Eduardo Dermardirossian
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El hombre carga sobre sus hombros unos problemas tan viejos como su edad sobre la Tierra. Y entre esos problemas ninguno lo ha abrumado tanto como el conflicto con sus iguales. Puede afirmarse sin temor a errar que ésta es la causa primera de su infelicidad; porque exceptuando las calamidades de la naturaleza, en ninguna desdicha social ha estado ausente el conflicto. Y aún en el caso de las calamidades naturales, frecuentemente sus efectos no han podido ser morigerados a causa, precisamente, de confrontaciones de orden social. Así, pues, el examen de los conflictos es un asunto de primera importancia. De ahí que haya querido abordarlo desde un punto de vista abarcativo, no psicologista ni dogmático.
Más allá de las definiciones que se han ensayado, importa señalar que la causa principal de conflicto es el deseo de posesión. El conflicto viene del afán del hombre por apropiarse de bienes (digo bienes en sentido lato) escasos. No disputamos por el aire, aún cuando nos es de toda necesidad, pero disputamos por el oro. Lo que genera conflicto es siempre un bien escaso. El dinero, la tierra, la atención de nuestra salud y la educación son motivos de disputa, porque tales bienes son limitados y susceptibles de apropiación. Su posesión o disfrute generará conflictos de seguro. Igual ocurre con la fama, escasa desde siempre. Y con ese hombre o aquella mujer, irrepetibles, claro.
No estoy enunciando una teoría sobre el valor o sobre la legitimidad de las posesiones. Estoy diciendo que el conflicto es connatural de los hombres en muchas de sus relaciones recíprocas. Desde que hay dos hombres, hay conflicto. Y diversos han sido los modos de resolverlo a lo largo del tiempo. No es preciso examinar la historia de la humanidad para comprobar que ella es una sucesión de conflictos, siendo las guerras sus expresiones más dramáticas y deleznables. Mas allá de cuál razón –sinrazón- se invoque para justificar cada caso o de calificar como justas las guerras, más allá también de nuestro particular juicio, digo que el conflicto, en sus diferentes formas, campea a lo largo de la historia.
No es distinto en las relaciones interpersonales. Y no se trata de una visión apocalíptica sobre el devenir humano. Es la descripción de un aspecto sustantivo de la vida del hombre, que las instituciones procuran resolver dentro del ámbito del derecho. En rigor, no se trata de resolución propiamente dicha, porque el conflicto subsiste. Se trata, sí, de menguar la virulencia de la contienda, de modo de tornar sosegada la interrelación humana. Y admitamos que ello no es poco.
Una forma de atenuación de los conflictos es establecer la supremacía de una de las partes en la controversia mediante el uso de la fuerza, más o menos legitimada. En tal caso, la parte más débil cede al interés de la más fuerte. Paradójicamente, aquí la paz sólo puede venir de la violencia, pero las paradojas suelen repetir su ciclo, con lo cual a la paz social así impuesta no seguirá el sosiego de los espíritus.
Si se mira bien, la vida es una sucesión de conflicto y resolución. Cuando las relaciones se advierten armónicas, cuando la convivencia es serena y aún feliz, el conflicto está presente. Siempre.
Los hombres ignoran que lo divergente está de acuerdo consigo mismo. Es una armonía de tensiones opuestas, como la del arco y la lira. Heráclito, versión de Hipólito en Refutatio omnium haereseun, IX, 9).
H 60 – 20.07.2001
La responsabilidad de ser uno mismo
José Carlos García Fajardo *
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Hablamos de jóvenes enfadados y no de los ancianos amargados porque sienten que sus vidas no son lo que podrían haber sido. Se sienten estafados. Se irritan ante la alegría de los jóvenes y no se aceptan a sí mismos porque viven obsesionados por la muerte. Nadie les enseñó a amar la vida, a amarse a sí mismos, a asumir el único sentido de la existencia: ser felices. Y ser feliz es ser uno mismo, poder hacer las cosas porque nos da la gana, no porque lo manden o para alcanzar méritos para una vida de ultratumba. Esto es un chantaje de las religiones y de los grupos de poder: posponer la felicidad para mantenernos dominados y sumisos. Se encarnizaron con el sexo y con la alimentación pero, sobre todo, con la libertad de pensar, de actuar, de decir sí o no sin rendir cuentas.
Son buenos el niño, el alumno, el trabajador, el ciudadano que obedece sin preguntar por las causas de la injusticia. Han hecho de la obediencia una virtud. Un buen pueblo, para el que manda, es un rebaño que pasta sin hacer ruido. No hemos nacido para trabajar ni para obedecer.
Es urgente la rebelión de las personas mayores que padecen su soledad como antesala de la muerte. Nunca es tarde para madurar sin confundir el envejecimiento, que es cosa del cuerpo, con la madurez que es crecer hacia dentro y saborear la vida. Una cosa es el Cielo de la conciencia, con sus posibilidades de crecimiento interior, y otra el paso de las nubes de la mente. Descubrirnos gotas en un océano de silencio es trasformar la existencia en una celebración. Es descubrir el universo en el rocío.
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Madurez significa que hemos llegado a casa. La madurez es conciencia, el envejecimiento sólo desgaste. Todavía queda tiempo para cambiarse de tren.
* Profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid y Presidente de la ONG Solidarios.
H 60 – 20.07.2001
El milagro de la vida*
Hugo Mujica**
Una historia de la tradición zen nos dice que un discípulo interrogó a su maestro sobre cómo o quién es Dios, a lo que el maestro contestó: “Cuando tengas sed, bebe; cuando tengas hambre, come”. La enseñanza no enseña: muestra la vida, invita a ver lo que el dar por descontado ensombrece. Todo está, suele estar, frente a uno mismo, a ese uno mismo que suele no estar allí. Bastaría estar donde uno es, ser donde uno está y se vería lo que se tiene: se vería la vida y su novedad. Se vería lo que el asombro bendice. Lo que el nombrarlo bautiza... hace propio.
Todo ya está, se anuda en cada cosa, se ensimisma en cada pequeñez, como la persona, la más amada y cercana, apenas se expresa en escasos gestos, se dice en las mismas palabras con las que nos decimos todo. Uno mismo, el otro o Dios, la sed o el hambre. Se trata del conocimiento último y sencillo: la humilde dicha de saberse aquí, ahora, yo. No hay más... salvo una cosa: decir “acepto”. Esta aceptación que no es otra cosa que la fidelidad a lo real, el respeto, la reverencia ante lo que es.
El recorrido de cada regreso... lo cotidiano, lo pequeño. Los ritos nuestros de cada día, eso o aún y más un ser humano, cada ser humano, también el más cercano. Porque también el hombre es pequeño, es humano: necesita ser cuidado.
Basta una estrella, la brasa de luz de una estrella para que la noche y lo negro se llame cielo. Sólo ante lo pequeño solemos, podemos, estremecernos, ante lo majestuoso nos inmovilizamos, retenemos el aliento: mantenemos la distancia, la extrañeza, la separación. Lo débil nos conmueve, nos mueve consigo mismo; es porque el sentido está en cuidarlas, en hacerlas propias, hacerlas casa nuestra. “Casa” –domus- como expresa la etimología de domesticar. Darles casa: hacerlas parte de esa configuración de pequeñas cosas que llamamos nuestro “mundo”. Esa configuración que nos rodea, que hace que al estar cerca de ellas estemos “en casa”. Ese mismo que es de todos pero que allí, en los límites de lo propio, nos habla, se dice, nos responde.
El sentido, en verdad, lo damos, lo ponemos, lo proyectamos y así lo encontramos. Las cosas lo reciben y devuelven, lo devuelven plasmado, concretado en ellas mismas. Por eso todo es más de lo que es, porque es lo que es y también nosotros. Por todo esto, y en su mayor verdad, no amamos lo que ya tenemos, amamos lo que podemos perder, lo que queremos salvar de la embestida de la muerte. Amamos lo frágil, porque es lo que se entrega, lo que se da al cuidado: lo que nos necesita, lo que nos da el sentido, que es dar.
Se trata de ser fiel a lo humano: al tamaño de lo que los brazos mecen, a la fiesta de lo que en las manos cabe, a la callada esperanza que es no apretar los labios. Fiel a ese instante que ahora habito, a ese fragmento que uno besa y lo llama todo: lo sin por qué ni para qué, el puro existir: el milagro de la vida.
* Fuente: Viva, revista dominical del matutino Clarín de Buenos Aires, del 16 de mayo de 1999.
** El autor es sacerdote católico y poeta.
H 61 – 27.07.2001
Reflexión sobre sus opciones ideológicas, políticas y morales
Globalización
Adrián Mac Liman *
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Durante la última sesión especial de la Asamblea General de la ONU dedicada al desarrollo humano, Somavia denunció el constante aumento de la pobreza en el mundo. "Europa Central y Oriental siguen sufriendo; el desempleo en América latina ha alcanzado cotas históricas; África sigue estando excluida en gran parte de los beneficios de la mundialización. Para muchos pueblos, son hoy mayores la desigualdad y la inseguridad", afirma el Director General de la OIT, defensor a ultranza de las políticas de desarrollo del Tercer Mundo.
También se habló de la globalización/mundialización -referencia obligada- en la última reunión del G 8, celebrada recientemente en Okinawa, donde los jefes de Estado y Gobierno de los principales países industrializados del planeta llegaron a la conclusión de que convendría potenciar la introducción de Internet en el Tercer Mundo para "reducir la brecha tecnológica" que separa al Norte del Sur.
Detalle interesante: el Banco Mundial optó a su vez por recurrir a la Red para lanzar un cyberforo sobre los pros y los contras de la internacionalización de la economía. Durante tres semanas, varios centenares de personas -economistas, politólogos, investigadores, empresarios, estudiantes- tuvieron la oportunidad de intercambiar ideas sobre los informes cuidadosamente preparados por la secretaría del Banco, dedicados a los temas de Globalización, pobreza y desarrollo.
Extrañamente, los promotores de la iniciativa llegaron a la conclusión de que los argumentos y/o las pruebas a favor de la globalización actual brillan por su ausencia. De hecho, la mayoría de los participantes en el cyberforo se limitó a hacer hincapié en el deseo de los organismos internacionales dedicados al desarrollo económico y de los gobiernos de los países industrializados de presentar la globalización como panacea frente a los múltiples retos del Tercer Mundo, haciendo caso omiso de las exigencias y las circunstancias concretas del Sur y del impacto de la globalización sobre las economías de los países menos desarrollados. Asimismo, se criticó la escasa sensibilidad de los suministradores de la ayuda internacional frente a las condiciones de vida en el Tercer Mundo y la correlación liberalización-sostenibilidad económicas, recordando que "en su forma actual, la globalización favorece mucho más a los países del hemisferio Norte o, mejor dicho, a los países ricos más avanzados".
Uno de los aspectos más negativos del nuevo fenómeno socio-económico es, sin duda, la homogeneización y la desaparición de la diversidad. Algunos ponentes no dudaron en sugerir la modificación de las actuales reglas del juego, mediante la integración de opciones diferentes, como por ejemplo, el "comercio justo", que facilitaría la participación más directa de los proveedores de bienes y productos del Tercer Mundo en los mercados internacionales.
Al analizar el contenido del documento relativo a "Pobreza, exigencias básicas y desarrollo", los participantes sacaron a relucir el constante deterioro de las condiciones de vida de los productores de cacao en Camerún, la precariedad del sistema de seguridad ciudadana en Colombia, la marginación de la mujer en los países del Tercer Mundo, así como los desequilibrios cada vez mayores entre la sociedad rural y los habitantes de las grandes urbes.
Otro detalle significativo: al establecerse los parámetros de riqueza/pobreza de los pobladores del Tercer Mundo, no se tiene en cuenta la accesibilidad a los servicios sociales, sino los ingresos per cápita. La globalización tiende a obviar el recurso a los medios de subsistencia tradicionales y colectivos, que siguen prevaleciendo en el Tercer Mundo.
El análisis de los "Modelos de desarrollo", ha puesto de manifiesto el hecho de que la globalización impone un marco de desarrollo que podría resumirse en la monetarización de la casi totalidad de los intercambios; la privatización de los recursos públicos y colectivos (tierra, agua, semillas, medios de producción), tanto a nivel comunitario como nacional; una excesiva confianza en la ley del mercado; la renuncia por parte de los gobiernos a la redistribución de los recursos; el confusionismo entre los conceptos de "desarrollo y crecimiento"; y una total falta de interés por las implicaciones ecológicas, sociales y culturales del proceso de globalización.
Por último, aunque no menos importante, el que las élites políticas, económicas y sociales del Tercer Mundo se aprovechan de los aspectos positivos de la globalización, compartiendo al mismo tiempo la responsabilidad por los aspectos negativos.
Ese estado de cosas requiere, obviamente, soluciones más complejas que la mera presencia de Internet en los países en desarrollo, fervorosamente defendida por los integrantes del G 8.
* Escritor y periodista. Miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos Universidad de La Sorbona.
H 61 – 27.07.2001
Tratados morales *
Los oficios
Los que se destinan al gobierno del Estado, tengan muy presente siempre estas dos máximas de Platón: la primera, que han de mirar de tal manera por el bien de los ciudadanos, que refieran a este fin todas sus acciones, olvidándose de sus propias conveniencias; la segunda, que su cuidado y vigilancia se extienda a todo el cuerpo de la República; no sea que por mostrarse celoso con una parte desamparen a las demás. Los negocios e intereses de un estado se pueden comparar con la tutela, la cual se ha de administrar con atención al provecho de los que se entregan a ella, y no de aquellos a quienes se ha encomendado. Porque los que se desvelan por una parte de los ciudadanos, y descuidan la otra, introducen un perjuicio el más notable en el gobierno, que es la sedición y discordia; de donde nace que tomen unos el partido del pueblo, otros el de la nobleza, y muy pocos el del común. Ésta ha sido la causa de gravísimas discordias en Atenas, y la que ha producido en nuestra República no sólo sediciones, sino también muy perniciosas guerras civiles: todo lo cual debe huir y abominar el varón prudente y magnánimo, digno de manejar las riendas del gobierno: y manteniéndose libre de ambición de riquezas y poderío, se entregará todo a la República, mirando por ella de manera que se extienda y alcance a todos su cuidado. Tampoco deberá exponer a nadie al odio y a la envidia de los demás con falsas acriminaciones; y constante siempre en la honestidad y justicia, muera por conservarlas sin temor de la envidia, antes que abandonar estas cosas que acabo de decir.
* Océano, Barcelona 1998, cap. XXV, pags. 196
H 60 – 20.07.2001
Oliverio Girondo
Espantapájaros, Losada, Barcelona 1995, narración 9, págs. 150 y 151.
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Hemos abierto las ventanas de siempre. Hemos encendido las mismas lámparas. Hemos subido las escaleras de cada noche, y sin embargo han pasado las horas, las semanas enteras, sin que notemos su presencia.
Una tarde, al atravesar una plaza, nos sentamos en algún banco. Sobre las piedritas del camino describimos, con el regatón de nuestro paraguas, la mitad de una circunferencia. ¿Pensamos en alguien que está ausente? ¿Buscamos, en nuestra memoria un recuerdo perdido? En todo caso, nuestra atención se encuentra en todas partes y en ninguna, hasta que de repente advertimos un estremecimiento a nuestros pies, y al averiguar de qué proviene, nos encontramos con nuestra sombra.
¿Será posible que hayamos vivido junto a ella sin habernos dado cuenta de su existencia? ¿La habremos extraviado al doblar una esquina, al atravesar una multitud? ¿O fue ella quien nos abandonó, para olfatear todas las otras sombras de la calle?
La ternura que nos infunde su presencia es demasiado grande para que nos preocupe la contestación a esas preguntas.
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Antes de atravesar las bocacalles esperamos que no circule ninguna clase de vehículo. En vez de subir las escaleras, tomamos el ascensor, para impedir que los escalones le fracturen el espinazo. Al circular de un cuarto a otro, evitamos que se lastime en las aristas de los muebles, o cuando llega la hora de acostarnos, la cubrimos como si fuese una mujer, para sentirla bien cerca de nosotros, para que duerma toda la noche a nuestro lado.
H 60 – 20.07.2001
Canciones y villancicos del Renacimiento
El siglo de oro español
Oy comamos y bebamos
De Juan del Encina
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Y cantemos y holguemos,
Que mañana ayunaremos.
Por onra de Sant Antruejo
Parémonos oy bien anchos
Enbutamos estos panchos
Rrecalquemos el pellejo.
Rrecalquemos el pellejo.
Que costumbr’es de concejo
Que todos oy nos hartemos
Que mañana ayunaremos.
Honrremos a tan buen santo
Porque en hambre nos acorra;
Comamos a calca porra,
Que mañana hay gran quebranto.
Comanos, bebamos tanto,
Hasta que nos rrebentemos
Que mañana ayunaremos.
Tomemos oy gasajado,
Que mañana vien la muerte;
Bebamos, comamos huerte;
Vámonos para el ganado.
No perderemos bocado,
Que comiendo nos iremos,
Que mañana ayunaremos.
Quien amores tiene
De Juan Vázquez
Quien amores tiene ¿cómo duerme?
Duerme cada cual como puede.
Quien amores tiene de la casada,
¿Cómo duerme la noche ni el alva?
El fuego
De Mateo Flecha el Viejo
¡Corred, corred, peccadores!
¡No os tardéis en traer luego
Agua al fuego, agua al fuego!
Este fuego que se enciende
es el maldito peccado,
que al que no halla occupado
siempre para sí lo prende.
Cualquier que de Dios pretende
salvación, procure luego
agua al fuego, agua al fuego.
Venid presto, peccadores,
a matar aqueste fuego;
hazed penitentia luego
de todos vuestros errores.
Reclamen essas campanas
dentro en vuestros corazones.
Poned en Dios las aficiones
todas las gentes humanas.
Reclamen essas campanas
¡Llamad a essos aguadores,
luego, luego, sin tardar!
Y ayúdennos a matar este fuego.
No os tardéis en traer luego
dentro de vuestra concientia
mil cargos de penitentia de buen agua,
y ansí mataréis la fragua
de vuestros malos deseos,
y los enemigos feos huyrán.
¡Oh, cómo el mundo se abrassa
no teniendo a Dios temor,
teniendo siempre su amor
con lo que el demonio amassa!
Por cualquiera que traspasa
los mandamientos de Dios
cantaremos entre nos,
dándole siempre baldones:
Cadent super eos carbones,
in ignem dijicies eos;
in miseriis non subsistent.
(Caerán sobre ellos carbones,
serán arrojados al fuego,
y en la miseria no subsistirán.)
Este mundo donde andamos
en una herviente fragua,
donde no ha lugar al agua
ni por ventura tardamos.
¡Oh! Cómo nos abrassamos
en el mundo y su hervor
por cualquiera peccador
por lo que da Dios no toma.
Se dirá lo que de Roma,
cuando se ardía sin favor:
“Mira, Nero de Tarpeya
a Roma cómo se ardía,
gritos dan niños y viejos
y él de nada se dolía”.
¡No os tardéis!, ¡traed agua ya!
¡Y vosotros atajad!, ¡corred,
corred! ¡Presto socorred!
¡Sed prestos y muy ligeros
en dar golpes a los pechos!
¡Atajad aquestos techos!
¡Cortad presto essos maderos!
¡Tañed, tañed más aprissa,
que vamos sin redención!
Taned presto que ya cessa
con agua nuestra passión.
Y ansí con justa razón
dirán las gentes humanas:
“¿Dónde las hay
las tales aguas soberanas?”
Toca, Joan, con tu gaitilla
pues ha cessado el pesar.
Yo te diré un cantar
muy polido a maravilla.
Veslo aquí, ea, pues, todos decir:
“De la virgen sin mancilla
ha manado el agua pura.”
Y es que ha hecho criatura
al Hijo de Dios eterno
para que diesse gobierno
al mundo que se perdió;
y una virgen lo parió
según havemos sabido,
por reparar lo perdido
de nuestros padres primeros.
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¡Alegría, cavalleros!,
que nos vino en este día
que parió Sancta María
al pastor de los corderos.
Y con este nacimiento
que es de agua dulce y buena
se repara nuestra pena
para darnos a entender
que tenemos que beber
desta agua los sedientos,
guardando los mandamientos
a que nos obliga Dios,
porque se diga por nos:
Qui biberit ex hac aqua,
Non sitiest in aeternum.
(Quien beba de esta agua
no tendrá sed por la eternidad.)
H 60 – 20.07.2001