Heráclito 77

“¡Ah, si yo no hiciera nada, por simple vagancia!” *

Fyodor Dostoyevsky
Memorias del subsuelo, en versión española de José Fernández Sánchez

Dios mío, cómo me iba a respetar. Me respetaría precisamente porque dentro de mí habría tenido por lo menos vagancia; habría tenido por lo menos una cualidad probablemente positiva, en la que yo mismo haría creído. Pregunta ¿quién es ése? Respuesta: un holgazán; sería sumamente agradable oír eso de uno. Ello hubiera significado que estaba catalogado positivamente, que de mí tenían algo que decir. “¡Un holgazán!” es un título, un destino, una carrera, señores. No hagan bromas, así es. Entonces yo, miembro del primerísimo club por derecho, no tengo más ocupación que respetarme continuamente. Yo conocía a un señor, que toda su vida se enorgulleció de ser conocedor del Chateau-Lafite. Lo consideraba una virtud propia y jamás dudó de sí. Al morir tenía la conciencia no ya tranquila, sino, triunfante, y con toda la razón. Entonces yo optaría por una carrera: sería holgazán y comilón, pero no uno cualquiera, sino simpatizante, pongamos, de todo lo bello y sublime. ¿Qué les parece? Hace tiempo que lo tenía en el magín. De eso “bello y sublime” estoy hasta la coronilla a mis cuarenta años; bueno, eso es a mis cuarenta años, pero entonces -¡oh, entonces habría sido bien diferente!-. Inmediatamente me habría buscado una actividad a tono, la de brindar por la salud de todo lo bello y sublime. Todo en el mundo lo habría convertido en bello y sublime; en la inmundicia más asquerosa en indudable hallaría algo bello y sublime. Me haría lacrimógeno como una esponja.

H 89 – 08.02.2002



Entre la mesura y la desmesura. La medida humana como problema: de Sófocles a Platón

Julio Del Valle
De la Pontificia Universidad Católica del Perú

No son pocos los que entran a la filosofía buscando con ella orientar la vida, sin embargo, si nos fijamos en Platón descubrimos que la dialéctica, como proceso de diferenciación, no ofrece un camino seguro para enrumbar el conocimiento y con él la vida humana. No nos ofrece un camino seguro, pero sí nos exige un esfuerzo perseverante para, por lo menos, encontrar cierto rumbo claro. Así, por ejemplo, en el Filebo encontramos la imagen del diálogo como si fuera una travesía marina, una navegación, donde si uno falla una vez y es arrojado a los escollos, lo intenta una segunda y una tercera vez. La imagen no es nueva, pues ya desde la lírica arcaica se comparaba la vida humana, pero sobre todo el gobierno de los hombres, como si ésta consistiera en el ejercicio de un buen timón. La imagen no es nueva, decimos, pero el sentido de la imagen nos permite avizorar algo nuevo e interesante en Platón: un énfasis nuevo en la aventura del hombre librado a sus propias fuerzas. La imagen es cautivante, y, si me permiten adelantar en algo la discusión, nos presenta, en parte, pero con fuertes pinceladas, la naturaleza del ejercicio filosófico: un cierto esfuerzo, que no deja de ser soberbio, por alcanzar, a pesar de no ser seguro, con la ayuda de la sola razón, algo que siempre lo rechaza a sus orillas; un esfuerzo que, aparte de ciertos destellos conseguidos con mucho esfuerzo, no alcanza para pisar el terreno firme de la verdad.

Por otro lado, cuenta una vieja leyenda islandesa que Gylfi, tratando de encontrar la morada de los dioses, emprende una obstinada búsqueda. Los dioses, que todo lo ven, satisfacen sus ansias y le ponen una alucinación frente a sus ojos, haciéndole creer que esa es su real morada, y aquéllos sus verdaderos rostros. Gylfi, satisfecho y convencido, relata la visión a sus semejantes, y es esta la imagen que de los dioses se transmitió a los hombres: tal fue la revelación para los hombres, y en ese engaño aprendieron a vivir.

Es, pues, un asunto en extremo delicado el conocimiento, la sabiduría, porque: ¿cuánto podemos conocer de las cosas?, ¿qué norma de vida debemos aceptar en relación con ello?, ¿cómo podemos estar seguros? Se trata ciertamente de un problema de creencia, pero, sobre todo, de un asunto de medida, de prudencia, es decir, de acción. Para mostrarlo, el punto de comparación que se establece en este artículo es el de la tragedia sofoclea y el diálogo platónico.

Al comienzo hemos hablado del Filebo y con la imagen de la travesía marina nos hemos referido a buena parte, si no a todos, los diálogos platónicos. Por otro lado, el drama trágico griego nos ofrece la imagen de la bondad de la vida humana y de su grandeza, la vida buena, como si fuera una planta que crece frágil y que necesita del rocío para dar buenos frutos. Alude a la vulnerabilidad y cuidados que necesita toda planta para alcanzar su plenitud. En pocas palabras: en la tragedia la excelencia humana es vista como algo que tiene por real naturaleza una intrínseca precariedad y que, por ello, no puede ser invulnerable ni autosuficiente, manteniendo así, sin embargo, una peculiar belleza. Ahora bien, también es un empeño natural humano burlar esta precariedad y buscar un cierto tipo de autosuficiencia, un tipo de excelencia que sea inmune a la fortuna.

Sea como sea, la pregunta que siempre queda es: ¿cómo debemos vivir? Y a este respecto tenemos dos figuras dramáticas, hasta cierto punto dos personajes trágicos: Ayax y Sócrates. Ambos tienen que pagar con la vida los "errores" de su proceder en una comunidad determinada; ambos quiebran la medida adecuada de una comunidad determinada. La muerte de ambos, sin embargo, no es sentida de la misma manera: Ayax es un personaje trágico, Sócrates es el "padre" de la filosofía. De Sócrates casi no necesitamos hablar, salvo decir que el Sócrates que nos interesa aparece en un diálogo llamado Eutifrón; a Ayax, sin embargo, hay que presentarlo.

Ayax, espíritu autosuficiente, no permite que Atenea le dé protección en una batalla, pues, dice, con la ayuda de un dios cualquier cobarde es valiente: él, en cambio, se basta a sí mismo. Tiempo después, creyéndolo necesario, desacata la decisión tomada por dioses y hombres, en relación con el destinatario de las armas de Aquiles y Atenea lo llena de tinieblas, justo castigo para la desmesura humana, según los dioses. Atenea le nubla la vista y lo conduce seguidamente a un destino funesto. ¿Por qué?

La hipótesis que se expone es la siguiente: Ayax es un típico héroe homérico que Sófocles ubica en un escenario distinto al homérico con el fin de representar el nuevo orden del mundo emergente: el mundo de la comunidad democrática ateniense. Este mundo no admite dentro de sus reglas la permanencia del héroe homérico, puesto que éste es un personaje netamente individual cuyo mayor fin en la vida es conseguir una fama duradera para su nombre y linaje. En un mundo que ya no es el de los clanes, sino el de la comunidad política, tal actitud es contraria al ideal de isonomía: todos los ciudadanos son iguales ante la ley, y ésta es una decisión conjunta. Ayax muere, pero con ello Sófocles no trata de definir el pleito a favor de la comunidad. La tensión permanece. Por otro lado, el ideal cívico de la democracia se estrella en la figura de Sócrates: frente a la muerte de Sócrates, pero no solamente, es posible pensar que la decisión más sabia no depende de la mayoría. La comunidad política representada por la democracia ateniense deberá afrontar el reto de una nueva medida: la dialéctica platónica.
Puede ser una exageración, y, quizás, como el poeta islandés lo cuenta, el mundo escapa realmente a toda representación veraz, pero puede, también, la historia humana reflejar en su rostro las huellas de esta tensión. Podemos, pues, aprender a leer algo en sus arrugas.

Fuente: http://www.pucp.edu.pe/invest/insti/ira/filo3/Julcom.html
H 89 – 08.02.2002



Ernesto Sábato

La Resistencia, Seix Barral, 1° Ed, Buenos Aires, mayo 2000, págs. 20 y 21.

El hombre se expresa para llegar a los demás, para salir del cautiverio de su soledad. Es tal su naturaleza de peregrino que nada colma su deseo de expresarse. Es un gesto inherente a la vida que no hace a la utilidad, que trasciende toda posibilidad funcional. Los hombres, a su paso, van dejando su vestigio; del mismo modo, al retornar a nuestra casa después de un día de trabajo agobiante, una mesita cualquiera, un par de zapatos gastados, una simple lámpara familiar, son conmovedores símbolos de una costa que ansiamos alcanzar, como náufragos exhaustos que lograran tocar tierra después de una larga lucha contra la tempestad.

H 89 – 08.02.2002



¿Quién le teme a Rigoberta Menchú?

Sergio Ramírez M.
Arlington, febrero de 1999

La ansiedad por demostrar que la lucha armada nunca fue necesaria ni justa, sigue despertando pasiones que desbordan sin mucha gloria la reclusión de los panteones académicos, cuando, por otro lado, no quedan defensores muy animosos que quieran probar lo contrario.

Es la primera impresión que saco de la lectura del libro del antropólogo del Middelbury College, David Stoll, Rigoberta Menchú y la historia de los pobres de Guatemala, que ha levantado toda una polvareda, no por su alegato póstumo contra las guerrillas, sino porque hay quienes temen con desconsuelo, o esperan con júbilo, sobre todo en Guatemala, que el Premio Nobel de la Paz que le fue concedido en 1992 a Rigoberta sea anulado.

Nunca he creído que Guatemala sea un país de dos bloques homogéneos irreconciliables, como se pinta en los viejos esquemas de la izquierda, indígenas y ladinos, porque hay también ladinos muy pobres, y los dos son mundos muy variados y de una inmensa riqueza cultural. Y aunque, sin duda, hay una frontera que pasa dividiéndolos, Miguel Ángel Asturias, un ladino con perfil de estela maya, tal como lo dibujó una vez Toño Salazar, ganó el premio Nobel de Literatura, y Rigoberta Menchú, una indígena ixil del tronco maya, ganó el Premio Nobel de la Paz.

Pero sí sigue existiendo un régimen de apartheid, con una población indígena mayoritaria, pero excluida, algo que los acuerdos de paz entre la URNG y el gobierno del Presidente Arzú no resolvieron. Y quienes desde la colonia han tenido el poder político, nunca se han sentido contentos con ninguno de estos dos premios que de alguna manera han sido para la otra Guatemala, la Guatemala obscura de la opresión, y la de la imaginación, que vienen a ser, otra vez, la misma.

El alegato de Stoll para deconstruir a Rigoberta Menchú me parece desconcertante. Quiere probar que el personaje que resulta de su relato autobiográfico, Yo Rigoberta, es falso. Pero el que queda, una vez deconstruido el otro, es igualmente admirable: su hermano Petrocinio Menchú no fue quemado vivo en la plaza de Xejul; fue secuestrado y asesinado en el cuartel militar de Chajul. Su padre, Vicente Menchú, murió en la masacre de la embajada de España en enero de 1980, cuando había ido a la capital a denunciar el asesinato de su hijo; (Stoll induce la versión de que los indígenas no fueron asesinados por las tropas del régimen que asaltaron la embajada, sino que ellos mismos causaron el incendio en que murieron). A su madre Juana Tunt, la secuestraron y asesinaron en Uspatán dos meses después; la comunidad campesina de Chimel organizada por su padre fue arrasada en 1981; y su hermano Víctor fue asesinado en otro cuartel militar en abril de 1983. A los veinte años, cuando esta muchacha indígena se fue a París a contar su historia, sin saber siquiera cómo subirse al metro, y vestida como siempre con su traje ixil, que en Guatemala lucen las empleadas domésticas de las casas finas, estaba sola en el mundo.

Stoll quiere apagar las glorias de esta tragedia atacando las inexactitudes del relato de Rigoberta, para anularlo. El procedimiento narrativo que ella usa es, sin embargo, el más viejo del mundo: quien cuenta en primera persona, para que le crean, se pone por testigo de todo lo narrado. Rigoberta estuvo necesariamente allí. Dice que vio cuando quemaban vivo a su hermano. Stoll averiguó que no lo quemaron, lo asesinaron en un cuartel, lejos de los ojos de ella. Pero la esencia de los hechos no cambia. Cuando empezó a contar, estaba sola en el mundo.

A través de la deconstrucción de la figura de Rigoberta Menchú, Stoll quiere demostrar que sin la guerrilla en Guatemala nunca hubiera habido represión del ejército en el municipio quiché de Uspatán, una aseveración que, por extensión, hace válida para todo Guatemala; los indígenas de Uspatán, averiguó, estaban aprendiendo a defenderse bien en los tribunales, y a tomar ventaja en las elecciones locales con sus propios candidatos. En la Guatemala ensangrentada de los coroneles.

Y Stoll busca demostrar también que Rigoberta estaba ya integrada al Ejército Guerrillero de los Pobres al momento de publicarse su autobiografía en 1982, con lo cual sus alegatos deberían perder legitimidad hoy. Yo creo lo contrario. Si Rigoberta, sobreviviente solitaria de una familia masacrada se había integrado a una organización clandestina, su relato no podía dejar de tener intenciones políticas de denuncia. Y todo lo que dijo, estaba teñido necesariamente por esa voluntad, precisamente porque se trataba de un alegato. Si ella después abandonó la organización guerrillera, o la guerrilla perdió sentido, o vio que para mediar por la paz debía ser independiente, es un asunto que no pesaba entonces.

El procedimiento de sacar al pez del agua y anular las circunstancias ya desaparecidas para quitarle credibilidad al relato, no resulta justo. Esas circunstancias y muchas de las creencias y sentimientos de entonces se esfumaron, pero precisamente por eso, ni una vida como la de Rigoberta ni su tragedia personal pueden leerse fuera de aquel contexto.

El último de los alegatos de Stoll es que Rigoberta no representa a todos los indígenas de Guatemala. Es un alegato político, y me parece obvio que es así; no hay representaciones totales. Pero como personaje de una historia olvidada por siglos, ella resume la vida y los sufrimientos de muchos como ella, que también están en las páginas de Hombres de Maíz de Asturias, sacados así de la obscuridad por la circunstancia esplendorosa de dos premios Nobel a un solo pueblo.

Fuente: El nuevo diario, Managua, 4 de febrero de 1999.
H 89 – 08.02.2002



Del Machupichu a la cordillera del Himalaya las montañas acogen a 600 millones de personas en el mundo. Allí la vida no siempre es fácil: terrenos escarpados, dificultad para trabajar las tierras, incomunicación, marginación de los centros de poder o acceso limitado a la educación y a la sanidad... En riscos y cumbres, las alturas han forjado el carácter de miles de culturas y han permitido a hombres, mujeres y niños continuar con sus modos de vida enriqueciendo la diversidad del planeta.

El Año Internacional de las Montañas

Adolfo Miranda Brogueras *

Aunque parezca una iniciativa insólita, la ONU ha declarado 2002 el Año Internacional de las Montañas. La mitad de la humanidad -3000 millones de personas- dependen directa o indirectamente de sus recursos naturales para satisfacer sus necesidades básicas. Las investigaciones indican que las montañas proporcionan de 30 a 60 por ciento del agua dulce de río en las zonas húmedas, y entre 70 y 95 por ciento en los medios semiáridos y áridos; agua que es vital, no sólo para beber y uso doméstico, sino para la agricultura, la industria y la hidroelectricidad.

Junto con las selvas, las montañas albergan gran diversidad de especies y ecosistemas únicos que el hombre ha exterminado en otras partes del planeta. Sin embargo, pese a su aparente fortaleza, las montañas son gigantes con pies de barro. La erosión, causada por una explotación insostenible de los recursos naturales, y las prácticas agrícolas intensivas que degradan los suelos están hiriendo de muerte a las montañas. Los bosques tropicales montañosos tienen las mayores tasas de deforestación del mundo, y el progresivo aumento de la temperatura media del planeta está derritiendo los glaciares que allí se encuentran.

Otro de los peores enemigos de las montañas son las guerras. Según la FAO (Agencia de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), 23 de los 27 principales conflictos armados que se produjeron en 1999 tuvieron por escenario regiones montañosas. La barbarie de la guerra causa muerte y destrucción pero también impide la producción de alimentos, siembra los territorios de minas y devasta grandes áreas forestales.

Una buena parte de los casi 815 millones de personas subalimentadas en todo el mundo viven en zonas de montaña. A causa del aislamiento la amenaza del hambre se convierte en cuestión de vida o muerte para sus habitantes. Paz y seguridad alimentaria son imprescindibles para aliviar la pobreza de estas comunidades que son los mejores guardianes del delicado equilibrio de los ecosistemas de montaña. La ejemplar conservación de la Sierra Norte oaxaqueña, al sur de México, a cargo de los zapotecas es una muestra de ello.

Del Machupichu a la cordillera del Himalaya las montañas acogen a 600 millones de personas en el mundo. Allí la vida no siempre es fácil: terrenos escarpados, dificultad para trabajar las tierras, incomunicación, marginación de los centros de poder o acceso limitado a la educación y a la sanidad... En riscos y cumbres, las alturas han forjado el carácter de miles de culturas y han permitido a hombres, mujeres y niños continuar con sus modos de vida enriqueciendo la diversidad del planeta. Desde tiempos inmemoriales las montañas han tenido también gran valor simbólico y se han convertido en centros de retiro espiritual que han atraído a peregrinos, pensadores, míticos aventureros y poetas.

El progreso no debe estar reñido con el mantenimiento de los ecosistemas. La conservación de las montañas garantiza la supervivencia de millones de personas. Es importante que la ONU advierta sobre su importancia y denuncie las prácticas que contra los recursos naturales realizan los países y las grandes compañías trasnacionales como si fueran bienes inagotables. Las legislaciones sobre delitos contra el medio ambiente deben endurecerse y hacerse cumplir. Ya no vale aquello de que "quien contamina paga", pues no se puede indemnizar con dinero la destrucción de la naturaleza, porque es la salvaguarda de nuestra supervivencia.

* Periodista
H 89 – 08.02.2002



La visión de un periodista español sobre la realidad argentina

La necesidad de profundizar en la democracia

Xavier Caño Tamayo

Argentina no cesa de ocupar primeras páginas de periódicos y sumarios de noticiarios televisivos. Y, por si fuera poco, gran parte de América Latina ofrece un paisaje de pobreza, desigualdad creciente, endeudamiento y éxodo de población. Mientras Argentina se empobrece a ojos vistas, Centroamérica sufre hambre desde hace meses tras la mala cosecha del café y los cambalaches con su precio. De Ecuador han salido 800.000 emigrantes, de Nicaragua marchó un millón, de El Salvador un millón y medio, de México 18 millones y el 30% de los argentinos -11 millones- quiere emigrar. Profundicemos un poco en algunas causas de ese panorama desolador. El caso es que el totalitarismo neoliberal hizo buenos los deseos de corporaciones y grupos empresariales transnacionales y, por medio de organismos económicos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y la OCDE, hizo poner en venta, subasta o almoneda el patrimonio público latinoamericano en general y argentino en particular. Fue la orgía de la privatización en la que grandes empresas transnacionales hicieron el gran negocio adquiriendo, a veces a precio de saldo, lo que había sido de todos los ciudadanos. Y de la mano del expolio generalizado llegaron la corrupción y el desprestigio de la actividad política porque antes se habían desprestigiado los políticos que la ejercían. Un profesor universitario español, Augusto Zamora, ha calificado el sistema político de países latinoamericanos tras el saqueo de lo público como "cleptocracia". Y el escritor y periodista argentino Mempo Giardinelli, abundando en la cuestión, se ha referido en concreto a la clase dirigente argentina como "monipodio", rescatando el término de la novela Rinconete y Cortadillo de Cervantes: convenio de personas que se asocian y confabulan para fines ilícitos. O, como indica el diccionario de María Moliner, "gente ladrona y desaprensiva".

Algo o mucho de eso debe de haber en este país que a principios del siglo XX era una de las 20 naciones más ricas de la tierra (más que muchos países europeos) y hoy tiene 14 millones y medio de pobres y, según la consultora Equis, llegará a los 16 millones en los próximos meses. El empecinamiento del totalitarismo neoliberal a través de sus gendarmes internacionales, para mayor beneficio de corporaciones y grupos económicos poderosos, ha acabado deviniendo una especie de terrorismo socio-económico con millones de víctimas incruentas y, a veces, también cruentas. Según un informe del PNUD sobre la Democracia en Argentina, el 97% de los ciudadanos de ese país cree que la pobreza está muy presente en la vida argentina, así como la desigualdad social. El historiador y periodista Osvaldo Bayer afirma que Argentina es la mejor fachada del "gatopardismo", en referencia a lo denunciado en la famosa novela de Lampedusa, El Gatopardo: que algo cambie para que todo siga igual.

Es evidente que la solución no puede venir de las rancias recetas neoliberales, cuya ineficacia e injusticia ha quedado más que demostrada, sino de profundizar en la democracia. En los inicios del siglo XXI, hay que recuperar, activar y hacer florecer aquellos ideales que fueron el motor de la Revolución Francesa y de la Americana, y que pueden resumirse así: que los ciudadanos (no los políticos profesionales) recuperen el auténtico protagonismo de la política y del Estado.

Probablemente con esa intención, desde el 14 al 17 de diciembre tres millones de argentinos (aproximadamente un 15% de la población con derecho a sufragio) votaron en la Consulta Popular organizada por el Frente Nacional contra la Pobreza, y aprobaron propuestas de subsidios de 500 pesos mensuales por familia tipo para cumplir el objetivo "Ningún pobre en Argentina". Los días 19 y 20 del mismo mes, cientos de miles de ciudadanos se manifestaron en todo el país para expresar su rechazo a la situación y a los dirigentes políticos que han conducido Argentina a la ruina.

Las manifestaciones, las caceroladas y hasta los saqueos de supermercados han sido la expresión clara y rotunda de la gravedad de la situación y del rechazo de los ciudadanos argentinos contra la corrupción político-económica, el enjuague político y el sometimiento a los intereses transnacionales de poderosos grupos económicos. Los políticos profesionales argentinos ya habían recibido un nítido e indudable aviso en las elecciones parlamentarias del 14 de octubre de 2001: el 40% de los ciudadanos se abstuvo, votó en blanco o anuló su voto. Pero los políticos no se dieron por aludidos y continuaron con sus historietas y sus trapicheos. Instalados en la mentira y la desfachatez, escudados tras palabras solemnes y vacías, continuaron empobreciendo al país.

Si la solución de los graves problemas socio-económicos de la Argentina no se hace desde la recuperación de una democracia real, no hay salida. Hoy he leído de nuevo la declaración Universal de los Derechos Humanos. Una ingenuidad, quizás. Y también debe de serlo creer que la esencia de un sistema democrático ha de ser la defensa a ultranza y cumplimiento riguroso del contenido de esos Derechos. El resto, maniobras de cara a la galería.

H 89 – 08.02.2002




Alguna vez dijimos que Heráclito se abría a los arrabales de la filosofía. Y así lo hacemos ahora poniendo énfasis en las cosas relevantes del vivir y ahondando en ellos tanto cuanto nos es dado, pero también abordando asuntos más instrumentales, sí, pero no menos centrales para el hombre y las comunidades. El tema del Sida y de su acelerado avance en las sociedades menos favorecidas por la distribución de la riqueza en el mundo, es ahora objeto de nuestro examen.

Pobreza y Sida

Pilar Estébanez *
Presidente de Honor de Médicos del Mundo

Un año más hemos celebrado el Día Mundial del Sida, una fecha muy oportuna para reflexionar sobre la respuesta internacional que se está dando a la epidemia, y las consecuencias que está teniendo en el desarrollo de los países.

La comunidad científica y los responsables sanitarios han logrado notables avances y, a pesar de que aún estamos lejos de una vacuna, el Sida en los países desarrollados ha pasado de ser una enfermedad mortal a una dolencia crónica: se han reducido las tasas de mortalidad, se ha controlado la prevalencia y se han estabilizado las cifras de nuevos infectados. ¿Qué ocurre, entonces, en el Tercer Mundo? ¿Qué esfuerzos se están haciendo en esas zonas para conseguir equiparar sus cifras con las alcanzadas en el mundo occidental?

Cuando hablamos de Sida, hablamos de 60 millones de personas infectadas en el mundo. De los 40 millones que ya han desarrollado la enfermedad, 28 viven en el África subsahariana. Sólo en 2001, han muerto en este continente 2,6 millones de personas. De ellas, un millón eran mujeres. Aún estamos muy lejos de poder controlar la propagación de la epidemia: sólo este año se contagiaron 6 millones de personas y cada día se infectan 14.000, lo que supone para la mayoría de ellas ingresar en el terrible corredor de la muerte. En China, país que apenas sufría la infección, actualmente hay más de un millón de personas infectadas por las transfusiones de sangre, cuya causa es el comercio de la sangre, comprada a la población rural empobrecida y al tráfico de órganos procedentes de prisioneros ejecutados.

El Sida matará a más personas que el hambre y las guerras del siglo XX, con consecuencias demográficas, sociales y económicas para las zonas más afectadas por la epidemia. Hasta el momento, ya han muerto de Sida 19 millones de personas. Aunque la enfermedad tiene unas causas biológicas determinadas, su extensión e incidencia se ven favorecidas por la pobreza, la imposibilidad económica para acceder a los tratamientos sanitarios y a los medicamentos, y por un proceso globalizador, cuyas políticas profundizan el empobrecimiento de estas poblaciones.

Ante las continuas denuncias por la pasividad de los organismos internacionales, Naciones Unidas dio un paso muy importante con la creación de Onusida, que ha sido clave en la respuesta internacional y ha abordado el problema de la epidemia del Sida sobre los países pobres. El pasado mes de junio, Onusida consiguió que se celebrara una sesión especial sobre la enfermedad, lo que representó un hito en la historia de la ONU; era la primera vez que convocaba una sesión por un tema de salud.

Kofi Annan propuso la creación de un Fondo Global para recaudar y gestionar los 9 mil millones de dólares que se estimaban necesarios para reducir la mortalidad en un 20% en cinco años. Todos estuvieron de acuerdo en que era imprescindible movilizar recursos adicionales pues los países más pobres no tienen por sí mismos capacidad para hacer frente a los gastos relacionados con la enfermedad. Sus débiles sistemas sanitarios no pueden financiar los programas de prevención, ni costear el acceso a los medicamentos bien sean paliativos, bien profilácticos y mucho menos los costosos antirretrovirales. Sin embargo, sólo se recaudó el 10% de lo solicitado para la creación del Fondo, ¿cómo justificar esta falta de compromiso económico?

No ponemos en duda la importancia de articular políticas preventivas, pues una inversión menor consigue unos beneficios mayores. En Uganda, a través de intensas campañas preventivas, se consiguió disminuir la tasa de prevalencia del VIH entre un 4% y un 8%. Pero, corremos el riesgo de dejar a un lado a los más de 30 millones de personas que ya están infectados por Sida y que tienen derecho a acceder a los medicamentos a un precio asequible. Sin olvidar invertir en vacunas específicas para el VIH que asola el Tercer Mundo.

Es hora de pasar de las promesas y las grandes declaraciones de principios a articular medidas de urgencia. Estas deben estar enmarcadas bajo unas premisas básicas:

Primera, bajo ningún concepto se debe aceptar una discusión planteada en términos disyuntivos: o prevención o tratamiento. Ambas políticas tienen su campo, su momento y su importancia. La prevención es más eficaz en términos económicos y a largo plazo, pero los planes terapéuticos son fundamentales para aliviar los sufrimientos de las personas ya infectadas y para mejorar su calidad de vida. Para esto son imprescindibles unos servicios de salud en funcionamiento.

Segunda, se deberán fortalecer las estructuras de los sistemas de salud, para lo cual será necesario aliviar la deuda externa de los países que soportan el 95% de los casos de Sida en el mundo. El propio presidente del Banco Mundial, Wolfenshon, reconoció al Sida como un grave obstáculo para el desarrollo mundial.

Tercera, el acceso sostenible a los tratamientos que se han demostrado eficaces en la infección por VIH/Sida debe ser considerado como un derecho humano.

Cuarta, hay que exigir que los sistemas jurídicos de los distintos países incluyan leyes antidiscriminatorias, con la protección de las personas seropositivas del rechazo social, asegurando la confidencialidad para evitar el riesgo de estigmatización.

En conclusión, urge dar una respuesta global a la epidemia del Sida y tomarse en serio la creación del Fondo Global propuesto por Kofi Annan. Debe hacerse cuanto antes ya que, de otro modo, corremos el grave riesgo de que muchas intenciones queden sólo en buenos propósitos. Sería un error olvidar la directa vinculación que existe entre pobreza y Sida, que son, al fin y al cabo, distintos ángulos de una misma realidad.

Fuente: ONG Solidarios para el Desarrollo www.websolidarios.org
H 89 – 08.02.2002



Jorge Orozco es lector asiduo de estas columnas. Y ha tenido la generosidad de compartir este poema con nosotros.

Mujer

Mujer
que dulce te adormeces,
en mis brazos
con la paz de una niña,
indefensa y pequeña
como un capullo,
fragante de rosa
suave y temprana,
no sé si amarte
o acunarte velando tu sueño.

Mujer
de mirada marina,
profunda como la bruma
que al sol se anticipa,
como un anhelo de vida
de la naturaleza pródiga,
para que la pasión descubra
tu generoso seno,
ávido
de nobles gravideces.

Mujer
frágil y fuerte,
de pies
como luciérnagas,
que pisan
sin marcar la hierba,
de manos tersas
para el candor de la caricia,
suave como el hechizo
de tu voz de náyade,
que una y otra vez me llama
inconfundible y convocante,
con sones muy lejanos
del otro lado de la cama.

H 89 – 08.02.2002