Fragmento de Empédocles
Simplicio, Phisyca, 157, 25 y 161,14; Plutarco, Amat., 756 D; Clemente, Stromateis, V, 15, siguiendo la clasificación de Diels-Kranz. Tomado del título original Die Fragmente der Vorsokratiker, sin indicación del traductor. Ed. Edicomunicación, Barcelona 1995.
Simplicio, Phisyca, 157, 25 y 161,14; Plutarco, Amat., 756 D; Clemente, Stromateis, V, 15, siguiendo la clasificación de Diels-Kranz. Tomado del título original Die Fragmente der Vorsokratiker, sin indicación del traductor. Ed. Edicomunicación, Barcelona 1995.
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tan pronto se dividió para ser muchos a partir del Uno.
Doble es el nacimiento de las cosas mortales, doble su cesación:
Pues el encuentro de todos los seres en uno engendra la cesación de ellos y acaba con su nacimiento,
pero al desunirse los seres el nacimiento vuelve y se desvanece la cesación.
Y este perpetuo movimiento alternante nunca tiene fin, unas veces reuniéndose todos los seres en uno por el Amor,
otras separándose todas las cosas arrastradas por la repulsión del Odio.
Así por cuanto el Uno ha aprendido a nacer de los muchos,
y de nuevo, disgregado el Uno, los muchos surgen,
por eso nacen y nacen y no hay vida firme para ellos;
pero por cuanto un cambio perpetuo sigue sin fin,
por ello las cosas subsisten siempre inmutables en su ciclo.
Y bien, escucha mis palabras, pues el aprender aumenta la inteligencia;
pues como antes te dije, anunciándote los límites de mi discurso,
éste será doble: pues unas veces el Uno creció hasta ser único
a partir de los muchos, otras veces se disgregó para ser muchos a partir del Uno,
fuego, agua, tierra y éter inmensamente alto...
H 76 – 09.11.2001
Diels y Kranz explican así la
Doctrina de Empédocles
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El Uno se dividió en muchos y luego a partir de los muchos se vuelve Uno. Unas veces reuniéndose todos los seres en Uno por el Amor, otras separándose por la fuerza de la repulsión del Odio.
Amor y Odio por turno dominan en la evolución del tiempo.
Un ejemplo de esto nos pone Empédocles en el cuerpo humano. En éste, cuando los elementos están reunidos existe el cuerpo y, cuando se disgregan, es la muerte.
...nos dice que los elementos son los mismos, que pasan unos a través de otros y nacen así cada vez de una forma.
De estos elementos vienen cuantas cosas fueron, son y serán, árboles, hombres y mujeres, bestias salvajes y pájaros y los peces nutridos en el agua y los dioses.
La obra de la creación la compara con la de un pintor, que para componer sus formas elige los colores mezclándoles.
Que no penetre en la mente el error de que hay otro origen en las cosas mortales.
Cuando está unido el Uno en sí mismo es la Esfera. Entonces ni se distingue el claro aspecto del sol, ni tampoco la fuerza velluda de la Tierra, ni el mar, de tal modo estaba apoyada en el sólido refugio de Armonía la Esfera bien redonda, ufana en su circular solitario, igual por todas partes a sí misma y absolutamente sin límites.
Pero cuando el Odio en sus miembros es alimentado, éstos empiezan a sacudirse unos a otros.
Cuando el Odio se ha retirado, en cambio, a la parte más profunda del torbellino, y el Amor alcanza el centro de éste, se concentran en él todas las cosas para formar un solo ser.
Y cuanto más se aleja el Odio, tanto más siempre avanza el impulso divino y dulce del Amor sin queja.
Hay un paralelismo evidente entre las teorías de Empédocles y Parménides o Heráclito. Recuerda mucho a Heráclito en la primera parte del poema De la Naturaleza, ya que dice, hablando de la situación de los hombres, “muchos males asaltan a los mortales y embotan su pensamiento, y se dan sólo cuenta de una pequeña parte de la vida (...) y cada uno se jacta de haberlo descubierto todo”.
Para Aristóteles, Empédocles es un filósofo pluralista, por explicar el cambio no a partir de un solo ser o principio, sino de cuatro elementos. Sin embargo para ésto se ve obligado a suponer que la Esfera es un estadio precósmico. Pues de otro modo está claro que antes de los cuatro elementos separados está la Esfera, donde todo está unido con el Amor, una Esfera comparable a la de Parménides.
El Uno y lo múltiple son dos etapas que alternan cíclicamente, marcadas por el predominio del Odio o el Amor.
Esta alternancia supone, para nuestro entender, que nunca hay un momento en que exista solamente Amor, pues el Odio debe conservarse en forma de semilla, lo cual explicaría que, en un momento dado, despierte y haga sacudir de nuevo los miembros de la Esfera, para comenzar a separarse entre sí.
Lo mismo que en el período de predominio del Odio, debe conservarse el amor en forma de semilla, para poder crecer a partir de ahí y recomenzar el camino de vuelta a casa.
Empédocles afirma ambos momentos como polos de una misma realidad, como dos aspectos contrarios que ésta adquiere.
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En todo caso, desde el momento en que la Naturaleza comienza a manifestarse, empiezan a tener personalidad los cuatro elementos de Empédocles, que provienen de uno sólo; en Heráclito, desde luego, surgen de uno sólo, que es el Fuego, del cual salen y en el cual se reasumen luego todas las cosas, pero también en algún lugar hace ver que “la muerte del fuego es el nacimiento del aire y la muerte del aire el nacimiento del agua” (LXXVI Plut.), es decir que Empédocles y Heráclito coinciden bastante en la evolución de la Esfera, mejor dicho, a partir de este momento en que la Esfera empieza a disgregarse, pues Heráclito no nombra a la Esfera más que en ésto. Empédocles ve cuatro elementos, fuego, aire, tierra y agua, que son el mismo cambiando de forma, y Heráclito ve un solo principio, el fuego, que cambia en aire y luego en agua. Los tres afirman directa o indirectamente la unidad que subsiste bajo todo, pero Empédocles goza con la descripción de la Naturaleza, de la Creación, como si bendijera la unidad por dar lugar a la diversidad. Lo peculiar de Heráclito es el necesario enfrentamiento para la unión. De Parménides podría decirse que es el más abstracto o el más puro.
Pero todos afirman necesariamente la Unión, puesto que si todas las formas variadas por obra del Odio (Empédocles) u opuestas por obra de la Armonía (Heráclito), provienen de lo Uno y a lo Uno han de volver, son por ello irreales, pues son sólo para dejar de ser. En cambio es la identidad real que subsiste bajo estas formas, variadas u opuestas o aparentes respectivamente, a la cual han de volver, o por la cual son sustentadas.
* Si bien la puntuación y algunas veces la sintaxis son incorrectos, hemos respetado escrupulosamente el texto, dado que esclarece el pensamiento del filósofo sin deformación ni menoscabo (N. de la R.)
H 76 – 09.11.2001
El señor George W. Bush y el señor Osama Bin Laden nos amenazan y nos mienten
Eduardo Dermardirossian
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Así, entonces, el señor Bush profiere sus amenazas erga homnes y nos somete a sus presiones diplomáticas y financieras para, luego, sembrar con fuego el territorio afgano. El señor Bin Laden, por su parte, endereza sus amenazas al Estado con el que está en conflicto y es su territorio que siembra prolija, medida y selectivamente con miedos que enferman. Aún más: los datos con que se cuentan parecen indicar que el ataque que le es atribuido a al-Qaeda proviene del propio territorio del país de Bush. El señor George W. Bush pelea dispersando su poderío militar, financiero y diplomático por todo el mundo, aún en los países islámicos cuyos pueblos manifiestan una señalada simpatía con al-Qaeda, en tanto que el señor Osama Bin Laden parece operar centralmente desde y sobre el territorio de su enemigo. Tácticas y estrategias diferentes y divergentes, que resultan de una capacidad operativa también diferente pero, a un tiempo, de una concepción diversa de lo que es esta guerra. Y quizás -por qué no- de unos propósitos distintos, de objetivos disímiles. ¿Quién sabe, en definitiva, cuáles son los fines queridos por las partes beligerantes cuando las hostilidades ya se han desencadenado?
A propósito de los fines de la guerra digamos también algo. Y de su justificación. El señor Bush (cuanto él representa y simboliza, en definitiva) ha definido a ésta como “guerra contra el terrorismo”. Mal comienzo: no hay guerras contra “ismos”. Hay una lectura trágica de la historia de la humanidad y es la que se hace examinando las guerras por las que ella ha transitado a través de los tiempos. Nunca una de ellas ha sido contra alguna clase de “ismo”, porque la guerra, por su propia naturaleza, no pretende la destrucción de abstracciones (y los “ismos” siempre lo son). La guerra procura, por definición, la destrucción física, material y efectiva del oponente; y, en el mejor de los casos, la neutralización definitiva de su capacidad operativa. De modo que en cualquier caso el propósito del beligerante es la aniquilación del enemigo como tal. Y aquí sobran los eufemismos. Hablar de “guerra contra el terrorismo” memora el concepto de “guerra santa” que levantan importantes sectores del Asia Central y del Oriente Medio para concitar la adhesión de sus correligionarios y de los gobiernos que vacilan entre el poder fenomenal de la potencia occidental y la presión de sus comunidades y del clero. De modo que los fines de la guerra que hoy ocupa nuestra atención son difíciles de determinar, más allá de quienes siempre medran con sus calamidades. La dinámica de los hechos, que generalmente es escamoteada por unos y por otros, muda de continuo y con ella mudan también los fines inmediatos y mediatos perseguidos. Saben los estrategas que otro modo de obrar y de mirar la guerra puede conducirlos a la derrota. Cerca están los ejemplos.
Un último tema del que quiero ocuparme ahora es el referido a la justicia de la guerra, no al concepto en sí -arduo de tratar y que ha ocupado a sesudos filósofos, teólogos y otros especímenes de la aventura del pensamiento-, sino al juicio, a la valoración que somos proclives a hacer en nuestro decir cotidiano respecto de la “guerra justa”. Y esto dependerá del lugar donde estemos situados y de los insondables sentimientos de simpatía o antipatía y hasta odio que despierten en nosotros los contendientes. También, claro, de la posición ideológica de cada quien. Lejos de utilizar recursos oratorios, lingüísticos o dialogales, digo desde ya mi rechazo, es más, mi visceral repugnancia respecto de cualquier intento de adherir a uno u otro partido cuando de la guerra se habla. No hay guerra justa. Es mentida la invocación de una voluntad divina cuando los hombres se matan unos a otros, no importa por qué causa sea. ¿Qué hombre de fe judeo-cristiano-islámica, pensando, sintiendo y obrando según lo que tenga por voluntad divina y las enseñanzas de su religión, puede sinceramente creer que mata con justicia? Quienes así dicen hacerlo –y lo dicen los Bush y los Bin Laden- nos mienten. Y saben que nos mienten. Y a quienes situados en algún partido sienten la justicia de su causa y por eso matan o mueren en la creencia de obrar bien, habrá que decirles que nunca hay justa causa para matar, tampoco para morir o inmolarse; decirles, también, que la particular y trágica circunstancia que genera la guerra oscurece el juicio, tal que mientras dure la conflagración nadie será capaz de discernir el bien del mal, lo justo de lo injusto.
El señor Bush y el señor Bin Laden nos amenazan, sí. Y también nos mienten.
Nota: Este artículo fue publicado a días de producido el atentado al World Trade Center, N. Y.
H 76 – 09.11.2001
Conciencia de la libertad
José Carlos García Fajardo *
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El filósofo Raimundo Panikkar, una vez más, aporta luz en nuestro caminar. Aborda con clarividencia la paradoja de la antropología que como "ciencia del hombre" corre el peligro de quedar aprisionada en el ámbito de la razón, de la cultura o de la filosofía reduciéndola a la esfera en la que el anatómico de Leipzig, Magnus Hundt, la comenzó a utilizar en 1501.
Pero el hombre en cuanto hombre se pregunta por sí mismo. Ya en los albores de nuestra civilización, Chilón, uno de los siete sabios de Grecia, formuló la frase magistral que figuraría en el frontón del templo de Apolo en Delfos: "conócete a ti mismo". El hombre, dice Panikkar, es el sí mismo que no puede conocerse si no se ve en el espejo del otro porque su autoconocimiento pertenece a su misma naturaleza. Por eso, como sujeto no puede ser objeto de ninguna ciencia. Es el conocedor y no sólo lo conocido.
De ahí que la antropología pueda significar la escucha con todas nuestras capacidades de lo que el hombre dice sobre sí mismo. Para eso, "hay que saber escuchar las diversas voces, las diversas canciones, las diversas melodías que el hombre dice, que el hombre canta."
Este saber escuchar requiere simpatía, amor y conocimiento de lo que los otros dicen de sí. "Sin simpatía no se puede entender, sin amor no nos abrimos al otro, sin conocimiento no se puede saber lo que los otros dicen de sí." Y los hombres se han interpretado de muy diversas maneras según las distintas culturas de la humanidad. No existe, pues, una sola voz, una sola cultura ni una única religión verdadera pues la verdad es lo que todos buscamos y nadie puede poseerla, sino participarla.
Cada cultura es como una galaxia que crea sus criterios de verdad, bondad y belleza y es preciso acercarnos a ellas mediante un diálogo dialogal y no reducir al hombre a un solo modelo. Por eso, Panikkar sugiere la expresión "antropofanía" para entender lo que los otros dicen de sí.
Habla de la fenomenología como una de las ramas de la filosofía que intenta describir lo que aparece. Pero en la fenomenología religiosa no basta la razón ya que el creyente cree ver algo más que lo que el mero observador ve con ayuda de la razón y de los sentidos. Por eso "una buena fenomenología debe abstenerse de juzgar sobre la verdad objetiva del fenómeno". La interculturalidad nos impide caer en semejante reduccionismo porque la razón no es el único órgano del conocimiento, "el único ojo con el que el hombre ve". Ya la tradición escolástica cristiana y la tradición budista tibetana hablan de los tres ojos con que el hombre entra en contacto con la realidad: razón, sentidos e intuición.
Ricardo de San Víctor habla de los tres ojos y Nicolás de Cusa dice que para saber lo que el hombre es no basta con la sensación, hace falta imaginación, razón e intelecto intuitivo. De lo contrario la humanidad se vuelve estrábica cuando no tuerta.
Aduce Panikkar ejemplos de los sistemas filosóficos de la India para evitar el peligro de una antropología reduccionista y así contribuir a superar el falso dilema de la racionalidad /irracionalidad.
Pero hay más, el hombre en sí no existe. Existe en una tierra y junto a otros muchos seres entre los cuales sus semejantes ocupan un lugar especial. La idea que el hombre tiene de sí mismo depende del mito en el cual vive, se mueve y piensa... Sus distintas manifestaciones darán lugar a otras tantas antropologías o antropofanías."
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Como es conocida la intuición cosmoteándrica de nuestro pensador, baste decir que su anhelo es superar el monoculturalismo tan enraizado en Occidente, reconocer la relatividad cultural, que no el relativismo que se destruye a sí mismo en su formulación, y el reconocimiento del pluralismo como la forma adecuada de acercarnos al fenómeno humano. "Una antropofanía intercultural nos facilita una fecundación mutua entre las culturas de la humanidad; fecundación que exige conocimiento y amor."
Ante el marasmo de basuras televisivas, ante el consumismo preconizado por un modelo de desarrollo inhumano, ante la evasión inane de sucedáneos deportivos y ante descalificaciones de responsables religiosos que no respetan la realidad del otro, reconforta escuchar palabras de esperanza y de justicia de personas que van por el camino en busca de la verdad sin fijarse límites ni imponer prejuicios. Es un auténtico progreso en la conciencia de la libertad.
* Presidente de la ONG Solidarios para el Desarrollo y profesor de Pensamiento Político y Social en la Universidad Complutense de Madrid.
H 76 – 09.11.2001
Temas de ética, moral y derecho
Derechos Humanos
Pelayo García Sierra, Diccionario filosófico, 1999, pág. 481.
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H 76 – 09.11.2001
Poema de Ernesto “Che” Guevara
Vieja María
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quiero hablarte en serio:
Tu vida fue un rosario completo de agonías,
no hubo hombre amado, ni salud, ni dinero,
apenas el hambre para ser compartida;
quiero hablar de tu esperanza,
de las tres distintas esperanzas
que tu hija fabricó sin saber cómo.
Toma esta mano que parece de niño
en las tuyas pulidas por el jabón amarillo.
Restriega tus callos duros y los nudillos puros
en la suave vergüenza de mi mano de médico.
Escucha, abuela proletaria:
cree en el hombre que llega,
cree en el futuro que nunca verás.
Ni reces al dios inclemente
que toda una vida mintió tu esperanza;
ni pidas clemencia a la muerte
para ver crecer a tus caricias pardas;
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los cielos son sordos y en ti manda el oscuro,
sobre todo tendrás una roja venganza
lo juro por la exacta dimensión de mis ideales.
Muere en paz, vieja luchadora.
Vas a morir, vieja María;
treinta proyectos de mortaja
dirán adiós con la mirada,
el día de estos que te vayas.
Vas a morir, vieja María,
quedarán mudas las paredes de la sala
cuando la muerte se conjugue con el asma
y copulen su amor en tu garganta.
Esas tres caricias construídas de bronce
(la única luz que alivia tu noche)
esos tres nietos vestidos de hambre,
añorarán los nudos de los dedos viejos
donde siempre encontraban alguna sonrisa.
Eso era todo, vieja María.
Tu vida fue un rosario de flacas agonías
no hubo hombre amado, salud, alegría,
apenas el hambre para ser compartida,
tu vida fue triste, vieja María.
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Cuando el anuncio de descanso eterno
enturbia el dolor de tus pupilas,
cuando tus manos de perpetua fregona
absorban la última ingenua caricia,
piensas en ellos... y lloras,
pobre vieja María.
¡No, no lo hagas!
No ores al dios indolente
que toda una vida mintió tu esperanza
ni pidas clemencia a la muerte,
tu vida fue horriblemente vestida de hambre,
acaba vestida de asma.
Pero quiero anunciarte
en voz baja y viril de las esperanzas,
la más roja y viril de las venganzas
quiero jurarlo por la exacta
dimensión de mis ideales.
Toma esta mano de hombre que parece de niño
entre las tuyas pulidas por el jabón amarillo
restriega los callos duros y los nudillos puros
en la suave vergüenza de mis manos de médico.
Descansa en paz, vieja María,
descansa en paz, vieja luchadora,
tus nietos todos vivirán la aurora,
lo juro.
H 76 – 09.11.2001
Diario
Anotación al sábado 13 de enero de 2000.
Bono
© Especial para Heráclito.
H 76 – 09.11.2001
Por qué se baña la gente
Bono
Recojamos el propósito de higiene y mirémoslo por fuera, por la epidermis, y luego mirémoslo por dentro. Porque es verdad que de las variadas maneras que se baña la gente ninguna limpia más allá de la epidermis. Tales escrupulosos custodios de su apariencia y bien oler no se ocupan con igual énfasis de higienizar sus adentros. Los de su conciencia, los de su alma. Frecuentemente llevan a cuestas las señas de su mal hacer y de su hedor interior sin preocupación, porque saben que tales fealdades son invisibles a a los ojos, acostumbrados como están a que sus sentidos escudriñen las superficies, nunca los interiores.
Y así ves andar bajo la luz del sol a prolijos y bienolientes señores cuyas conciencias y almas yacen, quién sabe cómo, bajo primorosos ropajes.
© Especial para Heráclito.
H 76 – 09.11.2001