Esa música eterna
Horacio Ferrer
Horacio Ferrer
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Una cultura de un solo síntoma de expresión corporal, de sonido, de pensamiento, de idioma o de poesía, es una cultura verdadera, fuerte. En cualquier parte del mundo, una pareja que se toma bien agarrada es tango. Y oís de refilón la voz inconfundible de un Gardel o de un Hugo del Carril... ¡y eso también es tango! Por eso no hacen falta los 18 tomos para explicar la cultura argentina. Se explica por un ademán y la presencia de un instrumento. Eso es una cultura fuerte, con una identidad firme. Un orgullo para todos nosotros, locos, soñadores, poetas, músicos, nostálgicos, tristones, eufóricos, melancólicos, depresivos, rioplatenses. Eternos personajes del tango.
H59 – 13.07.2001
Vigencia de Discépolo
Jorge Boccanera, poeta y periodista, publicó este artículo el 25 de marzo de 2001 en Viva, revista dominical del matutino argentino Clarín.
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Si bien esta vigencia está alimentada por el cruce entre los muchos Discépolos –el místico, el del reclamo social, el del desengaño amoroso- y la situación puntual de cada individuo; hay otra vigencia que nos atañe a todos, que comprende escenarios más abarcadores y pertenecen a la coyuntura. En una palabra, hoy más que nunca la sociedad encarna el grotesco discepoliano. El personaje de la calle atribulado, sin horizonte, masticando una rabia amplificada por la impotencia, se calza el traje de la obra de Discépolo y es “un disfrazao sin carnaval” encarnando “la mueca de lo que soñamos ser”.
El grotesco atraviesa y condensa su estética en una tipología surgida en el teatro que se prolonga en las letras de tango y las charlas radiofónicas. Pero ¿qué distingue a esta tendencia del sainete y otras expresiones? La humillación; la degradación. Un no poder decir que se bifurca en patologías. Un malestar sin salida convertido en monólogo que fermenta dentro del personaje.
Tiene que ver en esta marca, sin duda, la sensibilidad del poeta, su mirada horadante, su callejear, su bolichear, la observación de los marginados, pero también la dramaturgia de su hermano Armando quien en sus tres últimos trabajos: Mateo, Stéfano y Relojero, incorporó definitivamente el grotesco como género.
Ambos –Enrique y Armando- escriben en 1925 la obra El organito, según Sergio Pujol, “celebrada por la crítica como uno de los puntos más altos del grotesco rioplatense”. La pieza –agrega este estudioso de Discépolo- avanza con “acciones bruscas”, “muecas y risas desencajadas”, “una moral del resentimiento y la amargura”, “la vida social animalizada: los hombres como fieras sin memoria ni redención”. El escritor David Viñas, de su parte, sitúa el tema en el marco de la inmigración y señala que el grotesco revela un sufrimiento sin voz que deriva en un encogimiento del personaje; gente que tropieza consigo misma, “se dejan estar”, “se desinteresan”; marginación y trabajo frustrado que acarrean soledad y autismo.
¿Es exagerado acercar estas caracterizaciones a los días que vivimos? Entre el lamento y la celebración, el paisaje callejero se viste de foto movida, de espejo deformante; seres en borrador circulan insertos en una realidad que sanciona y excluye; son los personajes de Discépolo que ladran y aúllan. Aturdido por la crisis, nublado el rostro, el cuerpo a la deriva, el hombre de la gran ciudad habla solo envuelto en un enjambre de tics, ensimismado, acorralado por el desencanto y la falta de respuestas. Si grotesco deriva de gruta, caverna, podría pensarse que ese es el lugar que nos tiene reservado la crisis.
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Habría que repetir, entonces, su alto grado de vaticinio surgido de una observación precoz; la de un autodidacta huérfano a los 9 años que debuta en teatro a los 16, un año después escribe su obra Los duendes y con su segunda composición, ¿Qué vachaché?, estrenada en 1926, define su índole premonitoria. Discépolo, que debutó adolescente en el papel de portero anónimo, imaginó desde el humbral de la puerta que divide sueños y frustraciones, el desfile de aquellos que transitan de la alegría al llanto. El gesto de anticipación se prolongó en piezas inolvidables –Yira Yira, Tormenta, Canción desesperada, Cambalache- donde el desamparo, la falta de solidaridad y la codicia, ocupan un primer lugar. Agregará, entre sus últimas craciones a Uno; la historia de un hombre que perdió el corazón (el tango iba a llamarse en principio Si yo tuviera el corazón) y está muerto en vida.
La presencia de Discépolo pervive y se renueva en esta época, “punto muerto de las almas”, cada vez que un tipo cualquiera, con el presente aplastado en la cara, tiene el extraño privilegio de silbar su propia historia.
H59 – 13.07.2001
El tango según...
Enrique Cadícamo
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Horacio Salas
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H59 – 13.07.2001
En las calles de la noche
Roberto Arlt, Aguafuertes porteñas, Buenos Aires, vida cotidiana, Losada, Buenos Aires 2000, págs. 56/59.
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Por ejemplo, Jack London, el notable novelista norteamericano, estuvo en Buenos Aires. Durmió en el asilo nocturno del Ejército de Salvación, en la Boca. Nadie adivinaba, bajo el capote del vagabundo perdido, al novelista de más tarde...
¿Y De Quincey? Me parece verlo en las calles de Londres incubando “Suspiria de profundis” y “Mater lacrimas” en un horror saturado de opio.
Pero en estos hombres de las calles de Buenos Aires, de las calles de la noche ya cerradas y silenciosas, ¿cuántos Jack London y De Quincey se encuentran? Creo que ninguno. O quizás alguno.
Después de media noche
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Y a veces, en las calles, un vagabundo. Bien o mal vestido. No, un vagabundo no. La definición exacta sería ésta: un cuerpo que camina lentamente entre las sombras. Un cuerpo que tiene dos ojos que no miran para afuera sino para adentro y una frente rayada de meditaciones. Camina. Entra en los cuerpos de tinieblas que proyectan las alturas de las casas y sale a la claridad de los focos como si estuviera atravesando subterráneos que cortan al sesgo las luces suspendidas. Eso es, en apariencia, todo.
Ahora, si se observa un poco, se descubren más cosas. Cada categoría de pensamiento tiene un ritmo de paso. Así he encontrado, en esas calles, hombres que iban rápidamente, no se entreveía hacia dónde, como si huyeran, vaya a saber de qué desastres.
Otros, en cambio, conducen sus pensamientos como ocultándolos, a la sombra de las fachadas, rozando los muros.
Otros van embedidos en un vacío taciturno. Tan es así que cada hombre llevaría un problema dentro de la noche. Y para poder pensar en él ha tomado la calle; porque la calle da la sensación de distancia, de camino, vaya a saber hacia qué país mejor.
Galpones y templos
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Pero no. Lo único iluminado, en las calles de la noche, son los hoteles, con sus letreros vidriados y su tarifa que comienza: “Camas desde ochenta centavos”.
Luego la escalera sucia, la puerta allí arriba con sus cristales esmerilados y todo el horror de cinco individuos jadeando su pesado sueño en camastros inmundos, con la ropa toda hecha un bulto bajo de la almohada por temor a que se la roben, y esa linterna del zaguán, que a veces ilumina el cuerpo de un miserable que se suicidó de extenuado.
Un mozo, que tiene cara de bandido, levanta la guardia. “Camas desde ochenta centavos”. ¿Se imaginan ustedes la tragedia que encierra la vida de un hombre que da unas monedas por dormir bajo techo, entre cuatro espectros, en una pieza pequeña con tabiques de cartón piedra?
Recuerdo el caso de un amigo. La miseria lo llevó una noche a uno de esos hoteluchos. Se acostó pero de pronto, en la oscuridad, comenzó a representarse la caravana de desdichados que por allí habían pasado; encendió un fósforo y miró los muros donde se desprendían lonjas de empapelado descubriendo una capa más antigua de papel floreado; y de pronto, a medida que el tiempo pasaba, su angustia crecía de tal forma que vaciló un momento. Luego se vistió y salió para dormir en una plaza. Era preferible el techo de la noche a aquella cerrazón maldita.
Cada hombre, en la noche, lleva un problema. No se desafía impunemente el silencio, la oscuridad y el vacío sin que medien motivos.
De allí, que cada vez que veo una espalda encorvada en las sombras de alta noche, me digo: ¿Qué se estará elaborando bajo esa frente? ¿A dónde irá ese hombre con sus pensamientos?
La espalda se arquea aún más; una sombra tapa ese cascajo de hombre; la luz la ilumina otra vez. Parece... parece una de esas barcas de papel que, cuando éramos chicos, fabricábamos. Las lanzábamos al agua del arroyo y la barca se alejaba; subía, bajaba y luego desaparecía. Entonces, una tristeza entraba en nosotros.
H59 – 13.07.2001
Sobre Arlt y su tiempo
Sylvia Saítta
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El cambio urbano posterior a la crisis del treinta, repercute en la escritura arltiana politizando su mirada sobre la ciudad. Asume el rol de periodista denunciante que, proveniente quizá de su paso por el diario Crítica, transforma a su columna diaria en un medio eficaz para presionar sobre los sectores de poder. Los lectores saben que, con solo mandar una carta o hacer una llamada telefónica, tienen en Arlt a un interlocutor atento a los más mínimos reclamos, que les otorga el espacio de su columna para efectuar todo tipo de reclamo. De este modo, y por denuncias que se acumulan en su mesa de redacción, Arlt descubre un universo de pobreza y miseria que convive silenciosa e inevitablemente con las deslumbrantes luces del centro.
H59 – 13.07.2001
Conducta de los espejos en la Isla de Pascua
Julio Cortázar, Historias de Cronopios y Famas, Material plástico, Sudamericana, 32° edición, Buenos Aires 1994, pág. 67.
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Cortázar nació en Bruselas en 1914, de padres argentinos. Llegó a Argentina a los cuatro años de edad y migró hacia París en 1951. Fue maestro de escuela y cursó estudios en la Universidad de Buenos Aires, que debió abandonar por razones económicas. Enseñó en la Universidad de Cuyo y renunció a la cátedra por desavenencias políticas. Desde entonces trabajó como traductor independiente para la Unesco. Algunas de sus obras son: Presencia (1938), Los Reyes (1949), Bestiario (1951), Los Premios (1960), Rayuela (1977), 66/Modelo para armar (1968), Libro de Manuel (1973).
H59 – 13.07.2001
Dos lunas
Eduardo Dermardirossian
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Así lo hizo en las habitaciones de su casa y en cuantos lugares solía frecuentar, tal que un par de marcos ovalados, uno con el cristal espejado y el otro no, poblaron desde entonces y para siempre su vida; y su universo se duplicó y el horizonte lo rodeó en un círculo sin fin. Todos los misterios le fueron develados y fue, desde entonces, omnipresente; y por eso también omnisciente. Y aun –no lo sé de cierto- quizá omnipotente.
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H 127 – 01.11.2002
“Existen los elegidos para quienes las cosas bellas significan únicamente belleza.”
Oscar Wilde, prefacio a El retrato de Dorian Gray, Ed. Salvat, Navarra 1970, págs. 11/12. Trad. Julio Gómez de la Serna.
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El crítico es el que puede traducir de modo distinto o con un nuevo procedimiento su impresión ante las cosas bellas. La más elevada, así como la más baja de las formas de crítica, son una manera de autobiografía. Los que encuentran intenciones feas en cosas bellas están corrompidos sin ser encantadores. Esto es un defecto.
Los que encuentran bellas intenciones en cosas bellas son cultos. A éstos les queda la esperanza.
Existen los elegidos para quienes las cosas bellas significan únicamente belleza.
Un libro no es, en modo alguno, moral o inmoral. Los libros están bien o mal escritos. Eso es todo.
La aversión del siglo XIX por el Romanticismo es la rabia de Calibán no viendo su propia cara en el espejo.
La vida moral del hombre forma parte del tema para el artista; pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Hasta las cosas ciertas pueden ser probadas.
Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista constituye un amaneramiento imperdonable de estilo. Ningún artista es nunca morboso. El artista puede expresarlo todo. Pensamiento y lenguaje son para el artista instrumentos de un arte.Vicio y virtud son para el artista materiales de un arte.
La vida moral del hombre forma parte del tema para el artista; pero la moralidad del arte consiste en el uso perfecto de un medio imperfecto. Ningún artista desea probar nada. Hasta las cosas ciertas pueden ser probadas.
Ningún artista tiene simpatías éticas. Una simpatía ética en un artista constituye un amaneramiento imperdonable de estilo. Ningún artista es nunca morboso. El artista puede expresarlo todo. Pensamiento y lenguaje son para el artista instrumentos de un arte.Vicio y virtud son para el artista materiales de un arte.
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La diversidad de opiniones sobre una obra de arte indica que la obra es nueva, compleja y vital. Cuando los críticos difieren, el artista está de acuerdo consigo mismo.
Podemos perdonar a un hombre el haber hecho una cosa útil en tanto que no la admire. La única disculpa de haber hecho una cosa inútil es admirarla intensamente.
Todo arte es completamente inútil.
H 56 – 22.06.2001
Continuidad de los parques
Julio Cortázar (1914-1984) Ceremonias, Final del juego, Seix Barral, Barcelona 2000, págs. 11 y 12.
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H 56 – 22.06.2001