Heráclito 22

Thomas More editorializa para Heráclito *
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Pues, ¿qué justicia es que un rico orfebre o un usurero o en fin, cualquiera de los que no hace nada en absoluto o bien que lo que hacen no es muy necesario para la república, haya de tener una vida rica y placentera sea en la ociosidad o en negocios innecesarios, cuando al mismo tiempo pobres trabajadores, carreteros, herreros, carpinteros y labradores que pueden apenas mantenerse con un trabajo tan grande y continuo como es arrastrar y llevar animales, y además un trabajo tan necesario que sin él ninguna república sería capaz de seguir y durar un año, hayan de tener una vida tan dura y pobre y vivir una vida tan desgraciada y miserable que el estado y condición de los animales de labor puede parecer mucho mejor y más cómodo? Pues a éstos no se les obliga a tan continua labor ni su vida es mucho peor sino mucho más agradable para ellos, que no piensan mientras tanto en el futuro. Pero esos desgraciados, pobres y sencillos, son actualmente atormentados con trabajo inútil y sin provecho. Y la consideración de su vejez, en la indigencia y la mendicidad, les mata. Pues su paga diaria es tan pequeña que no basta para el mismo día; mucho menos deja ningún remanente que pueda ahorrar día a día para el alivio de la vejez.
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* Utopía, Ed. Orbis, Buenos Aires 1984, pág. 196. Trad. Joaquim Mallafre Gavalda.
H 18 – 29.09.2000
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Cuatro teóricos de diferentes corrientes del pensamiento discurren acerca del tema
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El hombre, la democracia y el Estado
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Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com
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De paso por Buenos Aires, el ensayista canadiense Jhon Ralston Saul concedió una entrevista a Santiago Kovadloff para ser publicada en el Suplemento Cultural de “La Nación” del 21 de febrero de 1999. Poderoso petrolero devenido escritor, este hombre, crítico de los actuales modelos de democracia, sintetizó su pensamiento así: “Si no nos detenemos, si no hacemos una pausa para pensar hacia dónde estamos yendo, sobrevendrá la catástrofe. Y ya se sabe lo que implica la catástrofe de una ideología. Implica el auge de su reverso. Lo contrario nunca es lo mejor porque no posibilita el aprendizaje. Tenemos dos mil quinientos años de experiencia occidental. Valdría la pena aprovecharlos y no olvidar lo que ellos nos enseñan: se trata, en otras palabras, de trabajar por el equilibrio, de ir hacia el equilibrio. De los extremos sólo vienen la pobreza y la violencia. Esta democracia es peligrosa porque es ficticia. Promueve un pensamiento excluyente. Obrar democráticamente, con espíritu humanista, significa trabajar con ideas inclusivas, con matices. El predominio del ideal descarnado de la eficacia traduce un muy bajo nivel de desarrollo espiritual, una carencia muy acentuada de contenido crítico. Una sociedad que se deja llevar únicamente por el principio de la eficacia, se suicida”.

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Concepto lanzado con fervor y sin anestesia, denuncia la estupidez de una sociedad que el autor considera inviable. Y remata: “Se trata, en el fondo, del viejo ideal socrático: no hay respuestas completas. Si la respuesta es absoluta entonces estamos, con ella, en el reino de las ideologías, en el reino de Dios, en el reino del Destino. La democracia niega el destino, niega lo inevitable, excepto la muerte. Niega, por lo tanto, la respuesta entendida como un todo cerrado”.
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He querido extenderme en estas reflexiones de Ralston Saul porque es infrecuente encontrarse con autores que sean capaces de poner en negro sobre blanco su pensamiento acerca de la democracia, cuando no se conforma al concepto que sobre ella tiene y conviene al poder.
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Valeroso el canadiense. Y afilado su escalpelo. Queda más allá o más acá el grado de coincidencia o de divergencia que cada quien tenga con él.
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Otro sentido le otorga el futurólogo Alvin Toffler a la democratización, que entiende como un cambio radical en el concepto de trabajo, de ocio del hombre, y, por consiguiente, de la familia y de la sociedad en su conjunto. En una de las revistas dominicales del matutino “Clarín” (Viva 27.09.98), durante una entrevista sin firma de autor, se comenta que en su libro Tercera Ola Toffler anuncia tres hitos en la evolución del hombre: primero, el advenimiento de la agricultura, luego, la Revolución Industrial, y para lo futuro predice el “reinado de la información y la alta tecnología”. Poco más arriba me referí a hablar sin anestesia y seguiré haciéndolo. En 1980 predecir el advenimiento de la información y de la era tecnológica vale tanto como anunciar ahora que es posible la clonación humana. Y Toffler no detiene aquí sus predicciones. Tras anunciar para el hombre una expectativa de vida de 120 a 150 años para el siglo que hemos inaugurado, agrega: “Es que en una sociedad basada en la información, nuestra concepción de lo que es trabajo y lo que es ocio va a cambiar. Lo que estoy haciendo ahora, por ejemplo, ¿es trabajo o es placer? Desde cierto punto de vista es trabajo, pero también es un placer. La línea se vuelve borrosa cuando el trabajo se basa en la información. Y esto se incrementará aún más porque vamos a trabajar desde casa, cerca de nuestras familias. Creo que a través de Internet, se le devolverán a la familia muchas de sus funciones: desde la casa se trabajará, se educará, se atenderán problemas de salud” Pero, eso sí, advierte “que nadie espere el retorno de algún antiguo modelo de familia”.
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En lo dicho no hay divagación. Bien sé que el tema en cuestión es el de la perdurabilidad o no de la democracia tal como se la practica actualmente. Pero pregunto: ¿no es que la crisis del sistema democrático deviene como consecuencia de su ausencia de contenido? Y cuando hablamos de la oquedad de la democracia, ¿qué queremos decir exactamente? ¿No se trata, acaso, de la exclusión social a que son sometidas cada vez más extendidas masas de población? Pregunto finalmente: ¿cuál es el significado de predecir la identificación del ocio, el trabajo y el placer? ¿A quiénes nutre este concepto?
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Más allá de las personales opiniones que nos merezcan los dichos de éste o aquel autor, es claro que al referirnos a las afirmaciones de Toffler también estamos hablando del actual modelo de democracia. De su vacuidad o no. Estamos hablando, en definitiva, de lo que creemos va a ser de la humanidad de no mediar un diferente rumbo en el modo de distribuir el trabajo y su producido entre los hombres. De modo que el tema, sustancialmente, genera la misma preocupación.
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Pensando en estas cosas me cruzo con Fernando Savater, de cuyo Diccionario Filsófico (Planeta, 4° edición, Barcelona 1997) hago escala en las páginas 109 a 111. Ahí dice: “Resulta pues que el dinero es el único producto social que nunca ha dado síntomas perceptibles de decadencia”; y le atribuye “la diabólica capacidad no ya de facilitar que todo se compre y se venda en busca de beneficio, sino de comprarse y venderse a sí mismo como fuente máxima de provecho”. Tal acontece cuando el autor reflexiona sobre el vocablo dinero. Pregunto: ¿es dable anatematizar la democracia sin que el anatema se acompañe de un juicio de valor sobre el dinero, las posesiones, el poder en suma, que comparta algo de esta reflexión del español? Pregunto: cuando el canadiense dice que la democracia ha sido vaciada de contenido, ¿no tenía ese despojo el color del dinero, del beneficio pecuniario y, en suma, del poder nuevamente? Pregunto: ¿de qué cosa han sido privados los actuales excluidos de la democracia sino del producto de su trabajo personal? Y pregunto: desocupados, subsalariados, indigentes muchos y de tantas partes del mundo ¿habrán sentido algún consuelo cuando oyeron a Alvin Toffler decir que el trabajo y el ocio participan de un mismo status de placer?
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Y cuando en página 78 se hace cargo del vocablo democracia, Savater denuncia que ésta “descarta al ancien regime de la política, junto a sus validaciones...Pero también invalida de antemano la moderna primacía efectivamente excluyente de los técnicos, de los expertos en decidir frente a los predestinados a obedecer decisiones ajenas, de los potentados económicos cuyos privados intereses primero se identifican con los de la sociedad toda y luego los sustituyen […], es decir de aquellas instancias que subyugan el principio político al conocimiento de alto nivel, a profesionales de la gestión pública o a los ricos”.
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Sin duda hay un hilo conductor en el pensamiento de los autores citados, aun cuando el primero resulta manifiestamente vehemente al hacer sus predicciones casi apocalípticas, el segundo quiere cohonestar la actual exclusión social con un devenir tan inevitable como interesado, y el tercero luce un impecable estilo argumental que torna ardua su refutación.
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Y para concluir con las transliteraciones –puesto que hoy he convocado a tertulia a cuanto homo sapiens deslizó su pluma sobre el papel- acudo al corpus sacro de la literatura política. Difícil excluir conceptos de él. Difícil también incluirlos en desmedro de los que queden afuera. Pero para subsanar tal injusticia que acudan los editores. Por mi parte, en orden a los conceptos de John Ralston Saul que actuaron como disparador sobre mi pluma, de El contrato Social de Jean Jackes Rousseau transcribo: “Nada es tan peligroso como la influencia de los intereses privados en los negocios públicos, pues hasta el abuso de las leyes por parte del gobierno es menos nocivo que la corrupción del legislador, consecuencia infalible de miras particulares, toda vez que, alterando el Estado en su parte más esencial, hace toda reforma imposible. Un pueblo que no abusara jamás del gobierno, no abusaría tampoco de su independencia. Un pueblo que gobernara siempre bien, no tendría necesidad de ser gobernado”.
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Los cuatro autores citados han tratado abiertamente, o merodeado cuando menos, el tema de las democracias modernas, con las implicaciones que el poder, los intereses particulares o corporativos, el dinero y sus formas infra y supraestructurales ejercen sobre ella. Y comoquiera que se lo mire, el tema referido a la democracia resulta crucial, mas no tan sólo en el futuro, sino también en el ahora mismo, si se quieren evitar los riesgos que previno el autor citado en primer término. Ya he dicho que es infrecuente cuestionar los sacrosantos atributos de la democracia, porque múltiples reproches y motes peyorativos podrían coronar la testa de quienes se atrevan a ello. Pero es preciso subrayar que Ralston Saul no cuestiona la democracia en sí, sino este modelo de organización económico-política que, llevando su nombre, ha sido vaciado de contenido y reducido a una superestructura vacía. “La oquedad –creo recordar del Tao- es su contenido”.
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Desafortunadamente los intelectuales de Occidente eluden estos temas. ¿Y a quiénes sino a ellos les correspondía hacer la denuncia? Acaso ¿no son los intelectuales los testigos calificados de la realidad? ¿Dónde estaban, con quién medraban durante el perverso vaciamiento que de la democracia se ha hecho en esta mitad del mundo? ¿Qué aconteceres habrán de ocupar todavía el escenario de la historia para que nos sea diseñado, siquiera insinuado, un rumbo promisorio? ¿Habrán de ser contenidos de solidaridad los que pongan a salvo nuestra democracia? ¿O, acaso, algún novedoso iluminismo nos traerá la solución de la mano de una deidad que no sea el dinero ni la confrontación clasista?
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Reivindico con énfasis al Estado presente, administrador de lo justo y morigerador de desigualdades. El Estado, ese producto social que tiene por sustento y por razón de ser la porción que cada uno de nosotros ha cedido de su libertad, tiene algo que hacer al respecto. Para poner a resguardo una democracia con la que efectivamente se coma, se eduque y se cure, en medio de la cual el hombre encuentre amparo para salvaguardar sus derechos; para demandar que sean cumplidos los fines de su vida gregaria. Debe ser el Estado –que son las leyes y la consiguiente potestad de exigir compulsivamente su cumplimiento- el que restablezca finalmente el equilibrio social y posibilite la vida en sociedad, pacífica y justa entre los hombres. La historia ha conocido estados de esta clase. Y no se trata de diestras y siniestras. Se trata de desembarazarse de una vez y para siempre de la perniciosa prédica que denostó al Estado como fuente de todo mal y que desembocó en la deserción que el mismo hizo de sus fines. Se trata, también, de exorcizar al Estado para ponerlo al servicio de sus fines.
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Y a quien diga que de este modo propugno un estado totalitario que lo echen a las fieras del mercado en medio del circo romano, para que vean, nobles y plebeyos, cómo las bestias devoran a sus víctimas sobre las arenas de la eficiencia y del beneficio dinerario. Arenas que hasta hoy ocupan los desheredados sin pan, sin trabajo, sin techo, sin educación, sin salud, sin seguridad, sin esperanza. Y sin un Estado al que acudir para que provea a tales necesidades. Mirar al mundo es bastante para comprender de una sola vez toda esta tragedia.
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Hecho el depósito Ley 11723
H 21 – 20.10.2000.
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Los medios de comunicación en las democracias
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Gustavo Romero Umlauff *
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La democracia puede ser descrita de varias maneras; pero, en general, un régimen democrático ha de reunir ciertos requisitos mínimos. En las democracias, el ejercicio del poder del Estado recae en las personas que han sido elegidas como gobernantes mediante voluntad popular. Las elecciones son un mecanismo de selección de los representantes y no entrañan por sí mismas democracia. Las decisiones en democracia son tomadas en debate y no por el ejercicio del poder de un individuo o de unos cuantos. Democracia implica, entonces, gobernar en participación.
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La participación de la ciudadanía en los asuntos del Estado y la responsabilidad de aquellos a quienes sea les ha confiado el gobierno, son requisitos mínimos en regímenes democráticos. Por tal razón, la ciudadanía tiene que estar en pleno conocimiento de lo que sucede con la administración del Estado.
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Si democracia es gobierno en participación, la ciudadanía necesita contar con información para conocer de la marcha del gobierno; porque sus logros y fracasos le incumben a la ciudadanía y finalmente son los representantes los responsables frente a ella.
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¿Pero quiénes pueden suministrar la información necesaria para conocer de los asuntos públicos? Evidentemente, los medios de comunicación son quienes mejor se pueden encargar de esto. Son vehículos importantes de educación en los asuntos públicos y proporciona material para el debate en forma regular y directa. Ya no es sólo de las empresas periodísticas; pues los medios, además de informar, tienen la responsabilidad de educar a su público y velar por la democracia. No en vano, el tema de los medios de comunicación en los paises latinoamericanos constituye unos de los puntos de agenda para la OEA.
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Los medios de comunicación actúan como cauces entre lo público y el público. Las necesidades, los problemas y las esperanzas de la ciudadanía pueden ser llevados por los medios de comunicación a los gobernantes. La falta o ausencia de un diálogo directo, que es la mayor deficiencia en la democracia representativa, queda así sustituida a través de los medios de comunicación. Actúan como parlamentos diarios, llegando -a veces- a ser mucho más eficaces que los propios parlamentos. Incluso hemos escuchado decir que los medios de comunicación deben actuar como una fuerza de oposición independiente.
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Confesamos que aún tenemos nuestras dudas sobre esta calificación. Quizás el prejuicio se deba más al sentido que tradicionalmente se le atribuye a algunos partidos políticos que por su verdadero significado. En todo caso lo ponemos a discusión. Pero lo que sí es innegable es que los partidos y sus políticos en muchas ocasiones actúan para servir a sus propios intereses, en vez de someterse a los intereses nacionales.
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Ante esto, los medios de comunicación deben proceder con imparcialidad, objetividad y crítica constructiva. Deben exponer los actos de omisión y comisión, corrupción, ineficacia y negligencia por parte de las autoridades.
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La posibilidad de exigir cuentas a quienes ejercen gobierno, es lo que distingue a la democracia de los otros sistemas políticos. Y la posibilidad que sean los medios de comunicación los instrumentos para asegurar la responsabilidad de las autoridades, es lo que ayuda a que la democracia sea real y eficaz. Por consiguiente es necesario que la ciudadanía no sólo respalde la libertad de expresión y prensa, sino también exija calidad, veracidad y rigor en la información que se transmite, porque también es una manera práctica de proteger y fortalecer la democracia.
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* Ex-Secretario Ejecutivo del Consejo de la Prensa Peruana.
H 21 – 20.10.2000
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Serie Creencias del mundo
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El animismo en las religiones primitivas
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José Carlos García Fajardo*
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Los africanos son esencialmente religiosos y cada uno de los tres mil pueblos africanos tiene su propio sistema de creencias. La religión es el elemento más importante en la vida tradicional y conforma su manera de pensar, de sentir y de actuar. No existe una distinción radical entre lo profano y lo sagrado, pues todo está inter relacionado, lo espiritual y lo material. Allí donde se encuentre el africano, allí está su religión pues ésta es inseparable del medio: la lleva a los campos cuando va a trabajar, la lleva a la escuela o a la universidad. Los nombres de las personas, los sonidos del tambor o los eclipses evocan significados religiosos. No comprenderlo así es contribuir al desarraigo personal y a la frustración social con la pérdida de sus señas de identidad que son la esencia de su universo.
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Las religiones tradicionales no son para el individuo sino para la comunidad de la cual se sabe parte. Una de las fuentes de la tensión que padecen tantos africanos procede de la separación de su ambiente tradicional que los desgarra entre la vida de sus antepasados, que tiene raíces históricas y tradiciones firmes, y la vida de nuestra era tecnológica. En opinión de uno de los mejores estudiosos de las religiones tradicionales, el kenyata John Mbiti, "Ni el islamismo ni el cristianismo parecen eliminar los sentimientos de desarraigo y frustración. No basta con abrazar una fe que es activa un día, domingo o viernes, mientras que el resto de la semana se encuentra virtualmente vacío. Las religiones tradicionales ocupan a toda la persona y toda su vida, la conversión a las nuevas religiones debe comprender su propio lenguaje, sus modelos de pensamiento y sus relaciones sociales".
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No hay sagradas escrituras, pues cada persona lleva la religión en su mente, en su corazón, en la tradición oral, en los rituales y en personajes como los jefes, los sacerdotes o los ancianos. Las religiones tradicionales no tienen misioneros que las propaguen ni pueden pasar de un pueblo a otro. Las religiones pertenecen a los pueblos y a las personas como el alma al cuerpo, como las tierras o el aire que los vieron nacer. Arrancar a los africanos de sus tierras, por la fuerza o por presión cultural, es arrancarlos de sus raíces.
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En todas las religiones tradicionales se encuentra la creencia en una forma de vida después de la muerte, pero lo que cuenta es vivir, aquí y ahora, con coherencia. Ni existe la esperanza en un paraíso ni miedo a un infierno pues, como no existe el concepto de culpa judeo cristiano o el de karma para purgar en una encarnación presente culpas pasadas, no se comprende el concepto de redención que tanto les ha costado introducir a los misioneros. Como decía el fundador de los Padres Blancos, "hay que convencerlos de su culpa para que acepten el mensaje de redención".
El animismo se remonta a los orígenes de la humanidad. Para el hombre primitivo, los fenómenos que no puede comprender son movidos por fuerzas ocultas que él se representa a su imagen. Así hay espíritus buenos y malos, manes protectores, etc. Este animismo ancestral conduce a la hechicería o acción de hombres buenos o a la brujería de los perversos, a la magia para dominar esas fuerzas misteriosas (magia blanca y magia negra), a los tabúes que protegen las señas de identidad de la comunidad, al tótem que las representa, y que pueden derivar en supersticiones vulgares nacidas de la ignorancia y del miedo y que, no pocas veces, son promovidas por los poderes fácticos para dominar al pueblo. Ninguna religión tradicional o revelada se libra de ellos pero los camufla para aliviar la tensión ante lo desconocido y la angustia ante la muerte. Por eso, los hechiceros, los sacerdotes, los reyes y los magos se aprovechan de la natural tendencia a no tomar decisiones que comprometan y confiarse a los dioses que habitan las lagunas de la ignorancia de los pueblos, como señalaron Epicuro y Lucrecio. "Fábulas consoladoras ante el miedo cósmico y existencial".
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El animismo no define un tipo de religión sino que coexiste con formas teístas avanzadas. El concepto fue utilizado por el antropólogo inglés E.B. Taylor, en 1866, como "creencia en seres espirituales" que "animaban" el universo, personas, animales o cosas. De ahí se progresó hacia el politeísmo y el monoteísmo de las religiones que se consideran a sí mismas reveladas: judaísmo, cristianismo e islamismo. Otras teorías parten de la concepción originaria monoteísta que derivó hacia el politeísmo y, de ahí, a formas elaboradas de animismo. Quizá la atracción que experimentamos por las concepciones orientales ateístas, más que ateas, reflejen el cansancio de un abuso de antropomorfismos, rituales, dogmatismos, clericalismos, moralismos y supersticiones acientíficas en que han degenerado no pocas religiones pretendidamente reveladas. ¿Por quién? Por su dios, que se complace en exterminar a los que no se someten a sus dictados: pretensiones monopolizadora y totalizadoras judaicas, cristianas e islámicas.
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De ahí la gran importancia de conocer los componentes de los fenómenos religiosos originarios de la humanidad para mejor valorar nuestras convicciones y respetar y acoger a los demás con las suyas, que son inseparables en su expresión de un contexto social, económico y cultural de cada época.
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Aunque la "experiencia de lo sagrado" trasciende las culturas, no puede expresarse más que con lenguajes simbólicos. Símbolos son los mitos y los ritos que, cuando degeneran, se pervierten en ídolos y supersticiones por haber perdido su contacto con el misterio. Caso peculiar es el del judeocristianismo que pretende un encuentro con el Dios único y salvador en un contexto histórico.
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Consideraremos los deísmos, politeístas, panteístas o monoteístas, con el fundamento último trascendente al mundo. Mientras que, en los animismos y en concepciones que trascienden a los dioses, ese cosmos se relaciona con la plenitud del vacío y la armonía de la naturaleza a través de la inmanencia que resuelve toda contradicción en un aquí y ahora sosegado y fecundo.
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Hay unos momentos, lugares, gestos o personas que sirven de manifestación de lo religioso. Y hay desviaciones inhumanos que conducen al ridículo, a esteticismos, ritualismos y sacralizaciones indebidas de otros valores humanos. Consideraremos, sin prejuicios, la magia, el culto a los antepasados, el totemismo, fetichismo, hechicería y los ritos de iniciación a la pubertad, a la vida sexual, al matrimonio, a la responsabilidad de adulto, a la muerte y al más allá, los sacrificios y libaciones, los grupos étnicos y el parentesco, la función de los curanderos, hacedores de lluvia, magos y hechiceros así como los fundamentos de un anhelo religioso de relación con la divinidad, el universo y la naturaleza de la que nos sabemos parte responsable que no quiere ser confundida ni absorbida por el todo.
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Al menos, nadie nos quitará habernos atrevido a saber mediante una búsqueda desapasionada, razonable y enriquecida por la intuición y la experiencia del misterio.
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* Profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid y Presidente de la ONG Solidarios para el Desarrollo.
H 38 – 16.02.2001
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Dialogando con la artista plástica
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Celia Adler
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Silvia V. García
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Frente al Parque del Centenario tiene su taller esta pintora, ceramista, muralista y docente del arte. Actualmente destina parte de su tiempo a la restauración en la que -dice- “es preciso respetar y salvaguardar el espíritu y la sensibilidad del autor. En ocasiones, cuando me encuentro frente a una parte muy sensible de la obra que debo restaurar, prefiero no tocarla, porque no puede alterarse el espíritu de la creación del artista. Siempre el arte merece respeto”. Tal es la personalidad de Celia Adler. Optimista por el futuro del hombre, asegura que la historia creará, como ya lo ha hecho otras veces, anticuerpos que enderecen el rumbo torcido de estos tiempos. Y cree que el arte tiene mucho que aportar en ese sentido. “Esta crisis debe ser mirada con sentido histórico y entonces podremos tener una visión esperanzadora”. Cita a Eli Faure para decir que los hombres no nos entenderíamos en nuestras relaciones espirituales de no mediar el arte.
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Heráclito: Siempre creí que la palabra -y me refiero al arte de la escritura- ciñe al artista a unos límites que son los de la convención social respecto de su significado. En cambio en la pintura..., cuando usted levanta el pincel, su libertad es mayor y es más ancho el campo de su creatividad. ¿Lo cree así?
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Celia Adler: Absolutamente no. Creo que la pluma y el pincel ofrecen igual libertad e iguales posibilidades al creador. Y en lo que concierne a que socialmente hemos convenido un significado para cada palabra, ello no obsta a la creación ni impide la libertad. Dos ejemplos: fíjese usted en la metáfora y en la poesía. ¡Qué vuelo permiten! ¡Cuánta belleza puede expresarse en unos versos!
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El diálogo discurre cordial, de manera que nos sentimos tentados de incursionar en otros temas. Hablamos de filosofía y ante nuestro requerimiento ella explica que no encuentra una relación necesaria entre arte y filosofía. “Cuando el artista crea -dice- no lo hace a partir de formulaciones o conceptos filosóficos, sino desde su personalísimo interior y su carnadura. Y en lo realizado, o durante la creación artística, hay un punto en que la obra se desprende de su autor, adquiere vida propia y busca su destino. Por eso la obra no puede ser explicada, porque de alguna manera todos somos ajenos a ella”. Adler se inflama en este punto y defiende con énfasis la autonomía de la obra de arte.
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Con referencia a sus antecedentes, se limita a decir que sus maestros fueron Cecilia Marcovich, Juan Carlos Castagnino y Antonio Pujía, entre otros. Formó parte de un equipo de artistas, enseñó pintura y cerámica, fue muralista durante no poco tiempo y frecuente expositora. Durante 1998 realizó tres exposiciones individuales en Buenos Aires y en 1997 hizo su última exposición en el exterior. Fue en Israel, con gran éxito, tanto del público como de la crítica, y sus obras allí expuestas integraron la serie que ella denominó “No matarás”. “Viví durante un año en la provincia de Jujuy y allí pude estar en contacto con un medio que no encontramos en Buenos Aires. Igual ocurrió durante mi permanencia en Centroamérica. Es allí donde uno comprende la magnífica cultura que encontraron los colonizadores en tierras de América. Pero la desdeñaron y el brillo del oro que buscaban opacó ante sus ojos la enorme riqueza cultural y espiritual de aquellos pueblos, que finalmente fueron reducidos a la esclavitud. Y bien, el contacto con esas gentes y esas culturas me enriquecieron y motivaron mi vena artística, a punto tal que por un tiempo dejé de pintar mis temas favoritos que eran las diversas formas y expresiones de la figura humana y comencé a pintar la visión que había recogido de esos paisajes americanos”.
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H: Frecuentemente hemos visto que el artista, por ser tal, ha debido resignarse a una vida de pobreza y hasta de desdén. ¿Cree que las autoridades públicas prestan suficiente atención a éstas circunstancias?
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C A: Las autoridades no estimulan suficientemente al arte y, por consiguiente, tampoco al artista. Y esto no sólo ocurre en las artes plásticas. El cine está abandonado a su suerte, el teatro también. Sabrá usted que en los años cincuenta hubo un extraordinario movimiento que se llamó de teatro independiente. Jamás se había visto cosa igual, y era objeto de admiración inclusive en el exterior, pero las autoridades públicas miraron distraídamente para otro lado y hasta procuraron desalentar todo ese maravilloso fervor. De otro modo, Argentina hoy debería ser la Meca del teatro. Y así con las otras artes. Pero, volviendo a la pintura, los coleccionistas suelen equivocar el rumbo al adquirir obras de artistas promocionados, porque los hay menos conocidos que realizan una obra realmente seria y meritoria. Y así, se hace muy difícil crear.
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El diálogo se extendió más allá de este reportaje, tocando temas que Celia Adler iba desgranando para nuestro deleite.
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* La entrevistada es asesora de arte de Heráclito.
H 26 – 24.11.2000.
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Precoz talento narrativo reiteradas veces premiado en su país, Cuba, y en el exterior, Ray Respall Rojas publicó su primer libro de cuentos, “El potro indomable”, a los diez años de edad. Hoy, tres años después*, nos ofrece este cuento de clima kafkiano. Heráclito dice su complacencia por contar desde hoy entre sus colaboradores a este jovencísimo talento americano.
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Dolor
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Todo comenzó una mañana en que me dirigía a mi nuevo empleo, el cual, por cierto, me costó mucho trabajo conseguir. Al cruzar una calle, un asaltante me golpeó y apuñaló en el abdomen; dejándome tendido en el suelo. Cuando pude recuperarme un poco de la golpiza me levanté y, a duras penas, me arrastré hasta el hospital más cercano, tratando de contener con mi abrigo la sangre que manaba de la herida. Cuando entré, el mundo daba vueltas bajo mis pies y las imágenes se sucedían, borrosas, como en una película desenfocada. Lo último que escuché fue el eco de unos gritos de auxilio, que aún no sé si venían de un observador asustado o de mi propia garganta reseca.
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Al recuperar el conocimiento, me encontré tendido en una camilla, en una especie de pasillo. Escuché la voz de un médico comentar que yo había perdido mucha sangre y que habían tenido que intervenirme con urgencia. Al final de la charla, fui conducido a una fría habitación: un típico cuarto de hospital, pequeño, con una cama arrinconada a una ventana, una mesita, un baño y una silla vacía, nadie con quien compartir mi dolor, mi soledad y mis temores. La enfermera que me acompañó, adivinando tal vez mis pensamientos, me dijo que no me preocupara, que por ahora sólo me limitara a descansar. Eso hice, pero después de lo que me pareció una interminable espera decidí incorporarme, ya que al parecer los calmantes estaban surtiendo efecto y el dolor desaparecía por momentos. Me senté lentamente y me volteé a mirar por la ventana: era en verdad un hermoso día de verano, la aparente paz de la imagen citadina no dejaba ver los peligros que ésta encerraba.
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Al cabo de un buen rato, sentí un trasteo en la puerta. Regresé rápidamente a mi posición horizontal y fingí dormir, como los niños que tratan de evitar una reprimenda. Era la enfermera, que en silencio me tomó el pulso, me tocó el cuello y se marchó, dejándome de nuevo a solas.
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A partir de esa visita, me intrigué un poco: ¿Por qué tocarme el cuello si no tenía nada que ver con el abdomen…? Como me sentía realmente aliviado, decidí ir al baño a lavarme la cara y alisarme un poco el pelo, no me gusta el aspecto desaliñado de la mayoría de los enfermos, soy de la opinión de que los hace sentirse más enfermos. Para colmo, recordé que en la billetera robada estaban todos mis documentos, por tanto no iban a poder localizar a mis familiares… en cuanto terminara mi aseo iba a llamar a alguien para dar mis datos, era hora de que alguien se sentara en esa silla a darme ánimos y contarme chistes insulsos o me trajera bombones de regalo, olvidando el dato de que no los podría comer en varios días.
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Entré y, antes que nada, inspeccioné el sitio: era un local pequeño pero limpio, adornado con un espejo redondo. Me paré frente a éste y al mirar no vi mi imagen. Me froté los ojos y traté de voltear el espejo, para ver si había algún truco escondido en él, de esos que te juegan los amigos cuando estás convaleciente –pues en fin, no sabía cuanto tiempo había estado sumido en la inconsciencia, tal vez alguien me había reconocido en la calle y había dado el aviso-, pero no pude hacerlo, era como si yo no existiera, como si fuese un fantasma.
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Un escalofrío recorrió mi espina dorsal: esa era la clave, yo era un fantasma, por esa razón la doctora me había tocado el cuello, para cerciorarse de mi muerte. En ese instante entendí que al quedar solo en la habitación había muerto. Toda mi vida, mi nuevo empleo, mis ilusiones y planes para el futuro se desvanecieron en un instante, sólo por la sed de dinero de un hombre cuyo rostro nunca podré reconocer.
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Y ahora heme aquí, en el recibidor del hospital, como perdido en el limbo –mi cuerpo ya fue llevado a la morgue-. Entran y salen personas que no notan mi presencia. Pero aún conservo la esperanza de que uno de ellos cruce su mirada con la mía y me vea: ya sea un ángel, algún amigo o familiar muerto, o un espíritu de cualquier tipo que me venga a buscar, a orientar…
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Las horas pasan y aún no sé qué sucede después de la muerte.
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H 26 – 24.11.2000