Heráclito 32

Globalización y cultura
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Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com

I
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Infinitas definiciones de la cultura, mil ensayos para que las culturas particulares tengan un lugar en el mundo global. Y sin embargo aquí estamos, peregrinando entre chips y números binarios, acomodando los trastos viejos en los anaqueles nuevos de la sobremodernidad.

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Estas breves anotaciones quieren revisar las dificultades que la globalización le plantea a las culturas. Discurriré, pues, en el marco limitado de esta serie, donde antes me referí al trabajo humano, al dinero y al poder, y próximamente hablaré del amor y de las relaciones interpersonales en el país global de los hombres.
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Huelga decir que la cultura es el rasgo que identifica a una comunidad humana, su sello distintivo, su modo de relacionarse con los otros y con el medio que lo circunda. La cultura es la arquitectura que las comunidades humanas consideran más perdurable que sus templos de mármol, pero con la particularidad de que quiere mudar morosamente a través del tiempo para acompañar al hombre en cada circunstancia de su vida. Los monumentos pétreos quieren ser historia y, entonces, pasado, tiempo ido, memoria; la cultura en su conjunto, en cambio, aspira a ser un presente perpetuo en la vida de las comunidades humanas, ora recordándoles sus valores perdurables y entonces regresándolas a sus raíces, ora marcando rumbos que los hombres transitarán mañana para perdurar al compás de los tiempos.
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II
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Así, la cultura es un límite, un marco, un condicionante para la libertad de los hombres, pero con la advertencia de que es también un cobijo amable, un arropamiento acogedor que los preserva de las inclemencias de la naturaleza. Yugo y alas a un tiempo, la cultura es el ropaje que le ahorra a las sociedades el pudor de verse desnudas.
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Dicho de otro modo, el hombre ha querido transitar la vida conformándose a determinadas pautas culturales. Cultura que así ha llegado a ser su segunda naturaleza. Pero cuidarse de no errar la mirada es importante en esto. Libertad y cultura no deben verse como opósitos sino como contenido y continente, en este orden, que hacen posible la vida en comunidad. Sin compulsión ni violencia, así como el hombre ciñe su vida biológica dentro del continente de su propio cuerpo, también desarrolla su vida espiritual y sus conductas dentro del ámbito de su propia cultura. Libertad y cultura es conducta humana, libertad sin cultura es biología y azar, libertad y violencia son opósitos irreconciliables. Y cultura y violencia es la hechura del mundo global de este tiempo.
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Cuando digo cultura y violencia no me refiero a la fusión cultural habida entre diferentes comunidades humanas a lo largo de la historia. Digo que una acción sostenida por la fuerza, física o psicológica, es ejercida sobre una comunidad humana para modificar compulsivamente sus patrones culturales.
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Creo que estas cosas de la cultura conviene mirarlas atentamente, ver cómo los hombres son acosados por la propaganda, manipuladora impune del hoy y del mañana humanos, cómo la trasnacionalización de los productos y de las costumbres los transforma en homo alieni, forasteros de sí mismos. Al hombre lo han tomado de las orejas para sumergirlo en un mundo, en un modo de vivir que le es ajeno, que no ha sido el producto de la decantación de sus ritos, que no ha encarnado con sus apetitos ni ha hecho migas con sus dioses. Y así, viviendo rodeado por lo que nunca quiso vitalmente, creyéndose dueño de lo que no puede asir, rodeado de costumbres, leyes y afanes que le son hostiles, este hombre ve progresivamente aniquilada su libertad, advierte que ya no le es acogedor su medio. Y comienza a recorrer el camino de la infelicidad.
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III
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Llamo fusión global al proceso por el cual la persona se ve inmersa en unos modos de vivir que no ha buscado y que son el producto de la voluntad de grupos supranacionales y aculturales que actúan con vistas a sus exclusivos propósitos de lucro y de poder. Es la enajenación no ya de la economía, no tan solo de los intereses materiales, sino también, y sobre todo, del hombre y de sus esperanzas. Trabaja el hombre por un salario que no lo sostiene, camina por senderos y hacia destinos que no conoce ni ha elegido, murmura canciones cuyo ritmo no es el de sus tambores, y entonces no sabe por qué trabaja, por qué vota si al cabo del comicio su voluntad y sus esperanzas serán los grandes ausentes.
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Un hombre tal siente que ha perdido el cobijo de sus certezas, la caricia de sus canciones, la alegría de sus festivales, la vocación de cambiar lo que no le apetece ya. Un hombre tal, prisionero de la cultura global, mira su casa como un extranjero, y, a lo más, aguarda a que llegue alguna vez la ocasión de sacudirse el yugo oprobioso de saberse enajenado al diablo, pero, a diferencia de Fausto, sin el concurso de su voluntad. Un hombre tal necesita alzar nuevas banderas que reivindiquen su vocación de ser él mismo, nada menos.
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H 50 – 11.05.2001
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Temas de solidaridad

Es preciso actuar

José Carlos García Fajardo


Nuevo aporte para nuestros lectores de este profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la ONG Solidarios para el Desarrollo.

"¿Cómo es posible que los hombres no se alegren cada día por el placer de estar vivos?" se preguntaba el poeta Kenko en el siglo XIV. Ueda Miyoji exclamaba: "¡Hagamos tiempo para el ocio! ¡Y vivamos un día como si fueran dos!". La vida sólo ocurre en el presente y, mientras no sepamos vivir cada instante como si fuera único, corremos peligro de no vivir con plenitud. El mismo Kenko repetía sin cesar: "Las personas que temen la muerte deberían amar intensamente la vida".

Algo no puede ir bien cuando la vida se transforma en espera, muchas veces sin esperanza.

¿Y el placer de crear, de participar, de saberse responsable solidario? El placer infinito de saborear los silencios y de salir al encuentro de quienes tienden sus manos hacia nosotros para escucharlos con atención, porque los encuentros sólo se producen una vez en la vida. Por eso, todas las despedidas son eternas, porque la repetición es imposible.

La gota de agua que se sabe océano, la persona que se sabe humanidad y, por lo tanto, necesaria, insubstituible, única, tiene una actitud radicalmente distinta a la de las gentes manipuladas por el consumismo, las prisas y el miedo. Es preocupante el constatar, cómo la historia de los pueblos del Sur, sus tradiciones culturales y religiosas enriquecedoras por lo diversas, su realidad vivida y sufrida, no tenga cabida en la actualidad de los medios de
comunicación. Y, sin embargo, ninguna de las personas de los países ricos podría pasarse sin las materias primas y la inmensidad de las aportaciones que los pueblos del Sur tienen que hacer a la fuerza para que los ciudadanos del Norte puedan mantener su nivel de consumo y despilfarro, al que denominamos vida.

Para ello es preciso mantener más de treinta guerras vivas que consuman armas y municiones y que destrocen lo suficiente para así tener que conceder al Sur empréstitos en forma de "fondos de ayuda al desarrollo" para su reconstrucción. Es preciso que más de dos mil millones de personas continúen en el umbral de la pobreza sin acceso a los alimentos necesarios, a los cuidados sanitarios primordiales y a una educación elemental para bastarse a sí mismos. Es preciso contaminar la Tierra y todo el medio ambiente del que formamos parte substantiva... haciendo de muchos pueblos pobres los cementerios de los residuos nucleares de las centrales del Norte. Es preciso que millones de niños menores de 14 años trabajen sin sueldo o por un cuenco de arroz, que centenares de menores tengan que ser prostituidos. Es preciso sostener nueve personas en uniforme militar por cada uno con bata blanca... o por medio maestro. Es preciso mantener sembrados con las minas de la muerte campos que antes servían para la labranza.

Es preciso que cada minuto se gasten dos millones de dólares en armamento y que cada hora se mueran 1.500 niños de hambre o de enfermedades causadas por ésta.
¿Es preciso que cada mes el sistema económico mundial añada 75.000 millones de dólares a la deuda del billón y medio que grava a los pueblos del Sur?

No, no es preciso. Pero, junto al grito de protesta, las adecuadas propuestas para compartir solidariamente la justicia de la causa de los pueblos del Sur y de muchos ciudadanos empobrecidos del Norte. Los Estados se han mostrado incapaces de resolver este nudo gordiano. Quizá sólo quede la revolución social que anunció Butros Ghali, ex Secretario General de la ONU, en la Cumbre Social de Copenhaguen.

La pobreza y la marginación no son naturales, sino consecuencia de la desigualdad injusta. Frente a este sistema de producción alienante se alza la solidaridad que es radical porque va a las raíces de la injusticia que domina las estructuras imperantes.

H 52 – 25.05.2001


Historia de la eternidad

El tiempo circular

Jorge Luis Borges, Obras completas, T. 1 (1923-1949), Emecé, Barcelona 1996, págs. 394/396.

...De tal profusión de testimonios básteme copiar uno, de Marco Aurelio: “Aunque los años de tu vida fueren tres mil o diez veces tres mil, recuerda que ninguno pierde otra vida que la que vive ahora ni vive otra que la que pierde. El término más largo y el más breve son, pues, iguales. El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene. Recuerda que todas las cosas giran y vuelven a girar por las mismas órbitas y que para el espectador es igual verla un siglo o dos o infinitamente” (Reflexiones, 14).

Si leemos con alguna seriedad las líneas anteriores (id est, si nos resolvemos a no juzgarlas una mera exhortación o una moralidad), veremos que declaran, o presuponen, dos curiosas ideas. La primera: negar la realidad del pasado y del porvenir. La enuncia este pasaje de Schopenhauer: “La forma de aparición de la voluntad es sólo el presente, no el pasado ni el porvenir: éstos no existen más que para el concepto y por el encadenamiento de la conciencia, sometida al principio de razón. Nadie ha vivido en el pasado, nadie vivirá en el futuro; el presente es la forma de toda vida” (El mundo como voluntad y representación, primer tomo, 54). La segunda: negar, como el Eclesiastés, cualquier novedad. La conjetura de que todas las experiencias del hombre son (de algún modo) análogas, puede a primera vista parecer un mero empobrecimiento del mundo.

Si los destinos de Edgar Allan Poe, de los vikings, de Judas Iscariote y de mi lector secretamente son el mismo destino –el único destino posible-, la historia universal es la de un solo hombre. En rigor, Marco Aurelio no nos impone esta simplificación enigmática. (Yo imaginé hace tiempo un cuento fantástico, a la manera de León Bloy: un teólogo consagra toda su vida a confutar a un heresiarca; lo vence en intrincadas polémicas, lo denuncia, lo hace quemar; en el Cielo descubre que para Dios el heresiarca y él forman una sola persona.) Marco Aurelio afirma la analogía, no la identidad, de los muchos destinos individuales. Afirma que cualquier lapso -un siglo, un año, una sola noche, tal vez el inasible presente- contiene íntegramente la historia. En su forma extrema esa conjetura es de fácil refutación: un sabor difiere de otro sabor; diez minutos de dolor físico no equivalen a diez minutos de álgebra. Aplicada a grandes períodos, a los setenta años de edad que el Libro de los Salmos nos adjudica, la conjetura es verosímil o tolerable. Se reduce a afirmar que el número de percepciones, de emociones, de pensamientos, de vicisitudes humanas, es limitado, y que antes de la muerte lo agotaremos. Repite Marco Aurelio: “Quien ha mirado lo presente ha mirado todas las cosas: las que ocurrieron en el insondable pasado, las que ocurrirán en el porvenir (Reflexiones, libro sexto, 37).

En tiempos de auge la conjetura de que la existencia del hombre es una cantidad constante, invariable, puede entristecer o irritar: en tiempos que declinan (como éstos), es la promesa de que ningún oprobio, ninguna calamidad, ningún dictador podrá empobrecernos.

H 52 – 25.05.2001


Juan Matías Loiseau

Poeta argentino nacido en 1974, ha dedicado a Borges su poemario El destino, esa sombra, editado por Nuevohacer, Buenos Aires 2000. Este joven talento literario, también humorista gráfico que firma sus trabajos en La Nación y en otros diarios de Chile, Puerto Rico, El Salvador, Uruguay, México y Estados Unidos con el pseudónimo de Tute, admite su deslumbramiento por el gran hombre de letras argentino. Es evidente la influencia que éste ha ejercido sobre nuestro poeta de hoy, dueño, no obstante, de una pluma de particular estilo. He aquí la muestra de este aserto (N del E).

EL POETA

Un hombre elemental asesinó a un poeta.
Impulsado por fuerzas divinas (él lo afirmó),
con la sangre de la víctima escribió un poema en la tierra.
Lo escribió y lo olvidó.
Fue condenado a vagar por el mundo
como Caín, sin rumbo, marcado.
Un libro está siendo leído en algún sitio.
Su redactor no lo sabe, pero sospecha
que el poema es eterno.
Otro Caín abraza un cuerpo frío en una guerra.
El mismo poema será escrito, y será otro.
¡Todo homicidio es fraticidio!, se hace oír el Cielo.
Alejandría vio arder en llamas a todos los libros.
Shih Huang Ti abrasó todos los libros
y enterró vivos a los hombres eruditos,
para que la historia se escribiera a partir
de él. (Hoy, un libro de Confucio acecha
desde mi anaquel.) Él no lo sabía: El libro tiene alma.
Nadie lo sabe, sólo algunos lo sospechan en voz baja:
El poeta nunca muere

H 52 – 25.05.2001


Ray Respall Rojas es un jovencísimo talento cubano que reside en La Habana y escribe cuentos desde los diez años de edad. Él ha merecido este estímulo de Fidel Castro:”Consejo de Estado. La Habana, 29 de agosto de 1997. Año del 30 Aniversario de la caída en combate del Guerrillero Heroico y sus compañeros. Cro. Ray Respall Rojas. Querido amiguito Ray: En nombre del Comandante en Jefe Fidel Castro te doy las gracias por el mensaje de felicitación y de compromiso con el importante programa de reforestación "Mi Programa Verde" que, junto con el obsequio de tus hermosos cuentos sobre la naturaleza, le hicieras llegar para homenajearlo en su septuagésimo primer cumpleaños. Recibe un abrazo que te envía el compañero Fidel, junto a nuestro más cordial saludo y nuestros mejores deseos de que continúes desarrollando tus habilidades de escritor preocupado por los destinos del mundo que nos rodea. Con todo el afecto, Felipe Pérez Roque.” (N del E).

Amigo de las doce de la noche

Hola, querido lector. ¿Alguna vez te has imaginado que un ser humano pueda tener como mejor amigo a un miembro del reino vegetal? Pues ese es mi caso... Mi nombre es Ray, tengo diez años y muchas historias que contar; también tengo un gran amigo. A mis compañeros les gusta mucho que les cuente las historias que sé; entre ellas la preferida es "Amigo de las doce de la noche". ¿Te la cuento?

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Comienza cuando yo era un pequeño de seis años. El mundo me era entonces un poco aburrido, siempre la misma rutina: ir a la escuela todas las mañanas, jugar los mismos juegos por las tardes, acostarme a las ocho y treinta de la noche...Deseaba algo distinto, una aventura. Cada noche me quedaba despierto imaginando cosas fantásticas.

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Un día, exactamente cuando el reloj de la sala daba las doce de la noche, pensé: "Quisiera estar en un lugar distinto". Y en un abrir y cerrar de ojos, estuve frente a un cartel que decía: "La Tierra de un solo habitante".

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Al terminar de leer comprendí que había saltado a otro mundo. Miré a mi alrededor y no vi nada, ¿dónde estaría ese misterioso habitante? Grité: "!Oigan ¿no hay nadie aquí?" Choqué con una pequeña planta y cuando la toqué me dijo: "!Hola Ray!" y desprendió sus raíces del suelo como si fueran piececitos, usando las hojas como manitas.

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Al ver esto quise irme, pero después de pensarlo me quedé; en fin de cuentas lo que yo estaba buscando era una aventura. Por otro lado, no sabía como saltar de nuevo a mi mundo. Ella podía crecer hasta alcanzar mi tamaño; también se sentía sola, porque era la única habitante de su mundo. Me contó que los seres que habían poblado su planeta perdían todo su tiempo en guerras inútiles y no cuidaban de la naturaleza. Así ésta empezó a debilitarse. Fueron muriendo aves, peces, mariposas. Finalmente quedaron las plantas, pero como la atmósfera y el agua estaban muy contaminados, éstos también fueron desapareciendo hasta quedar solo ella, no sabía ni cómo.

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Se había sentido muy triste, y en su desesperación por buscar compañía un día descubrió que podía zafar sus raíces del suelo y caminar. Luego aprendió a hablar y a escribir, pero no tenía amigos con quién conversar ni a quienes escribirles cartas. Entonces puso un letrero en su planeta llamándolo "La Tierra de un solo habitante".

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Conversamos sobre nuestras vidas y vimos que teníamos muchas cosas en común; nos hicimos amigos. Me dijo que no tenía nombre porque nadie había tenido necesidad de llamarlo. Yo lo llamé Maxi, porque fue la máxima sorpresa que había tenido en mi vida. Salimos a caminar para conocer su lugar de origen, todo era desolado y árido. De pronto, empecé a hundirme en un pantano. Mientras más trataba de salir, más me hundía en su lodo. Maxi creció hasta alcanzar mi brazo, me haló hacia arriba y me salvó.

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En ese momento desperté. Yo estaba en casa. Había regresado, pero en el fondo estaba triste porque pensaba en lo que me había contado la planta sobre la guerra y la destrucción que sembró ésta en su planeta; además, había perdido a un amigo, dejándolo solo de nuevamente en aquel lugar de pesadilla. Pero al mirar mi almohada vi una tarjeta que decía: "Ve al patio". Lleno de curiosidad fui corriendo al patio. Ya casi estaba amaneciendo; vi a Maxi esperándome, pero salió el primer rayo del sol y se transformó en una plantica común, metida en una maceta. No entendía lo que estaba pasando, observé que al lado de la maceta había una cartica que decía: "Amigo, llegaste un poco tarde; salté contigo a tu mundo porque estaba agarrado muy fuerte a tu mano. Pero me alegro, porque así ni tú ni yo estaremos más solos o aburridos. Aquí soy un poco diferente: por el día, una planta corriente, y a las doce de la noche la planta que conociste.
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Confío en que me cuidarás y que enseñarás a todos tus amigos a cuidar las plantas, los animales, el cielo, las aguas y sobre todo a amar la Paz, para que este hermoso planeta donde vives no se vuelva un enorme desierto como el mío. Tu amigo, Maxi".
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Desde ese momento supe que el compañero que pensaba que había perdido volvería todas las noches y seguiríamos siendo amigos para siempre. Desde entonces han pasado cuatro años, pero he sido fiel a la promesa que le hice a Maxi, cuido de él con esmero y le hablo a todos de la Paz, de cuidar mucho la Naturaleza y en especial a los árboles, esos amigos silenciosos. Maxi crece al mismo tiempo que yo. Dentro de poco lo plantaré en un cantero, para que se convierta en un joven árbol. Mi aventura en el planeta amarillo la cuento a todo el que quiera oírla, esperando que aprendan la lección, porque como dice mi amigo de las doce de la noche, la Tierra es demasiado linda para correr la misma suerte.
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H 52 – 25.05.2001


Julio Pino es un escritor cubano radicado en Miami, EEUU. Asiduo lector de Ray Respall Rojas, ha escrito esta Introducción, que elegimos publicar al pié de su cuento.

Ray, el lugar y el tiempo


Como esas serpientes que abundan en los cuentos de Ray el tiempo se dobla y me mira con ojos muy aviesos. Ya han pasado trece años desde que me fui de mi país, y mi amigo Ray tiene justamente la edad de mi ausencia, los acaba de cumplir alegre en su apartamento de La Habana y en el mismo barrio de mi juventud y de mi lejana adolescencia, Miramar.

Mi amigo Ray a veces me recuerda a mí mismo, otras no; no se parece a mí porque Ray vive en un lugar ya muy lejano y se reconoce en sus propios amigos, en su escuela; pero se parece por el afán de querer encontrar un cuento detrás de cada cosa, de la vida que pasa ante su mirada siempre tan despierta, y en los mismos sueños pescados a orillas de los mares de todas las fábulas, para contarnos entonces una historia que es siempre la misma: la del prístino nacimiento de las palabras en la vida de un niño, palabras que se vuelven hacia nosotros como preguntándonos traviesas, ¿de verdad creen que no tengo nada nuevo que decir?

Y Ray me recuerda mucho también a mi otro amigo Bastián Baltasar Bux, el héroe de La Historia Interminable. Y como Bastián, Ray cabalga en el Dragón Blanco, lucha con el León del Desierto –y siempre lo vence-, ama a la Emperatriz Infantil, y cada vez que se introduce en el Mundo de la Fantasía es para salvar el mundo de los hombres. Porque Ray me salva de la Serpiente mala que me mira con sus ojos aviesos como queriendo apresarme entre sus grandes anillos... Y es que creo que quien sabe caminar todas las noches por el sendero oscuro que conduce al Castillo Mágico, trepar sin miedo por las altas enredaderas que cubren la piedra amurallada y llegar a la Alta Torre donde yace el Secreto de los Sueños Perdidos, es sólo quien al otro día, siempre muy serio y atildado, puede ponerse a escribir los testimonios que le dejó en suerte la pesada jornada, solamente interrumpido por los requiebros de su hermanita, o un beso de su madre.

¿Pero qué puedo decir, qué de nuevo añadir en torno a ese misterio de la escritura que nace precoz en la imaginación de un muchacho...? Galaxias y antiguas heráldicas, moralejas y bromas componen en él una cosmovisión que en cierto sentido es ya ancilar, pertenecen a un pasado literario que las historietas, el cine y los juegos de video han sabido recoger. Pero las historias para niños no son tan antiguas como se imagina, quienes las compusieron no esperaban tener a los niños como lectores, eso no hicieron Walter Scott, ni los hermanos Grimm, ni tampoco el anónimo autor de Las Mil y una Noches (...).

Aquí estamos ante el caso de un niño que escribe, que ya no le bastaba con seguir usurpando los antiguos textos sino que ahora su escritura también le pertenece, es de él y de quienes como yo atentamente lo leen. ¿Continuará Ray escribiendo durante toda su vida?, ¿quedará su escritura como testimonio de una edad irrepetible e intransferible? No lo sé, como tampoco sé decir de veras qué decir como feliz y unánime saludo al acto naciente de las palabras de Ray. Por ello es que digo simplemente lo más obvio y lo más grato, para terminar esta introducción general: "Había una vez un niño que contaba historias... ese niño era mi amigo".

H 52 – 25.05.2001


Un cuento de Voltaire

Historia de un buen brahmín

Planeta, Madrid 2000, en edición especial para La Nación de Buenos Aires, págs. 227/229. Traducción de Carlos Pujol.

En el curso de mis viajes tropecé con un viejo brahmín, hombre de muy buen juicio, lleno de ingenio y muy sabio; además, era rico, y por lo tanto su juicio era aún mejor; pues, al no carecer de nada, no tenía necesidad de engañar a nadie. Su familia estaba muy bien gobernada por tres hermosas mujeres que se esforzaban por complacerle; y cuando no se distraía con sus mujeres, se ocupaba en filosofar.

Cerca de su casa, que era bella, bien adornada y rodeada de jardines encantadores, vivía una vieja india, beata, imbécil y bastante pobre.

Cierto día el brahmín me dijo:

- Quisiera no haber nacido.

Le pregunté por qué. Él me respondió:

- Hace cuarenta años que estudio, y son cuarenta años perdidos; enseño a los demás y yo lo ignoro todo: esta situación hace que mi alma se sienta tan humillada y asqueada que la vida me resulta insoportable. He nacido, vivo en el tiempo y no sé lo que es el tiempo; me encuentro en un punto entre dos eternidades, como dicen nuestros sabios*, y no tengo ni la menor idea de la eternidad. Estoy compuesto de materia; pienso, y jamás he podido llegar a saber lo que produce el pensamiento; ignoro si mi entendimiento es en mí una simple facultad, como la de andar o la de digerir, y si pienso con mi cabeza como cojo las cosas con mis manos. No solamente me es desconocido el principio de mi pensamiento, sino que incluso el principio de mis movimientos me es igualmente ignorado: no sé por qué existo. Sin embargo, todos los días me hacen preguntas acerca de todos esos puntos; y hay que responderlas; no tengo nada interesante que decir; hablo mucho, y después de haber hablado me quedo confuso y avergonzado de mí mismo. Lo peor es cuando me preguntan si Brahma fue producido por Vishnú o si los dos son eternos. Dios es testigo de que no sé ni una palabra de todo eso, y bien que se ve por mis respuestas. “¡Ah, reverendo padre! (me dicen), explicadnos cómo el alma inunda toda la tierra”. Mi ignorancia es igual a la de los que me formulan esta pregunta; a veces les digo que en el mundo todo va del mejor modo posible; pero los que se han arruinado o han sido mutilados en la guerra no me creen, y yo tampoco me lo creo; me retiro a mi casa abrumado por mi curiosidad y mi ignorancia. Leo nuestros antiguos libros y ellos espesan todavía más mis tinieblas. Hablo con mis compañeros: los unos me responden que hay que gozar de la vida y burlarse de los hombres; los otros creen saber algo y se pierden en ideas extravagantes; todo aumenta el sentimiento doloroso que experimento. A veces estoy a punto de caer en la desesperación cuando pienso que, después de tanto estudiar, no sé ni de dónde vengo, ni lo que soy, ni adónde iré, ni lo que será de mí.

El estado de este buen hombre me causó verdadera pena: nadie era más razonable ni más sincero que él. Comprendí que cuantos más conocimientos tenía en su cabeza y más sensibilidad en su corazón, más desgraciado era.

Aquel mismo día vi a la vieja que vivía cerca de su casa; le pregunté si alguna vez se había sentido afligida por no saber cómo estaba hecha su alma. Ella ni siquiera comprendió mi pregunta: en toda su vida nunca había reflexionado ni un momento acerca de una sola de las cuestiones que torturaban al brahmín; creía con toda su alma en las metamorfosis de Vishnú, y con tal de poder tener de vez en cuando agua del Ganges para lavarse, se consideraba la más feliz de las mujeres.

Impresionado por la dicha de aquella pobre mujer, volví a visitar a mi filósofo y le dije:

- ¿No os avergüenza ser desgraciado cuando a vuestra puerta hay una vieja autómata que no piensa en nada y que vive contenta?

-Tenéis razón –me respondió-; cien veces me tengo dicho que yo sería feliz si fuese tan necio como mi vecina, y sin embargo no quisiera semejante felicidad.

Esta respuesta de mi brahmín me produjo mayor impresión que todo lo demás; me examiné a mí mismo y vi que en efecto no quisiera ser feliz a condición de ser imbécil.

Propuse el dilema a unos filósofos, que fueron de mi misma opinión.

- Y no obstante –decía yo-, hay una escandalosa contradicción en esta manera de pensar; porque, al fin y al cabo, ¿de qué se trata? De ser feliz. ¿Qué importa tener talento o ser necio? Todavía hay más: los que están satisfechos de cómo son, están muy seguros de estar satisfechos; los que razonan, no están tan seguros de razonar bien. Está, pues, bien claro -decía yo- que habría que aspirar a no tener sentido común, por poco que este sentido común
contribuya a nuestra infelicidad.

Todo el mundo fue de mi parecer, y sin embargo no encontré a nadie que quisiera aceptar el trato de convertirse en imbécil para vivir contento. De lo cual deduje que, aunque apreciamos mucho la felicidad, aún apreciamos más la razón.

Pero, después de haber reflexionado sobre el asunto, me parece que preferir la razón a la felicidad es ser muy insensato. ¿Cómo, pues, puede explicarse esta contradicción? Como todas las demás. Hay aquí materia para hablar muchísimo.

* Alusión irónica a Pascal.
H 52 – 25.05.2001