Heráclito 42

La cultura del “copia y pega”

Marcelo Colussi*


Para un porcentaje creciente de personas en el mundo es ya un lugar común en su cultura cotidiana el “copia y pega” (o “copy and paste”, como suele decírsele con frecuencia, evidenciando así la presencia anglosajona que rige buena parte de nuestra vida actual en cualquier punto del planeta).

Esto es algo reciente, de apenas unos años para acá, yendo de la mano de la explosión de la era informática. En las generaciones inmediatamente anteriores a las actuales, aquellas que no conocieron aún la computadora ni el internet, las que aún utilizaban la máquina de escribir (si tenían la dicha de ser alfabetizadas, claro está), no era siquiera remotamente pensable el fenómeno.

Y sin dudas, se trata de un “fenómeno social”, de una formación cultural que va más allá de una práctica puntual determinada, de una moda o de un hábito irrelevante condenado a pasar sin pena ni gloria. No, nada de eso: todo indica que estamos ante una nueva matriz cultural. Sin ánimo de ridiculizarlo, podría decirse que el “copia y pega” llegó para quedarse.

Pero, entonces: ¿qué es este dichoso “corta y pega”? ¿Este “control c control v” que aparece por todos lados?

La incorporación de las nuevas tecnologías cibernéticas en espacios crecientes de nuestra vida cotidiana tiene un valor tremendo, quizá similar a la aparición del fuego, de la agricultura, de los metales, la rueda o la máquina de vapor, esos elementos que sin lugar a duda son hitos definitorios de nuestra historia como especie. Al igual que pasó con todos estos grandes eventos, la aparición de la computación y su uso cada vez más masivo en la cotidianeidad, a lo que se agrega el internet como su complemento obligado, definen un nuevo perfil de sociedad, de modo de relacionarnos, y sin dudas también, de sujeto.

Las llamadas TIC’s –tecnologías de la información y la comunicación– tienen hoy una fuerza creciente y son las que marcan el camino en lo que cada vez más se conoce e impone como “sociedad de la información”. Sociedad, por cierto, que sigue siendo profundamente asimétrica, desbalanceada, y por tanto injusta, donde muy buena parte de la población planetaria aún no tiene resueltos problemas ancestrales (el hambre, la vivienda, el acceso a satisfactores básicos) y donde estas innovaciones no llegan: mientras la informática define cada vez más la marcha de los grupos que fijan la vanguardia de la especie humana, mucha gente aún no dispone de energía eléctrica, no tiene acceso a un teléfono, y más aún, sigue estando analfabetizada. Hoy por hoy, no más de un 10% de la población planetaria usa internet, pero no obstante esas profundas asimetrías, estas tecnologías crecen a velocidades vertiginosas y, como dioses omnipotentes, fuerzan a seguirles no importa a qué precio. El mito del progreso se ha impuesto y no tiene marcha atrás.

El ámbito de la informática, por tanto, va definiendo nuestro mundo, nuestra vida, nuestra forma de movernos en ese mundo. Cada vez más la computadora y una conexión a internet moldean nuestra humana existencia; para infinidad de cosas (informarnos, divertirnos, producir, realizar compras, buscar amigos, hacer el amor, calcular la trayectoria de una nave espacial o separar la basura orgánica de la inorgánica, etc., etc.…) dependemos de su uso. Tal como parece indicar esa tendencia, dentro de no muchas generaciones habremos asistido a cambios profundos, seguramente irreversibles, en las características generales de nuestra cultura teniendo a estas tecnologías como eje definitorio de lo que hacemos y dejamos de hacer. Por ejemplo, según estimaciones de la UNESCO, dentro de no muchos años lo que entendemos por educación formal tradicional basada en la institución escolar presencial habrá cambiado perdiendo protagonismo frente a estas nuevas modalidades virtuales, no siendo nada improbable que la escuela, en todos sus niveles, vaya tendiendo a su desaparición. Así como sucederá –o ya está sucediendo– con los documentos impresos. El periódico y el libro están condenados a su desaparición en un tiempo no muy lejano. De hecho, la prensa escrita y la correspondiente industria gráfica que la soporta no crecen; por el contrario, grandes diarios del mundo van extinguiéndose. Y el libro virtual, de momento lentamente, ya comienza a perfilarse como la nueva modalidad. ¿En cuántos años más pasará a ser pieza de museo, como ya lo son hoy grandes inventos de la modernidad: el telégrafo, la máquina de escribir, el diskette?

La pantalla de una computadora, tal como van las cosas, será nuestro marco de referencia total, donde miraremos todo, donde nos educaremos desde nivel preescolar hasta los doctorados, y de la que dependeremos en forma creciente para todo. Y aunque mucha gente en el mundo aún no tiene siquiera energía eléctrica, mucho menos acceso a una computadora e internet, de todos modos también pasa a depender de esa cultura global asentada en los chips y en lo multimediático.

Una rápida conclusión que puede extraerse de esto último es que, merced a esa primacía de lo audiovisual, cada vez leemos menos. En cierta forma, así es. Leemos menos o, quizá, leemos de otra manera. La erudición intelectual ya no se expresará a partir de cuántos libros se llevan leídos sino de la cantidad de información que se maneja. La cultura de lo virtual, de la pantalla de los multimedia, marca el camino (hoy día: pantalla plana de plasma líquido de alta definición, tanto de una computadora personal como de una portátil, o de un televisor, o de un teléfono móvil ya más cercano a una central de procesamiento de datos que a un aparato para hablar a distancia, sin contar con las nuevas modalidades que el mercado irá ofreciendo –obligando a consumir, mejor dicho–).

En ese clima audiovisual dominante es que se inscribe la cultura del “copia y pega”.

Con las nuevas tecnologías informáticas, definitivamente leemos menos. O al menos, leemos menos libros. Si a mediados del siglo XX, cuando nacía la televisión, Groucho Marx pudo decir sarcásticamente de ella que “sin dudas es muy instructiva… porque cada vez que la prenden, me voy al cuarto contiguo a leer un libro”, hoy día el peso de la cultura audiovisual es inconmensurable y, quizá parafraseando al humorista, podríamos decir que nos la pasamos “copiando y pegando”, pues ya no nos vamos al cuarto contiguo a leer.

Hay que reconocer que la cultura que traen estas nuevas tecnologías de la información y la comunicación sin dudas agradan, son muy amigables, entran muy fácilmente en el público. Más, quizá, que la lectura. La universalización del documento impreso que posibilitó la imprenta moderna disparó la alfabetización por todo el mundo. Fue en ese marco que Cervantes hizo decir a don Quijote que “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Verdad incontrastable, sin dudas. Verdad de la época en que era impensable un “copia y pega”. Pero más aún se divulgó, se impuso y cambió la manera de relacionarse con el mundo el ámbito de lo audiovisual. La lectura se popularizó y se universalizó en estos últimos siglos, pero mucho más lo hizo la cultura derivada de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Y la tendencia dominante indica que es más fácil que una cultura ágrafa, de las que todavía existen algunas pocas en el mundo confinadas en algún paraje remoto, pueda pasar con mayor comodidad a la computación y al internet que a la cultura del libro.

Ante el primado del “copia y pega” que se va imponiendo, una primera reacción –no de las generaciones jóvenes, hay que recalcar– es un grito de alarma: “¡se lee cada vez menos! ¡Sólo se copia y se pega! ¿Dónde iremos a parar?” A un joven, a alguien nacido y criado en la cultura informática de estos últimos años, a alguien que se le hace más común buscar una palabra desconocida en una enciclopedia virtual con algún motor de búsqueda que consultar un diccionario de papel yendo a una biblioteca, seguramente no le parece nada descabellado copiar y pegar lo que vio en una pantalla. En definitiva: ¿por qué habría de parecerle así?

No puede decirse, de ningún modo, que las sociedades basadas en estos nuevos soportes de las llamadas tecnologías de punta, tecnologías de la información y la comunicación, sean menos educadas que las que se formaron en la cultura libresca. Esa visión no es sino la expresión de un concepto bastante restringido, que toma como referente la modernidad europea, capitalista, donde la imprenta y la alfabetización marcaron una época, pero que no son el único modelo posible. Sin dudas la popularización de la lectura representó un avance fenomenal en la historia de la humanidad, en tanto universalizó los saberes, pero es un poco limitado pensar que sólo la cultura basada en la lectura de papeles es válida, o incluso: “la mejor”. Existen muchas posibilidades para desarrollar los saberes. La computadora y el internet son instrumentos válidos, interesantes, prometedores, por lo que sería tonto pensar que sólo producen “copiadores” y “pegadores” vacíos. Plantearlo así es, como menos, ingenuo –por no decir equivocado–.

Aunque ello es un riesgo posible, sin dudas. Y no debe dejar de considerárselo. Por el solo hecho de ser novedosa, una tecnología no forzosamente es buena, mejor que la anterior. Hoy, en el medio de una ya más que impuesta cultura consumista ávida de novedades, existe la tendencia a endiosar los productos nuevos, el último grito del mercado. Sabemos que eso no necesariamente significa mejoramiento. Significa, ante todo –y muchas veces sólo– buenas ventas para el fabricante. De todos modos, más allá de la moda que pueda haber en juego (las multinacionales que manejan los mercados imponen el consumo voraz de nuevos equipos de computación, nuevos programas, nuevas tecnologías “exitosas”, con una velocidad cada vez más vertiginosa), en sí mismo estos avances no son, para decirlo de un modo quizá demasiado simplificado, ni buenos ni malos. Son instrumentos. Lo cierto es que la profundidad y masividad de las nuevas técnicas informáticas y comunicacionales son tan grandes que, sin lugar a dudas, marcan caminos difíciles de evitar.

Poner el grito en el cielo porque ahora, por ejemplo, los alumnos “sólo copian y pegan” es, como mínimo, discutible. ¿Acaso antes de la aparición de estas tecnologías cibernéticas todo el mundo producía teoría? ¿Acaso la erudición era el pan nuestro de cada día en cada estudiante o en cada graduado en cuanta aula había en el planeta? La existencia de libros, ¿asegura que todo el mundo tiene acceso a ellos? Sabemos que el analfabetismo sigue siendo una cruda realidad en el mundo, y sabemos también que pese a que existan cantidades de libros dando vueltas por el planeta, aunque tengamos la posibilidad de leerlos, no todos leemos (se prefiere quizá hablar, o hacer deporte, o mirar televisión pese a la crítica de Groucho Marx), o leemos mal, o leemos lo mínimo indispensable. No está de más recordar que los libros que más se venden hoy día a nivel mundial son los de autoayuda. Algo así como, valga la comparación jocosa,… horóscopos. ¿Somos tan falibles, débiles y mediocres que necesitamos esos apoyos? Bueno… pareciera que sí, a estar con las ventas reales constatables. La cultura del libro, o del papel (también se leen diarios, pero no olvidar que en muy buena medida se leen las páginas deportivas, las policiales, y también los horóscopos) no asegura una excelencia académica. Leyendo papeles no hay “copia y pega”, pero también puede haber mucha mediocridad.

En definitiva: esta tendencia actual del “copy and paste” que han instaurado las nuevas diosas tecnológicas no es sino un aspecto instrumental. Las tecnologías, en sí mismas, no son sino eso: herramientas, ayudas para la vida. La cultura virtual que se va imponiendo a pasos agigantados no es éticamente valorable como positiva o negativa. Es un ámbito que se abre. Puede dar lugar a la más mediocre masificación manipulada desde los centros de poder –¿no es eso lo que instauró la escuela moderna masificada con el uso del libro acaso, una institución productora y reproductora del sistema capitalista?– o puede dar lugar también a una instancia liberadora, como la página electrónica donde ahora aparece este material. Ojalá, en todo caso, copiemos y peguemos todo lo que pueda ayudar a abrir los ojos, a fomentar pensamiento crítico. Como dijo alguien a quien más bien leemos en libros que encontramos en la red (pero a quien podríamos también –¡ojalá nos acostumbráramos a hacerlo!– copiar y pegar), el filósofo alemán Georg Wilhelm Friedrich Hegel: “el límite sólo se conoce yendo más allá”. Por tanto, andemos, caminemos. De eso se trata en definitiva. Una pantalla de plasma líquido es sólo un medio. Que los árboles no nos impidan ver el bosque.

* Actual columnista de Argenpress, el autor de esta nota fue corresponsal de Heráclito en Centroamérica y activo panelista de nuestro Café Filosófico.


Sobre la Igualdad

Fernando Savater, Diccionario filosófico, Planeta, Barcelona 1997, págs. 174/177.

Confieso que me avergüenzo de haber olvidado tantas cosas importantes que he leído o escuchado y de recordar en cambio de forma indeleble pequeñas trivialidades que sin duda habrían merecido ir a parar al basurero de la amnesia. Por ejemplo, siempre que oigo mencionar la palabra “igualdad”, con todo su noble cortejo de esforzados proyectos políticos y dignísimas intenciones morales, me zascandilea por la memoria una maliciosa coplilla de Dios sabe cuándo que solía recitarme mi abuela en mi primera niñez:

¡Igualdad!, oigo gritar
al jorobado Torroba.
¿Quiere verse sin joroba
o nos quiere jorobar?

Sin embargo, incluso esta cuarteta poco memorable se presta a reflexiones de más alto vuelo. En efecto, ¿en qué consiste realmente la igualdad humana? ¿Por qué nos resulta deseable... si es que la consideramos deseable? ¿Proviene su anhelo de un afán liberador o del resentimiento punitivo? ¿Se trata de una aspiración muy antigua, casi originaria en nuestra tradición cultural, o es uno de esos proyectos brotados de la revolucionaria modernidad? ¿Sigue siendo ahora, cuando casi seis mil millones de personas habitamos el planeta, un ideal tan aconsejable como pudo serlo hace siglos?

Quizá la única forma razonable de intentar responder a estas preguntas u otras semejantes sea acudir a nuestra tradición filosófica. También se puede, desde luego, comenzar por definir de forma taxativa qué se entiende por igualdad y cuáles son los tipos de ella que conocemos, algunos diferentes y aún incompatibles entre sí. Pero prefiero atenerme en este caso a la observación ya mencionada por Nietzsche cuando señaló que los conceptos tienen o definición o historia. Sin duda es muy importante tratar de precisar qué es hoy para nosotros la igualdad, en qué medida y modo resulta deseable y cuáles son las mejores vías prácticas para intentar hacerla efectiva. Pero también resulta seductor rastrear la genealogía de esa noción e intentar recordar cómo y por qué fue propugnada en el pasado, así como las diversas caracterizaciones que ha tenido a lo largo de nuestra historia intelectual...

H 61 – 27.07.2001


Sobre la tolerancia

Voltaire, Diccionario Filosófico, al abordar el artículo Alma (VIII), imagina el siguiente diálogo entre dos filósofos. RBA, Barcelona 2002, págs. 132/134.

«Hemos leído que en la antigüedad había tanta tolerancia como en nuestra época, que en ella se encuentran grandes virtudes, y que por sus opiniones no perseguían a los filósofos. ¿Por qué, pues, pretendéis que nos condenen al fuego por las opiniones que profesamos? Creyeron en la antigüedad que la materia era eterna; pero los que suponían que era creada, no persiguieron a los que no lo creían. Díjose entonces que Pitágoras, en una vida anterior, había sido gallo, que sus padres habían sido cerdos, y sin embargo de esto, su secta fue querida y respetada en todo el mundo, menos por los pasteleros y por los que tenían habas que vender. Los estoicos reconocían a un Dios poco más o menos semejante al que admitió después temerariamente Espinosa; el estoicismo, sin embargo, fue la secta más acreditada y la más fecunda en virtudes heroicas. Para los epicúreos, los dioses eran semejantes a nuestros canónigos y su indolente gordura sostenía su divinidad, y tomaban en paz el néctar y la ambrosía sin inmiscuirse en nada. Los epicúreos enseñaban la materialidad y la mortalidad del alma, pero no por eso dejaron de tenerles consideraciones, y eran admitidos a desempeñar todos los empleos.

»Los platónicos no creían que Dios se hubiera dignado crear al hombre por sí mismo; decían que había confiado este encargo a los genios, que al desempeñar su tarea cometieron muchas tonterías. El Dios de los platónicos era un obrero inmejorable, pero que empleó para crear al hombre discípulos muy medianos. No por eso la antigüedad dejó de apreciar la escuela de Platón. En una palabra, cuantas sectas conocieron los griegos y los romanos, tenían distintos modos de opinar sobre Dios, sobre el alma, sobre el pasado y sobre el porvenir; y ninguna de esas sectas fue perseguida. Todas esas sectas se equivocaban, pero vivieron en amistosa paz, y esto es lo que no alcanzamos a comprender, porque hoy vemos que la mayor parte de los discutidores son monstruos y los de la antigüedad eran verdaderos hombres.

»Si desde los griegos y los romanos queremos remontarnos a las naciones más antiguas, podemos fijar la atención en los judíos. Ese pueblo que fue supersticioso, cruel, ignorante y miserable; sabía, sin embargo, honrar a los fariseos, que creían en la fatalidad del destino y en la metempsicosis. Respetaba también a los saduceos, que negaban en absoluto la inmortalidad del alma y la existencia de los espíritus, fundándose en la ley de Moisés, que no habló nunca de penas ni de recompensas después de la muerte. Los esenios, que creían también en la fatalidad, y nunca sacrificaban víctimas en el templo, eran más [107] respetados todavía que los fariseos y saduceos. Ninguna de esas opiniones perturbó nunca el gobierno del Estado; y quizás hubieran tenido motivo para degollarse y para exterminarse recíprocamente unos a otros, si en tenerlo se hubiesen empeñado. Debemos, pues, imitar esos loables ejemplos; debemos pensar en alta voz, y dejar que piensen lo que quieran los demás. Seréis capaz de recibir cortésmente a un turco que crea que Mahoma viajó por la luna, ¿y deseáis descuartizar a un hermano vuestro porque cree que Dios puede dotar de inteligencia a todas las criaturas?»

Así habló uno de los filósofos; y otro añadió: –«Creedme; no ha habido ejemplo de que ninguna opinión filosófica perjudique a la religión de ningún pueblo. Los misterios pueden contradecir las demostraciones científicas; no por eso dejan de respetarlos los filósofos cristianos, que saben que los asuntos de la razón y de la fe son de diferente naturaleza. ¿Sabéis por qué los filósofos no lograrán nunca formar una secta religiosa? Pues no la formarán porque carecen de entusiasmo. Si dividimos el género humano en veinte parte, componen las diecinueve los hombrea que se dedican a trabajos manuales, y quizá éstos ignorarán siempre que existió Locke. En la otra veintava parte, se encuentran pocos hombres que sepan leer, y entre los que leen hay veinte que sólo leen novelas por cada uno que estudia filosofía. Es muy exiguo el número de los que piensan; y estos no se ocupan en perturbar el mundo. No encendieron la tea de la discordia en su patria Montaigne, Descartes, Gassendi, Bayle, Espinosa, Hobbes, Pascal, Montesquieu, ni ninguno de los hombres que han honrado la filosofía y la literatura. La mayor parte de los que perturbaron a su país fueron teólogos, que ambicionaron ser jefes de secta o ser jefes de partido. Todos los libros de filosofía moderna juntos no produjeron en el mundo tanto ruido como produjo en otro tiempo la disputa que tuvieron los franciscanos respecto a la forma que debía dárseles a sus mangas y a sus capuchones».

Este texto no ha sido publicado en Heráclito Filosofía y Arte.


Fedón

De la presentación

Luis Gil, traductor y prologuista, catedrático de Filología griega de la Universidad de Madrid. Ed. Orbis, Buenos Aires 1983, pág. 115.

Tan rico es el contenido del Fedón, que el subtítulo de “sobre el alma”, que le diera la Antigüedad, parece quedársele estrecho. No se puede negar, es cierto, que la parte fundamental del diálogo se destina a la discusión de los argumentos que se dan en pro y en contra de la inmortalidad del alma. Pero el Fedón no es solamente eso; hay en él muchas otras cosas de capital importancia: el esbozo de la doctrina de las ideas, toda una teoría del conocimiento, la formulación de un ideal de vida, y, dando unidad a todo ello, el maravilloso relato de los últimos momentos de Sócrates.

Del texto de Platón
Ibídem, págs. 229/231.

Pues bien, amigos –prosiguió Sócrates-, justo es pensar también en que, si el alma es inmortal, requiere cuidado no en atención a ese tiempo en que transcurre lo que llamamos vida, sino en atención a todo el tiempo. Y ahora sí que el peligro tiene las trazas de ser terrible, si alguien se descuidara de ella. Pues si la muerte fuera la liberación de todo, sería una gran suerte para los malos cuando mueren el liberarse a la vez del cuerpo y de su propia maldad juntamente con el alma. Pero desde el momento en que se muestra inmortal, no le queda otra salvación y escape de males que el hacerse lo mejor y más sensata posible. Pues vase el alma al Hades sin llevar consigo otro equipaje que su educación y crianza, cosas que, según se dice, son las que más ayudan o dañan al finado desde el comienzo mismo de su viaje hacia allá. Y he aquí lo que se cuenta: a cada cual, una vez muerto, le intenta llevar su propio genio, el mismo que le había tocado en vida, a cierto lugar, donde los que allí han sido reunidos han de someterse a juicio, para emprender después la marcha al Hades en compañía del guía a quien está encomendado el conducir allá a los que llegan de aquí. Y tras de haber obtenido allí lo que debían obtener y cuando han permanecido en el Hades el tiempo debido, de nuevo otro guía los conduce aquí, una vez transcurridos muchos y largos períodos de tiempo. Y no es ciertamente el camino, como dice Télefo de Esquilo*. Afirma éste que es simple el camino que conduce al Hades, pero el tal camino no se me muestra a mí ni simple, ni único, que en tal caso no habría necesidad de guías, pues no lo erraría nadie en ninguna dirección, por no haber más que uno. Antes bien, parece que tiene bifurcaciones y encrucijadas en gran número. Y lo digo tomando como indicios los sacrificios y los cultos de aquí. Así, pues, el alma comedida y sensata le sigue y no desconoce su presente situación, mientras que la que tiene un vehemente apego hacia el cuerpo, como dije anteriormente, y por mucho tiempo ha sentido impulsos hacia éste y el lugar visible, tras mucho resistirse y sufrir, a duras penas y a la fuerza se deja conducir por el genio a quien se le ha encomendado esto. Y una vez que llega adonde están los demás, el alma impura y que ha cometido un crimen tal como un homicidio injusto, u otros delitos de este tipo, que son hermanos de éstos y obra de almas hermanas, a esa la rehúye todo el mundo y se aparta de ella, y nadie quiere ser ni su compañero de camino ni su guía, sino que anda errante, sumida en la mayor indigencia hasta que pasa cierto tiempo, transcurrido el cual es llevada por la necesidad a la residencia que le corresponde. Y, al contrario, el alma que ha pasado su vida pura y comedidamente alcanza como compañeros de viaje y guías a los dioses, y habita en el lugar que merece. Y tiene la tierra muchos lugares maravillosos, y no es, ni en su forma ni en su tamaño, tal y como piensan los que están acostumbrados a hablar sobre ella, según me ha convencido alguien.

* Obra actualmente perdida.
H 61 – 27.07.2001


Divertimento sintáctico de Eduardo Dermardirossian

Fuga y regreso

Se enrolló sobre la rama verde como si lo hiciera sobre sí misma y fue uno con ella. Las estrellas comenzaron a estallar aquí y allá; unas veces se apagaban éstas para que estallaran aquellas, otras, estallaban todas a un tiempo. En un acto múltiple se manifestaba toda la vida, toda la energía de ese cosmos que quería ser caos.

Pronto las estrellas fueron chispas que saltaron desde el centro hacia afuera, y también perlas que nacieron porque sí y describieron espirales hasta girar en órbitas.

Más tarde se ocultaron las estrellas y se apagaron las chispas, las perlas abandonaron sus órbitas y lentamente se congregaron en el centro.

Ella permaneció ahí, enrollada sobre su rama, sobre sí misma, sobre la quietud infinita y laxa del sueño. Y el universo lentamente recobró su orden y las esferas celestes volvieron a su derrota.

H 61 . 27.07.2001