Heráclito 30 Café Filosófico

Del moderador editorial
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Las primeras presentaciones de nuestro Café Filosófico se hicieron en las columnas semanales de Heráclito Filosofía y Arte. Por entonces los debates se hacía en ediciones sucesivas, cada vez que nuestros columnistas y lectores disentían con las opiniones publicadas.
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En octubre de 2002 vio la luz nuestra primera mesa de Café Filosófico como suplemento de la publicación central; los temas fueron propuestos por la dirección y los panelistas invitados participaron en cada encuentro. El intercambio se hizo más ordenado y los resultados fueron salutíferos según las opiniones de los lectores. El primer Café fue alrededor de un texto de J. L. Borges (Heráclito 10) y el segundo sobre la guerra y la paz según el Leviatán de Tomás Hobbes (Heráclito 20).
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En esta ocasión publicamos unas reflexiones de Luis Herrero sobre el pensamiento de Federico Nietzsche y la respuesta de Jorge Venturini. Creemos que la lectura comparada de uno y otro texto arrojará alguna luz sobre el asunto, arduo desde siempre. También creemos que de esta manera estimulamos a nuestros lectores para recorrer los caminos de la reflexión filosófica, tan llenos de perplejidades.
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Eduardo Dermardirossian
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CFH – 3° mesa, mar. 2003
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Luis Herrero reflexiona sobre
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Lo dionisíaco y lo apolíneo en Federico Nietzsche. El porqué de Sócrates* .

Cuando Nietzsche nos plantea por vez primera el fenómeno jánico Dioniso/Apolo (dos caras de una misma moneda), lo hace en su libro El origen de la tragedia a partir del espíritu de la música, escrito a los 27 años de edad. En esta obra -compuesta en homenaje al que suponía era la reencarnación griega de la visión trágica de la existencia, R. Wagner- se refiere por vez primera a esta dualidad, pero como dos componentes separados, aislados el uno del otro; dos componentes enfrentados en lucha permanente, en una confrontación auténtica (como si lo apolíneo estuviera en una parte y lo dionisíaco en otra), pero que a su vez no pueden vivir el uno sin el otro. Tal como ocurre con los sexos.
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En el curso de la evolución de su pensamiento, esta contraposición inicial se radicaliza hasta que lo apolíneo llega a ser absorbido por lo dionisíaco. La vida in-finita misma (lo dionisíaco) es lo constructivo, lo configurador, lo que crea las figuras (el principio de individuación) que luego vuelve a romper, a aniquilarlas y a sumergirlas a ese fondo subyacente, a esa noche sin límites.
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Ésta concepción es trágica, y lo es porque la desaparición de la propia vida tiene sus raíces hundidas en el conocimiento fundamental de que todas las figuras finitas son sólo olas momentáneas en la gran marea del universo; de que el hundimiento del ente finito no significa la aniquilación total, sino la vuelta al fondo de la existencia (lo dionisíaco) del que ha surgido todo lo individualizado (Principium individuationis). Este pathos trágico (amor fati) se alimenta del saber perceptivo de que “todo es uno”, no individualizado.
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Lo apolíneo y lo dionisíaco se muestran en primer momento como dos instintos estéticos. Apolo simboliza el instinto figurativo; el dios de la claridad, de la luz, de la medida, de la forma, de la disposición bella, de la razón. Dionisos, en cambio, el dios de lo caótico, de lo desmesurado, de lo informe, del oleaje hirviente de la vida, del frenesí sexual, el dios de la noche y, en contraposición a Apolo, que ama las figuras, el dios de la música; pero no de la música severa, refrenada, que no pasa de ser una “arquitectura dórica de sonidos”, sino, más bien, de la música seductora, excitante, que desata todas las pasiones.
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Apolo y Dionisos son tomados al principio como metáforas para expresar los contrapuestos instintos artísticos del griego, como el antagonismo de la figura y la música.
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En un segundo período, Nietzsche ve esta dualidad de manera diferente: desde ese fondo in-finito donde la existencia juega su juego inocente de nacimiento y muerte eternas (más allá de toda moral), surge la representación de las figuras, de las imágenes expresadas a la luz de la razón y del entendimiento. Surge lo apolíneo como expresión o resultante de lo dionisíaco. Apolo contenido en Dioniso. Apolo: los fenómenos, las imágenes, el “principio de individuación”, son sólo expresión de ese fondo llamado Dioniso.
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Esta es la razón por la cual la filosofía es para Nietzsche sinónimo de sabiduría trágica; la mirada esencial que penetra en la lucha originaria de los principios antagónicos de estos dioses helénicos; es la visión de la batalla entablada entre el fondo vital informe (lo dionisiaco), que todo lo engendra y todo lo destruye (como el niño de Heráclito que juega con piedras armando estructuras para luego destruir), y el reino luminoso de las figuras estables, que es el reino de la apariencia, de los fenómenos, de “la cosa para mí” de Kant, o de la “representación” schopenhaueriana.
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O dicho de otro modo: filosofía es para Nietzsche la visión de la lucha eterna entre unicidad e individualidad, entre cosa en sí y fenómeno, entre embriaguez y sueño. Es más fácil de captar el significado de lo apolíneo, el principium individuationis, pues nosotros vivimos en efecto en el mundo, y en él, tanto las cosas como nosotros mismos, estamos individualizados.

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Pero el otro, el concepto dionisíaco, es más difícil al entendimiento, pertenece al reino de la totalidad y tiene que ver con la concepción trágica de la existencia, donde rige únicamente la ley inexorable de la decadencia de todo aquello que, desde el fundamento del ser (lo dionisíaco) ha salido a la luz, a la existencia, de manera particularizada, desgajándose -por decirlo de algún modo- de la vida fluyente del todo que lo contiene.
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En esta visión dionisíaca, vida y muerte, nacimiento y decadencia de lo finito (usted, yo, el árbol, etc.) se encuentran entrelazados. Este entrelazamiento, este pathos trágico no es un pesimismo huero, es más bien una afirmación de la vida, un sentimiento jubiloso, incluso a lo terrible y horrible, a la muerte y a la ruina. Pero cuidado, no confundirse: se ven las cosas equivocadamente cuando se lo quiere interpretar al pathos trágico como una actitud heroica, como una valentía inmotivada.
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Ahora bien, ¿por qué Nietzsche se interesa por esta dualidad apolíneo/dionisíaca? A mi entender lo hace para poseer una escala referencial con la cual comparar, medir, desenmascarar; poner blanco sobre negro los males de nuestro tiempo, esto es los 2500 años -según Nietzsche- de esta enferma y equivocada historia de la cultura.
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¿Pero cuándo comienza esta equivocación, esta génesis de todos los males? Siempre desde la óptica de Nietzsche, estos males comienzan con la dupla o trilogía, según queramos: “Parménides/Sócrates” ó “Parménides/Sócrates/Platón”. Pero es Sócrates el que se lleva la peor parte. Con Sócrates, dice Nietzsche, ha llegado el final de la época trágica, la concepción dionisíaca del mundo; comienza ahora la época de la razón y del hombre teórico. Iníciase así -según dicha concepción- una terrible pérdida de mundo (lo dionisíaco); la existencia pierde, por así decirlo, su apertura a la cara oscura y nocturna de la vida, pierde el conocimiento mítico de la unidad de vida y muerte, pierde la tensión entre “individuación” y “fondo vital primordial uno”; se torna superficial, queda presa de los fenómenos, se hace “ilustrada”.
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Sócrates, como vemos, representa para Nietzsche la figura histórica de la ilustración helena en la cual la existencia griega perdió no sólo su magnífica seguridad instintiva, sino, más propiamente aún, su profundidad mítica, su fondo vital.
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En Sócrates -siempre según Nietzsche- sólo se desarrolló una cara del espíritu, pero ésta lo hizo de manera excesiva: el factor “lógico-racional”. Si esto que nos plantea es descubierto por nosotros como verdadero, las preguntas que al instante nos surgen son las siguientes:
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1 ¿Qué papel debe asumir el intelectual ante esta alienante realidad?
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2 ¿Debe encerrarse en su “vida interior” al estilo Dalai Lama o Krishnamurti o Indra Devi, o por el contrario asumir una actitud crítica cual arma pacífica de destrucción y construcción masiva?
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El hombre light u hombre razonable (vacuo en su interioridad), ciego a la profundidad in-finita de la existencia como un todo, es el paradigma de nuestro tiempo, y la cultura su matriz generadora. De coincidirse con estos planteos nietzscheanos, a ella (a la Cultura) debemos apuntar sin piedad, sin compasión.
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En última instancia el problema de nuestro tiempo se reduce a un tema de exclusiva raigambre cultural. De allí, de sus valores, nacen todos los males de este mundo.
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* Estas reflexiones fueron publicadas el 24 de enero de 2003 en la entrega 139 de Heráclito Filosofía y Arte.
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CFH – 3° mesa, mar. 2003
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Jorge Venturini responde, reflexionando sobre
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Lo dionisiaco y lo apolíneo: una forma creativa de vida
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Tiempo atrás, alrededor del tema apolíneo/dionisiaco, se generó con Luis Herrero una polémica, parte de la cual se ha publicado en el número 139 de Heraclito. Me parece enriquecedor aportar esta otra visión de la contradicción Dionisio/Apolo, visión que surge de la experimentación actoral que hacemos con nuestro Grupo Escenarios en la preparación de espectáculos teatrales, y en las clases de gimnasia psicofísica. Por ser una visión que nace de la práctica, aporta elementos concretos de aplicación y saca la reflexión del ámbito puramente intelectual para ponerla en contacto con la vida cotidiana.
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El artículo de Luis Herrero se apoya en la idea desarrollada por Nietzsche en su obra juvenil El origen de la tragedia a partir del espíritu de la música. Allí Nietzsche plantea la dicotomía entre la vivencia dionisíaca y la apolínea, poniendo a la música y a la escultura como artes ejemplificadores de cada una de ellas: la música como el arte no conceptual por excelencia que se dirige a los niveles emocionales e intuitivos del psiquismo, y la escultura como el arte de la forma. .
En nuestra interpretación, Nietzsche se interesa por esta dualidad apolínea/dionisíaca para demostrar que la síntesis producida conforma la estructura de la obra de arte, y que por extensión, define los momentos del proceso creativo. Desde nuestra perspectiva estos dioses son representaciones míticas de los dos momentos fundacionales del proceso creativo.
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Por eso no acordamos con la respuesta que da Luis Herrero a la pregunta: Ahora bien, ¿por qué Nietzsche se interesa por esta dualidad apolíneo/dionisíaca?, donde contesta: A mi entender lo hace para poseer una escala referencial con la cual comparar, medir, desenmascarar; poner blanco sobre negro los males de nuestro tiempo, esto es: los 2500 años -según Nietzsche- de esta enferma y equivocada historia de la cultura.

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Eso sería dejar la obra de Nietzsche en el campo de la especulación teórica cuando en realidad es una profunda visión práctica del proceso que enfrentamos los humanos cuando creamos, en cualquier campo que sea. En este escrito trataremos de dar los fundamentos sobre los que se apoya esta afirmación.
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Nos dice Luis Herrero: "El otro concepto, el dionisiaco, es más difícil al entendimiento, pertenece al reino de la totalidad y tiene que ver con la concepción trágica de la existencia, donde rige únicamente la ley inexorable de la decadencia de todo aquello que, desde el fundamento del ser (lo dionisiaco) ha salido a la existencia particularizada, desgajándose, por decirlo de algún modo, de la vida fluyente del todo que lo contiene."
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En el plano conceptual, intelectual, puede resultar difícil de entender; en el plano existencial es más fácil. Dilucidemos el concepto de lo dionisiaco a partir de la práctica, para que no quede todo como una elegante elaboración intelectual. Todo lo dionisiaco tiene que ver con experiencias no conceptuales, tal como son las vivencias que produce la música, o los estados de ánimo, emociones, visiones que atrapa la poesía. Cuando uno se sumerge en una experiencia psicofísica motivado por la música, como ocurre en cualquier danzar intenso, se trabajan vivencias donde los límites del yo (persona) se esfuman y un fenómeno que trasciende al yo aflora: el grupo se transforma en un todo. Se vive la emoción de participar en ese todo que contiene, se experimenta un primitivismo en la forma de relacionarse el grupo, y se concluye con la desazón de terminar la danza, dejar al grupo y regresar a la individualidad. Nietzsche se refiere a este regresar cuando habla del desgajamiento del todo.
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Esa experiencia también se roza en la relación sexual, donde por momentos dos se hacen uno que se pierden en la comunidad del orgasmo. En esos momentos, el yo-personalidad no está presente, es otra zona del psiquismo la que predomina, y cuando el yo-personalidad regresa, hasta se avergüenza de recordar la pérdida de control en los espasmos del placer. El yo-personalidad está relacionado con el intelecto, y con todo lo que identificamos con nuestro Yo. El yo-orgásmico (para llamarlo de alguna manera) es el yo dionisiaco donde se pierden, o mejor, se esfuman, los límites del individuo individualizado del que tenemos conciencia en la vida cotidiana. La realidad también pierde sus aristas y no por nada, Nietzsche asocia lo dionisiaco a la embriaguez. Lo dionisiaco sería entonces lo que vivenciamos con el sexo, con el baile, con la borrachera.
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El concepto apolíneo es más accesible porque refleja el mundo de la forma y de los conceptos. En la cultura occidental hemos creado ese mundo intelectual en el nos movemos desde Sócrates, a quien Nietzsche le adjudica el pecado de haber creado el hombre teórico, ese hombre que se mueve en el campo de los conceptos. Como dice Herrero: Es más fácil de captar el significado de lo apolíneo, el principium individuationis, pues nosotros vivimos en efecto en el mundo, y en él, tanto las cosas como nosotros mismos, estamos individualizados.
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En la experiencia de Escenarios, el principio apolíneo no tiene que ver sólo con la individualización, sino también con la capacidad humana de generar formas que puedan contener las vivencias que asoman en los momentos dionisíacos. Y acá viene el gran aporte de estas reflexiones de Nietzsche: la síntesis entre los contenidos dionisíacos y las formas apolíneas genera la obra de arte, y son pasos fundamentales del proceso creativo que pueden ser aplicados a cualquier momento de vida; de allí la importancia práctica que encontramos en esta disquisición aparentemente teórica.
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El origen del teatro, o de la tragedia griega, está enraizado en las fiestas dionisíacas que eran tradiciones bárbaras de pueblos de Oriente. Estas fiestas tenían juegos orgiásticos donde se perdían las reglas sociales para liberar lo instintivo (quizá también sean antecedentes lejanos de las fiestas de carnaval). Nietzsche hipotetiza que los griegos apelaron a la figura de Apolo para que esas orgías tomaran una forma y perdieran el peligroso efecto disolvente sobre los vínculos de convivencia. Esa síntesis habría dado lugar al nacimiento del gran teatro griego. Esa síntesis estaría también en la base de toda creación artística, y en cualquier otro campo donde se indagan nuevos caminos de conocimiento. Es interesante comprobar que la descripción realizada por grandes científicos de los procesos en que se desarrollaron algunos de sus descubrimientos muestra señales de esta síntesis de la que estamos hablando.
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¿Cómo esquematizar el proceso creativo? En la primera etapa, que algunos denominan "pensamiento divergente", se enfrenta "la página en blanco", el momento dónde sólo existe la motivación o la necesidad de crear, y en ese momento a veces ni siquiera se tiene delineada la dirección a la que apuntar, la dirección misma es parte de la búsqueda. Es un momento de mucha tensión y angustia porque el vacío que produce "la página en blanco" es difícil de soportar. Este paso es el más importante del proceso creativo porque si se tiene la paciencia y el coraje de esperar, se produce una rica acumulación de intuiciones que alimentan la innovación, o la creación. Es el tiempo de Dionisio para los griegos, desordenado, fluido, sin forma ni individualidad. Este primer paso es aplicable a cualquier situación, sea el artista creando una nueva obra de arte, sea la cocinera inventando un nuevo plato, sea el gerente solucionando un problema de la empresa. Es necesario darse el tiempo necesario, esperar en esa situación de vacío, para dar lugar a que aflore la verdadera creación con el funcionamiento de la intuición. Si el miedo vence, se apela al intelecto para llenar el vacío, el que brinda lo ya conocido, la esencia de la no-innovación: entonces el artista "construirá" una obra más con elementos desgastados, la cocinera repetirá una receta propia o ajena, o el gerente copiará una solución anteriormente aplicada aunque no sea la adecuada para esa nueva circunstancia. La intuición es la facultad de este momento dionisiaco y necesita tiempo para manifestarse; si el intelecto toma el control, tiende a paralizar la intuición.
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Luego viene la etapa donde ese material debe tomar forma, debe concretarse en una obra, en una solución, en una comida apetecible. Es el pensamiento convergente que genera una forma, es el momento de Apolo. Todo el material surgido en el primer paso dionisiaco se organiza a través del trabajo intelectual, donde se aplican técnicas aprendidas (literarias, científicas, gerenciales, artesanales, etc.) para el trabajo que se esté realizando. Es el momento de la conceptualización. Nietzsche habla de la escultura como arte dionisiaco, porque es el arte de la forma por excelencia. .
En literatura, cuando el material obtenido presenta dificultades insuperables de ser conceptualizado, aparece la poesía que permiten traducir en palabras profundos sentimientos o vivencias dionisíacas. La escultura o la pintura no figurativa muestra formas que pueden relacionarse también con la poesía, transmitiendo experiencias no-conceptuales que sólo pueden ser sentidas. Podríamos aventurarnos a decir que en ese tipo escultura, como en la pintura abstracta, como en la poesía, los elementos dionisíacos han prevalecido y la obra no ha podido ser poseída totalmente por la forma intelectiva. En otros casos, como podría ser la solución encontrada por el gerente, o por el científico, lo intelectual hace desaparecer el origen intuitivo, dionisiaco, de la misma, y todo se presenta como resultado racional, perdiéndose el aporte de la intuición. Esta es la característica que prima en el campo intelectual de occidente.
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Tampoco estamos de acuerdo cuando Luis Herrero dice: En un segundo período, Nietzsche ve esta dualidad de manera diferente: desde ese fondo in-finito donde la existencia juega su juego inocente de nacimiento y muerte eternas (más allá de toda moral), surge la representación de la figuras, de las imágenes expresadas a la luz de la razón y del entendimiento. Surge lo apolíneo como expresión o resultante de lo dionisiaco. Apolo contenido en Dionisio. Apolo: los fenómenos, las imágenes, el “principio de individuación”, son sólo expresión de ese fondo llamado Dionisio.
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Apolo no contiene a Dionisio, salvo que se refiera a esa constante interrelación que existe entre estos dos momentos de la creatividad humana. Sobre ese proceso de interrelación se construye la propuesta innovadora y es verdad que no se puede fijar la división entre un momento y otro; constantemente se retorna a Dionisio para alimentar a Apolo, se retorna a la búsqueda de intuiciones para alimentar el proceso de encontrar las nuevas formas. Pero no vemos que uno pueda contener al otro porque apelan a facultades psíquicas diferentes.

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Aunque suena abstracto en palabras, esta concepción del proceso creativo en Escenarios ha dado lugar a una propuesta de entrenamiento muy concreta, donde se aprende a vivenciar los pasos de ese proceso y a manejar las emociones que provoca, desde el miedo inicial hasta el placer de ver plasmada una nueva idea.
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Para nosotros, la creatividad es una actitud de vida. Por eso a la propuesta que hace Nietzsche en su libro El Origen de la Tragedia le encontramos un campo de aplicación amplio. Y el humano se puede entrenar para ser creativo, especialmente para aprender a movilizar el pensamiento dionisiaco, el pensamiento divergente, el momento de Dionisio. Frente al planteo de Nietzsche, Herrero se pregunta: ¿Qué papel como intelectuales que somos debemos asumir ante esta alienante realidad? ¿Debemos encerrarnos en nuestro "vida interior" al estilo Dalai Lama, o Krishnamurti, o Indra Devi, o por el contrario asumir una actitud crítica cual arma pacífica de destrucción y construcción masiva?
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Nosotros creemos que los intelectuales deben:
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a) Equilibrar su sistema psicofísico, cultivando más lo intuitivo y lo emocional. El pecado que señala Nietzsche en la filosofía de Sócrates-Platón fue tomado y endiosado por la cultura occidental haciendo del intelecto un cuasi dios que todo lo controla y lo puede (momento apolíneo) dejando de lado y desvalorizando la intuición, o el mundo emocional (momento dionisiaco).
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b) Redescubrir lo femenino (que tiene relación con Dionisos, aunque el dios esté representado como hombre), porque tanta masculinidad está destrozando el planeta. Se supone que lo masculino es sinónimo de "espíritu fuerte" en una lectura superficial de Nietzsche. ¿De dónde sacan los intelectuales que conectarse con el mundo interior, mejorar la conexión con la intuición, transitar el mundo emocional, es propio de espíritus débiles, si las grandes creaciones e inventos de la humanidad han estado generadas por erupciones de sabiduría intuitiva?
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c) Equilibrar el afuera con el adentro. Si no se va a las fuentes internas de sabiduría, ¿de donde se sacan elementos para la "actitud crítica cual arma pacífica de destrucción y construcción masiva"? Ir hacia adentro, explorar el mundo interior, significa conocerse, conectarse con los miedos, las angustias, los deseos más profundos, las necesidades, y entender un poco más. Significa también apelar a esa inagotable fuente de sabiduría que tenemos escondida en lo profundo y dejarla aflorar a través de la intuición. Significa entender un poco más el Universo, porque somos holográficamente similares. Con ese capital se sale hacia "afuera", y se participa activamente de la "vida", de la sociedad.
Quizá un personaje paradigmático del equilibrio entre la vida interior y la vida social sea Ghandi.
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La hiper intelectualidad sirve muchas veces para refugiarse, para acorazarse frente a la angustia de ser vivos. Sirve para mantener una distancia con lo emocional, porque lo no-intelectual es muy desordenado, muy poco manejable, la más de las veces inexplicable, y hasta peligroso. (Dionisio es el dios de la embriaguez, y perder el control da miedo).
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Conclusión: Encontramos en el planteo de Nietzsche un aspecto práctico muy seductor que potencia notablemente la simple elucubración intelectual. Como decía un pensador, no debemos permitir que la filosofía quede en un entretenido divertimento intelectual, debemos hacer el esfuerzo que se transforme en herramienta enriquecedora de la vida cotidiana. Y el caso de Dionisio y Apolo, lejos de ser simples exponentes de una lejana mitología griega, antiguas figuras con 2.500 años de edad, representan y ayudan a entender con su personificación, un proceso de vida al que nos enfrentamos todos los días: la creación.
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CFH – 3° mesa, mar. 2003
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Nuevamente el moderador editorial
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Descreemos de las competencias cuando se trata de filosofar. Descreemos de la utilidad de los discursos, hablados o escritos, cuando se quieren examinar estas cosas del vivir. Creemos en la exposición de parecereres, coincidentes, diferentes y aún contradictorios, que dejan la confrontación y la valoración al lector.
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Tal es el criterio con que alentamos el Café Filosófico Heráclito. Y tal es la actitud con que se han acercado hasta hoy quienes participaron de él, sosteniendo sus opiniones y controvirtiendo las de los otros participantes. Las reflexiones de Luis Herrero y de Jorge Venturini, más allá de su fervor, dan fe de ello.
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E. D.
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CFH – 3° mesa, mar. 2003