P J Proudhon, General Idea of the Revolution in the Nineteenth Century, traducción de John Beverly Robinson, Londres, Freedom Press, 1923, pp 293-294. Con algunas modificaciones provenientes de la traducción de Benjamin Tucker en Instead of a Book, Nueva York, 1893, p 26.
H 92 – 01 Marzo 2002
Segunda parte de la entrevista que David Barsamian le hizo al intelectual norteamericano Noam Chomsky en diciembre de 2000. Traducida por Guillermo Calderón y revisada por Germán Leyens.
Superando las ortodoxias
Tiene mucha razón. La mayor parte de la opresión resulta exitosa porque su legitimidad está interiorizada. Esto se cumple en los casos más extremos. Tomemos, por ejemplo, la esclavitud. No era fácil rebelarse si uno era un esclavo, de ninguna manera. Pero si se observa la historia de la esclavitud, ésta era en cierto sentido reconocida como simplemente la forma de ser de las cosas. Haremos lo mejor que se pueda bajo este régimen. Otro ejemplo, también contemporáneo (se estima que hay unos 26 millones de esclavos en el mundo), son los derechos de la mujer. Allí la opresión está extensamente interiorizada y aceptada como apropiada y legítima. Esto es cierto hoy en día, y lo ha sido a lo largo de la historia. Se cumple en un caso tras otro. Consideremos a los trabajadores. En cierta época, a mediados del siglo XIX en los EE.UU., hace ciento cincuenta años, el trabajar a cambio de un salario no era algo considerado muy diferente de la esclavitud tradicional. Esto no era una postura inusual al respecto. Fue el slogan del Partido Republicano, la bandera bajo la cual los trabajadores del Norte fueron a combatir en la Guerra Civil. "Estamos contra la esclavitud explícita y la esclavitud asalariada". La gente libre no se alquila a otros. Tal vez tengas que hacerlo temporalmente, pero sólo en camino a convertirte en una persona libre, un hombre libre, para ponerlo en la retórica de esos días. Se llega a ser un hombre libre cuando no se está obligado a cumplir las órdenes de otros. Esto es un ideal de la Ilustración. Incidentalmente, no provenía del radicalismo europeo. Había trabajadores en Lowell, Massachussets, a un par de millas de aquí donde estamos. Se puede incluso leer editoriales del New York Times diciendo estas cosas por esa época. Tomó mucho tiempo meter en la cabeza de las gentes la idea de que era legítimo alquilarse a sí mismo. Hoy, desafortunadamente, eso está muy aceptado. Esto es interiorización de la opresión. Cualquiera que piense que es legítimo ser un trabajador asalariado está interiorizando la opresión de una manera que hubiera parecido intolerable a la gente de las fábricas, digamos, hace ciento cincuenta años. Entonces, de nuevo, esto es interiorizar la opresión, y es un logro.
Consideremos las manifestaciones que están teniendo lugar ahora mismo en Wáshington, buenas manifestaciones, por la cancelación de la deuda. Están bien. Debería cancelarse la deuda. Pero también vale la pena reconocer – mucha gente lo sabe – que la forma de las protestas y las objeciones de parte de los países pobres internalizan una forma de opresión que no deberían de estar aceptando. Porque están diciendo que la deuda existe. No se la puede cancelar a menos que exista. ¿Existe? Bueno, no como un hecho económico. Existe como un constructo ideológico. Pues bien, eso es interiorizar opresión. Así se puede seguir por un buen rato. Como dijo Biko, es un tremendo logro de los opresores inculcar sus supuestos como la perspectiva desde la cual se debe mirar el mundo. Algunas veces esto se hace de manera extremadamente consciente, como en la industria de las relaciones públicas. Algunas veces no es más que un tipo de rutina, la forma en que uno vive. Liberarse de estas preconcepciones y perspectivas es dar un gran paso hacia la superación de la opresión.
Discuta el rol de los intelectuales en esta ecuación. Hoy se habla mucho sobre los intelectuales públicos. ¿Ese término significa algo para usted?
Usted colabora con varios grupos por todo el país, desde la East Timor Action Network (Red de Acción sobre Timor Oriental) hasta una conferencia que dará pronto para la Boston Movilization for Survival (Movilización Bostoniana por la Supervivencia). Usted tomó esa decisión bien prontamente. ¿Por qué otros intelectuales no se involucran políticamente?
Los individuos tienen sus propias razones. Presumiblemente la razón por la que la mayoría no lo hace es porque piensan que están haciendo lo correcto. O sea, estoy seguro de que abrumadoramente quienes apoyan actos atroces del poder y el privilegio de hecho creen y se convencen de que eso es lo correcto, lo cual es extremadamente fácil. De hecho, una técnica estándar de formación de creencias es hacer algo para el interés propio y luego construir un marco del cual se derive que eso era lo correcto. Todos conocemos esto por nuestra propia experiencia. Nadie es tan santo que no haya hecho esto ilegítimamente algunas veces, desde cuando le robó un juguete al hermano menor a los siete años hasta el presente. Siempre conseguimos construir nuestro marco que diga: Sí, eso era lo correcto por hacer y va a ser bueno. Algunas veces las conclusiones son correctas. No siempre es un auto-engaño. Pero es muy fácil caer en el auto-engaño cuando resulta ventajoso para uno el hacerlo. No es nada sorprendente.
Y cuando uno tiene a la cultura y a los medios celebrándolo.
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Unos meses antes, el pasado noviembre, fue el décimo aniversario de la matanza de seis intelectuales jesuitas latinoamericanos de primer rango por fuerzas controladas por EE.UU., armadas y entrenadas por los EE.UU., en El Salvador. Esto fue parte de una masacre a gran escala, pero ellos resultaron asesinados con particular brutalidad. Si, digamos, Vaclav Havel y una media docena de otros intelectuales checos hubieran sido descerebrados a golpes por fuerzas dirigidas por los rusos hace diez años, el aniversario hubiera sido recordado, y alguien sabría sus nombres. En este caso, David Peterson hizo un análisis de los medios, y no hubo esencialmente nada. Literalmente sus nombres no fueron mencionados en la prensa estadounidense. Además de los seis intelectuales jesuitas, su casera y la hija de quince años de ésta fueron masacradas.
Y cientos más de otras personas fueron asesinadas cuyos nombres usted nunca ha escuchado. Es intrigante, instructivo, que nadie sepa los nombres de los intelectuales salvadoreños asesinados. Si le pregunta a los bien educados intelectuales públicos, o a sus amigos bien educados, ¿puede nombrar a alguno de los intelectuales salvadoreños que fueron asesinados por fuerzas dirigidas por EE.UU.?, es muy raro que alguien sepa un nombre. Y fueron gente distinguida, uno era el rector de la principal universidad. Alguna gente sabe. Quienes estuvieron involucrados en la solidaridad con América Central saben. Pero ellos no son bien conocidos. Nada como lo que sabemos sobre los disidentes de Europa Oriental. Ellos son bien conocidos. Todo el mundo conoce sus nombres y lee sus libros y los alaba. De hecho ellos sufrieron represión. Pero en el período post-stalinista nada remotamente comparable al tratamiento que se administra regularmente a los disidentes en los dominios de Occidente. Se trata de una reacción muy iluminadora.
De hecho, la historia se pone peor. Justo después de que fueron asesinados, Vaclav Havel vino a Washington e hizo una excitante proclama en una sesión conjunta del Congreso, en la cual alabó a los defensores de la libertad, son sus palabras, quienes eran de hecho responsables de acabar de asesinar a seis contrapartes suyas. Esto condujo a una reacción eufórica, con arrebato en los EE.UU. y editoriales en el Washington Post sobre, ¿por qué no podemos tener magníficos intelectuales como estos que vienen y nos alaban como defensores de la libertad? Anthony Lewis escribió sobre cómo vivimos en una era romántica. Eso es bien interesante. Ahora pasamos el décimo aniversario y por supuesto está olvidado. El vigésimo aniversario del arzobispo Romero, olvidado.
¿Qué pasa si es usted un intelectual disidente en nuestros dominios? En las sociedades ricas, EE.UU. e Inglaterra, no lo asesinan. Si es un líder negro, puede que lo asesinen, pero para gente relativamente privilegiada hay seguridad contra la represión violenta. Por otro lado, se dan otras reacciones que a mucha gente no le gustan. De hecho, tal vez la única manera de continuar haciéndolo es no darle importancia. Por ejemplo, si usted desdeña a la comunidad intelectual dominante y en realidad no le importa, entonces está seguro. Por otra parte, si desea que ellos lo acepten, si quiere que lo alaben y hagan comentarios de sus libros y le digan cuan brillante es y quiere prosperar y conseguir trabajos grandiosos, no es recomendable ser un disidente. No es imposible, y de hecho el sistema tiene suficiente laxitud como para que pueda conseguirse, pero no es fácil. Usted y yo podemos nombrar abundantes personas que fueron simplemente sacadas del sistema porque su trabajo era demasiado honesto. Eso bloquea accesos. No es lo mismo que ser descerebrado a golpes o arrojado a la cárcel, pero no es agradable.
Fuente: http://www.galeon.com/bvchomsky/textos/ort.html
H 92 – 01 Marzo 2002
“Por mucho que pretendamos olvidarlo, existe el peligro simple e indudable de que a aquellos a los que oprimimos se les agote la paciencia”
Fragmento del libro ¿Qué hacer? de León Tolstoy (1829-1910), en versión castellana de José Fernández Sánchez.
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Discordancia entre nuestra vida y nuestra conciencia. Por mucho que nos empeñemos en justificar nuestra traición a la humanidad, todas nuestras justificaciones se vienen abajo ante la realidad: alrededor la gente se muere por realizar un trabajo superior a sus fuerzas y por desnutrición; destruimos el trabajo ajeno, el alimento y el vestido que otros necesitan, en distracciones y placeres para acabar con el tedio. Por eso la conciencia del hombre de nuestro medio, aunque tenga una pizca, no le deja dormir, le envenena el placer de las comodidades y los goces de la vida, que nos proporcionan esos hermanos nuestros que sufren y perecen en el trabajo. Cada hombre con vergüenza siente eso, quisiera olvidarlo y no puede: en nuestra época el mejor sector de la ciencia y del arte, el que siente la responsabilidad de su misión, es un recuerdo constante de nuestra crueldad y de nuestra situación ilegítima. Las viejas y firmes razones se han derrumbado todas; las nuevas y efímeras justificaciones de la ciencia por la ciencia y del arte por el arte no resisten la luz de la lógica simple y sana. La conciencia del hombre no puede serenarse con nuevas invenciones, sino únicamente con un cambio de vida, en la cual no tengamos por qué justificarnos de nada.
El peligro de nuestra vida. Por mucho que pretendamos olvidarlo, existe el peligro simple e indudable de que a aquellos a los que oprimimos se les agote la paciencia. Aunque intentemos conjurar ese peligro con engaños, presiones y halagos, ese peligro crece cada día, cada hora, y su ya vieja amenaza ha legado a tal punto que es un mar embravecido que inunda nuestra barquita y que de un momento a otro nos tragará iracundo. Nos amenaza la revolución trabajadora con el horror de las destrucciones y de las matanzas; llevamos viviendo sobre ella hace treinta años y sólo con añagazas aplazamos temporalmente su estallido. Tal es la situación de Europa; tal es nuestra situación, aunque la nuestra es peor: carece de válvulas de seguridad. Las clases que oprimen al pueblo, excluido el zar, no tienen ninguna justificación a los ojos de nuestro pueblo; todas mantienen su situación por la fuerza, la astucia y el oportunismo, o sea, con la habilidad, pero cada año es mayor el odio hacia nosotros de los peores representantes del pueblo y el desprecio de los mejores.
H 92 – 01 Marzo 2002
Un poema de Fernando Pessoa
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Si yo muriera joven
Si yo muriera joven,
sin poder publicar libro alguno,
sin ver la cara que tienen mis versos en letra impresa,
pido que, si se quisiesen molestar por mi causa,
no se molesten.
Si así ocurrió, así es verdad.
Aunque mis versos nunca sean impresos
tendrán su propia belleza, si fueran bellos.
Pero no pueden ser bellos y quedar por imprimir,
porque las raíces pueden estar bajo la tierra
pero las flores florecen al aire libre y a la vista.
Tiene que ser así por fuerza. Nada puede impedirlo.
Si yo muriera muy joven, oigan esto:
nunca fui sino una criatura que jugaba.
Fui gentil como el sol y el agua,
de una religión universal que sólo los hombres no conocen.
Fui feliz porque no pedí ninguna cosa,
ni procuré hallar nada,
ni hallé que hubiese más explicación
que la de que la palabra explicación no tiene ningún sentido.
No deseé sino estar al sol o a la lluvia,
al sol cuando había sol
y a la lluvia cuando estaba lloviendo
(y nunca la otra cosa).
Sentir calor y frío y viento, y no ir más lejos.
Una vez amé, pensé que me amarían,
pero no fui amado.
Pero no fui amado por la única gran razón:
porque no tenía que ser.
Me consolé volviendo al sol y a la lluvia,
y sentándome otra vez en la puerta de casa.
Los campos, al fin, no son tan verdes para los que son amados
como para los que no lo son.
Sentir es estar distraído.
Traducción de Rodolfo Alonso
H 92 – 01 Marzo 2002
Hermann Hesse en verso
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Lamento (1929-1941)
El ser no nos ha sido dado. Somos un río sólo
y dócilmente en toda forma confluimos:
tanto la noche como el día, catedral o caverna,
todo lo atravesamos, pues nos arrastra la sed por existir.
Así llenamos forma tras forma sin descanso,
y ninguna llega a ser patria, ni dicha, ni necesidad,
siempre de viaje, huéspedes para siempre,
no nos llama el campo ni el arado, tampoco crece el pan para nosotros.
Desconocemos lo que Dios piensa de los hombres.
El juega con nosotros, somos arcilla entre sus manos,
enmudecida y maleable, ni ríe ni solloza,
es realmente dúctil, pero tampoco se calcinará.
¡Ser convertido en piedra alguna vez, durar!
Siempre viva por ello está nuestra nostalgia,
mas también queda siempre un temeroso escalofrío
y nunca se hace pausa para nuestro sendero.
Yo, lobo estepario, troto y troto,
la nieve cubre el mundo,
el cuervo aletea desde el abedul,
pero una liebre nunca, nunca un ciervo.
¡Amo tanto a los ciervos!
¡Ah, si encontrase alguno!
Lo apresaría entre mis dientes y mis patas,
eso es lo más hermoso que imagino.
Para los afectivos tendría buen corazón,
devoraría hasta el fondo de sus tiernos perniles,
bebería hasta hartarme de su sangre rojiza,
y luego aullaría toda la noche, solitario.
Hasta con una liebre me conformaría.
El sabor de su cálida carne es tan dulce de noche.
¿Acaso todo, todo lo que pueda alegrar
una pizca la vida está lejos de mí?
El pelo de mi rabo tiene ya un color gris,
apenas puedo ver con cierta claridad,
y hace años que murió mi compañera.
Ahora troto y sueño con los ciervos,
troto y sueño con liebres,
oigo soplar el viento en noches invernales,
calmo con nieve mi garganta ardiente,
llevo al diablo hasta mi pobre alma.
H 92 – 01 Marzo 2002