Heràclito 87

“Aguardemos algún tiempo, algunos meses o semanas todavía. Los tiempos argentinos son prolíficos, vertiginosos; esperemos un tanto y quizás veamos pasar un cortejo delante de nuestros ojos. Pero no me preguntes, lector, qué clase de cortejo será ese ni qué dirección tomará, porque eso no lo sé”. Con estas palabras concluí un artículo que largamente titulé Hesíodo y el presente argentino - Pandora fue el regalo que todos los dioses ofrecieron a los hombres, para su desgracia, y que algunos medios de lengua hispana publicaron en la primavera de 2001.

En efecto, son prolíficos los tiempos argentinos


Eduardo Dermardirossian

Hace solamente tres meses los engranajes institucionales argentinos rotaban en el sentido de las agujas del reloj. Morosamente, pero rotaban en el sentido ordinario. Un presidente promediaba su mandato, las corporaciones transitaban dificultosamente el derrotero que las conducía a sus respectivos objetivos, los productores de bienes y servicios transitaban con suerte dispar el territorio de la economía y las finanzas y la ciudadanía habitaba sus hogares más o menos suficientes, más o menos carecientes. Hace solamente tres meses no se avizoraba el presente escenario argentino.

Durante la última primavera, Argentina vivía abrumada por la recesión, el desempleo, el endeudamiento, la pobreza creciente. La desventura económica y el desamparo social visitaban cada vez a más hogares. La sociedad sentía que su condición era cada vez más precaria, que era arduo remontar la pendiente que la llevaba a crecientes niveles de pobreza y desesperanza. Pero no sabía la sociedad argentina que en los días finales del último año se precipitaría al abismo en caída libre. La imaginación y las previsiones de las gentes se vieron superadas a partir del día 3 de diciembre.

Excusa

En estas líneas no me referiré a las renuncias presidenciales, a los dineros cautivos, a la forzosa bancarización de las gentes, a la flotación cambiaria, a la pesificación de activos y pasivos, a la licuación de deudas, a la acción de los lobbies ni a las presiones del FMI. Esos temas ya han sido abordados holgadamente por propios y extraños. Me ocuparé de las gentes, de la sociedad argentina que, airada, ha sacudido su modorra y su resignación de otrora para salir a las calles y manifestarse de diferentes maneras. De las nuevas modalidades de la protesta social y de los propósitos inherentes a las mismas: de esto me ocuparé en este día.

Piqueteros, caceroleros, asambleistas barriales, arengadores electrónicos y otros especímenes

Vemos diariamente en las calles y plazas de las ciudades a grupos más o menos numerosos, más o menos indignados de personas manifestando su descontento por las medidas económicas adoptadas por el gobierno nacional, por las decisiones tomadas por las administraciones provinciales y comunales, por las carencias de diferente clase que les agobian y que tornan inhabitables sus días. Los reproches a los hombres de la política y a sus partidos son también motivo de la protesta que alcanza a las instituciones y a las corporaciones económicas, sobre todo a las financieras, sin mirar si son nacionales o extranjeras, públicas o privadas.

Se pide la renuncia de todos los miembros del más alto tribunal del país, se cuestiona severamente a ambas cámaras del poder legislativo, cuyo recambio total también se pretende sin esperar el término de sus mandatos, múltiples reproches se le hace al poder ejecutivo que ahora encabeza un senador nacional, cuya renuncia también se demanda.

Presionan los piqueteros que diariamente cortan los caminos del país, los caceroleros que baten sus cacharros por las calles de las ciudades y frente a las sedes gubernamentales y legislativas federales y locales, los vecinos autoconvocados en asambleas permanentes que deliberan sobre asuntos de interés nacional y luego llevan sus pareceres a asambleas confederales, cuyas decisiones se pretenden legítimas y vinculantes. Presionan también los gremios que se dicen agraviados por los desaguisados de la administración o de las corporaciones: y así salen a la calle los abogados para forzar la renuncia o para acelerar la acción de la comisión de juicio político de la Cámara de Diputados, los médicos de éste o aquel hospital público para reclamar por su presupuesto o por la provisión de medicamentos e insumos que les permitan atender a sus pacientes, los maestros porque el presupuesto para el año 2002 no incluye fondos suficientes para el pago de sus salarios, los ahorristas para exigir que los bancos les devuelvan sus dineros o se abstengan de pesificarlos con menoscabo de su valor. Salen a la calle los deudores hipotecarios para pedir según sus derechos y sus intereses, pero salen también sus acreedores para exigir por derechos e intereses que, claro, no pueden ser los mismos, y, a un centener de metros unos de otros, reclaman airadamente. Palos, piedras, huevos y hortalizas se arrojaron sobre los frentes vidriados de los locales bancarios, y últimamente también se arrojaron deposiciones bovinas, porcinas y hasta humanas.

Otra especie de manifestantes recorre también las calles argentinas: es la de los escrachadores, que unas veces acuden a los domicilios de funcionarios y otras a los de dirigentes políticos para expresarles su repudio. También cuentan los pregoneros informáticos que difunden en tiempo real y por correo electrónico toda clase de textos: unos son portadores de noticias, más o menos veraces, más o menos creíbles, otros son mordaces, irónicos e ingeniosos; los hay que pretenden, con variado tino, examinar los asuntos argentinos, reprochar conductas y hasta proponer soluciones. Por este medio también se ha convocado a marchas y otra clase de movilizaciones. También menudean las agresiones físicas a los dirigentes políticos que ahora procuran no mostrarse sino por los medios masivos de comunicación.

Y más..., y más sectores contestatarios pueblan en estos tiempos las ciudades y los caminos argentinos.

Biblia y calefón


De las varias cosas que importa examinar en este punto me referiré solamente a dos: el desigual y hasta contradictorio interés de los diferentes actores de la protesta y la viabilidad de estas formas de acción y de reclamo. En lo referente al primer asunto, rápidamente hay que señalar que los intereses que movilizan a los diferentes sectores suelen contrapuestos. Los piqueteros, que han adoptado como método de lucha y de reclamo el corte de rutas y de accesos a los grandes centros urbanos, son el más antiguo de estos sectores contestatarios y que cuenta con una estructura operativa capaz de viabilizar más o menos eficazmente su reclamo. Integrado por desempleados, subocupados, gentes carentes de lo mínimo indispensable para la subsistencia, han logrado concitar la adhesión de ciertas organizaciones gremiales y sociales e insertarse en la escena política; no con candidaturas, sino con su activa participación en los medios masivos de comunicación, y también porque con frecuencia han visitado los despachos oficiales para poner sobre las mesas de ministros y secretarios de Estado los reclamos de sus representados.

Los caceroleros, por su parte, fieles a su origen en el Chile de 1973, son sectores de la clase media de la población, duramente golpeada con el cautiverio de sus ahorros. Acostumbrados al menoscabo lento y solapado de las políticas de concentración y polarización aplicadas desde 1975, que imperceptiblemente les empujaban hacia abajo en la escala social, no pudieron resistir el feroz simbronazo, cuando no la caída estrepitosa que significó para ellos el corralito financiero. De un día para el otro debieron ajustar drásticamente sus cuentas, adoptar hábitos austeros que no se corresponden con su estilo de vida y mirar cómo se les oscurecía el horizonte que ayer mismo era más o menos promisorio. Y entonces salieron a la calle como las señoras gordas que hace casi una treintena de años preanunciaron la caída de Salvador Allende en el país trasandino, no importa que otro sea el signo político de sus gobernantes de ahora en Buenos Aires. Entonces, contra todas las previsiones, rápidamente las calles y las inmediaciones de los despachos oficiales vieron nacer el fenómeno del cacerolazo, unas veces pacífico y otras no tanto, las sedes de los bancos debieron ser cercadas para no sufrir diariamente las roturas de sus frentes vidriados o la invasión de esta nueva clase de manifestantes que irrumpían ruidosamente en el interior de los locales otrora sacrosantos. Fue a instancias de estas gentes que los jueces extendieron sus mandatos para que los oficiales de la ley transitaran los pasillos que conducen a los tesoros donde descansan los dineros que se pretenden libres de toda mácula.

Las plazas de los barrios vieron nacer un fenómeno que ya se creía sepultado bajo los escombros de la historia: la pretensión vecinal de ejercer la democracia directa, sin mediación y sin la tutela de los viejos caudillos políticos. Aún más: se reivindica la voluntad del ciudadano al margen y con menoscabo de las instituciones democráticas y republicanas. Y en este escenario antes desconocido ejercitan sus primeros discursos y empuñan sus primeras armas los aspirantes a conducir de ahora en más los destinos del país, nada menos. El recambio de toda la clase política, tal como se pretende, dejaría un espacio vacante para que sea ocupado por los vecinos que todavía pueblan las plazas de los barrios urbanos, arengando a sus contertulios y llevando su representación aquí y allá, diciendo su descontento a cuanto notero tenga la generosidad de acercarle un micrófono.

El tamaño del descontento es de tal magnitud que, hoy por hoy, en él caben sectores de intereses dispares y contradictorios. Algunos, poco atentos a la realidad y proclives a juntar bronca con bronca, pretenden que un nuevo tiempo argentino se avecina, en el que una alianza de la antipolítica se hará cargo de la política argentina en el futuro. Razón de la sinrazón.

¿Qué debe hacer, entonces, el hombre argentino?

He aquí la cuestión. Porque en estas líneas no pretendo opinar acerca de cuáles senderos habrán de conducir a la Argentina hacia su recuperación económica, la creación de fuentes de trabajo, el reparto más equitativo de la renta nacional, la reconstrucción del tejido social, la consolidación de sus instituciones. Miro el paisaje social, sospecho un tiempo por venir con dificultades y carencias, lamento un mundo indiferente a nuestra desventura y, aún, presto a medrar con ella, y no dudo que la salida no vendrá de la mano de algún redentor que descienda desde la política ni desde las corporaciones empresariales o financieras. La solución –que la historia siempre la ofrece- será el fruto de la decantación del actual estado de las cosas. No podrá construirse un futuro habitable para los hombres que pueblan este suelo sino desde su hoy y desde su desventura presente.
Y es mi parecer que piqueteros, caceroleros, escrachadores, asambleístas barriales, todos ellos y toda la población deberán ver de una buena vez que no es mirando a los organismos multilaterales de crédito que sortearemos nuestras dificultades presentes. Porque, bien visto, ¿cuándo han coincidido los intereses del acreedor con los del deudor imposibilitado de pagar sus deudas? ¿Por qué habíamos de creer que la salida de la crisis en Argentina se logrará con mayor endeudamiento, lo que a su vez implica mayor ajuste, mayor transferencia de dinero y de recursos al exterior? ¿Quién es capaz de escribir la fábula del banquero piadoso?

En la comprensión de estos y otros asuntos, hallarán los sectores que hoy protestan la señal que conduce a la salida del atolladero. No ha menester de alianzas de clases que mañana descubriremos ilusorias, tampoco es sensato pretender la abolición de la política o la defenestración de los actuales políticos de un solo plumazo. La democracia tiene sus falencias, sí, pero también ofrece sus remedios. Son esos remedios que debemos procurar. El hombre argentino, el piquetero y el cacerolero, el asambleísta barrial y el escrachador, el arengador y el reflexivo, el político, el intelectual, el que sólo cuenta con sus brazos para procurarse el pan, aún el que sufre la desventura del desempleo, todos, han de ser atentos observadores de la realidad, militantes al servicio de sus respectivas causas e intereses, devotos custodios de la democracia y de la paz social.

Porque si nos detenemos un momento a mirar a las naciones que transitan más o menos sosegadamente sus respectivas realidades, veremos que en ellas el conflicto social está siempre irresuelto, pero en equilibrio. Equilibrio inestable que bien sabe administrar la democracia.

H 97 – 05 Abril 2002



Un distinto enfoque sobre el tema de la protesta social es el que da este periodista y profesor de derecho político. Producto de otra concepción del hombre, de la sociedad y del Estado, su opinión fue publicada en el matutino La Naciòn de Buenos Aires, Argentina, el 24 de marzo de 2001.

En lugar de las instituciones, la "acción directa"

Mariano Grondona

La acción política puede ser de dos clases: institucional y directa . En una sociedad bien ordenada, la acción política se canaliza a través de las instituciones. Las principales instituciones nacionales de nuestra democracia son cinco: la Presidencia y sus ministerios, el Congreso, el Poder Judicial, el Banco Central, las Fuerzas Armadas y de seguridad.

Pero la acción política puede derivarse a través de cursos no previstos en la organización constitucional de la democracia. En tal caso, grupos de personas de la más diversa índole buscan atajos para gravitar sobre el poder o, incluso, para tomarlo por asalto. Aquí se abre el inquietante paisaje de la "acción directa". Acciones tales como las manifestaciones callejeras improvisadas o violentas, la huelga general revolucionaria, la guerrilla, el terrorismo y los golpes militares son políticas. Pero no son institucionales.

Cuando los canales institucionales se bloquean o desbordan, la acción directa inunda el sistema. En la medida que la acción directa invade a la sociedad, pone en riesgo el orden democrático. En lugar de correr a través de las arterias, el torrente sanguíneo de un pueblo discurre en tal caso por las vías anormales de la circulación periférica. Cuando a una persona la invade la circulación periférica, los médicos saben que esa persona es "cardíaca" y que, a menos que hagan algo pronto, sufrirá un ataque. La Argentina del taponamiento institucional y la acción directa es, hoy, una nación cardíaca al borde del ataque.

El nuevo paisaje


Si recorremos la lista de nuestros canales institucionales, queda a la vista su precariedad. La Presidencia es débil por no provenir del voto popular sino de la Asamblea Legislativa que eligió a Eduardo Duhalde el 1° de enero, después de cuatro presidentes fallidos en doce días. Pero el Congreso que lo consagró también está debilitado porque el 14 de octubre, cuando el pueblo renovó a sus representantes, cuatro de cada diez argentinos se negaron a votarlos. La Corte Suprema, cumbre del Poder Judicial, está entre paréntesis hasta que la absuelva o la condene el Congreso.

El Banco Central perdió la autonomía de la que gozaba en tiempos de Pedro Pou: como se vio anteayer, ya no tiene moneda a la que defender. Las Fuerzas Armadas, disminuidas a su mínima expresión por severas restricciones presupuestarias, todavía lamen sus heridas después del catastrófico régimen militar nacido hace hoy 26 años, que violó como ninguno los derechos humanos y que perdió la Guerra de las Malvinas. Las fuerzas de seguridad están "achicadas" no sólo porque el actual gobierno les impone un papel pasivo frente a los disturbios para evitar males mayores sino también porque tanto el secretario de Seguridad como el jefe de policía del anterior gobierno están presos por la represión del 20 de diciembre sin que ningún agitador violento haya sufrido una suerte comparable.

Ante este panorama de atrofia institucional, ¿puede asombrar que la acción directa haya pasado a dominar la escena? Las manifestaciones que le fueron propias durante los años setenta, sin embargo, brillan por su ausencia. Ni la guerrilla y el terrorismo ni el golpismo militar se han hecho presentes.

Los dos grandes enemigos de los años setenta eran al mismo tiempo minoritarios y extremadamente violentos. Durante la guerra civil de los setenta, algunos miles peleaban a muerte entre ellos sin afectar a los millones que ignoraban los terribles detalles de su confrontación.

Hoy, la situación es menos peligrosa en cuanto el grado de violencia de los protagonistas del escenario actual es incomparablemente menor. Pero también es más peligrosa en cuanto los protagonistas del desasosiego ya no son unos pocos miles sino millones de argentinos que descalifican a los políticos a cargo de las instituciones.

A la inversa de las conmociones del pasado, que siempre habían encontrado una expresión militar, los acontecimientos del 20 de diciembre configuraron, por primera vez en nuestra historia, un golpe enteramente civil (hasta la Semana de Mayo incluyó a Cornelio Saavedra y su regimiento de Patricios). Pero De la Rúa no renunció por los miles de personas que, sin French ni Beruti, deambulaban por la Plaza de Mayo. Lo hizo porque percibió que millones de personas las respaldaban desde sus casas.

El malestar colectivo de los argentinos ha dado lugar a novedosas expresiones de acción directa como los "cacerolazos" y los "escraches". Los primeros son, por definición, pacíficos. Su novedad reside en que no levantan nuevas consignas ni siguen a nuevos líderes, limitándose a decirles un ruidoso "no" a los actuales ocupantes de las instituciones. En los "escraches", en cambio, laten semillas de violencia. Violencia verbal, por lo pronto, cuando se injuria o calumnia de viva voz a figuras públicas. Violencia física cuando se pasa del dicho al hecho como en los casos de Roberto Alemann y Jorge Asís. Lo cual no puede asombrar: la violencia no empieza en las manos, sino en la lengua.

Son de notar las dos definiciones que ofrece el Diccionario de la Lengua Española del verbo escrachar : "1. Romper, destruir, aplastar; 2. Fotografiar a una persona". Las dos definiciones están vinculadas: el escrache "fotografía" a una persona. ¿Para qué? Para romperla, destruirla, aplastarla real o simbólicamente. La palabra "escrachar", según el Diccionario, es un argentinismo.

Magia y democracia


El anarquista francés Georges Sorel publicó en 1908 Reflexiones sobre la violencia. En él, destacó la importancia del mito en la vida política. Cuando analizó el mito de la huelga revolucionaria, por ejemplo, observó que, si bien ella nunca alcanzaría para derrotar al Estado según cualquier análisis racional, si la gente creía lo contrario porque la había elevado a la categoría de un mito, esa creencia errónea terminaría por tumbar, efectivamente, al Estado. "Cuando todo el mundo se equivoca -dijo resignado alguna vez el general Mitre ante la furia de las multitudes- todo el mundo termina por tener razón". Pero es otra razón: la de la fuerza.

El mito es, en la concepción de Sorel, la hendidura por donde la irracionalidad entra en la vida política. Analizados desde la razón, los cacerolazos no tienen sentido. ¿Qué significación práctica tiene gritar "que se vayan todos"? En cuanto a los escraches, está claro que, cuando pasen el límite de ser una molestia para algunas personas y se vuelvan verdaderamente violentos, esa misma clase media que los miraba con simpatía se asustará.
Si por "racional" se entiende aquella acción que busca un objetivo realizable a través de los medios idóneos para realizarlo, los cacerolazos y los escraches son irracionales. Sorel, sin embargo, no los desestimaría porque expresan la fuerza de un nuevo mito: que, si gritamos y gritamos, la Argentina, milagrosamente, cambiará. En la medida que millones de personas se equivoquen de esta manera, "terminarán por tener razón", pero no la razón de la racionalidad sino la razón de la fuerza, un huracán que, cuando pase y se agote dejando tras de sí las ruinas de lo que fue alguna vez la orgullosa Argentina, nos obligará a reconstruir trabajosamente, otra vez, la civilización de las instituciones.

H 97 – 05 Abril 2002



La principal esperanza de armonía no reposa en la uniformidad sino en el mutuo enriquecimiento. Pretender imponer nuestra civilización a otros pueblos es una agresión a la pluralidad para perpetuar situaciones de poder.

El derecho a la diferencia

José Carlos García Fajardo *

Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998 y profesor en el Trinity College de Cambridge, se queja en un artículo publicado en The New York Times, del abuso contenido en la expresión "choque de las civilizaciones" vulgarizado por el profesor norteamericano Huntington.

Para Amartya Sen, nacido en India, es absurdo catalogar así a los pueblos porque supone negar la pluralidad de las señas de identidad en el seno de cada sociedad. Cualquier civilización puede contener diversas sociedades y hasta varias culturas. En una civilización conviven diferentes pueblos, con lenguas y religiones plurales y hasta con sistemas políticos y económicos antagónicos.

Sin constituir una civilización sino un Imperio que no duró más de dos siglos, el Británico no tuvo ni unidad territorial pues se extendía por cuatro continentes; unidad de lengua, se hablaban varias docenas; unidad religiosa, iban desde el protestantismo hasta el budismo, el islamismo o el hinduismo; unidad de moneda, ni siquiera del patrón oro; ni una única forma política, había desde monarquías hasta repúblicas pasando por principados, dictaduras militares y teocracias; ni unidad racial, pues entre sus fronteras se podían encontrar eurásicos, negros, chinos, mongoles, malayos o polinesios. Les mantenía unidos el sometimiento a la autoridad política británica como vínculo para que la soberanía fuera efectiva.

Por eso, ni la Sociedad de Naciones ni la ONU pudieron ser soberanas, por su incapacidad para "hacer cumplir lo mandado".

Amartya Sen parte de un mundo que conoce bien y ante el que los occidentales manifestamos una ignorancia altiva y peligrosa. Decir que la India es una civilización hindú supone olvidar que en ese subcontinente existen más musulmanes que en ningún otro país de la tierra, exceptuando Indonesia.

Es imposible comprender la riqueza cultural de India sin tener en cuenta las profundas interacciones en arte, música, literatura o cocina a través de las concepciones religiosas budistas, jaïnistas, sikhs, parsis, cristianas, musulmanas, hindúes, judías, ateas y agnósticas.

Igual simplificación abusiva se encuentra en la categorización "mundo islámico". El premio Nobel hindú aporta los ejemplos de dos emperadores musulmanes de la dinastía mongol: Aurangzeb y Akbar que reinaron en India. El primero era un musulmán tan intransigente que pretendió convertir al Islam a todos los hindúes y gravar con impuestos a todos los no musulmanes. Por el contrario, Akbar fue modelo de comprensión y de pluralismo. Su corte era multiétnica y había proclamado que "nadie podría ser perseguido por razones religiosas" ya que, en la variedad religiosa y cultural, reposaba la vitalidad y riqueza del Imperio.

Igual podríamos decir de la "civilización occidental" con su pretendido espíritu de tolerancia y de libertades individuales. En pleno reinado del emperador Akbar, cuando éste defendía la libertad religiosa en Agra, hacia 1590, en Europa, la Inquisición hacía estragos en nombre de la religión católica contra los reos de pensamiento protestante, judaizante o humanista.

En 1600, Giordano Bruno era quemado vivo en el Campo dei Fiori, en la Roma de los Papas, por haberse atrevido a sostener ideas copernicanas que ponían en entredicho la versión bíblica de la Creación. Miguel Servet fue quemado por sus ideas en Ginebra por orden de Calvino . En 1591, una mujer escocesa fue quemada viva por usar un analgésico para el parto contraviniendo el mandato bíblico "parirás con dolor". En 1847, cuando James Young Simpson recomendó la analgesia para los dolores del parto fue condenado por los clérigos. Hasta 1956 el papa Pío XII no admitió que la Iglesia ya no se oponía al parto sin dolor.

La principal esperanza de armonía no reposa en la uniformidad sino en el mutuo enriquecimiento. Pretender imponer nuestra civilización a otros pueblos es una agresión a la pluralidad para perpetuar situaciones de poder.

Lo más triste y empobrecedor es que algunos invocan a la divinidad en una imaginaria decisión de "pueblo escogido" (Israel) o de "hija predilecta de la Iglesia" (Castilla, Francia, Inglaterra o Portugal) para en su nombre bendecir agresiones, conquistas, cruzadas y toda suerte de violaciones del derecho de los pueblos a vivir conforme a sus creencias, a sus normas y a sus variadas concepciones de la vida.

Donde no hay libertad no puede florecer la justicia ni una vida en dignidad que merezca la pena ser vivida.

* Presidente de la ONG Solidarios y profesor universitario
H 97 – 05 Abril 2002