Heráclito 58

Siddhartha

En 1911, a los 34 años de edad, Hermann Hesse viajó a la India para ahondar en el estudio de las civilizaciones de Oriente. La profunda experiencia que recibió entonces fructificó en su novela Siddhartha, de cuyas págs. 11 a 13 damos este fragmento. Ed. Nuevomar, México 1978. La traducción directa del alemán es de Ricardo Bumantel.

Siddhartha empezaba a sentirse descontento de sí mismo. Comprendía que ni siquiera el cariño de sus padres o la amistad de Govinda harían su felicidad; sabía que nada de ello lo calmaría o satisfaría para siempre sus afanes. Comenzaba a dudar de que su venerable padre y los otros maestros, sabios brahmanes, le hubieran comunicado la mejor y más importante parte de su sabiduría, de que hubieran ya vertido en su alma y en su espíritu todo el contenido de los suyos, sin poder colmarlos. Algo bueno hay en las ablusiones, pero sólo son agua, y no purifican del pecado. No sacian la sed del espíritu ni curan la angustia del corazón. Los sacrificios y la invocación de los dioses, eran excelentes. ¿Pero es ésto todo? ¿Traían felicidad los sacrificios?, y de los dioses, ¿qué esperar? ¿Era en verdad Prajapati el creador del mundo? ¿O lo era el Atman, Él, el único, el solo? ¿No son los dioses seres como tú y yo, tributarios del tiempo y perecederos? Y en cuanto al sacrificio, ¿constituía realmente un acto noble y justo?, ¿el mejor y de mayores méritos? ¿A quién sacrificar además de a Él, a quién expresar veneración sino a Él, el único, el Atman? ¿Y dónde habitaba el Atman, dónde encontrarlo, dónde palpitaba su corazón eterno, dónde sino en nuestro propio yo, en nuestro interior, en ese reducto indestructible que cada uno lleva dentro de sí? ¿Mas dónde, dónde estaba ese Yo, ese interior, ese Último? No era carne ni hueso, ni pensamiento ni conciencia. ¿Qué era entonces? Para penetrar hasta el Yo, hasta el Atman, ¿existía algún camino que valiese la pena buscar? Todo sabían estos brahmanes y sus libros, todo lo habían estudiado (...) ¿Mas de qué vale toda la ciencia cuando se ignora aquello que más importa en el mundo?

H 74 – 26.10.2001


El arte del articulista

Fernando Savater

En cierto apartado del Tao-te-king se dan consejos acerca de cómo hacer política y se compara este menester con el arte de freír pescados pequeñitos: es preciso que el fuego no sea tan vivo que los achicharre ni tan tenue que se queden medio crudos. A mi juicio, el secreto de escribir buenos artículos también consiste en un equilibrio parecido. A las ideas hay que tratarlas como pececillos: si las cocinas demasiado terminan carbonizadas e indigestas; si sólo las insinúas, el lector se queda con las ganas de averiguar qué es lo que realmente pretendías decir.

Una de las realidades fundamentales sobre los periódicos pertenece a la escuela de Perogrullo: se llaman diarios porque aparecen todos los días. Ningún artículo, por bueno o acertado que sea, sobrevive mucho más allá del día en que sale impreso. Por lo menos, no es sano que quien lo escribe crea que está acuñando un dictamen para los siglos venideros sino que debe contentarse con dirigirse a quienes comparten con él la luz de ese mismo amanecer. Esto es una dificultad añadida para los aprendices de filósofo que escribimos en la prensa, porque todos soñamos con arengar a las edades venideras. Pero los artículos de periódico no se inscriben en bronce perenne sino en el transitorio y reciclable papel. Tratan no del ser sino del pasar, como hubiera dicho Montaigne (que podría haber sido también un excelente columnista si no hubiera nacido demasiado pronto).

José Bergamín llamó a una serie de colaboraciones suyas periodísticas Las cosas que no pasan. El arte del articulista con cierta aspiración a profundizar en sus temas consiste en hablar de lo que pasa... como si no fuera a pasar. Es todo un reto, alegre y difícil a la vez. Uno lo intenta día tras día y lo consigue unas cuantas veces. Pero siempre se malogra cuando te crees que un artículo es capaz de salvar o condenar al mundo. No, el mejor de los artículos, el verdadero buen artículo no es más que un artículo. Nada más... ni nada menos.

¿Quiénes son los mejores articulistas de periódico que he tenido el gusto y el provecho de leer? Es inevitable comenzar por Mariano José de Larra, que no sólo hizo sátira de los usos de su época sino algo parecido a una metafísica irónica de las costumbres: convierte sus caricaturas en bocetos del destino humano, como también logró Cervantes. Larra me reconcilia con la apagada literatura española del siglo XIX. Los artículos de Borges para Sur o los aún más humildes en apariencia para la revista El Hogar son micromonumentos perfectos a la página volandera que la actualidad arrastra. Comenta una lectura, una moda o un prejuicio con un toque ligero y hondo que resulta irresistible: Borges es uno de los pocos articulistas que hacen disfrutar aún más cuando se está en desacuerdo con él que cuando expresa la opinión que compartimos... Y desde luego -¿por encima de todos?- adoro al Chesterton periodista. Sus artículos son estrictamente mágicos: nada por aquí, nada por allá y de pronto brota una brevísima teoría sobre lo que sea en la cual se concentra más pensamiento y más sabiduría que en cualquiera de los pesados volúmenes filosóficos escritos por algunos de mis colegas académicos. El título mismo de una de sus recopilaciones de artículos demuestra lo bien que Chesterton comprendía en qué consiste la genialidad del género: Enormes minucias.

Larra, Borges y Chesterton y también ilustres predecesores como Montaigne o Voltaire. Suelo recordarles cuando algún asno solemne de los que tanto abundan y tanta veneración concitan desdeña la página perfecta y frágil que él no sería capaz de escribir diciendo: “¡Bah, eso es periodismo!”. Desconocen que la tarea humana, al menos desde que la modernidad jubiló las Summas poco o mucho teológicas, ha consistido fundamentalmente en leer los periódicos. Ahora también esa ocupación parece que va a ser arrumbada, por obra de Internet y sus chats. ¿Seguirá habiendo buenos artículos en la nueva era digital? En cualquier caso, algunos ya no sabremos ni querremos prescindir de ellos: cuando sea la hora aciaga, que me entierren envuelto en las hojas de opinión. Después de todo, como cualquier artículo, yo también duré sólo la brevedad de un día...

Fuente: revista Viva de la edición dominical del diario La Nación de Buenos Aires, 16/07/00.
H 74 – 26.10.2001


Acerca del existencialismo *

Germán Uribe

Traigo ahora, inicialmente, para abordar este tema, a un Kierkegaard un poco fuera de contexto pero muy válido por cierto. Decía él para reafirmar su existencialismo y su crítica hegeliana: El hegeliano puede acercarse solemnemente al confesionario y decir: "No sé si soy un hombre; pero he comprendido el sistema" Yo, sin embargo, prefiero decir: Sé que soy un hombre y sé que no he comprendido el sistema. Pero ya habrá tiempo, puesto que hay lugar e interés, para explayarme sobre este asunto del existencialismo que tanto me atrae.

Vamos a hablar, pues, al respecto. El hombre es ante todo una posibilidad. Su posibilidad de ser. De nadie puede decirse que es sino después de muerto. Mientras viva, un individuo es una posibilidad en desarrollo, viva, cambiante. Y esto se debe a que existir no es otra cosa que ser un ser posible. Por ello mismo puede pensarse que Dios no existe en tanto que eterno, perfecto e infinito, colmadas sus posibilidades, estático, no requiere de ninguna posibilidad.
Ayer tarde, envuelto en mi ruana de lana blanca y sentado en un rincón de la terraza, embelesado por la entrada de las sombras de la noche sobre los cerros inamovibles que reposan frente a mi apartamento, observando las luces que se encendían paulatinamente a lo largo de la carretera que de Bogotá conduce al municipio de La Calera, vía ésta inundada por centros de diversión como restaurantes, bares y discotecas, viendo bajar y subir lentamente todo tipo de vehículos, en un estado apacible y sereno, casi neutro, se me ocurrió pensar que la facultad de disfrute y goce que tiene el hombre probablemente proviene de su inconsciente pero persistente sentido y percepción que posee de la finitud. Pero también pude vislumbrar que por en medio de esa angustiosa conciencia de la finitud hay una rendija que nos deja percibir a lo lejos un destello, un resplandor de claridad y lucidez.

Por ello, y gracias a ello, sigamos con mi especulación filosófica sobre el existencialismo. Así como lo posible o la posibilidad son de tal naturaleza importantes para comprender el sentido del existencialismo, así lo es también y en grado sumo la elección. Podría pensarse que el existencialismo desde tiempos remotos hasta llegar a Sartre, y particularmente con él, se pensó para explicarle al hombre la importancia de la elección y también para liberarlo, aclarándosela, del peso de responsabilidad que ésta conlleva. Porque esta bien claro que sin elección no se existe y se existe, casi que exclusivamente, para elegir. Dice el profesor Vicente Fatone al respecto lo siguiente: Existir es ser un ser que se elige a sí mismo. El hombre, único existente, es el ser que elige su ser; es el ser que tiene que elegir a cada instante. Porque es elección de sí mismo, elige esto o aquello, y no puede no elegirlo. Así como es posibilidad y por eso tiene esta o aquella posibilidad determinada, de la misma manera es elección y hace esta o aquella elección determinada. Y lo que elige son sus posibilidades; y se elige proyectándose hacia esto o aquello. Toda la existencia es una elección constante; pero no es sólo elección la elección consciente y deliberada; nuestros impulsos más secretos, nuestras tendencias más oscuras, son, también, elección. El hombre, ser que se crea a sí mismo, se crea eligiéndose y eligiendo sus posibles; si no los eligiese, no se crearía a sí mismo, y sería creado por los posibles que actuarían sobre él desde fuera. Elegimos todo lo que somos, y somos eso que elegimos; y eso que elegimos lo elegimos creándolo, no escogiéndolo dentro de un juego ya dado de posibles.

Pero ahora viene, en su preciso momento y con justa causa, la fórmula mágica tan consentida por Sartre y que se refiere a la obligatoriedad de ser libres en tanto existamos. Existir es ser un ser libre. Conocer el concepto de libertad en el marco del existencialismo es adentrarnos en la esencia misma del existencialismo sartriano y es también comprender de qué manera Sartre le dio un revolcón a esta filosofía y la empujó hacia un estadio de politización y responsabilidad social que la hizo abandonar su antiguo individualismo, ese lloriqueo personal y egoísta que popularizó la trajinada expresión de la angustia existencial.

Pero continuemos. Decía que el hombre es ante todo posibilidad, es un ser posible y, además, creador de posibilidades y siendo una posibilidad en concreto antes de las otras posibilidades que puede fabricar, es por ello mismo libertad. Ahora bien, esa libertad, contrariamente a lo que podría pensarse, no le otorga automáticamente tranquilidad, sosiego, bienestar; por el contrario, esa particularidad, ese principio de libertad intrínseca le obliga a ser más cuidadoso consigo mismo por cuanto le ofrece una inmensa diversidad de opciones para elegir y lo lleva también a curarse de sí mismo. Lo coloca en un mundo de posibilidades obligándolo a elegir una y otra. Y esa elección, aparte de esclavizarlo, lo angustia, lo obliga a cuidarse de su ser, aunque en ciertos casos lo vuelve responsable en tanto que lo lleva a ser mejor, a perfeccionarse, a ser perfecto como Dios, desde luego, sin lograrlo nunca, lo que hace decir a Sartre que el hombre es un dios fracasado.

Y es que hablando de lo que significa para el existencialismo la responsabilidad del hombre, hay que decir que este sistema filosófico al afirmar que el hombre es el único responsable de su propio ser, además, le endilga un sentimiento de culpa derivado de esa misma responsabilidad a la que está atado en razón de la libertad que conlleva su propia existencia. El ser así es en sí mismo culpa, aunque él mismo no haya elegido ser, ya que lo que ocurre es que el hombre es el ser que elige y que se elige y que, eligiéndose, debe asumirse. Siendo, pues, en este mundo, somos culpables en él. Somos actores en el mundo, y como tales, somos lo bueno y lo malo que pueda ocurrirnos. Alguien decía: somos el delito mismo. Cómplices, aún desde niños somos culpables de ser lo que somos.

El existencialismo afirma categóricamente que el hombre es un ser en situación, es decir, es un ser cuya relación con lo circundante lo amarra y lo compromete. Es un ser comprometido. Su situación tiene límites inviolables los cuales no puede transgredir. Él es, en el punto en que esté, él mismo y nada más. El no puede ser otro aunque quiera haberlo sido o desee serlo en un futuro. Por ahora está ahí libre y comprometido, responsable y culpable. No podría imaginarme ser otro porque entonces ese otro no sería yo. No puedo no morirme, dice un experto en el tema, no puedo no sufrir, no puedo no luchar, no puedo no ser culpable, hablando de las situaciones últimas de que tratara Jaspers. Y agrega: No puedo vivir sin sufrir, sin hacer sufrir, sin matar; mi simple hecho de vivir exige que otros mueran y sufran; hasta biológicamente tengo que matar, para subsistir, o hacer que otros maten por mí. De nada vale que me olvide y disimule esa situación: alguien siega vidas por mí...

Siendo para el hombre lo posible todo, o siendo el hombre un posible lleno de posibilidades es, sin embargo, la muerte el límite de éstas mismas posibilidades. La muerte es la última y definitiva posibilidad del hombre. La muerte es la existencia imposible. Somos para la muerte. Para Heidegger, existir es ser para la muerte. Pero, ojo, que al mismo tiempo hay que considerar a la muerte como una posibilidad imposible por cuanto a los otros posibles los puedo certificar, ratificar, decir aquí están, mientras que a la muerte nunca le podremos decir: si señora, aquí estoy y estoy muerto. Por lo tanto, la muerte es la posibilidad de que todo lo que me es posible me sea imposible.

Digamos, para entender a Sartre al respecto, que cuando él afirma: Existir es ser para la nada, está corroborando la apreciación de Heidegger: Existir es ser para la muerte. Está confirmándonos que la aventura humana, llegada a su límite de la muerte, sólo conduce a la nada. Y no únicamente al hombre sino también a sus proyectos y a su historia.

Leí hace mucho tiempo una muy buena explicación sobre lo que para Sartre significa el sentido de vivir o de existir que, desde luego, lleva en sus entrañas la idea real de la muerte. Para no someterme al juego vanidoso de sólo cambiar algunas palabras y contarlo, prefiero transcribirlo literalmente:

En el pensamiento de Sartre, existir es hacer que un futuro venga a anunciarnos qué somos. Sólo el futuro descubre el sentido del presente y del pasado. Puede, mi presente, aparecérseme como teniendo tal o cual sentido; pero mañana puedo, de pronto, descubrir que no, que ese no era el sentido de aquel presente. Puedo, como el personaje de una de las novelas de Sartre, cometer un delito y creer que tiene sentido porque es un delito que cometo por amor; pero el mañana - el futuro - puede descubrirme que aquello que creí amor no era amor, y entonces mi acto se me aparece como desprovisto del sentido que le atribuí. Nadie puede, por eso, nunca, descubrir el sentido de su vida; porque ese sentido es siempre revocable por la mañana, y porque no hay un mañana último, un hoy último desde el cual pueda contemplar mi vida y reconocer su sentido.

Es bien cierto aquello de que la filosofía es una perplejidad sin remedio, una pregunta sin respuesta, la esperanza confusa de una solución tranquilizante. Con relación a la importancia o a la validez del existencialismo como filosofía moderna, como pensamiento contemporáneo, como filosofía de nuestro tiempo, es bueno advertir que si bien ella no se ha llevado de bulto a otras corrientes filosóficas, al menos su preocupación por ahondar en el tema de la existencia y su exclusividad para tratar los conflictos del hombre dentro de esa existencia, le han dado una capacidad de resonancia social durante mucho tiempo suficiente para incorporarla como propuesta ineludible en el contexto de todas las tendencias filosóficas de los últimos tiempos. Al preocuparse más por el hombre que por la misma naturaleza y sus misterios, sin abandonar desde luego lo que está antes y lo que viene después del hombre, ha arrastrado una enorme curiosidad que logró ser incluso multitudinaria cuando Sartre, en los años de la posguerra, decidió popularizarla. Una de las diferencias que podríamos llamar notorias con otras corrientes filosóficas podría ser la de que mientras el existencialismo aboca como tema central el hombre y sus posibilidades, el individuo y su propio ser circundante, el ser interior y exterior en una perspectiva individual, las otras, de corte científico, se empeñan con justa razón a descubrir más bien las probabilidades del ser humano con relación a la naturaleza. No hay pues abismos insuperables entre el existencialismo y las demás propuestas. Pero sí es menester reconocer que aquel se acerca con mayor dramatismo a la condición humana, sobre todo si se tiene en cuenta que, en esencia, el existencialismo afirma que sólo el hombre existe, sólo el hombre es libre, sólo el hombre elige, sólo el hombre es un ser deficiente, incumplido e imperfecto.

Ahora, un par de asuntos para acotar y para darle término a esta reflexión: lo que quiso hacer Sartre con el existencialismo que él heredara de notables antecesores suyos. Su intención humanista y antropológica y sus esfuerzos grandes por acercarlo al marxismo lograron, o logran al menos para mí, al final de su lectura, hacer de su filosofía una filosofía práctica y útil para el hombre. Es rigurosamente necesario entender y aceptar el afán sartriano por llevar al hombre a mayores responsabilidades sociales y políticas, a comprometerse con los otros y asumir a ultranza el compromiso consigo mismo, y de paso, por obligarlo a verse a sí mismo como un animal enfermo que se esfuerza por mejorar.

* Fuente: www.geocities.com/Athens/Forum/8886/existen.html
H 74 – 26.10.2001


La Carta de la Tierra

José Carlos García Fajardo *

La Cumbre sobre la Tierra, celebrada en Río de Janeiro en 1992, enfrentó a los países industrializados del Norte sociológico con los pueblos empobrecidos del Sur imposibilitando un acuerdo para la preservación del medio ambiente. Lo más que alcanzaron fue distribuir en cuotas la capacidad de contaminación en base al funesto principio de que "el que contamina paga". Nadie ignora que para las empresas más contaminantes resulta más barato pagar una multa que introducir los factores correctores de sus emisiones de productos letales para el medio ambiente que nos sostiene. En estos momentos, después del fracaso de la nueva Cumbre celebrada en Otawa con los mismos fines, se asiste al escándalo de enviados oficiosos de los países más contaminadores intentando comprar a los países pobres sus "cuotas de contaminación" a cambio de nuevos préstamos o bajo la amenaza de exigirles sus deudas o de suspender los envíos de repuestos para las maquinarias que les habían vendido. En toda África, así como en Latinoamérica y en Asia, se está viviendo este fraude que ataca por donde más duele: la negativa a aceptar la importación de los productos básicos del sur mediante la exigencia de cláusulas de calidad, de origen y de sanidad imposibles de cumplir sin ayuda y tiempo.

Ante la decepción por la negativa de EEUU y los países más poderosos de la tierra, como China, Rusia, India y muchos más, a suscribir los compromisos de la Cumbre de Río, un grupo de participantes siguieron la iniciativa del antiguo primer ministro de los Países Bajos, Rudd Lubbers, de redactar una Carta sobre los derechos de la Tierra.

Así nació la ONG "El Consejo de la Tierra" para buscar "un cuadro ético y moral universal que guíe a los pueblos y a las naciones en sus relaciones con el medio ambiente así como entre ellos mismos". El texto busca "el respeto a la Tierra y a toda forma de vida", "tratar la vida con comprensión, amor y compasión", "construir sociedades que mantengan una coexistencia pacífica, libre, justa, sostenible y basada en la participación", para "asegurar la belleza de la Tierra y la abundancia de sus riquezas para las generaciones presentes y futuras".

Fruto del trabajo durante ocho años con más de 100.000 personas en 50 países, esta Carta de la Tierra es el resultado de la cooperación entre la sociedad civil y las organizaciones no gubernamentales que reclaman su derecho a participar en la preservación del medio ambiente que no puede quedar en las manos de los políticos, de los economistas, ni tan siquiera en las de los gobiernos.

Este documento será presentado a todos los Estados miembros de la Naciones Unidas en el año 2002 para que la ONU la adopte formalmente como Declaración Universal a fin de poder convertirla en una Convención de obligado cumplimiento para los signatarios de la misma.

Sabido es que las Declaraciones sobre los derechos del hombre, de la mujer, de los niños y hasta de los animales son incumplidas en muchos países sin el menor rubor y sin consecuencias políticas ni sanciones económicas con tal de preservar las relaciones privilegiadas con los poderosos de este mundo. Ahí están los ejemplos de Rusia, China, Turquía, India, Afganistán, Brasil, México y tantos otros países como los mismos EEUU que lideran el nuevo orden.

El 14 de marzo de 2000, se presentó en París la Carta de la Tierra para lanzar la campaña mundial de divulgación y de sensibilización de la opinión pública y obligar a los gobiernos a asumir las responsabilidades inherentes a este desafío en el que nos va la supervivencia de la vida en el planeta.

Al ritmo de "desarrollo" que se promueve con el modelo imperante en el Norte, la capa de ozono no resistirá la presión de la contaminación. Como le sucede a los mares, a las limitadas reservas de agua potable, a los bosques que desaparecen cada día por millares de hectáreas ante la devastación impune de empresarios sin conciencia. La deforestación de la Amazonía es un grito ante el silencio culpable del mundo que mira para otra parte como sucede en los magníficos bosques del Africa tropical. Es imposible circular por las carreteras de África sin encontrarse con interminables hileras de camiones que transportan las venas de las tierras africanas, uno de los mayores pulmones del planeta. La Unión Europea está gastando ingentes cantidades de dinero para conseguir que los gobiernos africanos detengan esta sangría que los europeos no supimos detener en nuestras tierras. Es impresionante el cinismo de exigir a otros pueblos que controlen las reservas del planeta mientras nosotros contaminamos con nuestros vehículos e industrias millones de veces más que estos pueblos empobrecidos que venden sus bosques para convertirlos en papel, muebles y objetos que el norte dice necesitar.

Ya nadie puede llamarse a engaño: si fuera cierto que los llamados "países en vías de desarrollo" tuvieran proporcionalmente los mismos vehículos, industrias, neveras y consumo de papel que tenemos en los países industrializados, la capa de ozono y los casquetes polares no resistirían veinte años.

La tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la tierra y, como dicen los Masai, ésta no es un regalo que los padres hacen a los hijos sino un préstamo que estos hicieron a sus padres para que la administrasen y protegiesen con respeto. Hace cien años, el Jefe Seattle anunció "acaba la vida y comienza la supervivencia". Ojalá los medios de comunicación y toda la sociedad civil se ponga en pie para reclamar el derecho a la vida y el respeto al medio ambiente que proclama la Carta de la Tierra.

* Presidente de la ONG Solidarios y profesor de Pensamiento Pólítico y Social de la Universidad Complutense, Madrid.
H 74 – 26.10.2001


¡Tú eres talibán..!

Bono

Que eres machista, decididamente machista, machista hasta el tuétano. Que las mujeres, todas ellas, debieran recluírse en sus casas y cubrir sus cuerpos y sus rostros como las que por estos días muestran los informativos de televisión. Que no debieran trabajar, con lo cual contribuirían buenamente a resolver, de una vez y quizás para siempre, el problema del desempleo en el mundo. Esto me dijiste hoy en nuestra primera mesa de café. Y me aseguraste que mirando así a la mujer, a la sociedad y al mundo y diciéndolo sin reparo aquí y allá a quien quisiera oírlo, has afrontado no pocas dificultades y entreveros con propios y extraños.

Y porque tú eres mujer tardé en salir de mi alelamiento. Tras despedirme de tí necesité algunas horas para discernir cuánto de lo que habías dicho era juego y divertimento y cuánto franca opinión. No puedo todavía discernir lo uno de lo otro, porque soy parte de la argamasa racionalista, occidental, cristiana y civilizadora con que se edifican las ideas y los hechos en este lado del mundo. Soy, para mi suerte o desdicha, cautivo de libros y de informativos cotidianos, carne de esta democracia de bombo, sonora y hueca, disciplinado y regular sufragante; soy, joven e inteligente amiga, ciudadano de una nación de toma y daca y vecino de una polis que se ha autoproclamado cuasi-europea; revisto entre quienes para ser bien mirados dicen tener su cuna en la Grecia de los filósofos, en la Roma imperial y en la doctrina de Cristo. Remoto descendiente de Tomás de Aquino, de Descartes y de Chesterton: eso digo que soy. Y para no marrarle a la geografía digo, finalmente, que soy derechohabiente de Moreno y de Castelli.

Siendo yo éste ¿cómo pude oír tamañas manifestaciones sin atinar a reaccionar, sin tomar partido y decirte “sí, estoy contigo” o “disiento, endereza tus opiniones”? ¿Por qué no pude abogar en beneficio de mi sexo y de mi civilización? ¡Mujer debías ser para dejar fuera de combate a un hombre en la primera vuelta del encuentro..! Quizás, no lo sé, fue con tu rostro cubierto y parapetada más allá de las lides laborales y dinerarias que me propinaste tan certero derechazo.

Otra posibilidad es verosímil: que los contendientes que sientan sus nalgas sobre el suelo del Asia Central estén atacando ahora sobre nuestro rico, orgulloso y democrático Occidente con su cultura y sus reglas de vida; que a falta de aviones y de bombas en sus arsenales nos asesten golpes de cultura más efectivos que las bacterias enviadas por correo postal.

¡Ahí está, creo que te he desenmascarado! Tú viniste desde esas montañas y desiertos para sembrar la desazón entre los viriles hombres que se disponen a combatir en defensa de nuestro estilo de vida, a quitarnos las mujeres de la vista, arrancarlas de nuestras oficinas y lugares de divertimento. Caballo de Troya que escondes tras tus formas y tu encanto el arma más letal para un cruzado: el aburrimiento.

Ahora lo sé: tú eres talibán.

H 74 – 26.10.2001


Los griegos y sus dioses

Tifón *

Tifeo o Tifón, es un ser monstruoso, el menor de los hijos de Gea (la Tierra) y del Tártaro. Sin embargo, existen una serie de versiones que vinculan a Tifón con Hera y Crono. Gea, disgustada por la derrota de los Gigantes, calumnió a Zeus ante Hera, y ésta fue a pedir a Crono un medio de vengarse. Crono le entregó dos huevos impregnados con su propio semen. Una vez enterrados, darían nacimiento a un genio capaz de destronar a Zeus. Este genio fue Tifón.

Según otra tradición, Tifón era hijo de Hera, engendrado por ella misma sin el concurso de ningún principio masculino, del mismo modo que había producido a Hefesto. Dio su monstruoso hijo a un dragón, la serpiente Pitón, que moraba en Delfos, para que lo criase.

Tifón era un ser intermedio entre un hombre y fiera. Por la talla y fuerza superaba a todos los restantes hijos de la Tierra; era mayor que todas las montañas, y a menudo su cabeza tocaba el cielo. Cuando extendía los brazos, una de las manos llegaba a oriente, y la otra, a occidente, y en vez de dedos tenía cien cabezas de dragón. De cintura para abajo estaba rodeado de víboras. Tenía el cuerpo alado, y sus ojos despedían llamas. Cuando los dioses vieron que este ser atacaba el cielo, huyeron hasta llegar a Egipto; allí se ocultaron en el desierto y adoptaron formas animales. Apolo se convirtió en milano; Hermes, en ibis; Ares, en pez; Dioniso, en macho cabrío; Efesto, en buey; etc. Sólo Atenea y Zeus resistieron al monstruo. Zeus lo fulminó de lejos, y, al llegar a las manos, lo abatió con un sable de acero. La pelea se desarrolló en el monte Casio, en los confines de Egipto y de Arabia Pétrea. Tifón, que sólo estaba herido, consiguió recuperar la ventaja y arrancó el sable al dios. Cortó los tendones de los brazos y piernas de Zeus y, cargándose a la espalda al dios indefenso, lo llevó hasta Cilicia, donde lo encerró en una caverna: la “gruta Coricia”. Luego ocultó los tendones y músculos de Zeus en una piel de oso y los dio a custodiar al dragón hembra Delfine. Hermes y Pan –otros mencionan a Cadmo- robaron los tendones y volvieron a colocarlos en su lugar, en el cuerpo del dios. Éste recuperó enseguida su fuerza y, volviendo al cielo en un carro tirado por caballos alados, se puso a fulminar rayos contra el monstruo. Tifón huyó, y, con la esperanza de acrecentar sus fuerzas, quiso probar los frutos mágicos que crecían en el monte Nisa. Por lo menos así se lo habían prometido las Parcas, para atraerlo hasta allí. Zeus salió en su persecución. En Tracia, Tifón arrojó montañas contra el dios, pero éste las despedía, a su vez, sobre el monstruo a fuerza de rayos. Así, el monte Hemo debió su nombre a la sangre que manó de una de sus heridas. Desanimado definitivamente, Tifón huyó, y mientras atravesaba el mar de Sicilia, Zeus lanzó contra él el monte Etna y lo aplastó. Las llamas que salen del Etna son o bien las que vomita el monstruo, o bien el resto de los rayos con que Zeus lo aniquiló.

Se atribuye a Tifón la paternidad de varios monstruos (el perro Ortro, la Hidra de Herna, Quimera), que engendró con Equidna, la hija de Calirroe y de Crisaor.

* Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Paidós, Buenos Aires 1981. Traducción de Francisco Payarols.
H 74 – 26.10.2001


Estos versos que el Pbro. José Guillermo Mariani tuvo la gentileza de enviarnos para su publicación, integran su libro Poemas de confesión y denuncia.

Globalización

Saltaron los resortes
cedieron las compuertas
se desbordó en Mercado
el País está en venta.

Se ríen
nos prometen
se reúnen
nos mienten

Dictaminan ajustes
con que ellos se enriquecen
prescinden de capaces
acomodan parientes

Financian elecciones
y dicen que la gente
en limpias votaciones
los hizo omnipotentes.

Alardean de sexo
y orgiásticos banquetes
e inundan las revistas
con sus rostros sonrientes.

Negocian las sentencias
corrompiendo a los jueces
y luego se proclaman
los santos inocentes.

Solucionan problemas
con préstamos ingentes
y con ese dinero
nos compran y nos venden.

Acusan al pasado
sistemáticamente
y carentes de ingenio
endeudan el presente.

Ignoran los reclamos
que les grita la gente
y prefieren ,venales,
coimear a dirigentes.

Hay “cuatro agitadores”
que son culpables siempre
sin que haya hasta hoy “servicios”
que en serio los detecten.

Y brota furibunda
de los altos niveles
la respuesta enfundada
en un dogma caliente:

“Somos globalizados
le pese a quien le pese
y el que no esté conforme
que se vaya o reviente.”

Y ¡estamos reventados!
¿A ud. no le parece?

H 74 – 26.10.2001


Cuento sufí de Mawlana Yalal al-Din Rumi, extraído de al-Matnawi

El enamorado y el amor

Un enamorado recitaba poemas de amor a su amada. Unos poemas llenos de lamentaciones nostálgicas. Su amada le dijo:

“Si tus palabras me están destinadas pierdes el tiempo, puesto que estamos juntos ahora. Has de saber que no es digno de un amante el recitar poemas en el momento de la unión”.

El enamorado respondió:

Ciertamente, ahora estamos reunidos. Pero cuando estabas ausente sentía un placer distinto. Entonces yo bebía del arroyo de nuestro amor; mi corazón y mis ojos se complacían. Mírame, en cambio, ahora: estoy frente a la fuente ¡pero está agotada!”

Y dijo la amada:

“Si miras bien verás que no soy yo el objeto de tu amor. Tú estás enamorado de otra cosa y yo no soy sino la morada de ese amor. El verdadero amado es único y no se espera otra cosa cuando se está en su compañía”.


H 74 – 26.10.2001