Heráclito 72

Delante y detrás

Eduardo Dermardirossian


Hay dos clases de espejos: los que muestran lo que hay detrás del observador y los que muestran lo que hay delante de él. Cada uno de ellos sirve para fines diversos. Los primeros sirven para construir ficciones y también para atribuir a otros las culpas y responsabilidades habidas. Así, los escritores y artistas plásticos los usan con frecuencia para nutrir sus ensoñaciones, y, por su parte, los hombres de la política se sirven de ellos para culpar a quienes les precedieron en la acción y en los cargos públicos, por los desaguisados del presente. Estos espejos que muestran lo que está detrás son usados corrientemente por aquellos hombres que porfían en mirar lo que ya no merece demasiada atención.

Los espejos que muestran lo que hay delante del observador suelen exponer ante sus usuarios las cosas de su mayor interés. En efecto, esos cristales, una de cuyas variedades antiguamente era llamada “espejuelo”, permiten mirar con atención y en detalle las cosas tenidas por valiosas. Es a través de ellos que el amante mira al objeto de su amor y el coleccionista escrupuloso examina la gema que le es ofrecida. Ciertamente, los hombres no suelen dar su espalda a tales cosas; antes bien las miran cuidadosa y atentamente con el auxilio de esta última variedad de espejos.

De ahí la importancia de saber qué clase de espejo utilizaremos en cada circunstancia. No marrar en su elección es de hombre cauto.

Hecho el depósito Ley 11723
H 84 – 04.01.2002



Las manzanas de oro de las Hespérides

Pierre Grimal *, Diccionario de mitolofía griega y romana, Paidós, Buenos Aires, 1999, págs. 248/9; traducción de Francisco Payarols. Corresponde al fragmento donde el autor trata el mito de Heracles, a quienes los latinos llamaban Hércules. La nota al pie es de E. Dermardirossian.

Cuando la boda de Hera con Zeus, la Tierra –Gea- había dado a la diosa, como presente nupcial, unas manzanas de oro, que Hera encontró maravillosas, hasta el punto de haberlas mandado plantar en su jardín de las inmediaciones del monte Atlas. Como las hijas de Atlante solían ir a saquear este jardín, la diosa había confiado la custordia de las manzanas y el árbol maravilloso que las producía a un dragón inmortal de cien cabezas, nacido de Tifón y Equidna. Asimismo, había colocado como guardianas a tres ninfas del atardecer, las Hespérides, llamadas Egle, Eritia y Esperaretusa, es decir, la “Resplandeciente”, la Roja” y “la Artemusa de Poniente”, nombres que recuerdan los matices del cielo cuando el Sol va hacia el ocaso. Éstas eran las manzanas de oro que Euristeo ordenó a Heracles le trajese.

El jardín de las Hespérides se ubica ya al oeste de Libia, ya al pie del Atlas, ya en el país de los Hiperbóreos.

La primera preocupación de Heracles fue la de informarse del camino que conducía al país de las Hespérides. Para ello partió en dirección Norte, a través de Macedonia. Primero se encontró con Cicno, hijo de Ares, al que derrotó en las márgenes del Equedoro. Adentróse luego el Iliria, hasta las orillas del Erídano, donde le salieron al paso las ninfas del río, hijas de Temis y Zeus, que vivían en una caverna. A las preguntas del héroe, ellas contestaron que sólo el dios marino Nereo podía informarle sobre el país que buscaba. Lo llevaron ante Nereo mientras éste dormía, y, aunque el dios adoptó toda clase de formas, Heracles lo amarró sólidamente y no consintió en soltarlo hasta que le hubo revelado el lugar donde se hallaba el Jardín de las Hespérides. Desde ese momento, el itinerario del héroe se hace poco inteligible, Apolodoro cuenta que desde las orillas del Erídano pasó a Libia –es decir, al norte de África-, donde se batió con el gigante Anteo; recorrió luego Egipto, donde estuvo a punto de ser sacrificado por Busiris. De allí pasó al Asia y luego a Arabia, donde dio muerte a Ematión, hijo de Titono; después marchó a través de Libia, hasta el “Mar Exterior”. Allí se embarcó en la “copa del Sol”, para abordar, en la ribera opuesta, al pie del Cáucaso. Durante la ascensión de esta montaña, liberó a Prometeo, cuyo hígado devoraba un águila y se regeneraba al momento. Agradecido, el gigante le aconsejó que no cogiera con su propia mano las manzanas maravillosas y que encomendara esta misión a Atlante. Heracles prosiguió su camino y llegó finalmente al país de los Hiperbóreos; fue al encuentro del gigante Atlante, que sostenía el Cielo sobre sus hombros, y le ofreció aliviarlo de su carga el tiempo que necesitara para ir a recoger tres manzanas de oro en el Jardín de las Hespérides que se hallaba contiguo. Atlante asintió de buen grado; pero, a su regreso, declaró a Heracles que él mismo llevaría los frutos a Euristeo, y entretanto el héroe seguiría sosteniendo la bóveda celeste. Éste simuló consentir en ello; sólo pidió a Atlante que lo descargase por un momento, el tiempo necesario para ponerse una almohada en los hombros. El gigante aceptó sin recelo, pero Heracles tan pronto se vio libre, cogió las manzanas que Atlante había dejado en el suelo y emprendió la fuga.

Según otras tradiciones, Heracles no necesitó la ayuda de Atlante; mató al dragón de las Hespérides, o lo durmió, y se apoderó de los áureos frutos. También se cuenta que, desesperdas por haber perdido las manzanas cuya custodia tenían confiada, las Hespérides se transformaron en árboles: un olmo, un sauce y un álamo, a cuya sombra se refugiaron más terde los Argonautas. El dragón fue transportado al cielo, donde se convirtió en constelación: la Serpiente.

Sea de ello lo que fuere, Heracles, una vez en posesión de las manzanas de oro las llevó fielmente a Euristeo. Pero éste, cuando la tuvo en sus manos, no supo qué hacer con ellas y las devolvió al héroe, quien las ofreció a Atenea. La diosa las restituyó al Jardín de las Hespérides, pues la ley divina prohibía que aquellos frutos estuviesen en otro lugar que no fuese en el Jardín de los dioses.

Nota: Adviértanse algunos paralelismos entre esta narración de la antigua mitología griega y el mito de la manzana en el Antiguo Testamento. Finalmente uno y otro son frutos apetecidos por los protagonistas de sus respectivas historias. Ambos han sido plantados en jardines sobrenaturales: el de las Hespérides uno, y el del Edén el otro. Y, si se quiere, ambos frutos son prohibidos; en efecto, Prometeo le advierte a Heracles que no debe recogerlos con su mano, en tanto que el dios del Antiguo Testamento, más radical en su mandato, les prohibe a sus creaturas comerlo. Aquí hemos omitido las remisiones que el autor hace a otros mitos narrados en el mismo volumen.

* Ex miembro de la Escuela Francesa de Roma y profesor de La Sorbona.
H 84 – 04.01.2002



Reflexión y saludo de José Carlos García Fajardo* por el advenimiento del año 2002.

Celebremos el encuentro


He aquí que hacemos nuevas todas las cosas. El zorro le recordaba al Pequeño Príncipe la necesidad de los ritos.

"Il faut des rites!, le decía. Un rito es lo que hace un día diferente de otro. Si vienes a cualquier hora a visitarme, no sabré cuándo preparar mi corazón. Pero si yo sé que vendrás a las tres, desde las dos mi corazón se llenará de alegría y "¡conoceré el precio de la felicidad!" Porque tú no eras para mí más que un hombre igual a cien mil hombres y yo no era para ti más que un zorro igual a cien mil zorros… pero si tú me domesticas, tendremos necesidad uno del otro. Yo seré para ti único en el mundo y tú serás para mi único en el mundo. ¿Qué significa domesticar?, preguntó el Principito. "Es algo demasiado olvidado por los hombres, significa crear lazos", respondió prudente el zorro que sentía una lumbre en su corazón.

Al llegar estas fechas marcadas por el calendario, desde tiempo inmemorial, los seres humanos lo celebraban echando cosas viejas a la calle o a una hoguera que ardía durante la noche para recordarle al sol que amaneciera. En ese fuego ardían frustraciones, desencantos y tristezas. Pero en la luz del fuego, en su calor y en su magia, reverberaban esperanzas y se encendían auroras.

Solsticios de invierno, noches largas, inmensas, aterradoras.
Solsticios de verano, noches ardientes, fecundas, creadoras.
Noches de san Silvestre o de san Juan. ¿Qué más da?

Cuando llegaste, te esperaba. Quizás eras la respuesta a mi anhelo para hacer juntos una etapa del camino. Nadie nace la víspera de un encuentro, porque todo encuentro es un reencuentro. Nos buscábamos sin saberlo. Tomás de Aquino llega a escribir "no nos conocíamos y ya nos queríamos". San Agustín había ido más lejos "No me buscarías si no me hubieras encontrado… eres más íntimo que mi propia interioridad".

Hay personas que creen que nunca les sucede nada cuando, en realidad, la vida pasa por su lado y ellas no saben des-cubrirla, des-velarla, envolverse en el misterio de la revelación. Y se quejan de aburrimiento.

Samuel responde "Aquí estoy, porque me has llamado". Ese es el sentido pleno de evocar, convocar, invocar. Y todavía más hondo es Salomón cuando expresa el mayor deseo de su corazón "dame un corazón a la escucha" (leb shomá).

Cada día, cada instante, cada silencio, cada palabra, cada emoción, cada pálpito, cada pasión son inéditos. Todo es nuevo, nada se repite, todo es creación continuada en forma de celebración. El tiempo no existe, lo vamos haciendo. Sólo pasa lo cronológico. Lo kairológico es revelación, permanencia, transformación.

De ahí, la alegría de compartir la armonía de la naturaleza, el equilibrio del cosmos, la serenidad del universo. Todo es fiesta, todo es milagro, todo es maravilla.

Vivir no es ver volver, como pretendía Azorín, sino celebrar la poesía del misterio. Pues, según Rilke en sus Cartas a un joven poeta, es menester que nada extraño nos acontezca, fuera de lo que nos pertenece desde largo tiempo.

Hoy, ahora, aquí y entonces es navidad, pasión, muerte y resurrección. Los arquetipos no pueden ser sustraídos ni apropiados por religión alguna porque pertenecen al inconsciente colectivo, a la experiencia vivida.

Sabernos tierra que camina, polvo enamorado, expresión de un vivir más profundo, hondo y telúrico cuyos latidos percuten nuestra piel, nuestros pulsos y el rumor de nuestro ambiente. Unamuno sentía morriña de eternidad, nostalgia de infinito, olor a tierra ausente, a perfume de luz.

Hoy es siempre, todavía. Ahora es el momento de la magia y del encuentro. Por eso es preciso cambiar nuestro corazón para que la actitud informe la realidad y sea a la vez fecundada por ella. Mañana no es una realidad, tan sólo una hipótesis. Ayer tampoco es una realidad, sino memoria y experiencia.

Aquí, ahora es la celebración del ritmo, del lugar de encuentro del tiempo que hacemos y de la eternidad que somos. De ahí el profundo sentido de los espacios sagrados hasta que un día caemos en la cuenta, descubrimos, que todo es sagrado, todo es sacerdocio, sacrificio y celebración.

La raíz sánscrita scr nos abre a mundos mágicos y reales, penetrados de misterio. Del misterio del vivir con alegría, gozando del placer de las cosas, de las emociones y de las pasiones. Claro que sí. Sin pasión, de patior, no hay vida. Es una degeneración semántica asimilar pasión a sufrimiento. Es un empobrecimiento. Se padece una caricia, una mirada agradecida, un sabor, un tacto trémulo o firme, el goce de los placeres sensuales y espirituales.

Para el más auténtico pensamiento oriental vivir es un juego en el que se funden tiempo y eternidad, espacio y aliento, naturaleza y cosmos. Por eso los dioses siempre aparecen sonriendo.
Celebremos, pues, este fin de año y el comienzo del año nuevo con el talante adecuado. Para el sabio no existe diferencia entre cielo y tierra, entre acción y mérito. El sabio no pretende hacer cosas buenas, sino que bueno es lo que hace el sabio. No busca cumplir la ley sino que ésta surge de su corazón. De ahí que no busque el mérito de las acciones ni confunda valor con precio.

La actitud del sabio es de sosiego y de serenidad, de disfrutar de los placeres tanto como de las pruebas, todos ellos son mensajeros de la paz como fruto de la justicia.

La actitud más coherente con la realidad es descubrir el sentido de cada gesto, de cada silencio, de cada gota de agua y de cada encuentro.

Ante la confusa apariencia de los fenómenos que suceden en el mundo, todavía y siempre cabe la esperanza.

Siempre cabe la alegría, el goce de despertar cada mañana a los encuentros que aguardan con sólo saber caminar con el corazón a la escucha y los brazos extendidos para acoger sin prejuicios, sin discriminación ni apegos.

No existe el pasado ni pueden pesar pretendidas culpas. A éstas hay que tratarlas como a sacos de sal que nos hemos cargado a la espalda: se disuelven al introducirnos en el mar de la vida, para darle sabor sin que se note; para darle consistencia.

Es posible la esperanza, la felicidad de sabernos acogidos, amados, esperados y apoyados para hacer juntos el camino. Ni hacia Itaca ni hacia Tombuctú, sino hacia adentro abarcando todo y compartiéndolo todo.

Si el sentido del vivir es ser felices, poder hacer lo que queramos, el camino más seguro es querer lo que hacemos, transformándolo.

Feliz Año, Feliz Día, Feliz Instante.

* Presidente de la ONG Solidarios para el Desarrollo y profesor de Pensamiento Político y Social de la Universidad Complutense de Madrid.
H 84 – 04.01.2002



“El objeto y el sujeto se mezclan y se transforman mutuamente en el acto del conocimiento”

Teilhard de Chardin

Ver o perecer. Tal es la situación impuesta por el don misterioso de la existencia a todo cuanto constituye un elemento del Universo. Y tal es consecuentemente, y a una escala superior, la condición humana.

Pero si de verdad resulta tan vital y beatificante el conocer, ¿por qué, una vez más, dirigir con preferencia nuestra atención hacia el Hombre? ¿No esá ya suficientemente estudiado el Hombre, y no es suficientemente enojoso el hacerlo? ¿Y no es precisamente uno de los atractivos de la Ciencia el de desviar y hacer descansar nuestra mirada sobre un objeto que, por fin, no sea nosotros mismos?

Bajo un doble aspecto, que se convierte doblemente en el centro del Mundo, el Hombre se impone a nuestro esfuerzo por ver como clave del Universo.

En primer lugar, y de una manera subjetiva, resultamos ser inevitablemente, centro de perspectiva en relación con nosotros mismos. Fue seguramente una candidez, quizá necesaria, de la Ciencia naciente el de imaginarse que podría observar los fenómenos en sí mismos, tal como se desarrollarían fuera de nosotros mismos. Intuitivamente, los físicos y los naturalistas operaron al principio como si su mirada cayera desde lo alto sobre un Mundo en el que su conciencia pudiera penetrar sin experimentarlo en sí mismos, sin modificarlo con su propia observación. Hoy comienzan a darse cuenta de que sus observaciones, aún las más objetivas, están todas ellas impregnadas de convenciones apriorísticas, así como de formas o de costumbres de pensar desarrolladas a lo largo del proceso histórico de la Investigación. Llegados al extremo de sus análisis, ya no están muy seguros de si la estructura conseguida es la esencia misma de la Materia que estudian o el reflejo de su propio pensamiento. Y de una manera simultánea se dan cuenta de que, por un choque retroactivo de sus descubrimientos, ellos mismos se encuentran cogidos en cuerpo y alma en la red de las relaciones que habían creído lanzar desde el exterior sobre las cosas; en una palabra: se hallan presos en su propia trampa. Metamorfismo y endomorfismo, diría un geólogo. El objeto y el sujeto se mezclan y se transforman mutuamente en el acto de conocimiento. Quiéranlo o no, desde ese momento, el Hombre vuelve a encontrarse a sí mismo y se contempla en todo lo que observa.

He aquí una verdadera servidumbre, la cual, no obstante, está inmediatamente compensada por una grandeza cierta y única.

Resulta simplemente trivial, e incluso enojoso, para un observador el transportar consigo mismo, vaya donde vaya, el centro del paisaje que atraviesa. Pero, ¿qué es lo que le sucede al paseante si las circunstancias le llevan hacia un punto naturalmente privilegiado (encrucijada de caminos o de valles), desde el cual no ya sólo la mirada, sino las mismas cosas irradian? Es entonces cuando, al coincidir el punto de vista subjetivo con una distribución objetiva de las cosas, se establece la percepción en toda su plenitud. El paisaje se descifra y se ilumina. Se ve.

Este parece ser el privilegio del conocimiento humano.

H 84 – 04.01.2002



La Diversidad Cultural como reto político

María José Atiénzar

"El diálogo intercultural es la mejor garantía para la paz porque rechaza la idea de que los conflictos entre culturas y civilizaciones sean inevitables", dijo el director general de la UNESCO, Koichiro Matsuura tras la aprobación de la Declaración Universal sobre Diversidad Cultural. En su opinión, "el texto eleva la diversidad cultural al rango de herencia común de la humanidad" y protegerla es un imperativo ético inseparable de la dignidad humana.

El proceso de globalización aporta nuevos retos. Al tiempo que ofrece posibilidades inéditas de expresión e innovación, conlleva el riesgo de marginar a las culturas más vulnerables. Por ello, la UNESCO asumió desde hace unos años el compromiso de defender la diversidad cultural. En los últimos meses, se consultó a los Estados miembros y un grupo de expertos de 30 países elaboró el texto de la Declaración, conciliando los diferentes puntos de vista y expectativas de los Estados en esta nueva coyuntura.
La UNESCO apuesta por una definición amplia de cultura, considerada como "el conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias".

En una situación internacional donde asistimos perplejos a enfrentamientos, violencias y adversarios sin definición, no está de más recordar, como hace la UNESCO, que el respeto a la diversidad de las culturas, la tolerancia, el diálogo y la cooperación, en un clima de confianza y de entendimiento mutuos, serán los mejores garantes de la paz y la seguridad internacionales.

La Declaración relaciona la diversidad cultural con la identidad, el pluralismo, los derechos humanos, la creatividad y la solidaridad internacional. Se reconoce la diversidad cultural como patrimonio común de la humanidad, que amplía las posibilidades de elección y es una fuente de desarrollo, entendido no sólo en términos económicos, sino como "medio de acceso a una existencia intelectual, afectiva, moral y espiritual satisfactoria".

Pero una diversidad creativa exige para su desarrollo la plena realización de los derechos culturales, los cuales reconocen que "toda persona debe poder expresarse, crear y difundir sus obras en la lengua que desee y en particular en su lengua materna; toda persona tiene derecho a una educación y una formación de calidad, que respete plenamente su identidad cultural, debe poder participar en la vida cultural que elija y ejercer sus propias prácticas culturales…" Esto es, que todas las culturas puedan expresarse y darse a conocer. Resultan esenciales en este proceso la libertad de expresión, el pluralismo de los medios de comunicación, la igualdad de acceso al saber científico y tecnológico, incluyendo la forma electrónica, y la posibilidad para todas las culturas de estar presentes en los medios de expresión y difusión. La propia declaración reconoce que los bienes y servicios culturales son portadores de identidad, de valores y de sentido, y no deben ser considerados como mercancías o simples bienes de consumo.

La UNESCO acompaña la declaración sobre Diversidad Cultural de un plan de acción con orientaciones para aplicarla. Entre otras, la necesidad de profundizar el debate internacional sobre los problemas relativos a la diversidad cultural y la conveniencia de elaborar un instrumento jurídico internacional que la fomente y proteja. Asimismo, se destaca la importancia de salvaguardar el patrimonio lingüístico de la humanidad, apoyando la educación en lengua materna, el aprendizaje del plurilingüismo desde la escuela y el fomento de la "alfabetización electrónica" que permitan el manejo de las nuevas tecnologías de la comunicación.
Mucho habrá que modificar las políticas y crear condiciones propicias para que puedan desarrollarse los bienes culturales en plano local y mundial.

Basta recordar los graves desequilibrios que se producen en los flujos e intercambios de bienes culturales. Estados Unidos, Japón y la Unión Europea controlan el 90% de la información y la comunicación de todo el planeta. El 20% más rico de la población mundial acapara el 93% de los accesos a Internet, mientras el 20% más pobre apenas tiene el 0,20% de las líneas. Se necesita reforzar la solidaridad internacional para que los países empobrecidos del Sur puedan desarrollar industrias culturales propias, viables y competitivas.

Supone un gran paso tener una Declaración sobre Diversidad Cultural, como marco y soporte del respeto a las diferencias que enriquecen a la humanidad, pero hace falta voluntad política y de toda la sociedad civil, para aplicarla y recoger los frutos del mestizaje en un mundo donde todas las culturas deberían tener su sitio.

H 84 – 04.01.2002



La desigualdad como problema económico

John Kennet Galbraith, La sociedad opulenta, Planeta, Barcelona, 1984, págs. 96 y 94. Traducción de Carlos Grau Petit.

Pocas cosas son más evidentes en la historia social moderna que la decadencia del interés por la desigualdad en cuanto problema económico. Ello es particularmente cierto en Estados Unidos. Y, entre los países occidentales, es completamente inexacto en Inglaterra. La desigualdad, mientras continúa desempeñando un importante papel ceremonial en la sabiduría convencional de conservadores y liberales, ha dejado de ocupar la atención de los hombres. Incluso la sabiduría convencional ha efectuado concesiones a este nuevo estado de cosas.

Esta decadencia del interés por el tema de la desigualdad queda puesta de relieve por el hecho de que, durante muchos años, no se ha realizado ningún esfuerzo importante para alterar la actual distribución de la renta. Aunque se advierte con frecuencia un silencio discreto sobre este punto en las expresiones del liberalismo americano, ya que de este modo no se provoca la ira de los conservadores, el principal instrumento público para distribuir la renta es el impuesto progresivo sobre la misma. Desde la Segunda Guerra Mundial no se ha producido ningún esfuerzo considerable para modificar este impuesto en busca de una mayor igualdad. Se han abierto algunas vías de evasión, en tanto que otras se han cerrado. Los liberales no han dado, sin embargo, ningún paso importante para hacer que el impuesto sea más progresivo, y por consiguiente, más igualitario. Y los conservadores, en tanto que han ganado importantes victorias secundarias, no han estado en condiciones de presentar una batalla definitiva contra el impuesto (...).

Respetando ese punto del actual compromiso, los liberales no intentan que los impuestos en vigor sean más progresivos ni muestran pasión alguna por eliminar las injusticias y las escapatorias que se presentan en su aplicación. Sin embargo, se agruparían como un solo hombre para oponerse a cualquier reducción general de los tipos impositivos sobre las bases tributarias más elevadas. Quienes creen que el impuesto se ha excedido en su implantación de la igualdad son a veces más expansivos. Desde las clases acomodadas se oyen con regularidad llamadas a la simpatía pública y a la cooperación y toques de clarín pidiendo valor y acción. “Es tarde, pero no demasiado tarde. No hay ya excusa para que sigamos dudando. Con toda la fuerza de la equidad y de la lógica de nuestra parte y con la urgente necesidad de sacudir los grilletes tributarios de las piernas del progreso económico, la iniciativa es nuestra si tenemos la valentía de hacernos cargo de ella” (1). Pero ni siquiera una administración conservadora como la del presidente Eisenhower ha considerado oportuno enfrentarse con el problema de la reducción de los recargos tributarios en un amplio frente.

Salvo en lo que se refiere al impuesto sobre la renta, se puede decir que casi no se ha puesto en vigor, ni siquiera discutido, legislación alguna que tuviese como principal objetivo el de reducir la desigualdad. Hace sesenta años, cuando la polémica entre el capitalismo y el socialismo había llegado a su
cumbre, apenas se habría podido pensar en ninguna otra solución...

(1) Maytag, Taxes and América’s Future.
H 84 – 04.01.2002



Desde 1973 el santafesino Jose Pivin está radicado en Haifa, Israel. Sus obras fueron traducidas del español al hebreo, yiddish, polaco, ingés y árabe. De su tercer poemario bilingüe español-hebreo, editado por Neta Gonen (Mulelet Hadassa), Jerusalem 1996, seleccionamos estos versos.

De remotas tierras hablo

Hablo de remotas tierrasde praderas verdesy cultivos altoshablo de lejanas pampasde caballos salvajeshabloy cuando hablo de rios y de puertosno son los mismos rios ni los mismos puertosque tu te imaginas.Hablo de curtidos jinetesy tu piensas en beduinosmontados en camellos.Digo rio y pienso en el Paranacorcoveando enloquecidode norte a sury cuando digo riotu piensas en el Jordan estrechoy recatado.Hablo del tiempoy digo friotempestuosolluviahablo de inviernoy en este momentotu disfrutas de solcalorverano.Hablo de remotas tierrasde praderas verdesy cultivos altoshablo de lejanas pampasde caballos salvajeshablo.


H 84 – 04.01.2002