Heráclito 29

Globalización y poder
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Eduardo Dermardirossian

eduardodermar@gmail.com
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I
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El imperio de un hombre sobre otro tiene la edad de Adán sobre la tierra. La posesión de un atributo que le permita a una persona gobernar la voluntad de otra persona es conocida como poder. Actuar sobre la voluntad del otro, ejercer sobre él esa suerte de fuerza o fascinación que lo haga dependiente, abrigar un sentimiento cuasi filial, subalterno, de sumisión consentida o impuesta, tal es la condición para que el detentador de ambas voluntades vea colmada su vocación de poder.
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Pero éste es sólo el ejercicio primario del poder. La historia ha agregado nuevos componentes al poder. En efecto, la posesión de la tierra, el control sobre los bienes de consumo y los medios de producción, determinaron nuevas relaciones de poder, tal que mientras unos hombres ocupaban sitios prominentes, otros tributaban su esfuerzo en beneficio de aquellos. En este punto las relaciones de poder fueron perdiendo su sesgo psicológico para adquirir una connotación política que ya nunca más abandonarían. Así, la vocación de poder irá mudando del ámbito personal al tribal, clánico, urbano, feudal, nacional. Y no transcurrirá mucho tiempo –hablo de tiempo como cuantificación histórica- para que ese poder trascienda las fronteras nacionales.
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Y si bien es cierto que el poder se ejercerá sobre poblaciones cada vez más grandes, alcanzando finalmente a todo el universo humano, también es verdad que los detentadores de esa fuerza omnipotente ya no serán personas físicas sino centros, anónimos quizá, de concentración de riquezas. Potencias transnacionales cuya sede será ningún lugar, pero cuyos brazos y mando alcanzarán a todos los sitios donde se encuentren personas o bienes susceptibles de despertar sus apetitos. He aquí el poder global omnipresente.
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II
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El tiempo es la materia de que está hecha la historia y su curso está trazado por los acontecimientos, productos de las relaciones de poder. En otros términos, las relaciones de poder determinan la vida de las sociedades humanas en sus tres dimensiones: pasada, presente y futura. De origen divino para unos, resultante de una pura relación de fuerzas para otros, de hechura clasista y controversial para los socialistas y producto de unas intangibles relaciones de mercado para los liberales, el poder ha alcanzado ya la adultez y precisa de una justificación que lo haga aceptable. Se trata, ahora, del espinoso tema de su legitimidad.
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Básicamente, dos son las formas de legitimación que busca el poder: la fuerza, irresistible desde siempre, y la voluntad de la comunidad que designa un delegado para su ejercicio. En el primer caso se trata de una legitimación per se, en el otro, de una legitimación democrática. Otras fuentes de legitimidad se han ensayado, pero finalmente pueden subsumirse en alguna de las nombradas. Aún más: veremos cómo la voluntad delegada terminará cediendo a la fuerza como única fuente de poder en las sociedades globalizadas.
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Los siglos XIX y XX vieron extenderse la democracia en todo Occidente y en parte de Oriente. Con sus más y con sus menos, la voluntad de los ciudadanos de cada nación instaló los gobiernos en los estrados de la ley, para que desde ahí procuren el bien común. La Revolución Industrial ideó unos modos de gobierno y el materialismo dialéctico otros, y ambos invocaron la democracia para el sostener sus respectivas aspiraciones. Uno y otro invocaron la soberanía popular como única fuente de legitimación del poder. Hoy queda a cada quien juzgar o preferir las experiencias que estos dos grandes experimentos han dejado en la historia.
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Pero algo es cierto: ni el socialismo a ultranza ni el liberalismo decimonónico han logrado perseverar en el ideal democrático, ni uno ni otro pueden atribuirse hoy el mecenazgo de la democracia. Ambos han abortado el objetivo democrático. Y así, el poder ha ido perdiendo legitimidad para sostenerse merced a la fuerza económica de los actores sociales. Como antaño, el poder hallará su legitimación en la fuerza.
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III
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Una nueva forma de poder cabalga sobre el mundo. Ahora es tiempo de mundialización de los intereses y también de las voces de mando. Huelga decir que los avances científicos y tecnológicos, cada vez más, ponen al mundo dentro de un puño; y entonces nada escapa a la mirada vigilante y omnipresente del amo, nada es ajeno al apetito sensual del poder. Al mismo tiempo que los medios de comunicación y propaganda extienden la omnipotencia del mercado a todos los rincones del planeta, también persuaden a las víctimas de ese poder que el orden dispuesto es conforme a la naturaleza, que lo habido es justo, que el presente es definitivo porque la historia ha llegado a su fin. Y los hombres, víctimas de tamaña manipulación, creerán aquello, tendrán por verdadero ese mensaje irresistible. He aquí la nueva forma de poder que cabalga sobre el país de los hombres. La fuerza en manos del poder económico y financiero globalizado es más poderosa que los ejércitos.
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H 49 – 04.05.2001
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El fenómeno humano
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Teilhard de Chardin, Orbis, Buenos Aires 1984, págs. 41/43. Trad. M. Crusafont Pairó.
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Tratar de ver más y mejor no es, pues, una fantasía, una curiosidad, un lujo. Ver o perecer. Tal es la situación impuesta por el don misterioso de la existencia a todo cuanto constituye un elemento del Universo. Y tal es consecuentemente, y a una escala superior, la condición humana.
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Pero si de verdad resulta tan vital y beatificante el conocer, ¿por qué, una vez más, dirigir con preferencia nuestra atención hacia el Hombre? ¿No está ya suficientemente estudiado el Hombre, y no es suficientemente enojoso hacerlo? ¿Y no es precisamente uno de los atractivos de la Ciencia el de desviar y hacer descansar nuestra mirada sobre un objeto que, por fin, no sea nosotros mismos?
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Bajo un doble aspecto, que le convierte doblemente en el centro del Mundo, el Hombre se impone a nuestro esfuerzo por ver como clave del Universo.
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En primer lugar, y de una manera subjetiva, resultamos ser inevitablemente centro de perspectiva en relación con nosotros mismos. Fue seguramente una candidez, quizá necesaria, de la Ciencia naciente el de imaginarse que podría observar los fenómenos en sí mismos, tal como se desarrollarían fuera de nosotros mismos. Instintivamente, los físicos y los naturalistas operaron al principio como si su mirada cayera desde lo alto sobre el Mundo en el que su conciencia pudiera penetrar sin experimentarlo en sí mismos, sin modificarlo con su propia observación. Hoy empiezan a darse cuenta de que sus observaciones, aún las más objetivas, están todas ellas impregnadas de convenciones apriorísticas, así como de formas o de costumbres de pensar desarrolladas a lo largo del proceso histórico de la Investigación. Llegados al extremo de sus análisis, ya no están muy seguros de si la estructura conseguida es la esencia misma de la Materia que estudian o el reflejo de su propio pensamiento. Y de una manera simultánea se dan cuenta de que, por un choque retroactivo de sus descubrimientos, ellos mismos se hallan cogidos en cuerpo y alma en la red de las relaciones que habían creído lanzar desde el exterior sobre las cosas; en una palabra: se hallan presos en su propia trampa. Metamorfismo y endomorfismo, diría un geólogo. El objeto y el sujeto se mezclan y se transforman mutuamente en el acto del conocimiento. Quiéranlo o no, desde ese momento, el Hombre vuelve a encontrarse a sí mismo y se contempla en todo lo que observa.
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He aquí una verdadera servidumbre, la cual, no obstante, está inmediatamente compensada por una grandeza cierta y única.
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Resulta simplemente trivial, e incluso enojoso, para un observador el transportar consigo mismo, vaya donde vaya, el centro del paisaje que atraviesa. Pero, ¿qué es lo que le sucede al paseante si las circunstancias le llevan hacia un punto naturalmente privilegiado (encrucijada de caminos o de valles), desde el cual no ya sólo la mirada, sino las mismas cosas irradian? Es entonces cuando, al coincidir el punto de vista subjetivo con una distribución objetiva de las cosas, se establece la percepción en toda su plenitud. El paisaje se descifra y se ilumina. Se ve...
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Desde que existe el Hombre se ofrece como espectáculo a sí mismo. De hecho, desde hace algunas decenas de siglos, no hace otra cosa que autocontemplarse. Y ello no obstante, apenas si empieza a adquirir con ello una visión científica de su propia significación en la Física del Mundo. No podemos extrañarnos demasiado de este lento despertar. Nada resulta tan difícil a menudo de percibir como aquello que debería “saltarnos a la vista”. ¿No le es necesaria al niño una educación especial para aislar las imágenes que asaltan su retina recién habierta al mundo que le rodea? Para descubirse a sí mismo hasta el fin, el Hombre tenía necesidad de toda una serie de “sentidos” cuya gradual adquisición, según diremos, llena y marca los hitos de la historia misma de las luchas del Espíritu.
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H 51 – 18.05.2001
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El tiempo en San Agustín
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Daniel Christoff, estudio monográfico “Continuidad y discontinuidad del tiempo vivido”, Dianoia, anuario de filosofía, 1964, Año X, N° 10, págs. 169/171, Fondo de Cultura Económica, México. Traducción de Bernabé Navarro.
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...Sólo el presente es; pasado y porvenir no son, y aún el único presente que es verdaderamente, es eternidad; el presente de que tenemos experiencia, apenas es, porque su carácter temporal, y no eterno, es pasar: “Si el presente, para ser tiempo, debe perderse en el pasado, ¿cómo podemos afirmar que es, incluso él, puesto que la única razón de su ser es no ser ya?”(1). Pero el pasado y el futuro están en cierto modo en el presente; son especies de presente: “Quizá se diga con más propiedad: hay tres tiempos, el presente del pasado, el presente del presente, el presente del futuro”(2).
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Estos tres tiempos, en efecto, corresponden a tres facultades, o por mejor decir, parece, a tres actos, mejor aún, a tres clases de intención de nuestra conciencia: “Estos tres modos están en nuestro espíritu, y no los veo en otra parte. El presente de las cosas pasadas es la memoria, el presente de las cosas presentes es la visión inmediata, el presente de las cosas futuras es la espera...” Y más lejos San Agustín repite: “En el espíritu, donde se desarrollan todas estas fases, coexisten tres operaciones: la espera, la atención, el recuerdo... Toda mi actividad está tendida hacia dos direcciones: es memoria en relación a lo que he dicho, es espera en relación a lo que voy a decir. Y sin embargo, mi atención queda presente, y por ella lo que no era aún pasa a lo que ya no es”(3). Esta observación bastaría para hacer comprender que el tiempo está en nuestro espíritu, que es interioridad; San Agustín hace al efecto valer otra: la medida del tiempo, que no puede referirse sino al presente, y que él aplica a la longitud relativa de las sílabas y a la cuenta de los metros poéticos cuando pasan al presente: “En ti, espíritu mío, es donde mido el tiempo”(4). Lo cual hace ver con claridad que el presente puede ser más o menos extendido, más o menos rico. Y el autor de las Confesiones y del De Música observa además que las sílabas, largas o breves, pueden ser pronunciadas más o menos rápidamente, formando a la vez la continuidad de un presente dado.
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Podemos seguir ese análisis –desatendido en otro tiempo con demasiada frecuencia- y ello tanto más cuanto que corresponde, en su autor, a una experiencia completa; experiencia del retórico que conoce los valores de los sonidos, de las sílabas, de las palabras, de los versos; experiencia, sobre todo, del hombre que reflexiona acerca de esa repetición del pasado, sobre esa representación que intenta en sus Confesiones; experiencia, en fin, del filósofo que considera, en La Ciudad de Dios, el tiempo de la historia universal, a la vez en su no-substancialidad y en su realidad creada por Dios. La más importante de estas experiencias sigue siendo la de las Confesiones mismas, porque la experiencia activa del relato es la que se convierte aquí en experiencia reflexiva, y porque en ella se ve interferir el tiempo del relato, el tiempo pasado de la historia personal, el tiempo de la creación; porque, en fin, todo este tiempo está en expecatativa del Juicio.
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Lo esencial de esta experiencia es el fundamento de la distinción del presente, del pasado, del futuro: tres aspectos –mejor, con M. Heidegger, tres éxtasis- del tiempo en las tres posiciones de conciencia y en los tres actos de la visión inmediata –o también de la atención-, de la memoria y de la espera, que son las tres especies de atención o de intención del espíritu. Estas observaciones, más que por venir de una psicología empírica, preparan una fenomenología de las creencias: presente, pasado, futuro y, correlativamente, una descripción reflexiva de los actos y de las actitudes del enfoque que concierne a ellas.
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(1) Confesiones, libro XI, XIV, 17.
(2) Ibid, libro XI, XX, 26.
(3) Ibid, libro XI, XXVIII, 37-38.
(4) Ibid, libro XI, XVII, 36.
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H 51 – 18.05.2001
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Sobre el infinito universo y los mundos (1584)
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Giordano Bruno, Orbis, Buenos Aires 1984, págs. 111/112. Traducción y notas de Ángel J. Cappelletti. Este fragmento corresponde al inicio del diálogo tercero.
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Filoteo - Uno es, pues, el cielo, el espacio inmenso, el seno, el continente universal, la región etérea a través de la cual discurre y se mueve el todo. Allí innumerables estrellas, astros, globos, soles y tierras se perciben con los sentidos, y otros infinitos se infieren con la razón(1). El universo inmenso e infinito es el compuesto que resulta de tal espacio y de tantos cuerpos en éste comprendidos.
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Elpino - En la medida en que no hay esferas de superficie cóncava o convexa, no existen orbes deferentes, sino que todo constituye un solo campo, todo forma un receptáculo general.
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Filoteo - Así es.
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Elpino - Lo que ha hecho, pues, imaginar diversos cielos son los diversos movimientos de los astros, por cuanto se veía un cielo repleto de estrellas dar vueltas en torno a la tierra, sin que en modo alguno se viese a aquellas luminarias separarse unas de otras, sino que, guardando siempre la misma distancia y relación, junto con un cierto orden, giraban en torno a la tierra, no de otro modo que una rueda en la cual están clavados innumerables espejos da vueltas en torno a su propio eje. Por eso se considera evidentísimo, como algo que con los ojos se ve, que a aquellos cuerpos luminosos no les corresponde un movimiento propio, mediante el cual puedan andar como pájaros por el aire, sino a través del giro de los orbes en los cuales están clavados, impulsado por el pulso divino de alguna inteligencia(2).
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Filoteo - Así se cree por lo general, pero esta fantasía –una vez que hayamos comprendido el movimiento de este astro cósmico en el cual estamos, que, sin encontrarse clavado en orbe alguno, discurre, movido por su principio intrínseco, su alma y su naturaleza, a través del amplio campo, en torno al sol, y gira sobre el propio eje- vendrá a ser eliminada, y se abrirá la puerta de la inteligencia de los verdaderos principios de las cosas naturales y a grandes pasos podremos avanzar por el camino de la verdad. La cual, escondida bajo el velo de tantas sórdidas y bestiales fantasías, ha estado hasta el presente oculta por la injuria del tiempo y por las vicisitudes de las cosas, desde que al día de los antiguos sabios sucedió la caliginosa noche de los temerarios sofistas(3).
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No está parado, no, da vuelta y gira
cuando en el cielo y bajo de él se mira.
Toda cosa discurre, arriba, abajo,
con giro largo y breve,
ya pesada, ya leve,
y todo va quizás al mismo paso
y hacia la misma meta.
Tanto discurre el todo hasta que llega,
tanto la ola va de abajo arriba
que una idéntica parte
ya de arriba hacia abajo,
y ya de abajo para arriba parte.
Y ese mismo desorden
igual destino a todos les reparte.
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(1) El número de estrellas de nuestra galaxia asciende probablemente a cien mil millones (C. J. Withrow, La estructura del universo, México. 1966, p. 25). Pero es preciso tener en cuenta que nuestra galaxia es sólo una de las trece que forman el Grupo Local. A simple vista sólo vemos –y este era el caso de Bruno- una pequeña porción de nuestra galaxia. Pero, mediante los grandes telescopios ópticos y los radiotelescopios, podemos observar miles de galaxias. Aún así, puede decirse que los astrónomos sólo han penetrado un poco en la totalidad del universo, cuyos infinitos cuerpos (stelle, astri, globi, soli e terre) “se infieren –según nuestro filósofo- con la razón” (regionevolmente si argumentano).
(2) Cf. Aristóteles, Metafísica XII 8, De caelo II 8.
(3) “El día de los antiguos sabios” es, para Bruno, como después para Nietzsche, la época de la filosofía presocrática; “la caliginosa noche de los temerarios sofistas” se inicia con Aristóteles y se extiende a todo el Medioevo.
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H 50 – 11.05.2001

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El Corán, revelado por Alá a Mahoma entre los años 610 y 632 A.D.
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Edición preparada por Julio Cortés y realizada por Sayyed Mojtaba Musavi Lari, Foundation of Islamic C.P.W.
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Sura 61
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La Fila
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¡En el nombre de Alá, el Compasivo, el Misericordioso!
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1. Lo que está en los cielos y en la tierra glorificará a Alá. Él es el Poderoso, el Sabio.
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2. ¡Creyentes! ¿Por qué decís lo que no hacéis?
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3. Alá aborrece mucho que digáis lo que no hacéis.
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4. Alá ama a los que luchan en fila por Su causa, como si fueran un sólido edificio.
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5. Y cuando Moisés dijo a su pueblo: “¡Pueblo! ¿Por qué me molestáis sabiendo que soy el que Alá os ha enviado?” Y, cuando se desviaron, Alá desvió sus corazones. Alá no dirige al pueblo perverso.
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6. Y cuando Jesús, hijo de María, dijo: “¡Hijos de Israel! Yo soy el que Alá os ha enviado, en confirmación de la Tora anterior a mí, y como nuncio de un Enviado que vendrá después de mí, llamado Ahmad”. Pero, cuando vino a ellos con las pruebas claras, dijeron: “¡Esto es manifiesta magia!”.
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7. ¿Hay alguien más impío que quien inventa la mentira contra Alá, siendo llamado al islam? Alá no dirige al pueblo impío.
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8. Quisiera apagar de un soplo la Luz de Alá, pero Alá hará que resplandezca, a despecho de los infieles.
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9. Él es Quien ha mandado a Su Enviado con la Dirección y con la religión verdadera para que prevalezca sobre toda otra religión, a despecho de los asociadores.
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10. ¡Creyentes! ¿Queréis que os indique un negocio que os librará de un castigo doloroso?:
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11. ¡Creed en Alá y en Su Enviado y combatid por Alá con vuestra hacienda y vuestras personas! Es mejor para vosotros. Si supierais...
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12. Así, os perdonará vuestros pecados y os introducirá en jardines por cuyos bajos fluyen arroyos y en viviendas agradables en los jardines del edén. ¡Ese es el éxito grandioso!
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13. Y otra cosa, que amaréis: el auxilio de Alá y un éxito cercano. ¡Y anuncia la buena nueva a los creyentes!
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14. ¡Creyentes! Sed los auxiliares de Alá como cuando Jesús, hijo de María, dijo a los apóstoles: ”¿Quénes son mis auxiliares en la vía que lleva a Alá?” Los apóstoles dijeron: “Nosotros somos los auxiliares se Alá”. De los hijos de Israel unos creyeron y otros no. Fortalecimos contra sus enemigos a los que creyeron y salieron vencedores.
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Sayed A. A. Razwy, traductor de esta versión coránica, dice en su introducción: "Una traducción moderna del Corán al español es indispensable. Los lectores de habla hispana comparten con el resto del mundo muchos complejos y espinosos problemas. Ellos también están desconcertados por las cuestiones esenciales relacionadas con el destino del hombre en la tierra. El Corán ofrece poderosas respuestas a esas cuestiones. La persona debe buscar esas soluciones en el Corán, y las encontrará si las busca con corazón puro, o, empleando las palabras del Corán mismo, “con corazón sano” (biqalbin salimin, Sura 26 Los poetas, aleya 89). Tiene también que buscarlas con corazón receptivo, sensible a la Luz de Alá como la retina es sensible a las ondas de la luz. Sólo así la misericordia de Alá le guiará fuera de la sesesperanza y desamparo para sumergirlo en la luz de la realización, felicidad y éxito en la vida de acá y en la otra vida.El Corán es una Escritura-Guía no sólo para los musulmanes, sino para toda la humanidad, de la misma forma que su Portador e Intérprete, Mahoma –Alá bendiga a él y a la gente de la casa- es el líder no sólo de los musulmanes sino de toda la humanidad. Mahoma es también “testigo” de nosotros –los musulmanes- y nosotros somos “testigos” del resto de la humanidad, como se nos ha dicho en la aleya 78 de la sura 22.
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H 49 – 04.05.2001
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Lecturas escogidas
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Siddhartha
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Hermann Hesse (fragm), Nuevomar, México 1978, págs. 118/120. Trad. Ricardo Bumantel.
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Por el momento, de todos los secretos que guardaba el río sólo adivinó uno, pero éste le impresionó vivamente: esta agua fluía, fluía siempre, fluía de continuo, sin cesar un solo instante de estar allí, presente, de ser siempre la misma aunque renovándose sin interrupción. ¿Cómo explicar, cómo comprender esta cosa extraordinaria? No la entendía aún; sólo intuía vagamente. En su espíritu se despertaban recuerdos distantes, voces divinas hablaban a sus oídos.
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Siddhartha se levantó; sus entrañas, atenaceadas por el hambre, le provocaban dolores insoportables. Ensimismado, retomó el camino no obstante, siguiendo el sendero que remontaba el río, cuyo murmullo acompañaba los rumores de su estómago revolucionado.
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Al llegar al lugar en que solía abordar la barca, la halló justamente lista para transportarlo. El botero, de pie en ella, era el mismo que antaño transportara al joven Samana, Siddhartha lo reconoció al pronto; también él había envejecido mucho.
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-¡Quieres pasarme al otro lado? –preguntó-. El botero, asombrado de ver que un hombre de tan buena traza viajara a pie y sin séquito, lo recibió en su barca que en seguida se alejó de la ribera.
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-Hermosa vida la tuya –dijo el viajero-. Por cierto que ha de ser agradable vivir a orillas de este río y sobre estas aguas.
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El remero se balanceaba sonriendo: -Dices verdad, Señor: es agradable. ¿Pero acaso toda vida no es hermosa, no tiene cada trabajo su propia belleza?
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-Tal vez. Mas el tuyo me parece sobremanera digno de envidia.
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-¡Ah!, puede que terminaras por encontrar que carece de encanto. No es un oficio para la gente que, como tú, viste lujosos trajes.
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Siddhartha rompió a reír: -Es la segunda vez que hoy mis vestidos atraen la atención. Atención y desconfianza. Escucha, botero, ¿no querrías aceptar estos trajes que me resultan pesados? Por otra parte, no poseo dinero alguno para pagar tu trabajo.
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-Bromeáis, Señor, dijo el botero riendo.
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-No amigo mío, no bromeo. Ya una vez, hace mucho tiempo, me cruzaste en tu barca por el amor de Dios. Hazlo hoy una vez más y acepta mis vestidos en pago.
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-Y entonces, Señor, ¿continuaríais vuestra ruta desnudo?
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-¡Ah! Mucho más complaceríame no continuar. Cuánto más preferiría que me dieras alguna vieja ropa y me dejases vivir junto a ti para ayudarte. Sería tu aprendiz, pues primero tendría que aprender a conducir la barca.
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El botero contempló largo rato al extranjero buscando en su memoria, luego dijo: -Ahora te reconozco. Eres tú el que antiguamente, mucho ha, quizá más de veinte años, pernoctó en mi cabaña. Te transporté a la ribera opuesta y nos despedimos como buenos amigos. ¿No eras entonces Samana? Tu nombre escapa a mi memoria.
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-Mi nombre es Siddhartha, y cuando me conociste era Samana.
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-Bienvenido seas, Siddhartha. Me llamo Vasudeva. Espero que también hoy seas mi huésped y reposes bajo mi techo. Me contarás de dónde vienes y por qué los hermosos vestidos que llevas se te han hecho pesados.
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H 49 – 04.05.2001