Heráclito 74

Recuperar el sentido de las palabras

Marta Caravantes *

Solidaridad, justicia, democracia, libertad. Las grandes palabras que han marcado la conquista de los derechos humanos ya no son lo que eran. Su carga de insurgencia se ha debilitado; su uso por parte de las organizaciones sociales ha quedado desvirtuado. Suenan tan vacías, tan mundanas, que al pronunciarlas uno se siente replicante de la misma manipulación que nos rodea. Mensajes publicitarios, institucionales, gubernamentales, financieros, han dejado a las palabras desnudas, vulnerables, como frágiles acordes perdidos en el estruendo de la propaganda.

"Libertad duradera" y "Justicia infinita" han sido los apellidos con los que se bautizó la guerra en Afganistán. Los discursos políticos se nutren de conceptos que hablan de libertad y solidaridad, aunque lleven en su doblez la evidencia de la tergiversación. Incluso a las ONG les cuesta diferenciar su labor, pues "humanitarios" son también las guerras y los bombardeos. La "democracia" es también otra de las palabras huérfanas de estos tiempos, envuelta en un nihilismo semántico que apenas se purifica a través de la filosofía griega. Se atribuyen democracia dictadores y señores de la guerra, élites corruptas de Primer y Tercer Mundo y monopolios financieros cuyos líderes dirigen los destinos del planeta. Ya se jactó el director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Mike Moore, de que la OMC era "la organización más democrática del mundo", aunque imponga sus dictámenes económicos a golpe de decreto y tenga que reunirse en lugares remotos para huir de las movilizaciones sociales que, precisamente, son uno de los sustentos de la democracia. También los representantes políticos se muestran partidarios de escindir el mundo entre "demócratas" y "no demócratas", como si esa barrera fuera nítida y clara, y no un confuso mosaico de grises y ficciones.

Peor aún le ha ido a la palabra "utopía", desprestigiada y desterrada al fin por el pragmatismo intolerante de los que están convencidos de que el mundo no es mejorable en lo sustancial. Se utiliza el término "utópico" como descalificativo: ¡qué paradoja cuando tenemos sequía de esperanzas y horizontes que anuncien otras formas de convivencia!

Las palabras van de boca en boca, no pueden elegir usuario ni destino. La "libertad" viaja desde George Bush hasta Bin Laden, desde el último premio de la Paz, Kofi Annan, hasta la modesta voz de las mujeres afganas. Las palabras no discriminan lo bueno de lo malo; no distinguen al legítimo reivindicador de derechos humanos, del embaucador sofisticado. Viajan desde la impudicia de un comercio que se autocalifica de "libre", hasta las poéticas metáforas de los indígenas de Chiapas en cuya voz se han rehabilitado conceptos como "dignidad" o "insurgencia".

Hemos dejado que destruyan las palabras, que las desvirtúen, que las disfracen de terribles crímenes, farsas y mentiras. Y lo peor es que no hemos sabido inventar otras nuevas que ofrezcan parámetros en los que confiar aún, en los que sostenerse aunque sea de puntillas y no caer en la trampa del escéptico que ya no se cree nada.

El poder está ganando esta batalla y ha despojado a las organizaciones sociales de armas lingüísticas esenciales para la reivindicación de los derechos fundamentales. "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo", escribía el filósofo Wittgestein, y esos límites nos cercan cada vez más, comprimen nuestro espacio imaginativo y delimitan nuestros sueños de progreso.

Hace poco, el escritor José Saramago afirmaba que habría que poner en cuarentena la palabra "Dios" para que no fuera utilizada en nombre de fanatismos, violencias y guerras dispares. De la misma forma, habría que poner en cuarentena un listado inmenso de hermosas palabras que son imprescindibles si queremos seguir apostando por un futuro habitable. No podemos seguir en silencio mientras hacen de los grandes conceptos escombros de miseria. Habrá que edificar nuevos lenguajes, como esperanzas, como océanos ilimitados, que no puedan ser abarcados por la propaganda del poder.

* Periodista, corresponsal de Heráclito en España
H 86 – 18.01.2002



El Servicio Paz y Justicia muestra en Internet un trabajo del mexicano Rafael Landerreche, titulado Gandhi en América Latina ¿Hay un lugar para él? Reproducimos un fragmento de ese estudio, referido a los paralelos y diferencias habidas entre el pensamiento del líder indio y el de Karl Marx, escrito a propósito de la insurrección no-violenta que en el año 1992 realizaron los indígenas ecuatorianos de la Costa, el Altiplano Andino y la Amazonia. (N de la R).

Gandhi y Marx, convergencias y diferencias

Unos meses después tuve la oportunidad de conversar con uno de los líderes del movimiento: un indígena quichua que vivía en las faldas del volcán Chimborazo (...) Le comenté la gran semejanza de todo su movimiento, y de este hecho particular, con el movimiento de Gandhi en la India. Para mi enorme sorpresa resultó que el líder indígena no sabía prácticamente nada de Gandhi (...) Se había leído a fondo y conocía bastante bien las obras de Marx, Lenin y Mao. ¿Por qué entonces esta ignorancia de Gandhi? (...).

Una respuesta en apariencia muy superficial podría ser que el caso del indígena ecuatoriano que había leído a Marx pero no a Gandhi (que más que aislado es un caso típico) se dio por la simple y sencilla razón de que quienes le prestaron los libros le dieron a leer a Marx y no a Gandhi. Pero esto nos lleva a reubicar y re-contextualizar la pregunta: ¿quiénes y qué papel jugaban quienes prestaron los libros? y ¿por qué ellos habían leído más a Marx que a Gandhi? (...).

Ahora bien, tanto Marx como Gandhi hacen una crítica radical al sistema social vigente y hacen una propuesta para la liberación de los oprimidos. Igualmente podemos decir que ambos están claramente concientes de que no se trata meramente de una propuesta nacional, sino que tiene una dimensión mundial. Ciertamente Gandhi no organizó una Internacional ni formuló una
consigna tan conocida como Proletarios de todos los países ¡uníos!, pero tenía clara conciencia, y así lo dijo en más de una ocasión, de que la lucha de la India debería convertirse en una antorcha para todos los oprimidos de la tierra.

Antes de pasar a las diferencias, conviene señalar, aunque sea de paso, otra coincidencia crucial entre Marx y Gandhi. Para el primero, la cuestión del trabajo era la clave esencial para comprender el sistema económico (y con ello la marcha de la historia). Por su parte Lanza del Vasto, un discípulo europeo de Gandhi, afirmaba que el origen de todos los males sociales es que unos hombres obliguen a otros a trabajar para sí. Más allá de las diferencias que habría que analizar en otra ocasión y del pretendido carácter científico del análisis de Marx (con perdón de mis amigos marxistas, a estas alturas no me creo mucho las pretensiones científicas de ninguna propuesta social, sea marxista o de los economistas neoliberales que en cuestión de cientificismo no tienen par), el comentario de Lanza del Vasto sobre la apropiación del trabajo ajeno no puede sino recordarnos los análisis de Marx sobre la apropiación de la plusvalía.

Las diferencias comienzan cuando preguntamos cómo se entiende a ese sistema imperante que se critica. Para Marx es el capitalismo. Para Gandhi en lo inmediato es el Imperio Británico. Pero más allá, también es el capitalismo y el industrialismo y el maquinismo y la avaricia, la injusticia, la discriminación. Ciertamente, según la concepción de Marx, el proletariado, siendo la clase universalmente explotada concentra en sí todas las formas de opresión. Pero aquí hay algo más que una diferencia de estilo para decir las mismas cosas y donde se ve más claramente es en el caso del industrialismo.

Gandhi critica al industrialismo y al maquinismo (y ahí están implícitas las posturas que décadas después van a asumir muchos de los ecologistas occidentales). Pero Marx no solo no lo critica sino que cree que el camino al socialismo pasa necesariamente por el desarrollo de las fuerzas productivas. Gandhi se pone en oposición directa a una tendencia dominante de la época. Marx critica el sistema vigente en su momento pero asume esa tendencia dominante y afirma que de ahí mismo saldrá la nueva sociedad. Quizá ahí está parte de la explicación de por qué la intelligentsia occidental aceptó más fácilmente a Marx que a Gandhi. Este sector se declara en contra de la sociedad capitalista, pero en realidad es producto de ella y, más allá de su aparente rechazo radical, acepta buena parte de sus características, tanto materiales como culturales (...).

Toda la postura de Gandhi gira de un modo o de otro alrededor de la autoimposición de límites (lo cual más bien repugna al mundo occidental moderno): frenar la propia violencia, limitar los deseos, poner un tope tanto al consumismo como al productivismo. En Marx, el desarrollo de las fuerzas productivas es virtualmente infinito. Encontrarán un tope en las restricciones que les impone el modo de producción capitalista, pero ese mismo choque les hará engendrar otro modo de producción que (hasta donde lo permiten adivinar las palabras de Marx) les permitirá desarrollarse indefinidamente. La diferencia es de dimensiones míticas. Atrás de Marx está el mismo mito burgués del progreso indefinido, el sueño de un Prometeo rebelde que, habiendo roto sus cadenas, se convierte en amo y señor del universo. Si quisiéramos buscar un paralelo para el caso de Gandhi, nos tendríamos que remontar, quizás, al Jardín del Edén, donde el hombre y la mujer conviven con los animales, trabajan con sus propias manos, se alimentan de los frutos que les da la tierra y reconocen que no son nada más que (pero también nada menos que) pobladores en tránsito hacia la Casa de quien plantó el jardín.

El otro punto de la diferencia consiste en que para Marx la nueva sociedad surgirá, dialécticamente, del choque de los contrarios. En cambio Gandhi, no es que ignore el conflicto y sus potencialidades creativas, pero pocas cosas tiene más claras que el axioma de que el árbol malo no da frutos buenos ni el árbol bueno da frutos malos. Para Gandhi, si alguna tendencia social es deshumanizante, hay que combatirla ya. En cambio Marx, después de un análisis en verdad profundo y desenmascarador de la enajenación del trabajo obrero en la fábrica capitalista, concluye que hay que dejar que las contradicciones se desarrollen al máximo, porque ya después el comunismo será la síntesis y solución de todas las antinomias. Ciertamente la mayoría de los marxistas hace tiempo que ya superó esta visión tan peligrosamente simplista; si algo se ha aprendido con dolor es que de la mera agudización de las contradicciones no necesariamente surge la nueva sociedad. Un agravamiento de la miseria, la opresión y la injusticia, pueden ser la ocasión propicia para que la humanidad tome conciencia y se decida a transformar la realidad. Pero más miseria y opresión de por sí, no traen más que más violencia y sufrimiento. Y no es necesario ir muy lejos para comprobarlo.

Independientemente de cómo se las arreglen las diversas corrientes marxistas para hacer compatible con los postulados de su teoría este descubrimiento hecho en la práctica, lo que me interesa señalar aquí es una diferencia esencial, entre el núcleo del pensamiento marxista original y el núcleo del pensamiento de Gandhi: para Marx la nueva sociedad saldrá de la dialéctica inmanente de la historia, a partir del choque y superación de los contrarios. Para Gandhi, la nueva sociedad no surgirá sin que intervenga la fuerza de la verdad, la satyagraha, que ciertamente tiene que encarnarse en la historia, pero que definitivamente nos ubica en la dimensión de lo trascendente. Me parece que habría mucho que profundizar sobre este tema, pero en relación con lo que aquí hemos visto, quizá pueda arrojar alguna luz la observación de que buena parte de la intelligentsia revolucionaria sintió más afinidad con una postura de inmanencia, mientras que la gran mayoría del pueblo latinoamericano respira la trascendencia como el aire nuestro de cada día.

Si las consideraciones que anteceden son correctas, podríamos sacar un par de conclusiones por demás relevantes para nuestra realidad actual: Primero (y esto, más que conclusión ya está dicho desde el principio), los planteamientos de Gandhi resultan mucho más afines a las aspiraciones y luchas del pueblo latinoamericano de lo que han sido las de Marx. Segundo, asumir los planteamientos de Gandhi implica una postura de crítica al capitalismo, no menos sino más radical, que la surgida del marxismo, pues aquel llega a la raíz misma, a los mitos ocultos del mundo moderno que Marx no pudo denunciar porque de hecho también los compartió. En verdad, la magnitud de la transformación que necesitamos en América Latina (y bien se puede añadir en el mundo entero) es mucho mayor que la que podían imaginar aquellos que pensaban en términos de una revolución socialista. Y el esfuerzo, por lo tanto, no puede ser menor.

Y aunque sea como un mero apéndice para terminar, Gandhi también nos puede servir para dar un mentís rotundo al neoliberalismo que, ensoberbecido por la caída del mundo soviético, afirma con arrogancia que ya no hay más paradigmas que el suyo.

Fuente: http://www.nonviolence.org/serpaj/art/gandhi.htm
H 86 – 18.01.2002



Discurso leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la histórica Marcha sobre Washington el 28 de agosto de 1963.

Yo tengo un sueño

Martin Luther King Jr.

Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la constitución y la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del que todo estadounidense habría de ser heredero. Este documento era la promesa de que a todos los hombres, sí, tanto a negros como a blancos, les serían garantizados los inalienables derechos a la libertad y la búsqueda de la felicidad...

Pero hay algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el camino llano y elevado de la dignidad y la disciplina. No permitamos que nuestra protesta creativa degenere en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas en que tiene lugar el encuentro de la fuerza física con la fuerza del alma; y la maravillosa nueva militancia, que ha hundido a la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de toda la gente blanca. Porque muchos de nuestros hermanos blancos, como lo evidencia su presencia aquí en este día, han llegado a comprender que su destino está unido al nuestro. Y también han llegado a comprender que su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa de marchar siempre hacia adelante. No podemos mirar atrás...

Hoy digo a vosotros, amigos míos, que aunque nos enfrentemos a las dificultades de hoy y mañana, yo todavía tengo un sueño. Es un sueño que tiene profundas raíces en el sueño estadounidense. Sueño que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son evidentes: que todos los hombres son creados iguales...". Sueño que un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos, habrán de sentarse unidos en la mesa de la hermandad. Sueño que un día, incluso el estado de Mississippi, un estado que se sofoca con el sudor de la injusticia, que se ahoga con el sudor de la opresión, habrá de convertirse en un oasis de libertad y de justicia. Yo sueño que mis cuatro pequeños hijos vivirán un día en un país en el que no serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos de su personalidad...

Cuando permitamos que la libertad resuene en cada poblado y en cada aldea, en cada estado y en cada ciudad, podremos celebrar la llegada del día en que todos los hijos de Dios, blancos y negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, podamos estrecharnos las manos y cantar los versos del viejo canto espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin! ¡Gracias al Dios Todopoderoso! ¡Al fin somos libres!"

Fuente: http://usembassy.state.gov/colombia/wwwhmlks.html
H 86 – 18.01.2002



¿Por qué socialismo?

Albert Einstein

¿Debe quien no es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una serie de razones creo que sí.

Permítasenos primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento científico. Puede parecer que no haya diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil porque la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia humana —como es bien sabido— ha sido influida y limitada en gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su comportamiento social.

Pero la tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que Thorstein Veblen llamó «la fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines. Pero los fines por sí mismos son concebidos por personas con altos ideales éticos y —si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos— son adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo: «¿Por qué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la raza humana?»

Estoy seguro de que hace tan solo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus condiciones de vida. Solamente la existencia de estos diferentes y frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento. El concepto abstracto «sociedad» significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por sí mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física, intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del marco de la sociedad. Es la «sociedad» la que provee al hombre de alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la pequeña palabra «sociedad».

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido -exactamente como en el caso de las hormigas y de las abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la comunicación oral han hecho posible progresos entre los seres humanos que son dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones, instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable. Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo son absolutamente necesarios. Los tiempos -que, mirando hacia atrás, parecen tan idílicos- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es solo una leve exageración decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.

La anarquía económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de su trabajo colectivo -no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional- puede legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a todos los que no compartan la propiedad de los medios de producción -aunque esto no corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador. Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente controlan, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos políticos.

La situación que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción (capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de «contrato de trabajo libre» para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo «puro». La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar empleo; existe casi siempre un «ejército de parados». El trabajador está constantemente atemorizado con perder su trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos. La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a esa amputación de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como preparación para su carrera futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males: el establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante?

Fuente: http://www.analitica.com/bitblioteca/einstein/socialismo.aspH 86 – 18.01.2002