Heráclito 79

Sobre el discurso inaugural pronunciado por Paul Valéry en el Congreso de Cirugía de París

Luis Mario Vivanco


El lunes 17 de octubre de 1938, en el Anfiteatro de la Facultad de Medicina de París, Paul Valéry pronunció el discurso inaugural del Congreso de Cirugía. Sin lugar a dudas, en aquel momento influyeron diversos factores para que pudiera darse eso que, aún ahora, nos resulta un dato curioso: un poeta exponiendo sus ideas ante un grupo de cirujanos, entre los cuales seguramente se encontraban algunos de los más destacados de aquella época. Miembros de dos universos diferentes en los que, si bien es cierto que cada una de las partes era una autoridad en su materia, también es indiscutible que ambos conocían muy poco uno del otro. Por tal motivo, Valéry descartó de antemano la posibilidad de hablar de su trabajo personal, dudó y admitió finalmente su ignorancia. Dijo, "Lo que el ignorante en algún campo ignora más es, necesariamente, su propia ignorancia, ya que no posee los medios para medir su extensión y sondear su profundidad".

Paul Valéry contaba entonces con 67 años de edad, de los cuales había dedicado casi cincuenta a trabajar en sus cahiers, todos los días, de las cuatro a las siete de la mañana. Un hombre riguroso y metódico hasta el extremo, un poeta impecable y un gran observador de sí mismo; pero quizá sean rasgos más distintivos de él su aguda y firme inteligencia y la manera en que la empleaba, su brillante lucidez y su tacto para utilizar en una frase, en un poema, en un ensayo o en un tratado completo, las palabras exactas tanto en cantidad como en calidad; ni una más ni una menos. Quizá por eso aquel día, expuesto a la mirada acuciosa de los cirujanos, el poeta acostumbrado a la exactitud y a la seguridad de sus actos, se mostraba un tanto abrumado. Este discurso podría en buena parte juzgarse incluso como la excepción que confirma la regla en lo escrito por Valéry. El principio está lleno de disculpas, excusas y pretextos para justificar su estancia en ese lugar y en ese momento.

Pongámonos un poco en el sitio de los cirujanos que asistieron a un congreso para reforzar y actualizar sus conocimientos profesionales. Seguramente todos ellos, al consultar su programa de actividades, descubrieron, reconocieron y apreciaron de algún modo la presencia de Paul Valéry, distinguido poeta. Algunos, quizá los menos, vieron ese hecho como algo curioso, "un sencillo atrevimiento de las autoridades", o una actividad complementaria. Los más excepcionales todavía, los cirujanos que disfrutaban, sabían y comprendían el trabajo de Valéry, debieron considerar aquella situación como un abrazo afortunado entre la medicina y la poesía. Pensemos en estos últimos y en la desilusión y el fastidio que sintieron a cinco minutos de iniciado el discurso; pues bien, justo en el momento en que éstos estuvieron a punto de empezar a distraerse y voltear a otra parte, cabecear de sueño u ocupar la mente en otras cosas (como es la costumbre que se sigue en muchos eventos por el estilo), asoma la nariz del Valéry de siempre.

Recurre a su imaginación para lanzarse a los orígenes de la cirugía. La imaginación es libre, quién podría refutarla. Explica cómo la cirugía puede ser el más refinado producto de un instinto; acaso aquel que aún permanece en nosotros y nos impulsa a rechazar un mal que afecta nuestro cuerpo. Cuestiona quién, en momentos de desesperación, no ha sentido el impulso de amputar de golpe alguno de sus miembros que experimenta dolor. Elabora entonces una imagen maravillosa en la que un hombre es todos los hombres y todos los hombres la representación de la vida misma. Dice, "Quién sabe si la primera noción de biología que el hombre pudo formularse no es la siguiente: es posible dar la muerte. Primera definición de la vida: la vida es una propiedad que puede abolirse mediante ciertos actos. Además, no se conserva normalmente sino devorándose a sí misma en forma vegetal o animal. Todo un torrente de vida está perpetuamente sumergido en un abismo de otra vida". Si bien la muerte es un acto natural que la vida practica para conservarse, el hombre ha inventado la cirugía, acto mediante el cual enfrenta a la muerte y, en algunas ocasiones, logra vencerla. Curiosa y evidentemente, la cirugía resulta en estas condiciones un acto que atenta también contra la vida, o si se prefiere, contra la naturaleza. El crimen de Caín, por ejemplo, podría parecernos muy poco humano, pero para él acaso Abel no representaba un mal intolerable, al cual pudo extirpar de su vida mediante el uso de sus propios recursos. Habría que considerar en todo caso si eso que llamamos la ley del fuerte no es otra cosa que "la ley del vivo", en la que desde luego se impone el que tiene más vida. Y, si como afirma Spinoza, "nada se da fuera del orden natural de las cosas", entonces el hombre se debe, antes que a su sensibilidad y a su inteligencia, a su instinto de vida; y los cirujanos representan -volviendo a Valéry- su ejército más fuerte y más preparado para defenderlo de las adversidades.
Más adelante, hace algunos comentarios sobre el ritual de los cirujanos y, así como Borges dijo que el espejo es un objeto monstruoso al que nos hemos acostumbrado, Valéry nos hace conscientes de un hecho tan cotidiano como extraordinario: "Alguien que volviese de los infiernos, que os viese en vuestra grave tarea, revestidos y enmascarados de blanco, con una lámpara maravillosa fija en la frente, rodeados de levitas, atentos, actuando según un ritual minucioso sobre un ser entreabierto bajo vuestras manos enguantadas, y sumergido en su sueño mágico, creería que asiste a no sé qué sacrificio de esos que se celebran entre iniciados, en los misterios de las sectas antiguas. Pero ¿no es el sacrificio del mal y de la muerte lo que celebráis en esa extraña pompa, tan sabiamente ordenada". En la actualidad, es probable esa imagen sea igualmente aterradora e inquietante para el miembro de una tribu que no ha tenido contacto alguno con "la civilización". Basta con sacar una imagen de su contexto habitual para provocar incertidumbre, risa o interés. Valéry lo hace con esta imagen y en este contexto para despertar en los cirujanos la conciencia de su origen. Pueden variar los tiempos, los lugares, las estrategias, las costumbres, los rituales y las disciplinas, pero lo humano persiste en sus formas esenciales.


Finalmente, Valéry hace algunas referencias a la combinación exacta que deben hacer los cirujanos entre la teoría y la práctica. "Toda la ciencia del mundo no produce a un cirujano. El hacer lo consagra". Y como ejecutante de una obra determinada, lo ubica como a un artista, dado que -explica- "hay más de una manera de cortar y de recoser, y cada una pertenece a cada quien". Cada hombre se caracteriza y se distingue de los demás hombres por su hacer, "y hacer es lo propio de la mano", asegura. Es a partir de este momento cuando se convierte en amo y señor de su auditorio; cuando se percibe lo que quiso, lo que quiere y lo que siempre ha querido decir. Empieza por hablar de las manos del cirujano, no sólo como expertas en cortes y en suturas, sino hábiles también en la lectura de las diferentes partes de los cuerpos que examina. Explica cómo "cirugía, manuópera, maniobra, obra de mano... se ha especializado desde el siglo XII hasta el punto de ya no designar más que el trabajo de una mano aplicada en curar..." Real o metafóricamente, una mano podría describir los pasos que han marcado la evolución del hombre. "Diré que debe existir una relación recíproca de las más importantes entre nuestro pensamiento y esta maravillosa asociación de propiedades siempre presentes que la mano nos anexa." Es ése el punto central, Valéry descubre que al hablar de la mano del hombre habla del hombre en sí, y que al hacerlo puede además colocar a sus oyentes justo en el centro. "La mano vincula a nuestros instintos, procura a nuestras necesidades, ofrece a nuestras ideas una colección de instrumentos y de medios notables. ¿Cómo encontrar una fórmula para este aparato que alternativamente bendice y golpea, recibe y da, alimenta, presta juramento, lleva el compás, lee para el ciego, habla para el mudo, se extiende hacia el amigo, se levanta contra el adversario, y puede hacer de martillo, alfabeto, tenaza... no podría calificársela de órgano de lo posible..?"

Por unos momentos la mano del cirujano ha sido la de todos los hombres, pero Valéry regresa con ellos, "La cirugía es el arte de las operaciones". Inicia la descripción de lo que para él es una operación: la transformación de un organismo. A esas alturas de la conferencia, admite abiertamente que él es un poeta y hablará como tal (aun cuando hace ya un buen rato que lo viene haciendo). Formula una última imagen. Esta vez la del terror que puede experimentar un cuerpo al ser invadido por las manos del cirujano; "imagino el asombro extremo, el estupor del organismo que violáis, cuyos tesoros palpitantes sacáis, al hacer que penetren súbitamente hasta sus profundidades más alejadas el aire, la luz, las fuerzas y el hierro, al producir en esta inconcebible sustancia viva que nos es tan ajena en sí misma, y que nos constituye..."

Sin embargo, los cirujanos triunfan las más de las veces. La ciencia y la entereza de los hombres han permitido que existan cirugías y cirujanos que tengan cada vez la exactitud de una operación matemática y el cuidado y la exclusividad de una obra de arte. No todo es belleza, desde luego. Valéry termina aclarando "...nos sentimos demasiado a menudo testigos de los últimos días de una civilización que parece que desea terminar en el mayor lujo de medios para destruir y destruirse, es benéfico volverse hacia los hombres que no conservan de los descubrimientos, de los métodos y de los progresos técnicos, sino lo que pueden aplicar al alivio y a la salvación de sus semejantes".

Fuente: http://www.francia.org.mx/debates/agosto/valery.htm
H 91 – 22.02.2002



Palabras dichas en 1952 por Jorge Luis Borges ante la tumba del escritor

Macedonio Fernández (1874-1952)


Un filósofo, un poeta y un novelista mueren en Macedonio Fernández, y esos términos, aplicados a él, recobran un sentido que no suelen tener en esta república.

Filósofo es, entre nosotros, el hombre versado en la historia de la filosofía, en la cronología de los debates y en las bifurcaciones de las escuelas; poeta es el hombre que ha aprendido las reglas de la métrica (o que las infringe, ostentosamente) y que sabe, también, que puede versificar su melancolía, pero no su envidia o su gula, aunque tales pasiones sean fundamentales en él; novelista es el artesano que nos propone cuatro o cinco personas (cuatro o cinco nombres) y los hace convivir, dormir, despertarse, almorzar y tomar el té hasta llenar el número exigido de páginas. A Macedonio, en cambio, como a los hindúes, las circunstancias y las fechas de la filosofía no le importaron, pero si la filosofía. Fue filósofo, porque anhelaba saber quiénes somos (si es que alguien somos) y qué o quién es el universo. Fue poeta, porque sintió que la poesía es el procedimiento más fiel para transcribir la realidad. Macedonio, pienso, pudo haber escrito un Quijote cuyo protagonista diera con aventuras reales más portentosas que las que le prometieron sus libros. Fue novelista, porque sintió que cada yo es único, como lo es cada rostro, aunque razones metafísicas lo indujeron a negar el yo. Metafísicas o de índole emocional, porque he sospechado que negó el yo para ocultarlo de la muerte, para que, no existiendo, fuera inaccesible a la muerte.

Toda su vida, Macedonio, por amor de la vida, fue temeroso de la muerte, salvo (me dicen) en las últimas horas, en que halló su coraje y la esperó con tranquila curiosidad.

Íntimos amigos de Macedonio fueron José Ingenieros, Ignacio del Mazo, Carlos Mendiondo, Julio Molina Vedia, Arturo Múscari y mi padre, hacia 1921, de vuelta de Suiza y de España, heredé esa amistad. La República Argentina me pareció un territorio insípido, que no era, ya, la pintoresca barbarie y que aún no era la cultura, pero hablé un par de veces con Macedonio y comprendí que ese hombre gris que, en una mediocre pensión del barrio de los Tribunales, descubría los problemas eternos como si fuera Tales de Mileto o Parménides, podía reemplazar infinitamente los siglos y los reinos de Europa. Yo pasaba los días leyendo a Mauthner o elaborando áridos y avaros poemas de la secta, de la equivocación ultraísta; la certidumbre de que el sábado, en una confitería del Once, oiríamos a Macedonio explicar qué ausencia o qué ilusión es el yo, bastaba, lo recuerdo muy bien, para justificar las semanas. En el decurso de una vida ya larga, no hubo conversación que me impresionara como la de Macedonio Fernández, y he conocido a Alberto Gerchunoff y a Rafael Cansinos Assens. Se habla de la irreverencia de Macedonio. Este pensaba que la plenitud del ser esta aquí, ahora, en cada individuo, venerar lo lejano le parecía desdeñar o ignorar la divinidad inmediata; de ese recelo procedieron sus burlas contra viejas cosas ilustres.

Los historiadores de la mística judía hablan de un tipo de maestro, el Zaddik, cuya doctrina de la Ley es menos importante que el hecho de que él mismo es la Ley. Algo de Zaddik hubo en Macedonio. Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio. Yo sentía: Macedonio es la metafísica, es la literatura. Quienes lo precedieron pueden resplandecer en la historia, pero eran borradores de Macedonio, versiones imperfectas y previas. No imitar ese canon hubiera sido una negligencia increíble.


Las mejores posibilidades de lo argentino -la lucidez, la modestia, la cortesía, la íntima pasión, la amistad genial- se realizaron en Macedonio Fernández, acaso con mayor plenitud que en otros contemporáneos famosos. Macedonio era criollo, con naturalidad y aun con inocencia, y precisamente por serlo, pudo bromear (como Estanislao del Campo, a quien tanto quería) sobre el gaucho y decir que éste era un entretenimiento para los caballos de las estancias.

Antes de ser escritas, las bromas y las especulaciones de Macedonio fueron orales. Yo he conocido la dicha de verlas surgir, al azar del diálogo, con una espontaneidad que acaso no guardan en la página escrita.

Definir a Macedonio Fernández parece una empresa imposible; es como definir el rojo en términos de otro color; entiendo que el epíteto genial, por lo que afirma y lo que excluye, es quizá el más preciso que puede hallarse. Macedonio perdurara en su obra y como centro de una cariñosa mitología. Una de las felicidades de mi vida es haber sido amigo de Macedonio, es haberlo visto vivir.

H 91 – 22.02.2002



De cuando Mariel me pidió que le escribiera un cuento

Eduardo Dermardirossian

Hoy me telefoneó para pedirme que le escriba un cuento hoy. “Cuando nos encontremos para cenar me lo entregarás”. Sea, le dije.

A ella nunca pude negarle algo. Nunca, porque sentía que no complacerla sería justa causa de mortificación. Por eso estoy aquí, donde ahora me ves, frente al teclado, aligerando mi espíritu para escribirle algo.

Me pregunto: ¿por qué me pidió que le escribiera un cuento precisamente hoy? ¿qué particularidad tiene este día, si es que tiene alguna, para que hoy deba escribir un cuento para mi hija? Le he dado vueltas y más vueltas a la cosa, busqué aquí y allá, revisé fechas y aniversarios, suyos, míos, de todos cuantos vinieron a mi memoria. Nada, pues nada. Tomé entonces una de las calculadoras que gobiernan mi vida y hallé algo, sólo una cosa hallé. No sé cuánto importe. Hallé que hoy se cumplen 22.645 días de mi advenimiento a la vida. Hoy es mi cumpledías. Por eso Mariel me pidió que le escriba un cuento. Porque si miras bien, mañana cumpliré 22.646 días y será entonces que mi cumpledías coincidirá, precisamente, con mi cumpleaños. He aquí lo extraordinario de la ocasión y, entonces, del pedido. Nunca más tendría ella oportunidad de pedirle a su padre de 22.645 días que le escriba un cuento.

Pero aún subsiste una dificultad. ¿De dónde sacaría yo un cuento? Dime, lector, ¿de dónde? ¿Acaso son inagotables los cuentos?, las invenciones y las ensoñaciones ¿no tienen un límite?; aún más, ¿no dije cierta vez que yo había asesinado a mis musas? Mira: volar, ya he volado mucho; viajar a otros mundos, he ido y regresado mil veces; cantar y decir poesías, lo hice también y vi que mi lira no estaba afinada; del cielo y del infierno conozco todos sus sitios, todos sus escondrijos, y a las profundidades del mar y al abismo del espacio jamás me he atrevido. ¿De dónde obtengo ahora un cuento para Mariel?

¡Oh, no..!, hoy no podré escribir un cuento. No podré hacerlo hoy ni aun para Mariel. Pero otra cosa haré que quizá le plazca. Creo que ella no sabe el por qué de su nombre... Le preguntaré, entonces, si sabe por qué se llama Mariel, y cuando me responda que no, que no lo sabe, le diré que es porque tiene los ojos del color de la miel.

(Tú ignoras, lector, lo que yo sé, e ignoras también lo que sabe Mariel; por eso no puedes sospechar el tamaño de su alegría cuando me oiga decir la respuesta.)

Buenos Aires, diciembre 15 de 2001

H 91 – 22.02.2002



Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, Planeta-De Agostini, Barcelona 1985, fragmento del apéndice del doctor Otto Rank, págs. 512 a 514. Traducción de Luis López-Ballesteros y de Torres.

El sueño y la poesía

"Aquello que, ignorado o desatinado por los hombres, vaga durante la noche a través del laberinto de nuestro pecho." Goethe

Desde muy antiguo han advertido los hombres que sus productos oníricos nocturnos delataban ciertas analogías con las creaciones de la poesía, y muchos poetas y pensadores han dedicado preferente atención al examen de las relaciones de forma, contenido y efecto, fácilmente visibles entre los dos fenómenos comparados. Los datos e hipótesis productos de esta labor, aunque no han llegado a concretarse en un conocimiento, caracterizan tan precisamente la esencia de dichos dos fenómenos, que la investigación propiamente científica no pierde nada con hacerse cargo de ellos. Ante todo, interesará al investigador de los sueños comprobar la estimación y comprensión que el enigma onírico ha hallado en los psicólogos intuitivos, la forma en que los poetas han sabido utilizar en sus obras su conocimiento de la vida onírica, y, por último, qué conexiones resultan quizá visibles entre las singulares facultades del alma “durmiente” y el alma “inspirada”.

El investigador psicoanalítico verá en primer lugar, con agrado, que los juicios intuitivos de los hombres de genio han atribuido siempre al sueño una significación, hipótesis que si bien es opuesta a las opiniones de la ciencia oficial y de la mayoría intelectual, puede aducir en su apoyo un antiquísimo prejuicio popular, finalmente sancionado por la psicología. En muy diversos textos hallamos expresada la convicción de que la vida onírica encierra la clave del conocimiento del alma humana, o sea del hombre en general. Así, en el Diario de Hebbel (6 agosto 1838): “El alma humana es una maravillosa esencia, y el sueño constituye el punto central de todos sus secretos.” Y el poeta Jean Paul, que dedicó a sus sueños especial atención y cuidadoso estudio, escribe: “Realmente, algunos cerebros nos instruirían más con sus sueños que con sus ideas, y algunos poetas nos regocijarían más con sus sueños verdaderos que con los que imaginan, del mismo modo que la inteligencia más árida llega a dar quince y raya en materia de profecías a todos los sabios del mundo en cuanto es encerrada en un manicomio.” Luego, en otro lugar, completa este pensamiento, añadiendo: “Me admira sobre todo, cómo no es utilizado el sueño para estudiar en él el proceso de representación involuntario de los niños, de los animales, de los locos, y hasta de los poetas, de los músicos y de las mujeres..”

De un modo análogo estima F. Kuernberger el sueño: “Realmente, si los hombres estuvieran más atentos a observar e interpretar los sutiles signos de la Naturaleza, habría de atraer su atención a esta vida onírica y hallarían que la Naturaleza les murmura en ella la primera sílaba del gran enigma, de cuya solución están sedientos.”

Lichtenberg, el espiritual filósofo, al que debemos finas observaciones sobre este tema, escribió una vez: “Recomiendo nuevamente el examen de los sueños. Tanto en el sueño como en la vigilia, vivimos y sentimos, y ambos estados forman igualmente parte de nuestra existencia. Una de las prerrogativas del hombre es el soñar y el saber que sueña. Pero aún no se ha aprovechado acertadamente de ella. El sueño es una vida que unida a la nuestra constituye aquello que denominamos existencia humana. Los sueños penetran en la vigilia y no puede decirse dónde acaban y empieza ésta.”

Nietzsche, al que también en este sector hemos de reconocer como precursor directo del psicoanálisis, descubre análogas relaciones del sueño con la vida despierta: “Aquello que vivimos en sueños, siempre que lo vivamos con frecuencia, pertenece, al fin y al cabo, a la totalidad de nuestra alma, como cualquier otra cosa realmente vivida: por ello somos más ricos o más pobres, tenemos una necesidad más o menos, y en pleno día, incluso en los más serenos instantes de nuestro espíritu despierto, somos llevados un poco de la mano por los hábitos de nuestros sueños.”

Los siguientes párrafos de Aurora muestran que Nietzsche no retrocedía ante las consecuencias de su juicio sobre los sueños: “¡De todo queréis ser responsables! ¡Sólo de vuestros sueños, no! ¡Qué miserable debilidad y qué falta de lógica! ¡Nada es más propiamente vuestro que vuestros sueños! ¡Nada hay que más sea vuestra obra! ¡Todo lo sois en tales comedias: materia, forma, duración, actores y espectadores! Pero es aquí donde os espantáis y avergonzáis de vosotros mismos. Ya Edipo, el sabio Edipo, supo consolarse con la idea de que no somos responsables de nuestros sueños. De esto deduzco que la mayoría de los hombres tiene que reprocharse sueños execrables. Si así no fuera, ¡cómo se hubiera explotado su poesía nocturna a favor del orgullo del hombre!”

Análogamente valora Tolstoi el sueño: “Despierto puedo engañarme sobre mí mismo; en cambio, el sueño me proporciona una justa medida del grado de perfección moral que he conseguido alcanzar.”

Lichtenberg opina: “Si relatáramos sinceramente nuestros sueños, revelarían éstos nuestro carácter más claramente que nuestra fisonomía.”

En el mismo sentido se ha expresado hace poco Gerhart Hauptmann: “Haber investigado todos los grados y clases del sueño significaría conocer el alma humana mucho más profundamente que ningún psicólogo actual” (Inmanuel Quint).

H 91 – 22.02.2002



El gigante norteamericano será el centro de gravedad del mundo hispánico en unas décadas. Aumenta la población hispanohablante, su acceso a la educación y su sentimiento de constituir una sola comunidad.

Seis tesis sobre el español en Estados Unidos

Eduardo Lago

La publicación de la Enciclopedia del español en Estados Unidos, proyecto conjunto del Instituto Cervantes y la editorial Santillana, ha despertado asombro por lo apabullante de las cifras que dan cuenta de la fuerza de nuestro idioma en aquel país, aunque no han faltado quienes se han mostrado escépticos a la hora de valorar lo que realmente puedan significar los datos aportados. Más de uno ha señalado que la Enciclopedia peca de triunfalismo; que por depender directamente de la inmigración, el español hablado en Norteamérica es una lengua carente de prestigio cultural; que la fuerza del español en Estados Unidos es efímera, siendo una lengua condenada a desaparecer no bien los hijos de los recién llegados se escolaricen y abracen el idioma y la cultura dominantes. Para quienes ven las cosas de este modo las manifestaciones culturales que tienen como vehículo de expresión el español (periódicos, emisoras de radio y televisión) se caracterizan por moverse dentro de unos parámetros de calidad ínfimos. En las líneas que siguen esbozaré de manera sucinta seis tesis cuya formulación tiene por fin contextualizar la situación que vive hoy el español en Estados Unidos.

1. Lengua materna a la vez que extranjera. Como pone de relieve la topografía, con nombres tan resonantemente hispánicos como Florida, San Francisco, Los Ángeles, Colorado o Nevada, en Estados Unidos el español no ha sido nunca una lengua extranjera. Tras la cesión de más de la mitad del territorio mexicano cuando tuvo lugar la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, un número ingente de hispanohablantes pasaron a ser estadounidenses de la noche a la mañana. El siglo y medio largo transcurrido desde entonces ha estado marcado por una sucesión de flujos migratorios que han reforzado de manera ininterrumpida la condición de lengua materna que tiene en aquel país el español. Esta circunstancia es la razón directa de la imperiosa necesidad que tienen los norteamericanos de estudiar nuestro idioma. Con gran diferencia sobre todas las demás, el español es la lengua extranjera con mayor demanda. Por otra parte, la fuerza de la inmigración hispana es la causante de un hecho que no se da en ningún otro país del mundo. En Estados Unidos el español goza de un estatus doble: es, a la vez que un idioma materno, una lengua extranjera. Esta insólita circunstancia es uno de los rasgos que singularizan a Estados Unidos como país hispanohablante. Hay otros, como se verá.

2. País bilingüe y bicultural. En torno al año 2050, los hispanos constituirán la cuarta parte de la población estadounidense, lo cual equivale a decir que, en la proporción que refleja este dato, el país está destinado a convertirse en una sociedad bilingüe y bicultural. Esta tendencia viene subrayada por un giro que ha empezado a experimentar recientemente la inmigración hispanohablante, que de estar circunscrita a enclaves perfectamente localizados, en su mayoría urbanos, ha pasado a repartirse por la totalidad del territorio nacional, incluidas amplias áreas rurales. En una zona tan remota como el Estado de Washington, en la costa del Pacífico, al extremo noroccidental de la frontera con Canadá, la población hispana, no hace mucho inexistente, ronda ya el 10%. Esta dispersión demográfica conlleva una expansión sin precedentes del español y de las culturas de que es vehículo, fenómeno que está transformando de manera dramática el mapa estadounidense, confiriéndole un rostro cada vez más latino.

3. La segunda 'latinitas'. En mi opinión, en Estados Unidos se está fraguando hoy una latinitas de signo opuesto a la primera, cuando el latín se disgregó dando lugar al nacimiento de las diversas lenguas romance. Al converger en territorio estadounidense, las distintas identidades latinoamericanas tienden a acortar distancias entre sí, produciéndose un tropismo de signo transnacional que hace que, trascendiendo su origen y sin renunciar a él, mexicanos, puertorriqueños, dominicanos, salvadoreños, colombianos y otros, se sientan hispanos de los Estados Unidos o, si se quiere ser políticamente correcto, latinos (vocablo despojado de connotaciones colonialistas). El término ha pasado a ser la seña de identidad de una latinidad que aglutina en sí a un gran número de comunidades. Este fenómeno de aglutinamiento cultural tiene su correlato en el plano lingüístico, como se verá.

4. Desplazamientos del centro de gravedad. La lengua española adquirió la plenitud de su ser cuando se trasladó al otro lado del Atlántico y se hizo americana. Tras el nacimiento de las nuevas repúblicas hispanoamericanas, el español se convirtió en la lengua común de una veintena de países. Con el advenimiento del modernismo, al desplazamiento del centro de gravedad lingüístico se sumó el literario, con Rubén Darío desempeñando el papel de piloto del idioma. El fenómeno alcanzó el clímax en los años sesenta del siglo pasado, con el surgimiento de la extraordinaria generación de narradores conocida como el boom latinoamericano. Según las estadísticas, en algún momento del siglo XXI, Estados Unidos será el país con mayor número de hispanohablantes. En mi opinión, ello comportará el desplazamiento del centro de gravedad hacia Norteamérica, no sólo de la lengua, sino también de una cultura de signo pan-hispánico. El fenómeno de hecho ha comenzado y con el tiempo Estados Unidos no hará sino afianzarse como un potente productor de cultura latina, con la singularidad de que lo hará en inglés y en español.

5. El español como territorio de afirmación y resistencia. El fenómeno más revelador en torno a la relación que mantienen entre sí las culturas hispánica y anglosajona en Estados Unidos es el cambio de actitud por parte de los latinos hacia la lengua y la cultura dominantes, algo cada vez más patente. Antes había urgencia por asimilarse, lo cual implicaba dejar atrás, junto a la cultura, la lengua de que ésta era vehículo. Hoy día, aunque a nadie se le pasa por la cabeza el despropósito que supondría dejar de lado el inglés, se observa entre los latinos, sobre todo en los que tienen acceso a la educación superior, un claro orgullo por la cultura originaria, y un afán por preservar el uso del español, que se desea mantener vivo, especialmente en las siguientes generaciones. De manera inequívoca, el español se ha convertido en un territorio de afirmación y resistencia que busca preservar la vinculación con la cultura latinoamericana.

6. Cristalización de una nueva lengua: el español de Estados Unidos. En último lugar postulo que de manera semejante a como se está forjando una identidad latina, resultante de un proceso de aglutinación cultural, en Estados Unidos se está forjando una nueva variedad lingüística, resultante del amalgamamiento de las distintas hablas nacionales que se dan cita en aquel país. El proceso será largo y nosotros no veremos su cristalización, pero la necesidad de dar con una modalidad de español con la que se sientan cómodos todos los hispanohablantes es ya patente. Un buen ejemplo son las emisiones de CNN en español, en las que se recurre a un habla despojada de marcas de identidad regionales. Otro tanto ocurre con el lenguaje de la prensa escrita o en el de las traducciones literarias al español publicadas por las editoriales estadounidenses.

Y a modo de conclusión, aunque es cierto que la batalla de la calidad está aún lejos de ganarse, son muchos los síntomas que permiten constatar que nos encontramos en un proceso en el que el español está adquiriendo cada vez más prestigio cultural. La población hispanohablante no hace sino aumentar y los miembros de las comunidades latinas tienen cada vez más acceso a la educación y menos prisa por desprenderse de las señas de identidad cultural de los países que dejan atrás. Nos encontramos en los umbrales de un proceso histórico que en el plazo de unas décadas convertirá a Estados Unidos en el centro de gravedad del mundo hispánico. Como parte de ese proceso, el español, un español con un nuevo rostro, está llamado a desempeñar un papel crucial.

Fuente: www.elpais.com 28 de nov 2008.



Correo electrónico del soñador y su terapeuta (segundo desatino)

Diciembre 16 de 2001


Mi sueño del 14 al 15 no fue más que un estorbo. Tengo rastros miserables de él, jirones de mí. Son sueños de cama pequeña, de cama de guardia pequeña en el ámbito de la sinrazón.

Fue así: me bañaba sumergida en espuma y al ver la planta de mi pie izquierdo vislumbré una erosión que no dolía, parecía antigua, redonda, profunda, con sus bordes que luchaban por curar. Por haber visto tantas heridas, comprendí que ese afán era innecesario porque los tejidos estaban vivos, rosados, irrigados, no sentí lastimadura alguna. Y tomé la peor de las decisiones: lo rellené con miga de pan hasta esculpir así mi falso dedo. Me quedé tranquila y... fin, no hubo más sueño.


Sin poder interpretar yo misma nada, mi sueño me arrastra a la reflexión: ¿no estaré haciendo lo mismo con las cosas de mi vida, esculpiendo con materiales efímeros e impropios partes de mí que ni siquiera duelen? No es mala idea que juguemos a ejercitar nuestra capacidad no psicoanalítica, para dar a nuestros sueños algún sentido mundano, como aprendices de pitonisas; darles algún valor agregado más allá de la función que sabemos cumplen. Te invito a jugar contándonos los sueños, el espejo mejorará su calidad y nos veremos mejor; vale pelear, defender, abogar por el sentido dado, discutirlo incluso y usar el azar y la arbitrariedad también. Mañana te contaré lo que soñé anoche.

¿Nos encontraremos en nuestros sueños?

Tu terapeuta


Diciembre 17 de 2001


Poblado de reflexiones, sugestiones e ironías, así es tu mensaje de ayer. Si me propongo abordar todos los asuntos tengo que gastar una jornada en la respuesta, corriendo el riesgo de extraviar la línea que separa mis dos sentaderas. Sólo de algunas cosas voy a ocuparme ahora, de las restantes hablaremos de cuerpo presente.

Está bien, juguemos a contarnos mutuamente nuestros sueños. Está bien. Pero quiero confesarte que a ese juego le tengo un poco de miedo. Juguemos sin embargo. Es claro que no me siento tentado a hacer interpretaciones (Mr. Freud y tú se enfadarían conmigo, me mandarían primero al CBC, luego a cursar la carrera de medicina, más tarde a completar una residencia en psiquiatría y a ejercitarme por algunos años para no pifiarle a las muchas boludeces que solemos soñar los hombres y mujeres, y, por fin, me reprobarían por inepto para ese menester). Tampoco voy a cometer la memez de creer que los sueños son preanunciativos. Quizá lo más atinado sea jugar con ellos, tal como lo quisiste, con un dejo de sentido estético y algo de humor si me es dado ese talento.

Tu sueño me resulta curioso, quizá porque no recuerdo haber soñado yo con mis propios pies (parte de mi cuerpo que incomprensiblemente deploro). Los pies son, según he leído u oído alguna vez, porciones deformadas de nuestra anatomía, partes que fueron manos y que malogramos a fuer de erguirnos sobre ellas. Los pies son aquella parte del cuerpo que detesto porque siempre quieren estar pisando la mísera tierra, quieren resignarse a la triste realidad. Son lo menos noble que tenemos, por lo que son besados y honrados solamente por aquellos que por su rango no merecen besar el rostro o las manos de sus señores. Entonces ¿por qué habías de restaurar tal adefesio, aun cuando fuera con miga de pan? ¿o es otro tu concepto y tu ponderación de los pies? La reflexión que intentas en el sentido de que tu pié izquierdo simboliza tu propia vida y que haces con él lo que tal vez estés haciendo con tu existencia, me parece, cuando menos, un disparate. Y no me disculpo nada: ¡dije un disparate! Porque es un acto de interpretación velada ¿verdad? Pareciera que con tu ojo quieres mirar tu ojo; y si para ese fin creíste que yo podía ser el espejo, te equivocaste fiero. Así que vamos, mujer, juguemos si es que quieres jugar, con espejitos también, pero a soñar otras cosas, que éstas le enredarían las entenderas al mismísimo Sigmund Freud.

Tu paciente

H 91 – 22.02.2002



Los versos de Hermann Hesse

Esbozo


Frío crepita el viento otoñal entre los secos juncos
agrisados por la tarde;
aleteando, las cornejas vuelan del sauce a tierra adentro.
Solo, un anciano se detiene un instante en la orilla,
siente el viento en sus cabellos, la noche y la nieve
inminente; eleva su mirada de los bordes de sombra hasta la
luz, allí donde, entre mar y nube, cálida sonreía aún,
iluminada, la cinta de una orilla lejana:
áureo más allá, dichoso como el sueño y la poesía.
Firmemente retiene en sus ojos la fulgurante imagen,
piensa en la patria, recuerda sus buenas épocas,
ve empalidecer el oro, lo ve extinguirse,
se vuelve y, lentamente, se dirige
del sauce a tierra adentro.

Reflexión

Divino es y eterno el Espíritu.
Hacia Él, cuya imagen e instrumento somos,
conduce nuestro camino, y es nuestro entrañable anhelo
llegar a ser como Él, fulgurar con su luz.
Mas del barro y mortales nacimos
e inerte pesa en nosotros, criaturas, la gravedad.

Aunque amor y cuidados maternales nos brinde Natura,
y la tierra nos nutra y sea cuna y tumba,
la paz no nos otorga;
paternal y próvida, deshace
la chispa del Espíritu inmortal
de Natura el amoroso encanto:
hace hombre al niño, diluye la inocencia
y nos despierta a la lucha y la conciencia.

Así, entre padre y madre,
así, entre cuerpo y espíritu,
vacila el hijo más frágil de la Creación:
el hombre de alma temerosa, pero capaz de los más
sublime: un amor más fiel y esperanzado.

Arduo es su camino, la muerte y el pecado lo alimentan,
se extravía con frecuencia en las tinieblas
y más le valdría a veces no haber sido creado.
Eternamente fulge, sin embargo,
sobre él su misión y su destino: la Luz, el Espíritu.
Y sentimos que es a él, desamparado,
a quien ama el Eterno especialmente.
Por ello no es posible amar,
erráticos hermanos, aun en la discordia.

Y ni condenas ni odios,
sino amor resignado
y amorosa paciencia
nos acercan a la meta sagrada.

H 91 – 22.02.2002