo. Esta noción me sirvió de consuelo cuando, al nacer mi hija, debí trasladar mi escritorio a la habitación de servicio. Pero desde mucho antes fui profundamente consciente de las extrañas expansiones y contracciones que exige la vida creativa, en particular la dolorosa paradoja de tener que retirarse del mundo para escribir acerca de él. No del todo, desde luego. Me gusta la manera como lo describió Walt Whitman: “Estar a lez dentro y fuera del juego, mirándolo y maravillándose de él” (...),

El viaje interior es a menudo peligroso. Hasta la contracción divina estuvo preñada de peligros. Los místicos infirieron que al tener que encogerse para dejar espacio al mundo, Dios había perdido su omnipotencia. Las vasijas que recibían su gloria se quebraron y esparcieron chispas divinas por todas partes e introdujeron la imperfección en el mundo; esto explicaría por qué el mundo está lleno de personajes defectuosos y horrendos giros argumentales. Yo sólo tuve que instalar una segunda línea telefónica.

Pero aunque yo no tenga motivos para preocuparme de que mi energía sobreabundante pueda rebasar unos recipientes inadecuados (¡ojalá los tuviera!), retirarse de la vida puede desorientar y hasta parecer un tanto humillante, sobre todo en Nueva York, con el mundo ajetreado que fluye frente a mis ventanas. Tomé aguda conciencia de esto cuando, junto con nuestra hija, mi familia “adquirió” una niñera. Su presencia me ha hecho embarazosamente consciente de cómo ven los otros mi jornada de escritor (...).

Keats hablaba de la “indolencia diligente” del poeta, un estado de actividad suspendida necesario para la creatividad. Los días en que soy diligente de veras, hasta podría dormir como mi hija, que tras doce horas de sueño nocturno todavía necesita una siestita suplementaria. Después de todo, jugar es un trabajo duro. Anna Freud llamaba al juego "el trabajo de los niños". Y, quizá, también de los escritores.

El juego es trabajo; lo interno es externo; la indolencia es actividad. Podríamos añadir que lo imaginario es real y la introspección es, en realidad, una forma de investigación social. No me extraña que necesite una siesta de vez en cuando. A la larga, hay que dejar a un lado las paradojas y las explicaciones y, simplemente, ponerse a escribir.

Pero aún entonces advierto que las paradojas se infiltran en la escritura. Mi libro más reciente, El Talmud e Internet, pese a su título y tema, terminó siendo, en esencia, una descripción de mis dos abuelas. Al escribir sobre una armonización improbable, el desafío mayor fue mi propia herencia contradictoria: una de mis abuelas tuvo una vida larga y próspera, al estilo norteamericano; la otra fue asesinada por los nazis. Cada vida y cada muerte apuntaban a conclusiones radicalmente distintas sobre la naturaleza del mundo y la conducta humana. Lo mejor que podía hacer era aparearlas y, a la manera del Talmud, dejar que cada una fuese a la vez punto y contrapunto, sin disolverse la una en la otra. Les dejé ocupar un lugar en mi libro, junto a personajes famosos (talmudistas sabios, grandes escritores, figuras históricas) porque, sin ese elemento personal, mis especulaciones públicas sonaban extrañamente abstractas. En lo escrito siempre hay algo que, para mí, debe estar próximo al hogar, la cuerda que ata el globo a la tierra.

En alguna parte de mí, descubrirme escribiendo acerca de mis abuelas fue tan molesto como descubrirme escribiendo acerca de una mujer que se dejaba morir de hambre. ¿Dónde estaba la gran aventura picaresca norteamericana que siempre imaginé crear algún día? ¿Qué hacían mis abuelas en medio de todo eso, llamándome a casa? Lo maravilloso de escribir es que obliga a carearse con uno mismo de un modo inhabitual. De más está decir que eso es también lo terrible.
Solía malgastar mi energía envidiando a la generación anterior de escritores judíos, hijos de inmigrantes, que parecían mantener un vínculo umbilical con la experiencia auténtica. Los alentaba una avidez de conquistar el mundo que hizo quijotes de sus protagonistas. Y bueno, como escribió Borges: “El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. No es un problema literario, sino universal. Todos tienen que encontrar su propia voz, sean o no escritores. Por eso todos los arcanos que un escritor descubre en su oficio no son tales en realidad. Todos tenemos que descender al fondo de nuestro ser, necesitamos metáforas nutrientes y tenemos que ordenar el caos de la experiencia en algún tipo de narrativa, aunque sólo sea en el dormir profundo, hacedor de sueños. En esto, el escritor que se queda en su casa viene a representar, en verdad, a todos los hombres.

Es también una especie de inmigrante que explora el mundo procurando atrapar las palabras que lo ayudarán a dominarlo. Al quedarme en casa, he aprendido que mi hija también es una especie de inmigrante. Pronto conocerá tan bien mi idioma, que el mundo físico al que hoy está tan íntimamente ligada quizá le parecerá algo abstracto que le llega asordinado a través de un amnios de palabras. Este proceso de asimilación, aún siendo necesario, me entristece un poco por lo mucho que amo su actitud de ingenua admiración frente al mundo.

“No venimos envueltos en el olvido absoluto, ni completamente desnudos, sino arrastrando nubes de gloria”, escribió Wordsworth. Para él, Dios también era “nuestro hogar”, la Madre Patria donde todos vivimos una vez y que todos añoramos en secreto. Aquí, en la Tierra, aprendemos un nuevo idioma. Pero si logramos retener cierto dejo de aquel misterio, tanto mejor.

Todos mis escritores preferidos han conservado, por cierto, su actitud de asombro. Creo que esto es lo que más me importa en el oficio de escribir, más allá de la historia y la política, del argumento y la estructura, de lo literal y lo simbólico. Desde luego, también deseo todo eso. Pero hay algo mucho más primitivo, simple, esquivo y medular que tiene que ver con el misterio puro del mundo creado. Para mí, es lo que vincula una pintura rupestre con una página de Ulises. Tal vez, la necesidad de encarar este misterio explica que, siendo un hombre adulto, me quede en casa con la niñera cuando otros salen a trabajar. Y por qué al oír orgulloso, desde el cuarto de servicio, los primeros balbuceos de mi hija en mi idioma, descubro en mí la esperanza de atrapar unos pocos elementos del suyo.

La Nación, junio 8 de 2001.
H 66 – 31.08.2001


Las paradojas del desarrollo

Viejas y nuevas exclusiones

Carlos Mendoza *

Hay más de 1.300 millones de pobres en el mundo. Esta realidad no sólo refleja una exclusión económica sino también étnica. Por ejemplo, en Sudáfrica, mientras que el 40% de la población total es pobre, el porcentaje de negros pobres es del 60%. En Guatemala el 57% de la población es pobre (ingreso per cápita inferior a 2 dólares por día), pero el porcentaje se eleva al 74% para los indígenas.

Los pobres de todo el mundo han sido excluidos de los servicios de salud, educación e infraestructura. Ni siquiera gozan de igual acceso al sistema de justicia. En muchos países simplemente no son ciudadanos pues no pueden ejercer sus derechos políticos. Esas son algunas de las exclusiones más comunes y denunciadas. Sin embargo, el desarrollo de la nueva economía basada en la información y la revolución tecnológica pone al descubierto otros tipos de exclusión, incluso dentro de los países más ricos. La revista The Economist (Septiembre 23, 2000) provee interesantes datos al respecto.

La tecnología ha creado más empleos de los que ha destruido, contrario a lo que se pensaba. Las oportunidades se expanden para los bien educados, pero los afectados son los trabajadores menos calificados. Esto ha aumentado la brecha de ingresos entre profesionales y obreros. Hoy, en Estados Unidos, un gerente gana 475 veces más que el promedio de los trabajadores de la fábrica que administra (en 1980 era 42 veces). Si un empleado de General Electric quiere ganar lo que ganó su jefe en 1999, debe trabajar 3660 años.

Las diferencias también se amplían a nivel regional. Los países ricos, que son el 15% de la población mundial, realizan el 90% de la inversión global en informática y tecnología y poseen el 80% de los usuarios de Internet. En muchos de los países pobres no se pueden comprar computadoras ni teléfonos. En Bangladesh una computadora cuesta el equivalente a 8 años de trabajo (con el salario promedio). Los 2.000 millones de personas que viven en los países de bajos ingresos sólo tienen 35 líneas telefónicas y 5 computadoras por cada 1000 habitantes, mientras que en los Estados Unidos las tasas son 650 y 540 respectivamente. La mitad de los estadounidenses están conectados a Internet, mientras que sólo uno de cada 250 africanos lo está.

Estas nuevas formas de exclusión están íntimamente ligadas a la viejas formas. Es muy poco el impacto que puede tener una inversión millonaria para conectar aldeas al Internet si las personas no saben leer ni escribir. Sin embargo, el conocimiento al que tendrían acceso los pobres en lugares remotos les facilitaría el desarrollo. Lo que se requiere es derribar los muros de exclusión que los Estados han levantado a lo largo de la historia. Esfuerzos conjuntos entre las comunidades, las ONG, el sector privado y los gobiernos locales pueden contribuir a superar esta paradoja del desarrollo.

* Economista, Universidad de Stanford EEUU.
H 66 – 31.08.2001


El autor de este breviario ha querido refugiarse en el anonimato

Diario 2001

Anotación al 1° de enero

¿Cuáles impresiones, reflexiones, sueños encontrarán un espacio en este diario y cuáles no? ¿a quién, a más de a mí, está dirigida cada anotación y cada trazo de este intimario?

Con un ala quebrada no pueden volar las aves.

Las aves no quiebran sus propias alas. Los hombres, sí.

Anotación al 2 de enero

Roto el cántaro, se derrama el vino. Y con él, los sueños, las ilusiones, las tibiezas. Las esperanzas, ¿también?

Se ha roto mi cántaro en la mitad del camino, o lo he roto yo, no lo sé. Derramado mi vino, ha teñido el agua del arroyo, aclarándose después y desapareciendo pronto, muy pronto. ¿Qué será de mi vino? ¿qué de mis sueños y esperanzas? ¿será siempre vino mi vino o se perderá en las aguas del arroyo, del río, y quizá del populoso mar?

Anotación al 10 de enero

Hoy vi blanco a mi perro negro. Al que tuve por negro hasta ahora, lo vi blanco. Y tras cavilaciones sabihondas comprendí que el que vi negro hasta hoy, era la imagen negativa del perro, tal que, como en un fotograma, precisaba que fuera puesto del revés para que lo viera como es ahora.

Otras cosas vemos de un color cuando en verdad son de otro. De una forma y son de otra o no tienen forma. Vemos acciones que tenemos por buenas y son malas o su viceversa. O son, quizá, a un tiempo lo uno y también lo otro: Heráclito en casa.

Telefoneé sin tardanza a mi amigo nigeriano para pedirle que mire bien a sus compatriotas y me diga de qué color los ve: averiadas las líneas, me dijeron que la comunicación debía posponerse unas horas. Llamé entonces a un argentino que ahora se ha establecido en Washington para preguntarle de qué color ve al presidente de ese país; inútil también, su autocontestador, obsesivo hablador de un único discurso, se negó a complacerme. Impaciente ya, corrí a mi cuarto para ver mi rostro en la luna del espejo, miré bien, miré mejor; miré de cerca y de lejos mi perfil izquierdo y luego el derecho. Por fin, harto ya, irritado mi ánimo y ofendida mi inteligencia, con mi puño hice trizas el espejo.

H 66 – 31.08.2001

Heráclito 46

Memorias argentinas del 2001

“Pandora fue el regalo que todos los dioses ofrecieron a los hombres, para su desgracia”

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com


He tomado este título del Diccionario de mitología griega y romana de Pierre Grimal, que Paidós editó en lengua hispana en 1999, con traducción de Francisco Payarols. En rigor, para los propósitos de esta reflexión mejor hubiera cuadrado que el mito hesiódico estuviera referido a los argentinos en particular y no erga homnes. Pero podemos excusar a ese griego por su fallo; después de todo, ¿cómo podía prever él, con tanta anticipación, que los dioses desgraciarían al país de los argentinos, exonerando así al resto de los hombres de tamañas desventuras?

Aquel narrador de la vida y desventura de los hombres y de los dioses ignoraba que en el futuro un país se llamaría Argentina, que sería mujer, como Pandora, y que al igual que ésta sería victimizada por sus hijos y entenados. También ignoraba que Argentina, al igual que aquella primera mujer creada por Hefesto y Atenea, abriría la vasija de la que saldrían los males que luego iban a aquejarle, esparciéndose por su territorio y por todas las casas de todos los hombres y mujeres. ¡Suerte, no obstante, para tales hombres y mujeres que, al igual que Pandora, Argentina también logró cerrar la vasija antes de que la esperanza escapara de ella.

Argentina vive las semanas, los días, las horas. Los períodos de tiempo en que acontecen hechos relevantes en la vida de este país son brevísimos. Los acontecimientos, los hechos, las alegrías y tristezas que acompañan a los argentinos son efímeros; quizá –no lo sé de cierto- es así en holocausto a Crono, otro impiadoso habitante del Olimpo. Todo alumbramiento conlleva la penumbra, todo derrotero tiene comienzo y fin, a la vida ha de seguir la muerte; pero es claro que entre lo uno y lo otro hay un entretanto, una duración; en suma, un tiempo que da ocasión a la acción o que construye alguna historia. Pues bien: en nuestra Argentina ese tiempo es minúsculo, esa acción es casi inexistente. Por eso creo que esta etapa de la vida argentina no podrá ser recogida por la historia; en todo caso será escrita bajo un título más o menos así: Argentina caótica. Que todo caos está preñado de orden es verdad, y de ello da fe el universo. Argentina como Pandora, digámoslo otra vez, logró cerrar a tiempo la vasija para conservar en ella la esperanza.


Ahora instalémonos en el presente argentino. La comisión de la Cámara de Diputados que investiga el lavado de dinero espurio en Argentina, ha dado un preinforme en estos días. El documento, de una extensión que excede holgadamente las mil hojas, puede solicitarse a esa comisión investigadora o leerse en las ediciones electrónicas de los grandes diarios del país. En él se denuncian hechos delictivos que habrían causado desequilibrios economicosociales de magnitud en la Argentina durante las dos últimas décadas, a la vez que explicarían el contraste creciente entre las grandes concentraciones de recursos en unas pocas manos y la pauperización de las mayorías. Nombres de personas físicas y jurídicas presuntamente involucradas en esos desaguisados, descripción de fraudes multimillonarios vinculados con evasión tributaria, narcotráfico y narcolavado, tráfico ilegal de armamentos, actos de corrupción de funcionarios públicos y de corporaciones privadas... Y más, más todavía, según prometen los integrantes de la comisión parlamentaria. Afirmaciones que habrá que probar ante la justicia, claro*.

No hay dudas que esta vez Pandora quiso abrir su vasija en Argentina. Pero otras versiones explican el mito: dícese que la vasija contenía no los males sino los bienes, y que le fue entregada por Zeus a Pandora, quien, abriéndola, dejó que esos bienes volaran para reunirse con los dioses. Así, entonces, los hombres (digamos, los argentinos) quedamos dueños de los males solamente.

Aguardemos unos días. O unas horas. Los tiempos argentinos son prolíficos, vertiginosos; esperemos un tanto y quizá veamos pasar un cortejo delante de nuestros ojos. Pero no me preguntes, lector, qué clase de cortejo será ese ni qué dirección tomará, porque eso no lo sé.

Post scriptum: Hoy, año 2009, esos hechos no han sido demostrados. Pero aún así, el jaleo parlamentario de entonces es indicativo del clima en el que vivía Argentina por aquellos años.

H 65 – 24.08.2001


Las reglas de la no violencia

Eugenio Raúl Zaffaroni *


La protesta contra la hegemonía expoliadora de la actual etapa de poder del planeta quiere asumir metodologías no violentas, pero cuando obtienen como respuesta la represión policial, la criminalización y la campaña difamatoria, algunos opinan que es imposible. Se equivocan: quienes así opinan son los más débiles. Ante todo, no violencia no significa no lucha, sino precisamente lucha no violenta. Y esa lucha tiene reglas inflexibles. Las más elementales son: a) no debe contaminarse la no violencia con la violencia, pues un solo acto violento la deslegitima; b) no garantiza que la respuesta sea no violenta, sino todo lo contrario, porque el poder arbitrario sólo sabe responder violentamente; c) la clave del éxito se halla en resistir y sufrir la violencia sin responder con actos violentos, porque la derrota es la respuesta violenta.

El potencial de la lucha no violenta es infinitamente superior al de la lucha violenta: bastaría con que todos nos quedásemos en nuestras casas para que en pocos días se derrumbe cualquier poder, o con que nadie acuda a una convocatoria bélica para que no hubiera guerra, o con que nadie pague más un impuesto para que el poder cruja. Claro: para esto se requiere un alto grado de organización, consenso, disciplina, paciencia y convicción en el método y en el triunfo final. Sin estas condiciones no es posible una lucha no violenta.

Para ello deben internalizarse pautas de pensamiento conforme a las reglas de la no violencia, lo que no es fácil, porque desde siempre se nos enseñó que no es lucha, que no es “viril”, que es de “maricones”, que “no es de hombres” regalarles flores a las mujeres de los banqueros, o pararse frente a las comisarías con carteles “no queremos robar, queremos trabajo” o hacer que los niños les escriban cartas a los hijos de los poderosos.

Desde la Primera Guerra Mundial se exasperó la idea de que lo “viril” por excelencia –y, según la lógica patriarcal, “bueno”– es la camaradería de la trinchera, entre colosos musculosos marmolizados en la estatuaria nazifascista o stalinista. Esto no es otra cosa que la traducción de la cosmovisión catastrofista spenceriana de lucha por la supervivencia de los mejor dotados que, por otra parte, es la culminación racista de una cultura de la rapiña y la expoliación que está en la base de la civilización industrial y que produce su saber, sus sujetos cognoscentes y sus jerarquizaciones humanas genocidas.

El poder violento nos ocultó siempre el potencial de la lucha no violenta; por eso ni siquiera se la menciona en la historia que glorifica sólo a guerreros y a políticos que decidieron guerras. La lucha no violenta tiene la ventaja de ser la única para la que el sistema de poder no tiene respuesta y por eso la oculta. Por ende, es la única practicable, pero tiene la desventaja de que no es sólo un método, como con frecuencia se cree, sino que es toda una cosmovisión diferente a la de nuestra civilización industrial.

Gandhi no formó un ejército de autómatas descerebrados que lo obedecían, sino que lideró un pueblo que compartía una cultura de lucha no violenta, que era el único método posible desde su cosmovisión, en que todas las vidas tienen un valor absoluto. El propio Gandhi provenía de la tradición jainista, contemporánea del budismo, cuyos iniciados ortodoxos no sólo eran vegetarianos sino que usaban tules sobre sus bocas para no matar involuntariamente a pequeños insectos. Es una imagen fácil de ridiculizar por los fascistocorruptos, que dentro de poco reirán con sus bocas cubiertas con máscaras que filtren la polución atmosférica.

En modo alguno es imposible la resistencia por medio de la lucha no violenta, pero a condición de salir de la cosmovisión catastrofista spenceriana, aunque para ello, claro está, no es necesario que todos nos convirtamos al jainismo. La cuestión no pasa por allí, sino por tomar conciencia de que el éxito en la lucha no violenta dependerá de que logre un cambio cultural y no del empleo de una simple táctica.

No es legítima defensa disparar a la cabeza contra quien pretende lanzarle un extinguidor, pero sería mucho más palmario el comportamiento homicida si la víctima estuviese con las manos vacías. Pero para eso es menester superar la cultura violenta del agresor con la cultura de la no violencia radical. No sólo es posible luchar con éxito contra la hegemonía expoliadora mundial mediante la no violencia, sino que es el único camino viable para ahorrar millones de muertos, pero a condición de radicalizar la no violencia, lo que presupone la incorporación cultural del pensamiento no violento y una seria autocrítica sobre la incorporación del pensamiento violento a nuestros equipos psicológicos.

* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología UBA. Juez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Fuente: Diario Página 12, Buenos Aires, edición del 20 de agosto de 2001.
H 65 – 24.08.2001


Reportajes

Hacia una soledad poblada

Cristóbal Sánchez *

Ancianos, prostitutas, drogadictos, mendigos, presos, enfermos mentales, inmigrantes, adolescentes anoréxicos, los marginados en general, comparten un secreto. Llevan grabado un estigma que les condiciona a albergar una soledad no elegida.

La soledad, como los tesoros más preciados, puede conducir al ser humano hacia la mayor riqueza o convertirlo en el más miserable de los seres. Estar solo, alejarse del mundo, ha sido a lo largo de toda la historia, el anhelo de santos, sabios, poetas y hombres que se buscan a sí mismos. "Cuán bienaventurado / aquel puede llamarse / que con la dulce soledad se abraza", escribía Garcilaso hace cinco siglos. Las grandes creaciones artísticas o los hallazgos científicos se producen a menudo como frutos de la soledad, en medio del silencio. Sin embargo, hay una forma de soledad que se ha convertido en una plaga que arrastra consecuencias sociales, psicológicas y afectivas que impiden la búsqueda de la felicidad a millones de hombres y mujeres.
Sólo soy alguien

Lo que diferencia a Alberto Estévez es su sonrisa. Sonríe siempre, aunque te cuente algo doloroso. Nervioso, conversador frenético, pero amable y franco. Cumple varios años de condena en la cárcel. Cuando hablamos de la soledad entorna los ojos, se echa mano a la frente y sale corriendo a buscar en la celda algo que escribió este verano para la revista del centro penitenciario. Releo algunos fragmentos: "Hoy me ha vuelto a visitar una antigua amiga. Antes, en la calle, era muy agradable. Ahora sólo veo muros y barrotes junto a mi antigua amiga. Su semblante es amargo, ya no es dulce. Me ha buscado y me ha encontrado. Se llama Soledad... El único consuelo que me queda, es que mi amiga Soledad ya conoce la vejez y yo no envejeceré con ella en este maldito lugar. Quizá vuelva a buscarla y sé que la encontraré, pero será junto a mi copa y brindaré por haberla buscado yo de nuevo. No ella a mí". Alberto espera con inquietud su libertad para comprar un coche y retirarse a trabajar en un pequeño pueblo abandonado, donde la droga lo olvide. Parece querer encarnar aquellos versos de Gabriel Celaya: "A solas soy alguien. / En la calle, nadie".

Sin hogar

Eusebio y Loli saben mucho sobre la soledad. Él hace tiempo que se hace llamar Coco, un nombre de guerra acuñado entre sus compañeros de la calle en homenaje a su prodigiosa memoria: "Me sé el mapa entero del metro". Coco ha vivido la mitad de su vida en la calle, de albergue en albergue, mendigando oportunidades. Ella vivió durante veinte años en un psiquiátrico, aunque su única locura fuera enamorarse de un hombre "que no le gustaba a mi madre", dice. Coco y Loli no están solos desde 1993, cuando empezaron a vivir juntos. "En la calle siempre estás con compañeros. Pero si me preguntas si me he sentido solo, te respondo que si vives en la calle, siempre estás solo. Y a la vez te digo, que aunque esté solo, en mi soledad no estoy solo, siempre encuentro a alguien. Hay que aprovechar los encuentros." Le digo que eso parece contradictorio y me responde seco: "No, no lo es".

Loli asiente y añade: "Nosotros no hemos estado tan solos como otros. Ni la soledad es tan mala. En el psiquiátrico yo a veces hacía algo para que me castigaran y así poder estar sola, estaba más a gusto." Ahora asiente Coco: "No, no es tan mala". Terminamos la conversación, se dirigen a un piso de protección social que han conseguido hace unas semanas. Por fin les ha llegado una de esas alegrías que raramente llegan a la casa del pobre.

Soledad acompañada

Muchos parecen considerar que el infierno está en ellos mismos o en los demás, e interpretan la soledad desde puntos de vista radicalmente distintos. La soledad no es un hecho objetivo. Si es cierta la soledad de los marginados, también el poder, el dinero o la inteligencia engendran soledades infinitas. No hay soledad más insoportable que la de aquel que encuentra estúpidos a los demás. Padres de familia, universitarios, amas de casa, profesionales liberales, futbolistas, rock & roll stars, por no hablar de los workalcolic (adictos al trabajo y que por él arruinan sus relaciones humanas) visitan las consultas de los psicólogos con la angustiosa sensación de estar solos. Rodeados, como están, de hijos, amigos, vecinos o empleados.

En las encuestas que recogen los centros de investigaciones sociológicas sobre la soledad de las personas mayores, demuestran que la mayoría de los ancianos piensan que la soledad es un accidente o algo inevitable. Es el destino infausto el que interviene para que una persona se encuentre sola. Esas mismas encuestas nos dicen que los ancianos, en general, no ven la soledad como algo dramático. Más allá de lo evidente, parece que los mayores saben manejar su soledad, la dominan con paciencia y sin acobardarse. Y también que no quieren implicar en sus problemas al resto de la sociedad y, mucho menos, a su familia. Su soledad es suya y prefieren no culpar a nadie de ella.

Los mayores se sienten más solos e inseguros por la noche. Por ese motivo Lucía, de 83 años convive con una joven estudiante de Periodismo, Mª José, a través de un programa de Vivienda Compartida entre Mayores y Estudiantes que lleva a cabo una ONG. Lucía es animosa, bienhumorada y sabia. No le gusta regodearse en sus penas y, por el contrario, busca motivos para que la vida le resulte una celebración. Sin embargo, reconoce que "la soledad es angustiosa. En mi caso, yo no tengo hijos y si no viviera con alguien, estaría falta de cariño, confianza, vitalidad..." Y sigue: "La soledad para mí es tristeza y miedo. No soporto acostarme sola. Lo paso muy mal, de verdad. Ya son muchos años sin nadie a mi lado, pero no me acostumbro".

Isabel, otra de las ancianas integrantes de ese programa, nos comenta: "Hace 3 años me quedé viuda y, qué quieres que te diga, lo peor son las noches. Tengo hijos, pero cada uno tiene su vida y yo tengo que tener la mía. Me quieren y yo a ellos, pero me falta mi marido". También comenta: "No conozco a nadie que se acostumbre a la soledad. Es un tipo de vida raro. Es extraño cocinar para una persona sola y máxime cuando durante toda la vida hemos sido tantos en mi familia. Además, en las grandes ciudades todo queda siempre lejos: el médico, los comercios... y ¡con esa inseguridad!".

La soledad de una diva

Minerva fue una famosa cantante hace unos años. Hoy es una mujer a la que una enfermedad dejó ciega. Conserva el porte y el carácter de una diva. Minerva reconoce estar sola, con una soledad no elegida. "La soledad yo la defino como una muerte en vida. Yo tengo una gran vida interior y una fortaleza enorme, pero también tengo la peor soledad, la de mis sentimientos dañados". En buena medida su actual soledad está motivada por su separación y por la muerte reciente de su madre. "Tengo un amigo que busca la soledad en la naturaleza. Me llama y me cuenta que tiene delante una encina y a mí me encanta. Prefiero estar en medio de la naturaleza que rodeada de gente". Minerva preferiría recuperar la agilidad de las piernas (también está afectada por una variedad de esclerosis) que la vista. A pesar de los momentos difíciles por los que pasa, con una palanca Minerva mueve el mundo. "La soledad va a ser el mal más grande en el futuro".

La soledad de las viudas, muchas veces se gesta a lo largo de matrimonios cerrados. Influye el amor, pero también la falta de alternativas vitales. Teresa Olmos, que dirige una asociación de viudas, comenta: "La figura de la mujer como madre, cocinera y limpiadora todavía está muy presente en muchas familias. Esta persona se pasa todo el día en el hogar y apenas se relaciona con nadie, no vaya a ser que se enfade el marido. Todo el día encerrada entre cuatro paredes esperando que él llegue de trabajar para ponerle la cena. ¿Qué pasa cuándo él falta? En ocasiones, su vida gira entorno a la de él".

Cuando trabajan padre y madre, especialmente en las grandes ciudades, los hijos son los que empiezan a vivir períodos de soledad de consecuencias aún no suficientemente evaluadas. El niño se refugia en la televisión, en los videojuegos o en formas solitarias de pasar el tiempo.

Cuando faltan las raíces

Tatiana Ropaín es una estudiante colombiana de Comunicación Audiovisual que emigró a España. "Hablar de la soledad no es nada fácil después de casi diez años de estar en España. No, no creo que me haya acostumbrado a la soledad, simplemente me he acomodado a ella". Nadie la esperaba, a nadie conocía, nunca antes había visitado Europa. "Cuando acabas de llegar, la soledad no se nota puesto que todo es nuevo, las costumbres, la forma de percibir la vida, etc...".

Tatiana es cantautora y anda con su guitarra de aquí para allá. Parece haber leído al Durrell de Clea cuando escribe: "La música ha sido inventada para confirmar la soledad humana". Para Tatiana "el aumento del materialismo hace que las personas se vayan alejando de lo que realmente vale la pena en esta vida, que es la compañía de los demás. La competitividad permite que cada día florezcan un mayor número de islas, en donde no hay cabida para el conocimiento interior, para una charla profunda, para escuchar los problemas de los demás y exponer los tuyos".

Además de su afición a la música y de sus estudios, colabora como voluntaria en tareas sociales y se mantiene activa en todo momento. Sin embargo, existe un desarraigo primitivo que permanece y produce una soledad profunda en aquellos que viven fuera de su tierra.

Soledad poblada

Cuando la soledad es el hallazgo después de una búsqueda, el hombre que la posee es afortunado. La soledad en ese caso es la decisión después de una alternativa. O la consecuencia de su propia madurez. Suele ser una soledad preñada de cariños. Una soledad poblada. Pero, si en medio del bullicio y del tumulto, una persona siente un hueco donde debería alojarse el corazón, debe luchar. La soledad no es una situación irreversible ni provoca daños irreparables, se acomoda a nuestro personal proyecto de vida.

* Periodista de la ONG Solidarios para el Desarrollo, Madrid.
H 65 – 24.08.2001


El autor de este texto ha querido refugiarse en el anonimato

Diario

Anotación al sábado 30 de diciembre de 2000.

Sobre la existencia de Dios quiere discutir conmigo. Y no tan sólo eso: quiere también indagar acerca sus pruebas. “¡Vamos, Abelardo –le dije (él me escribe desde Madrid)- mira que ya estamos a fines de año! Pon en orden tus cosas hoy y mañana ve a comprar unos espumantes y turrones para celebrar, para despedir al que se va, para darle digna bienvenida al que llega. Deja por unas horas tus quehaceres metafísicos y ocúpate ahora de los menesteres mundanos. Hazte amigo de Epicuro, de Baco y de Afrodita. Y sé feliz”.

Abelardo es un hombre bueno, afecto a las cosas de Dios, de la Verdad y del Alma. Abelardo no cesa de rondar los arrabales de la filosofía para hallar respuestas a las cosas que azuzan su mente acalorada. Se ha olvidado Abelardo que transita por el mundo a bordo de su carnadura de huesos y pasiones. Entonces busca. Y dice saber lo que busca.

Cierta vez le increpé: “dime, Abelardo, tú dices que sabes lo que buscas, me dices que es la Verdad el objeto de tus afanes. Y crees, claro, que cuando te veas de cara con la Verdad sabrás que es ella. Por tanto, le conoces. Y dime también, ¿por qué buscas lo que ya conoces? ¿qué clase de búsqueda metafísica es esa?” Me dijo: “tú no comprendes ahora, pero un día comprenderás”.

Rodando por los arrabales de Madrid y de la filosofía lo imagino a Abelardo. Su rostro no conozco, su edad y otras condiciones tampoco; él es uno de aquellos de mis contertulios cuyos rasgos adivino por sus palabras, por sus reflexiones desenfadadas hechas al amparo de los chips y números binarios que pueblan nuestros días.

H 65 – 24.08.2001


Cuentos del Antiguo Egipto

En versión y con introducción y notas de Emma Brunner-Traut, Edaf ha editado este libro en Buenos Aires, año 2000. La traducción corresponde a Pablo Villadangos. Sucesivamente publicaremos tres cuentos a partir de ésta entrega. Antes, un breve párrafo de su introducción, pág. 14.

Como en casi ninguna otra parte del mundo, el cuento del Antiguo Egipto nos revela su imbricación con la fe y la vida. Cómo está interrelacionado con el mito, dónde da respuesta a las circunstancias políticas o cuándo recibe su impulso de la crítica social; ese saber lo recibimos del pueblo de los faraones. Entre los cuentos textuales no hay uno solo que no alcance el reino de los dioses o, por lo menos, toque el trono del rey, que camina sobre la tierra henchido de divinidad.

Isis busca refugio
Ibídem, págs. 153/155

Soy Isis y huí de la hilandería en que me había metido mi hermano Seth. Pero Thot, el gran dios, la cabeza suprema de la verdad en el cielo y sobre la tierra, me dijo: “¡Ven pues, divina Isis! Es bueno escuchar: uno vive si el otro lo guía. Escóndete con tu pequeño hijo para que venga hasta nosotros cuando su cuerpo sea robusto y su fuerza esté completamente desarrollada, para que le sentemos en el trono de su padre y le concedamos la corona de soberano de los dos países”.

Y así salí al atardecer, y siete escorpiones me siguieron y me sirvieron: Tefun y Befun, muy cerca, detrás de mí; Mostet y Mostetef, debajo de mi palanquín; Pitet, Titet y Matet me aseguraban el camino. Yo les grité con insistencia, y mis palabras entraron en sus oídos: “¡No conozcáis (1) a ningún negro, no saludéis a ningún rojo (2), no hagáis diferencias entre los nobles y los plebeyos! ¡Mantened vuestro rostro agachado mirando el camino! ¡Guardaos de guiar al que me persigue (Seth), hasta que hayamos llegado a la ‘casa del cocodrilo’, a la ‘ciudad de las dos hermanas’, frente a la zona pantanosa más alla de Buto!”.

Por fin llegué a las casas de las mujeres casadas. Pero tan pronto como una noble dama me vio de lejos, cerró su puerta ante mí. Esto disgustó a mis acompañantes (los escorpiones).

Éstos se reunieron para debatir sobre ella y juntaron su veneno en la punta del espolón de Tefun. Entonces, una (pobre) muchacha del pantano me abrió la puerta y entramos en su choza miserable. Tefun ya se había deslizado bajo las hojas de la (primera) puerta y picado al hijo de la mujer rica.

Entonces, se declaró un incendio en casa de la mujer rica, y no había allí nada de agua para extinguirlo. Sin embargo, el cielo vertió su lluvia en casa de la mujer rica, aunque no era la estación (del año) adecuada para ello. Debido a que no me había abierto, su corazón estaba afligido, ya que no sabía si él (su hijo) salvaría la vida.

Corrió entre lamentos por la ciudad, pero nadie acudió a su llamada.

Entonces, mi corazón también se afligió por el pequeño a causa de la desazón de su madre, porque él (el corazón) quería dejar con vida al inocente. Le grité: “¡Ven hacia mí, ven hacia mí!” Mira, mi boca tiene fórmulas de vida. Yo soy una hija conocida en su ciudad, porque aleja a los bichos venenosos con sus fórmulas. Mi padre me ha enseñado la ciencia. Pues yo soy su hija querida, de su carne”.

Después, posé mis brazos sobre el niño para hacer revivir al agonizante (y dije:) “¡Veneno de Tefun, ven, sal y fluye hasta el suelo! No gires a su alrededor y no te introduzcas (en el cuerpo). ¡Veneno de Befun, ven, sal y fluye hasta el suelo! Soy Isis, la diosa, la señora del hechizo, luminosa en el conjuro. Todo bicho que muerde me obedece. ¡Desciende gota a gota, veneno de Mostet! ¡No gires a su alrededor, veneno de Mostetef! ¡No te eleves, veneno de Pitet y de Titet! ¡No vagues a su alrededor, veneno de Matet! ¡Despréndete, pues, hocico de lo mordiente!...”.

(A los escorpiones:) “Mirad, mis órdenes os han sido impartidas desde la tarde en que os dije: ‘Estoy sola’. No pongáis en peligro nuestro nombre en las provincias. No conozcáis a ningún negro, no saludéis a ningún rojo. No os quedéis boquiabiertos ante las finas damas en sus casas. No hagáis diferencias entre los nobles y los plebeyos. Mantened vuestro rostro agachado mirando el camino hasta que hayamos llegado al escondrijo de Chemmis...”.

El fuego se había extinguido y el cielo estaba de nuevo tranquilo por la fórmula mágica de Isis, la diosa. La mujer rica se acercó y me trajo sus posesiones y también llenó la casa de la muchacha del pantano para la muchacha del pantano, porque me había abierto su rincón (3) más íntimo, mientras que la mujer rica estuvo enferma de pena durante toda la noche. Había empezado a notar las consecuencias de sus palabras: su hijo había sido mordido. Y ahora me traía sus posesiones como penitencia por no haberme abierto.

(1) Sobre “no conozcáis, no saludéis”, véase 2 Reyes, 4,29 y Lucas, 10,4.
(2) Con la utilización de los calificativos “los negros y los rojos” se hace referencia a los egipcios y a los extranjeros, respectivamente, es decir, a aquellos que proceden de la tierra roja y la tierra negra.
(3) El “rincón más íntimo” de la casa hace referencia al lugar donde viven las mujeres, o sea a la zona privada (...) A esta parte de la casa sólo se podía acceder a través de los recintos oficiales (...).


El camino del corazón

José Carlos García Fajardo*

Es el camino del coraje, palabra que proviene de cor, corazón. Valentía y cobardía son las dos caras de una misma moneda: el cobarde se deja llevar por sus miedos y se refugia en la aparente seguridad de la razón; el valiente reconoce sus temores y se adentra en lo desconocido. Apuesta por vivir en la inseguridad, con amor, en la confianza; es renunciar al pasado y acoger el futuro.

La inocencia perdida no puede recuperarse pero es posible una nueva inocencia. (In noccere: no hacer daño). Se evitan los peligros y se asumen los riesgos afrontándolos. Aunque la vida no tuviera sentido, tiene que tener sentido vivir.

El corazón siempre está dispuesto a arriesgarse, a asumir los desafíos, no a provocarlos; pues nadie puede ser probado más allá de sus fuerzas.

La mente no es más que memoria. El camino del corazón es creatividad, es ingenio y sentimiento a la vez.

La esperanza no es de futuro sino de lo invisible porque el futuro no consiste en lo porvenir, sino en lo que nos arriesgamos a buscar. No es una realidad, es una hipótesis.
Cada instante debe ser una celebración, sin cálculos ni prejuicios. Es preciso asumir la vida como un juego, ya que nadie nos pidió permiso para nacer. Jugar significa hacer algo por sí mismo, descubrir la luz interna de las cosas. La vida es un don, un quehacer que apuesta por la justicia, por la bondad y por la verdad como experiencia, no como creencia. Es absurdo apegarse a las cosas, como si hubiéramos de llevarnos algo más de lo que trajimos. La única forma de poseer es compartir con alegría.

Hay que vivir apasionadamente, vivir con coherencia, en la frontera del caos. Sugería Nietzsche llevar un caos dentro de uno si queremos alumbrar una estrella. Las instituciones fomentan el ansia de seguridad, para controlarnos. Quisieran ahogar la rebeldía para que no descubramos sus racionalizaciones contra nuestras legítimas ansias de saber y de sentirnos responsables; esa "âpre joie" como la definió De Gaulle, en Le fil de l’épèe, donde trata de las personas de carácter, no los bueyes en que quisieran convertirnos.

La belleza de la vida es su misterio, que siempre nos toma de sorpresa. Una persona se vuelve humana cuando se hace responsable de lo que es. El mayor coraje es ser dichoso, ser libres y vulnerables para que puedan atravesarnos los vientos.

* Profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid y Presidente de la ONG Solidarios.
H 65 – 24.08.2001


Un cuento sufí

Mejor matadle a él...

Tan pronto como arribaron a una aldea, unos ladrones apresaron a dos de sus habitantes. Cuando estaban a punto de darle muerte a uno de ellos, el infortunado exclamó:

“¿Por qué queréis matarme? ¿Qué razón os mueve para hacerme tanto mal?”

“Si te matamos a ti –le explicaron los ladrones- tu vecino, para no correr igual suerte, nos dirá dónde guarda su fortuna"”

“¡Pues en ese caso os equivocáis, porque él es más pobre que yo! Mejor matadle a él y yo, embargado por el terror, os confesaré dónde he escondido mi oro”.

Si bien el sufismo no responde a los rigores ni a la lógica de Occidente, en esta narración se advierte el uso de un sentido que es común a todas las culturas. En efecto, resulta excesivo empeñarse en hallar solamente diferencias.

H 65 – 24.08.2001