Heráclito 46

Memorias argentinas del 2001

“Pandora fue el regalo que todos los dioses ofrecieron a los hombres, para su desgracia”

Eduardo Dermardirossian
eduardodermar@gmail.com


He tomado este título del Diccionario de mitología griega y romana de Pierre Grimal, que Paidós editó en lengua hispana en 1999, con traducción de Francisco Payarols. En rigor, para los propósitos de esta reflexión mejor hubiera cuadrado que el mito hesiódico estuviera referido a los argentinos en particular y no erga homnes. Pero podemos excusar a ese griego por su fallo; después de todo, ¿cómo podía prever él, con tanta anticipación, que los dioses desgraciarían al país de los argentinos, exonerando así al resto de los hombres de tamañas desventuras?

Aquel narrador de la vida y desventura de los hombres y de los dioses ignoraba que en el futuro un país se llamaría Argentina, que sería mujer, como Pandora, y que al igual que ésta sería victimizada por sus hijos y entenados. También ignoraba que Argentina, al igual que aquella primera mujer creada por Hefesto y Atenea, abriría la vasija de la que saldrían los males que luego iban a aquejarle, esparciéndose por su territorio y por todas las casas de todos los hombres y mujeres. ¡Suerte, no obstante, para tales hombres y mujeres que, al igual que Pandora, Argentina también logró cerrar la vasija antes de que la esperanza escapara de ella.

Argentina vive las semanas, los días, las horas. Los períodos de tiempo en que acontecen hechos relevantes en la vida de este país son brevísimos. Los acontecimientos, los hechos, las alegrías y tristezas que acompañan a los argentinos son efímeros; quizá –no lo sé de cierto- es así en holocausto a Crono, otro impiadoso habitante del Olimpo. Todo alumbramiento conlleva la penumbra, todo derrotero tiene comienzo y fin, a la vida ha de seguir la muerte; pero es claro que entre lo uno y lo otro hay un entretanto, una duración; en suma, un tiempo que da ocasión a la acción o que construye alguna historia. Pues bien: en nuestra Argentina ese tiempo es minúsculo, esa acción es casi inexistente. Por eso creo que esta etapa de la vida argentina no podrá ser recogida por la historia; en todo caso será escrita bajo un título más o menos así: Argentina caótica. Que todo caos está preñado de orden es verdad, y de ello da fe el universo. Argentina como Pandora, digámoslo otra vez, logró cerrar a tiempo la vasija para conservar en ella la esperanza.


Ahora instalémonos en el presente argentino. La comisión de la Cámara de Diputados que investiga el lavado de dinero espurio en Argentina, ha dado un preinforme en estos días. El documento, de una extensión que excede holgadamente las mil hojas, puede solicitarse a esa comisión investigadora o leerse en las ediciones electrónicas de los grandes diarios del país. En él se denuncian hechos delictivos que habrían causado desequilibrios economicosociales de magnitud en la Argentina durante las dos últimas décadas, a la vez que explicarían el contraste creciente entre las grandes concentraciones de recursos en unas pocas manos y la pauperización de las mayorías. Nombres de personas físicas y jurídicas presuntamente involucradas en esos desaguisados, descripción de fraudes multimillonarios vinculados con evasión tributaria, narcotráfico y narcolavado, tráfico ilegal de armamentos, actos de corrupción de funcionarios públicos y de corporaciones privadas... Y más, más todavía, según prometen los integrantes de la comisión parlamentaria. Afirmaciones que habrá que probar ante la justicia, claro*.

No hay dudas que esta vez Pandora quiso abrir su vasija en Argentina. Pero otras versiones explican el mito: dícese que la vasija contenía no los males sino los bienes, y que le fue entregada por Zeus a Pandora, quien, abriéndola, dejó que esos bienes volaran para reunirse con los dioses. Así, entonces, los hombres (digamos, los argentinos) quedamos dueños de los males solamente.

Aguardemos unos días. O unas horas. Los tiempos argentinos son prolíficos, vertiginosos; esperemos un tanto y quizá veamos pasar un cortejo delante de nuestros ojos. Pero no me preguntes, lector, qué clase de cortejo será ese ni qué dirección tomará, porque eso no lo sé.

Post scriptum: Hoy, año 2009, esos hechos no han sido demostrados. Pero aún así, el jaleo parlamentario de entonces es indicativo del clima en el que vivía Argentina por aquellos años.

H 65 – 24.08.2001


Las reglas de la no violencia

Eugenio Raúl Zaffaroni *


La protesta contra la hegemonía expoliadora de la actual etapa de poder del planeta quiere asumir metodologías no violentas, pero cuando obtienen como respuesta la represión policial, la criminalización y la campaña difamatoria, algunos opinan que es imposible. Se equivocan: quienes así opinan son los más débiles. Ante todo, no violencia no significa no lucha, sino precisamente lucha no violenta. Y esa lucha tiene reglas inflexibles. Las más elementales son: a) no debe contaminarse la no violencia con la violencia, pues un solo acto violento la deslegitima; b) no garantiza que la respuesta sea no violenta, sino todo lo contrario, porque el poder arbitrario sólo sabe responder violentamente; c) la clave del éxito se halla en resistir y sufrir la violencia sin responder con actos violentos, porque la derrota es la respuesta violenta.

El potencial de la lucha no violenta es infinitamente superior al de la lucha violenta: bastaría con que todos nos quedásemos en nuestras casas para que en pocos días se derrumbe cualquier poder, o con que nadie acuda a una convocatoria bélica para que no hubiera guerra, o con que nadie pague más un impuesto para que el poder cruja. Claro: para esto se requiere un alto grado de organización, consenso, disciplina, paciencia y convicción en el método y en el triunfo final. Sin estas condiciones no es posible una lucha no violenta.

Para ello deben internalizarse pautas de pensamiento conforme a las reglas de la no violencia, lo que no es fácil, porque desde siempre se nos enseñó que no es lucha, que no es “viril”, que es de “maricones”, que “no es de hombres” regalarles flores a las mujeres de los banqueros, o pararse frente a las comisarías con carteles “no queremos robar, queremos trabajo” o hacer que los niños les escriban cartas a los hijos de los poderosos.

Desde la Primera Guerra Mundial se exasperó la idea de que lo “viril” por excelencia –y, según la lógica patriarcal, “bueno”– es la camaradería de la trinchera, entre colosos musculosos marmolizados en la estatuaria nazifascista o stalinista. Esto no es otra cosa que la traducción de la cosmovisión catastrofista spenceriana de lucha por la supervivencia de los mejor dotados que, por otra parte, es la culminación racista de una cultura de la rapiña y la expoliación que está en la base de la civilización industrial y que produce su saber, sus sujetos cognoscentes y sus jerarquizaciones humanas genocidas.

El poder violento nos ocultó siempre el potencial de la lucha no violenta; por eso ni siquiera se la menciona en la historia que glorifica sólo a guerreros y a políticos que decidieron guerras. La lucha no violenta tiene la ventaja de ser la única para la que el sistema de poder no tiene respuesta y por eso la oculta. Por ende, es la única practicable, pero tiene la desventaja de que no es sólo un método, como con frecuencia se cree, sino que es toda una cosmovisión diferente a la de nuestra civilización industrial.

Gandhi no formó un ejército de autómatas descerebrados que lo obedecían, sino que lideró un pueblo que compartía una cultura de lucha no violenta, que era el único método posible desde su cosmovisión, en que todas las vidas tienen un valor absoluto. El propio Gandhi provenía de la tradición jainista, contemporánea del budismo, cuyos iniciados ortodoxos no sólo eran vegetarianos sino que usaban tules sobre sus bocas para no matar involuntariamente a pequeños insectos. Es una imagen fácil de ridiculizar por los fascistocorruptos, que dentro de poco reirán con sus bocas cubiertas con máscaras que filtren la polución atmosférica.

En modo alguno es imposible la resistencia por medio de la lucha no violenta, pero a condición de salir de la cosmovisión catastrofista spenceriana, aunque para ello, claro está, no es necesario que todos nos convirtamos al jainismo. La cuestión no pasa por allí, sino por tomar conciencia de que el éxito en la lucha no violenta dependerá de que logre un cambio cultural y no del empleo de una simple táctica.

No es legítima defensa disparar a la cabeza contra quien pretende lanzarle un extinguidor, pero sería mucho más palmario el comportamiento homicida si la víctima estuviese con las manos vacías. Pero para eso es menester superar la cultura violenta del agresor con la cultura de la no violencia radical. No sólo es posible luchar con éxito contra la hegemonía expoliadora mundial mediante la no violencia, sino que es el único camino viable para ahorrar millones de muertos, pero a condición de radicalizar la no violencia, lo que presupone la incorporación cultural del pensamiento no violento y una seria autocrítica sobre la incorporación del pensamiento violento a nuestros equipos psicológicos.

* Director del Departamento de Derecho Penal y Criminología UBA. Juez de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Fuente: Diario Página 12, Buenos Aires, edición del 20 de agosto de 2001.
H 65 – 24.08.2001


Reportajes

Hacia una soledad poblada

Cristóbal Sánchez *

Ancianos, prostitutas, drogadictos, mendigos, presos, enfermos mentales, inmigrantes, adolescentes anoréxicos, los marginados en general, comparten un secreto. Llevan grabado un estigma que les condiciona a albergar una soledad no elegida.

La soledad, como los tesoros más preciados, puede conducir al ser humano hacia la mayor riqueza o convertirlo en el más miserable de los seres. Estar solo, alejarse del mundo, ha sido a lo largo de toda la historia, el anhelo de santos, sabios, poetas y hombres que se buscan a sí mismos. "Cuán bienaventurado / aquel puede llamarse / que con la dulce soledad se abraza", escribía Garcilaso hace cinco siglos. Las grandes creaciones artísticas o los hallazgos científicos se producen a menudo como frutos de la soledad, en medio del silencio. Sin embargo, hay una forma de soledad que se ha convertido en una plaga que arrastra consecuencias sociales, psicológicas y afectivas que impiden la búsqueda de la felicidad a millones de hombres y mujeres.
Sólo soy alguien

Lo que diferencia a Alberto Estévez es su sonrisa. Sonríe siempre, aunque te cuente algo doloroso. Nervioso, conversador frenético, pero amable y franco. Cumple varios años de condena en la cárcel. Cuando hablamos de la soledad entorna los ojos, se echa mano a la frente y sale corriendo a buscar en la celda algo que escribió este verano para la revista del centro penitenciario. Releo algunos fragmentos: "Hoy me ha vuelto a visitar una antigua amiga. Antes, en la calle, era muy agradable. Ahora sólo veo muros y barrotes junto a mi antigua amiga. Su semblante es amargo, ya no es dulce. Me ha buscado y me ha encontrado. Se llama Soledad... El único consuelo que me queda, es que mi amiga Soledad ya conoce la vejez y yo no envejeceré con ella en este maldito lugar. Quizá vuelva a buscarla y sé que la encontraré, pero será junto a mi copa y brindaré por haberla buscado yo de nuevo. No ella a mí". Alberto espera con inquietud su libertad para comprar un coche y retirarse a trabajar en un pequeño pueblo abandonado, donde la droga lo olvide. Parece querer encarnar aquellos versos de Gabriel Celaya: "A solas soy alguien. / En la calle, nadie".

Sin hogar

Eusebio y Loli saben mucho sobre la soledad. Él hace tiempo que se hace llamar Coco, un nombre de guerra acuñado entre sus compañeros de la calle en homenaje a su prodigiosa memoria: "Me sé el mapa entero del metro". Coco ha vivido la mitad de su vida en la calle, de albergue en albergue, mendigando oportunidades. Ella vivió durante veinte años en un psiquiátrico, aunque su única locura fuera enamorarse de un hombre "que no le gustaba a mi madre", dice. Coco y Loli no están solos desde 1993, cuando empezaron a vivir juntos. "En la calle siempre estás con compañeros. Pero si me preguntas si me he sentido solo, te respondo que si vives en la calle, siempre estás solo. Y a la vez te digo, que aunque esté solo, en mi soledad no estoy solo, siempre encuentro a alguien. Hay que aprovechar los encuentros." Le digo que eso parece contradictorio y me responde seco: "No, no lo es".

Loli asiente y añade: "Nosotros no hemos estado tan solos como otros. Ni la soledad es tan mala. En el psiquiátrico yo a veces hacía algo para que me castigaran y así poder estar sola, estaba más a gusto." Ahora asiente Coco: "No, no es tan mala". Terminamos la conversación, se dirigen a un piso de protección social que han conseguido hace unas semanas. Por fin les ha llegado una de esas alegrías que raramente llegan a la casa del pobre.

Soledad acompañada

Muchos parecen considerar que el infierno está en ellos mismos o en los demás, e interpretan la soledad desde puntos de vista radicalmente distintos. La soledad no es un hecho objetivo. Si es cierta la soledad de los marginados, también el poder, el dinero o la inteligencia engendran soledades infinitas. No hay soledad más insoportable que la de aquel que encuentra estúpidos a los demás. Padres de familia, universitarios, amas de casa, profesionales liberales, futbolistas, rock & roll stars, por no hablar de los workalcolic (adictos al trabajo y que por él arruinan sus relaciones humanas) visitan las consultas de los psicólogos con la angustiosa sensación de estar solos. Rodeados, como están, de hijos, amigos, vecinos o empleados.

En las encuestas que recogen los centros de investigaciones sociológicas sobre la soledad de las personas mayores, demuestran que la mayoría de los ancianos piensan que la soledad es un accidente o algo inevitable. Es el destino infausto el que interviene para que una persona se encuentre sola. Esas mismas encuestas nos dicen que los ancianos, en general, no ven la soledad como algo dramático. Más allá de lo evidente, parece que los mayores saben manejar su soledad, la dominan con paciencia y sin acobardarse. Y también que no quieren implicar en sus problemas al resto de la sociedad y, mucho menos, a su familia. Su soledad es suya y prefieren no culpar a nadie de ella.

Los mayores se sienten más solos e inseguros por la noche. Por ese motivo Lucía, de 83 años convive con una joven estudiante de Periodismo, Mª José, a través de un programa de Vivienda Compartida entre Mayores y Estudiantes que lleva a cabo una ONG. Lucía es animosa, bienhumorada y sabia. No le gusta regodearse en sus penas y, por el contrario, busca motivos para que la vida le resulte una celebración. Sin embargo, reconoce que "la soledad es angustiosa. En mi caso, yo no tengo hijos y si no viviera con alguien, estaría falta de cariño, confianza, vitalidad..." Y sigue: "La soledad para mí es tristeza y miedo. No soporto acostarme sola. Lo paso muy mal, de verdad. Ya son muchos años sin nadie a mi lado, pero no me acostumbro".

Isabel, otra de las ancianas integrantes de ese programa, nos comenta: "Hace 3 años me quedé viuda y, qué quieres que te diga, lo peor son las noches. Tengo hijos, pero cada uno tiene su vida y yo tengo que tener la mía. Me quieren y yo a ellos, pero me falta mi marido". También comenta: "No conozco a nadie que se acostumbre a la soledad. Es un tipo de vida raro. Es extraño cocinar para una persona sola y máxime cuando durante toda la vida hemos sido tantos en mi familia. Además, en las grandes ciudades todo queda siempre lejos: el médico, los comercios... y ¡con esa inseguridad!".

La soledad de una diva

Minerva fue una famosa cantante hace unos años. Hoy es una mujer a la que una enfermedad dejó ciega. Conserva el porte y el carácter de una diva. Minerva reconoce estar sola, con una soledad no elegida. "La soledad yo la defino como una muerte en vida. Yo tengo una gran vida interior y una fortaleza enorme, pero también tengo la peor soledad, la de mis sentimientos dañados". En buena medida su actual soledad está motivada por su separación y por la muerte reciente de su madre. "Tengo un amigo que busca la soledad en la naturaleza. Me llama y me cuenta que tiene delante una encina y a mí me encanta. Prefiero estar en medio de la naturaleza que rodeada de gente". Minerva preferiría recuperar la agilidad de las piernas (también está afectada por una variedad de esclerosis) que la vista. A pesar de los momentos difíciles por los que pasa, con una palanca Minerva mueve el mundo. "La soledad va a ser el mal más grande en el futuro".

La soledad de las viudas, muchas veces se gesta a lo largo de matrimonios cerrados. Influye el amor, pero también la falta de alternativas vitales. Teresa Olmos, que dirige una asociación de viudas, comenta: "La figura de la mujer como madre, cocinera y limpiadora todavía está muy presente en muchas familias. Esta persona se pasa todo el día en el hogar y apenas se relaciona con nadie, no vaya a ser que se enfade el marido. Todo el día encerrada entre cuatro paredes esperando que él llegue de trabajar para ponerle la cena. ¿Qué pasa cuándo él falta? En ocasiones, su vida gira entorno a la de él".

Cuando trabajan padre y madre, especialmente en las grandes ciudades, los hijos son los que empiezan a vivir períodos de soledad de consecuencias aún no suficientemente evaluadas. El niño se refugia en la televisión, en los videojuegos o en formas solitarias de pasar el tiempo.

Cuando faltan las raíces

Tatiana Ropaín es una estudiante colombiana de Comunicación Audiovisual que emigró a España. "Hablar de la soledad no es nada fácil después de casi diez años de estar en España. No, no creo que me haya acostumbrado a la soledad, simplemente me he acomodado a ella". Nadie la esperaba, a nadie conocía, nunca antes había visitado Europa. "Cuando acabas de llegar, la soledad no se nota puesto que todo es nuevo, las costumbres, la forma de percibir la vida, etc...".

Tatiana es cantautora y anda con su guitarra de aquí para allá. Parece haber leído al Durrell de Clea cuando escribe: "La música ha sido inventada para confirmar la soledad humana". Para Tatiana "el aumento del materialismo hace que las personas se vayan alejando de lo que realmente vale la pena en esta vida, que es la compañía de los demás. La competitividad permite que cada día florezcan un mayor número de islas, en donde no hay cabida para el conocimiento interior, para una charla profunda, para escuchar los problemas de los demás y exponer los tuyos".

Además de su afición a la música y de sus estudios, colabora como voluntaria en tareas sociales y se mantiene activa en todo momento. Sin embargo, existe un desarraigo primitivo que permanece y produce una soledad profunda en aquellos que viven fuera de su tierra.

Soledad poblada

Cuando la soledad es el hallazgo después de una búsqueda, el hombre que la posee es afortunado. La soledad en ese caso es la decisión después de una alternativa. O la consecuencia de su propia madurez. Suele ser una soledad preñada de cariños. Una soledad poblada. Pero, si en medio del bullicio y del tumulto, una persona siente un hueco donde debería alojarse el corazón, debe luchar. La soledad no es una situación irreversible ni provoca daños irreparables, se acomoda a nuestro personal proyecto de vida.

* Periodista de la ONG Solidarios para el Desarrollo, Madrid.
H 65 – 24.08.2001


El autor de este texto ha querido refugiarse en el anonimato

Diario

Anotación al sábado 30 de diciembre de 2000.

Sobre la existencia de Dios quiere discutir conmigo. Y no tan sólo eso: quiere también indagar acerca sus pruebas. “¡Vamos, Abelardo –le dije (él me escribe desde Madrid)- mira que ya estamos a fines de año! Pon en orden tus cosas hoy y mañana ve a comprar unos espumantes y turrones para celebrar, para despedir al que se va, para darle digna bienvenida al que llega. Deja por unas horas tus quehaceres metafísicos y ocúpate ahora de los menesteres mundanos. Hazte amigo de Epicuro, de Baco y de Afrodita. Y sé feliz”.

Abelardo es un hombre bueno, afecto a las cosas de Dios, de la Verdad y del Alma. Abelardo no cesa de rondar los arrabales de la filosofía para hallar respuestas a las cosas que azuzan su mente acalorada. Se ha olvidado Abelardo que transita por el mundo a bordo de su carnadura de huesos y pasiones. Entonces busca. Y dice saber lo que busca.

Cierta vez le increpé: “dime, Abelardo, tú dices que sabes lo que buscas, me dices que es la Verdad el objeto de tus afanes. Y crees, claro, que cuando te veas de cara con la Verdad sabrás que es ella. Por tanto, le conoces. Y dime también, ¿por qué buscas lo que ya conoces? ¿qué clase de búsqueda metafísica es esa?” Me dijo: “tú no comprendes ahora, pero un día comprenderás”.

Rodando por los arrabales de Madrid y de la filosofía lo imagino a Abelardo. Su rostro no conozco, su edad y otras condiciones tampoco; él es uno de aquellos de mis contertulios cuyos rasgos adivino por sus palabras, por sus reflexiones desenfadadas hechas al amparo de los chips y números binarios que pueblan nuestros días.

H 65 – 24.08.2001


Cuentos del Antiguo Egipto

En versión y con introducción y notas de Emma Brunner-Traut, Edaf ha editado este libro en Buenos Aires, año 2000. La traducción corresponde a Pablo Villadangos. Sucesivamente publicaremos tres cuentos a partir de ésta entrega. Antes, un breve párrafo de su introducción, pág. 14.

Como en casi ninguna otra parte del mundo, el cuento del Antiguo Egipto nos revela su imbricación con la fe y la vida. Cómo está interrelacionado con el mito, dónde da respuesta a las circunstancias políticas o cuándo recibe su impulso de la crítica social; ese saber lo recibimos del pueblo de los faraones. Entre los cuentos textuales no hay uno solo que no alcance el reino de los dioses o, por lo menos, toque el trono del rey, que camina sobre la tierra henchido de divinidad.

Isis busca refugio
Ibídem, págs. 153/155

Soy Isis y huí de la hilandería en que me había metido mi hermano Seth. Pero Thot, el gran dios, la cabeza suprema de la verdad en el cielo y sobre la tierra, me dijo: “¡Ven pues, divina Isis! Es bueno escuchar: uno vive si el otro lo guía. Escóndete con tu pequeño hijo para que venga hasta nosotros cuando su cuerpo sea robusto y su fuerza esté completamente desarrollada, para que le sentemos en el trono de su padre y le concedamos la corona de soberano de los dos países”.

Y así salí al atardecer, y siete escorpiones me siguieron y me sirvieron: Tefun y Befun, muy cerca, detrás de mí; Mostet y Mostetef, debajo de mi palanquín; Pitet, Titet y Matet me aseguraban el camino. Yo les grité con insistencia, y mis palabras entraron en sus oídos: “¡No conozcáis (1) a ningún negro, no saludéis a ningún rojo (2), no hagáis diferencias entre los nobles y los plebeyos! ¡Mantened vuestro rostro agachado mirando el camino! ¡Guardaos de guiar al que me persigue (Seth), hasta que hayamos llegado a la ‘casa del cocodrilo’, a la ‘ciudad de las dos hermanas’, frente a la zona pantanosa más alla de Buto!”.

Por fin llegué a las casas de las mujeres casadas. Pero tan pronto como una noble dama me vio de lejos, cerró su puerta ante mí. Esto disgustó a mis acompañantes (los escorpiones).

Éstos se reunieron para debatir sobre ella y juntaron su veneno en la punta del espolón de Tefun. Entonces, una (pobre) muchacha del pantano me abrió la puerta y entramos en su choza miserable. Tefun ya se había deslizado bajo las hojas de la (primera) puerta y picado al hijo de la mujer rica.

Entonces, se declaró un incendio en casa de la mujer rica, y no había allí nada de agua para extinguirlo. Sin embargo, el cielo vertió su lluvia en casa de la mujer rica, aunque no era la estación (del año) adecuada para ello. Debido a que no me había abierto, su corazón estaba afligido, ya que no sabía si él (su hijo) salvaría la vida.

Corrió entre lamentos por la ciudad, pero nadie acudió a su llamada.

Entonces, mi corazón también se afligió por el pequeño a causa de la desazón de su madre, porque él (el corazón) quería dejar con vida al inocente. Le grité: “¡Ven hacia mí, ven hacia mí!” Mira, mi boca tiene fórmulas de vida. Yo soy una hija conocida en su ciudad, porque aleja a los bichos venenosos con sus fórmulas. Mi padre me ha enseñado la ciencia. Pues yo soy su hija querida, de su carne”.

Después, posé mis brazos sobre el niño para hacer revivir al agonizante (y dije:) “¡Veneno de Tefun, ven, sal y fluye hasta el suelo! No gires a su alrededor y no te introduzcas (en el cuerpo). ¡Veneno de Befun, ven, sal y fluye hasta el suelo! Soy Isis, la diosa, la señora del hechizo, luminosa en el conjuro. Todo bicho que muerde me obedece. ¡Desciende gota a gota, veneno de Mostet! ¡No gires a su alrededor, veneno de Mostetef! ¡No te eleves, veneno de Pitet y de Titet! ¡No vagues a su alrededor, veneno de Matet! ¡Despréndete, pues, hocico de lo mordiente!...”.

(A los escorpiones:) “Mirad, mis órdenes os han sido impartidas desde la tarde en que os dije: ‘Estoy sola’. No pongáis en peligro nuestro nombre en las provincias. No conozcáis a ningún negro, no saludéis a ningún rojo. No os quedéis boquiabiertos ante las finas damas en sus casas. No hagáis diferencias entre los nobles y los plebeyos. Mantened vuestro rostro agachado mirando el camino hasta que hayamos llegado al escondrijo de Chemmis...”.

El fuego se había extinguido y el cielo estaba de nuevo tranquilo por la fórmula mágica de Isis, la diosa. La mujer rica se acercó y me trajo sus posesiones y también llenó la casa de la muchacha del pantano para la muchacha del pantano, porque me había abierto su rincón (3) más íntimo, mientras que la mujer rica estuvo enferma de pena durante toda la noche. Había empezado a notar las consecuencias de sus palabras: su hijo había sido mordido. Y ahora me traía sus posesiones como penitencia por no haberme abierto.

(1) Sobre “no conozcáis, no saludéis”, véase 2 Reyes, 4,29 y Lucas, 10,4.
(2) Con la utilización de los calificativos “los negros y los rojos” se hace referencia a los egipcios y a los extranjeros, respectivamente, es decir, a aquellos que proceden de la tierra roja y la tierra negra.
(3) El “rincón más íntimo” de la casa hace referencia al lugar donde viven las mujeres, o sea a la zona privada (...) A esta parte de la casa sólo se podía acceder a través de los recintos oficiales (...).


El camino del corazón

José Carlos García Fajardo*

Es el camino del coraje, palabra que proviene de cor, corazón. Valentía y cobardía son las dos caras de una misma moneda: el cobarde se deja llevar por sus miedos y se refugia en la aparente seguridad de la razón; el valiente reconoce sus temores y se adentra en lo desconocido. Apuesta por vivir en la inseguridad, con amor, en la confianza; es renunciar al pasado y acoger el futuro.

La inocencia perdida no puede recuperarse pero es posible una nueva inocencia. (In noccere: no hacer daño). Se evitan los peligros y se asumen los riesgos afrontándolos. Aunque la vida no tuviera sentido, tiene que tener sentido vivir.

El corazón siempre está dispuesto a arriesgarse, a asumir los desafíos, no a provocarlos; pues nadie puede ser probado más allá de sus fuerzas.

La mente no es más que memoria. El camino del corazón es creatividad, es ingenio y sentimiento a la vez.

La esperanza no es de futuro sino de lo invisible porque el futuro no consiste en lo porvenir, sino en lo que nos arriesgamos a buscar. No es una realidad, es una hipótesis.
Cada instante debe ser una celebración, sin cálculos ni prejuicios. Es preciso asumir la vida como un juego, ya que nadie nos pidió permiso para nacer. Jugar significa hacer algo por sí mismo, descubrir la luz interna de las cosas. La vida es un don, un quehacer que apuesta por la justicia, por la bondad y por la verdad como experiencia, no como creencia. Es absurdo apegarse a las cosas, como si hubiéramos de llevarnos algo más de lo que trajimos. La única forma de poseer es compartir con alegría.

Hay que vivir apasionadamente, vivir con coherencia, en la frontera del caos. Sugería Nietzsche llevar un caos dentro de uno si queremos alumbrar una estrella. Las instituciones fomentan el ansia de seguridad, para controlarnos. Quisieran ahogar la rebeldía para que no descubramos sus racionalizaciones contra nuestras legítimas ansias de saber y de sentirnos responsables; esa "âpre joie" como la definió De Gaulle, en Le fil de l’épèe, donde trata de las personas de carácter, no los bueyes en que quisieran convertirnos.

La belleza de la vida es su misterio, que siempre nos toma de sorpresa. Una persona se vuelve humana cuando se hace responsable de lo que es. El mayor coraje es ser dichoso, ser libres y vulnerables para que puedan atravesarnos los vientos.

* Profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid y Presidente de la ONG Solidarios.
H 65 – 24.08.2001


Un cuento sufí

Mejor matadle a él...

Tan pronto como arribaron a una aldea, unos ladrones apresaron a dos de sus habitantes. Cuando estaban a punto de darle muerte a uno de ellos, el infortunado exclamó:

“¿Por qué queréis matarme? ¿Qué razón os mueve para hacerme tanto mal?”

“Si te matamos a ti –le explicaron los ladrones- tu vecino, para no correr igual suerte, nos dirá dónde guarda su fortuna"”

“¡Pues en ese caso os equivocáis, porque él es más pobre que yo! Mejor matadle a él y yo, embargado por el terror, os confesaré dónde he escondido mi oro”.

Si bien el sufismo no responde a los rigores ni a la lógica de Occidente, en esta narración se advierte el uso de un sentido que es común a todas las culturas. En efecto, resulta excesivo empeñarse en hallar solamente diferencias.

H 65 – 24.08.2001