Heráclito 45

A nuestros lectores

Sesenta y cuatro entregas* de Heráclito distribuidas durante otras tantas semanas han llegado a nuestros suscriptores, de quienes recibimos el halago y el aliento. No para alimentar vanidades ni para alentar otros propósitos que los ya anunciados. Que nuestros lectores nos contacten escribiéndonos para decir sus pareceres -unas veces coincidentes y otras diferentes de los textos que damos a luz-, nos hace pensar que hemos logrado suscitar el interés en ellos por los temas de la filosofía y del arte. Y esto sí nos halaga.

Con frecuencia los lectores nos han enviado sus textos para ser publicados en estas columnas; unas veces esos textos han visto la luz, otras veces no. No creemos merecer el agradecimiento de unos ni el reproche de otros. Tomamos nuestras decisiones según criterios propios y, seguramente, falibles. Pero algo más debemos decir: en todos los casos contestamos el correo y las notas que nos son enviados. Y con ese intercambio hemos logrado edificar relaciones que, trascendiendo los fríos monitores, poblaron con amigos nuestras oficinas y las mesas en los bares.

Son muchos los suscriptos que tienen el buen hábito de reenviar este medio a otras personas para que lo lean a su vez. Bien hecho. No obstante, si ellos lo desean, podemos suscribir a esas personas también para que reciban los envíos semanalmente y sin cargo.

Por fin, quienes hacemos Heráclito –los miembros de su staff, columnistas y colaboradores de diversos países, como así también los medios colegas que nos aportan su material y reproducen el nuestro- saludamos a nuestros lectores, que por estos días alcanzan el número de tres mil, y les agradecemos su compañía. También saludamos al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y al Centro Cultural Borges, que nos brindan su apoyo institucional.

La Dirección

* Recuerde el lector que esta es una reedición, de ahí la diferente numeración.
H 64 – 17.08.2001


Memorias argentinas del 2002

Consulta popular

Eduardo Dermardirossian

Se ha dicho que Argentina transita un tiempo pre-anárquico*. También que la inestabilidad institucional y la paz social están en riesgo, que la soberanía puede sufrir menoscabo a causa del desbarajuste económico, que el país está pronto a caer del mapa y quedar excluido del concierto mundial. Y para conjurar estos males se prescriben multitud de remedios: desde elecciones anticipadas hasta restricciones que importen un mero gobierno transicional a la espera de diciembre de 2003, desde el regreso a una nueva convertibilidad o un régimen de dolarización hasta una emisión monetaria e inflación controladas. “Que se vayan todos” recitan unos en la plaza pública, mientras otros, instalados en los estamentos del poder, juegan ajedrez con la ventura de los argentinos. A los poderosos del mundo y a los organismos multilaterales de crédito se les asignan diferentes grados de responsabilidad en la megacrisis, dependiendo la naturaleza y el peso de los cargos de quiénes levanten el dedo acusador.

Hace poco tiempo publiqué un artículo bajo el título En efecto, son prolíficos los tiempos argentinos, donde repasé rápidamente los cambios que mostró el país en corto tiempo. Y bien, siguen siendo prolíficos nuestros tiempos, preñados de hechos nuevos, de sorpresas algunas veces, de desventuras las más. Pero esa misma preñez me alienta a creer que hay arreglo para este tiempo argentino.

Las naciones no se suicidan. Buscan siempre, algunas veces sin percibirlo, mecanismos de recuperación, de sensatez, de equilibrio para emerger finalmente. En qué momento hallarán esos mecanismos, si será antes o después de transitar por estas o aquellas vicisitudes, es difícil de predecir. Pero es deseable que la puerta de salida se encuentre antes de transitar por episodios de dolor extremo.

He aquí algunas reflexiones que quiero dar a la consideración pública. Ojalá merezcan ser miradas con ojo crítico y con voluntad benevolente pero firme.

Deseo examinar la viabilidad jurídica y política de convocar a unas elecciones generales en el ámbito de todo el territorio de la Nación, para que la ciudadanía diga a las autoridades que surgirán de los comicios del año 2003 qué políticas han de aplicarse en el futuro.

En primer lugar, corresponde revisar sin tardanza los mecanismos jurídicos que autoriza la Constitución Nacional. Su artículo 40, párrafo primero, consagra el instituto de la consulta popular vinculante. Dice ahí que “el Congreso, a iniciativa de la Cámara de Diputados, podrá someter a consulta popular un proyecto de ley. La ley de convocatoria no podrá ser vetada. El voto afirmativo del proyecto por el pueblo de la Nación lo convertirá en ley y su promulgación será automática”. Está claro que los reformadores, que incorporaron esta disposición en la sesión del 26 de julio de 1994 por 213 votos afirmativos y 38 en contra, quisieron evitar que la suerte de la consulta quedara a merced del poder ejecutivo.

La ley 25.432, reglamentaria de esta disposición constitucional, dispone que la ley que convoque a esta clase de consulta “deberá tratarse en una sesión especial y ser aprobada por el voto de la mayoría absoluta de los miembros presentes en cada una de las Cámaras”. (Aquí se plantea una vieja cuestión del derecho argentino, referido a si se trata de la “mayoría absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara”, como lo quiere el texto constitucional, o de “la mayoría absoluta de los miembros presentes”, como pretende el artículo 2° de la ley citada. Aún cuando la cuestión resulta substantiva por sus implicaciones institucionales, no la abordaré en este lugar.) El voto de la ciudadanía será obligatorio (art. 3, ley cit..) y para que la consulta sea válida deberá sufragar “no menos del treinta y cinco por ciento de los ciudadanos inscriptos en el padrón electoral nacional” (art. 4).

En su artículo 9, la misma norma dispone que la ley que convoque a la consulta popular “deberá contener el texto íntegro del proyecto de ley (...) y señalar claramente la o las preguntas a contestar por el cuerpo electoral”, respondiendo por sí o por no, sin admitir más alternativa. Los artículos 13 y 14 mandan que “no serán computados los votos en blanco” y que “el día fijado para una consulta popular, no podrá coincidir con otro acto eleccionario”, respectivamente. Asimismo, la consulta deberá hacerse en un plazo no menor a 60 ni mayor a 120 días corridos desde la fecha de publicación de la ley de convocatoria en el Boletín Oficial (art. 12, ley cit.).

Asociado al examen anterior, se presenta el asunto de la viabilidad política de la consulta. Porque no se trata de levantar estructuras jurídicas, aún de rango constitucional, si ellas no han de tener andamiento en la realidad, como acontece con otros derechos consagrados por nuestra Constitución, que luego se ven desvirtuados por el peso de los acontecimientos o por la violación impune y sistemática por parte de quienes debieran velar por su cumplimiento. He ahí el derecho de propiedad, consagrado en nuestro sistema jurídico, que recurrentemente ha sido desconocido y aún violentado.

Pero el pilar institucional fundante de nuestro sistema político es su estructura republicana y representativa, conforme a la cual la voluntad soberana de la Nación en su conjunto determina quiénes nos gobernarán en cada turno electoral y qué cosa harán durante su gestión pública. Vale repetir el concepto: quiénes nos gobernarán y qué harán. Y es aquí donde se plantea la dificultad, porque la participación democrática de la ciudadanía alcanza su primer propósito pero no el segundo, no garantiza el cómo, no le ofrece al sufragante un mecanismo eficaz para exigirle a su mandatario que cumpla con el contrato político que suscribió antes y durante el comicio. He aquí, entonces, la necesidad de examinar no sólo la viabilidad jurídica de la consulta, sino también su andamiento político. En suma, habrá que asegurarse que las autoridades por venir en 2003 cumplan efectivamente la voluntad de la Nación, la cual deberá ser dicha antes del comicio, antes aún de que los partidos políticos instalen a sus candidatos en las arenas del comicio.

Algo quiero advertir en este punto. Los gobernantes argentinos, sobre todo los de la última década, han escamoteado su compromiso con quienes les invistieron de autoridad y de poder, y parecida cosa ha ocurrido en otras naciones. Si estamos atentos a este hecho, si de verdad aspiramos a que los gobernantes ajusten su gestión a la voluntad del conjunto social, entonces tenemos que aplicar el mecanismo de reaseguro que nos ofrece nuestro orden jurídico a partir de la reforma constitucional de 1994.

En la presente circunstancia es del todo necesario plebiscitar las políticas que han de seguirse, y hacerlo antes de los comicios de 2003, de suerte que las autoridades que gobiernen en el futuro se vean compelidas, por imperio constitucional y por la voluntad ciudadana expresada en el comicio, a hacer lo que el pueblo les manda. Porque la ley que se sancione mediante el plebiscito será de cumplimiento imperativo y, además, tendrá la virtualidad de que, al debatirse, los partidos políticos y las otras fuerzas que gravitan en el escenario nacional, dirán su opinión al respecto. Ello importará un mejor conocimiento del sufragante respecto de las posturas de cada aspirante; impondrá a quienes resulten elegidos el compromiso de ajustar su gestión a la voluntad de la ciudadanía; también generará una actualización del pensamiento y de la gestión política que hoy deambula entre propuestas y presiones, sin encontrar un cauce institucional ordenado.

Total: que las autoridades que arribarán en 2003 tendrán un corset de legitimidad, tan necesario para gobernar la Argentina de este tiempo. Corset que al mismo tiempo será una herramienta vigorosa para utilizar dentro y fuera del país a la hora de hacer valer la voluntad soberana de la Nación.

Y bien. ¿Cuáles serán los asuntos a consultar? ¿Sobre qué temas, exactamente, se pronunciará la ciudadanía?

La naturaleza y profundidad de la actual crisis argentina plantea un problema a resolver. El de la extensión de la consulta, la pluralidad de los asuntos a plebiscitar y el de su complejidad. Porque no es saludable soslayar este tema si es que de verdad se va a hacer lo que quiere el pueblo y, a un tiempo, se pretende que la consulta sirva de herramienta que legitime la acción de los gobiernos que vendrán. Se tratará de votar por sí o por no, como lo manda la norma; por eso el texto de la ley que convoque a la consulta deberá ser preciso y puntual, sí, pero también acordado en un debate plural que se dará en el ámbito de cada Cámara del Congreso Nacional y en otros sitios donde ahora mismo los argentinos discuten qué rumbo debe seguirse. Lograr un proyecto de ley que importe al mismo tiempo un proyecto de país: de eso se trata.

Y es aquí donde los diferentes actores sociales podrán validar sus títulos, exponerse ante la ciudadanía para que sea ésta la que les diga sí a unos y no a otros. Los políticos tienen este débito frente a la sociedad que los cuestiona. Pues bien: es ahora el momento de ponerse de cara a ella. Habrá que proyectar una ley plebiscitaria que sea el resultado de un gran consenso tejido a la luz del día, un consenso que procure interpretar con fidelidad y sin subterfugios ni titubeos la voluntad de la sociedad. Se trata de pergeñar desde ahora qué nuevo contrato social vinculará a los hombres y a las instituciones del país argentino. En este momento nada es más imperativo que establecer certezas y anudar compromisos de convivencia que resguarden la paz social en el marco de unas reglas que sean claras y de cumplimiento imperativo para todos los actores.

Argentina es uno de los países de mayor endeudamiento externo. Esto es así en términos absolutos y también en relación al número de sus habitantes y a la cuantía de su producto bruto interno. Es también uno de los países que no aplicó ese endeudamiento a capitalizarse y mejorar sus recursos productivos, sino al consumo indiscriminado, a la especulación ociosa y a alentar la corrupción vernácula y extranjera. Es el país cuyo endeudamiento devenga los más altos intereses en el mercado mundial de capitales. Por tanto, Argentina es el país que soporta la mayor coerción no bélica en el mundo entero. Uno de los países más dependientes: eso es Argentina.

Dicho esto, hay que agregar sin demora que desde mediados del siglo que acaba de abandonarnos, y sobre todo durante las dos últimas décadas, el endeudamiento externo de los países de menor nivel de desarrollo económico es la herramienta de dominación que ha substituido a los ejércitos de ocupación de los países imperialistas. Liberarse de este condicionante equivale a expulsar al invasor del territorio propio, a cortar las cadenas que le aprisionan a uno y le impiden desenvolverse en la historia con determinación propia. He aquí la situación que nos embarga como Estado y como Nación. También como personas, que nos vemos sumidos en una sociedad que nos canibaliza a fuer de carencias.

Es por eso que el tratamiento que los futuros gobiernos han de dar al endeudamiento externo, la eventual suspensión sine die del pago de capital e intereses, el congelamiento de la deuda consolidada sin que corran intereses en lo sucesivo y, finalmente, la interrupción de toda negociación referida a la deuda y sus accesorios mientras dure la suspensión, deberán ser objeto de análisis cesudo y decidido para someterlo luego a plebiscito.

Las relaciones de Argentina con los países y organismos multilaterales de crédito que tengan acreencias en las condiciones predichas, se mantendrán y se alentarán en la medida que no impliquen un condicionamiento para la recuperación económica que se pretende alcanzar.

Se explorarán nuevos mercados para la producción vernácula y se preferirán los mismos para el abastecimiento de insumos y tecnología ausentes en el territorio nacional. A ese efecto se operará con la intermediación de terceros países para el abastecimiento interno, aún con costes adicionales.

Se preferirá el intercambio mercantil con los países del Mercosur y sus asociados, como así también con aquellos que no pretendan condicionar las decisiones autónomas del Estado.
La ley que convoque a la consulta alentará la recuperación de la capacidad productiva del país y el estímulo del mercado interno, mediante políticas fiscales de retenciones y subsidios que aseguren rentabilidad y equidad y, al mismo tiempo, reconstruyan la industria nacional y generen empleo.

Se crearán vías de financiamiento alternativo interno y externo y se preverá el salvataje de toda aquella actividad que dentro del territorio nacional se considere viable y necesaria. En este orden, se flexibilizará el pago de importaciones y de materias primas mediante desgravaciones impositivas y asistencia del Estado Nacional, que a ese fin podrá emitir empréstitos en moneda argentina por plazos que en ningún caso excederán de un año. Se facultará al Congreso Nacional a extender este plazo hasta cinco años, a partir del tercer año de vigencia de la ley plebiscitaria.

He dicho mis reflexiones acerca de cuál puede ser un camino posible para salir de la crisis que agobia al país argentino. Diría, más bien, que he osado decir de viva voz lo que aún es objeto de deliberación en mis adentros. La ausencia de tecnicismos económicos –que no he necesitado eludir porque no existen en mi haber- no representa, a mi parecer, una desventaja. Antes bien, diría que me favorecen y que favorecen al lector. Porque es mediante esos galimatías numerales y estadísticos de dudosa fiabilidad que nos enredan los conocidos popes de la economía. Porque desde tamañas distancias no se advierten sino los rasgos generales del problema, y se pierde de vista al hombre concreto con su desventura a cuestas. Recuerdo ahora que en cierto congreso de los países más ricos del planeta, realizado durante el 2001, se decidió que en el 2015 ya no habría más hambre humana... No se preguntaron esos señores congresales y sus respectivos gobiernos cómo harían los hambrientos para esperar catorce años, nada menos, para satisfacer esa necesidad tan perentoria.

Creo que parecida cosa le ocurre a la Argentina de este tiempo. No puede esta Nación aguardar la escurridiza bendición de sus acreedores para emerger finalmente de la crisis, para dar de comer a millones de sus habitantes, para sanarlos, educarlos. No puede Argentina depositar la esperanza de sus habitantes en las arcas de los poderosos. De ahí la necesidad de actuar sin tardanza. Pero también con valentía.

Una consulta popular vinculante de las características arriba descriptas es viable jurídica, política y económicamente. Dará legitimidad al gobierno que surja de los comicios de 2003 y aventará, en buena medida, las presiones internas y externas que suelen ejercerse sobre los gobernantes en estos difíciles tiempos de crisis.

* Este artículo fue escrito en junio de 2002, cuando Argentina se discurría por la más severa crisis económica de su historia.
H 112 – 19.07.2002


Frente a la maquinaria tecno-económica, el autor de esta nota propone subvertir mediante el pensamiento crítico y la creación artística el núcleo tecno-economicista que ocupa un lugar central en la cultura de comienzos del siglo XXI, para hacer de la cultura un factor de acercamiento entre las personas.

Resistir mediante la creación cultural *

Roger Lesgards **

El ingreso en el nuevo siglo se produce bajo el imperio de la eficacia, el rendimiento y la lógica financiera y consumista. La maquinaria tecno-económica tiende, en una gestión totalizadora, a absorberlo todo -también la cultura-, a imponer sus códigos, sus signos y sus lenguajes, a conformar el imaginario individual y colectivo, a movilizar inteligencias y sensibilidades y a conquistar cuerpos y espíritus para reclutarlos mejor y deshacerse de ellos según su antojo. Se trata de una máquina voraz que trasciende el terreno de lo económico y lo técnico.

Esta máquina toma su impulso a partir de tres resortes permanentemente tensos: el deseo, por definición nunca satisfecho, que se extiende por mimetismo; el rendimiento, es decir la acción en el estado más intenso, que le permite, a la vez, compararse, singularizarse y "trascender", como dicen los deportistas; y la libertad, palabra con la que juega presentándose como movimiento liberador, desregulador al máximo, que hace saltar las trabas de todo tipo...

Esta ideología seductora pretende constituir un humanismo. Pero en realidad se basa en la concepción de un hombre mediocre, conformista y dócil, de un hombre segmentado también al que pide que sea, a la vez, un productor eficaz, un celoso consumidor, un animal comunicador y un conjunto de órganos manipulables a su antojo. Se basa asimismo en la reducción de la sociedad a un mero agregado de individuos que para crecer y mejorar debe ser, estructuralmente, una sociedad desigual y excluyente. Su acción se ejerce por la mediación de las tecnologías de la información y la comunicación -de la televisión a Internet- que actúan sobre los tres registros mencionados y que supuestamente preparan una sociedad ideal, nec plus ultra del acceso al saber, la transparencia y la democracia.

Frente a esta invasión ha llegado el momento de volver a dar un contenido vigoroso a la noción de cultura en cinco o seis dimensiones por lo menos:

- Aprendizaje y ejercicio del pensamiento crítico, así como de la razón emancipadora que efectúa un trabajo permanente sobre las certidumbres apresuradas, las ideas recibidas, los pensamientos y creencias hechos que ofrecen los gurús del momento;

- Creación de soportes simbólicos (lenguaje, obras de arte) donde se ejercen el imaginario, la sensación, la sensibilidad, la emoción, la pasión; siempre con la vista puesta en una interpretación del mundo, de la vida, de la muerte, del pasado, para conseguir constituir una representación lo más coherente posible del tiempo y del espacio;

- Adquisición e intercambio de saberes -o sea, de algo que tiene relación con la verdad, con la búsqueda de la verdad- como experiencia humana acumulada;

- Relación con lo otro, lo diferente, lo diverso; comunicación (en el sentido de puesta en común), de construcción permanente por sí, por y con el otro pero también frente a ese otro;

- Relación con lo bello, que es expresión de una subjetividad (de un sujeto lo suficientemente libre como para entregarse a un juicio, un placer, una consciencia), al tiempo que tensión hacia un universal. Lo bello como reinvención permanente de la relación entre lo sensible y lo inteligible.

Frente al desencadenamiento de un tecno-economicismo a punto de constituirse en componente central de la cultura ¿cómo permitir que la cultura recupere autonomía e iniciativa? Y sobre todo ¿qué política cultural para un Estado-nación situado en Europa y abierto a los cuatro vientos del mundo? Cabe considerar dos ideas fundadoras; la primera sería intentar forzar lo tecno-económico hasta un punto crítico y subvertirlo a través de lo poético, es decir, de la creación artística. ¿De qué se trata? En primer lugar de ocupar este campo para explotarlo y sustraerle lo que pueda tener de favorable a una renovación de la creación. Es decir, casi siempre, desviarlo, subvertirlo, "izquierdizarlo". Pero también resistirlo de frente, oponerse a su desviación de explotación y de embrujo: la técnica como una nueva magia. Ocupar, desviar, resistir: tres verbos activos cuyos sujetos son, en este caso, crítica y creación.

¿Crítica? La palabra debe tomarse en el sentido de un análisis de los discursos y las prácticas, incluidos los usos razonables, en especial cuando la razón se convierte en técnica e instrumental. Se trata de separar las técnicas galopantes de una ganga ideológica que quiere hacer creer que son portadoras de una revolución y que, irresistiblemente, dirigen el movimiento de las cosas. El pensamiento crítico debe provocar una ruptura, una discontinuidad, una posibilidad de reconfiguración. En resumen, la esperanza en que se componga un nuevo perfil del mundo que no parta de un punto de vista tecnológico.Y en esta ruptura juega (y se juega) la creación artística. ¿No anuncia y proporciona objetos únicos, originales, en ruptura con la tradición; objetos que hacen que se abran nuevos horizontes, participando así en la creación del mundo? Arquitectura, poesía, teatro, literatura, música, danza, artes plásticas, cine, todas las disciplinas, y sus cruzamientos, tienen su sitio allí. Claro que junto con la investigación científica, siempre que ésta quiera recordar que su vocación original no es ponerse al servicio del economicismo o erigirse en moral, sino aportar nuevos conocimientos, compartirlos y desarrollar una de las vías hacia la búsqueda de la verdad. Apoyo a la creación en toda su diversidad: este sería el primer fundamento.

La segunda idea fundadora sería tomar la cultura como factor de acercamiento entre los hombres, con miras a la igualdad, la fraternidad, la comprensión mutua, y por consiguiente como instrumento de lucha contra el repliegue étnico, el repliegue sobre sí, el rechazo del otro, la segregación social, la discriminación. Francia (no solamente en suburbios) y Europa (no únicamente en los Balcanes) tienen una gran necesidad de ideas, de momentos, de lugares que unan. Pero en la actualidad la que gana terreno es precisamente la tentación opuesta: bajo la forma del etnocentrismo (mi cultura es superior a la tuya y te la voy a imponer); o bajo la de la purificación, la segregación, la discriminación, el nacional populismo y el racismo. Ni Coca-Cola, ni los pantalones vaqueros, ni Nike, ni Microsoft, ni siquiera Internet y las redes de ondas y de satélites aspersores de imágenes y sonidos, conseguirán invertir la corriente; será nuestra capacidad de codearnos con el otro, de abrirnos a él, de reconocerle como una parte de nosotros mismos. En otras palabras, de responder lo más positivamente posible a la cuestión que planteaba Cornelius Castoriadis: "Un hombre y una sociedad ¿pueden construirse sin oponerse al Otro, sin rechazarlo, y finalmente sin odiarlo?".

* Fuente: Le Monde Diplomatique, Edición Cono Sur. Servicio Info-Dipló 11/06/2001, www.eldiplo.org
** El autor es presidente de la Liga de la Enseñanza, París.
H 64 – 17.08.2001


El desafío *

Mensaje enviado por Eduardo Galeano al Segundo Diálogo de la Sociedad Civil, México, junio de 1995.

En Chiapas, los enmascarados desenmascaran al poder. Y no solamente al poder local, que está en manos de los devastadores de bosques y los exprimidores de gentes. La rebelión zapatista viene desnudando también, desde hace un año y medio, al poder que reina sobre todo México, un poder cuyas peores costumbres enseñan que las urnas y las mujeres están para ser violadas y que hacer política consiste en robar hasta las herraduras de los caballos en pleno galope.

Pero los ecos de Chiapas llegan más allá de la comarca y el reino. Marcos, el portavoz, ha dicho que él es zapatista en México y también es gay en San Francisco, negro en Africa del Sur, musulmán en Europa, chicano en Estados Unidos, palestino en Israel, judió en Alemania, pacifista en Bosnia, mujer sola en cualquier metro a las diez de la noche, campesino sin tierra en cualquier país, obrero sin trabajo en cualquier ciudad. Y en una carta entrañable, el sub ha evocado a su amigo, el viejo Antonio, y ha contado que el viejo Antonio opina que cada cual tiene el tamaño del enemigo que elige. Ahí esta, creo, la clave de la grandeza de este pequeño movimiento campesino, que ha brotado en un lugar que nunca había sido noticia para los fabricantes de opinión pública: su grito tiene resonancia universal, porque expresa una pasión de justicia y una vocación solidaria que desafían al todopoderoso sistema que impunemente se ha apoderado del planeta entero. Y el desafío se formula con bravura en los hechos y con sentido del humor en las palabras, con coraje y con alegría, que nos den cosas que buena falta nos hacen.

Está el mundo sometido a una vasta dictadura invisible. En ella, la injusticia no existe. La pobreza, pongamos por caso, que a tantos atormenta y que tanto se multiplica, no es un resultado de la injusticia, sino el justo castigo que la ineficiencia merece. Y si la injusticia no existe, la pasión de justicia se condena como terrorismo o se descalifica como mera nostalgia. ¿Y la solidaridad? Lo que no tiene precio, no tiene valor: jamás la solidaridad se ha cotizado tan bajo en el mercado mundial. La caridad está mejor vista, pero hasta ahora, que yo sepa, el supergobierno del mundo no ha ofrecido ningún Ministerio de Economía a la Madre Teresa de Calcuta.

El supergobierno: los gobiernos están gobernados por un puñado de piratas, elegidos en ninguna elección. Ellos deciden la suerte de la humanidad y le dictan el código moral. En vez de un gancho, tienen en el puño una computadora, y al hombro llevan un tecnócrata en lugar de un papagayo. Ellos dominan los siete mares de las altas finanzas y del comercio internacional, donde navegan los que especulan y se ahogan los que producen. Desde allí, distribuyen el hambre y la indigestión en escala mundial, y en escala mundial manejan a los mandones y vigilan a los mandados. La televisión, que trasmite sus órdenes, llama paz mundial o equilibrio internacional a la resignación universal.

Pero la condición humana tiene una porfiada tendencia a la mala conducta. Donde menos se espera, salta la rebelión y ocurre la dignidad. En las montañas de Chiapas, por ejemplo. Largo tiempo callaron los indígenas mayas. La cultura maya es una cultura de la paciencia, que sabe esperar. Ahora, ¿cuánta gente habla por esas bocas? Los zapatistas están en Chiapas, pero están en todas partes. Son pocos, pero tienen muchos embajadores espontáneos. Como nadie nombra a esos embajadores, nadie puede destituirlos. Como nadie les paga, nadie puede contarlos. Ni comprarlos.

* Fuente: http://muldia.com/cultura/galeano/desafio.htm
H 64 – 17.08.2001


Ser uno mismo

José Carlos García Fajardo*

La creatividad es una rebelión para liberarse de tantos condicionamientos que nos encadenan e impiden nuestro vuelo. La persona creadora no puede seguir un camino trillado. Se trata de actuar por convicción, aunque exija asumir riesgos.

Una persona creativa puede ver cosas que no ha visto nadie, oír cosas que los demás no perciben, alumbrar el mundo cada mañana.

El hombre nuevo se caracteriza por las tres ces: conciencia, compasión y creatividad. La conciencia es saberse y ser consecuente, la compasión es el sentimiento de convivir con los demás y la creatividad es la acción, más que la actividad rutinaria o impuesta. Contra el exceso de lógica está la plenitud movida por el sentimiento y regida por la intuición, que es la gran perdedora en lo que llaman desarrollo.

La acción creadora nace del silencio, de una mente contemplativa que ha hecho de la vida una celebración: por el agua que corre, por el cielo azul, por las nubes, por el sol y por las lluvias. La plenitud es el único fin de la existencia: ni tener, ni poder, ni acumular, ni mandar, ni los honores, ni las penas. Es locura sostener que vale más lo que más cuesta. Y es absurdo proscribir el ocio como fuente de peligros. Nos han inculcado la obsesión por una actividad que se ha convertido en compulsiva. Hay gente que vive para trabajar, para ganar dinero, para cuidar la salud. No se puede vivir para nadie, familia, amigos o institución alguna: se vive con ellos. Desde niños nos preparan para producir; producimos durante unos años y nos aparcan cuando dejamos de producir.

Es posible actuar sin buscar mérito alguno: la virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer. No es preciso llegar a Itaca ni a Jerusalén ni a Tombuctú: basta saberse en camino hasta que se cae en la cuenta de que uno es el camino.

Cuenta el sabio Tilapa que es bueno descansar como un bambú seco, a gusto con tu cuerpo. Un bambú hueco se convierte en flauta de la que arrancan inéditas melodías.

Dicen que Bodidharma, el primer patriarca budista que llegó a China, se echó a reir cuando cayó en la cuenta de que ya era aquello que estaba tratando de llegar a ser. De eso se trata, de estar cada vez más a gusto, cada vez más aquí y ahora, cada vez más hueco y más receptivo. Escuchar es acoger. Es necesario permitir que las cosas sucedan a través de uno. Y disfrutar, celebrar, crear, gozar cada instante: de la ducha, de la naranja, del café, del sol de la mañana, de la brisa, del color de las hojas, de la rugosidad de los árboles... pensar que hay gente que no percibe el paso de las estaciones, los rumores y los sabores, los olores y el tacto de las cosas y de una piel amiga. Nos han atrofiado los sentidos y nos hemos convertido en cómplices de este expolio. Nos estamos olvidando de vivir. Esa es la esencia de la sabiduría: actuar en armonía con la naturaleza, con el ritmo natural del universo, permitir que la vida fluya; y celebrarlo.

Es preciso descubrir la creatividad en nosotros, en el silencio y en la cooperación con cuanto sucede. La expansión de la conciencia sucede cuando caes en la cuenta de que ésta no es un objeto sino un proceso. Por eso, la vida real es creatividad; pase lo que pase siempre es bueno porque todo es lícito, aunque no todo convenga en cada momento.

La creatividad es un estado paradójico, como la belleza, la bondad, la verdad y la armonía. Cuando se descubre el sabor de la creatividad, todo se vuelve original e inédito y uno está sin saberlo donde siempre quería haber estado.

* Presidente de la ONG Solidarios y Profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid.
H 64 – 17.08.2001


Desde luego, otro fue el tiempo en que José Ortega y Gasset escribió su ensayo sobre La rebelión de las masas (su publicación inicial se hizo en La revista de Occidente entre los años 1926 y 1930). Ello no obstante –y más allá de la particular visión que este filósofo español tenía de la vida gregaria y de las relaciones económicas- merece tomarse en cuenta este párrafo recogido de págs. 251 a 254, de la edición Planeta, hecha en Barcelona en 1984.

Los escaparates mandan

Se dice que el dinero es el único poder que actúa sobre la vida social. Si miramos la realidad con una óptica de retícula fina, la proposición es más bien falsa que verídica. Pero tiene también sus derechos la visión de retícula gruesa, y entonces no hay inconveniente en aceptar esa terrible sentencia.

Sin embargo, habría que quitarle y que ponerle algunos ingredientes para que la idea fuese luminosa. Pues acaece que en muchas épocas históricas se ha dicho lo mismo que ahora, y esto invita a sospechar o que no ha sido verdad nunca o que lo ha sido en sentidos muy diversos. Porque es raro que tiempos sobremanera distintos coincidan en punto tan principal. En general, no hay que hacer mucho caso de lo que las épocas pasadas han dicho de sí mismas, porque –es forzoso declararlo- eran muy poco inteligentes respecto de sí. Esta perspicacia sobre el propio modo de ser, esta clarividencia para el propio destino es cosa relativamente nueva en la historia.

En el siglo VII antes de Cristo corría ya por todo el Oriente del Mediterráneo el apotegma famoso: Khrémata, khrémata aner! “Su dinero, su dinero es el hombre!”. En tiempo de César se decía lo mismo; en el siglo XIV lo pone en cuaderna vía nuestro turbulento tonsurado de Hita, y en el XVII, Góngora hace de ello letrillas. ¿Qué consecuencia sacamos de esta monótona insistencia? ¡Que el dinero, desde que se inventó, es una gran fuerza? Esto no era menester subrayarlo: sería una perogrullada. En todas estas lamentaciones se insinúa algo más. El que las usa expresa con ellas, cuando menos, su sorpresa de que el dinero tenga más fuerza que la que debía tener. Y ¿de dónde nos viene esa convicción según la cual el dinero debería tener menos influencia de la que efectivamente posee? ¿Cómo no nos hemos habituado al hecho constante después de tantos, tantos siglos, y siempre nos coge de nuevas?

Es, tal vez, el único poder social que al ser reconocido nos asquea. La misma fuerza bruta que suele indignarnos halla en nosotros un eco último se simpatía y estimación. Nos incita a repelerla creando una fuerza pareja, pero no nos da asco. Diríase que nos sublevan éstos o los otros efectos de la violencia; pero ella misma nos parece un síntoma de salud, un magnífico atributo del ser viviente, y comprendemos que el griego la divinizase en Hércules.

Yo creo que esta sorpresa, siempre renovada, ante el poder del dinero enciende una porción de problemas curiosos aún no aclarados. Las épocas en que más auténticamente y con más dolientes gritos se ha lamentado ese poderío son, entre sí, muy distintas. Sin embargo, puede descubrirse en ellas una nota común: son siempre épocas de crisis moral, tiempos muy transitorios entre dos etapas. Los principios sociales que rigieron una edad han perdido su vigor y aún no han madurado los que van a imperar en la siguiente. ¿Cómo? ¿Será que el dinero no posee, en rigor, el poder que, deplorándolo, se le atribuye y que su influjo sólo es decisivo cuando los demás poderes organizadores de la sociedad se han retirado? Si así fuese entenderíamos un poco mejor la extraña mezcla de sumisión y de asco que ante él siente la humanidad, esa sorpresa y esa insinuación perenne de que el poder ejercido no le corresponde. Por lo visto, no lo debe tener porque no es suyo, sino usurpado a las otras fuerzas ausentes.

La cuestión es sobremanera complicada y no es cosa de resolverla con cuatro palabras. Sólo como una posibilidad de interpretación va todo esto que digo. Lo importante es evitar la concepción económica de la historia, que allana toda la gracia del problema, haciendo de la historia entera una monótona consecuencia del dinero. Porque es demasiado evidente que en muchas épocas humanas el poder social de éste fue muy reducido y otras energías ajenas a lo económico informaron la convivencia humana (...)

Nadie, ni el más idealista, puede dudar de la importancia que el dinero tiene en la historia, pero tal vez pueda dudarse de que sea un poder primario y sustantivo. Tal vez el poder social no depende normalmente del dinero, sino, viceversa, se reparte según se halla repartido el poder social, y va al guerrero en la sociedad belicosa, pero va al sacerdote en la teocrática. El síntoma de un poder social auténtico es que crea jerarquías, que sea él quien destaca al individuo en el cuerpo público (...)

Parece lo más verosímil que sea el dinero un factor social secundario, incapaz por sí mismo de inspirar la gran arquitectura de la sociedad. Es una de las fuerzas principales que actúan en el equilibrio de todo edificio colectivo, pero no es la musa de su estilo tectónico. En cambio, si ceden los verdaderos y normales poderes históricos –raza, religión, política, ideas-, toda la energía social vacante es absorbida por él. Diríamos, pues, que cuando se volatilizan los demás prestigios queda siempre el dinero, que, a fuer de elemento material (1), no puede volatilizarse. O de otro modo: el dinero no manda más que cuando no hay otro principio que mande (2).

(1) Disentimos con el autor. El dinero es, por su propia naturaleza, un bien inmaterial y simbólico. La materialidad de su ‘soporte’ no desautoriza este aserto (N de la R).
(2) Nuevamente disentimos, porque la simple observación de la realidad nos impide subestimar la importancia que el dinero tiene. Esta opinión, lo sabemos, nos sitúa entre quienes Ortega cataloga “de retícula gruesa” (N de la R).
H 64 – 17.08.2001


Sobre Mahoma, hijo de Isa

Mahoma, que era uno de los afortunados compañeros del Comendador de los Creyentes, sobrepasaba a todos por la agilidad de su pensamiento. Un día cabalgaba por las calles de Bagdad acompañado de una multitud de sirvientes. La gente se preguntaba:
"¿Quién es este hombre, con vestidos tan deslumbrantes, tan bien montado, tan rico?"

Y una vieja mujer que pasaba cojeando les contestó:

"Es un hombre pobre. Pues si Alá no le hubiese negado su gracia, su vanidad no sería tan grande".

Al oírla Mahoma, hijo de Isa, desmontó inmediatamente de su cabalgadura preciosamente enjaezada y admitió que ciertamente ésa era su condición. Y desde entonces abandonó toda demostración de boato.