Heráclito 82

Ser gobernado, según Proudhon

Ser gobernado es ser observado, inspeccionado, espiado, dirigido, jurídicamente conducido, numerado, regulado, enrolado, adoctrinado, predicado, controlado, vigliado, ponderado, evaluado, censurado, ordenado, por criaturas que no tienen el derecho, la sabiduría ni la virtud para hacerlo. Ser gobernado significa estar en toda operación, en toda transacción, anotado, registrado, contabilizado, tasado, timbrado, medido, numerado, valorado, licenciado, autorizado, amonestado, advertido, prohibido, reformado, corregido, castigado. Con el pretexto de la utilidad pública y en el nombre del interés general se es puesto bajo contribución, se es reclutado, despojado, explotado, monopolizado, oprimido, exprimido, mofado, robado; entonces, ante la más leve resistencia, a la primera palabra de queja, se es reprimido, multado, difamado, masacrado, casado, abusado, aporreado, desarmado, atado, traumado, hecho prisionero, juzgado, condenado, fusilado, deportado, sacrificado, vendido, y para coronar todo esto, burlado, ridiculizado, afrentado, ultrajado, deshonrado. Éste es el gobierno; ésta es su justicia; ésta es su moral.

P J Proudhon, General Idea of the Revolution in the Nineteenth Century, traducción de John Beverly Robinson, Londres, Freedom Press, 1923, pp 293-294. Con algunas modificaciones provenientes de la traducción de Benjamin Tucker en Instead of a Book, Nueva York, 1893, p 26.

H 92 – 01 Marzo 2002



Segunda parte de la entrevista que David Barsamian le hizo al intelectual norteamericano Noam Chomsky en diciembre de 2000. Traducida por Guillermo Calderón y revisada por Germán Leyens.

Superando las ortodoxias

Quisiera volver a la idea de lo que pueden hacer los individuos para superar las ortodoxias. Steve Biko, el activista sudafricano que fue asesinado por el régimen del apartheid mientras estaba detenido, dijo una vez: El arma más poderosa en manos del opresor es la mente del oprimido.

Tiene mucha razón. La mayor parte de la opresión resulta exitosa porque su legitimidad está interiorizada. Esto se cumple en los casos más extremos. Tomemos, por ejemplo, la esclavitud. No era fácil rebelarse si uno era un esclavo, de ninguna manera. Pero si se observa la historia de la esclavitud, ésta era en cierto sentido reconocida como simplemente la forma de ser de las cosas. Haremos lo mejor que se pueda bajo este régimen. Otro ejemplo, también contemporáneo (se estima que hay unos 26 millones de esclavos en el mundo), son los derechos de la mujer. Allí la opresión está extensamente interiorizada y aceptada como apropiada y legítima. Esto es cierto hoy en día, y lo ha sido a lo largo de la historia. Se cumple en un caso tras otro. Consideremos a los trabajadores. En cierta época, a mediados del siglo XIX en los EE.UU., hace ciento cincuenta años, el trabajar a cambio de un salario no era algo considerado muy diferente de la esclavitud tradicional. Esto no era una postura inusual al respecto. Fue el slogan del Partido Republicano, la bandera bajo la cual los trabajadores del Norte fueron a combatir en la Guerra Civil. "Estamos contra la esclavitud explícita y la esclavitud asalariada". La gente libre no se alquila a otros. Tal vez tengas que hacerlo temporalmente, pero sólo en camino a convertirte en una persona libre, un hombre libre, para ponerlo en la retórica de esos días. Se llega a ser un hombre libre cuando no se está obligado a cumplir las órdenes de otros. Esto es un ideal de la Ilustración. Incidentalmente, no provenía del radicalismo europeo. Había trabajadores en Lowell, Massachussets, a un par de millas de aquí donde estamos. Se puede incluso leer editoriales del New York Times diciendo estas cosas por esa época. Tomó mucho tiempo meter en la cabeza de las gentes la idea de que era legítimo alquilarse a sí mismo. Hoy, desafortunadamente, eso está muy aceptado. Esto es interiorización de la opresión. Cualquiera que piense que es legítimo ser un trabajador asalariado está interiorizando la opresión de una manera que hubiera parecido intolerable a la gente de las fábricas, digamos, hace ciento cincuenta años. Entonces, de nuevo, esto es interiorizar la opresión, y es un logro.

Consideremos las manifestaciones que están teniendo lugar ahora mismo en Wáshington, buenas manifestaciones, por la cancelación de la deuda. Están bien. Debería cancelarse la deuda. Pero también vale la pena reconocer – mucha gente lo sabe – que la forma de las protestas y las objeciones de parte de los países pobres internalizan una forma de opresión que no deberían de estar aceptando. Porque están diciendo que la deuda existe. No se la puede cancelar a menos que exista. ¿Existe? Bueno, no como un hecho económico. Existe como un constructo ideológico. Pues bien, eso es interiorizar opresión. Así se puede seguir por un buen rato. Como dijo Biko, es un tremendo logro de los opresores inculcar sus supuestos como la perspectiva desde la cual se debe mirar el mundo. Algunas veces esto se hace de manera extremadamente consciente, como en la industria de las relaciones públicas. Algunas veces no es más que un tipo de rutina, la forma en que uno vive. Liberarse de estas preconcepciones y perspectivas es dar un gran paso hacia la superación de la opresión.

Discuta el rol de los intelectuales en esta ecuación. Hoy se habla mucho sobre los intelectuales públicos. ¿Ese término significa algo para usted?

Es una vieja idea. Los intelectuales públicos son aquellos que se supone deben presentar los valores y principios y la comprensión. Son aquellos que se enorgullecieron de haber conducido a los EE.UU. durante la Primera Guerra Mundial. Esos eran intelectuales públicos. Nótese quienes eran. Walter Lippmann fue un intelectual público. Por otro lado, Eugene Debs no fue un intelectual público. De hecho, fue un preso. Un Woodrow Wilson muy vindicativo se negó a concederle amnistía cuando cualquier otro obtenía su amnistía de Navidad. ¿Por qué no fue Eugene Debs un intelectual público? La razón es, porque fue un intelectual que resultó estando del lado de los pobres y de los trabajadores. Fue la figura principal del movimiento laboral de los EE.UU. Fue candidato presidencial, obtuvo abundantes votos a pesar de que se lanzó fuera del sistema político dominante. Dijo la verdad sobre la Primera Guerra Mundial, y este es el porqué fue arrojado a la cárcel. Revísese lo que dijo, fue notablemente preciso. Entonces se le arrojó en prisión y no fue un intelectual público. Por otra parte, Walter Lippmann, quien fue parte de la agencia de propaganda, la Comisión Creel, y quien después estaba explicando en sus ensayos progresistas sobre la democracia cómo la horda salvaje tiene que ser de espectadores, no de participantes, y así, él fue un intelectual público, de hecho, uno de los principales intelectuales públicos de EE.UU. en el siglo veinte. Esto es más bien general. Intelectuales públicos son aquellos que resultan aceptables dentro de un cierto espectro de opinión dominante, como aquellos encargados de presentar las ideas, de dar la cara por los valores. Algunas veces lo que hacen no es malo, puede incluso ser muy bueno. Pero una vez más, consideremos la intervención humanitaria, echemos una mirada. Quienes no aceptan los principios, los supuestos, rara vez califican como intelectuales públicos, sin importar cuan famosos sean. Tomemos a Bertrand Russell, quien bajo cualquier estándar es una de las principales figuras intelectuales del siglo veinte. Él fue uno de los contados intelectuales reconocidos que se opuso a la Primera Guerra Mundial. Fue vilipendiado, y de hecho terminó en la cárcel, al igual que sus contrapartes en Alemania. De los años cincuenta para acá, particularmente en EE.UU., fue agriamente denunciado y atacado como un viejo loco que era "anti-americano". ¿Por qué? La razón era que daba la cara por los principios que otros intelectuales también aceptaban, pero él estaba haciendo algo al respecto. Por ejemplo, él y Einstein, para tomar a otro intelectual de primer rango, coincidían esencialmente en asuntos como las armas nucleares. Pensaban que bien podían destruir a la especie. Firmaron declaraciones similares, creo que incluso declaraciones conjuntas. Pero luego reaccionaron de manera muy diferente. Einstein regresó a su oficina en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y trabajó en las teorías de campo unificado. Russell, por otro lado, salió a las calles. Participó en las manifestaciones contra las armas nucleares. Se volvió un activo opositor a la guerra de Vietnam tempranamente, en momentos en que ésta no tenía virtualmente ninguna oposición pública. También intentó hacer algo a ese respecto, manifestaciones, organizó un tribunal. Y entonces fue agriamente denunciado. Por otra parte, Einstein fue una figura santa. Ambos tuvieron en esencia las mismas posiciones, pero Einstein no hizo demasiado escándalo. Eso es bastante común. Russell fue viciosamente atacado en el New York Times y por Dean Rusk y otros en los sesentas. No contaba como intelectual público, sino como viejo loco. Hay un buen libro sobre esto, publicado por South End Press, llamado Bertrand Rusell´s America (Los EE.UU. de Bertrand Russell).

Usted colabora con varios grupos por todo el país, desde la East Timor Action Network (Red de Acción sobre Timor Oriental) hasta una conferencia que dará pronto para la Boston Movilization for Survival (Movilización Bostoniana por la Supervivencia). Usted tomó esa decisión bien prontamente. ¿Por qué otros intelectuales no se involucran políticamente?

Los individuos tienen sus propias razones. Presumiblemente la razón por la que la mayoría no lo hace es porque piensan que están haciendo lo correcto. O sea, estoy seguro de que abrumadoramente quienes apoyan actos atroces del poder y el privilegio de hecho creen y se convencen de que eso es lo correcto, lo cual es extremadamente fácil. De hecho, una técnica estándar de formación de creencias es hacer algo para el interés propio y luego construir un marco del cual se derive que eso era lo correcto. Todos conocemos esto por nuestra propia experiencia. Nadie es tan santo que no haya hecho esto ilegítimamente algunas veces, desde cuando le robó un juguete al hermano menor a los siete años hasta el presente. Siempre conseguimos construir nuestro marco que diga: Sí, eso era lo correcto por hacer y va a ser bueno. Algunas veces las conclusiones son correctas. No siempre es un auto-engaño. Pero es muy fácil caer en el auto-engaño cuando resulta ventajoso para uno el hacerlo. No es nada sorprendente.

Y cuando uno tiene a la cultura y a los medios celebrándolo.

Eso es ventajoso. Si uno se convence, o tal vez tan sólo decide cínicamente jugar el juego según las reglas oficiales, uno se beneficia mucho. Por otra parte, si uno no juega el juego con esas reglas y, digamos, sigue el camino de Bertrand Russell, uno es un blanco. En algunos estados lo pueden matar. Si estamos en un estado cliente de EE.UU., lo matan. Acabamos de pasar el vigésimo aniversario del asesinato del Arzobispo Óscar Romero de El Salvador. Era un arzobispo conservador que intentó ser una voz para los privados de voz. Luego fue asesinado por fuerzas controladas por EE.UU. El aniversario acaba de pasar, incidentalmente. David Peterson, quien es una fuente de información invaluable, realizó un análisis de bases de datos bastante interesante. No hubo virtualmente nada en la prensa nacional dominante. Prácticamente el único lugar en donde fue reportado el asesinato fue en Los Ángeles. Los Ángeles Times publicó informaciones. Resulta que Los Ángeles tiene la mayor comunidad salvadoreña del país, y que el Arzobispo Romero es algo así como un santo, por lo que hicieron un par de artículos. Pero básicamente hubo silencio.

Unos meses antes, el pasado noviembre, fue el décimo aniversario de la matanza de seis intelectuales jesuitas latinoamericanos de primer rango por fuerzas controladas por EE.UU., armadas y entrenadas por los EE.UU., en El Salvador. Esto fue parte de una masacre a gran escala, pero ellos resultaron asesinados con particular brutalidad. Si, digamos, Vaclav Havel y una media docena de otros intelectuales checos hubieran sido descerebrados a golpes por fuerzas dirigidas por los rusos hace diez años, el aniversario hubiera sido recordado, y alguien sabría sus nombres. En este caso, David Peterson hizo un análisis de los medios, y no hubo esencialmente nada. Literalmente sus nombres no fueron mencionados en la prensa estadounidense. Además de los seis intelectuales jesuitas, su casera y la hija de quince años de ésta fueron masacradas.

Y cientos más de otras personas fueron asesinadas cuyos nombres usted nunca ha escuchado. Es intrigante, instructivo, que nadie sepa los nombres de los intelectuales salvadoreños asesinados. Si le pregunta a los bien educados intelectuales públicos, o a sus amigos bien educados, ¿puede nombrar a alguno de los intelectuales salvadoreños que fueron asesinados por fuerzas dirigidas por EE.UU.?, es muy raro que alguien sepa un nombre. Y fueron gente distinguida, uno era el rector de la principal universidad. Alguna gente sabe. Quienes estuvieron involucrados en la solidaridad con América Central saben. Pero ellos no son bien conocidos. Nada como lo que sabemos sobre los disidentes de Europa Oriental. Ellos son bien conocidos. Todo el mundo conoce sus nombres y lee sus libros y los alaba. De hecho ellos sufrieron represión. Pero en el período post-stalinista nada remotamente comparable al tratamiento que se administra regularmente a los disidentes en los dominios de Occidente. Se trata de una reacción muy iluminadora.

De hecho, la historia se pone peor. Justo después de que fueron asesinados, Vaclav Havel vino a Washington e hizo una excitante proclama en una sesión conjunta del Congreso, en la cual alabó a los defensores de la libertad, son sus palabras, quienes eran de hecho responsables de acabar de asesinar a seis contrapartes suyas. Esto condujo a una reacción eufórica, con arrebato en los EE.UU. y editoriales en el Washington Post sobre, ¿por qué no podemos tener magníficos intelectuales como estos que vienen y nos alaban como defensores de la libertad? Anthony Lewis escribió sobre cómo vivimos en una era romántica. Eso es bien interesante. Ahora pasamos el décimo aniversario y por supuesto está olvidado. El vigésimo aniversario del arzobispo Romero, olvidado.

¿Qué pasa si es usted un intelectual disidente en nuestros dominios? En las sociedades ricas, EE.UU. e Inglaterra, no lo asesinan. Si es un líder negro, puede que lo asesinen, pero para gente relativamente privilegiada hay seguridad contra la represión violenta. Por otro lado, se dan otras reacciones que a mucha gente no le gustan. De hecho, tal vez la única manera de continuar haciéndolo es no darle importancia. Por ejemplo, si usted desdeña a la comunidad intelectual dominante y en realidad no le importa, entonces está seguro. Por otra parte, si desea que ellos lo acepten, si quiere que lo alaben y hagan comentarios de sus libros y le digan cuan brillante es y quiere prosperar y conseguir trabajos grandiosos, no es recomendable ser un disidente. No es imposible, y de hecho el sistema tiene suficiente laxitud como para que pueda conseguirse, pero no es fácil. Usted y yo podemos nombrar abundantes personas que fueron simplemente sacadas del sistema porque su trabajo era demasiado honesto. Eso bloquea accesos. No es lo mismo que ser descerebrado a golpes o arrojado a la cárcel, pero no es agradable.

Fuente: http://www.galeon.com/bvchomsky/textos/ort.html
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“Por mucho que pretendamos olvidarlo, existe el peligro simple e indudable de que a aquellos a los que oprimimos se les agote la paciencia”

Fragmento del libro ¿Qué hacer? de León Tolstoy (1829-1910), en versión castellana de José Fernández Sánchez.

La desdicha de nuestra vida. Por más que los ricos adecentemos, apuntalemos con nuestra ciencia y nuestro arte nuestra vida falsa, esa vida cada año es más débil, morbosa y penosa; cada año aumenta el número de suicidios y la renuencia a engendrar; cada año sentimos la creciente angustia de nuestra vida, cada año se debilitan más las generaciones de nuestra clase. Está claro que por ese camino de crecientes comodidades y goces mundanos, con todo tipo de tratamientos y aparatos artificiales para mejorar la vista, el oído, el apetito, las dentaduras postizas, las pelucas, la respiración, los masajes, etcétera, no habrá salvación. Los que no utilizan esos perfeccionamientos son más fuertes y sanos, es ya una perogrullada; a tal punto, que la prensa anuncia unos polvos estomacales llamados “Blessings for the poor” (la felicidad del pobre), porque, se dice, sólo los pobres tienen una digestión normal; los ricos necesitan un aliciente, concretamente esos polvos. La cosa no se arregla con goces, comodidades ni polvos; sólo se arregla con un cambio de vida.

Discordancia entre nuestra vida y nuestra conciencia. Por mucho que nos empeñemos en justificar nuestra traición a la humanidad, todas nuestras justificaciones se vienen abajo ante la realidad: alrededor la gente se muere por realizar un trabajo superior a sus fuerzas y por desnutrición; destruimos el trabajo ajeno, el alimento y el vestido que otros necesitan, en distracciones y placeres para acabar con el tedio. Por eso la conciencia del hombre de nuestro medio, aunque tenga una pizca, no le deja dormir, le envenena el placer de las comodidades y los goces de la vida, que nos proporcionan esos hermanos nuestros que sufren y perecen en el trabajo. Cada hombre con vergüenza siente eso, quisiera olvidarlo y no puede: en nuestra época el mejor sector de la ciencia y del arte, el que siente la responsabilidad de su misión, es un recuerdo constante de nuestra crueldad y de nuestra situación ilegítima. Las viejas y firmes razones se han derrumbado todas; las nuevas y efímeras justificaciones de la ciencia por la ciencia y del arte por el arte no resisten la luz de la lógica simple y sana. La conciencia del hombre no puede serenarse con nuevas invenciones, sino únicamente con un cambio de vida, en la cual no tengamos por qué justificarnos de nada.

El peligro de nuestra vida. Por mucho que pretendamos olvidarlo, existe el peligro simple e indudable de que a aquellos a los que oprimimos se les agote la paciencia. Aunque intentemos conjurar ese peligro con engaños, presiones y halagos, ese peligro crece cada día, cada hora, y su ya vieja amenaza ha legado a tal punto que es un mar embravecido que inunda nuestra barquita y que de un momento a otro nos tragará iracundo. Nos amenaza la revolución trabajadora con el horror de las destrucciones y de las matanzas; llevamos viviendo sobre ella hace treinta años y sólo con añagazas aplazamos temporalmente su estallido. Tal es la situación de Europa; tal es nuestra situación, aunque la nuestra es peor: carece de válvulas de seguridad. Las clases que oprimen al pueblo, excluido el zar, no tienen ninguna justificación a los ojos de nuestro pueblo; todas mantienen su situación por la fuerza, la astucia y el oportunismo, o sea, con la habilidad, pero cada año es mayor el odio hacia nosotros de los peores representantes del pueblo y el desprecio de los mejores.

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Un poema de Fernando Pessoa

Si yo muriera joven

Si yo muriera joven,

sin poder publicar libro alguno,
sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
no se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.
Aunque mis versos nunca sean impresos

tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
porque las raíces pueden estar bajo la tierra
pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.

Si yo muriera muy joven, oigan esto:
nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
de una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
ni procuré hallar nada,
ni hallé que hubiese más explicación
que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.
No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
al sol cuando había sol
y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(y nunca la otra cosa).
Sentir calor y frío y viento, y no ir más lejos.

Una vez amé, pensé que me amarían,
pero no fui amado.
Pero no fui amado por la única gran razón:
porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.

Traducción de Rodolfo Alonso

H 92 – 01 Marzo 2002



Hermann Hesse en verso

Lamento (1929-1941)

El ser no nos ha sido dado. Somos un río sólo

y dócilmente en toda forma confluimos:
tanto la noche como el día, catedral o caverna,
todo lo atravesamos, pues nos arrastra la sed por existir.
Así llenamos forma tras forma sin descanso,

y ninguna llega a ser patria, ni dicha, ni necesidad,
siempre de viaje, huéspedes para siempre,
no nos llama el campo ni el arado, tampoco crece el pan para nosotros.
Desconocemos lo que Dios piensa de los hombres.

El juega con nosotros, somos arcilla entre sus manos,
enmudecida y maleable, ni ríe ni solloza,
es realmente dúctil, pero tampoco se calcinará.
¡Ser convertido en piedra alguna vez, durar!

Siempre viva por ello está nuestra nostalgia,
mas también queda siempre un temeroso escalofrío
y nunca se hace pausa para nuestro sendero.
Yo, lobo estepario, troto y troto,

la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul,
pero una liebre nunca, nunca un ciervo.
¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.
Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi rabo tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.
Ahora troto y sueño con los ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.

H 92 – 01 Marzo 2002